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.- Ejércitos Secretos de la OTAN - I


La vileza con la que actuó Estados Unidos en Europa para desacreditar la izquierda revolucionaria


Gladio: La Red Voltaire emprende la publicación seriada de la obra de referencia sobre la actividad de los servicios secretos de la OTAN desde la creación de la alianza atlántica hasta los años 1990. A pesar de ser un trabajo de historiador, esta investigación sobre Gladio es mucho más que un simple tema histórico ya que está íntimamente ligada a nuestra vida diaria. Esa estructura secreta sigue estando activa y los Estados europeos se mantienen aún bajo el tutelaje anglosajón, como lo demuestran las investigaciones parlamentarias sobre los secuestros perpetrados por la CIA desde el año 2001. La comprensión de la política en Europa se hace imposible sin un conocimiento preciso de las redes «Stay-Behind». La primera entrega relata el descubrimiento de Gladio por parte de los magistrados italianos a finales de los años 80. Daniele Ganser, profesor de historia en la universidad de Basilea (Suiza), presidente de ASPO-Suiza y especialista en relaciones internacionales contemporáneas, ha publicado un libro de referencia sobre «Los ejércitos secretos de la OTAN». Según afirma, a lo largo de 50 años, Estados Unidos organizó en Europa atentados falsamente atribuidos a la izquierda y a la extrema izquierda para desacreditarlas ante los electores. Esa estrategia perdura hoy en día como medio de propiciar el miedo hacia el Islam y de justificar guerras por el petróleo. Sus trabajos acerca de las redes Gladio en Europa y de los ejércitos secretos de la OTAN ligados a los neonazis y otros movimientos fascistas le valieron un gran reconocimiento académico
Tomado de la Red Voltaire, del libro "Les Armées Secrètes de l’OTAN", de Daniele Ganser

La Red Voltaire emprende la publicación seriada de la obra de referencia sobre la actividad de los servicios secretos de la OTAN desde la creación de la alianza atlántica hasta los años 1990. A pesar de ser un trabajo de historiador, esta investigación sobre Gladio es mucho más que un simple tema histórico ya que está íntimamente ligada a nuestra vida diaria. Esa estructura secreta sigue estando activa y los Estados europeos se mantienen aún bajo el tutelaje anglosajón, como lo demuestran las investigaciones parlamentarias sobre los secuestros perpetrados por la CIA desde el año 2001. La comprensión de la política en Europa se hace imposible sin un conocimiento preciso de las redes «Stay-Behind». La primera entrega relata el descubrimiento de Gladio por parte de los magistrados italianos a finales de los años 80.

Daniele Ganser, profesor de historia en la universidad de Basilea (Suiza), presidente de ASPO-Suiza y especialista en relaciones internacionales contemporáneas, ha publicado un libro de referencia sobre «Los ejércitos secretos de la OTAN». Según afirma, a lo largo de 50 años, Estados Unidos organizó en Europa atentados falsamente atribuidos a la izquierda y a la extrema izquierda para desacreditarlas ante los electores. Esa estrategia perdura hoy en día como medio de propiciar el miedo hacia el Islam y de justificar guerras por el petróleo. Sus trabajos acerca de las redes Gladio en Europa y de los ejércitos secretos de la OTAN ligados a los neonazis y otros movimientos fascistas le valieron un gran reconocimiento académico.


Por Daniele Ganser
Red Voltaire

Los ejércitos secretos de la OTAN (I)/Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio…
Los ejércitos secretos de la OTAN (II)/Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…
Los ejércitos secretos de la OTAN (III)/Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando

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Los ejércitos secretos de la OTAN (IV)/Las cloacas de Su Majestad
Los ejércitos secretos de la OTAN (V)/La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington
Los ejércitos secretos de la OTAN (VI)/La guerra secreta en Italia

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Los ejércitos secretos de la OTAN (VII)/La guerra secreta en Francia
Los ejércitos secretos de la OTAN (VIII)/La guerra secreta en España
Los ejércitos secretos de la OTAN (IX)/La guerra secreta en Portugal

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Los ejércitos secretos de la OTAN (X)/La guerra secreta en Bélgica
Los ejércitos secretos de la OTAN (XI)/La guerra secreta en los Países Bajos
Los ejércitos secretos de la OTAN (XII)/La guerra secreta en Luxemburgo

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Los ejércitos secretos de la OTAN (XIII)/La guerra secreta en Dinamarca
Los ejércitos secretos de la OTAN (XIV)/La guerra secreta en Noruega
Los ejércitos secretos de la OTAN (XV)/La guerra secreta en Alemania


LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (I)
Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio…/por Daniele Ganser

La Red Voltaire emprende la publicación seriada de la obra de referencia sobre la actividad de los servicios secretos de la OTAN desde la creación de la alianza atlántica hasta los años 1990. A pesar de ser un trabajo de historiador, esta investigación sobre Gladio es mucho más que un simple tema histórico ya que está íntimamente ligada a nuestra vida diaria. Esa estructura secreta sigue estando activa y los Estados europeos se mantienen aún bajo el tutelaje anglosajón, como lo demuestran las investigaciones parlamentarias sobre los secuestros perpetrados por la CIA desde el año 2001. La comprensión de la política en Europa se hace imposible sin un conocimiento preciso de las redes «Stay-Behind». Esta primera entrega relata el descubrimiento de Gladio por parte de los magistrados italianos a finales de los años 80.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 26 DE NOVIEMBRE DE 2009

Las ruinas de la estación ferroviaria de Bolonia después del atentado perpetrado por los terroristas de la OTAN (1980).

El 31 de mayo de 1972, un auto-bomba estalló en un bosque cercano al pueblo llamado Peteano, en Italia, dejando un herido grave y un muerto entre los carabineros, la policía uniformada italiana. Los carabineros habían llegado al lugar después de recibir una llamada telefónica anónima. Al inspeccionar un auto Fiat 500 allí abandonado, uno de los carabineros levantó el capó, provocando así la explosión.

Dos días después, una nueva llamada telefónica anónima reclamaba la autoría del atentado en nombre de las Brigadas Rojas, grupúsculo terrorista que trataba en aquel entonces de romper el equilibrio del poder en Italia mediante la realización de tomas de rehenes y de asesinatos de altos personajes del Estado. La policía se volvió inmediatamente hacia la izquierda italiana y encarceló a cerca de 200 comunistas. Durante más de 10 años, los italianos vivieron convencidos de que el acto terrorista de Peteano había sido obra de las Brigadas Rojas.

Posteriormente, en 1984, Felice Casson, un juez italiano, decidió reabrir el caso ya que le intrigaban toda una serie de irregularidades y falsificaciones cometidas alrededor del drama de Peteano. El juez Felice Casson descubrió que la policía no había investigado el lugar de los hechos. También notó que el informe que había concluido en aquel entonces que los explosivos utilizados eran los mismos que utilizaban tradicionalmente las Brigadas Rojas era en realidad una falsificación.

Marco Morin, un experto en explosivos de la policía italiana, había proporcionado deliberadamente conclusiones falsas. Morin era miembro de la organización italiana de extrema derecha «Ordine Nuovo» y, en el contexto de guerra fría, había aportado así su contribución a lo que él consideraba una lucha legítima contra la influencia de los comunistas italianos. El juez Casson logró probar que, al contrario de lo que había concluido Morin, el explosivo utilizado en Peteano era el C4, la sustancia explosiva más poderosa de aquel entonces y que también formaba parte del arsenal de las fuerzas de la OTAN.

«Simplemente quise arrojar una nueva luz sobre años de mentiras y secretos. Eso es todo», declaró posteriormente el juez Casson a los periodistas que lo interrogaban en su minúscula oficina del palacio de justicia, junto a la laguna de Venecia. «Quería que, por una vez, los italianos supieran la verdad.»

El 24 de febrero de 1972, cerca de Trieste, un grupo de carabineros descubre por casualidad un escondite de armas lleno de municiones, armas y explosivo del tipo C4, idéntico al utilizado en Peteano. Los policías estaban convencidos de haber descubierto una red criminal. Años más tarde, la investigación del juez Casson permitió determinar que se trataba en realidad de uno de los cientos de escondites subterráneos creados por el ejército secreto del llamado stay-behind, estructura que responde a las órdenes de la OTAN y que se conoce en Italia por la apelación codificada de Gladio (del latín Gladius, denominación de la espada corta en uso en la Roma de la antigüedad). Casson notó que los servicios secretos del ejército italiano y el gobierno de aquella época se habían esforzado considerablemente por mantener en secreto el descubrimiento de Trieste así como su contexto estratégico.

Al proseguir su investigación sobre los extraños casos de Peteano y Trieste, el magistrado descubrió con asombro, no la mano de la izquierda italiana sino la de los grupúsculos de extrema derecha y de los servicios secretos del ejército tras el atentado de 1972. La investigación del juez reveló la existencia de una estrecha colaboración entre la organización de extrema derecha Ordine Nuovo y el SID (Servizio Informazioni Difusa), o sea los servicios secretos del ejército italiano. Ordine Nuovo y el SID habían preparado juntos el atentado de Peteano, y luego habían acusado a los militantes de la extrema izquierda italiana, las Brigadas Rojas.

Casson logró identificar al hombre que había puesto la bomba, un tal Vincenzo Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo. Como era el eslabón final de una larga cadena de mando, Vinciguerra sólo fue arrestado varios años después del momento de los hechos. Confesó y declaró que había gozado de la protección de toda una red de simpatizantes, tanto en Italia como en el extranjero, que habían hecho posible su huida después del atentado. «Es todo un mecanismo que se puso en marcha», contó Vinciguerra. «Lo cual quiere decir que desde los carabineros hasta el ministro del Interior, pasando por la aduana y los servicios de inteligencia civiles y militares, todos habían aceptado el razonamiento ideológico justificaba al atentado.»

Vinciguerra subrayaba, con toda razón, el agitado contexto histórico en que se había producido el atentado de Peteano. A fines de los años 1960, con el surgimiento de la revolución pacifista y los movimientos estudiantiles de protesta contra la violencia y contra la guerra de Vietnam en particular, el enfrentamiento ideológico entre la derecha y la izquierda se había intensificado, tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos.

La inmensa mayoría de los ciudadanos comprometidos con los movimientos sociales de izquierda recurrían a formas de protesta no violentas, como manifestaciones, actos de desobediencia civil y, sobre todo, debates con moderadores. En el seno del parlamento italiano, el poderoso Partido Comunista (Partito Communisto Italiano, PCI) y en menor medida el Partido Socialista (Partito Socialisto Italiano, PSI) simpatizaban con ese movimiento.

Los movimientos sociales de izquierda se oponían a la política de los Estados Unidos, a la guerra de Vietnam y sobre todo a la repartición del poder en Italia ya que, a pesar de disponer de una importante mayoría en el parlamento, el PCI no había recibido ningún ministerio y se le mantenía así al margen del gobierno. La derecha italiana estaba perfectamente conciente de que aquello constituía una injusticia flagrante y una violación de los principios básicos de la democracia.

Fue en aquel contexto de guerra fría y de lucha por el poder que los extremistas recurrieron al terrorismo en Europa Occidental. A la extrema izquierda, los grupos terroristas más notorios fueron los comunistas italianos de las Brigadas Rojas así como la Rote Armee Fraktion alemana o RAF (Fracción Ejército Rojo). Fundadas por varios estudiantes de la universidad de Trento que no tenían ningún conocimiento en cuanto a técnicas de combate, las Brigadas Rojas contaban entre sus miembros a Margherita Cagol, Alberto Franceschini y Alberto Curcio.

Al igual que los miembros de la RAF, éstos estaban convencidos de la necesidad de recurrir a la violencia para cambiar la estructura del poder vigente, que les parecía injusto y corrupto. Al igual que las acciones de la RAF, las de las Brigadas Rojas no tenían como blanco a la población civil sino a determinados individuos que consideraban representantes del «aparato del Estado», como banqueros, generales y ministros, a los que secuestraban y a menudo asesinaban. Las acciones de las Brigadas Rojas, que tuvieron lugar principalmente en la Italia de los años 1970, dejaron 75 muertos.

Debido a su poca capacidad estratégica y militar y a su inexperiencia, los miembros de las Brigadas Rojas acabaron siendo arrestados mediante redadas, y posteriormente juzgados y encarcelados. Al otro extremo del tablero político de la guerra fría, la extrema derecha también recurrió a la violencia. En Italia, su red incluía a los soldados clandestinos del Gladio, los servicios secretos militares y organizaciones fascistas como Ordine Nuovo. Al contrario del que practicaba la izquierda, el objetivo del terrorismo de derecha era sembrar el terror en todas las capas de la sociedad mediante atentados dirigidos contra grandes multitudes y destinados a provocar la mayor cantidad posible de muertos para acusar posteriormente a los comunistas.

El juez Casson logró determinar que el drama de Peteano formaba parte de ese esquema y entraba en el marco de una serie de crímenes que había comenzado en 1969. Durante aquel año 4 bombas habían estallado poco antes de la Navidad en varios lugares públicos de Roma y Milán. El saldo había sido de 16 muertos y 80 heridos, en su mayoría campesinos que iban a depositar en el Banco Agrícola de la Piazza Fontana de Milán lo que habían recaudado en el día a través de sus ventas en el mercado. Conforme a una estrategia maquiavélica, la responsabilidad de aquella masacre fue atribuida a los comunistas y a la extrema izquierda, se escamotearon las pistas y se realizó inmediatamente una ola de arrestos.

La población en su conjunto tenía muy pocas posibilidades de descubrir la verdad ya que los servicios secretos militares se esforzaron por enmascarar el crimen. En Milán, una de las bombas no había llegado a estallar, debido al mal funcionamiento del mecanismo de relojería, pero en los primeros actos de disimulación, los servicios secretos la hicieron estallar en el lugar de los hechos y varios componentes de artefactos explosivos fueron depositados en la casa de Giangiacomo Feltrinelli, célebre editor conocido por sus opiniones de izquierda.

«Según las estadísticas oficiales, entre el 1º de enero de 1969 y el 31 de diciembre de 1987 se registraron 14 591 actos de violencia con motivos políticos», afirma el senador Giovanni Pellegrino, presidente de la Comisión Investigadora Parlamentaria sobre Gladio y el terrorismo, al recordar la violencia del contexto político de aquel periodo de la historia reciente de Italia. «Quizás no resulta inútil recordar que aquellas “acciones” causaron la muerte a 491 personas así como heridas y mutilaciones a otras 1,181.

Cifras dignas de una guerra, sin parangón en Europa.» Después de los atentados de la Piazza Fontana, en 1969, y de Peteano, en 1972, otros actos de terrorismo volvieron a ensangrentar el país. El 28 de mayo de 1974, en Brescia, una bomba dejó 8 muertos y 102 heridos entre los participantes en una manifestación antifascista. El 4 de agosto de 1974, un atentado a bordo del tren «Italicus Express», que enlaza Roma con Munich, mató a 12 personas e hirió a 48. El punto culminante de aquella ola de violencia se produjo en una soleada tarde, el 2 de agosto de 1980, en el día de la fiesta nacional de Italia, cuando una explosión de gran potencia devastó el salón de espera de los pasajeros de segunda clase en la estación de trenes de Bolonia, matando a 85 personas e hiriendo o mutilando a otras 200. La masacre de Bolonia es uno de los mayores atentados terroristas que haya sufrido Europa en todo el siglo 20.

Contrariamente a los miembros de las Brigadas Rojas, que acabaron todos en la cárcel, los terroristas de extrema derecha lograron escapar después de cada atentado ya que, como señala Vinciguerra con toda razón, todos gozaron de la protección del aparato de seguridad y de los servicios secretos del ejército italiano. Años más tarde, cuando al fin se estableció el vínculo entre el atentado de la Piazza Fontana y la derecha italiana, se le preguntó a Franco Freda, miembro de Ordine Nuovo, si al cabo del tiempo creía haber sido manipulado por personajes que ocupaban altos cargos, generales o ministros.

Freda, admirador declarado de Hitler, que había publicado Mein Kampf en italiano gracias a su pequeña estructura personal de edición, respondió que, según sus conceptos, todo el mundo es más o menos manipulado: «Todos somos manipulados por otros más poderosos que nosotros», declaró el terrorista. «En lo que me concierne, admito haber sido una marioneta movida por ideas pero en ningún caso por los hombres de los servicios secretos, ni aquí [en Italia] ni en el extranjero. En otros términos, yo mismo escogí mi lucha y la desarrollé según mis ideas. Eso es todo.»

En marzo de 2001, el general Giandelio Maletti, ex jefe del contraespionaje italiano, dejó entrever que además de la de la red clandestina Gladio, de los servicios secretos militares italianos y de un grupúsculo de terroristas de extrema derecha, las matanzas que desacreditaron a los comunistas italianos recibieron también la aprobación de la Casa Blanca y de la CIA. Al comparecer como testigo en el juicio contra los terroristas de extrema derecha acusados de estar implicados en los atentados de la Piazza Fontana, Maletti declaró: «La CIA, siguiendo las directivas de su gobierno, quería crear un nacionalismo italiano capaz de obstaculizar lo que consideraba un deslizamiento hacia la izquierda y, con ese objetivo, pudo utilizar el terrorismo de extrema derecha.» (…) «Uno tenía la impresión de que los americanos estaban dispuestos a todo para impedir que Italia se inclinara hacia la izquierda», explicó el general, antes de agregar: «No olviden que era Nixon quien estaba a la cabeza del gobierno y Nixon no era un tipo cualquiera, [era] un político muy hábil pero un hombre de métodos poco ortodoxos.» Retrospectivamente, el general de 79 años expresó críticas y amargura: «Italia fue tratada como una especie de protectorado. Me avergüenza que todavía estemos siendo objeto de un control especial.»

Durante las décadas de 1970 y 1980, el parlamento italiano, en cuyo seno los partidos comunista y socialista ostentaban una parte importante del poder, manifestó creciente inquietud ante aquella ola visiblemente interminable de crímenes que ensangrentaban el país sin que se lograra identificar a los autores ni a quienes los ordenaban.

