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.- Che Guevara


Pensador, político, médico y luchador por la reivindicación de los pobres. "No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante"


Palabras de Fidel para Che: En su mente y en su corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los egoísmos, ¡y su sangre generosa estaba dispuesto a verterla por la suerte de cualquier pueblo, por la causa de cualquier pueblo, y dispuesto a verterla espontáneamente, y dispuesto a verterla instantáneamente! Y así, sangre suya fue vertida en esta tierra cuando lo hirieron en diversos combates; sangre suya por la redención de los explotados y los oprimidos, de los humildes y los pobres, se derramó en Bolivia. ¡Esa sangre se derramó por todos los explotados, por todos los oprimidos; esa sangre se derramó por todos los pueblos de América y se derramó por Viet Nam, porque él allá, combatiendo contra las oligarquías, combatiendo contra el imperialismo, sabía que brindaba a Viet Nam la más alta expresión de su solidaridad! Es por eso, compañeros y compañeras de la Revolución, que nosotros debemos mirar con firmeza el porvenir y con decisión; es por eso que debemos mirar con optimismo el porvenir. ¡Y buscaremos siempre en el ejemplo del Che la inspiración, la inspiración en la lucha; la inspiración en la tenacidad, la inspiración en la intransigencia frente al enemigo y la inspiración en el sentimiento internacionalista! Es por eso que nosotros, en la noche de hoy, después de este impresionante acto, después de esta increíble -por su magnitud, por su disciplina y por su devoción- muestra multitudinaria de reconocimiento, que demuestra cómo este es un pueblo sensible, que demuestra cómo este es un pueblo agradecido, que demuestra cómo este pueblo sabe honrar la memoria de los valientes que caen en el combate, que demuestra cómo este pueblo sabe reconocer a los que le sirven, que demuestra cómo este pueblo se solidariza con la lucha revolucionaria, cómo este pueblo levanta y mantendrá siempre en alto y cada vez más en alto las banderas revolucionarias y los principios revolucionarios; hoy, en estos instantes de recuerdo, elevemos nuestro pensamiento y, con optimismo en el futuro, con optimismo absoluto en la victoria definitiva de los pueblos, digamos al Che y con él a los héroes que combatieron y cayeron junto a él: ¡Hasta la victoria siempre! ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!

. Carta del Che a Fidel

. Palabras de Fidel por la muerte del Che

. Crónicas sobre la historia de la guerrilla que dirigió Ernesto Che Guevara en Bolivia
Roberto Varona Fleitas

***

. De cuando al Che lo llamaban Ernestito
Tomado de Bohemia



Carta del Che a Fidel

Fidel:

Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos. Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera). Muchos compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria.

Hoy todo tiene un tono menos dramático porque somos más maduros, pero el hecho se repite. Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la Revolución cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo que ya es mío. Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del Partido, de mi puesto de Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos.

Haciendo un recuerdo de mi vida pasada creo haber trabajado con suficiente honradez y dedicación para consolidar el triunfo revolucionario. Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente claridad tus cualidades de conductor y de revolucionario. He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios.

Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos. Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y de dolor, aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos... y dejo un pueblo que me admitió como un hijo; eso lacera una parte de mi espíritu.

En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté, esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura. Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo.
Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti.

Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos.

Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando.

Que en dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal actuaré.

Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea.

Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.
Tendría muchas cosas que decirte a ti y a nuestro pueblo, pero siento que son innecesarias, las palabras no pueden expresar lo que yo quisiera, y no vale la pena emborronar cuartillas.

Hasta la victoria siempre. ¡Patria o Muerte!

Te abraza con todo fervor revolucionario,

Che.

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Palabras de Fidel por la muerte del Che

Compañeras y compañeros revolucionarios:

Fue un día del mes de julio o agosto de 1955 cuando conocimos al Che. Y en una noche, como él cuenta en sus narraciones, se convirtió en un futuro expedicionario del «Granma». Pero en aquel entonces aquella expedición no tenía ni barco, ni armas ni tropas. Y fue así cómo, junto con Raúl, el Che integró el grupo de los dos primeros de la lista del «Granma». Han pasado desde entonces doce años; han sido doce años cargados de lucha y de historia. A lo largo de esos años la muerte segó muchas vidas valiosas e irreparables; pero, a la vez, a lo largo de esos años, surgieron personas extraordinarias en estos años de nuestra revolución, y se forjaron entre los hombres de la Revolución, y entre los hombres y el pueblo, lazos de afecto y lazos de amistad que van más allá de toda expresión posible.

Y en esta noche nos reunimos, ustedes y nosotros, para tratar de expresar de algún modo esos sentimientos con relación a quien fue uno de los más familiares, uno de los más admirados, uno de los más queridos y, sin duda alguna, el más extraordinario de nuestros compañeros de revolución; expresar esos sentimientos a él y a los héroes que con él han combatido, a los héroes que con él han caído de ese su ejército internacionalista, que han estado escribiendo una página gloriosa e imborrable de la historia.

Che era una persona a quien todos le tomaban afecto inmediatamente por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por su originalidad, aún cuando todavía no se le conocían las demás singulares virtudes que lo caracterizaron. En aquellos primeros momentos era el médico de nuestra tropa. Y así fueron surgiendo los lazos y así fueron surgiendo los sentimientos. Se le veía impregnado de un profundo espíritu de odio y desprecio al imperialismo, no sólo porque ya su formación política había adquirido un considerable grado de desarrollo, sino porque hacía muy poco tiempo había tenido la oportunidad de presenciar en Guatemala la criminal intervención imperialista a través de los soldados mercenarios que dieron al traste con la revolución de aquel país.

Para un hombre como él no eran necesarios muchos argumentos. Le bastaba saber que Cuba vivía en una situación similar, le bastaba saber que había hombres decididos a combatir con las armas en la mano esa situación, le bastaba saber que aquellos hombres estaban inspirados en sentimientos genuinamente revolucionarios y patrióticos. Y eso era más que suficiente. De este modo, un día, a fines de noviembre de 1956, con nosotros emprendió la marcha hacia Cuba. Recuerdo que aquella travesía fue muy dura para él, puesto que, dadas las circunstancias en que fue necesario organizar la partida, no pudo siquiera proveerse de las medicinas que necesitaba, y toda la travesía la pasó bajo un fuerte ataque de asma, sin un solo alivio, pero también sin una sola queja.

Llegamos, emprendimos las primeras marchas, sufrimos el primer revés, y al cabo de algunas semanas nos volvimos a reunir, como ustedes saben, un grupo de los que quedaban de la expedición del «Granma». Che continuaba siendo médico de nuestra tropa. Sobrevino el primer combate victorioso y Che fue soldado ya de nuestra tropa y, a la vez, era todavía el médico. Sobrevino el segundo combate victorioso y el Che ya no sólo fue soldado, sino que fue el más distinguido de los soldados en ese combate, realizando por primera vez una de aquellas proezas singulares que lo caracterizaban en todas las acciones.

Continuó desarrollándose nuestra fuerza y sobrevino ya un combate de extraordinaria importancia en aquel momento. La situación era difícil. Las informaciones eran en muchos sentidos erróneas. Ibamos a atacar en pleno día, al amanecer, una posición fuertemente defendida, a orillas del mar, bien armada y con tropas enemigas a nuestra retaguardia, a no mucha distancia, y en medio de aquella situación de confusión, en que fue necesario pedirles a los hombres un esfuerzo supremo, una vez el compañero Juan Almeida asumió una de las misiones más difíciles, sin embargo quedaba uno de los flancos completamente desprovisto de fuerzas, quedaba uno de los flancos sin una fuerza atacante, lo que podía poner en peligro la operación. Y en aquel instante Che, que todavía era médico, pidió tres o cuatro hombres, entre ellos un hombre con un fusil ametralladora, y en cuestión de segundos emprendió rápidamente la marcha para asumir la misión de ataque desde aquella dirección. Y en aquella ocasión no sólo fue combatiente distinguido, sino que además fue también médico distinguido, prestando asistencia a los compañeros heridos, asistiendo a la vez a los soldados enemigos heridos.

Y cuando fue necesario abandonar aquella posición, una vez ocupadas todas las armas, y emprender una larga marcha, acosados por distintas fuerzas enemigas, fue necesario que alguien permaneciese junto a los heridos, y junto a los heridos permaneció el Che. Ayudado por un grupo pequeño de nuestros soldados, los atendió, les salvó la vida y se incorporó con ellos ulteriormente a la columna. Ya a partir de aquel instante descollaba como un jefe capaz y valiente, de ese tipo de hombres que cuando hay que cumplir una misión difícil no espera que le pidan que lleve a cabo la misión. Así hizo cuando el combate de El Uvero, pero así había hecho también en una ocasión no mencionada cuando en los primeros tiempos, merced a una traición, nuestra pequeña tropa fue sorpresivamente atacada por numerosos aviones y cuando nos retirábamos bajo el bombardeo y habíamos caminado ya un trecho nos recordamos de algunos fusiles de algunos soldados campesinos que habían estado con nosotros en las primeras acciones y habían pedido después permiso para visitar a sus familiares cuando todavía no había en nuestro incipiente ejército mucha disciplina. Y en aquel momento se consideró la posibilidad de que aquellos fusiles se perdieran. Recordamos como, nada más planteado el problema, y bajo el bombardeo, el Che se ofreció, y ofreciéndose salió inmediatamente a recuperar aquellos fusiles. Esa era una de sus características esenciales: la disposición inmediata, instantánea, a ofrecerse para realizar la misión más peligrosa. Y aquello, naturalmente, suscitaba la admiración, la doble admiración hacia aquel compañero que luchaba junto a nosotros, que no había nacido en esta tierra, que era un hombre de ideas profundas, que era un hombre en cuya mente bullían sueños de lucha en otras partes del continente y, sin embargo, aquel altruismo, aquel desinterés, aquella disposición a hacer siempre lo más difícil, a arriesgar su vida constantemente.

Fue así como se ganó los grados de comandante y de jefe de la segunda columna que se organizara en la Sierra Maestra; fue así como comenzó a crecer su prestigio, como comenzó a adquirir su fama de magnífico combatiente que hubo de llevar a los grados más altos en el transcurso de la guerra. Che era un insuperable soldado; Che era un insuperable jefe; Che era, desde el punto militar, un hombre extraordinariamente capaz, extraordinariamente valeroso, extraordinariamente agresivo. Si como guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, era su absoluto desprecio al peligro. Los enemigos pretenden sacar conclusiones de su muerte. ¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la lucha guerrillera! Y lo demostró infinidad de veces, pero lo demostró sobre todo en dos extraordinarias proezas, una de ellas la invasión al frente de una columna, perseguida esa columna por miles de soldados, por territorio absolutamente llano y desconocido, realizando -junto con Camilo- una formidable hazaña militar.

Pero, además, lo demostró en su fulminante campaña de Las Villas, y lo demostró, sobre todo, en su audaz ataque a la ciudad de Santa Clara, penetrando con una columna de apenas 300 hombres en una ciudad defendida por tanques, artillería y varios miles de soldados de infantería. Esas dos hazañas lo consagran como un jefe extraordinariamente capaz, como un maestro, como un artista de la guerra revolucionaria. Sin embargo de su muerte heroica y gloriosa pretenden negar la veracidad o el valor de sus concepciones y de sus ideas guerrilleras. Podrá morir el artista, sobre todo cuando se es artista de un arte tan peligroso como es la lucha revolucionaria, pero lo que no morirá de ninguna forma es el arte al que consagró su vida y al que consagró su inteligencia. ¿Qué tiene de extraño que ese artista muera en un combate? Todavía tiene mucho más de extraordinario el hecho de que en las innumerables ocasiones en que arriesgó esa vida durante nuestra lucha revolucionaria no hubiese muerto en algún combate. Y muchas fueron las veces en que fue necesario actuar para impedir que en acciones de menor trascendencia perdiera la vida. Y así, en un combate, ¡en uno de los tantos combates que libró!, perdió la vida.

No poseemos suficientes elementos de juicio para poder hacer alguna deducción acerca de todas las circunstancias que precedieron ese combate, acerca de hasta qué grado pudo haber actuado de una manera excesivamente agresiva, pero -repetimos- si como guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, su absoluto desprecio por el peligro. Es eso en lo que resulta difícil coincidir con él, puesto que nosotros entendemos que su vida, su experiencia, su capacidad de jefe aguerrido, su prestigio y todo lo que él significaba en vida, era mucho más, incomparablemente más, que la evaluación que tal vez él hizo de sí mismo. Puede haber influido profundamente en su conducta la idea de que los hombres tienen un valor relativo en la historia, la idea de que las causas no son derrotadas cuando los hombres caen y la incontenible marcha de la historia no se detiene ni se detendrá ante la caída de los jefes. Y eso es cierto, eso no se puede poner en duda. Eso demuestra su fe en los hombres, su fe en las ideas, su fe en el ejemplo. Sin embargo, como dije hace unos días, habríamos deseado de todo corazón verlo forjador de las victorias, forjando bajo su jefatura, forjando bajo su dirección, las victorias, puesto que los hombres de su experiencia, de su calibre, de su capacidad realmente singular, son hombres poco comunes.

Somos capaces de apreciar todo el valor de su ejemplo y tenemos la más absoluta convicción de que ese ejemplo servirá de emulación y servirá para que del seno de los pueblos surjan hombres parecidos a él. No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que se conjugaban en él. No es fácil que una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad como la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar. Pero diremos también que hombres como él son capaces, con su ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él. Es que en Che no sólo admiramos al guerrero, al hombre capaz de grandes proezas. Y lo que él hizo, y lo que él estaba haciendo, ese hecho en sí mismo de enfrentarse solo con un puñado de hombres a todo un ejército oligárquico, instruido por los asesores yanquis suministrados por el imperialismo yanqui, apoyado por las oligarquías de todos los países vecinos, ese hecho en sí mismo constituye una proeza extraordinaria. Y si se busca en las páginas de la historia, no se encontrará posiblemente ningún caso en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido una tarea de más envergadura, en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido la lucha contra fuerzas tan considerables. Esa prueba de confianza en sí mismo, esa prueba de confianza en los pueblos, esa prueba de fe en la capacidad de los hombres para el combate, podrá buscarse en las páginas de la historia, y, sin embargo, no podrá encontrarse nada semejante. Y cayó.

Los enemigos creen haber derrotado sus ideas, haber derrotado su concepción guerrillera, haber derrotado sus puntos de vista sobre la lucha revolucionaria armada. Y lo que lograron fue, con un golpe de suerte, eliminar su vida física; lo que pudieron fue lograr las ventajas accidentales que en la guerra puede alcanzar un enemigo. Y ese golpe de suerte, ese golpe de fortuna, no sabemos hasta qué grado ayudado por esa característica a que nos referíamos antes, de agresividad excesiva, de desprecio absoluto por el peligro, en un combate como tantos combates. Como ocurrió también en nuestra guerra de independencia. En un combate en Dos Ríos mataron al Apóstol de nuestra independencia. En un combate en Punta Brava mataron a Antonio Maceo, veterano de cientos de combates. En similares combates murieron infinidad de jefes, infinidad de patriotas de nuestra guerra independentista. Y, sin embargo, eso no fue la derrota de la causa cubana. La muerte del Che -como decíamos hace algunos días- es un golpe duro, es un golpe tremendo para el movimiento revolucionario en cuanto le priva sin duda de ninguna clase de su jefe más experimentado y capaz.

Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones guerrilleras, la derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que cayó como hombre mortal, como hombre que se exponía muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil veces más capaz que aquellos que con un golpe de suerte lo mataron. Sin embargo, ¿cómo tienen los revolucionarios que afrontar ese golpe adverso? ¿Cómo tienen que afrontar esa pérdida? ¿Cuál sería la opinión del Che si tuviese que emitir un juicio? Esa opinión la dijo, esa opinión la expresó con toda claridad cuando escribió en su Mensaje a la Conferencia de Solidaridad Latinoamericana que si en cualquier parte le sorprendía la muerte, bienvenida fuera siempre que ese su grito de guerra haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se extienda para empuñar el arma. Y ese grito de guerra llegará no a un oído receptivo, ¡llegará a millones de oídos receptivos! Y no una mano sino que ¡millones de manos, inspiradas en su ejemplo, se extenderán para empuñar las armas! Nuevos jefes surgirán. Y los hombres, los oídos receptivos y las manos que se extiendan necesitarán jefes que surgirán de las filas del pueblo, como han surgido los jefes en todas las revoluciones. No contarán esas manos con un jefe de la experiencia extraordinaria, de la enorme capacidad del Che. Esos jefes se formarán en el proceso de la lucha, esos jefes surgirán del seno de los millones de oídos receptivos, de los millones de manos que más tarde o más temprano se extenderán para empuñar las armas.

No es que consideremos que en el orden práctico de la lucha revolucionaria su muerte haya de tener una inmediata repercusión, que en el orden práctico del desarrollo de la lucha su muerte pueda tener una repercusión inmediata. Pero es que el Che, cuando empuñó de nuevo las armas, no estaba pensando en una victoria inmediata, no estaba pensando en un triunfo rápido frente a las fuerzas de las oligarquías y del imperialismo. Su mente de combatiente experimentado estaba preparada para una lucha prolongada de cinco, de diez, de quince, de veinte años si fuera necesario. ¡él estaba dispuesto a luchar cinco, diez, quince, veinte años, toda la vida si fuese necesario! Y es que con esa perspectiva en el tiempo en que su muerte, en que su ejemplo -que es lo que debemos decir-, tendrá una repercusión tremenda, tendrá una fuerza invencible. Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan de negarlas quienes se aferran al golpe de fortuna. Che era un jefe militar extraordinariamente capaz. Pero cuando nosotros recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no estamos pensando fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No! La guerra es un medio y no un fin, la guerra es un instrumento de los revolucionarios. ¡Lo importante es la revolución, lo importante es la causa revolucionaria, las ideas revolucionarias, los objetivos revolucionarios, los sentimientos revolucionarios, las virtudes revolucionarias! Y es en ese campo, en el campo de las ideas, en el campo de los sentimientos, en el campo de las virtudes revolucionarias, en el campo de la inteligencia, aparte de sus virtudes militares, donde nosotros sentimos la tremenda pérdida que para el movimiento revolucionario ha significado su muerte. Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas. él descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no sólo era un hombre de acción insuperable; Che era un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia visionaria, un hombre de profunda cultura. Es decir, que reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción. Pero no es que reuniera esa doble característica de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, y de ser hombre de acción, sino que Che reunía como revolucionario las virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un revolucionario: hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha.

Constituyó por sus virtudes lo que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario. Suele, a la hora de la muerte de los hombres, hacerse discursos, suele destacarse virtudes, pero pocas veces como en esta ocasión se puede decir con más justicia, con más exactitud, de un hombre, lo que decimos del Che: ¡que constituyó un verdadero ejemplo de virtudes revolucionarias! Pero además añadía otra cualidad, que no es una cualidad del intelecto, que no es una cualidad de la voluntad, que no es una cualidad derivada de la experiencia, de la lucha, sino una cualidad del corazón, ¡porque era un hombre extraordinariamente humano, extraordinariamente sensible! Por eso decimos, cuando pensamos en su vida, cuando pensamos en su conducta, que constituyó el caso singular de un hombre rarísimo en cuanto fue capaz de conjugar en su personalidad no sólo las características de hombre de acción sino también las de hombre de pensamiento, de hombre de inmaculadas virtudes revolucionarias y de extraordinaria sensibilidad humana, unidas a un carácter de hierro, a una voluntad de acero, a una tenacidad indomable. Y por eso les ha legado a las generaciones futuras no sólo su experiencia, sus conocimientos como soldado destacado, sino a la vez las obras de su inteligencia.

Escribía con la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus narraciones de la guerra son insuperables. La profundidad de su pensamiento es impresionante. Nunca escribió sobre nada absolutamente que no lo hiciese con extraordinaria seriedad, con extraordinaria profundidad, y algunos de sus escritos no dudamos que pasarán a la posteridad como documentos clásicos del pensamiento revolucionario. Y así, como fruto de esa inteligencia vigorosa y profunda, nos dejó infinidad de recuerdos, infinidad de relatos que, sin su trabajo, sin su esfuerzo, habrían podido tal vez olvidarse para siempre. Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como presidente del Banco Nacional, como director de la Junta de Planificación, como ministro de Industrias, como comandante de regiones militares, como jefe de delegaciones de tipo político o de tipo económico o de tipo fraternal. Su inteligencia multifacética era capaz de emprender con el máximo de seguridad cualquier tarea en cualquier orden, en cualquier sentido. Y así, representó de manera brillante a nuestra patria en numerosas conferencias internacionales, de la misma manera que dirigió brillantemente a los soldados en el combate, de la misma manera que fue un modelo de trabajador al frente de cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡y para él no hubo días de descanso, para él no hubo horas de descanso! Y si mirábamos para las ventanas de sus oficinas, permanecían las luces encendidas hasta altas horas de la noche, estudiando, o mejor dicho, trabajando o estudiando. Porque era un estudioso de todos los problemas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era prácticamente insaciable, y las horas que le arrebataba al sueño las dedicaba al estudio. Los días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo voluntario. Fue él el inspirador y el máximo impulsor de ese trabajo que hoy es actividad de cientos de miles de personas en todo el país, el impulsor de esa actividad que cada día cobra en las masas de nuestro pueblo mayor fuerza. Y como revolucionario, como revolucionario comunista, verdaderamente comunista, tenía una infinita fe en los valores morales, tenía una infinita fe en la conciencia de los hombres. Y debemos decir que en su concepción vio con absoluta claridad en los resortes morales la palanca fundamental de la construcción del comunismo en la sociedad humana. Muchas cosas pensó, desarrolló y escribió.

Y hay algo que debe decirse un día como hoy, y es que los escritos del Che, el pensamiento político y revolucionario del Che tendrán un valor permanente en el proceso revolucionario cubano y en el proceso revolucionario en América Latina. Y no dudamos que el valor de sus ideas, de sus ideas tanto como hombre de acción, como hombre de pensamiento, como hombre de acrisoladas virtudes morales, como hombre de insuperable sensibilidad humana, como hombre de conducta intachable, tienen y tendrán un valor universal. Los imperialistas cantan voces de triunfo ante el hecho del guerrillero muerto en combate; los imperialistas cantan el triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó a eliminar tan formidable hombre de acción. Pero los imperialistas tal vez ignoran o pretenden ignorar que el carácter de hombre de acción era una de las tantas facetas de la personalidad de ese combatiente. Y que si de dolor se trata, a nosotros nos duele no sólo lo que se haya perdido como hombre de acción, nos duele lo que se ha perdido como hombre virtuoso, nos duele lo que se ha perdido como hombre de exquisita sensibilidad humana y nos duele pensar que tenía sólo treinta y nueve años en el momento de su muerte, nos duele pensar cuántos frutos de esa inteligencia y de esa experiencia que se desarrollaba cada vez más hemos perdido la oportunidad de percibir. Nosotros tenemos idea de la dimensión de la pérdida para el movimiento revolucionario. Pero, sin embargo, ahí es donde está el lado débil del enemigo imperialista: creer que con el hombre físico ha liquidado su pensamiento, creer que con el hombre físico ha liquidado sus ideas, creer que con el hombre físico ha liquidado sus virtudes, creer que con el hombre físico ha liquidado su ejemplo. Y lo creen de manera tan impúdica que no vacilan en publicar, como la cosa más natural del mundo, las circunstancias casi universalmente ya aceptadas en que lo ultimaron después de haber sido herido gravemente en combate. No han reparado siquiera en la repugnancia del procedimiento, no han reparado siquiera en la impudicia del reconocimiento. Y han divulgado como derecho de los esbirros, han divulgado como derecho de los oligarcas y de los mercenarios, el disparar contra un combatiente revolucionario gravemente herido.

Y lo peor es que explican además por qué lo hicieron, alegando que habría sido tremendo el proceso en que hubiesen tenido que juzgar al Che, alegando que habría sido imposible sentar en el banquillo de un tribunal a semejante revolucionario. Y no sólo eso sino que además no han vacilado en hacer desaparecer sus restos. Y sea verdad o sea mentira, es el hecho que anuncian haber incinerado su cadáver, con lo cual empiezan a demostrar su miedo, con lo cual comienzan a demostrar que no están tan convencidos de que liquidando la vida física del combatiente liquidan sus ideas y liquidan su ejemplo. Che no cayó defendiendo otro interés, defendiendo otra causa de los explotados y los oprimidos de este continente; Che no cayó defendiendo otra causa que la causa de los pobres y de los humildes de esta tierra. Y la forma ejemplar y el desinterés con que defendió esa causa no osan siquiera discutirlos sus más encarnizados enemigos. Y ante la historia, los hombres que actúan como él, los hombres que lo hacen todo y lo dan todo por la causa de los humildes, cada día que pasa agigantan, cada día que pasa se adentran más profundamente en el corazón de los pueblos. Y esto ya lo empiezan a percibir los enemigos imperialistas, y no tardarán en comprobar que su muerte será a la larga como una semilla de donde surgirán muchos hombres decididos a emularlo, muchos hombres decididos a seguir su ejemplo. Y nosotros estamos absolutamente convencidos de que la causa revolucionaria en este continente se repondrá del golpe, que la causa revolucionaria en este continente no será derrotada por ese golpe.

Desde el punto de vista revolucionario, desde el punto de vista de nuestro pueblo, ¿cómo debemos mirar nosotros el ejemplo del Che? ¿Acaso pensamos que lo hemos perdido? Cierto es que no volveremos a ver nuevos escritos, cierto es que no volveremos a escuchar de nuevo su voz. Pero el Che le ha dejado al mundo un patrimonio, un gran patrimonio, y de ese patrimonio nosotros -que lo conocimos tan de cerca- podemos ser en grado considerable herederos suyos. Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó su carácter, su voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo. En una palabra, ¡nos dejó su ejemplo! ¡Y el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del Che debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo! Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡que sean como el Che! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros niños, debemos decir sin vacilación: ¡queremos que se eduquen en el espíritu del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che! Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡queremos que sean como el Che! Che se ha convertido en un modelo de hombre no sólo para nuestro pueblo sino para cualquier pueblo de América Latina. Che llevó a su más alta expresión el estoicismo revolucionario, el espíritu de sacrificio revolucionario, la combatividad del revolucionario, el espíritu de trabajo del revolucionario, y Che llevó las ideas del marxismo-leninismo a su expresión más fresca, más pura, más revolucionaria. ¡Ningún hombre como él en estos tiempos ha llevado a su nivel más alto el espíritu internacionalista proletario! Y cuando se hable de internacionalista proletario, y cuando se busque un ejemplo de internacionalista proletario, ¡ese ejemplo, por encima de cualquier otro ejemplo, es el ejemplo del Che!

En su mente y en su corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los egoísmos, ¡y su sangre generosa estaba dispuesto a verterla por la suerte de cualquier pueblo, por la causa de cualquier pueblo, y dispuesto a verterla espontáneamente, y dispuesto a verterla instantáneamente! Y así, sangre suya fue vertida en esta tierra cuando lo hirieron en diversos combates; sangre suya por la redención de los explotados y los oprimidos, de los humildes y los pobres, se derramó en Bolivia. ¡Esa sangre se derramó por todos los explotados, por todos los oprimidos; esa sangre se derramó por todos los pueblos de América y se derramó por Viet Nam, porque él allá, combatiendo contra las oligarquías, combatiendo contra el imperialismo, sabía que brindaba a Viet Nam la más alta expresión de su solidaridad! Es por eso, compañeros y compañeras de la Revolución, que nosotros debemos mirar con firmeza el porvenir y con decisión; es por eso que debemos mirar con optimismo el porvenir. ¡Y buscaremos siempre en el ejemplo del Che la inspiración, la inspiración en la lucha; la inspiración en la tenacidad, la inspiración en la intransigencia frente al enemigo y la inspiración en el sentimiento internacionalista! Es por eso que nosotros, en la noche de hoy, después de este impresionante acto, después de esta increíble -por su magnitud, por su disciplina y por su devoción- muestra multitudinaria de reconocimiento, que demuestra cómo este es un pueblo sensible, que demuestra cómo este es un pueblo agradecido, que demuestra cómo este pueblo sabe honrar la memoria de los valientes que caen en el combate, que demuestra cómo este pueblo sabe reconocer a los que le sirven, que demuestra cómo este pueblo se solidariza con la lucha revolucionaria, cómo este pueblo levanta y mantendrá siempre en alto y cada vez más en alto las banderas revolucionarias y los principios revolucionarios; hoy, en estos instantes de recuerdo, elevemos nuestro pensamiento y, con optimismo en el futuro, con optimismo absoluto en la victoria definitiva de los pueblos, digamos al Che y con él a los héroes que combatieron y cayeron junto a él:

¡Hasta la victoria siempre! ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!

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Crónicas sobre la historia de la guerrilla que dirigió Ernesto Che Guevara en Bolivia/Roberto Varona Fleitas
Capítulo 1: "Después nos vemos"

Capítulo 2: "Pase usted, Don Adolfo"

Capítulo 3: "La puerta de Ñacahuasú"

Capítulo 4: "La casa de calamina"

Capítulo 5: "El Lagunillero"

Capítulo 6: "En la ribera del Ñancahuasú"

Capítulo 7: "Benjamín, el bautismo de muerte"

Capítulo 8: "Comienza la guerra"

Capítulo 9: "Victoria sobre el silencio"

Capítulo 10: "El combate de Quebrada de Ñacahuasú"

Capítulo 11: "Germina la semilla de la aurora"

Capítulo 12: "La primera sangre fue cubana"

Capítulo 13: "La separación"

Capítulo 14: "El Loro, decisión y entereza"

Capítulo 15: "Un hombre excepcional"

Capítulo 16: "¡Antes fusilado!"

Capítulo 17: "¡Cumplir y morir con la sencillez de los héroes!"

Capítulo 18: "Nuevos enfrentamientos"

Capítulo 19: "Impacto en el ejército"

Capítulo 20: "Crisis en el ejército boliviano"

Capítulo 21: "El impacto de la guerrilla"

Capítulo 22: "Cobre ensangrentado"

Capítulo 23: "Se extiende el apoyo popular"

Capítulo 24: "Novedades de la CIA contra el Che"

Capítulo 25: "La paz de Muyupampa"

Capítulo 26: "Paulino jamás traicionó"

Capítulo 27: "Como a un hijo"

Capítulo 28: "Tuma en la memoria del pueblo boliviano"

Capítulo 29: "Samaipata"

Capítulo 30: "Las altas cumbres saludan a Fidel"


Ñacahuasú o Ñancahuazú, o Ñacahuazu. Con cualquiera de estos nombres, los aislados pobladores del lugar llaman al ancho río de aguas tranquilas, perdido en la inmensidad montañosa del sudeste boliviano.

Indetenible, su corriente sigue el mismo destino de cuando lo descubrieron los exploradores incas, quechuas y aymaras, antes de la llegada del conquistador español: hacia el río grande, impetuoso y turbulento.

El Ñacahuasú formó durante siglos riberas de irregulares pendientes, inhóspitas y salvajes. A cien metros de un suave playazo, los hermanos Roberto y Guido Peredo Leigue compraron una finca de nombre igual al del cercano río.

Corrían las primeras semanas de 1966 y Remberto Villa, respetado hacendado de Vallegrande, le pareció buena la venta para que aquellos jóvenes de mirada honda dedicaran ese trozo de tierra a la crianza de cerdos y la posible instalación futura de un aserradero.

Comenzaba así una etapa trascendental en la historia americana. Una historia que al cabo de 30 años acrecienta en dimensiones universales: la épica hazaña del Comandante Ernesto Che Guevara y sus compañeros de la guerrilla boliviana.

Muchos meses antes de aquellas gestiones, a decenas de miles de kilómetros, Che cerraba un importante capítulo de su hombrada internacionalista.

Bajo el nombre de "Tatu", Che, al mando de un grupo de combatientes cubanos, había demostrado que era posible luchar contra los mercenarios europeos y sus títeres colonialistas en el entonces territorio del antiguo Congo Belga. Expresión excepcional de la solidaridad con el movimiento revolucionario de esa región del África negra.

Tras largos meses de combate, en una modesta embarcación de travesías en el lago Tanganika, Che se despidió de sus camaradas en la mañana del 21 de noviembre de 1965.

Víctor Dreke, quien fungió como segundo al mando de aquel destacamento de internacionalistas en África, narró al hoy general de brigada William Gálvez sus recuerdos de aquél instante:

"Mbile, Pombo, Tuma y un comunicador fueron los que le acompañaron. "Después nos vemos, Moja". Fue lo último que oí del Che cuando terminó las palabras de despedida. Aquello fue del carajo. Todos lloramos y el que no lo hizo, se le formó un nudo en la garganta... no vi más al Che".

El Guerrillero Heroico seguiría posteriormente, un largo periplo por varias naciones africanas primero, europeas, después, y finalmente americanas, despistando a los agentes de la inteligencia enemiga y, al mismo tiempo, preparando su ingreso a Bolivia, donde los primeros combatientes activaban el asentamiento futuro de la fuerza armada rebelde.

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Junto a otros pasajeros, animados por el final del viaje, descendió la escalerilla de la nave el 3 de noviembre de 1966. Era alto, ni fornido ni delgado, de hombros encorvados, prominente calvicie y un rostro donde sobresalían la dimensión de su nariz y el mentón, ofreciendo a primera vista un aspecto poco agradable, que se acentuaba por los espejuelos de gruesos lentes para soportar una aguda miopía. No parecía tener dificultades para aspirar el frío aire que se respira en la capital más alta del mundo. La ciudad más importante de Bolivia se encuentra en una imponente semi-hondonada que nombran "La Hoyada", a tres mil 400 metros de altitud, rodeada de elevados cerros, desde donde descienden tres ríos con aguas mezcladas de barro y, en ocasiones, arrastrando minúsculas partículas de oro. A lo lejos sobresale el majestuoso Monte Illimani, que emerge hasta más de seis mil metros de altura sobre el nivel del mar, y que en lengua aymará significa "Lengua Resplandeciente". Cuántas emociones debieron agolparse en ese individuo de expresión y andar pausado, como si todo el tiempo del mundo estuviese a su disposición. Probablemente recordara aquellas imágenes que él escribió en 1953, cuando pisó por vez primera las calles de esa urbe andina: "La Paz, ingenua, cándida como una muchachita provinciana, muestra orgullosa sus maravillas edilicias. La belleza formidable del Illimani difunde su suave claridad eternamente nimbado por ese halo de nieve, que la naturaleza le prestó por siempre. En las horas del crepúsculo es cuando adquiere el monte solitario más solemnidad e imponencia... "Después de los trámites aduanales de rigor, y de apreciar el porte distinguido del recién llegado, el funcionario le expresó: "Pase usted, Don Adolfo". Y el Comandante Ernesto Che Guevara salió del aeropuerto internacional de La Paz, rumbo a la puerta de la inmortalidad.