Aunque ya en aquel entonces circulaban entre la izquierda italiana los rumores de que aquellos misteriosos actos de violencia eran una forma de guerra secreta que Estados Unidos había desencadenado contra los comunistas italianos, no existían pruebas que permitiesen probar aquella teoría que parecía traída por los pelos. Sin embargo, en 1988 el Senado italiano creo una comisión parlamentaria especial de investigación presidida por el senador Libero Gualteri, comisión cuyo nombre era más que elocuente: «Comisión parlamentaria del Senado italiano encargada de investigar sobre el terrorismo en Italia y las razones por las cuales los individuos responsables de las matanzas no han podido ser identificados: El terrorismo, los atentados y el contexto político-histórico.»

El trabajo de la comisión resultó extremadamente difícil. Los testigos se negaban a declarar. Hubo documentos destruidos. La propia comisión, que se componía de representantes de los partidos de izquierda y de derecha, se dividió al abordar la cuestión de la verdad histórica en Italia y en lo tocante a las conclusiones que debían ser o no reveladas al público.

El juez Felice Casson revela la existencia de una red clandestina creada por la OTAN. Oficialmente creada para proteger a los Estados miembros, la OTAN es en realidad un protectorado anglosajón. Washington y Londres no vacilaron en ordenar atentados terroristas en Italia para falsear el juego de la democracia.

Al mismo tiempo, basándose en el testimonio de Vincenzo Vinciguerra –el terrorista de Peteano– y en los documentos que había descubierto, el juez Casson comienza a entrever la naturaleza de la compleja estrategia militar que se había utilizado. Comprende poco a poco que no se trataba simplemente de terrorismo sino de terrorismo de Estado, financiado con el dinero de los contribuyentes. Obedeciendo a una «estrategia de la tensión», el objetivo de los atentados era instaurar un clima de tensión en el seno de la población.

La extrema derecha y sus partidarios en el seno de la OTAN temían que los comunistas italianos adquiriesen demasiado poder y es por ello que, en un intento de «desestabilizar para estabilizar», los soldados clandestinos de los ejércitos del Gladio perpetraban aquellos atentados, que atribuían después a la izquierda. «Para los servicios secretos, el atentado de Peteano era parte de lo que se llamó “la estrategia de la tensión” », explicó públicamente el juez Casson en un reportaje de la BBC dedicado al Gladio. «O sea, crear un clima de tensión para estimular en el país las tendencias socio-políticas conservadoras y reaccionarias.

A medida que se aplicaba esta estrategia en el terreno, se hacía necesario proteger a los instigadores ya que comenzaban a aparecer pruebas de su implicación. Los testigos ocultaban ciertas informaciones para proteger a los extremistas de derecha.» Vinciguerra, un terrorista que, al igual que otros que habían estado en contacto con la rama Gladio de los servicios secretos militares italianos, fue muerto por causa de sus convicciones políticas, declaró: «Había que actuar contra los civiles, contra la gente del pueblo, contra las mujeres, los inocentes, los anónimos desvinculados de todo juego político. La razón era muy simple. Se suponía que tenían que forzar a aquella gente, al pueblo italiano, a recurrir al Estado para pedir más seguridad. A esa lógica política obedecían todos esos asesinatos y todos esos atentados que siguen sin castigo porque el Estado no puede inculparse a sí mismo ni confesar su responsabilidad en lo sucedido.»

El horror de ese diabólico plan sólo va apareciendo, sin embargo, de forma progresiva y quedan aún muchos secretos por revelar hoy en día. Además, el paradero de todos los documentos originales sigue siendo desconocido. «Después del atentado de Peteano y de todos los demás que siguieron», declaró Vinciguerra en el juicio que se hizo en su contra, en 1984, «nadie debiera dudar ya de la existencia de una estructura activa y clandestina, capaz de elaborar en la sombra ese tipo de estrategia de matanzas». Una estructura que, según el propio Vinciguerra, «está imbricada en los propios órganos del poder.

Existe en Italia una organización paralela a las fuerzas armadas, que se compone de civiles y de militares y de vocación antisoviética, o sea destinada a organizar la resistencia contra una eventual ocupación del suelo italiano por parte del Ejército Rojo.» Sin mencionarlo por su nombre, ese testimonio confirmó la existencia del Gladio, el ejército secreto y stay-behind creado por orden de la OTAN. Vinciguerra lo describió como «una organización secreta, una superorganización que dispone de su propia red de comunicaciones, de explosivos y de hombres entrenados para utilizarlos». El terrorista reveló que esa «superorganización, a falta de invasión soviética, recibió de la OTAN la orden de luchar contra un deslizamiento del poder hacia la izquierda en el país. Y eso fue lo que hicieron, con el apoyo de los servicios secretos del Estado, del poder político y del ejército.»

Más de 20 años han transcurrido desde el revelador testimonio del terrorista arrepentido que, por vez primera en la historia italiana, estableció un vínculo entre la red stay-behind Gladio, la OTAN y los atentados con bombas que enlutaron el país. Y sólo ahora, al cabo de todos estos años, después de la confirmación de la existencia del ejército secreto y del descubrimiento de los escondites de armas y de explosivos, los investigadores e historiadores logran interpretar por fin el sentido de las palabras de Vinciguerra.

Pero, ¿son dignas de crédito las palabras de ese hombre? Los hechos que se produjeron después del juicio parecen indicar que sí. El ejército secreto fue descubierto en 1990 y, como para confirmar indirectamente que Vinciguerra había dicho la verdad, el apoyo del que había gozado hasta aquel entonces por parte de las altas esferas le fue bruscamente retirado. Contrariamente a lo sucedido con otros terroristas de extrema derecha, que habían sido puestos en libertad después de haber colaborado con los servicios secretos italianos, Vinciguerra fue condenado a cadena perpetua. Pero Vinciguerra no fue el primero en revelar la vinculación entre el Gladio, la OTAN y los atentados.

Tampoco fue el primero en hablar de la conspiración del Gladio en Italia. En 1974, durante una investigación sobre el terrorismo de extrema derecha, el juez de instrucción Giovanni Tamburino había sentado un precedente al inculpar al general Vito Miceli, el jefe del SID, los servicios secretos militares italianos, por haber «promovido, instaurado y organizado, con la ayuda de otros cómplices, una asociación secreta que agrupaba civiles y militares y cuyo objetivo era provocar una insurrección armada para modificar ilegalmente la Constitución y la composición del gobierno».

El 17 de noviembre de 1974, durante su propio juicio, el general Miceli, ex responsable del Buró de Seguridad de la OTAN, reveló, furioso, la existencia del ejército Gladio y lo describió como una rama especial del SID: «¿Disponía yo de un superSID a mis órdenes? ¡Por supuesto! Pero no lo monté yo mismo para tratar de dar un golpe de Estado. ¡No hice más que obedecer las órdenes de Estados Unidos y la OTAN!»

Gracias a los sólidos contactos que tenía del otro lado del Atlántico, Miceli no salió malparado. Fue liberado bajo fianza y pasó 6 meses en un hospital militar. Hubo que esperar 16 años más hasta que, bajo la presión de los descubrimientos del juez Casson, el primer ministro italiano Andreotti revelara ante el parlamento italiano la existencia de la red Gladio. Al enterarse, Miceli montó en cólera. Poco antes de su muerte, en octubre de 1990, Miceli no pudo seguir conteniéndose: «¡Yo fui a la cárcel porque me negaba a revelar la existencia de esta superorganización secreta y ahora Andreotti se para delante del parlamento y lo cuenta todo!»

En la cárcel, Vinciguerra, el que había puesto la bomba de Peteano, explicó al juez Casson que, en su misión de debilitamiento de la izquierda italiana, los servicios secretos militares y la red Gladio habían contado con la ayuda no sólo de Ordine Nuovo sino también de otras organizaciones de extrema derecha muy conocidas, como Avanguardia Nazionale: «Detrás de los terroristas había mucha gente que actuaba en la sombra, gente que pertenecía o colaboraba con el aparato de seguridad.

Yo afirmo que todos los atentados perpetrados después de 1969 eran parte de una misma estrategia.» Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo, contó como él mismo y sus camaradas de extrema derecha habían sido reclutados para ejecutar las acciones más sangrientas con el ejército secreto Gladio: «Avanguardia Nazionale, al igual que Ordine Nuovo, eran movilizados en el marco de una estrategia anticomunista que no emanaban de grupúsculos que gravitaban en las esferas del poder sino del poder mismo y que formaba parte de las relaciones de Italia con la alianza atlántica.»

El juez Casson se alarmó ante aquellas revelaciones. Para erradicar la gangrena que carcomía el Estado siguió la pista del misterioso ejército clandestino Gladio que había manipulado la clase política durante la guerra fría y, en enero de 1990, pidió permiso a las más altas autoridades del país para extender sus investigaciones a los archivos de los servicios secretos militares, le Servizio Informazioni Sicurezza Militare (SISMI), nuevo nombre del SID desde 1978.

En julio de aquel mismo año, el primer ministro Giulio Andreotti lo autorizó a consultar los archivos del Palazzo Braschi, sede del SISMI en Roma. El magistrado descubrió allí, por vez primera, documentos que demostraban la existencia en Italia de un ejército secreto cuyo nombre de código era Gladio, que estaba a las órdenes de los servicios secretos militares y cuyo objetivo era la realización de operaciones de guerra clandestina.

Casson encontró también documentos que demostraban la implicación de la alianza militar más grande del mundo, la OTAN, y de la última superpotencia existente, Estados Unidos, en los actos de subversión así como sus vínculos con la red Gladio y con grupúsculos terroristas de extrema derecha en Italia y en toda Europa occidental. Para el juez Casson, el hecho de disponer de tales informaciones representaba un peligro, cosa de la cual él estaba enteramente conciente ya que en el pasado otros magistrados italianos que sabían demasiado habían sido asesinados en plena calle: «Desde julio hasta octubre de 1990, yo fui el único que sabía [de la Operación Gladio], lo cual podía acarrearme una desgracia.»

Pero la temida desgracia no tuvo lugar y Casson logró resolver el misterio. Basándose en los datos que había descubierto se puso en contacto con la comisión parlamentaria que presidía el senador Libero Gualteri, encargada de investigar sobre los atentados terroristas. Gualteri y sus pares se inquietaron ante los descubrimientos que les comunicó el magistrado y reconocieron que había que agregarlos al trabajo de la comisión ya que explicaban el origen de los atentados y las razones por las cuales se habían mantenido impunes durante tantos años. El 2 de agosto de 1990, los senadores ordenaron al jefe del ejecutivo italiano, el primer ministro Giulio Andreotti, «informar en 60 días al parlamento sobre la existencia, la naturaleza y el objetivo de una estructura clandestina y paralela sospechosa de haber operado en el seno de los servicios secretos militares con el fin de influir en la vida política del país».

Al día siguiente, el 3 de agosto, el primer ministro Andreotti se presentó ante la comisión parlamentaria y, por primera vez desde 1945, confirmó, como miembro en funciones del gobierno italiano, que una organización de seguridad que actuaba bajo las órdenes de la OTAN había existido en Italia. Andreotti se comprometió ante los senadores a entregarles un informe escrito sobre aquella organización en un plazo de 60 días: «Presentaré a esta comisión un informe muy detallado que he pedido al ministerio de Defensa. [El informe] tiene que ver con las operaciones preparadas por iniciativa de la OTAN ante la hipótesis de una ofensiva contra Italia y la ocupación de la totalidad del territorio italiano o de una parte del mismo. Según lo que me han indicado los servicios secretos, esas operaciones se desarrollaron hasta 1972. Se decidió entonces que ya no eran indispensables. Proporcionaré a la comisión toda la documentación necesaria, tanto sobre el tema en general como sobre los descubrimientos del juez Casson en el marco de las investigaciones sobre el atentado de Peteano.»

Giulio Andreotti, que tenía 71 años en el momento de la audiencia, no era un testigo cualquiera. Su comparencia ante la comisión le dio la oportunidad de sumergirse nuevamente en su larguísima carrera política, probablemente sin equivalente en Europa occidental. A la cabeza del partido demócrata-cristiano (Democrazia Cristiana Italiana o DCI), que actuó durante toda la guerra fría como baluarte contra el PCI, Andreotti gozaba del apoyo de Estados Unidos. Conoció personalmente a todos los presidentes estadounidenses y, a los ojos de muchos observadores italianos y extranjeros, fue el político más influyente de la Primera República Italiana (1945-1993).

Al cabo de décadas de manipulación de la democracia, Giulio Andreotti recupera la memoria.

A pesar de la poca duración que caracterizó a los gobiernos de la frágil Primera República italiana, la habilidad de Andreotti le permitió mantenerse en el poder gracias a numerosas coaliciones convirtiéndose así en un personaje inevitable en el Palazzo Chigi, la sede del gobierno italiano. Nacido en Roma en 1919, Andreotti se convirtió en ministro del Interior a los 35 años antes de imponer un verdadero record al ocupar 7 veces el sillón de primer ministro y obtener sucesivamente no menos de 21 carteras ministeriales, entre ellas la de ministro de de Relaciones Exteriores, que le fue confiada 7 veces. Sus partidarios lo comparaban con Julio Cesar y lo llamaban el «Divino Giulio» mientras que sus detractores lo veían como el arquetipo del tramposo y lo llamaban «el Tío». Se cuenta que su película de gángsters preferida era Goodfellas, por la frase de Robert De Niro: «No delates nunca a tus socios y evita hablar de más». La mayoría de los observadores están de acuerdo en que fue su talento como estratega lo que permitió que el Divino Giulio lograra sobrevivir a las numerosas fechorías e intrigas del poder en las que muy a menudo estuvo directamente implicado.

Al revelar la existencia de la Operación Gladio y de los ejércitos secretos de la OTAN, «El Tío» había decidido finalmente romper la ley del silencio. Al derrumbarse la Primera República, al final de la guerra fría, el poderoso Andreotti, que no era ya más que un anciano, fue arrastrado ante numerosos tribunales acusado de haber manipulado las instituciones políticas, de haber colaborado con la mafia y de haber ordenado en secreto el asesinato de opositores políticos. «La justicia italiana se ha vuelto loca», exclamó en noviembre de 2002 el primer ministro Silvio Berlusconi cuando la Corte de Apelación de Perugia condenó a Andreotti a 24 años de cárcel.

Mientras que los jueces recibían amenazas de muerte y había que ponerlos bajo protección policial, los canales de televisión interrumpían la transmisión del fútbol para anunciar que Andreotti había sido encontrado culpable de haber encargado al padrino de la mafia Gaetano Badalamenti el asesinato, en 1979, del periodista de investigación Mino Pirelli para evitar que se supiera la verdad sobre el asesinato del presidente de la República Italiana, el demócrata-cristiano Aldo Moro. La iglesia católica trató de salvar la reputación del Divino Giulio. Ante la gravedad de los hechos, el cardenal Fiorenzo Angelini declaró: «Jesucristo también fue crucificado antes de resucitar». A pesar de todo, Andreotti no acabó sus días tras las rejas. Los veredictos en su contra fueron anulados en octubre de 2003 y «El Tío» fue puesto nuevamente en libertad.

Durante sus primeras revelaciones sobre la Operación Gladio ante los senadores italianos, el 3 de agosto de 1990, Andreotti puso especial énfasis en precisar que «esas operaciones prosiguieron hasta 1972» para protegerse a sí mismo de posibles repercusiones. En efecto, en 1974, cuando era ministro de Defensa, el propio Andreotti había declarado oficialmente en el marco de una investigación sobre varios atentados cometidos por la extrema derecha: «Yo afirmo que el jefe de los servicios secretos descartó varias veces de forma explícita la existencia de una organización secreta de cualquier naturaleza o envergadura». En 1978, Andreotti también había prestado testimonio en el mismo sentido ante los jueces que investigaban el atentado perpetrado en Milán por la extrema derecha.

Cuando la prensa italiana reveló que el ejército secreto Gladio, lejos de haber sido disuelto en 1972, seguía estando activo, la mentira de Andreotti no pudo seguir sosteniéndose. Durante las semanas siguientes, en agosto y septiembre de 1990, contrariamente a lo que acostumbraba a hacer, el primer ministro se comunicó profusamente con el extranjero, trató de ponerse en contacto con numerosos embajadores y se entrevistó con ellos. Como el apoyo internacional tardaba en llegar, Andreotti, que temía por su cargo, pasó a la ofensiva y trató de subrayar la importancia del papel de la Casa Blanca y de otros muchos gobiernos de Europa occidental que no sólo habían conspirado en la guerra secreta contra los comunistas sino que habían participado en ella activamente. Al tratar de dirigir la atención hacia la implicación de otros países, Andreotti recurrió a una estrategia eficaz aunque bastante arriesgada.

El 18 de octubre de 1990, Andreotti envió urgentemente un mensajero del Palazzo Chigi a la Piazza San Macuto, donde sesionaba la comisión parlamentaria. El mensajero entregó al secretario de recepción del Palazzo Chigi el informe titulado «Un SID paralelo – El caso Gladio». Un miembro de la comisión parlamentaria, el senador Roberto Ciciomessere, supo por casualidad que el informe de Andreotti había sido entregado y que estaba en manos del secretario del Palazzo Chigi. Al echar un vistazo al texto, el senador quedó grandemente sorprendido al comprobar que Andreotti no se limitaba a proporcionar una descripción de la Operación Gladio sino que, en contradicción con su propia declaración del 3 de agosto, reconocía que la organización seguía estando activa.

El senador Ciciomessere pidió una fotocopia del informe, que le fue denegada con el pretexto que, según el procedimiento en vigor, el presidente de la comisión, el senador Gualtieri, tenía que ser el primero en conocer el contenido del informe. Pero el senador Gualtieri nunca llegó a leer aquella primera versión del informe de Andreotti sobre la red Gladio. Tres días después, cuando iba a guardarlo en su portadocumentos para llevarlo a su casa y leerlo allí durante el fin de semana, Gualtieri recibió una llamada del primer ministro informándole que éste necesitaba inmediatamente el informe «para volver a trabajar algunos pasajes».