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Amparado en la personalidad de Adolfo Mena González, de pasaporte uruguayo, enviado especial de la Organización de Estados Americanos (OEA), para estudiar las relaciones económicas y sociales en la vida rural boliviana, Che recorrió el largo y accidentado camino hasta Ñacahuasú

El Guerrillero Heroico partió desde La Paz al atardecer del cinco de noviembre de 1966 en un vehículo todoterreno en compañía de los cubanos Alberto Fernández Montes de Oca y Carlos Coello. Horas más tarde lo harían el cubano Harry Villegas y el boliviano Jorge Vázquez Viaña.

Fueron dos días de viaje agotador, cumpliendo las más estrictas reglas del clandestinaje y la seguridad. Atravesaron quince ciudades, poblados, villorrios y aldeas a través de valles, montañas, lagos, anchos ríos, trigales, zonas semi-desérticas y selvas. Fueron cientos de kilómetros en un trayecto que primero siguió al este de la ciudad de La Paz, y luego torció al sudeste, con destino a Lagunillas, capital de la provincia de Cordilleras, en el Departamento de Santa Cruz de la Sierra.

Narran los supervivientes de la guerrilla boliviana, que ellos pensaban siempre en Lagunillas como un poblado de cierta importancia. Pero el impacto de la realidad fue lo contrario.

Adys Cupull y Froilán González, destacados investigadores cubanos, dedicados por entero a reconstruir la épica del Guerrillero Heroico y sus compañeros en Bolivia, visitaron el lugar 20 años después de los acontecimientos. Y plasmaron en sus memorias:

"Recordamos a Lagunillas como un pueblo solitario, despoblado, donde parece que no hay vida. El parque en el centro con su fuente de agua, seca. A su alrededor, la iglesia, la alcaldía municipal, el correo, las viejas casas de adobe con sus aleros de tejas y sus largos corredores, por donde pasaba un campesino cabizbajo en lento andar, que por su aspecto bien podíamos confundirlo con un mendigo."

Dos décadas atrás, cuando los futuros combatientes de la guerrilla pasaron por allí, vieron exactamente la misma imagen. Al comparar las impresiones narradas por los sobrevivientes y las suyas propias, Adys Cupull y Froilán González admiten en su libro "Desde Ñacahuasu a La Higuera":

"...confirmamos que en veinte años casi nada había cambiado. Lagunillas es uno de los tantos pueblos de nuestra América símbolo del abandono, la decadencia y la miseria."

Ese fue el lugar escogido para el acceso al primer campamento guerrillero. Durante los preparativos y desarrollo del destacamento revolucionario, Lagunillas fue centro de contactos y comunicación entre la selva y el mundo exterior; fue vía para los abastecimientos y puerta principal de entrada y salida de Ñancahuasú.

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La región del Ñacahuasú expone a quienes la recorren un paisaje selvático de hermosura indescriptible, pero también una invariable hostilidad que toma forma inicial en el ataque constante de numerosos insectos, pasando después por el riesgo de topar con el peligroso jaguar americano o las serpientes venenosas.

Sin embargo, no deja de absorber la atención del extranjero la impresionante belleza de ese universo feraz e imponente, que también impactó en la conciencia de los revolucionarios internacionalistas que compartieron junto a Che los históricos momentos de 1967.

Entre las notas personales dejadas por el cubano Eliseo Reyes Rodríguez (Rolando en la guerrilla boliviana), aparece la siguiente descripción:

"...Estoy en una montaña que es igual a las más pintorescas que he visto en las películas. A mi derecha el río corre suavemente sobre grandes rocas que producen estruendosas caídas. Más allá del río comienza una cadena de montañas extremadamente empinadas y cubiertas con espesa vegetación y elevándose casi verticalmente desde el arroyo, formando un número de picos. La cumbre de cada uno de éstos está cubierta por una espesa neblina mientras más abajo la cálida luz del sol mañanero ilumina el lugar."

Desde el río Ñacahuasú hasta la Quebrada del Yuro, cada camino, cada trillo, cada piedra, cada colina guarda con celo la historia escrita por los hombres de la guerrilla boliviana, comandada por Ernesto Che Guevara.

La "Casa de Calamina" es de esos lugares imposibles de obviar en la historia contemporánea de América. Fue esa la choza erigida en la finca que Roberto y Guido Peredo Leigue compraron para el primer asentamiento de la fuerza revolucionaria.

Los lugareños le llamaron así porque, al tener techo de planchas de zinc, cuando el sol reflejaba sus rayos allí la intensa claridad daba la sensación de que todo el edificio estaba hecho de calamina.

Cobijado en la edificación rústica, a cien metros de la ribera del Ñacahuasú, escribió Che su anotación del 7 de noviembre de 1966:

"Hoy comienza una nueva etapa. Por la noche llegamos a la finca. El viaje fue bastante bueno..."

23 días después, redactó en su Diario: "... El panorama se perfila bueno en esta región apartada donde todo indica que podemos pasarnos prácticamente el tiempo que estimemos conveniente..."

La "casa de calamina" fue prácticamente destruida. Se cumplió un riesgo sobre el cual alertó Harry Villegas (Pombo) en un informe fechado el 11 de septiembre de 1966, acerca de Ciro Algarañaz, el vecino más cercado a la finca Ñacahuasú. En aquel documento, el hoy general de brigada cubano subrayó:

"Este hombre es el único peligro para el trabajo por ser el vecino más cercano y extremadamente curioso..."

Este individuo creyó que los nuevos ocupantes de la finca aledaña se dedicaban a producir cocaína. Él conversó con varios de ellos, a quienes les insistió para que "lo admitieran en el negocio". Al ser constantemente rechazado, decidió denunciar a sus vecinos como traficantes de drogas. Lo hizo tres veces, hasta que el ejército boliviano decidió ocupar la finca.

Uno de los guías que acompañaron a Adys Cupull y Froilán González en su periplo tras las huellas de la guerrilla de Che en Bolivia, les contó que después de la ocupación del lugar, el ejército boliviano arrasó la choza con un tractor en busca de dólares.

Posteriormente, reconstruyeron la cabaña utilizando las mismas tejas de zinc para el techo y las mismas puertas. Más tarde vendieron la finca a un individuo nombrado "doctor Harem".

Para el momento en que se produjo la primera ocupación militar de la casa de calamina, ya el Guerrillero Heroico y el grueso de sus compañeros habían ocupado el Campamento Central, en lo profundo de las selváticas montañas del sudeste boliviano.

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Cuando Che se establece en la "casa de calamina" para iniciar su etapa de vida en campaña en Bolivia, ya contaba con suficientes datos acerca de las zonas por donde se extenderían las actividades y movimientos de la futura columna guerrillera.

Las vías de acceso, las posiciones del ejército boliviano y los caminos que en los primeros meses debían utilizar eran del conocimiento del grupo de avanzada que laboró en los preparativos, gracias al paciente trabajo que desempeñaron, algunos de ellos incluso desde años antes.

Esa obra del trabajo clandestino, cumplida con valor, audacia e inteligencia, tuvo la colaboración de hombres y mujeres bolivianos, entregados a la causa de la definitiva liberación de los pueblos latinoamericanos del yugo oligárquico y proimperialista.

Roberto "Coco" Peredo fue el máximo responsable de la tarea en la zona de Vallegrande, Santa Cruz, Lagunillas y Ñacahuasú. A su labor vinculó personas de una fidelidad a toda prueba, como Mario Chávez, el hombre que el Guerrillero Heroico menciona en su Diario con el seudónimo de "el lagunillero".

Chávez era un experto cazador, militante del Partido Comunista de Bolivia, asentado en la ciudad de Santa Cruz. Recibió de "Coco" Peredo la misión de abandonar esa ciudad y asentarse con su familia en Lagunillas, capital de la provincia de Cordilleras y puerta de acceso a Ñacahuasú.

Seis meses antes de la llegada a Bolivia del Comandante Ernesto Che Guevara, Chávez instaló en ese lugar semi-abandonado un pequeño hotel con su restaurante. Fue tal la discreción de este hombre, que la compañera de su vida sólo conoció de aquellas acciones veinte años después, cuando el matrimonio recibió la visita de los investigadores cubanos Adys Cupull y Froilán González, a quienes narró:

"Yo fui por la guerrilla del Che a Lagunillas... donde casi no había gente y creían que yo me iba a morir de hambre, porque allí no iba nadie.

"En aquella época nadie sabía que iba a haber guerrillas. Cuando hubo guerrillas, entonces a ese hotel iban todos los periodistas que visitaban el lugar, incluso el alto mando militar. Me hice muy amigo de los jefes, yo veía los planos donde iban a bombardear. "Todingo" lo discutían y yo escuchaba.

"Yo les hice a los guerrilleros los croquis de los caminos, las salidas, los caseríos. Como llegué antes, fue como para preparar las condiciones, yo dije cómo era el camino para Valle Grande y cómo moverse de una parte a otra.

En su Diario, Che escribe el 24 de diciembre de 1966: "...El Loro explicó que el viaje del lagunillero no había resultado fructífero y sólo logró el pequeño resultado del apunte, muy impreciso."

Al cabo de dos décadas, el propio "lagunillero" refirió las causas de aquella opinión:

"... yo le hice un apunte, pero es que así eran los caminos, imprecisos, van por un lado y después van por otro. "Ahoringa" la lluvia los destruye. Bueno, les hice los croquis hasta la entrada de Ñacahuasú."

Los contactos de Chávez con "Coco" Peredo y Jorge Vázquez Viaña (el Loro), se efectuaban en la ciudad de Camiri. El agente buscaba constantemente diversos lugares que servían de "buzón" para colocar mensajes e informes.

Las actividades del dueño del hotel-restaurante de Lagunillas se hicieron sospechosas al ejército. Chávez fue detenido e interrogado varias veces, pero nunca mencionó palabra alguna que comprometiera al movimiento guerrillero ni a los colaboradores. Logró salvar la vida por gestiones familiares con un general boliviano y el ministro del Interior de ese país en ese tiempo.

Las informaciones de Mario Chávez resultaron de gran valor para complementar los datos en poder del naciente grupo guerrillero, pues sirvieron para orientar sus primeros pasos en la cuenca del Ñacahuasú, escoger posiciones para contactos, ayudar a otros combatientes de la red urbana y, sobre todo, mantener el más estricto secreto sobre las actividades de los futuros guerrilleros.

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La vida en la Casa de Calamina fue sumamente rica en actividades. Al analizar los resultados del mes de noviembre, el Guerrillero Heroico escribiría en su diario:

"Todo ha salido bastante bien: mi llegada sin inconvenientes, aunque se demoraron algo, los principales colaboradores de Ricardo se alzan contra viento y marea... Los planes son: esperar el resto de la gente, aumentar el número de bolivianos por lo menos hasta veinte y comenzar a operar".

Fue en la Casa de Calamina donde Che orientó la búsqueda del lugar para erigir el Campamento Central, que sería una base de máxima retaguardia para apoyar la guerra revolucionaria que debió iniciarse a cientos de kilómetros hacia el norte de Ñancahuasú.

El coronel Leonardo Tamayo (Urbano), refiriéndose a estos aspectos del Campamento Central, expresó:

"Che esperaba mantener el Campamento Central de Ñancahuasú como hospital y almacén de medicinas para, cuando llegara el momento de combatir lejos de esta zona, tener esa base de retaguardia en el más riguroso secreto".

En el Campamento Central se crearon hornos para hacer pan; aulas, donde estudiaron Quechua, Economía Política y otras asignaturas; túneles para almacenar víveres, instrumental médico, fármacos y vendas, armas y municiones. Se instaló una planta de radio para comunicaciones, un observatorio, puntos de observación y se abrieron trincheras.

También desde allí partieron los combatientes a establecer los demás campamentos conocidos como "del Oso" e "Iripití" o "de los Monos", por la numerosa población de simios que vivía en los alrededores.

Rememorando aquellos días de la "Casa de Calamina", el coronel Leonardo Tamayo, superviviente de los acontecimientos de 1967, subrayó en una entrevista periodística:

"Ya una vez que todos estuvimos agrupados... Che designó al Estado Mayor, sin embargo, hizo énfasis en que todos teníamos que cumplir deberes de soldados, empezando por él, que hacía sus guardias, era ayudante de cocina cuando le correspondía, buscaba leña y agua en el río... a pesar de ser el jefe indiscutido y de tener la responsabilidad máxima de todo el proceso guerrillero que se iniciaba..."

En el interior de esa choza descansaron casi todos los protagonistas de la épica hazaña, o se abrigaron del frío. Entre quienes pernoctaron en la finca de Ñancahuasú está Loyola Guzmán Lara, la única mujer boliviana que compartió momentos de la vida en campaña con el Guerrillero Heroico y sus compañeros.

Por su juventud, nadie podía imaginar que esa estudiante de la ciudad de La Paz fuera la responsable de finanzas del movimiento revolucionario que se gestaba, y uno de los pilares de la red urbana de apoyo a la guerrilla. Al ser descubierta, fue apresada, torturada, y sufrió largos años de prisión. Más tarde fue sometida a constantes acosos y persecuciones.

Entrevistada en 1987 por Adys Cupull y Froilán González, les narró los hechos del día de enero de 1967 en que tuvo la oportunidad de ver, por primera vez, al Guerrillero Heroico en Ñancahuasú; su larga conversación con el jefe internacionalista, los temas que trataron, el trato que le brindaron los compañeros de guerrilla.

"Fuimos por dentro del río para no dejar huellas... llegamos a un lugar donde había piedras muy grandes y en ambas orillas estaban los compañeros esperando. En un lado estaban Ricardo, Pombo y otros. En la otra orilla estaba el Che. Fue una cosa que jamás había pensado... Él me dio la mano y me preguntó: ¿Por qué estás mojada?. ¿el río es muy hondo, o tú eres muy pequeña?. Tuve la impresión de que a pesar de ser un hombre tan conocido, que había ganado su lugar en la lucha, era muy sencillo... me pareció que lo había conocido toda la vida. Ël me explicaba todo con gran sencillez y con muchos detalles, y me escuchaba igual, como si yo fuera diciendo las mejores cosas del mundo."

Al plasmar en su diario las incidencias de aquel día, Che escribió:

"Loyola me hizo muy buena impresión. Es muy joven y suave, pero se le nota una cabal determinación".

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Durante la fase preparatoria de la lucha armada en Bolivia, los hermanos "Coco" e "Inti" Peredo Leigue, ambos militantes del Partido Comunista de esa nación suramericana, establecieron contacto con Benjamín Coronado Córdova, miembro de las juventudes comunistas bolivianas, quien poco después se incorporaría a las actividades conspirativas.

Maestro de profesión, ejercía su magisterio en una humilde escuelita de La Paz, la capital del altiplano. A su carácter juvenil se unía un gran sentido de la solidaridad humana, sobresaliente firmeza de carácter y un inquieto espíritu emprendedor que sólo tenía como limitante un físico endeble, poco capacitado para soportar tensiones físicas extremas.

Tiempo antes del encuentro con los hermanos Peredo, Benjamín visitó Cuba. Este hecho quedó plasmado por Che en su Diario el 21 de enero de 1967:

"...En medio de la lluvia llegó Pedro conduciendo a Coco y tres reclutas nuevos: Benjamín, Eusebio y Walter. El primero viene de Cuba y va a la vanguardia, pues tiene conocimientos de armas..."

El primero de febrero de 1967, la guerrilla boliviana emprendió su camino hacia el norte en busca de la región determinada por Che como teatro de operaciones.

Escollos sumamente difíciles de superar, marchas y contramarchas, agotadoras jornadas machete en mano para abrir trochas por donde caminar en la tupida y desconocida vegetación; avances hacia zonas más altas, de menor facilidad para acceder a ellas, caracterizaron desde la primera etapa el avance del grupo guerrillero a través de las montañas.

Veinticinco días más tarde, ocurriría un suceso doloroso para la columna rebelde que prácticamente acababa de iniciar su vida en campaña. Che anotaría en su Diario:

"...seguimos caminando, tratando de alcanzar el Río Grande, para seguir por él. Lo logramos y se pudo seguir durante un poco más de 1 km., pero hubo que volver a subir pues el río no daba paso en un farallón. Benjamín se había quedado atrás, por dificultades en su mochila y agotamiento físico; cuando llegó a nuestro lado le di órdenes de que siguiera y así lo hizo, caminó unos 50 ms. y perdió el trillo de subida, poniéndose a buscarlo arriba de una laja... hizo un movimiento brusco y cayó al agua.

"No sabía nadar. La corriente era intensa y lo fue arrastrando mientras hizo pie, corrimos a tratar de auxiliarlo y cuando nos quitábamos las ropas desapareció en un remanso. Rolando nadó hacia allí y trató de bucear, pero la corriente lo arrastró lejos. A los cinco minutos renunciamos a toda esperanza. Era un muchacho débil... pero con una gran voluntad de vencer, la prueba fue más fuerte que él... tenemos ahora nuestro bautismo de muerte a orillas del Río Grande, de una manera absurda. Acampamos sin llegar al Rosita a las cinco de la tarde. Nos comimos la última ración de frijoles."

El cuerpo del joven guerrillero nunca se encontró.

A partir de octubre de 1967, la familia del joven revolucionario fue acosada permanentemente por las fuerzas policiales y militares de Bolivia. En 1969 fue secuestrada su hermana Raquel junto a su pequeño hijo y torturada en una casa de alta seguridad.

Posteriormente, don Benigno Coronado y doña Geraldine Córdova, padres del héroe, fueron detenidos y torturados. Don Benigno recibió, incluso, un tiro en la boca, que le impidió hablar durante mucho tiempo.

Doña Geraldine, gravemente enferma, fue trasladada a un hospital bajo permanente custodia, de donde fue rescatada por la audaz acción de un grupo de estudiantes. Murió el 26 de abril de 1988, a los 77 años de edad. Su cuerpo fue sepultado envuelto en la bandera del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, como había pedido reiteradamente a sus familiares más cercanos.

Su sepelio constituyó una combativa manifestación de duelo popular.

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La columna recibe el mes de marzo de 1967 bajo los efectos de una marcha tan lenta como agotadora, agravada por afecciones físicas de los hombres, escasez de medicamentos y, sobre todo, de alimentos.

Al valorar aquellas circunstancias, el Comandante en Jefe Fidel Castro subraya en su Introducción Necesaria al Diario del Che en Bolivia:

"Impresiona profundamente la proeza realizada por este puñado de revolucionarios. La sola lucha contra la naturaleza hostil en que desenvolvían su acción constituye una insuperable página de heroísmo."

Es el 20 de marzo de 1967 cuando la fuerza rebelde al mando del Guerrillero Heroico regresa nuevamente al Campamento Central en Ñacahuasú, y conoce de la presencia allí de Tamara Bunke Bíder (la inolvidable Tania), del pintor argentino Ciro Bustos y del escritor francés Regis Debray.

El mismo Debray que, después de ser detenido, interrogado, enjuiciado por los esbirros del ejército boliviano de entonces y luego excarcelado por la solidaridad internacional, se convirtió en uno de los más bajos detractores de aquella gloriosa página de la historia latinoamericana, demostrando al mismo tiempo pertenecer políticamente a la peor calaña de la especie humana.

Al finalizar aquel día, Che concluye sus anotaciones en el Diario con la siguiente información:

"...Se conoce que el Loro apareció y anunció haber matado a un soldado."

"Loro" era el seudónimo del revolucionario boliviano Jorge Vázquez Viaña, integrante de un grupo de exploración organizado por Che, quien le ordenó moverse a varios kilómetros de distancia del lugar donde momentáneamente se asentó el resto de la columna guerrillera.

En su Diario, acotaría Che el 21 de marzo:

"Se escucha un informe radial en que se anuncia un muerto y se desmiente luego; lo que indica que fue verdad lo del Loro."

Un suceso accidental, fortuito, fue el detonante del primer enfrentamiento, en una fecha aún lejana de la que Che previó para el inicio de las acciones combativas.

Los guerrilleros exploradores habían avanzado hacia un lugar donde quedaron enfrentados, casi de narices, con una avanzadilla del ejército boliviano, en una zona conocida por Yocunda. Hubo intercambio de disparos y "Loro" hiere a un soldado.

La guerra había comenzado.

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"Día de acontecimientos guerreros." Así calificó el Guerrillero Heroico la jornada del 23 de marzo de 1967. En la Quebrada del Ñacahuasú retumbaron los disparos del primer combate de envergadura de la guerrilla boliviana. Sólo siete hombres, emboscados, ocasionaron al enemigo siete muertos y 18 prisioneros, entre los que se encontraban un mayor y un capitán formados en la escuela de tropas especiales del Comando Sur del ejército norteamericano, con base en el canal de Panamá.

El gobierno boliviano del general Barrientos, siguiendo disposiciones de la Agencia Central de Inteligencia yanqui, emitió un comunicado lleno de mentiras sobre el acontecimiento. Cinco días después de la acción, Che escribió en su Diario:

"Hoy hizo explosión la noticia acaparando todo el espacio radial y produciendo multitud de comunicados."

¿Qué ocurrió en realidad?.

El 22 de marzo, Che ordenó la emboscada formada por los combatientes Dariel Alarcón (Benigno), Roberto Peredo (Coco), Walter Arencibia (Walter), Antonio Jiménez (Pedro), Apolinar Aquino (Apolinar), y Francisco Huanca (Pablo), bajo el mando de Eliseo Reyes (Rolando).

A la mañana siguiente, llegó Coco, a la carrera, hasta la posición del Che, para avisar de la caída de una sección del ejército boliviano en la emboscada. El jefe guerrillero anotó ese día:

"Se capturó el plan de operaciones que consiste en avanzar por ambos lados del Ñancahuazú para hacer contacto en un punto medio... un mayor y un capitán, prisioneros, hablaron como cotorras."

El 28 de marzo de 1967, escribió:

"...las radios siguen saturadas de noticias sobre las guerrillas. Estamos rodeados por 2000 hombres en un radio de 120 kilómetros y se estrecha el cerco, completado por bombardeos de napalm..."

La guerrilla acababa de demostrar su presencia, su capacidad de acción, y había roto el silencio en que la querían envolver la Agencia Central de Inteligencia y el gobierno boliviano.

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En su recorrido por los senderos de la guerrilla boliviana, 20 años después de aquellos acontecimientos históricos, Adys Cupull y Froilán González obtuvieron la siguiente declaración de una vecina de Lagunillas, la aldea capital de la provincia de Cordillera:

"El veintitrés de mayo hubo hartos muertos. Justo en esa fecha comenzó el combate del Che en Bolivia y justo yo lo recuerdo también."

Los detalles del hecho fueron reflejados por la prensa local y sudamericana, con declaraciones de voceros militares y entrevistas a los ex-prisioneros de los guerrilleros. Uno de ellos, el capitán Augusto Silva, relató:

"...el jueves santo comenzamos un patrullaje por orden superior, en busca de los hombres que una semana antes nos habían atacado. Era la quinta salida de rutina. Sabíamos que se encontraban en alguna parte de la Quebrada de Ñancahuasú.

"Luego de andar casi una hora llegamos al río... y seguimos por él hacia arriba... Descansamos unos minutos y esperamos al Mayor Plata y al subteniente Amézaga que venían con otros grupos.

"...el lugar era muy arbolado y nos podían atacar de cualquier lado... Anduvimos unos 30 metros más cuando fuimos sorprendidos por un fuego cruzado intenso, de derecha e izquierda.

"...alcanzamos a disparar arrastrándonos, pero sin distinguir el blanco real... Vargas se desplomó cuando intentaba, corriendo, refugiarse tras un árbol. Vi caer varios soldados..."

La guerrilla ocupó 16 fusiles máuser y dos mil tiros para ese armamento, tres morteros con 64 proyectiles, tres subametralladoras, dos ametralladoras pesadas y otra ligera con dos cintas cargadas.

Hechos posteriores confirmarían la certeza del carácter desmoralizante del golpe para el gobierno y el ejército bolivianos. Los norteamericanos aceleraron su participación en las acciones de inteligencia y contrainsurgencia. Se hizo ostensible el incremento de la presencia militar yanqui en el teatro de operaciones guerrilleras.

El teniente coronel Redmond E. Weber, jefe del octavo grupo de las fuerzas especiales del ejército norteamericano, arribó a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra el 27 de marzo de 1966, acompañado por el mayor Ralph W. Shelton. Al día siguiente, desembarcarían allí 15 expertos en lucha antiguerrillera, venidos de Viet Nam del Sur.

José Luís Morales, de La revista española "Interviú", publicó un reportaje el 30 de septiembre de 1987 donde aclara que el grupo de expertos estaba integrado por los capitanes Edmond Fricke, William Trimble y Margarito Cruz, además de 12 sargentos instructores.

Este fue el equipo que organizó la escuela de tropas especiales del ejército boliviano en la zona de "La Esperanza", muy cercana al teatro de operaciones guerrilleras.

Al mismo tiempo, en el campamento guerrillero, el Comandante Ernesto Che Guevara estudiaba el contenido infamante de la nota oficial que emitió el gobierno boliviano sobre el combate de la Quebrada de Ñacahuasú, el 23 de marzo.

Como respuesta, redactó el Comunicado Número Uno del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia.

El documento fue trasladado por uno de los oficiales prisioneros de los combatientes revolucionarios, y publicado en el diario "Prensa Libre", de la ciudad de Santa Cruz, el Primero de Mayo de 1966. La noticia provocó una ola mucho mayor de informaciones y crónicas transmitidas al mundo entero.

La valentía de ese órgano provocó más rabia aún al golpista general Barrientos, quien ordenó el cierre del diario y el encarcelamiento, tortura y condena de su director, excarcelado después ante la presión popular ejercida por el gremio de periodistas bolivianos con el apoyo de numerosas organizaciones de intelectuales, estudiantiles y sindicales.

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La intervención directa del ejército yanqui en la lucha contra la guerrilla boliviana estaba signada por el convencimiento del gobierno norteamericano de que allí podían germinar las ideas revolucionarias y antiimperialistas con un ímpetu de incalculable fuerza, en las grandes masas abandonadas por siglos a su suerte, y sometidas a la más cruel explotación desde la época colonial.

Ese creciente temor adquiría carácter de pánico entre los generales golpistas y los gobernantes de las oligarquías de la región, al quedar convencidos de que la lucha que se libraba en el altiplano de Sudamérica estaba dirigida por uno de los revolucionarios más prestigiosos del mundo en la última mitad del siglo XX.

El Comandante Ernesto Che Guevara nunca consideró como un hecho absoluto que la vía armada fuera el único camino de las clases desposeídas para obtener el poder sobre sus explotadores históricos, pero sí estaba convencido de que quienes detentaban ese poder por más de 100 años no se lo dejarían arrebatar.

Varios años antes de los acontecimientos bolivianos, precisamente el 30 de abril de 1962, el entonces Ministro de Industrias de la Revolución Cubana expuso ante los trabajadores el siguiente punto de vista:

"...no hay forma tal o cual de tomar el poder. La clase obrera, auxiliada, fortalecida por la clase campesina, no debe buscar nunca la batalla más sangrienta porque costaría miles y miles y miles, y millones de vidas de sus hijos... pero la toma del poder por la clase obrera es una necesidad histórica, y nadie puede oponerse a la historia de tal manera que aquellos que no quieran ceder ante las razones y ante las fuerzas unificadas de la clase obrera, deben aprestarse y defender sus malas razones con las armas, y deben también, desaprestarse a sucumbir ante una fuerza histórica que ya no reconoce límite a su poder, a su expansión, a su capacidad de ascenso continuo."

El 25 de marzo de 1967, Che declaraba la fundación del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia.

En el momento del bautismo de fuego, y con la pérdida de dos valiosos combatientes, el destacamento guerrillero contaba con 41 efectivos organizados en una Vanguardia, el grupo del Centro y la Retaguardia.

Como jefe de la Vanguardia fue escogido el cubano Miguel Hernández Osorio y la integraban los también cubanos Alberto Fernández Montes de Oca y Dariel Alarcón, actualmente traidor a su patria y a la gloria que contribuyó a forjar 30 años atrás.

A esa sección de avanzada fueron incorporados los bolivianos Jorge Vázquez Viaña, Aniceto Reinaga Gordillo, Roberto Peredo Leigue, Mario Gutiérrez Ardaya, Francisco Huanca Flores, David Adriazola Veizaga, Raúl Quipaya Choque y Orlando Jiménez Bazán.

Comandado por el propio Guerrillero Heroico, el Centro contaba con los cubanos Gustavo Machín Hoed de Beche, Eliseo Reyes Rodríguez, Carlos Coello, Octavio de la Concepción de la Pedraja, los hermanos José María y René Martínez Tamayo, Orlando Pantoja Tamayo, Leonardo Tamayo Núñez y Harry Villegas Tamayo.

De los bolivianos, fueron seleccionados para ese grupo Guido Peredo Leigue, Julio Luis Méndez Korne, Simón Cuba Sarabia, Jaime Arana Campero, Antonio Domínguez Flores y Moisés Guevara, así como los peruanos Lucio Edilberto Galván Hidalgo y Juan Pablo Chang Navarro.

Se incluyó, además, a la argentino-alemana Tamara Bunke Bíder, al argentino Ciro Roberto Bustos y al francés Regis Debray, que se encontraban de visita en el Campamento central cuando los acontecimientos bélicos se desataron antes del tiempo previsto por el Guerrillero Heroico.

La Retaguardia se conformó con Juan Vitalio Acuña Núñez e Israel Reyes Zayas, como jefe y segundo al mando, respectivamente, y la integraban los también cubanos Jesús Suárez Gayol, Antonio Sánchez Díaz y los bolivianos Antonio Jiménez Tardío, Apolinar Aquino Quispe, Walter Arencibia Ayala, Freddy Maymura Hurtado y Casildo Condoni Vargas.

Una fuerza que supo cumplir con el deber impuesto por la historia, y que hoy refulge con más brillo en el sitial más alto de la memoria viva de los pueblos.

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Un intenso dolor se añadía a cada momento al peso del armamento y las vituallas. El clavo le sorprendió en el camino, hundiéndose profundamente en el pie. Cojeaba, pero continuó devorando lomas y hondonadas como los demás. Primero un día, después otro y otro más, mientras soportaba una infección que aumentaba en cada agotadora jornada.

Pero no emitió el más mínimo quejido; porque cualquier cosa soportaba, menos la idea de que lo retiraran del entrenamiento y se esfumaran sus anhelos internacionalistas. Por eso no dijo nada a "Ramón", el querido pero inflexible jefe.

Uno de sus compañeros que sobrevivieron a la gesta guerrillera boliviana recordó en una entrevista periodística aquella anécdota y comentó a continuación:

"Fue una tremenda prueba de la entereza y de la decisión revolucionaria de Jesús, pues con aquella herida (...) con decenas de libras en la mochila, requería un esfuerzo sobrehumano..."

Así de estoico fue Jesús Suárez Gayol; sublime faceta que junto a la audacia y el valor le acompañó desde su bautismo de lucha frente a los asesinos batistianos en su natal Camagüey, donde siendo líder estudiantil descolló en numerosas acciones.

Tras la liberación de los combatientes del Cuartel Moncada en 1955, Suárez Gayol logró asistir a un encuentro con Fidel Castro Ruz. Después de conocer personalmente y conversar con el jefe de los participantes en el asalto del 26 de julio de 1953, Jesús expresaría:

"¡Qué hombre es Fidel! ¡Qué modo de pensar!... Ahora sí pelearemos, ahora sí!".

Y desde ese momento, el movimiento revolucionario cubano contó con un activo e intrépido militante.

El dos de diciembre de 1966 escribió a su madre, doña Aurora Gayol, una carta de despedida en la que le expresaba la alegría por la oportunidad que tenía de ayudar a la liberación de otros pueblos, y subrayaba:

"...sé que mi madre es una revolucionaria en toda la extensión de la palabra y aunque sufra, porque eso es inevitable, en el fondo de su corazón aprueba esta decisión mía y se siente orgullosa de su hijo... Cuando el dolor sea muy fuerte, piensa en tu hijo que es feliz combatiendo por la revolución, aunque ello implique ciertos riesgos."

Varias semanas más tarde, se incorporaría al destacamento guerrillero en las márgenes del Ñacahuasú, donde cumplió con cada tarea en los casi cuatro meses de actividad que compartió. Su última misión le fue asignada el 10 de abril de 1967.

Aquel día, de madrugada, Che ordenó una emboscada con ocho hombres de la Retaguardia, reforzada con otros tres de la Vanguardia. Al levantar la mañana, 15 soldados se internaron en dirección a los apostados. En su Diario, Che apuntó:

"...a media mañana llegó muy agitado el Negro a avisar que venían 15 soldados río abajo... Pronto llegaron las primeras noticias, con un saldo desagradable: El Rubio, Jesús Suárez Gayol, estaba herido de muerte. Y muerto llegó a nuestro campamento, un balazo en la cabeza... el tiroteo duró unos segundos... junto a un soldado herido encontraron al Rubio ya agonizante, su garand estaba trabado y una granada con la espoleta suelta, pero sin estallar, estaba a su lado."

El general de brigada Harry Villegas Tamayo (Pombo), superviviente de aquellos acontecimientos, aclaró que el primer contacto de los soldados fue con El Rubio, porque estaba mal situado, y era blanco fácil del enemigo. Éste lo detecta y dispara primero que Gayol.

Como si la pérdida del hermano hubiera acicateado a los combatientes revolucionarios, en otra emboscada preparada el mismo 10 de abril los guerrilleros lograron infligirle al enemigo otra derrota, causándole siete muertos, cinco heridos y 22 prisioneros, además de ocupar numerosos pertrechos de guerra.

Dos días después, Che reunió a toda la columna para destacar las facetas del combatiente caído, "y significar que la primera sangre derramada fue cubana..."

Jesús Suárez Gayol fue consecuente con la afirmación que le sirvió de párrafo final a la carta que dirigió a doña Aurora:

"Cuando se es revolucionario verdadero se siente la necesidad de servir a la Revolución desde los lugares más difíciles, en los puestos de vanguardia."

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"Dame un abrazo Beni, quizás no nos volvamos a ver."

Así le manifestó Gustavo Machín Hoed de Beche (Alejandro) a uno de sus compañeros de armas en Bolivia. Pocas horas antes, el Guerrillero Heroico había anunciado la Retaguardia del resto de la columna del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia.