Gualtieri sintió cierta incomodidad, pero finalmente aceptó de mala gana devolver el documento al Palazzo Chigi, luego de hacer varias fotocopias del mismo. Los métodos poco habituales a los que recurrió Andreotti provocaron un escándalo en toda Italia y no hicieron más que agravar las sospechas. Los periódicos publicaron titulares como «Operación Giulio», en referencia a la Operación Gladio, y entre 50 000 y 400 000 ciudadanos indignados, inquietos y furiosos participaron, respondiendo al llamado del PCI, en una marcha por el centro de Roma, una de las manifestaciones más importantes de aquel periodo, bajo la consigna «Queremos la verdad». Algunos desfilaron disfrazados de gladiadores. En la Piazza del Popolo, el líder del PCI, Achille Occhetto, anunció a la multitud que aquella marcha obligaría al gobierno a revelar las tenebrosas verdades que había mantenido en secreto durante tantos años: «Estamos aquí para obtener la verdad y transparencia».

El 24 de octubre, el senador Gualteri tuvo de nuevo en su poder el informe de Andreotti sobre el «SID paralelo». Dos páginas habían desaparecido y esta versión final ya no tenía más que 10. El parlamentario la comparó con las fotocopias de la primera versión y notó inmediatamente que varios fragmentos sensibles sobre las conexiones internacionales y la existencia de organizaciones similares en el extranjero habían sido suprimidos. Además, todas las menciones relativas a la organización secreta, que anteriormente aparecían en presente, lo cual sugería que seguían existiendo, aparecían ahora en pasado. Estaba claro que la estrategia de Andreotti consistente en enviar un documento y recuperarlo después para modificarlo antes de reenviarlo de nuevo no podía engañar a nadie.

Los observadores coincidieron en que aquella manobra atraería obligatoriamente la atención hacia los fragmentos eliminados, o sea sobre la dimensión internacional del caso, lo cual tendría como resultado que se disminuyera la culpabilidad del primer ministro. Sin embargo, la ayuda del extranjero no llegó.

En la versión final de su informe, Andreotti explicaba que Gladio había sido concebido en los países miembros de la OTAN como una red clandestina de resistencia destinada a luchar contra una posible invasión soviética. Al terminar la guerra, los servicios secretos del ejército italiano, el Servizio di Informazioni delle Forze Armate (SIFAR), predecesor del SID, había firmado con la CIA «un acuerdo sobre “la organización de la actividad de una red clandestina postinvasión”, acuerdo designado con el nombre de Stay Behind, en el que se renovaban todos los compromisos anteriores que implicaban a Italia y Estados Unidos».

La cooperación entre la CIA y los servicios secretos militares italianos, como precisaba Andreotti en su informe, se encontraba bajo la supervisión y la coordinación de los centros encargados de las operaciones de guerra clandestina de la OTAN: «Una vez que se constituyó esa organización secreta de resistencia, Italia estaba llamada a participar (…) en las tareas del CPC (Clandestine Planning Committee), fundado en 1959, que operaba en el seno del [Supreme Headquarters Allied Powers Europe (SHAPE), el cuartel general de las potencias europeas de la OTAN (...); en 1964, los servicios secretos italianos se integraron también al ACC (Allied Clandestine Committee).»

El ejército secreto Gladio, como reveló Andreotti, disponía de considerable armamento. El equipamiento proporcionado por la CIA había sido enterrado en 139 escondites distribuidos en bosques, campos e incluso en iglesias y cementerios. Según las explicaciones del primer ministro italiano, esos arsenales contenían «armas portátiles, municiones, explosivos, granadas de mano, cuchillos, dagas, morteros de 60 mm., fusiles sin retroceso calibre 57, fusiles con mirillas telescópicas, transmisores de radio, prismáticos y otros tipos de equipamiento diverso». Además de las protestas de la prensa y de la población contra las acciones de la CIA y la corrupción del gobierno, las escandalosas revelaciones de Andreotti también dieron lugar a una verdadera fiebre en la búsqueda de escondites de armas.

El padre Giuciano recuerda el día en que los periodistas invadieron su iglesia en busca de los secretos enterrados del Gladio, movidos por intenciones ambiguas: «Me avisaron después del mediodía cuando dos periodistas de Il Gazzettino vinieron a preguntarme si yo sabía algo sobre depósitos de municiones aquí, en la iglesia. Empezaron a cavar en este lugar y rápidamente encontraron dos cajas. Pero el texto indicaba buscar también a unos 30 centímetros de la ventana. Así que retomaron sus excavaciones por allí. Apartaron una de las cajas ya que contenía una bomba de fósforo. Los carabineros salieron mientras que dos expertos abrían la caja. Todavía había otra más, que contenía dos metralletas. Todas las armas estaban nuevas, en perfecto estado. Nunca habían sido utilizadas.»

En contradicción con lo que el terrorista Vinciguerra había indicado en los años 1980, Andreotti afirmaba insistentemente que los servicios secretos militares italianos y los miembros de Gladio no tenían absolutamente nada que ver con la ola de atentados que se había producido en Italia. Según Andreotti, antes de ser reclutado, cada miembro de Gladio era sometido a exámenes intensivos y tenía que «ajustarse rigurosamente» a la ley que regía el funcionamiento de los servicios secretos con el fin de probar su «fidelidad absoluta a los valores de la Constitución republicana antifascista».

El procedimiento tenía también como objetivo garantizar la exclusión de todo aquel que ocupara alguna función administrativa o política. Además, según afirmaba también Andreotti, la ley estipulaba que «los elementos preseleccionados no tuviesen antecedentes penales, no tuviesen ningún compromiso de tipo político y no participaran en ningún tipo de movimiento extremista». Al mismo tiempo, Andreotti señalaba que los miembros de la red no podían declarar ante la justicia y que sus identidades así como otros detalles sobre el ejército secreto eran secreto militar. «La Operación, debido a sus modalidades concretas de organización y de acción –tal y como estaban previstas por las directivas de la OTAN e integradas en su estructura específica– debe prepararse y ejecutarse en el más absoluto secreto.»

Las revelaciones de Andreotti sobre el «SID paralelo» sacudieron Italia. A muchos les costaba aceptar la idea de un ejército secreto dirigido por la CIA y la OTAN en Italia y en el extranjero. ¿Podía ser legal una estructura de ese tipo? El diario italiano La Stampa fue particularmente duro: «Ninguna razón de Estado puede justificar que se mantenga, que se cubra o se defienda una estructura militar secreta compuesta de elementos reclutados en base a criterios ideológicos –dependiente o, como mínimo, bajo la influencia de una potencia extranjera– y que sirva de instrumento para un combate político. No existen, para calificar eso, palabras que no sean alta traición o crimen contra la Constitución.»

En el senado italiano, representantes del Partido Verde, del Partido Comunista y del Partido de los Independientes de Izquierda acusaron al gobierno de haber utilizado las unidades de Gladio para practicar una vigilancia territorial y perpetrar atentados terroristas con el objetivo de condicionar el clima político. Pero el PCI estaba sobre todo convencido de que, desde el comienzo de la guerra fría, el verdadero blanco de la red Gladio no había sido un ejército extranjero sino los propios comunistas italianos. Los observadores subrayaban que «con ese misterioso SID paralelo, fomentado para contrarrestar un imposible golpe de Estado de la izquierda, estuvimos corriendo sobre todo el peligro de vernos expuestos a un golpe de Estado de la derecha (…) No podemos creer eso (…), que ese superSID haya sido aceptado como una herramienta militar destinada a operar “en caso de una ocupación enemiga”. El único verdadero enemigo fue y ha sido siempre el partido comunista italiano, o sea un enemigo interno.»

Decidido a no asumir sólo aquella responsabilidad, el primer ministro Andreotti se presentó ante el parlamento italiano, el mismo día que entregó su informe final sobre Gladio, y declaró: «A cada jefe de gobierno se le informaba la existencia de Gladio». Sumamente embarazosa, esa declaración comprometió entre otros a los ex primeros ministros, como el socialista Bettino Craxi (1983-1987); Giovanni Spadolini del Partido Republicano (1981-1982), entonces presidente del senado; Arnaldo Forlani (1980-1981), quien era en 1990 secretario de la DCI; y Francesco Cossiga (1978-1979), en aquel entonces presidente de la República.

Al verse de pronto en el ojo de la tormenta, debido a las revelaciones de Andreotti, las reacciones de estos altos dignatarios fueron confusas. Craxi afirmaba que nunca se le había informado la existencia de Gladio, hasta que le pusieron delante un documento sobre Gladio firmado de su puño y letra en la época en que él era primer ministro. Spadolini y Forlani sufrieron similares ataques de amnesia, pero también tuvieron que retractarse de sus declaraciones iniciales. Spadolini provocó la hilaridad de todo el mundo al precisar que había que distinguir entre lo que él sabía como ministro de Defensa y lo que le informaban como primer ministro. Francesco Cossiga, presidente de la República desde 1985, fue el único que reconoció plenamente su papel en la conspiración.

Durante una visita oficial en Escocia, anunció que estaba incluso «feliz y orgulloso» de haber contribuido a la creación del ejército secreto como encargado de asuntos de Defensa en el seno de la DCI, en los años 1950. Declaró que todos los miembros de Gladio eran buenos patriotas y se expresó en los siguientes términos: «Yo considero como un gran privilegio y una prueba de confianza (…) el haber sido escogido para esa delicada tarea (…) Tengo que decir que estoy orgulloso de que hayamos podido guardar ese secreto durante 45 años.» Al abrazar así la causa de la organización implicada en actos de terrorismo, el presidente tuvo que enfrentar, a su regreso a Italia, una tempestad política y exigencias de renuncia y de destitución por alta traición provenientes de todos los partidos. El juez Casson tuvo la audacia de llamarlo a comparecer como testigo ante la comisión investigadora del senado.

Pero el presidente, que visiblemente ya no estaba tan «feliz», se negó de forma colérica y amenazó con cerrar toda la investigación parlamentaria sobre Gladio: «Reenviaré al parlamento el acta que extiende sus poderes y, si [el parlamento] la aprueba de nuevo, reexaminaré el texto para determinar si reúne las condiciones para presentar un rechazo [presidencial] definitivo de su promulgación». Como aquella amenaza no tenía ninguna justificación constitucional, los críticos empezaron a cuestionar la salud mental del presidente. Cossiga renunció a la presidencia en abril de 1992, 3 meses antes del término legal de su mandato.

En una alocución pública pronunciada ante el senado italiano el 9 de noviembre de 1990, Andreotti subrayó nuevamente que la OTAN, Estados Unidos y numerosos países de Europa occidental, como Alemania, Grecia, Dinamarca y Bélgica, estaban implicados en la conspiración stay-behind. Como prueba de sus alegaciones, reveladores datos confidenciales fueron entregados a la prensa, la publicación política italiana Panorama divulgó íntegramente el documento El SID paralelo – El caso Gladio, que Andreotti había entregado a la comisión parlamentaria.

Cuando las autoridades francesas trataron de negar su propia implicación en la red internacional Gladio, Andreotti contestó implacablemente que Francia también había participado secretamente en la última reunión del comité director de Gladio, el ACC, que se había desarrollado en Bruselas sólo unas pocas semanas antes, los días 23 y 24 de octubre de 1990, ante lo cual, un poco incómoda, Francia tuvo que reconocer su participación en la operación. A partir de entonces, se hacía imposible desmentir la dimensión internacional de la guerra secreta y el escándalo no tardó en extenderse por toda Europa occidental.

Después, siguiendo las fronteras de los Estados miembros de la OTAN, se propagó rápidamente por Estados Unidos. La comisión del parlamento italiano encargada de investigar sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en su país concluyó: «Aquellas matanzas, aquellas bombas, aquellas operaciones militares fueron organizadas, instigadas o apoyadas por personas que trabajan para las instituciones italianas y, como se descubrió más recientemente, por individuos vinculados a las estructuras de la inteligencia estadounidense».

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 1 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (II)
Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…/por Daniele Ganser

Proseguimos la publicación seriada de la obra de referencia sobre las redes stay-behind de la OTAN. En este segundo capítulo, el historiador suizo Daniele Ganser describe la larga serie de descubrimientos que revelaron la existencia de esa organización clandestina en toda Europa occidental y más allá así como el manto de silencio que rápidamente se extendió sobre ese escándalo. La cuestión planteada entonces por el Parlamento Europeo era saber si las instituciones democráticas no eran más que una fachada tras la cual los anglosajones venían manipulando a los pueblos de Europa occidental desde hacía medio siglo. Una pregunta que sigue siendo válida.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 26 DE NOVIEMBRE DE 2009

Fin del año 1990, el escándalo sobre el Gladio estalla en momentos en que el presidente francés Francois Mitterrand prepara la opinión pública para la entrada de Francia en la guerra de Irak junto a Estados Unidos. Mitterrand confía a su ministro de Defensa, Jean-Pierre Chevenement (con los brazos cruzados en la foto) la misión de acallar la verdad. Los franceses deben seguir ignorando que, desde hace medio siglo, una estructura militar clandestina dirige los Estados de Europa occidental al margen de las instituciones democráticas.

Fin del año 1990, el escándalo sobre el Gladio estalla en momentos en que el presidente francés Francois Mitterrand prepara la opinión pública para la entrada de Francia en la guerra de Irak junto a Estados Unidos. Mitterrand confía a su ministro de Defensa, Jean-Pierre Chevenement la misión de acallar la verdad. Los franceses deben seguir ignorando que, desde hace medio siglo, una estructura militar clandestina dirige los Estados de Europa occidental al margen de las instituciones democráticas.

Este artículo hace parte de la serie:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»

Los periodistas extranjeros reunidos en el club de la prensa de Roma en el verano de 1990 se quejaban de la cobardía de sus redacciones ante el delicado caso Gladio y su dimensión internacional. Efectivamente, se hace necesario recordar el delicado contexto en que se produjeron las revelaciones que el primer ministro italiano Giulio Andreotti hiciera el 3 de agosto ante el senado de su país sobre la existencia de un ejército secreto stay-behind creado por la OTAN en toda Europa occidental.

La reveladora alocución de Andreotti tuvo lugar el día después del 2 de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por el dictador iraquí Sadam Husein. En París, Londres y Washington, jefes de redacciones y consejeros militares temían que aquel escándalo viniera a perturbar los preparativos para la guerra del Golfo.

El 2 de agosto, en Nueva York, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, «espantados por la invasión de Kuwait», habían impuesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, con la anuencia de China y Rusia, la adopción de la resolución 660, que ordenaba «la retirada inmediata e incondicional de todas las fuerzas iraquíes de las posiciones ocupadas el 1º de agosto de 1990».

En Occidente y en el mundo entero los medios de difusión estaban entonces focalizados en la «crisis del Golfo» y relataban como Estados Unidos, bajo la presidencia de George Bush padre, había emprendido la mayor operación militar desde la Segunda Guerra Mundial a la cabeza de una coalición de países a la que pertenecían Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Holanda para liberar Kuwait de la ocupación iraquí en el marco de una operación bautizada como «Tormenta del Desierto», en enero y febrero de 1991. Las grandes cadenas televisivas tenían así simultáneamente dos extrañas historias que poner a la disposición del público: una guerra limpia en el Golfo Pérsico y el escándalo del Gladio en Europa, que finalmente optaron por silenciar.

Como consecuencia de las revelaciones del primer ministro italiano Giulio Andreotti, el escándalo atraviesa las fronteras de Italia cuando, el 30 de octubre, el ex primer ministro socialista de Grecia, Andreas Papandreou, confirma en el diario griego Ta Nea que él mismo había descubierto, en 1984, una estructura secreta de la OTAN muy parecida al Gladio italiano y cuyo desmantelamiento había ordenado de inmediato. Otras voces se hicieron oír para exigir una investigación parlamentaria sobre el ejército secreto y su supuesto papel en el golpe de los coroneles de 1967. Pero el gobierno conservador griego de la época hizo caso omiso. El ministro de defensa Varvitsiotis explicó que un ex agregado militar griego en Washington que había trabajado para la OTAN examinaría las acusaciones, pero anunció: «El gobierno no tiene nada que temer»

De Grecia el escándalo pasó después a Alemania donde, el 5 de noviembre, un parlamentario verde, Manfred Such, que se había enterado del escándalo a través del diario alemán TAZ, emplazó solemnemente al gobierno de Helmut Kohl a expresarse sobre las sospechas de existencia de estructuras del tipo Gladio en Alemania. Mientras que en el ministerio de Defensa alemán se reflexionaba sobre la forma más conveniente de encarar aquel emplazamiento, el canal privado de televisión RTL provocó la indignación pública al revelar, en un reportaje especial dedicado a Gladio, que ex miembros de las SS hitlerianas habían formado parte de la rama alemana de la red y que, en muchos otros países, partidarios de la extrema derecha habían sido enrolados en el ejército secreto anticomunista.

La tensión aumentó todavía más cuando el vocero del gobierno alemán, Hans Klein, trató de explicar de forma confusa que «el Gladio alemán no era, como se ha dicho, un comando secreto o una unidad de guerrilla», y agregó que no podía mencionar detalles debido a que el asunto era secreto militar. Las declaraciones de Klein provocaron un escándalo entre los socialdemócratas y los verdes de la oposición, quienes vieron en ellas un trampolín dada la cercanía de las elecciones federales.

El parlamentario Hermann Scheer, el especialista en cuestiones de defensa en el seno del SPD, el partido socialdemócrata alemán, comparó aquella misteriosa red a una especie de «Ku Klux Klan», más destinado a realizar operaciones clandestinas contra la población y contra la oposición que a luchar contra una improbable invasión soviética. Scheer insistía en que urgía implementar una investigación sobre Gladio «antes de que puedan hacer desaparecer las pruebas». «Este asunto es de la competencia del fiscal general (Generalbundesanwalt)», explicó Scheer, «ya que la existencia de una organización militar secreta fuera de todo control gubernamental o parlamentario es totalmente contraria a la ley fundamental y entra, por lo tanto, dentro del campo de la justicia penal».

El parlamentario socialdemócrata Wilfried Penner, miembro de la Comisión Parlamentaria de Control (PKK) de los servicios secretos alemanes, precisó que nunca había oído hablar de la red secreta de la OTAN ni «de sus ramificaciones mafiosas» y que «este asunto tenía que ser tratado públicamente, a la vista de todos». Burkhard Hirsch, responsable de los servicios secretos en el seno del gobierno y miembro de la PKK, se declaró también «extremadamente inquieto» ya que «si algo puede permanecer en secreto durante tanto tiempo, y pueden confiar en mi larga experiencia, es porque hay algo podrido». Las voces que se elevaban desde las filas del SPD exigiendo una investigación oficial se callaron sin embargo rápidamente cuando el gobierno democratacristiano reveló que los ministros socialdemócratas también habían mantenido el secreto durante los años que estuvieron en el poder. Es por esa razón que, a pesar de las protestas de los verdes, la cuestión se zanjó a puertas cerradas.