Aquella expresión fue premonitoria, por las circunstancias en que los combatientes desenvolvieron sus actividades. Pero la medida adoptada por Che se impuso como imperativo para mantener la capacidad de acción y la movilidad de la tropa en esos momentos.

El combatiente Vitalio Acuña (Joaquín), jefe de la Retaguardia, mantenía su cuerpo inflamado desde principios de marzo por la falta de proteínas, al igual que otros compañeros. Tamara Bunke (Tania), y Gustavo Machín padecían de agudas infecciones generalizadas; Octavio de la Concepción (Moro), presentaba una gran depauperación, y Moisés Guevara (Moisés), adolecía de agudos cólicos biliares.

Al mismo tiempo, como reacción por los descalabros sufridos a manos de los revolucionarios, el ejército había incrementado a dos mil 800 sus efectivos en la zona de operaciones bélicas, mientras completaba cerco tras cerco bajo la dirección de oficiales y agentes de la CIA yanquis.

Al respecto, Che anotó en su Diario el 13 de abril:

"Los norteamericanos anuncian que el envío de asesores a Bolivia responde a un plan viejo y no tiene nada que ver con las guerrillas. Quizás estamos asistiendo al primer episodio de un nuevo Viet Nam."

Unida a esos problemas, estaba "la resaca", formada por bolivianos que habían sido expulsados deshonrosamente de la columna rebelde y mantenidos en la Retaguardia por razones de seguridad.

Che veía la necesidad de incrementar la agilidad frente a tales obstáculos y seguir luego el camino hacia Muyupampa. La separación era imprescindible y debía ser por pocos días.

En sus anotaciones, subraya:

"...mandé buscar a los 4 rezagados para que se quedaran con Joaquín y a éste le ordené hacer una demostración por la zona para impedir un movimiento excesivo y esperarnos durante tres días, al cabo de los cuales debe permanecer por la zona pero sin combatir frontalmente y esperarnos hasta el regreso."

La separación tuvo lugar el 17 de abril y el contacto nunca llegó a producirse. Pero Joaquín, Braulio, Tania, Alejandro, Marcos, El negro, Pedro, Víctor, Polo y Moisés cumplirían con la orden recibida, a pesar de la odisea que vivirían en los siguientes 136 días.

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Un jeep atravesaba los intrincados parajes cercanos al río Ñacahuasú. El espigado chofer, de largos bigotes, conversaba con su acompañante. De repente, perdió el control del vehículo y sólo atinó a detenerlo cuando las ruedas delanteras quedaron al borde de un precipicio, soportadas por el añoso tronco de un viejo árbol que increíblemente soportó la embestida.

Aún con peligro de caer despeñado en medio de la penumbra del atardecer, el conductor no salía de su asombro. Aquel hombre sentado a su lado, de físico extraño y rostro poco agradable, empedernido fumador en pipa, acababa de revelarle su verdadera identidad.

De esa insólita manera, Jorge Vázquez Viaña conoció al Comandante Ernesto Che Guevara.

Hijo de un destacado historiador boliviano, Vázquez Viaña militaba en el Partido Comunista de su país, donde conoció a los hermanos Coco e Inti Peredo Leigue. Con ellos se incorporó a las complejas actividades preparatorias para el inicio de la lucha armada en el altiplano, bajo los seudónimos de "Bigotes" o "El Loro".

Los pobladores de Lagunillas le recuerdan como un hombre cariñoso, atento, gentil y muy cumplidor. Durante sus recorridos por aquellos parajes, Adys Cupull y Froilán González recibieron muchas muestras de admiración y respeto de quienes recordaron al revolucionario. Uno de los entrevistados, Ernesto Barba, les confirmó:

"Un día vino un señor de los guerrilleros, y le compró a mi amigo Lucilio Aldenate dos mulas. Yo estaba tomando mate en bombilla y le invito a mate y me dice que no, porque no tenía bombilla para preparar y yo le regalé una, yo creía que era el Coco. después me di cuenta de que no era el Coco. No sé bien por dónde lo tomaron, y vi la fotografía y era Vázquez Viaña..."

"Yo vi que era un hombre alto y correcto. Montó en el pelo de la mula y se llevó la otra mula..."

Miembro de la red urbana de apoyo, el Loro integró la vanguardia de la columna revolucionaria por decisión del Comandante Guevara, quien apreció el rápido aprovechamiento y el interés que aquel joven demostraba en las clases impartidas durante los meses previos al inicio de la guerra.

Fue el Loro quien detonó la espoleta de la contienda, cuando el 17 de marzo de 1966, de vuelta la columna guerrillera de su larga travesía por entre las montañas cercanas al campamento central, en Ñacahuasú, ocasiona la primera baja al ejército en un enfrentamiento ocasional con exploradores enemigos. Treinta y cinco días más tarde, caería prisionero en Taperillas.

El enfrentamiento de Taperillas tuvo lugar como consecuencia de errores cometidos por varios combatientes rebeldes. En su Diario, Che calificó la escaramuza como "de resultados negativos para la guerrilla".

Al conocer de la desaparición del Loro, Che ordena su búsqueda, pues los datos recibidos le hacían pensar que había quedado herido, lo que fue cierto. Confiaba, no obstante, en que la ausencia de Vázquez Viaña fuera transitoria. La realidad fue otra.

En Taperillas, los rebeldes fueron sorprendidos por el enemigo y se produjo un breve intercambio de disparos que, no obstante, fue intenso en volumen de fuego. La guerrilla se movilizó velozmente para evitar el cerco, perdiendo de vista al Loro, quien fue detectado por la soldadesca, gravemente herido.

Vivo lo trasladaron a Vallegrande y luego a la jefatura de la IV División, en Camiri, donde los asesores norteamericanos y los agentes de la CIA lo sometieron a brutales torturas. Pero de Vázquez Viaña el enemigo no pudo obtener la más mínima información.

Versiones periodísticas de aquellos días, publicadas en periódicos bolivianos, aportaron elementos contradictorios acerca de supuestos intentos de fuga del Loro. Otros observadores, más preclaros, alertaron sobre una posible desinformación a cargo de la Central de Inteligencia yanqui. Y estaban en lo cierto.

La verdad se abrió paso con el tiempo. El asesinato de Jorge Vázquez Viaña fue ordenado por los agentes de la CIA, y la criminal acción se cumplió en Choretti, una instalación militar situada a la entrada de Camiri. Después, su cuerpo fue lanzado desde un avión, mientras sobrevolaba la zona de Lagunillas.

Diez años atrás, en sus declaraciones a Adys Cupull y Froilán González, Ernesto Barba contó los hechos de aquel día:

"A Vázquez Viaña lo montaron en el avión, como todo el mundo sabe, y lo largaron desde el aire. Entonces yo quería enterrarlo, porque yo lo había conocido. Aparece en el otro lado del camino que viene aquí. Hay un cerrito que se llama "El Hueso", ahí está enterrado."

Algunos individuos involucrados en los hechos aseguraron hace 30 años que, al enfrentarse a sus asesinos, el Loro exclamó:

"Pueden ustedes matarme, pero moriré con la conciencia de haber luchado por mi Patria."

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Existen héroes que, aún compartiendo el sitial de la gloria con sus similares, descuellan con la intensa brillantez de un astro joven. Son, sencillamente, excepcionales, y a esa categoría de la inmortalidad pertenece el Capitán Eliseo Reyes Rodríguez.

Si en Che confluyen todas las virtudes humanas, Eliseo es el más sobresaliente seguidor de las enseñanzas y ejemplos del Guerrillero Heroico.

Lo demostró desde el momento en que se convirtió en el combatiente rebelde más joven de los subordinados al Che en la Sierra Maestra, y lo ratificó el día en que, inscrito ya en las páginas de la historia cubana como el legendario Capitán San Luis, dijo a dos de sus compañeros:

"Bueno muchachos, me voy. Voy a cumplir una misión revolucionaria fuera de Cuba. Ustedes saben que eso es lo que yo anhelaba... que ese es mi mayor sueño."

Nacía el "Rolando" de la futura gesta boliviana, aunque faltaban largos meses de entrenamiento primero, y luego, la vinculación directa en la lucha armada contra el imperialismo en el corazón de Sudamérica.

Su reencuentro con el Comandante Ernesto Che Guevara se produce el 20 de noviembre de 1966. En diciembre de ese año, asume las responsabilidades de comisario político del núcleo guerrillero. Uno de los supervivientes de aquellos acontecimientos, afirmó:

"Por sus altos méritos y su clara capacidad para esta tarea, había devenido en político del grupo, era quien cuidaba de cada compañero con una solicitud extrema..."

Su pequeña y menuda figura se multiplicada ante cada tarea. Una anécdota de Leonardo Tamayo (Urbano), confirma esa faceta:

"...El Che recibió un mensaje de Pinares que decía que el ejército avanzaba hacia el campamento central... me planteó que hiciera una balsa y me lanzara a cruzar el río, que continuaba muy crecido, y me adelantara con un mensaje para Pinares. San Luís, con ese espíritu combativo... esa disposición de hombre incansable y siempre dispuesto a los mayores sacrificios, le pide al Che que lo deje a él cumplir la misión porque, le dijo, sabía nadar mejor que yo. Efectivamente, San Luís era un peje en el agua y el Che lo utilizó."

Rolando recibió de Che la orden de organizar la mayoría de las emboscadas desde el inicio de la guerra en Bolivia. Esas acciones le infligieron al enemigo 18 muertos, más de 10 heridos y 44 prisioneros, entre ellos dos mayores, un capitán, dos tenientes y varios suboficiales.

Su muerte ocurrió el 25 de abril, cerca de una de las orillas del Ñacahuasú, durante la marcha de la columna hacia Muyupampa. Che anotaría en su Diario:

"Día negro".

"...al producirse un alto mandé a Urbano para que ordenara la retirada, pero vino con la noticia de que Rolando estaba herido, lo trajeron al poco rato ya exangüe y murió cuando se empezaba a pasarle plasma. Un balazo le había partido el fémur y todo el paquete "basculonervioso", se fue en sangre antes de poder actuar."

Uno de los testigos presenciales de aquel momento terrible, narró años después que al llegar Rolando hasta Che, el jefe internacionalista, desesperado, corre hacia él y trata en vano de detener la hemorragia, pero el guerrillero fallece.

Un testigo presencial, narró posteriormente: "Y allí se para Che, y lleno de dolor afirma: "hemos perdido a uno de los más valientes y a uno de los más queridos de nuestros compañeros...". Y vemos como si quisiera seguir hablando, pero ya no tuviera palabras... y cuando abrimos una sepultura y ponemos a San Luís, Che se viró de espaldas... y le vimos sacar el pañuelo sin darnos el frente. Luego, como siempre, se dominó y dice: ¡Haber, carijo, a su lugar! ¡No nos van a matar aquí a todos!"

El Guerrillero Heroico subrayó en el Diario que había perdido al mejor hombre de la guerrilla, a uno de sus pilares, y a renglón seguido afirmó: "...de su muerte oscura sólo cabe decir, para un hipotético futuro que pudiera cristalizar: "tu cadáver pequeño de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma."

Al caer la noche, el cerco se había completado una vez más, obligando a los revolucionarios a romperlo por la montaña, con el doble interés de no alejarse de la zona donde había quedado el grupo de Joaquín, del cual no tenían noticias.

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La escasez de alimentos azotaba a la Retaguardia, que seguía su lenta marcha en busca del grueso de la columna guerrillera, y manteniendo, al mismo tiempo, el enfrentamiento con la soldadesca enemiga.

Aumentaban los enfermos, y el combatiente se brindó a buscar comida. Primero una vez, luego otra. El tercer intento podía ser peligroso, pero hacía falta, y eran pocos los que estaban en condiciones de moverse rápidamente.

Regresó al maizal, que parecía abandonado como las veces anteriores, y no demoró en llenar dos sacos. Con uno en cada mano y el fusil en bandolera, se irguió para desandar el camino.

Ese fue el momento esperado por los soldados agazapados, y el combatiente revolucionario cayó abatido. El eco de los fogonazos anunció el paso de "Marcos" a la posteridad.

Algunos de los integrantes de la emboscada donde murió, refirieron así los últimos momentos del revolucionario cubano Antonio Sánchez Díaz, el "Pinares" invasor bajo las órdenes de Camilo Cienfuegos, campesino devenido en albañil en su natal Pinar del Río, y de convicciones tan firmes como las raíces de los Andes.

Ese fue su rasgo primordial. Por ello recorrió la isla dos veces y caminó la Sierra Maestra, semana tras semana, hasta llegar ante el Comandante en Jefe Fidel Castro, en 1957, sin contactos, sin avales del llano, sólo burlando la vigilancia de los batistianos. Y Fidel le otorgó una confianza que no defraudó.

Fue controvertida su actitud en los primeros meses de existencia de la columna rebelde en Bolivia. Después de muchas amonestaciones, Che llegó a anunciarle que, de continuar sus dificultades disciplinarias, tendría que ser expulsado de la guerrilla. Es cuando a "Marcos" le sobreviene una lacónica respuesta: "¡Antes fusilado!".

El Guerrillero Heroico destacó el hecho en su Diario, admirado por la fidelidad del veterano combatiente, uno de los primeros en descubrir la verdadera identidad del Comandante Guevara cuando, transfigurado como "Ramón el Gallego", se presentó ante los internacionalistas cubanos durante el entrenamiento.

El actual coronel Leonardo Tamayo, superviviente de la gesta de Bolivia, recordó en una ocasión aquella lejana mañana de 1966, en las montañas cubanas, cuando los internacionalistas recibieron la orden de reunirse para recibir a un extranjero que tenía un carácter difícil.

Relató el coronel Tamayo cómo aquél hombre comenzó a gastarles bromas pesadas, hasta que se detuvo ante Pinares, preguntándole por anécdotas ocurridas en pinar del Río durante los días de la Crisis de Octubre. Cuenta Urbano que, en ese instante, el naciente "Marcos", sobresaltado, gritó:

"¡Bicho!, eres tú... ¡es el Che, caballeros, es el Che!..."

Entre las virtudes de Antonio Sánchez Díaz resaltaba un marcado interés por la formación revolucionaria de las nuevas generaciones. En 1965 redactó una carta dirigida a su amigo, Walfrido Pérez, a la sazón uno de los combatientes del Ejército Rebelde escogidos para compartir con los jóvenes vanguardias integrantes de la Columna de los Seguidores de Camilo y Che.

De aquella misiva son estos párrafos: "...Te admiro varias veces, primero porque tienes el honor de representar a Camilo. Después, porque has ganado la oportunidad de realizar la Invasión dos veces. Y por último, porque los seguidores de Camilo y el Che, en esfuerzos y sacrificios, son símbolos de honra, valor y moral...

"...comprendo que sólo conoce la gloria quien vivió en el infierno, y es por esta razón que hay jóvenes que cuando no le dan más las piernas, caminan con la vergüenza y el corazón, y los que así se comportan, jamás se quejan, por eso te pido que los cuides, que los guíes y los orientes como hizo Camilo con nosotros..."

La tierra boliviana recibió en su seno la sangre de ese soldado de la liberación americana. Aquel que, siendo jefe de la Región Militar de la Isla de Pinos, actualmente Isla de la Juventud, al hablar en un acto de masas con motivo del aniversario 12 del Asalto al Cuartel Moncada, expresó:

"...las grandes glorias que pasan a la historia, a la hora de vivirlas se llaman: sacrificio."

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"No podemos eludir el llamado de la hora... El deber de todo revolucionario es hacer la Revolución."

Así leyó y releyó en el largo documento que Moisés Guevara le entregó. Allí estaba reflejado lo que su corazón de obrero explotado, discriminado y de ardiente luchador le hacía sentir con fuerza en su cerebro. Y aceptó la proposición de aquel dirigente de mineros, tan humilde como él.

Varios meses después, en febrero de 1967, Casildo Condori Vargas tuvo el honor de pertenecer a la columna guerrillera que dirigía el mismo autor del "Mensaje a la Tricontinental", el Comandante Ernesto Che Guevara. Y le nació un nuevo nombre: "Víctor".

Desconocía de armas, pero aprendió. Inadaptado físicamente a los rigores de la montaña, su formación de obrero hambreado no le permitía asustarse ante las vicisitudes que en lo adelante tendría que soportar. Impuso su voluntad de hierro y se entregó a las tareas que le asignaron en la Retaguardia, donde cumplió silenciosa y sencillamente sus deberes en cada momento.

Víctor cayó probablemente a manos de los mismos soldados que mataron a Marcos, y en el lugar donde éste derramó su sangre. Todo parece indicar que ambos estaban encargados de conseguir alimentos, para aliviar un poco la difícil situación de sus compañeros, enfermos y depauperados.

Tras la última salida de Antonio Sánchez Díaz (Marcos) hacia el maizal, y su posterior desaparición, motivaría posiblemente una orden de Joaquín, o la disposición voluntaria del propio Víctor, para buscar al cubano.

Al mismo tiempo, el grupo de Joaquín debió moverse a una zona más adelante, por la ruta inversa a la seguida por Víctor, quien debió retornar hacia un punto convenido de antemano.

Todo indica que sangre boliviana y cubana se fundieron una vez más, para dar mayor consistencia al sedimento histórico que ahora constituye, consecuente con lo que expresó el Guerrillero heroico en su "Mensaje a la Tricontinental":

"...Y si fuéramos capaces de unirnos, para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectiva, ¡Qué grande sería el futuro, y qué cercano!."