En Bélgica, en la noche del 7 de noviembre, el ministro socialista de Defensa Guy Coeme confirmó a una población espantada que en su país también había existido un ejército secreto vinculado a la OTAN. En una referencia implícita a las matanzas registradas en Brabante –durante los años 1980, hombres vestidos de negro habían abierto fuego sobre los clientes de varios supermercados causando numerosos muertos–, el ministro agregó: «Quiero descubrir ahora si existe un vínculo entre las actividades de esa red secreta y la ola de atentados que ensangrentó nuestro país durante los últimos años».

Enfrentando las cámaras de la prensa, el primer ministro belga Wilfried Martens, visiblemente preocupado, declaró: «Soy primer ministro desde hace 11 años, pero siempre ignoré la existencia de una red de ese tipo en nuestro país». Los periodistas señalaron que el primer ministro, «de ordinario tan sosegado ante cualquier circunstancia», parecía esta vez «cualquier cosa menos relajado». El parlamento belga decidió entonces formar una comisión especial encargada de investigar sobre la red stay-behind de Bélgica. Un año después, luego de haber obtenido el desmantelamiento de la red, dicha comisión presentó un valioso informe público de no menos de 250 páginas.

Los parlamentarios belgas lograron descubrir que el ejército clandestino de la OTAN seguía estando activo. Supieron que el ACC, que se componía de los generales que comandaban los ejércitos stay-behind de numerosos países de Europa occidental, se había reunido en el mayor secreto en su cuartel general de Bruselas los días 23 y 24 de octubre de 1990. Aquel consejo se había desarrollado bajo la presidencia del general Raymond Van Calster, jefe del Servicio General de Inteligencia (SGR, siglas en francés), los servicios secretos militares belgas.

Van Claster montó en cólera cuando varios periodistas lograron seguir la pista hasta él y lo contactaron repetidamente por teléfono. La primera vez mintió a la prensa al negar categóricamente, el 9 de noviembre, haber presidido la reunión internacional del ACC y al afirmar que Gladio era una cuestión estrictamente italiana. Más tarde admitió que una red secreta había sido efectivamente instaurada en Bélgica después de la Segunda Guerra Mundial «con el fin de recoger datos de inteligencia ante la hipótesis de una invasión soviética». Desmintiendo enérgicamente todo «vínculo directo con la OTAN», el general se negó a entrar en detalles, aunque afirmó solemnemente: «No tenemos nada que esconder».

En Francia, el gobierno del presidente socialista Francois Mitterrand trató de restar importancia al asunto anunciando, a través de un representante prácticamente desconocido, que el ejército secreto «estado disuelto desde hacia mucho tiempo [en nuestro país]». El general Constantin Melnik, jefe de los servicios secretos franceses entre 1959 y 1962, hizo correr además, a través del diario más importante de Francia, el rumor de que el Gladio francés había «sido probablemente desmantelado inmediatamente después de la muerte de Stalin en 1953 y no debía existir ya bajo la presidencia de De Gaulle [o sea después de 1958]».

La prensa francesa se alineó detrás del gobierno, que aquel entonces se encontraba en plenos preparativos para la guerra del Golfo, y se cuidó de hacer preguntas demasiado delicadas. Fue así como un «escándalo que ocupaba los titulares de primera plana en todos los diarios de Europa sólo se reflejó en una pequeña nota en los diarios parisinos».

Implacablemente, el primer ministro italiano Andreotti echó por tierra la mentira francesa al declarar el 10 de noviembre de 1990 que Francia había participado también en la última reunión de la jefatura de Gladio, el ACC, celebrada en Bélgica el 23 de octubre de 1990. Después de aquella revelación, el ministro francés de Defensa Jean-Pierre Chevenement, ante aquella situación embarazosa, trató de limitar los daños afirmando que el ejército secreto francés se había mantenido pasivo: «Según las informaciones de que dispongo, nunca tuvo más función que la de mantenerse a la espera y cumplir una función de enlace».

En respuesta a un periodista de radio que le preguntaba si se iba a producir en Francia una tormenta política similar a las Italia y Bélgica, el ministro se entregó a varias especulaciones sobre las actividades terroristas o de otro tipo del ejército secreto antes de contestar con toda calma: «No lo creo». La prensa subrayó que el gobierno estaba haciendo todo lo posible por evitar que la población viera en Gladio una «abominación nacional».

En Gran Bretaña, varios voceros del ministerio de Defensa se turnaban día tras día dando invariablemente a la prensa casi la misma respuesta: «Lo siento pero nunca abordamos cuestiones de seguridad» o «Se trata de una cuestión de seguridad, por lo tanto no la abordaremos» o quizás «No nos dejaremos arrastrar al terreno de la seguridad nacional». Mientras que los diarios seguían publicando día tras día titulares sobre el escándalo del Gladio, el ministro británico de Defensa Tom King se aventuró a abordar con desenfado el inquietante asunto: «No sé detrás de qué quimera están corriendo ustedes. La cosa parece terriblemente apasionante, pero me temo que soy un completo ignorante en la materia. Estoy mucho mejor informado sobre el Golfo».

En el contexto de los preparativos para la Operación Tormenta del Desierto y la guerra contra Irak, al parlamento británico le pareció que no era urgente crear una comisión o abrir un debate parlamentario [sobre Gladio] y prefirió respaldar al gobierno del primer ministro John Major. En el verano de 1992, no se había proporcionado aún ninguna versión oficial sobre Gladio, lo cual provocó la indignación de periodistas como Hugh O’Shaughnessy: «El silencio de Whitehall y la falta casi total de curiosidad demostrada por los parlamentarios sobre un escándalo en que Gran Bretaña está tan profundamente implicada resultan extraordinarios.

En Holanda, el primer ministro Ruud Lubbers, en el cargo desde 1982, decidió reaccionar ante el delicado problema con el envío al parlamento, el 13 de noviembre, de una carta en la que confirmaba la existencia de un ejército secreto similar en el país y subrayando que «esa organización nunca estuvo bajo el control de la OTAN». Posteriormente, Lubbers y el ministro de Defensa de Holanda, Relus Ter Beek, informaron a puertas cerradas al Comité encargado de las cuestiones vinculadas a la inteligencia y la seguridad en el seno del parlamento sobre ciertos detalles sensibles del Gladio holandés. «Los sucesivos jefes de gobierno y ministros de Defensa estimaron siempre que era preferible no involucrar en el secreto a los demás miembros del gabinete ni al parlamento», declaró Lubbers ante los diputados, agregando que estaba orgulloso de que una treintena de ministros hubieran sido capaces de mantener aquello en secreto.

Mientras los parlamentarios denunciaban el peligro que implicaba la existencia de un ejército secreto cuya existencia era desconocida para el parlamento y para la inmensa mayoría de la ciudadanía, se decidió que la red secreta no sería objeto de ninguna investigación parlamentaria ni informe público alguno. «El problema no es tanto que tal cosa [el Gladio] haya podido o pueda existir aún hoy en día», declaró el miembro de la oposición liberal Hans Dijkstal, «sino más bien que el parlamento no haya sido informado de nada antes de ayer en la noche».

En el vecino Luxemburgo, el primer ministro Jacques Santer se presentó ante el parlamento el 14 de noviembre de 1990 y confirmó que un ejército secreto creado por iniciativa de la OTAN había existido también en su país. «Las actividades de esas personas se limitaban, y así fue desde su origen, a entrenarse para su misión, o sea a aprender a reaccionar individualmente en un entorno hostil o a coordinar los esfuerzos con los países aliados», insistió Santer.

El reclamo de Jean Huss, un representante del partido verde alternativo que demandaba en primer lugar que se abriera un debate parlamentario sobre la cuestión y la posterior creación de una comisión investigadora parlamentaria, fue sometido a votación y rechazado por la mayoría de los parlamentarios.

Cuando la prensa internacional anunció que «en Portugal, una radio de Lisboa reportó que células de la red asociada a la Operación Gladio fueron utilizadas durante los años 50 en la defensa de la dictadura de derecha de Salazar», el gobierno en funciones respondió emitiendo un desmentido oficial. El ministro portugués de Defensa, Fernando Nogueira, declaró el 16 de noviembre de 1990 que nunca había tenido conocimiento de la presencia de una red Gladio de ningún tipo en Portugal y afirmó que no se disponía en el ministerio de Defensa ni en la Comandancia de las fuerzas armadas «de ninguna información sobre la existencia o las actividades de una “estructura Gladio” en Portugal».

Un general retirado desmintió la versión del gobierno y confirmó en la prensa, de forma anónima, que un ejército paralelo existía también en Portugal y que «dependía del ministerio de Defensa, del ministerio del Interior y del ministerio de Asuntos Coloniales». En la vecina España, país que, al igual que Portugal, había vivido la mayor parte de la guerra fría bajo el yugo de una dictadura de derecha que reprimía la oposición política mediante el terror y la tortura, Alberto Oliart, ministro de Defensa a principios de los años 1980, calificó de «pueril» el hecho de preguntarse si la España franquista también había tenido un ejército secreto de extrema derecha ya que «aquí, Gladio era el gobierno mismo».

En Dinamarca, ante la presión pública, el ministro de Defensa Knud Engaard se dirigió al parlamento, el Folketing, el 21 de noviembre para desmentir que alguna organización «de cualquier naturaleza» hubiese sido creada en el país por la OTAN y sostenida por la CIA. «Como las informaciones relativas a una operación montada por los servicios secretos ante la hipótesis de una ocupación del país son confidenciales, incluso altamente confidenciales», subrayó el ministro, «me resulta imposible hablar de ellas ante el parlamento danés». Pelle Voigt, que había traído el caso de Gladio al parlamento, hizo notar que «la respuesta del ministro de Defensa era contradictoria y confirmaba indirectamente que Dinamarca también tenía su red clandestina». Esto dio lugar a una discusión a puertas cerradas en el seno de la Comisión del parlamento danés encargada de controlar la acción de los servicios secretos.

Cuando la prensa de Noruega empezó a interpelar al gobierno sobre el tema del Gladio, la respuesta que recibió fue la más corta que se haya ofrecido nunca sobre ese tema. «Las palabras de Hansen siguen siendo exactas», declaró el vocero del ministerio de Defensa Erik Senstad, refiriéndose así a una intervención del ministro de Defensa Rolf Hansen ante el parlamento, intervención que databa de 1978 y en la que el ministro no tuvo más remedio que reconocer la existencia en Noruega de un ejército secreto, que ya había sido descubierto. El contralmirante Jan Ingebristen, quien había renunciado a su cargo de jefe de la inteligencia militar noruega en 1985, provocó la indignación de la población al justificar el secreto que rodeaba la existencia de aquellos ejércitos. «No hay en ello nada sospechoso. Si esas unidades están destinadas a actuar clandestinamente en territorio ocupado, es un imperativo que se mantengan en secreto».

En Turquía, la élite del poder reaccionó ante el escándalo del Gladio el 3 de diciembre a través del general Dogan Beyazit, presidente del Departamento de Operaciones del ejército turco, y del general Kemal Yilmaz, comandante de las Fuerzas Especiales, quienes confirmaron en la prensa la existencia de un ejército secreto creado por la OTAN y dirigido por el «Departamento de Operaciones Especiales» con la misión de «organizar la resistencia ante la posibilidad de una ocupación comunista».

Mientras los generales trataban de convencer a la opinión de que los miembros del Gladio turco eran todos buenos «patriotas», los periodistas y el ex primer ministro Bulent Ecevit revelaron que el ejército secreto, bautizado contraguerrilla, estaba implicado en actos de tortura, atentados y asesinatos así como en los sucesivos golpes de Estado que habían caracterizado la historia reciente de Turquía. El ejército se negó a responder las preguntas del parlamento y de los ministros civiles y el ministerio de Defensa turco le advirtió a Ecevit que «¡hubiera hecho mejor en cerrar el pico!».

Mientras la contraguerrilla [turca] proseguía varias operaciones, el propio Departamento de Estado estadounidense señalaba en su informe de 1995 sobre los derechos humanos que «fuentes confiables en el seno de organizaciones humanitarias, representantes de la comunidad kurda y kurdos presentes en el lugar afirman que el gobierno autoriza, incluso organiza, el asesinato de civiles». El informe precisaba que «las asociaciones de defensa de derechos humanos refieren una tesis generalizada y creíble según la cual un grupo de contraguerrilla vinculado a las fuerzas de seguridad estuvo cometiendo “matanzas secretas”».

Cuando la periodista [estadounidense] Lucy Komisar trató de extender la investigación a los Estados Unidos descubrió rápidamente que, en cuestión de secretos militares, su propio gobierno no era mucho mejor que los generales turcos. «El Pentágono se negó a decirme si Washington seguía proporcionando fondos o algún tipo de ayuda al Departamento de Operaciones Especiales. En realidad, esquivaron todas mis preguntas sobre ese tema.» Komisar recibió siempre respuestas evasivas: «Los representantes que pude ver me respondieron que no sabían nada o que los hechos eran demasiado recientes como para que hubiese algo en los archivos o que yo estaba describiendo una operación de la CIA sobre la que nada podían decirme». Un historiador del Pentágono le respondió: «Ah, ¿usted quiere hablar de la organización “stay-behind”? ¡Eso es confidencial!».

Pero el problema de la contraguerrilla [turca] no tardó en reaparecer. El 3 de noviembre de 1996, un automóvil negro marca Mercedes chocó con un tractor en una autopista, cerca del apartado pueblo de Susurluk, más de 150 kilómetros al sur de Estambul. Un dirigente de la contraguerrilla turca, un alto responsable de la policía y un miembro del Parlamento resultaron muertos en el accidente. Muchos vieron en ello la prueba concreta de la profunda implicación del gobierno en la guerra sucia de la contraguerrilla y miles de personas salieron a la calle para protestar contra el «Estado de Susurluk» y exigir que se liberara el país «del control de las pandillas».

En enero de 1998, el primer ministro Mesut Ylmaz tuvo que informar ante millones de teleespectadores sobre las conclusiones de los 7 meses de investigación parlamentaria sobre el escándalo de Susurluk. «Esto es la anatomía de un escandaloso caos», comenzó el primer ministro, antes de reconocer que un «escuadrón de la muerte se había mantenido en el seno del Estado» mientras que «todos los órganos del poder tenían conocimiento de la situación».

Como consecuencia de la profusión de revelaciones acusadoras en toda Europa occidental, el escándalo del Gladio fue objeto de debate en el Parlamento Europeo el 22 de noviembre de 1990. La Comunidad Europea se componía en aquel entonces de 12 miembros, y todos se veían afectados por el escándalo. Los 12 habían establecido entre sí una estrecha cooperación y se disponían a instaurar el Mercado Común, que debía garantizar la libre circulación de personas, bienes y servicios y capitales. Sin embargo, las cuestiones de seguridad y de defensa seguían estando en manos de cada uno de los Estados miembros ya que estos seguían siendo soberanos en ambos aspectos.

«Señor presidente, damas y caballeros, una exigencia de orden moral y político se plantea a la nueva Europa que poco a poco estamos construyendo», así abrió el debate aquel día el eurodiputado Falqui. «Esta Europa sólo podrá sobrevivir basándose en la verdad y en la perfecta transparencia de sus instituciones ante las oscuras intrigas contra la democracia que han marcado la historia, incluso la historia reciente, de muchos países europeos.» Subrayó Falqui que no habría «futuro alguno, señoras y señores, si no disipamos ese sentimiento de haber vivido en lo que pudiéramos llamar un doble Estado, abierto y democrático por un lado, por el otro clandestino y reaccionario. Es por ello que tenemos que conocer la naturaleza y el número de redes “Gladio” a las que dieron abrigo los Estados miembros de la Comunidad Europea».

El eurodiputado belga Dury (socialista) compartía aquellas preocupaciones al declarar a sus colegas parlamentarios: «Lo que nos inquieta en el caso Gladio es que tales redes hayan podido existir a espaldas y fuera de todo control de las instituciones políticas democráticas. Ese es, a mi entender, el principal problema subsistente.» Dury concluyó que la historia de los ejércitos secretos debía ser investigada: «Estamos, por nuestra parte, convencidos de la necesidad de arrojar luz sobre todo este asunto para definir todas sus implicaciones y poner fin a los abusos que pudiesen perdurar y afectar a otras organizaciones así como prevenir las posibles tentaciones que pudiesen haberse suscitado».

Según el eurodiputado belga, la investigación tenía que abordar también el papel de la OTAN «aunque en lo tocante a su responsabilidad y la del SHAPE, no creo que se pueda hablar de conspiración», indicó. «Me parece, a pesar de todo, que tenemos que mantenernos especialmente vigilantes y atentos si queremos que se sepa toda la verdad. Bien sabemos que ciertos miembros de Gladio son también miembros de los comités de la OTAN». Y concluyó: «Arrojar luz sobre este tipos de zonas oscuras constituye precisamente la obligación que nos confiere nuestro mandato democrático».

«Señor presidente, el sistema Gladio operó durante 40 años bajo distintos nombres», declaró ante sus colegas el parlamentario griego Ephremidis. «Operó en la clandestinidad y razonablemente podemos atribuirle una responsabilidad en todos los actos de desestabilización, de provocación y de terrorismo cometidos en nuestros países a lo largo de 4 décadas, actos en los que seguramente se encuentra implicado de forma directa o indirecta». Ephremidis denunció enérgicamente la red stay-behind en su conjunto y sobre todo «el hecho que [esa red] haya sido instaurada por la CIA y la OTAN, las cuales –con el pretexto de defender la democracia– pisotearon ésta última y la utilizaron en aras de sus funestos propósitos».