Así vivió y actuó Casildo Condori Vargas. La modestia y la sencillez de sus acciones para con su pueblo, realzan aún más su pequeña figura en el pináculo de la gloria.

Desconocedores de los terribles momentos que padecían sus compañeros de la Retaguardia, las fuerzas de la Vanguardia y el Centro de la guerrilla asestaban un nuevo golpe al enemigo, en la localidad de Tres Cabezas.

De acuerdo con el resumen hecho por el Guerrillero Heroico en su Diario, el ocho de mayo de 1966, el ejército tuvo cinco bajas, dos de ellos muertos, mientras quedaban en poder de los revolucionarios 10 prisioneros, siete fusiles M-1 y cuatro mausers, equipo personal diverso y municiones.

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La necesidad de agua y el imperativo de encontrar al grupo de la Retaguardia obligaba a las fuerzas comandadas por el Comandante Ernesto Che Guevara a moverse constantemente por zonas desconocidas, sin desaprovechar la ocasión de continuar el asedio contra los efectivos militares.

En el resumen de mayo, el Guerrillero Heroico subrayó:

"El punto negativo es la imposibilidad de hacer contacto con Joaquín, pese a nuestro peregrinar por las serranías. Hay indicios de que éste se ha movido hacia el norte."

Durante las dos últimas jornadas de ese mes, la Vanguardia y el Centro de la columna guerrillera ocasionaron nuevas bajas y prisioneros a las unidades combinadas de las divisiones Cuarta y Octava del ejército. El día 30, Che ordena a Orlando Pantoja (Antonio), preparar una emboscada a orillas de un camino recto, aparentemente trazado por grupos de prospección y explotación de petróleo.

Para esa misión también fueron asignados René Martínez Tamayo (Arturo), Julio Luis Méndez (Ñato), Simón Cuba (Willy) y Raúl Quipaya (Raúl). Che anotó:

"...me despertó un tiroteo en la emboscada. Pronto llegaron las noticias: el ejército había avanzado y cayó en la trampa. Tres muertos y 1 herido parece ser el saldo... Nos retiramos a pie caminando los 12 kms. hasta el cruce sin encontrar a Miguel en ese punto, tuvimos noticias de que el jeep se encangrejaba por falta de agua. A unos tres kms. de allí lo encontramos: orinamos todos en él y con una cantimplora de agua pudimos llegar hasta el punto máximo alcanzado, donde esperaban Julio y Pablo...

"Estamos bajando: desde 750 mts. llegamos a 650 mts."

Al siguiente día, en la zona de Espino, los exploradores se reencontraron con un viejo conocido de la región de Ñacahuasú, Gregorio Vargas, hombre poco confiable para los revolucionarios.

El Guerrillero Heroico apuntó en su crónica cotidiana: "...aportó buena información sobre las aguadas, las cuales sirvieron para recuperar el ánimo dañado por la sed, y aportar alivio al motor del jeep, el cual finalmente tuvo que ser abandonado por falta de combustible y nuevos recalentamientos..."

En medio de esos movimientos, se les presentó otra oportunidad de ataque contra el ejército. Dos de sus camiones atravesaban por la zona, en los instantes en que regresaban los exploradores con el agua y el cazador como guía. Che acotó en su Diario:

"...y se les hizo una emboscada apresurada, tumbando, al parecer, dos hombres. El Ñato, al fallarle la primera bala de salva de su granada antitanque, le puso una de guerra y el aparato le explotó en las narices, sin hacerle nada personalmente, pero destruyendo el tromblón. Seguimos retirándonos sin hostigamiento de la aviación... El ejército dio un comunicado reconociendo un subteniente y un soldado muertos en el día de ayer y atribuyéndonos muertos "vistos". Mañana, tengo la intención de cruzar la línea férrea, buscando las montañas."

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Al cumplirse cuatro meses de iniciadas las acciones bélicas revolucionarias en Bolivia, eran evidentes los síntomas de desmoralización en el ejército del país sudamericano.

Detractores y traidores pretenden tergiversar la realidad de entonces, aduciendo que la guerrilla comandada por el Guerrillero Heroico fue un fracaso en su concepción estratégica y en sus acciones tácticas, y que el ejército era un instrumento sólido y eficaz. Nada más lejos de la verdad.

Pueden considerarse los numerosos factores y hechos fortuitos que intervinieron en la caída en combate de los héroes internacionalistas, pero no que la causa principal correspondiera al ejército. Nadie mejor que los propios protagonistas de aquellos históricos acontecimientos para confirmar o negar los hechos.

El general de brigada Harry Villegas (Pombo), superviviente de la gesta, declaró hace algunos años a la revista cubana Verde Olivo que el plan era una de las páginas de la acción revolucionaria del Comandante Ernesto Che Guevara mejor concebidas, desde el punto de vista estratégico, y añadía:

"...Eso no tiene discusión... La enfermedad de Joaquín, el dividir nuestras fuerzas... son imponderables que no tienen nada que ver con la acción de las fuerzas contrarias..."

Dariel Alarcón (Benigno), actualmente traidor a los ideales revolucionarios que en 1967 defendió en las montañas bolivianas, supo calificar de fantástico el pensamiento táctico y estratégico de Che, y agregó:

"Si llegaban los soldados del régimen, estaba fijado de antemano lo que cada combatiente tenía que hacer, las posibilidades de salidas, puntos de encuentros, etcétera. Todo aquello aseguraba la supervivencia del destacamento guerrillero en caso de una acción desesperada."

Por otro lado, la desmoralización cundía en las filas del ejército, de forma tal, que afectó tanto a soldados como al cuerpo de oficiales y jefes; una característica común en todos los ejércitos defensores de las oligarquías explotadoras y vendidas a los intereses imperialistas.

Los investigadores cubanos de la guerrilla de Che en Bolivia, Adys Cupull y Froilán González, se entrevistaron con Gustavo Sánchez Salazar, periodista, escritor, exministro del Interior y de Relaciones Exteriores de Bolivia, quien actuó como corresponsal de guerra en Camiri hace 30 años.

Sus declaraciones aparecen en el libro "De Ñacahuasú a La Higuera". En una de sus partes, Sánchez Salazar expone:

"El 10 de abril vino el combate de Iripití, al frente de la unidad del ejército iba el mayor Rubén Sánchez y tuve la oportunidad de conocer todo en detalle, pues Rubén era mi hermano.

"Conocí de la bondadosa actitud de los guerrilleros con los soldados bolivianos, era algo que impresionaba a todos... Esa noche que los soldados bolivianos pasaron en poder de la guerrilla, los revolucionarios sembraron las semillas de la bondad y de los sentimientos humanos más nobles, fue como un detonante, porque los prisioneros militares no sentían odio hacia los guerrilleros, era admiración lo que sentían, consideración y respeto...

"...estaba claro que la propaganda que el alto mando militar y los servicios de inteligencia del ejército venían haciendo, donde planteaban que los guerrilleros eran unos asesinos y criminales, no era cierta. Los soldados sabían bien y se lo comunicaban a los otros, que eran seres humanos bondadosos que estaban luchando por un ideal y conocían cuál era ese ideal."

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Uno de los factores que valoró el Guerrillero Heroico para decidirse por Bolivia como el lugar más adecuado para reiniciar la lucha armada revolucionaria en Sudamérica fue la situación interna del ejército de aquel país. Los hechos posteriores dieron, una vez más, la razón al jefe internacionalista.

En la obra "La CIA contra el Che", Adys Cupull y Froilán González subrayan la situación de la tropa subordinada a la Cuarta División del ejército, asentada en la ciudad de Camiri:

"Cuando los soldados llegaban a Camiri no encontraban barracas, dormitorios, ni locales apropiados para guardar sus pertenencias; al regresar por alguna causa, casi todo había desaparecido... El promedio de bajas por enfermedades crecía mes tras mes. Sólo existían tres sanitarios para toda la tropa... Las deserciones, abandono de las misiones y los amotinamientos alcanzaban niveles peligrosos..."

Por otra parte, las acciones victoriosas de la guerrilla impactaban en la mente de los soldados. Sobre sus mentes influían las narraciones de los que caían prisioneros de los guerrilleros.

Esos rumores elevaban a mil el número de guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia. Entre los soldaditos se decía que los revolucionarios tenían "armas modernas, aviones que acuatizaban en los ríos" y que eran valientes, corajudos y bien organizados, acrecentando el sentimiento de derrota entre quienes se veían obligados a combatir sin ningún sentido moral o ideológico.

El boliviano Diego Martínez Estévez, autor del libro "Ñancahuazú. Apuntes para la historia militar de Bolivia", divulgó en esa obra una profusión de ejemplos que demuestran aquel panorama, así como la desmoralización del cuerpo de oficiales y jefes militares.

Subraya Martínez Estévez que los cuadros de las unidades en operaciones negaban los pases reglamentarios a sus subordinados, les quemaban las cartas y se apropiaban de los objetos de valor, que llegaban en los paquetes que los familiares enviaban a los soldados.

El libro de Martínez Estévez recoge el amotinamiento de la tropa en varias unidades como el regimiento "Bolívar", donde desertaron casi todos los soldados. Estos retornaron a sus puestos bajo amenaza de muerte y se sublevaron contra sus jefes, a los cuales intentaron linchar.

A mediados de 1967, un artículo publicado en el periódico "El Pueblo", de la capital boliviana, aceptaba que: "Los jóvenes conscriptos desconfían de sus conductores... La moral combatiente no tiene acicate patriótico." En otro párrafo, se expresa textualmente: "Los guerrilleros... han llegado incluso a utilizar sus propias medicinas y alimentos para auxiliar a la gente del campo que vive en la miseria..."

Sobre el tema, el revolucionario Guido Inti Peredo Leigue narra en su libro "Mi campaña junto al Che" detalles de las conversaciones que los revolucionarios sostuvieron con los soldados hechos prisioneros el 23 de marzo de 1967:

"También curamos a los heridos y les explicamos a los soldados los objetivos de nuestra lucha. Ellos nos contestaron que no sabían por qué los habían mandado a combatir, que estaban de acuerdo con lo que nosotros decíamos y nos reiteraban la petición de fusilar al mayor Plata, oficial que tenía una actitud déspota en la unidad..."

Mientras, se sucedían los escándalos en la cúpula militar. Las contradicciones entre los generales Barrientos, a la sazón presidente del país, y Ogando, el jefe de las Fuerzas Armadas, influyeron también en toda la vida del país. En ello también estuvo, como una constante, la mano de la CIA. Esas reyertas terminaron con el asesinato de Barrientos.

Quizás una acertada imagen de lo que ocurrió en Bolivia a mediados de 1967, la reflejó un corresponsal de guerra del semanario argentino "Siete Días":

"Por la madrugada volví a Camiri en un jeep. Delante, dos agentes de la DIC. Atrás, junto a mí, dos cadáveres. Recostados, dos heridos lloraban. Avanzábamos bajo la amenaza de la guerrilla...

"Al regreso, en Camiri, en La Paz, letreros con tiza en las paredes eran ecos de la guerrilla. Decían: huelga de mineros, de estudiantes, de maestros..."

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La existencia de la guerrilla y su dinámica influencia política, pese a las condiciones de aislamiento respecto a las principales ciudades bolivianas, conmocionaron el tradicional panorama social del altiplano e hicieron resurgir las contradicciones existentes en ese país, hace 30 años.

El incesante proceso de polarización de la sociedad: los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres, así como los despidos masivos de mineros, médicos y maestros, y el recrudecimiento de la represión, fueron apreciados en toda su crudeza.

El propio expresidente boliviano Víctor Paz Estenssoro, defenestrado del gobierno en 1964 por el golpe militar de los generales Barrientos y Ogando, admitió a la prensa peruana desde su exilio:

"Lo que en realidad ocurre es que, en mi país, existe un estado de creciente descontento... La incapacidad del régimen para solucionar los más apremiantes problemas... el sistema de trabajo forzado, las periódicas masacres, la entrega de las riquezas nacionales y el sostenido encarecimiento del costo de la vida, han creado un estado de latente insurrección."

Otra verdad era la existencia de campos de concentración, de corte fascista, en las selvas más inaccesibles de la geografía del país.

Fueron estudiantes universitarios los que generaron una acción que demostró la presencia de esas prisiones, donde eran concentrados obreros, dirigentes sindicales y gremiales, y militantes de partidos de oposición gubernamental. Allí solamente se podía llegar por aire, con el uso de helicópteros. Los jóvenes organizaron una visita a esas zonas, pero no consiguieron hacer realidad el objetivo.

La presencia del Guerrillero Heroico en Bolivia llegó a ser divulgada por la revista local "Crítica", mediante un reportaje de su director, el periodista Juan José Capriles, quien llegó hasta los combatientes revolucionarios. Tras la edición de ese número, Capriles fue detenido, torturado y encarcelado, y las instalaciones de la revista fueron destruidas por orden presidencial.

Tras la publicación, el Primero de Mayo de 1967, del Comunicado Número Uno del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, en un periódico de la ciudad de Santa Cruz, el ejército hizo prisionero al director de ese órgano, que fue torturado y luego sancionado a varios años de prisión.

Los hogares de quienes eran detenidos, acusados como "guerrilleros" o "colaboradores de los guerrilleros", eran saqueados. Los campesinos de las zonas donde operaba el ejército, si llegaban a ser considerados sospechosos de colaborar con los revolucionarios, eran torturados y en ocasiones asesinados, sus mujeres violadas y sus pertenencias robadas o destruidas.

Tal explosiva situación desembocaría en uno de los más sangrientos sucesos que conmovieron a la opinión pública latinoamericana en 1967: la masacre de la Noche de San Juan.

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Uno de los supervivientes de la guerrilla comandada por Che en Bolivia, narró a dos periodistas cubanos:

"Che quería que se hiciera contacto con las masas bolivianas para explicarles nuestra lucha... decía que es el pueblo quien, al solidarizarse con nuestra lucha, propagandizaba los objetivos que buscábamos hasta hacer que el pueblo se diera cuenta de qué lado está la razón... nos decía cómo era fundamental hacer contacto con los mineros."

En esos momentos existía gran agitación entre los obreros del cobre, históricamente atados a una vida de esclavitud permanente, e integrados por hombres y mujeres de largo historial de combate social y político.

Según protagonistas de los sucesos de 1967, los mineros comentaban acerca de la posible presencia de Che en las montañas bolivianas. También rumoraban noticias, de que varios mineros habían marchado al sudeste del país para unirse al movimiento armado revolucionario.

Como resultante de los acontecimientos políticos, militares y sociales que desembocaron en el incremento de la represión y la crisis interna en Bolivia, a principios de junio de 1967, los mineros de Catavi lanzan la propuesta de ayudar económicamente a los guerrilleros.

Días más tarde, irían a la huelga los obreros de Huanuni, quienes tomaron la población y las instalaciones productivas, declarándolos "Territorio Libre". Todo esto es informado al embajador norteamericano en La Paz, quien traslada las noticias al general Barrientos.

El gorila recibe, además, la notificación verbal del diplomático yanqui, de que unos créditos multimillonarios destinados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) al gobierno boliviano, sólo llegarían si la movilización obrera fuera aplastada.

Lo ocurrido posteriormente, aparece expuesto con detalles en un libro titulado "Galerías de muerte. Las minas bolivianas", escrito por el sacerdote Gregorio Iriarte. Refiriéndose a los momentos de la toma de Huanuni por los mineros, el religioso narra en su obra:

"...improvisaron reuniones, desfiles y discursos. La euforia se había apoderado de los dirigentes... y se pidió el aporte generoso de los mineros para colaborar con la guerrilla de Ñancahuazú...

La movilización obrera motivó que el Sindicato Nacional de los mineros convocara, para los días 25 y 26 de junio, un encuentro nacional de todos sus cuadros allí, en Huanuni.

Sin medidas de seguridad alguna, y sin previsión de las posibles acciones que podría adoptar el régimen militar de turno, los obreros no pensaron en una acción de armas contra ellos. La equivocación fue trágica.

Barrientos y varios de sus generales consignaron que la noche del 24 y la madrugada del 25 de junio, era el mejor momento para acabar con las manifestaciones y quebrar la espina dorsal de la organización sindical, pues la gran mayoría del pueblo estaría distraído en las fiestas tradicionales.

El sacerdote Iriarte narra los hechos: "A la puerta de cada hogar chisporroteaba una hoguera. frío intenso, noche serena, cielo tachonado de miles de estrellas...

"Algunos observaron atónitos la llegada intempestiva de un tren y el desplazamiento sigiloso de los soldados sobre las laderas del cerro San Miguel. Todavía la noche era cerrada, no valía la pena alterar el descanso de la gente...

"...Sin que nadie lo entienda, el campamento está envuelto en un espantoso tiroteo y el arma de cada soldado vomita ráfagas de muerte en cualquier dirección... Las balas penetran en las casas por las ventanas y a través de los techos de zinc... Los gritos de espanto de las mujeres y los niños ensordecen por un momento el tableteo de las ametralladoras. El ronco estampido de los morteros hace trepidar a los más valientes."

El cobre confundió su terroso y metálico color con el rojo de la sangre de mujeres, niños y ancianos. La periodista e investigadora boliviana Lupe Cajías, escribió lacónicamente que el 24 de junio de 1967 fue "el día más triste del mundo."