Al aludir de forma implícita al papel que desempeñó el Gladio griego en el golpe de Estado de 1967, señaló indignado el hecho que «la democracia que se supone disfrutamos no ha sido ni es en realidad otra cosa que una fachada» y llamó al Parlamento Europeo a realizar una investigación. «Hay que descubrir cada una de las sutilezas del asunto y, para ello, tenemos que formar una subcomisión investigadora encargada de escuchar a los testigos y de dar a conocer toda la verdad para que se tomen todas las medidas necesarias para liberar por fin nuestros países de esas organizaciones clandestinas».

El parlamentario belga de Donnea (reformador liberal) ofreció, por su parte, una visión muy diferente: «Señor presidente, al término de la Segunda Guerra Mundial, para la mayoría de nuestros Estados estaba plenamente justificada la creación de servicios que tuvieran como misión la preparación de redes de resistencia que pudieran ser activadas en caso de ocupación de nuestro territorio por parte de los ejércitos del Pacto de Varsovia». Este eurodiputado belga subrayó: «Estamos por lo tanto en deuda con todos aquellos que, mientras la guerra fría se prolongaba eternamente, trabajaron en esas redes». Para de Donnea era evidente que los ejércitos secretos tenían que seguir siendo secretos: «Para mantener su eficacia, esas redes tenían necesariamente que mantenerse en la sombra», aunque deseaba de todas maneras que salieran a la luz sus supuestos vínculos con actividades terroristas: «Dicho esto, si existen indicios o fuertes presunciones que permiten suponer que esas redes hayan podido actuar de forma ilegal y anormal en ciertos países, es interés de todos averiguar la verdad y castigar a los culpables».

El diputado flamenco Vandemeulebroucke resumió de manera bastante justa el sentir de numerosos europeos: «Este caso deja un gusto amargo porque se remonta a la creación de la Comunidad Europea y porque pretendemos precisamente instaurar una nueva forma de democracia». Precisó Vandemeulebroucke que era sobre todo el secreto que rodeaba la operación lo que le inquietaba como parlamentario, ya que «los presupuestos de esas organizaciones clandestinas se mantuvieron también en secreto. No se discutieron nunca en ningún parlamento y queremos expresar nuestra inquietud en cuanto al hecho que (…) resulta evidente que existen órganos capaces de tomar decisiones y de hacer que estas se apliquen sin verse sometidos a ningún tipo de control democrático».

El diputado holandés concluyó: «Quiero protestar más enérgicamente aun contra el hecho que el ejército americano, ya sea a través del SHAPE, de la OTAN o de la CIA, se arrogue el derecho de interferir en nuestra democracia». Reconoció después que el asunto no entraba dentro del campo de competencia del Parlamento Europeo. «Estoy perfectamente conciente de que no somos competentes en materia de seguridad y de mantenimiento de la paz», explicó. «Es por eso que la resolución votada pide la creación de una comisión investigadora parlamentaria en cada uno de los 12 Estados miembros para se sepa la verdad».

Como consecuencia de los debates, el Parlamento Europeo decidió adoptar una resolución sobre el caso Gladio. La resolución contenía una enérgica denuncia del fenómeno y, en su preámbulo, intentaba describir la operación a través de 7 puntos:
1. «Considerando que varios gobiernos europeos han revelado la existencia desde hace 40 años y en varios Estados miembros de la Comunidad de una organización que realiza operaciones armadas y de inteligencia paralela»;

2. «Considerando que durante estos 40 años esa organización escapó a todo control democrático y fue dirigida por los servicios secretos de los Estados interesados en colaboración con la OTAN»;

3. «Temiendo que tales redes hayan podido interferir ilegalmente en los asuntos políticos internos de los Estados miembros o que sigan teniendo la capacidad de hacerlo»;

4. «Considerando que en ciertos Estados miembros los servicios secretos militares (o elementos incontrolables en el seno de esos servicios) han estado implicados en graves actos de terrorismo y criminales como se ha probado mediante diversas investigaciones judiciales»;

5. «Considerando que esas organizaciones actuaron y siguen actuando fuera de todo marco legal, no están sometidas a ningún control parlamentario y, en la mayor parte de los casos, sin que sean informados los más altos responsables del gobierno y los garantes de la Constitución»;

6. «Considerando que las diferentes organizaciones “Gladio” disponen de sus propios arsenales y equipamientos militares que les garantizan una fuerza de ataque desconocida, constituyendo así una amenaza para las estructuras democráticas de los países en los que operan y han operado»;

7. «Profundamente preocupado ante la existencia de órganos de decisión y de ejecución fuera de todo control democrático y de naturaleza totalmente clandestina, en momentos en que un fortalecimiento de la cooperación comunitaria en materia de seguridad está siendo el centro de todos los debates».
Después de aquel preámbulo, la resolución condenaba, en primer lugar, «la creación clandestina de redes de acción y de manipulación y [llamaba] a abrir una profunda investigación sobre la naturaleza, la estructura, los objetivos y todo otro aspecto de esas organizaciones secretas o de todo grupo disidente, sobre su utilización como forma de injerencia en los asuntos políticos internos de los países interesados, sobre el problema del terrorismo en Europa y sobre la posible complicidad de los servicios secretos de los Estados miembros o de terceros países».

En segundo lugar, la Unión Europea protestaba «enérgicamente contra el derecho que sean arrogado ciertos responsables del ejército estadounidense que trabajan para el SHAPE o para la OTAN a estimular la creación en Europa de una red clandestina de inteligencia y acción».

En un tercer punto, la resolución llamaba a «los gobiernos de los Estados miembros a desmantelar todas las redes militares y paramilitares clandestinas».

Como cuarto punto, la Unión Europea exhortaba «las jurisdicciones de los países en los que la presencia de tales organizaciones militares [estaba] comprobada a determinar con exactitud su composición y su forma de operar y a establecer un listado de todas las acciones que al parecer realizaron con vistas a desestabilizar las estructuras democráticas de los Estados miembros».

La UE reclamaba además que «todos los Estados miembros tomen las medidas necesarias, de ser necesario mediante la nominación de comisiones parlamentarias de investigación, con el fin de hacer un listado exhaustivo de las organizaciones secretas en ese contexto y, al mismo tiempo, de controlar sus vínculos con sus respectivos servicios de inteligencia y, de ser el caso, con grupos terroristas y/u otras prácticas ilegales».

El sexto punto de la resolución estaba dirigido al Consejo de Ministros de la Unión Europea, muy especialmente a los ministros de Defensa, y lo llamaba a «proporcionar toda la información sobre las actividades de esas servicios clandestinos de inteligencia y de acción».

En el séptimo punto, el Parlamento Europeo pedía «a su comisión competente que escuchara testigos con el fin de aclarar el papel y el impacto de la organización “GLADIO” y de otras redes similares».

Como último punto, aunque no menos importante, y aludiendo explícitamente a la OTAN y a los Estados Unidos, el Parlamento Europeo «[ordenaba] a su presidente transmitir la presente resolución a la Comisión del Consejo de Europa, al secretario general de la OTAN, a los gobiernos de los Estados miembros y al gobierno de los Estados Unidos».

Mucho ruido para nada. Ni una sola de las 8 medidas que exigía el Parlamento Europeo se ejecutó debidamente. Bélgica, Italia y Suiza fueron los únicos países que nombraron cada uno una comisión investigadora parlamentaria y presentaron un informe público sustancial y detallado.

Y, aunque la resolución se puso en conocimiento de los servicios interesados de la Unión Europea, la OTAN y el gobierno estadounidense, ni el secretario general de la OTAN Manfred Worner, ni el presidente de los Estados Unidos George Bush padre apoyaron la apertura de una investigación exhaustiva u ofrecieron explicaciones públicas.

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 2 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (III)
Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando/por Daniele Ganser

La existencia del gobierno de las sombras instituido por Estados Unidos y Gran Bretaña en el conjunto de países aliados quedó fehacientemente demostrada durante las investigaciones judiciales y parlamentarias realizadas en los años 1980 y 90. A pesar de ello, la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando hoy en día. Y es que Washington y Londres no ven en ello una etapa histórica sino un dispositivo actual. Esto último ha quedado demostrado con los recientes secuestros perpetrados en Europa y con el escándalo de los vuelos secretos de la CIA que marcaron la era de Bush. Si los ejércitos secretos de la OTAN siguen siendo un secreto militar, es porque se mantienen activos.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 28 DE NOVIEMBRE DE 2009

Antes de asumir sus funciones como nuevo comandante supremo de la OTAN (SACEUR), el 2 de julio de 2009, el almirante James G. Stavridis visitó discretamente el SHAPE para reunirse con los jefes de las redes stay-behind.

Este artículo hace parte de la serie:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»


Cuando se producen las revelaciones sobre la red Gladio, en 1990, la OTAN, que es la alianza militar más grande del mundo, contaba con 16 países miembros: Alemania, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Portugal, Gran Bretaña, Turquía y los Estados Unidos, país que asume el papel de comandante.

Ante las revelaciones del primer ministro italiano Giulio Andreotti, la reacción de la alianza atlántica fue de confusión y de temor por su imagen cuando se estableció el vínculo entre los ejércitos stay-bahind y los atentados, actos de tortura, golpes de Estado y otras operaciones terroristas que se habían cometido en varios países de Europa occidental.

El lunes 5 de noviembre de 1990, al cabo de un largo silencio que había durado cerca de un mes, la OTAN negó categóricamente las alegaciones de Andreotti sobre la implicación de la alianza atlántica en la Operación Gladio y sus vínculos con los ejércitos secretos. El principal vocero de la OTAN, Jean Marcotta, afirmó desde el cuartel general del SHAPE, en Mons (Bélgica) que: «La OTAN nunca ha previsto recurrir a la guerrilla o a operaciones clandestinas. Siempre se ha ocupado de cuestiones exclusivamente militares y de la defensa de las fronteras de los países aliados.»

Posteriormente, el martes 6 de noviembre, otro vocero explicó que el desmentido del día anterior era falso. Este otro vocero sólo proporcionó a los periodistas un breve comunicado en el que se precisaba que la OTAN nunca comentaba asuntos que eran secreto militar y que Marcotta debió haberse mantenido en silencio. La prensa internacional criticó amargamente aquellas contradicciones en la estrategia de relaciones públicas de la alianza militar: «Mientras que verdaderos sismos sacuden el continente entero, un vocero de la OTAN hace un desmentido: nada sabemos de Gladio ni de las redes stay-behind. Y ahora un lacónico comunicado viene a desmentir el desmentido “incorrecto” y nada más».

Mientras se producía el derrumbe de la credibilidad de la OTAN, los titulares de los diarios eran: «Unidad clandestina de la OTAN “sospechosa de vínculos con el terrorismo”». «Red secreta de la OTAN acusada de subversión: La Comisión descubrió que Gladio, brazo armado clandestino de la OTAN en Italia, se había convertido en un refugio de fascistas que combatían el comunismo mediante atentados terroristas que debían justificar un endurecimiento de las leyes. La bomba que estalló en Bolonia provenía de una unidad de la OTAN».

Un diplomático de la OTAN, que insistió en conservar el anonimato, justificó ante los periodistas: «Ya que se trataba de una organización secreta, no espero que abunden las respuestas, aunque ya haya acabado la guerra fría. Si hubo vínculos con organizaciones terroristas, ese tipo de información debe estar enterrado muy hondo. Y si no es el caso, ¿qué hay de malo en preparar el terreno para la resistencia en caso de que los soviéticos atacaran?».

Según la prensa española, inmediatamente después del fiasco de la operación de comunicación de los días 5 y 6 de noviembre, el secretario general de la OTAN Manfred Worner convocó a los embajadores de la alianza atlántica para una reunión a puertas cerradas sobre Gladio el 7 de noviembre. El «Supreme Headquarters Allied Powers Europe o SHAPE, órgano de mando del aparato militar de la OTAN, coordinaba las acciones del Gladio, eso fue lo que reveló el secretario Manfred Worner durante una entrevista con los embajadores de las 16 naciones aliadas de la OTAN», reportó la prensa española. «Worner habría pedido tiempo para realizar una investigación sobre las causas del desmentido formal» que la OTAN había publicado el día anterior. «Eso es lo que habría anunciado a los embajadores del Consejo Atlántico reunidos el 7 de noviembre, según ciertas fuentes.»

El más alto oficial de la OTAN en Europa, el general estadounidense John Galvin, había confirmado que las alegaciones de la prensa eran en gran parte correctas, pero que había que mantener el secreto. «En aquella reunión a puertas cerradas, el secretario general de la OTAN precisó que los altos oficiales interrogados (se refería al general John Galvin, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa) habían indicado que el SHAPE coordinaba las operaciones que realizaba el Gladio. En lo adelante, la política de la OTAN será negarse a hacer cualquier comentario sobre los secretos oficiales.»

Según fuentes que han expresado su deseo de mantenerse en el anonimato, el Buró de Seguridad de la OTAN estaba directamente implicado en la Operación Gladio. Con sede en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, el misterioso Buró de Seguridad es parte integrante de la OTAN desde la creación de la alianza atlántica, en 1949. Su misión consiste en coordinar, supervisar y aplicar las políticas de seguridad de la OTAN. El director de la Seguridad es el principal consejero del secretario general en materia de seguridad, dirige el Servicio de Seguridad del cuartel general y es responsable de la coordinación general de la seguridad en el seno de la OTAN.

Pero lo más importante es que preside el Comité de Seguridad de la alianza atlántica, órgano que reúne regularmente a los jefes de los servicios de seguridad de los países miembros de la OTAN para discutir sobre cuestiones de espionaje, terrorismo, subversión y otras amenazas, entre ellas el comunismo en Europa occidental, que pudieran representar un peligro para la OTAN.

En Alemania, el investigador Erich Schmidt Eenboom reveló que los jefes de los servicios secretos de varios países de Europa occidental, sobre todo los de España, Francia, Bélgica, Italia, Noruega, Luxemburgo y Gran Bretaña, se habían reunido varias veces a finales del año 1990 para elaborar una estrategia de desinformación que debía contrarrestar las numerosas revelaciones sobre Gladio.

Aquellas reuniones se desarrollaron al parecer en el muy secreto Buró de Seguridad. «El hecho que las estructuras clandestinas de Gladio fuesen coordinadas por un comité internacional de seguridad que se componía únicamente de representantes de los servicios secretos», resalta el diario portugués Expresso, «plantea otro problema: el de la soberanía nacional de cada uno de los Estados». Durante la guerra fría, ciertos servicios de inteligencia actuaban fuera de todo marco democrático. «Parece como si varios gobiernos europeos hubiesen perdido el control de sus servicios secretos» mientras que la OTAN mantenía, por su parte, relaciones particularmente estrechas con los servicios secretos militares de cada uno de los Estados miembros. «Parece evidente que la OTAN aplica un principio de confianza restringida. Según esa doctrina, ciertos gobiernos no son lo suficientemente activos en la lucha contra el comunismo así que no es de utilidad informarlos sobre las actividades del ejército secreto de la OTAN.»

Bajo el título «Manfred Worner habla sobre el Gladio», la prensa portuguesa publicó detalles suplementarios sobre la reunión del 7 de noviembre. «El secretario general de la OTAN, el alemán Manfred Worner, explicó a los embajadores de los 16 países aliados de la OTAN la función de la red secreta –que fue creada en los años 1950 con el fin de organizar la resistencia ante la eventualidad de una invasión soviética.»

Tras las puertas cerradas, «Worner confirmó que el comando militar de las fuerzas aliadas, el Supreme Headquarters Allied Powers Europe (SHAPE), coordina las actividades de la “Red Gladio”, instaurada por los servicios secretos de los diferentes países de la OTAN, a través de un comité creado en 1952 y presidido actualmente por el general Raymond Van Calster, jefe de los servicios secretos militares belgas», posteriormente se supo que se trataba del ACC. Según el diario, «la estructura se creó en Italia antes de 1947, más tarde redes similares se crearon en Francia, Bélgica, el Reino Unido, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Noruega y Grecia». «El secretario general reconoció también que el SHAPE había proporcionado “informaciones falsas” negando la existencia de esa red secreta, pero se negó a explicar las numerosas contradicciones en las que se enredaron numerosos gobiernos al confirmar o negar la realidad sobre las redes Gladio en sus respectivos países».

En medio de la tormenta, la prensa trató repetidamente de obtener una explicación, o al menos algún comentario, de la más alta autoridad civil de la alianza atlántica, el secretario general de la OTAN Manfred Worner. Pero, conforme a la política de la alianza que consistía en no pronunciarse sobre secretos militares, Worner rechazó todos los pedidos de entrevistas. El término «secretos militares» focalizó la atención de los periodistas, que empezaron entonces a buscar ex responsables de la OTAN ya retirados que pudiesen expresarse con más libertad sobre el caso. Joseph Luns, un ex diplomático de 79 años que había ocupado las funciones de secretario general de la OTAN desde 1971 hasta 1984, concedió una entrevista telefónica a varios reporteros desde su apartamento en Bruselas. Afirmó no haber sido informado nunca de la existencia de la red secreta, hasta que se había enterado, en fecha reciente, a través de la prensa: «Yo nunca había oído hablar de eso a pesar de que ejercí algunas responsabilidades en el seno de la OTAN».

Luns admitió, sin embargo, haber sido puesto al tanto «de forma limitada» en ocasión de operaciones especiales y estimó como «poco probable pero no imposible» que Gladio hubiera podido existir sin que él lo supiera. «El único organismo internacional que ha funcionado es la OTAN, simplemente porque se trata de una alianza militar y porque nosotros estábamos al mando », respondió un día el presidente estadounidense Richard Nixon.

Hacía notar, con toda razón, que aunque la OTAN tenía su sede europea en Bélgica, su verdadero cuartel general estaba en Washington, en el Pentágono. Desde la creación de la alianza atlántica, el comandante en jefe de la zona Europa, el SACEUR (Supreme Allied Commander Europe), que ejerce sus funciones desde su cuartel general, el SHAPE, con sede en Casteau (Bélgica), fue siempre un general estadounidense. Los europeos podían, por su parte, nombrar al más alto responsable civil, el secretario general. Pero, desde la nominación del general Dwight Eisenhower como primer SACEUR, la más alta función militar en Europa estuvo sistemáticamente en manos de oficiales estadounidenses.