El Guerrillero Heroico supo de la masacre por las noticias emitidas desde radioemisoras argentinas. La columna guerrillera avanzaba por una zona conocida como Piraí, en su incesante búsqueda del grupo de la Retaguardia.

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La crisis política y social que vivía Bolivia en 1967 se profundizó de manera irreversible con la presencia del movimiento armado de Ñacahuasú, pero el régimen tiránico de entonces, con el asesoramiento de la Agencia Central de Inteligencia yanqui y el contubernio de otros elementos locales y continentales, lanzó sobre los acontecimientos un extenso manto de silencio.

En su libro "De Ñacahuasú a La Higuera", Adys Cupull y Froilán González refieren las declaraciones de Ana Harvey, boliviana de estirpe combativa, una de las protagonistas de las luchas estudiantiles ocurridas en su país en 1967. Sobre aquellos sucesos, ella expresó:

"Desde los primeros días de junio, el ambiente contra el régimen de Barrientos se había intensificado, los mineros... habían decidido donar un día de haber para los guerrilleros del Che. Esto tiene un significado muy grande... El minero recibe por lo general una sola comida al día... donar un día de haber demostró la conciencia política y la firmeza, porque con toda la miseria y el hambre que ellos arrastran, tener un desprendimiento de esa naturaleza es muy significativo

"Pero ese apoyo, no sólo era de los mineros, eran todas las masas desposeídas, porque podemos hablar de los maestros, los constructores, los fabriles, los gráficos... Fue unánime todo el apoyo, pero eso no convenía que se supiera... Había una censura de prensa... No se podía sacar a la luz pública nada..."

En su conversación, la que fuera en 1967 alumna de la Escuela Normal para maestros en la capital boliviana, continuó sus reflexiones ante los historiadores cubanos:

"Hay generales que han escrito: "Qué buscaba el Che en Bolivia". Dicen ellos que los trabajadores tienen sus viviendas, tienen trabajo... que hay reforma agraria... y todo eso es una gran mentira... los campesinos no eran dueños de sus tierras, y aunque lo fueran, ¿dónde están las semillas?, ¿dónde está la prosperidad del campesino boliviano?... Tenemos todos los climas, podíamos tener una agricultura desarrollada y no la tenemos. En el campo, uno se muere de hambre, nos explotan, se llevan la materia prima a precios regalados, para después, el mismo imperialismo que se las lleva, venderlas al doble del precio."

Ana Harvey recordó cómo fueron de conmocionantes las manifestaciones antigubernamentales en Oruro, Cochabamba y La Paz, donde los estudiantes universitarios tomaron su centro de altos estudios y lo declararon "Territorio Libre", llamando al pueblo a un cabildo abierto que proclamó el apoyo a la lucha armada, a la libertad de los presos políticos y al retiro del ejército de las minas.

Otra noticia silenciada fue la explosión de una bomba que ocasionó daños a un motel donde se hospedaban asesores militares norteamericanos en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Quienes colocaron el artefacto, pintaron en una pared: "Abajo los yanquis, vivan las guerrillas".

Aprovechando la coyuntura que propició el descabezamiento del movimiento minero, la CIA introdujo una nueva campaña desinformadora, para crear condiciones en la opinión pública internacional, favorables a una posible intervención directa del ejército norteamericano en la lucha contra la guerrilla.

El primer paso correspondió al programa de descrédito contra el movimiento revolucionario, utilizando términos tales como: "Bolivia es agredida por fuerzas invasoras extranjeras al mando de Che Guevara", aprovechando la ocasión para atacar, además, a la Revolución cubana.

Ante tal coyuntura, la CIA decidió cambiar de planes y autorizó que el gobierno castrense boliviano anunciara oficialmente lo que ya ellos conocían desde hacía varios meses: la presencia del Guerrillero Heroico en las montañas.

De todo ello, Che sólo conocía las infamias que se transmitían por las emisoras de radio de Bolivia, Chile y Argentina. Al finalizar Junio de 1967, escribió en su Diario:

"En el plano político, lo más importante es la declaración oficial de Ovando de que yo estoy aquí. Además, dijo que el Ejército se estaba enfrentando a guerrilleros perfectamente entrenados que incluso contaban con comandantes vietcongs que habían derrotado a los mejores regimientos norteamericanos... Me atribuyeron ser el inspirador del plan de insurrección en las minas, coordinado con el de Ñancahuasú..."

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El 19 de abril de 1967, los guerrilleros detuvieron a un hombre que dijo ser periodista anglochileno y llamarse George Andrew Roth, el mismo individuo que se prestó para ayudar a Regis Debray y Ciro Roberto Bustos, a salir de las zonas de operaciones para reintegrarse a las redes urbanas de apoyo al movimiento revolucionario.

Che y sus compañeros nunca supieron la causa principal que motivó la detención de los dos colaboradores. La verdad sólo se abriría paso con el tiempo: el periodista George Andrew Roth cumplió una misión especial de la Agencia Central de Inteligencia yanqui.

Adys Cupull y Froilán González aportan los elementos identificadores de las acciones de este individuo y la forma en que engañó a los combatientes. En su libro «La CIA contra el Che», detallan cómo Roth entregó al francés y al argentino al ejército.

Cuando se encontraban en una de las orillas del terraplén que une al poblado de Muyupampa con la ciudad de Cochabamba, el periodista salió hacia el centro del camino en los momentos en que transitaba una patrulla, lo que resultó sospechoso a los soldados, quienes lo detuvieron y registraron el lugar, donde hallarían al francés y al argentino.

Pero no fue esa la tarea que Roth había recibido. En su libro «De Ñacahuasú a La Higuera», Adys Cupull y Froilán González exponen una confidencia que recibieron hace 10 años de parte de un agente de la inteligencia boliviana:

"...la misión fundamental del tal George Andrew Roth era llevar una sustancia química, proporcionada por los oficiales de la CIA, que debía esparcir entre los guerrilleros.

"Era el primer paso para aplicar un método de inteligencia denominado La Huella Técnica, poco conocido en Bolivia en aquella época. El método consistía en utilizar a perros pastores alemanes, convenientemente adiestrados para que a través del olfato identificaran el olor de una sustancia determinada.

"La misión de Roth al esparcir la sustancia, facilitaría el trabajo de los perros amaestrados, llevados secretamente por los yanquis a Camiri; sin embargo, su presencia fue descubierta por algunos corresponsales extranjeros."

El periodista mexicano Luis Suárez, vinculado por aquel entonces a la revista "Siempre", escribió años más tarde:

"El descubrimiento de esa reserva canina por los periodistas causó gran disgusto del servicio de inteligencia militar, porque suponía la revelación de un secreto..."

Seis días después de la visita del supuesto corresponsal, Che escribió en su Diario:

"Al poco rato apareció la vanguardia que para sorpresa nuestra estaba integrada por 3 pastores alemanes con su guía. Los animales estaban inquietos pero no me pareció que nos hubieran delatado; sin embargo siguieron avanzando..."

Ello hace suponer que los animales marchaban impulsados por un olor específico, probablemente a causa de la sustancia que debió distribuir Roth entre los integrantes de la columna.

Che sigue su anotación cotidiana:

"...y tiré sobre el primer perro... Miguel mató otro perro, según pude ver sin confirmar, y nadie más entró a la emboscada... las bajas que le hicimos al Ejército no deben pasar de dos y el perro, a todo tirar..."

En el resumen de abril, Che anotó: "...los perros se han declarado incompetentes y son retirados de la circulación.

"El entrenador y sus 12 perros no volverían a aparecer en la zona de operaciones."

George Andrew Roth fue mantenido como supuesto prisionero junto a Debray y Bustos. Cuando fue supuestamente liberado, recibió del francés y el argentino varias cartas para familiares y amigos que nunca llegaron a sus destinos.

Cuando más tarde los cinco sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia llegaron al primer poblado fronterizo con Chile, junto a la unidad del ejército allí situada se descubrió la presencia de este agente enemigo.

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La columna guerrillera, luego de dejar supuestamente a Regis Debray y a Ciro Roberto Bustos, supuestamente en camino hacia La Paz, mantuvo algunos movimientos en zonas aledañas al poblado de Muyupampa.

En quechua, Muyupampa significa «Valle Redondo». Durante los acontecimientos históricos de 1967 esa localidad, situada en el Departamento de Chuquisaca, contaba con tres mil habitantes y un sólo médico, el doctor Mario Cuellar, quien protagonizó un hecho singular poco después de la detención del intelectual francés y el pintor argentino.

Veinte años después, Adys Cupull y Froilán González sostuvieron una extensa conversación con el galeno, quien recordó el acontecimiento ocurrido en 1967:

"Yo hablé con Bustos y Debray... Entonces el padre alemán León Schwartz me dice: "Vamos a la selva, hemos preparado una comitiva para saber lo que está pasando", buscamos a Justino Corcuí, que era el subprefecto... y salimos".

Varias horas de marcha necesitaron hasta topar con un grupo de combatientes revolucionarios, quienes cocinaban en una casita perdida en el monte, en las márgenes de un río. El doctor Cuéllar siguió su narración:

"Salieron más o menos ocho. Nos presentamos, ellos ya sabían quiénes éramos... ahí charlamos un par de horas".

En su libro "Mi campaña junto al Che", el comandante Inti Peredo Leigue refiere:

"...La delegación nos ofreció "paz de tipo nacional" y nos rogó que no atacáramos Muyupampa porque el ejército estaba atrincherado. "No queremos derramamiento de sangre", reiteró.

"Les contesté que no queríamos una "Paz Nacional" a menos que nos entregaran el poder, que era el objetivo de nuestra lucha como vanguardia del pueblo. Les pregunté cómo vivían los campesinos de los alrededores, la forma cómo los explotaban y al médico le exigí datos sobre la mortalidad infantil. Como en toda Bolivia, el cuadro era allí deprimente. Les dije ¿encuentran justa esa situación? Nosotros estamos peleando para que los pobres no sean más pobres ni los ricos más ricos. Nosotros estamos combatiendo por el progreso del pueblo, para que no haya tanta hambre, tanta miseria...

"El cura señaló en forma crítica que en la guerrilla había extranjeros y yo le expliqué que los pobres y los revolucionarios tenemos derecho a unirnos y luchar contra un enemigo común que es cruel y fuerte..."

Rememoró el propio doctor Cuéllar en 1987, que fue Inti Peredo quien le ofreció la paz para Muyupampa, con la condición de que esos "mensajeros de la paz" retornaran al atardecer con una camioneta cargada de víveres y medicinas.

"Los guerrilleros -explicó el médico- nos dijeron que como a las seis o a las siete podíamos volver. Llegamos al pueblo y estaba el ejército allí, también estaban los perros policías y había un comandante que charló conmigo y me dijo: "Mira, tú has tomado una actitud que no es la correcta, porque estamos en guerra".

De lo ocurrido después, aparece la referencia en el propio libro de Inti Peredo:

"La delegación se retiró, pero en lugar de medicinas y alimentos llegaron los aviones a bombardearnos. Tres AT-6 dejaron caer sus cargas mortíferas cerca de la casa donde estábamos ubicados..."

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Los guerrilleros avanzaban hacia el norte. El 17 de junio de 1967 caminaron quince kilómetros por las márgenes del río Rosita. Che envió a dos exploradores para un patrullaje en la extrema vanguardia y regresaron con la noticia de que se habían topado con un campesino y otras dos personas.

Era Paulino Baigorria, el primer campesino boliviano que decidió integrar la fuerza encabezada por el Comandante Ernesto Guevara de La Serna.

Uno de los dos guerrilleros que patrullaron aquel día, recordó años más tarde:

"...era un joven de unos 20 años de edad, muy ágil, fuerte y franco. Nos miró sin reflejar ningún temor y directamente a los ojos, como tratando de reconocernos... Nos invitó a su chaco a comer, compartió con Pablito y conmigo su comida... El ambiente fue bueno, los campesinos no estaban temerosos, yo diría que resultaban amistosos; nos informaron sobre los caminos y los habitantes...

"Paulino se compenetró con nosotros, incluso se fotografió, tomó una metralleta y quería que lo enseñáramos a manipularla, mostró su disposición a integrarse a la guerrilla... de acuerdo al lugar donde vivía y el ambiente donde se desarrollaba, tenía una inteligencia superior, era el más inteligente de toda la comunidad, era considerado por su familia y los vecinos".

Che necesitaba restablecer los contactos con la red urbana y decidió que la tarea la cumpliría el bisoño pero entusiasta campesino, quien se aprestó a la tarea despidiéndose así de cada compañero:

"Pronto estaré con ustedes... Nos juntaremos de nuevo... Estaré de vuelta pronto".

Días más tarde, el muchacho de pantalón rústico y zapatillas de piel de tigre cayó prisionero del ejército. Al registrarlo, los soldados descubrieron los mensajes escritos y cartas que le había entregado el Guerrillero Heroico.

En su recorrido tras la huella guerrillera en las montañas bolivianas, Adys Cupull y Froilán González tropezaron con un hombre de 45 años, delgado y al parecer enfermo, residente en el caserío de Abapó, a orillas del río de igual nombre. Al conversar con él, los investigadores cubanos recibieron, para su sorpresa, la siguiente explicación:

"Yo conocía a Paulino de cuando venía a Abapó, lo agarraron prisionero... Lo torturaron en Santa Cruz, porque él fue llevado para Santa Cruz y lo torturaron en La Paz, porque también lo llevaron a La Paz y a Cochabamba, para que hable, para que diga... pero él decía que los guerrilleros lo obligaron... Paulino llevaba documentos del Che en una envoltura de cuero".

Conversaciones que sostuvieron los cubanos con Matilde Lara, la viuda de Inti Peredo Leigue, les permitieron conocer el epílogo de lo sucedido al joven Paulino. Ella contó que un día, después de 1967, apareció el muchacho en casa del padre de ella, el escritor boliviano Jesús Lara.

"...informó que el Che e Inti le habían encomendado una misión en Cochabamba pero que cayó prisionero del ejército en una población llamada Comarapo, relativamente cerca de Cochabamba... fue torturado y golpeado, pero él no habló. El dijo: "dígale al comandante Inti, que Paulino no traicionó".

"Esos mensajes eran una carta de Inti para mí, un comunicado donde se desmentían las informaciones del ejército de que Inti estaba muerto, un mensaje cifrado para Cuba, que yo debía entregarle a un contacto... y la solicitud de medicinas para el asma del Che que, a través de la red urbana de Cochabamba, debíamos adquirir y enviar a través de Paulino.

"Paulino estaba pálido, muy delgado, tosía mucho, estaba sumamente enfermo, tenía los síntomas evidentes de la tuberculosis.

"Un doctor lo atendió, lo llevó a su consultorio, le hizo placas y análisis. Tenía los pulmones destrozados, seguramente por las torturas y la mala alimentación durante el tiempo que estuvo preso. Él le entregó medicinas y le pidió que volviera, pero nunca más volvió".

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El intercambio de disparos se hace más fuerte. El ejército se despliega por ambas orillas del río. Sobre el estruendo del combate, se escucha una voz salida del matorral:

"¡Cuídate médico, que la cosa está que jode!"

Ráfagas de ametralladora interfiere y un cuerpo cae en la tupida vegetación. Dos sombras que se desplazan cubriéndose de los proyectiles enemigos, se acercan al lugar donde yace el compañero. La retirada comienza. El enemigo ve frustrada su tentativa de cerco.

Existen sólo dos jornadas señaladas por el Comandante Ernesto Che Guevara como "Día Negro" en el Diario que llevó durante su campaña en las montañas bolivianas. La primera fue al reseñar la pérdida de Rolando; la última, el 26 de junio de 1967, que reflejaba su estado de ánimo ante la muerte del teniente Carlos Coello, (Tuma).

Aún estaban lejanas las misiones internacionalistas en África y Sudamérica, cuando el joven cubano le expresó a su esposa, Esmérida Ferrer Zamora:

"A donde vaya el Che, yo voy. Donde muera el Che, muero yo".

Sintetizaba así una fidelidad que llegó a ser el sentido de su vida desde la invasión a occidente en 1958, mucho antes de convertirse en escolta de quien llegaría a considerar como al padre que no tuvo de niño en su natal Manzanillo.

La seguridad personal del querido jefe sería su principal tarea en tierras bolivianas, como lo había sido en las selvas de Zaire, durante la colaboración cubana con el movimiento revolucionario del antiguo Congo Belga.

Desde abril de 1967 los acontecimientos bélicos ocurrían con rapidez y Tuma quería combatir. Insistía en pedir permiso. Y aquel día de junio Che lo autorizó, le dijo:

"Bueno, anda y demuestra que de verdad eres hachero".

Tuma se incorporó a un grupo bajo el mando de Pombo, que debía relevar a otro comandado por Miguel, en una emboscada organizada a orillas del río Piraí.

El hoy general de brigada Harry Villegas Tamayo (Pombo), explicó años más tarde al revolucionario y periodista cubano Alfredo Reyes Trejo que a Tuma lo hieren mortalmente cuando está gritándole al médico de la columna guerrillera.

"En ese momento le dan un tiro que le perfora el vientre y le destroza el hígado. El hígado se le sale..."

Uno de los combatientes que corrió a socorrerlo, sobreviviente de aquellos hechos, narró posteriormente:

"Yo soy quien lo cargo... Che le tiene puesto el aparato para darle respiración artificial y le está mirando a los ojos, y de pronto dice: "Lo hemos perdido, ya no hay nada que hacer.