Thomas Polgar, oficial de la CIA en retiro, confirmó, después de que se descubriera la existencia de los ejércitos secretos en Europa occidental, que la coordinación de dichos ejércitos estaba a cargo de «una especie de grupo de planificación de guerra no convencional» vinculado a la OTAN. Sus palabras fueron confirmadas por la prensa alemana cuando esta subrayó que, durante todo el periodo de la guerra fría, ese departamento secreto de la OTAN estuvo bajo control estadounidense. «Las misiones de los ejércitos secretos son coordinadas por la “Sección de Fuerzas Especiales”, que se encuentra en un ala altamente vigilada del cuartel general de la OTAN en Casteau», reportó un diario alemán. «Una puerta gris de acero que se abre como la caja fuerte de un banco y mediante una combinación cifrada impide el acceso de toda persona no autorizada.

Los oficiales de los demás departamentos invitados a penetrar allí tienen que presentarse en una ventanilla oscura en la que son sometidos a un control. La Sección de Fuerzas Especiales está bajo la dirección de oficiales británicos y estadounidenses exclusivamente y la mayoría de los documentos que allí circulan llevan la inscripción “American eyes only” (Únicamente para el personal americano)».

Para contrarrestar la influencia de los partidos comunistas en ciertos países de Europa occidental, la OTAN había emprendido, desde su creación al término de la Segunda Guerra Mundial, una guerra secreta no convencional. Según los descubrimientos de la investigación parlamentaria belga sobre el Gladio, esa lucha comenzó incluso antes de la fundación de la alianza atlántica, bajo la coordinación, a partir de 1948, del “Clandestine Committee of the Western Unión” (CCWU) o Comité Clandestino de la Unión Occidental. Según la prensa, todas las «naciones [participantes en Gladio] eran miembros del CCWU y asistían regularmente a reuniones a través de un representante de sus servicios secretos. Estos estaban generalmente en contacto directo con las estructuras stay-behind».

En 1949, al firmarse el Tratado del Atlántico Norte, el CCWU fue secretamente incorporado al nuevo aparato militar internacional y operó, a partir de 1951, bajo la nueva apelación de CPC. En aquella época, el cuartel general europeo de la OTAN se encontraba en Francia y el CPC tenía su sede en París. Como antes lo había hecho el CCWU, el Comité se encargaba de la planificación, la preparación y la dirección de las operaciones de guerra no convencional que realizaban los ejércitos stay-behind y las Fuerzas Especiales. Sólo los oficiales que disponían de autorizaciones emitidas por el nivel superior estaban autorizados a penetrar en la sede del CPC donde, bajo la vigilancia de los expertos de la CIA y del MI6, se reunían varias veces al año los jefes de los servicios secretos de los Estados de Europa occidental para coordinar las operaciones de guerra clandestina que se desarrollaban en toda la parte occidental del continente.

En 1966, cuando el presidente de la República Francesa Charles de Gaulle expulsó a la OTAN de Francia, el cuartel general europeo de la alianza atlántica tuvo que mudarse de París a Bruselas, lo cual provocó la cólera del presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson. En el más absoluto secreto, el CPC también se mudó para Bélgica, como se reveló gracias a la investigación sobre el Gladio belga. La histórica expulsión de la OTAN del territorio francés ofreció entonces una primera imagen real de los oscuros secretos de la alianza atlántica. Para Philip Willan, especialista en operaciones secretas: «La existencia de protocolos secretos de la OTAN que implicaban a los servicios secretos de los países firmantes y que tenían como objetivo evitar que los comunistas tuviesen acceso al poder se divulgó por vez primera en 1966, cuando el presidente De Gaulle decidió retirarse del comando conjunto de la OTAN y denunció esos protocolos como una violación de la soberanía nacional».

Si los documentos originales de los protocolos anticomunistas secretos de la OTAN siguen siendo confidenciales, las especulaciones sobre su contenido no dejaron de multiplicarse como consecuencia del descubrimiento de la existencia de los ejércitos secretos stay-behind. En un artículo dedicado al Gladio, el periodista estadounidense Arthur Rowse escribió que «una cláusula secreta del tratado inicial de la OTAN de 1949 estipulaba que todo país candidato a la adhesión tenía que haber instaurado anteriormente una autoridad de Seguridad Nacional encargada de dirigir la lucha contra el comunismo por grupos clandestinos de ciudadanos».

Un especialista italiano en servicios secretos y operaciones clandestinas, Giuseppe de Lutiis, descubrió que en el momento de su integración a la OTAN, en 1949, Italia firmó, además del Pacto Atlántico, una serie de protocolos secretos que estipulaban la creación de una organización no oficial «encargada de garantizar el alineamiento de la política interna italiana con la del bloque occidental por todos los medios necesarios, incluso en que caso de que la población llegara a manifestar una inclinación divergente».

El historiador italiano especializado en el Gladio, Mario Coglitore, ha confirmado también la existencia de esos protocolos secretos de la OTAN. Después de las revelaciones de 1990, un ex oficial de inteligencia de la OTAN, que puso énfasis en conservar el anonimato, llegó a afirmar que esos documentos protegían explícitamente a los miembros de la extrema derecha considerados útiles en la lucha contra los comunistas. El presidente de los Estados Unidos Truman y el canciller alemán Adenauer al parecer «firmaron un protocolo secreto durante la adhesión de la RFA a la OTAN, en 1955, en el que se estipulaba que las autoridades de Alemania Occidental se abstendrían de emprender acciones judiciales contra reconocidos extremistas de derecha».

El general italiano Paolo Inzerilli, quien dirigió el Gladio en su país desde 1974 hasta 1986, subrayó que los «omnipresentes americanos» controlaban el CPC secreto que se hallaba a cargo de la coordinación de la guerra clandestina. Según el general Inzerilli, el Comité había sido fundado «por orden del comandante en jefe de la OTAN en Europa. Era [el Comité] el intermediario entre el SHAPE, el cuartel general de las potencias aliadas en Europa y los servicios secretos de los Estados miembros para las cuestiones de guerra no convencional».

Estados Unidos controlaba el CPC, con sus vasallos británicos y franceses, y constituía juntos a estos últimos una “Comisión Ejecutiva” en el seno del Comité. «Las reuniones se sucedían al ritmo de una o dos al año en el cuartel general del CPC, en Bruselas, y los asuntos del orden del día se debatían entre la “Comisión Ejecutiva” y los responsables militares», testimonió Inzirelli.

«La coordinación entre las acciones de nuestra red stay-behind y las de las estructuras clandestinas análogas en Europa la hacía el CPC, el Coordination and Planning Comité [Comité de Planificación y Coordinación] del SHAPE, el cuartel general de las potencias aliadas en Europa», explicó el general italiano Gerardo Serravalle. Predecesor del general Inzirelli, el general Serravalle había tenido bajo sus órdenes el Gladio en Italia entre 1971 y 1974. Serravalle contó que «durante los años 1970, los miembros del CPC eran los oficiales responsables de las estructuras secretas de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo, Holanda e Italia. Esos representantes de las redes clandestinas se reunían cada año en una de las capitales europeas

Altos responsables de la CIA asistían a cada una de esas reuniones. «Siempre había representantes de la CIA en las reuniones de los ejércitos stay-behind», recuerda Serravalle. «Pertenecían a la estación CIA de la capital donde se desarrollaba la reunión y no participaban en las votaciones. La “Directiva SHAPE” desempeñaba el papel de referencia oficial, por no decir de doctrina para las redes stay-behind», explica el general Serravalle en su libro dedicado al Gladio. Precisa también que las grabaciones del CPC, que él mismo pudo consultar pero que siguen siendo confidenciales, «abordan [sobre todo] el entrenamiento de los miembros del Gladio en Europa, cómo activarlos desde el cuartel general secreto en caso de ocupación del conjunto del territorio nacional y otras cuestiones técnicas como, por citar la más importante, la unificación de los diferentes sistemas de comunicación entre las bases stay-behind ».

Paralelamente al CPC, un segundo puesto de mando secreto que funcionaba como un cuartel general stay-behind fue creado por la OTAN a principios de los años 1950 bajo el nombre de ACC. Al igual que el CPC, el ACC estaba en contacto directo con el SACEUR, que a su vez estaba bajo control estadounidense. Según las conclusiones de la investigación belga sobre Gladio, el ACC fue creado en 1955 y se encargó de «la coordinación de las redes “stay-behind” en Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y en Estados Unidos». Según el informe sobre la investigación belga, en tiempo de paz las funciones del ACC «incluían la elaboración de directivas destinadas a la red, el desarrollo de sus capacidades secretas y el establecimiento de bases en Gran Bretaña y Estados Unidos.

En caso de guerra, se suponía que debía preparar acciones stay-behind conjuntamente con el SHAPE; a partir de ahí, los organizadores tenían que activar las bases clandestinas y preparar las operaciones». El comandante del Gladio italiano, Inzirelli, afirma que «las relaciones en el seno del ACC eran totalmente diferentes» a las que existían en el CPC. «La atmósfera era claramente más relajada y amigable que en el CPC.» El ACC, fundado en cumplimiento de «una orden expresa del SACEUR al CPC», al parecer «se convirtió en una ramificación» de este último.

Parece que ese organismo sirvió sobre todo como un foro donde se compartía la experiencia del Gladio entre los jefes de los servicios secretos: «El ACC era un comité esencialmente técnico, un foro donde uno podía intercambiar información y experiencias, mencionar los medios disponibles o en estudio, compartir sus conocimientos sobre las redes, etc…» El general Inzirelli recuerda: «Nos hacíamos favores mutuamente. Cada uno de nosotros sabía que si le hacía falta un experto en explosivos, en telecomunicaciones o en represión para una operación, podía dirigirse sin problemas a un colega extranjero ya que los agentes habían recibido el mismo entrenamiento y utilizaban el mismo tipo de equipamiento».

Los radiotransmisores llamados Harpoon eran parte del equipamiento de todos los miembros del ACC. La firma alemana AEG Telefunken los había concebido y fabricado a mediados de los años 1980, por orden del comité de dirección de Gladio, a un costo total de 130 millones de marcos, para reemplazar un sistema de comunicaciones que se había hecho obsoleto. El sistema Harpoon podía transmitir y recibir mensajes radiales codificados a una distancia de 6 000 kilómetros permitiendo así la comunicación entre las redes stay-behind que se encontraban a ambos lados del Atlántico. «El único equipamiento que tienen en común todos los miembros del ACC es el famoso radiotransmisor Harpoon», reveló Van Ussel, un miembro del Gladio belga que había utilizado ese equipo personalmente en los años 1980, cuando era un miembro activo de la organización.

Según Van Ussel, «ese sistema se utilizaba regularmente para transmitir mensajes entre las bases y los agentes (en particular durante los ejercicios de comunicación por radio), pero estaba destinado sobre todo a la transmisión de información de inteligencia en caso de ocupación». El ACC disponía de bases en todos los países europeos, incluyendo una en el Reino Unido. Desde esas bases se podía activar y dirigir las unidades presentes en los territorios ocupados. Al parecer, el ACC editaba manuales destinados a los miembros de Gladio. Estos manuales indicaban los procedimientos comunes a seguir en la realización de acciones clandestinas, las comunicaciones radiales codificadas y el salto de frecuencia así como el abastecimiento por vía aérea y los aterrizajes.

El ACC tenía un sistema de presidencia rotativa con un mandato de 2 años. En 1990, dicha presidencia estaba en manos de Bélgica. La reunión del ACC que tuvo lugar durante los días 23 y 24 de noviembre se desarrolló bajo la presidencia del general de división Raymond Van Calster, jefe del SGR, los servicios secretos militares belgas. El general Inzirelli recordó que «al contrario del CPC, el ACC no tenía una dirección establecida y permanente. La presidencia del Comité se asumía por 2 años y rotaba entre todos los miembros, por orden alfabético». Por esa razón, el ACC no estaba sometido «al mismo dominio de las grandes potencias». Inzirelli afirmó que él prefirió trabajar en el ACC en vez de hacerlo en el CPC, bajo control de los estadounidenses: «Tengo que reconocer, por haberlo presidido yo mismo durante 2 años, que el ACC era un comité verdaderamente democrático».

En el marco de toda investigación exhaustiva sobre la Operación Gladio y las redes stay-behind, salta a la vista la importancia de las transcripciones y grabaciones de las reuniones del CPC y del ACC como fuentes esenciales. Desgraciadamente, a pesar de los años transcurridos desde el descubrimiento de esa red altamente secreta, las autoridades de la OTAN se han limitado, al igual que en 1990, a oponer el silencio o el rechazo a las exigencias del público en ese sentido. Al realizar nuestra propia investigación, durante el verano del año 2000, cuando nos pusimos en contacto con el servicio de archivos de la OTAN para solicitar acceso a informaciones suplementarias sobre Gladio, esencialmente sobre el CPC y el ACC, recibimos la siguiente respuesta: «Después de haber verificado en nuestros archivos, no existe huella alguna de los comités que usted menciona».

Cuando insistimos, el servicio de archivos nos respondió: «Le confirmo nuevamente que los comités que usted menciona nunca han existido en el seno de la OTAN. Además, la organización que usted llama “Gladio” nunca ha formado parte de la estructura militar de la OTAN». Llamamos entonces al Buró de Seguridad de la OTAN, pero nunca pudimos hablar con su director. Ni siquiera pudimos conocer su identidad, clasificada como “confidencial”. La señora Isabelle Jacobs nos informó que era altamente improbable que lográsemos obtener respuestas a nuestras preguntas sobre un tema tan sensible como el Gladio y nos aconsejó que transmitiéramos nuestro pedido por escrito a través de la embajada de nuestro país de origen.

Fue así que, después de que la Misión Suiza de Observación en Bruselas transmitiera a la OTAN nuestras preguntas sobre el caso Gladio, el embajador de Suiza Anton Thalmann nos respondió que sentía informarnos que «Ni yo ni mi personal tenemos conocimiento de la existencia de los comités secretos de la OTAN que menciona usted en su carta». Nuestras preguntas eran: «¿Cuál es el vínculo entre la OTAN, el Clandestine Planning Committee (CPC) y el Allied Clandestine Committee (ACC)? ¿Qué papel desempeñan el CPC y el ACC? ¿Qué vínculo existe entre el CPC, el ACC y el Buró de Seguridad de la OTAN?» El 2 de mayo de 2001 recibimos una respuesta de Lee McClenny, director del servicio de prensa y comunicación de la OTAN.

En su carta, McClenny afirmaba que «Ni el Allied Clandestine Committee, ni el Clandestine Planning Committee aparecen en la documentación de la OTAN, confidencial o no, que he consultado.» Y agregaba: «Además, no he podido encontrar a nadie que trabaje aquí que haya oído hablar de esos comités. Ignoro si tales comités han existido alguna vez en la OTAN, lo que sí es seguro es que no es el caso hoy en día». Nuevamente insistimos y preguntamos: «¿Por qué el vocero de la OTAN Jean Marcotta negó categóricamente, el 5 de noviembre de 1990, todo vínculo entre la OTAN y el Gladio, palabras que fueron desmentidas dos días después por un segundo comunicado?». La respuesta de Lee McCleny fue: «No estoy al corriente de la existencia de vínculos entra la OTAN y la Operación Gladio. Además, no encuentro a nadie con el nombre de Jean Marcotta en la lista de voceros de la OTAN». Se mantenía el misterio.

La CIA, la agencia de inteligencia más poderosa del mundo, no se mostró más inclinada a cooperar que la mayor alianza militar del mundo si se trataba de abordar la delicada cuestión del Gladio y de los ejércitos stay-behind. Fundada en 1947, dos años antes de la creación de la OTAN, la principal tarea de la CIA durante la guerra fría consistió en combatir el comunismo a lo largo y ancho del planeta mediante la realización de operaciones secretas cuyo objetivo era extender la influencia de los Estados Unidos. El presidente Nixon indicó una vez que «acciones clandestinas» eran para él «aquellas actividades que, aunque están destinadas a favorecer los programas y políticas de los Estados Unidos en el extranjero, se planifican y ejecutan de forma tal que el público no vea en ellas la mano del gobierno americano».

Historiadores y analistas políticos han descrito posteriormente de forma detallada la manera como la CIA y las Fuerzas Especiales estadounidenses influyeron en la evolución política y militar de numerosos países de América Latina mediante guerras secretas y no declaradas. Entre los hechos más destacados podemos citar el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, en 1954; el fracasado desembarco en Bahía de Cochinos, en 1961, que debía provocar la destitución de Fidel Castro; el asesinato de Ernesto Che Guevara en Bolivia, en 1967; el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende y la instalación en el poder del dictador Augusto Pinochet, en 1973; así como el financiamiento de los Contras en Nicaragua, después de la revolución sandinista de 1979.

Además de esas acciones en el continente sudamericano, la CIA intervino también en numerosas ocasiones en Asia y en África derrocando el gobierno de Mossadegh en Irán, en 1953; apoyando la política de apartheid en Sudáfrica, lo cual condujo al encarcelamiento de Nelson Mandela; ayudando a Ben Laden y al-Qaeda en Afganistán, durante la invasión soviética de 1979; y apoyando al líder khmer rojo Pol Pot desde la bases que había conservado en Cambodia, después de la derrota estadounidense en Vietnam, en 1975. Desde un punto de vista estrictamente técnico, el departamento de operaciones secretas de la CIA corresponde a la definición de organización terrorista que hace el FBI. El “terrorismo” es, según el FBI, «el uso ilegal de la fuerza o de la violencia contra personas o bienes con el fin de intimidar y obligar a un gobierno, una población civil o un segmento de ésta última a perseguir ciertos objetivos políticos o sociales».

A mediados de los años 1970, cuando el Congreso de los Estados Unidos descubrió que la CIA y el Pentágono habían extendido sus propios poderes casi más allá de todo control, sobrepasándolos incluso en numerosas ocasiones, el senador estadounidense Frank Church hizo, con bastante buen tino, el siguiente comentario: «La multiplicación de los abusos cometidos por nuestros servicios de inteligencia es reveladora de un fracaso más general de nuestras instituciones fundamentales». El senador Church presidía una de las 3 comisiones del Congreso que recibieron la misión de investigar sobre los actos de los servicios secretos estadounidenses y cuyos informes, presentados a mediados de los años 1970, constituyen hoy en día une referencia autorizada en lo tocante a las guerras secretas de Washington.

Sin embargo, el impacto de las investigaciones del Congreso estadounidense fue limitado y los servicios secretos siguieron abusando de sus prerrogativas, con el apoyo de la Casa Blanca, como quedó demostrado durante el escándalo del Irángate, en 1986. Aquello llevó a la historiadora Kathryn Olmsted a plantearse la siguiente «pregunta crucial»: «¿Por qué, después de haber emprendido su investigación, la mayoría de los periodistas y miembros del Congreso renunciaron a desafiar el gobierno secreto?».

Mientras se desarrolla en Estados Unidos el debate sobre la existencia o no de un «gobierno de la sombra», el fenómeno Gladio prueba que la CIA y el Pentágono han operado repetidamente fuera de todo control democrático durante la guerra fría, e incluso después del derrumbe del comunismo, sin tener nunca que rendir cuentas sobre sus intrigas. Durante una entrevista concedida a la televisión italiana en diciembre de 1990, el almirante Stanfield Turner, director de la CIA de 1977 a 1981, se negó de plano a hablar del escándalo Gladio. Cuando los periodistas, que tenían en mente la gran cantidad de víctimas de los numerosos atentados perpetrados en Italia, trataron de insistir, el ex jefe de la CIA se quitó el micrófono con furia y gritó: «¡Dije que cero preguntas sobre Gladio!», poniendo así fin a la entrevista.

Ex oficiales de la CIA de menos rango aceptaron de mejor grado hablar de los secretos de la guerra fría y de las operaciones ilegales de la agencia estadounidense. Entre ellos, Thomas Polgar, quien se retiró en 1981, al cabo de 30 años de servicio. En 1991, Polgar prestó testimonio contra la nominación de Robert Gates a la cabeza de la CIA, reprochándole el hecho de haber enmascarado el escándalo del Irángate. Interrogado sobre los ejércitos secretos en Europa, Polgar explicó, refiriéndose implícitamente al CPC y al ACC, que la coordinación de los programas stay-behind estaba en manos de «una especie de grupo de planificación de guerra no convencional vinculado a la OTAN».

En sus cuarteles generales secretos, los jefes de los ejércitos secretos nacionales «se reunían cada 2 o 3 meses, siempre en una capital diferente». Polgar subraya que «cada servicio nacional lo hacia con mayor o menor celo», aunque admite que «en los años 1970 en Italia, algunos fueron incluso más lejos de lo que exigía la carta de la OTAN». El periodista Arthur Rowse, ex colaborador del Washington Post, dio a conocer «Las lecciones de Gladio» en un ensayo dedicado al tema: «Mientras el pueblo estadounidense siga ignorando todo ese oscuro capítulo de las relaciones exteriores de los Estados Unidos eso no incitará realmente a las agencias responsables de esta situación a cambiar de comportamiento. El fin de la guerra fría no cambió gran cosa en Washington. Estados Unidos (…) sigue esperando con impaciencia un verdadero debate nacional sobre los medios, los objetivos y los costos de nuestras políticas federales de seguridad».

Especializados en el estudio de las operaciones clandestinas de la CIA y de los secretos de la guerra fría, los investigadores del instituto privado e independiente de investigación National Security Archive de la universidad George Washington, en Washington, presentaron a la CIA, el 15 de abril de 1991, un pedido basado en la Freedom of Information Act (FOIA). Según los términos de esta ley sobre la libertad de información, todos los servicios del gobierno estadounidense están obligados a justificar ante la ciudadanía la legalidad de sus actos. Malcolm Byrne, vicedirector de investigación del National Security Archive, solicitaba a la CIA el acceso a «todos los archivos vinculados (…) a las decisiones del gobierno estadounidense, tomadas probablemente entre 1951 y 1955, sobre el financiamiento, el apoyo o la colaboración con todo ejército secreto, con toda red o con cualquier otra unidad, creados con el objetivo de resistir ante una posible invasión de Europa occidental por parte de potencias bajo dominio comunista o de realizar operaciones de guerrilla en países de Europa occidental ante la hipótesis de que éstos se encontraran bajo el control de partidos o de regimenes comunistas, de izquierda o que gozaran del apoyo de la Unión Soviética».

Byrne agregaba: «Le ruego que incluya usted en su búsqueda todo documento que mencione actividades conocidas bajo el nombre de “Operación Gladio”, en particular en Francia, en Alemania y en Italia». Byrne precisaba, con toda razón, que «todos los documentos obtenidos como consecuencia de este pedido ayudarán a dar a conocer al público la política exterior de los Estados Unidos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, así como el impacto del conocimiento, análisis y adquisición de datos de inteligencia en la política estadounidense de la época». Pero la CIA se negó a cooperar y, el 18 de junio de 1991, presentó la siguiente respuesta: «La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de archivos que respondan a los criterios de su pedido». Byrne trató de reclamar ante la negativa de la CIA a proporcionarle información sobre Gladio pero su gestión fue impugnada.

La CIA fundamentó su negativa a cooperar invocando dos dispensas que permiten bloquear la aplicación de la ley sobre la libertad de información y que sirven prácticamente para cubrir cualquier cosa ya que excluyen cualquier documento «clasificado como “confidencial” en virtud de una decisión tomada por el Ejecutivo en interés de la Defensa Nacional o de la política exterior» (Dispensa B1) o a título de las «obligaciones inherentes al estatus del director de proteger la confidencialidad de las fuentes y métodos de inteligencia, tales como la organización, las funciones, nombres, títulos oficiales, ingresos y número de los empleados de la Agencia, conforme a la National Security Act de 1947 y a la CIA Act de 1949» (Dispensa B3).

Los responsables europeos no navegaron con más fortuna cuando trataron de enfrentarse al gobierno secreto. En marzo de 1995, una comisión del Senado italiano presidida por Giovanni Pellegrino, comisión que había realizado una investigación sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en Italia, presentó a la CIA un pedido FOIA. Los senadores italianos pedían acceso a todos los archivos vinculados a las Brigadas Rojas y al secuestro de Aldo Moro para aclarar si, en el marco de su programa de intromisión en los asuntos de Italia, la CIA había infiltrado el grupo terrorista de extrema izquierda antes de que este asesinara al ex primer ministro italiano y líder de la democracia cristiana italiana Aldo Moro, en 1978.

La CIA se negó a cooperar, invocando las dispensas B1 y B3 y rechazó, en mayo de 1995, todos los pedidos de acceso presentados agregando que dicho rechazo «no confirmaba ni negaba la existencia o la inexistencia en los archivos de la CIA de los documentos solicitados». La prensa italiana subrayó lo embarazoso de aquel rechazo y tituló: «La CIA rechaza pedido de asistencia de la Comisión parlamentaria. Secuestro de Moro, secreto de Estado en Estados Unidos».

El segundo pedido de información sobre Gladio proveniente de un gobierno europeo fue presentado a la CIA por el gobierno de Austria en enero de 2006, como consecuencia del descubrimiento de varios escondites de armas “altamente secretos” que la CIA había preparado para el Gladio en montañas y bosques de aquel país, a pesar de la neutralidad de Austria. Representantes del gobierno estadounidense respondieron que Estados Unidos correría con los gastos ocasionados por el desenterramiento y la recogida del equipamiento de las redes. La investigación austriaca estuvo a cargo de los servicios del ministro del Interior Mickael Sika, quien presentó su informe final sobre los depósitos de municiones de la CIA el 28 de noviembre de 1997 al declarar: «No es posible llegar con certeza a ninguna conclusión en lo tocante a los escondites de armas y el uso al que estaban destinadas».

Por lo tanto: «Para aclarar totalmente el caso sería necesario disponer de los documentos vinculados a éste, especialmente los que se encuentran en Estados Unidos». Un miembro de la Comisión, Oliver Rathkolb, de la universidad de Viena, presentó entonces un pedido FOIA cuyo objetivo era obtener acceso a los archivos de la CIA. Pero en 1997, el comité de divulgación de la agencia opuso un nuevo rechazo que invocaba nuevamente las dispensas B1 y B3 dejando así a los austriacos con la amarga impresión de que la CIA no estaba obligada a rendir cuentas ante nadie.

Siendo esta la única posibilidad de obtener acceso a los archivos vinculados al Gladio, nosotros mismos presentamos a la CIA un pedido FOIA el 14 de diciembre de 2000. Dos semanas más tarde recibimos una respuesta evasiva a nuestro pedido «vinculado a la “Operación Gladio”»: «La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de documentos que correspondan a su pedido». Al invocar las dispensas restrictivas B1 y B3, la coordinadora encargada de la información y de las cuestiones vinculadas al respeto de la vida privada, la señora Kathryn I. Dyer nos negó el acceso a las informaciones sobre la Operación Gladio. Nosotros hicimos oposición a aquella decisión señalando que: «Los documentos retenidos deben publicarse en virtud de la ley FOIA sobre la libertad de expresión ya que las cláusulas B1 y B2 sólo pueden aplicarse a las operaciones de la CIA que siguen siendo secretas».

Seguidamente demostrábamos que el Gladio no se encontraba ya en ese caso, precisando los datos que ya habíamos recogido anteriormente durante nuestras investigaciones, y concluimos: «Si usted, señora Dyer, invoca en este contexto las cláusulas restrictivas B1 y B3, está usted privando a la CIA de la posibilidad de expresarse sobre informaciones relativas al caso Gladio, [informaciones] que de todas maneras serán reveladas, decida o no la CIA intervenir».

En febrero de 2001, la CIA nos respondió: «Su apelación ha sido aceptada y se tomarán disposiciones para que la examinen los miembros del comité de divulgación de la Agencia. Usted será informado de la decisión que se tome.» Al mismo tiempo, la CIA precisó que aquella comisión procesaba los pedidos en función de la fecha en que habían sido presentadas y que «en este momento, tenemos alrededor de 315 apelaciones por examinar». Nuestro pedido sobre la red Gladio quedaba así en espera, debajo del montón. En el momento en que redactamos este libro la comisión seguía sin dar respuesta.

Después de la OTAN y la CIA, la tercera organización en orden de importancia implicada en la operación stay-behind era el MI6 británico. En 1990, el MI6 no adoptó posición alguna sobre el caso Gladio debido a una legendaria obsesión por el secreto. La existencia misma del MI6 no fue admitida oficialmente hasta 1994, con la publicación de la Intelligence Services Act que estipulaba que la misión de ese servicio consistía en obtener información de inteligencia y ejecutar acciones secretas en el extranjero.

Mientras que el ejecutivo británico y el MI6 se negaban a hacer cualquier comentario, Rupert Allason, miembro del partido conservador, redactor del Intelligence Quarterly Magazine bajo el seudónimo de Nigel West y autor de varios libros sobre los servicios británicos de seguridad, confirmó, en noviembre de 1990, en pleno apogeo del escándalo Gladio y en una entrevista telefónica concedida a la Associated Press: «Estábamos, y seguimos estando todavía, fuertemente implicados (…) en esas redes».

West explicó que Gran Bretaña «participó, claro está, junto a los estadounidenses, en el financiamiento y la dirección» de varias redes y que también participaba en el marco de la colaboración entre el MI6 y la CIA: «Son las agencias de inteligencia británicas y estadounidenses las que dieron origen al proyecto». West afirmó que, a partir de 1949, el accionar de los ejércitos stay-behind había sido coordinado por la Estructura de Comando y Control de las Fuerzas Especiales de la OTAN, en cuyo seno el Special Air Service (SAS) desempeñaba un papel estratégico.

«La responsabilidad de Gran Bretaña en la creación de las redes stay-behind en toda Europa es absolutamente fundamental», reportó la BBC, con cierto retraso, en su edición vespertina del 4 de abril de 1991. El presentador de noticias John Simpson acusó al MI6 y al ministerio de Defensa británico de no divulgar toda la información que tenían sobre el tema «en momentos en que las revelaciones sobre Gladio han provocado que se descubriera la existencia de ejércitos stay-behind en otros países europeos –en Bélgica, Francia, Holanda, España, Grecia y Turquía. Hasta en países neutrales como Suecia y Suiza la cuestión dio lugar a un debate público. En ciertos casos se han abierto investigaciones oficiales.

En cambio, nada se ha hecho todavía en Gran Bretaña. Sólo hemos tenido los acostumbrados comunicados del ministerio de Defensa que no quiere comentar las cuestiones de Seguridad Nacional». Simpson declaró que después de la caída del Muro de Berlín los británicos habían podido conocer, con una mezcla de horror y fascinación, los complots y las operaciones de terrorismo urdidos por la Stasi, la Securitate y otros servicios secretos de Europa oriental. «¿Es posible que nuestro bando haya cometido actos comparables? ¡Nunca!», comentó con ironía antes de llamar la atención hacia los servicios de seguridad de Europa occidental: «Pero ahora empiezan a aparecer informaciones sobre los abusos que pudieran haber cometido la mayoría de los servicios secretos de los miembros de la OTAN.

En Italia, una comisión parlamentaria ha recibido la misión de investigar las acciones de un ejército secreto creado por el Estado con el objetivo de resistir en caso de invasión soviética. La investigación ha permitido descubrir la existencia de fuerzas armadas clandestinas similares en toda Europa. Pero el grupo italiano, conocido bajo el nombre de Gladio, es sospechoso de haber participado en una serie de atentados terroristas».

La BBC no logró obtener de los responsables del gobierno ninguna reacción sobre el escándalo Gladio. La confirmación oficial de la implicación del MI6 sólo llegó años más tarde y en un contexto más bien sui generis: en un museo. En julio de 1995, se inauguró en el Imperial War Museum de Londres una nueva exposición permanente titulada «Las guerras secretas». «Todo lo que usted puede ver en esta exposición es parte de los secretos mejor guardados de este país», se aseguraba a los visitantes en la entrada. «Por vez primera se revelan al público. Y lo más importante, todo es verídico… la realidad es mucho más increíble y apasionante que la ficción.»

En una de las vitrinas dedicadas al MI6 un discreto comentario confirmaba que: «Los preparativos con vistas a una Tercera Guerra Mundial incluían la creación de comandos stay-behind equipados para operar detrás de las líneas enemigas en caso de invasión soviética en Europa occidental». En la misma vitrina, se exhibía una gran caja llena de explosivos con la siguiente explicación: «Explosivos concebidos especialmente por el MI6 para ser escondidos en territorios susceptibles de pasar al enemigo. Podían mantenerse enterrados durante años sin sufrir la menor alteración.»

Junto a un manual sobre técnicas de sabotaje destinado a los comandos stay-behind se podía leer: «En la zona británica de ocupación en Austria, oficiales de la Marina Real fueron destacados especialmente para preparar escondites de armas en regiones de montaña y colaborar con agentes reclutados en el terreno».

Varios ex oficiales del MI6 interpretaron aquella exposición como una señal de que podían hablar en lo adelante sobre la Operación Gladio. Meses después de la inauguración, los ex oficiales Giles y Preston, ambos de la Marina Real, los únicos agentes del MI6 cuyos nombres se mencionaban en la exposición junto a una fotografía tomada «en los Alpes austriacos, 1953-1954», confirmaron al escritor Michael Smith que a finales de los años 1940 y principios de los años 1950 estadounidenses y británicos habían reclutado unidades stay-behind en Europa occidental en previsión de una invasión soviética.

Giles y Preston fueron enviados a Fort Monckton, no lejos de Portsmouth, en Inglaterra, donde los miembros del Gladio compartían el entrenamiento de los hombres des SAS bajo la dirección del MI6. Se les entrenaba en codificación [de mensajes], uso de armas de fuego y operaciones secretas. «Teníamos que hacer ejercicios, salir en medio de la noche y simular voladuras de trenes sin que nos descubriera el jefe de la estación de trenes», recuerda Preston. «Nos acercábamos a rastras y hacíamos como si pusiéramos cargas explosivas en el lado derecho de la locomotora».

Giles recuerda haber participado en operaciones de sabotaje contra trenes británicos en servicio como, por ejemplo, el ejercicio que tuvo lugar en la estación de Eastleigh: «Poníamos ladrillos en las locomotoras para simular las cargas de explosivo plástico. Recuerdo hileras e hileras de vagones enteramente recubiertos de una espesa capa de nieve, detenidos en medio de las nubes de vapor. Había patrullas de soldados con perros. En un momento dado, los guardias se acercaron. Tuve entonces que esconderme entre los cilindros de las locomotoras y esperar que pasaran. También quitábamos la tapa de los tanques de aceite de los ejes para echarles arena. Como consecuencia [los ejes] se recalentaban al cabo de algunas decenas de kilómetros».

A los dos agentes no parecía preocuparles que se tratara de trenes públicos en servicio: «No era problema mío», explicó Giles, «sólo estábamos jugando». «Yo tuve que recorrer Greenwich durante 10 días para aprender a cumplir misiones de seguimiento de personas y a despistar a quienes estuviesen siguiéndome a mí, la realidad concreta de la labor del espía», cuenta Preston. Posteriormente, los dos agentes fueron enviados a Austria con la misión de reclutar agentes y entrenarlos y supervisaron la red de «búnkeres subterráneos llenos de armas, ropa y material» que montaban «el MI6 y la CIA» para uso del Gladio austriaco. Al visitar el cuartel general del MI6 al borde del Támesis, en Londres, en 1999, no fue una sorpresa enterarse de que el MI6 tiene por regla no hablar nunca de secretos militares.

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 3 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (IV)
Las cloacas de Su Majestad/por Daniele Ganser

Las redes stay-behind, que permiten a la OTAN controlar la vida política de los Estados miembros de la alianza atlántica, se construyeron a partir de las redes de resistencia al nazismo que los británicos habían organizado y apoyado durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la lucha contra el comunismo se utilizó para justificar la realización de todo tipo de operaciones en el propio Reino Unido (atentados terroristas bajo bandera falsa y asesinatos de republicanos irlandeses), en Europa continental (principalmente en Francia, en los países del Benelux, en los países nórdicos y hasta en la neutral Suiza) así como en África y Asia (por ejemplo, para dirigir la masacre de las poblaciones francófonas que cometieron los Khmers rojos en Cambodia. En esta cuarta entrega de la historia del Gladio, Daniele Ganser nos revela las alcantarillas de Su Majestad.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 3 DE DICIEMBRE DE 2009

Este artículo hace parte de la serie:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»


La verdad definitiva sobre la guerra fría no se escribirá nunca porque la Historia evoluciona constantemente en función de las sociedades que la hacen y la estudian. Los historiadores de numerosos países están de acuerdo, sin embargo, en que el hecho más importante de aquel periodo fue, desde el punto de vista de los occidentales, la lucha contra el comunismo a escala planetaria.