Pero eso lo dijo con ojos lluviosos, el dominio sobre sí mismo era casi sobrehumano, algo tremendamente doloroso para todos".

Con Pombo y Ricardo en La Paz

Según narraron testigos de ese momento, lo único que dijo Carlos Coello a su jefe fue que le quitara el reloj pulsera y se lo entregara a su hijo, el que nunca llegó a conocer, pues nació cuando Tuma ya se encontraba inmerso en los preparativos para el asentamiento de la guerrilla en Ñacahuasú.

Después, el Guerrillero Heroico redactó en su Diario:

"Día negro para mí... llegó la noticia de dos heridos: Pombo, en una pierna, y Tuma en el vientre. Los llevamos rápidamente a la casa para operarlos con lo que hubiera. La herida de Pombo es superficial y sólo traerá dolores de cabeza su falta de movilidad, la de Tuma le había destrozado el hígado y producido perforaciones intestinales, murió en la operación..."

A las cuatro de la madrugada del 27 de junio enterraron al compañero. la sepultura fue superficial. La tierra resultó demasiado dura y faltaron instrumentos adecuados.

Semanas más tarde retornaron por el lugar. Los campesinos contaron que al amanecer del día de la inhumación de Tuma, unos animales olfatearon el cadáver y lo desenterraron. Avisado el ejército, llegó una tropa bajo el mando de un mayor y un capitán.

Todo parece indicar que hubo una fuerte discusión entre los dos oficiales. El mayor quería sepultar nuevamente los restos y el capitán insistía en dejarlos para comida de los buitres. Los lugareños aseguraron que venció la orden del mayor, quien dijo que "el muerto era un hombre valiente que se había enfrentado por ideal a un enemigo superior en fuerzas".

Les narraron los campesinos que el militar ordenó se le hiciera una fosa profunda y que le pusieran una cruz.

Y quedó en la inmortalidad lo subrayado por Che en su Diario al plasmar los dolorosos acontecimientos:

"... con él se me fue un compañero inseparable de todos los últimos años, de una fidelidad a toda prueba y cuya ausencia siento desde ahora casi como la de un hijo".

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Dos décadas después de la caída en combate del teniente Carlos Coello, Tuma, Adys Cupull y Froilán González visitaron la zona de Florida, donde fue sepultado el joven internacionalista. Allí conversaron con Yolanda Paniagua y su esposo, Antonio Coca, dueños de la choza que sirvió para cobijar los últimos minutos del revolucionario.

En aquella conversación, el campesino les señaló a los cubanos el lugar exacto donde fue atendido Tuma, y comentó:

"El Tuma murió ahí. El Che se quedó esa noche junto al fuego, no quiso echarse a dormir... El Che estaba junto al fuego muy afligido porque Tuma era el hijo del Che. El Che no habló más, observó el fuego, toda la noche... Al otro día llevaron a Tuma para un potrero, cerca del cerro, lo enterraron en un lugar que se llama Laguna Seca.

"Todos los campesinos de aquí se portaron bien con los guerrilleros y con el Che, nadie los delató... Ellos no abusaron y trataron de ayudar a todos los campesinos. Los militares fueron abusivos y represivos".

En el libro "De Ñacahuasú a La Higuera", ambos historiadores apuntan que Tuma es conocido por los lugareños de la zona donde murió, como "el hijo del Che", y que uno de ellos les explicó:

"Varios campesinos lo enterraron, "ahicito" al lado de Laguna Seca, a veinte metros no más de donde lo enterraron los guerrilleros, bien profundo para que los tatús no pudieran cavar. Todos respetan esa zona..."

Según los datos obtenidos durante su viaje tras las huellas de la guerrilla boliviana, el campesino Fenelón Coca le hizo una "tumba" al guerrillero caído, en el primer aniversario de su muerte, o sea, en 1968, durante el Día de los Fieles Difuntos, que allí se celebra el primero de noviembre.

Esa "tumba" consiste en colocar una mesa y sobre ella un mantel negro que llaman "crespón", donde se colocan varios platos con comida y golosinas hechas en la casa, para que por la noche el espíritu del fallecido llegue allí a comer. A la mañana siguiente, los alimentos son colocados en la sepultura.

De aquella ocasión recordó Antonio Coca:

"En el primer año, otras familias le hicieron tumbas a Tuma, porque nosotros hicimos como si fuéramos sus dolientes y sus familiares".

En su conversación con Adys Cupull y Froilán González, y haciendo memoria de lo que ocurrió allí el 27 de junio de 1967, tras el primer enterramiento de Tuma, Antonio Coca subrayó:

"Los guerrilleros se fueron rumbo norte, a un lugar que se llama Tejería, de ahí se fueron a Samaipata y la tomaron."

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¡Noticia de última hora!: ¡Atacan guerrilleros importante ciudad!... ¡Invasión rebelde en Santa Cruz!... Santa Cruz en estado de guerra...

Titulares como esos acompañaron las noticias sobre la incursión del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia al poblado de Samaipata.

Considerada como una de las acciones más audaces de la columna guerrillera encabezada por el Comandante Ernesto Che Guevara, su impacto fue superior a la censura impuesta en Bolivia, y sirvió de combustible al convencimiento popular de que el Guerrillero Heroico se encontraba en las montañas de ese país andino.

Samaipata era, hace treinta años, la capital de la provincia de Florida. Su carretera principal une a las ciudades de Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. Contaba con varios miles de habitantes, muchos de los cuales se beneficiaban con el movimiento de obreros y recursos que por allí transitaban hacia lejanos centros mineros.

La acción de ataque y toma del poblado se impuso como necesidad urgente de abastecimientos en alimentos y medicinas. Sobre lo previsto, escribió Che en su Diario:

"El plan era tomar un vehículo que viniera de Samaipata, averiguar las condiciones reinantes y partir hacia allí con el conductor del vehículo, tomar el DIC, comprar en la farmacia, saquear el hospital, comprar alguna latería y retornar".

Un sargento hecho prisionero por los insurgentes declaró a la prensa acreditada en Bolivia que el comando lo integraron "unos 50 guerrilleros". Lo cierto es que fueron sólo cinco, junto a su jefe: José María Martínez Tamayo (Ricardo), quien fue acompañado por Roberto Peredo Leigue (Coco), Alberto Fernández Montes de Oca (Pachungo), Aniceto Reinaga Gordillo (Aniceto), Mario Gutiérrez Ardaya (Julito) y Juan Pablo Chang Navarro (El Chino).

Magdalena Ortiz, que en 1987 todavía era la dueña de una pensión en el lugar, recordó lo ocurrido veinte años antes:

"Los del ejército pensaban que eran muchos guerrilleros y que iban a hacer algún mal... y yo salí; luego ellos me preguntaron: «Señora, ¿usted no tiene miedo?» y les respondí que no, entonces uno de ellos me dijo: «bueno, ¿usted me da la mano?», y se la di... y me pidió: «yo quiero refrescos»... y preguntaron si había farmacia y si había medicinas... y él me explicó «Sabe, señora, yo no voy a hacerle daño a nadie y si estoy andando es por bien de todos ustedes»... Me pagaron todo".

La acción se inició tras bloquear la carretera e interrumpir el tráfico. Luego, subido en una camioneta, el comando entró a Samaipata. Che escribió en su Diario:

"La gente... capturó dos carabineros, luego al teniente Vacaflor, jefe del puesto, y al sargento lo hicieron decir la contraseña y tomaron en acción relámpago el puesto con 10 soldados...

"...se lograron capturar 5 mausers y 1 Z-B 30... La acción se realizó ante todo el pueblo y una multitud de viajeros, de manera que se regará como pólvora. A las 2 ya estábamos caminando de vuelta con el botín".

Adys Cupull y su compañero, durante la visita que hicieron a Samaipata casi veinte años después de los sucesos, lograron contactar con el dueño de la farmacia, quien les contó:

"...Eran cinco guerrilleros que tocaban a la puerta. Cuando abrí la ventana me encontré con el Chino, que era como lo llamaban... mi mujer me dice que abriera y yo abrí...

"El Chino se puso a buscar las medicinas que hacían falta... y las echaba en un bolsón en la camioneta, donde también tenían a los soldados presos... me pidieron mi precio de la mercancía y yo no podía calcular y dije: ¡mil ochocientos pesos!, entonces me pagaron.

"Al despedirse, el de arriba... me dice: «Señor, discúlpenos por haberlo molestado a esta hora de la noche, pero esto que estamos haciendo es por un futuro mejor, porque este pueblo está muy atrasado, muy sufrido»... y le dice el doctor al teniente Vacaflor: «Mira, no estamos robando, sino que pagamos su valor», y así se despidieron".

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Al tiempo que la victoria guerrillera en Samaipata volvía a colocar en primeros planos la lucha armada revolucionaria en Bolivia, la CIA yanqui acrecentaba su campaña de infundios sobre los objetivos de la fuerza armada rebelde y los vituperios contra el movimiento revolucionario.

Frente a las calumnias contra Che y la Revolución cubana que se divulgaban por la prensa boliviana, sometida a la censura oficial, los estudiantes universitarios decidieron editar, clandestinamente, los discursos de Fidel Castro, del propio Guerrillero Heroico, y otros materiales que recogían la verdad del proceso revolucionario en Cuba.

Esa tarea la enfrentaron varios dirigentes estudiantiles en la ciudad de Cochabamba y fue tal el interés que esos documentos provocaron, que algunos de ellos fueron editados varias veces, sin que la Dirección de Investigaciones Criminales (DIC), descubriera a los responsables. Fue una acción de extraordinario valor en solidaridad con Cuba.

Otras acciones populares sobrevendrían, pese a la creciente ola represiva que ya había llenado todas las cárceles y obligado al gobierno del general Barrientos a crear nuevos campos de concentración en zonas inhóspitas de las selvas del norte.

Por aquellos días, el entonces alcalde de la ciudad de La Paz sugirió hacer una manifestación que demostrara al mundo cuánto odio supuestamente existía en Bolivia respecto a la Revolución cubana. La acción consistiría en colocar miles de antorchas que formarían, en gran tamaño, las letras de una injuriosa frase contra el líder del pueblo cubano.

Esas antorchas serían situadas en las laderas de uno de los cerros que bordean la hondonada donde se asienta la capital boliviana, y serían encendidas en la noche del 26 de julio.

Lo más infamante de la idea radicaba en que debían ser los propios indios cholos, pobladores de las villas miseria que se extienden por aquellas elevadas colinas, quienes debían ubicar convenientemente y encender las teas en la noche prefijada.

Los hachones fueron financiados por varias organizaciones de las llamadas «caritativas», integradas por damas de la alta burguesía boliviana de entonces, así como por la Falange Anti-Comunista de Bolivia.

Todo ocurrió como previeron los reaccionarios... Todo, hasta el atardecer del 26 de julio de 1967. Al caer la fría noche, desde la ciudad -y especialmente desde la Avenida 16, principal arteria donde se concentraba la alta burguesía boliviana- se apreciaban las ardientes antorchas.

Sin embargo, luego de transcurridos los minutos iniciales, cuando creyeron que la ofensa estaba consumada, sucedió algo que transformó la euforia de los organizadores en una verdadera frustración.

En la crónica que escribió acerca de los sucesos de la noche del 26 de julio de 1967 en La Paz, el periodista boliviano Rubén Vázquez Díaz narró:

"...Las «damas cristianas» sólo olvidaron un pequeño detalle: esos cholos son muy empecinados... A ellos les han pagado y ellos han colocado las antorchas, es cierto, pero después de media hora un cambio menor en las posiciones de las flamantes antorchas... puede ser notado desde allá abajo en la ciudad...

"Las antorchas se están moviendo allá arriba, donde la «gente blanca» va muy rara vez, y mientras la mitad de la ciudad está mirando fijamente con sorpresa hacia las montañas, una nueva palabra es formada: «VIVA FIDEL CASTRO»".

Y cundió el desaliento y la rabia entre quienes creyeron que podrían utilizar las manos de los desposeídos para consumar la afrenta. Se equivocaron.

Porque aquel 26 de julio, a más de tres mil metros de altitud, las llamaradas luminosas aclamaron alegres el símbolo de la Revolución por la definitiva independencia de América.

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De cuando al Che lo llamaban Ernestito
Por PEDRO ANTONIO GARCÍA
Sus lecturas fueron desde Julio Verne y Emilio Salgari hasta los clásicos del marxismo; su deseo de librar a América Latina de horribles dolencias lo llevó a comprender la necesidad de luchar por una segunda independencia
A Ernestito le recomiendan la sierra de Córdoba, un destino clásico de aquella época para las personas con afecciones respiratorias

Sus padres viajaban hacia la provincia argentina de Misiones, donde Ernesto Guevara Lynch había adquirido una hacienda para el cultivo de la yerba mate, a Celia de la Serna le iniciaron los dolores de parto en la ciudad de Rosario. En esa urbe, un apartamento del edificio ubicado en la intersección de las calles Entre Ríos y Urquiza devino primer hogar del niño nacido el 14 de junio de 1928, a quien sus progenitores solían llamar Ernestito y que entraría a la historia con el sobrenombre de Che.

Con el recién nacido, la familia se traslada a Caraguatay (Misiones). Hoy día a esa localidad la une una carretera con el resto de Argentina, pero entonces solo era accesible por el río. Guevara Lynch había construido allí una casa de madera sobre pilotes y con entrepiso. De la vivienda original apenas quedan horcones. En el sitio actualmente radica el parque provincial Ernesto Guevara, cuyas oficinas ocupan una edificación erigida por posteriores propietarios.

En esa hacienda vivió la familia Guevara de la Serna durante dos años, hasta que por la humedad del lugar se hizo crónica el asma del niño, una dolencia que lo acompañaría durante toda su existencia. Los médicos le recomiendan la sierra de Córdoba, un destino clásico de aquella época para las personas con afecciones respiratorias. Bajo esas indicaciones se instalan en Altagracia, localidad en la que tuvieron varios domicilios, pero el principal fue Villa Nydia, sede actual del Museo Ernesto Che Guevara, el cual conserva la habitación de Ernestito, además de fotos y pertenencias familiares.

Su habitación en Villa Nydia, Altagracia

Alternándolo con periodos en la ciudad de Córdoba por motivos de estudio, el futuro Che vivió en Altagracia 17 años, desde su primera infancia hasta finales de su adolescencia. Allí, ante los continuos ataques de asma de su hijo, Celia determinó enseñarle en casa las primeras letras y el niño no comenzó en el colegio hasta el segundo grado, en 1937. Por aquellos años prendió en él la afición a la lectura, estimulado por sus padres. Podían hallarse encima del lecho y del buró ejemplares de Emilio Salgari y sobre todo de Julio Verne. Su pasión por los llamados Viajes extraordinarios del novelista francés nunca le abandonarían. Años después, ya en Cuba, pidió que le enviaran los tomos, encuadernados en cuero, de las obras completas.

El estudiante universitario

Con su familia en Mar del Plata

Comenzó la segunda enseñanza en 1942 en Córdoba, que empezaba a convertirse en una gran ciudad. En esa época, en Argentina crecía una ola de manifestaciones obreras. Surgía el movimiento peronista, al cual el joven Ernesto enjuiciaba objetivamente: criticaba su superficial populismo y alababa sus enfrentamientos al imperialismo yanqui, aunque calificándolos de tímidos.

Ya en el muchacho se desarrollaba una conciencia antimperialista, aunque todavía no había leído los clásicos del marxismo. Por esos días descubrió la magia de la poesía, a través de Pablo Neruda –sería siempre uno de sus favoritos–, y en su habitación podían observarse también poemarios de Baudelaire y los simbolistas franceses.

El estudiante de Medicina

En 1947 la familia decidió trasladarse a Buenos Aires. Un año más tarde el futuro Che inició la carrera de Medicina en la universidad de esa ciudad. Los estudios no le impidieron practicar deportes, entre ellos el fútbol y el rugby, ni continuar con su amor a los libros. Tuvo acceso a los textos de Marx, Engels y Lenin, a los que comienza a estudiar profundamente, sin relegar la literatura de la época, como El extranjero, de Camus. Le interesaba conocer lo relacionado con nuestra América y buscaba afanosamente obras de Jorge Icaza y Miguel Ángel Asturias, asimismo las de Nehru y otros líderes del Tercer Mundo.

Autorretrato (1952)
(Foto: bohemia.cu)

También tiene su primer gran amor, Chinchina Ferreira. Los padres de ella se opusieron a sus relaciones con este joven tan singular y con ideas que una clásica familia bonaerense calificaba de trasgresoras y subversivas. Tras dos años, el romance terminó.

El 4 de enero de 1952 el joven Ernesto interrumpió momentáneamente sus estudios de Medicina para emprender, en compañía de su amigo inseparable Alberto Granado Romero (Hernando, Córdoba, Argentina, 8 de agosto de 1922–La Habana, Cuba, 5 de marzo de 2011), su primer recorrido por Sudamérica, reflejado en la película Diarios de motocicleta.

Años después el Che, al reflexionar sobre sus viajes –hubo un segundo, tras culminar la carrera–, llegaría a la conclusión de que a América Latina la aquejaban enfermedades peores que la lepra, las cuales solo podían ser curadas por una profunda transformación social. Y comprendió que luchar por la definitiva independencia de nuestros pueblos iba a ser su destino verdadero.
Fuentes consultadas: Los libros Notas de viaje, de Ernesto Che Guevara, y Mi hijo el Che, de Ernesto Guevara Lynch.
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