En ese combate, que marcó la historia del siglo XX como pocos sucesos lo han hecho, la antigua superpotencia colonial británica tuvo que renunciar a su hegemonía en beneficio de los Estados Unidos. Este último país utilizó la lucha contra el comunismo para acrecentar su propia influencia década tras década. Después del derrumbe de la Unión Soviética, acontecimiento que puso fin a la guerra fría en 1991, el Imperio americano garantizó para sí mismo un predominio jamás visto anteriormente en toda la historia.

En Gran Bretaña, el establishment conservador experimentó una profunda conmoción en 1917 cuando, por primera vez en la historia de la humanidad, se produjo la aparición de un régimen comunista en un lejano pero extenso país agrícola. Después de la Revolución rusa, los comunistas asumieron el control de las fábricas y anunciaron que los medios de producción serían en lo adelante propiedad del pueblo. En la mayoría de los casos, los inversionistas lo perdieron todo.

En su obra Los orígenes de la guerra fría, el historiador Denna Frank Fleming observó que muchos de los cambios sociales que aportó la Revolución de Octubre, como la abolición de los cultos y de la nobleza campesina, «hubiesen podido ser aceptados por los conservadores, en el extranjero, con el paso del tiempo, pero nunca la nacionalización de la industria, del comercio y de la tierra». El ejemplo de la Revolución rusa no fue seguido en ninguna parte. «J.B. Priestly dijo un día que la mentalidad de los conservadores ingleses se había cerrado en el momento de la Revolución rusa y no ha vuelto a abrirse desde entonces.»

Ampliamente ignorada en el oeste, la guerra secreta contra el terrorismo comenzó por lo tanto inmediatamente después de la Revolución rusa, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos instauraron ejércitos secretos contra los nuevos países satélites de la Unión Soviética. Entre 1918 y 1920, Londres y Washington se aliaron a la derecha rusa y financiaron una decena de intervenciones militares en suelo soviético. Ninguna de ellas logró derrocar a los nuevos dirigentes. Pero sí dieron lugar a que las élites comunistas y el dictador Stalin albergaran profundas sospechas en cuanto a las intenciones del Occidente capitalista.

Durante los años subsiguientes, la Unión Soviética reforzó su aparato de seguridad hasta convertirse en un Estado totalitario que no vacilaba en arrestar en su suelo a los extranjeros sospechosos de ser agentes del Oeste. Al hacerse evidente que derrocar el régimen comunista en Rusia no era tarea fácil, Gran Bretaña y sus aliados dedicaron sus esfuerzos a impedir que el comunismo se extendiera a otros países.

En julio de 1936, el dictador fascista Francisco Franco intentó un golpe de Estado contra el gobierno de la izquierda española y, en el transcurso de la subsiguiente guerra civil, eliminó a la oposición y a los comunistas españoles. Gozó para ello del silencioso apoyo de los gobiernos de Londres, Washington y París. Si no hubo lucha contra el ascenso de Adolfo Hitler al poder fue en gran parte porque Hitler apuntaba contra el enemigo correcto: el comunismo soviético. Durante la guerra civil española, se permitió que los ejércitos de Hitler y de Mussolini bombardearan libremente a la oposición republicana.

Después de haber desencadenado la Segunda Guerra Mundial, Hitler lanzó contra Rusia tres grandes ofensivas, en 1941, 1942 y 1943, que estuvieron a punto de asestar al bolchevismo un golpe fatal. Entre todas las partes beligerantes, fue la Unión Soviética la que pagó el más alto tributo: 15 millones de muertos entre la población civil, 7 millones de muertos entre los soldados y 14 millones de heridos.

Según los historiadores rusos, haciendo caso omiso a los urgentes pedidos de Moscú, Estados Unidos –país que perdió 300 000 hombres en la liberación de Europa y Asia– se puso de acuerdo con Gran Bretaña para no abrir un segundo frente en el oeste, lo cual hubiese obligado a Alemania a movilizar tropas en esa dirección y, por consiguiente, a disminuir el número de efectivos alemanes en el frente ruso. La correlación de fuerzas no se invirtió sino después de Stalingrado, donde el Ejército Rojo finalmente se impuso a los alemanes y comenzó su avance hacia el oeste. Esto explica, también según los historiadores rusos, que los Aliados, temerosos de perder terreno, abrieran entonces rápidamente un segundo frente y, después de desembarcar en Normandía, salieran al encuentro de los soviéticos en Berlín. Ver también los artículos de Valentín Falin, historiador ruso en los archivos de la Red Voltaire.

Los historiadores británicos atestiguan la existencia de toda una serie de intrigas sucesivas que han influido en la conformación de los demás países y del suyo propio. «La Inglaterra moderna siempre ha sido un centro de subversión –a los ojos de los demás pero no a los suyos propios», observó Mackenzie después de la Segunda Guerra Mundial. «Lo que determina la existencia de ese espejo con dos caras: de un lado encontramos la percepción que existe en el extranjero de una Inglaterra intrigante, sutil y totalmente secreta; y del otro una imagen de honestidad, de simplicidad y de indulgencia que comparte una mayoría de los súbditos.» Para Mackenzie, la legendaria guerra secreta que practican los británicos tiene su origen «en la historia de las “pequeñas guerras” que conformaron la historia del Imperio británico».

Antes de la Segunda Guerra Mundial, los estrategas del ministerio de Defensa británico llegaron a la conclusión de que sus operaciones secretas debían «inspirarse de la experiencia adquirida en la India, en Irak, en Irlanda y en Rusia, o sea desarrollar una guerrilla con técnicas de combate similares a las del IRA».

En marzo de 1938, poco después de la anexión de Austria por parte de Hitler, se creó en el seno del MI6 un nuevo departamento, llamado Sección D y encargado de desarrollar operaciones de subversión en Europa. La Sección D comenzó a formar comandos de sabotaje stay-behind en los países que se encontraban bajo la amenaza de agresión alemana. En 1940, cuando parecía inminente la invasión del sur de Inglaterra, la «Sección D se dio a la tarea de diseminar reservas de armas y agentes reclutadores a través de toda Gran Bretaña, sin informarlo a nadie.»

El reclutamiento y la dirección de los agentes stay-behind por parte de los miembros de la Sección D parecían desarrollarse en el mayor secreto: «La apariencia de aquellos desconocidos [los agentes de la Sección D], con sus trajes y sus autos negros, y la misteriosa impresión que dejaban no tardó en inquietar a la población», recuerda Peter Wilkinson, un ex agente del SOE. Los agentes secretos enfurecían también a «los responsables militares al negarse sistemáticamente a explicar las razones de su presencia o a hablar del contenido de sus misiones y al afirmar únicamente que todo aquello era altamente confidencial».

Medio siglo más tarde, la exposición del Imperial War Museum de Londres dedicada a las «guerras secretas» reveló al público cómo «la Sección D del MI6, conforme a la doctrina stay-behind, también había creado en Inglaterra ejércitos de resistencia bautizados “Unidades Auxiliares” y equipados con armas y explosivos». Esas primeras unidades Gladio de Gran Bretaña «recibieron un entrenamiento especial y aprendieron a operar detrás de las líneas enemigas según la hipótesis de que los alemanes invadiesen la isla. Gracias a una red de escondites secretos y de alijos de armas, debían realizar acciones de sabotaje y de guerrilla contre el ocupante alemán.»

Como nunca se produjo la invasión, no se sabe si aquel plan hubiese funcionado. Pero en agosto de 1940 «un ejército bastante heteróclito» pudo desplegarse a lo largo de los litorales ingleses y escoceses del Mar del Norte, en los lugares más vulnerables a una posible invasión.

La zona de acción de la Sección D del MI6 se limitaba inicialmente al territorio británico. Así fue hasta julio de 1940, cuando el primer ministro británico Winston Churchill ordenó la creación de un ejército secreto bautizado con la denominación de SOE y destinado a «incendiar Europa apoyando a los movimientos de resistencia y realizando operaciones de subversión en territorio enemigo».

Un memorando del ministerio de la Guerra fechado el 19 de julio de 1940 indica que: «El Primer Ministro ha decido también, después de consultar a los ministerios interesados, que una nueva organización debe crearse inmediatamente con la misión de coordinar todas las acciones de subversión y de sabotaje dirigidas contra el enemigo fuera del territorio nacional». El SOE se puso bajo el mando de Hugh Dalton, ministro de la Economía de Guerra.

Cuando los alemanes, después de la invasión de Francia, parecían haberse instalado allí por largo tiempo, el ministro Dalton señaló la necesidad de emprender una guerra secreta contra las fuerzas alemanas en los territorios ocupados: «Debemos organizar, en el interior de los territorios ocupados, movimientos comparables al Sinn Fein en Irlanda, a la guerrilla china que lucha actualmente contra Japón, a los irregulares españoles que desempeñaron un papel nada despreciable en la campaña de Wellington o, por qué no reconocerlo, movimientos comparables a las organizaciones que tan notablemente han desarrollado los propios nazis en casi todos los países del mundo».

Parecía evidente que los británicos no podían darse el lujo de no prestar atención a la vía de la guerra clandestina. Dalton agregó: «Esta “internacional democrática” debe emplear diferentes métodos, incluyendo el sabotaje contra las instalaciones industriales y militares, la agitación sindical y la huelga, la propaganda constante, los atentados terroristas contra los traidores y los dirigentes alemanes, el boicot y los motines.» Era necesario, por lo tanto, establecer, en el mayor secreto, un red de resistencia, recurriendo a los elementos más aventureros del ejército y de la inteligencia británicos: «Lo que necesitamos es una nueva organización que coordine, inspire, supervise y asista a las redes de los países ocupados que tendrán que ser los actores directos. Para ello tendremos que poder contar con la más absoluta discreción, con una buena dosis de entusiasmo fanático, con la voluntad de cooperar con personas de diferentes nacionalidades y con el apoyo incondicional del poder político.»

Bajo la protección del ministro Dalton, el comando operacional del SOE fue puesto en manos del general de división Sir Colin Gubbins, un hombrecito seco y flaco, originario de los Highlands y con bigote, que desempeñaría en lo adelante un papel determinante en la creación del Gladio británico. «El problema y su solución consistían en estimular y permitir que los pueblos de los países ocupados perjudicaran en la mayor medida posible el esfuerzo de guerra alemán a través del sabotaje, la subversión, negándose a trabajar, realizando operaciones relámpago, etc…», describió Gubbins, «y, al mismo tiempo, preparar en territorio enemigo fuerzas secretas organizadas, armadas y entrenadas que solamente debían intervenir en el momento del asalto final.» El SOE era en realidad el precursor de la Operación Gladio, puesto en marcha en medio de la Segunda Guerra Mundial. Gubbins resume este ambicioso proyecto en los siguientes términos: «A fin de cuentas, aquel plan consistía en hacer llegar a las zonas ocupadas una gran número de hombres e importantes cantidades de armas y explosivos».

El Special Operations Executive (SOE) empleaba a una gran parte de los efectivos de la Sección D y acabo convirtiéndose en una organización de gran envergadura, que contaba en sus filas con más de 13 000 hombres y mujeres y operaba en el mundo entero en estrecha colaboración con el MI6. Aunque realizó varias misiones en el Extremo Oriente, desde bases de retaguardia situadas en la India y en Australia, el principal teatro de operaciones del SOE seguía siendo el oeste de Europa donde se dedicaba casi exclusivamente a la creación de ejércitos secretos nacionales.

El SOE estimulaba el sabotaje y la subversión en los territorios ocupados y establecía núcleos de hombres entrenados capaces de prestar asistencia a los grupos de resistencia en la reconquista de sus respectivos países. «El SOE fue durante 5 años el principal instrumento de intervención de Gran Bretaña en las cuestiones políticas internas de Europa», precisa el informe del British Cabinet Office, «un instrumento extremadamente poderoso» ya que era capaz de ejecutar gran cantidad de tareas, «Mientras el SOE estuviese en acción, ningún político europeo podía creer en la renuncia o la derrota de los británicos».

Conocido durante mucho tiempo bajo la denominación codificada de «C», Sir Stewart Menzies fue el director del MI6 desde 1939 hasta 1952. Garantizó la continuidad del stay behind después de la victoria contra los nazis.
© E.O. Hoppé.


Oficialmente, el SOE fue disuelto y su dirección dimitió en enero de 1846, o sea poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero Sir Steward Menzies, quien dirigió el MI6 desde 1939 hasta 1952, no tenía intenciones de renunciar a un instrumento tan interesante como el ejército secreto, sobre todo teniendo en cuenta que el director del Departamento de Operaciones Especiales del MI6 aseguraba que las acciones clandestinas de Gran Bretaña iban a proseguir durante la guerra fría. El informe del gobierno sobre el SOE, documento que se mantuvo en secreto durante un tiempo, concluyó que: «Es casi seguro que, bajo una u otra forma, habrá que reinstaurar el SOE en una guerra futura».

Los objetivos a largo plazo del SOE y de su sucesora, la Special Operations Branch del MI6, aprobados de forma provisional por el Consejo del Estado Mayor británico el 4 de octubre de 1945, preveían en primer lugar la creación del esqueleto que debía sustentar una red capaz de extenderse rápidamente en caso de guerra y, en una segunda fase, la reevaluación de las necesidades del gobierno británico para sus operaciones clandestinas en el extranjero. «Se decidió preparar esas acciones prioritariamente en los países con posibilidades de ser invadidos durante las primeras fases de un conflicto con la Unión Soviética, aunque no [estuviesen] sometidos aún a la dominación de Moscú.»

Después de la Segunda Guerra Mundial, el oeste de Europa siguió siendo por lo tanto el principal teatro de operaciones de la guerra secreta británica.

A partir de 1946, la nueva sección del MI6 estuvo bajo las órdenes de Sir Colin Gubbins. Fue esta sección la que conformó las redes stay-behind de la Segunda Guerra Mundial.

Después de la disolución del SOE, el 30 de junio de 1956, una nueva sección designada como «Special Operations» se creó dentro del MI6 y se puso bajo las órdenes del general de división Colin Gubbins. Según el especialista holandés en servicios secretos Frans Kluiters, el MI6 promovía la formación de ejércitos anticomunistas secretos «mientras que los Special Operations comenzaban a construir redes en Alemania occidental, en Italia y en Austria. Esas redes (organizaciones stay-behind) podían ser activadas, en caso de una posible invasión soviética, para recoger información y realizar actos de sabotaje ofensivo».

Gubbins puso especial cuidado en lograr que los efectivos se mantuvieran en Alemania, Austria, Italia, Grecia y Turquía después de 1945. En efecto, el SOE y sus sucesores «tenían otras preocupaciones políticas, aparte de la derrota de Alemania». La directiva de 1945, particularmente explícita, «establecía claramente que los principales enemigos del SOE eran el comunismo y la Unión Soviética» ya que se consideraba que los intereses británicos se hallaban «bajo la amenaza de la Unión Soviética y del comunismo europeo».

Varios años más tarde, con la esperanza de obtener el apoyo de la representación nacional para continuar las operaciones clandestinas, el ministro británico de Relaciones Exteriores Ernest Bevin se dirigió al Parlamento el 22 de enero de 1948 para pedir con insistencia la creación de unidades armadas especializadas destinadas a luchar contra la subversión y las «quintas columnas» soviéticas. En aquel entonces sólo unos pocos parlamentarios sabían que en realidad aquella proposición ya se estaba aplicando.

Washington compartía la hostilidad de Londres hacia los soviéticos. Las dos potencias trabajaban en estrecha colaboración en materia de cuestiones militares y de inteligencia. La Casa Blanca puso en manos de Frank Wisner, director de la Office of Policy Coordination (OPC, el Buró de Coordinación Política de las operaciones especiales de la CIA), la tarea de crear ejércitos secretos stay-behind a través de todo el oeste de Europa, con la ayuda de la Special Operations Branch (SOB) del MI6, que dirigía el coronel Gubbins.

Roger Faligot y Remi Kauffer, dos historiadores franceses especializados en servicios secretos, explican que la CIA y el MI6 se encargaron primeramente de «neutralizar las últimas unidades clandestinas de las potencias del Eje en Alemania, en Austria y en el norte de Italia» y reclutaron después a ciertos miembros de las vencidas facciones fascistas incluyéndolos en sus nuevos ejércitos secretos anticomunistas. «Y fue así, a través del OPC de la CIA y de la SOB del SIS, como los servicios secretos de las grandes democracias que acababan de ganar la guerra trataron después de “reutilizar” algunos de sus comandos contra su antiguo aliado soviético.»

Paralelamente a la del MI6 y la CIA y sus respectivos departamentos de operaciones especiales, la SOB y la OPC, se estableció también una cooperación entre las Fuerzas Especiales de los ejércitos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Los SAS británicos y los Boinas Verdes estadounidenses, entrenados especialmente para la realización de misiones secretas en territorio enemigo, realizaron de forma conjunta un gran número de operaciones durante la guerra fría, entre ellas la formación de los ejércitos secretos stay-behind. Los ex oficiales de la Marina Real Giles y Preston, que habían creado el Gladio austriaco, contaron que los reclutas eran enviados a Fort Monckton, un edificio construido durante las guerras napoleónicas y situado frente al mar en Portsmouth (Inglaterra), donde se entrenaban junto a los miembros del SAS, bajo la dirección del MI6.

Giles y Preston participaron personalmente en aquellos ejercicios del Gladio y se entrenaron en uso de códigos secretos, manejo de armas y operaciones clandestinas. Decimo Garau fue uno de aquellos reclutas entrenados por el SAS británico antes de convertirse en instructor del Centro Addestramento Guastatori (CAG), una base del Gladio italiano situada en Capo Marragiu, en Cerdeña. «Me invitaron a pasar una semana en Poole, Inglaterra, para entrenarme con las Fuerzas Especiales», confirmó el instructor Garau después de las revelaciones sobre la existencia del Gladio, en 1990. «Hice un salto en paracaídas sobre [el canal de] la Mancha. Participé en el entrenamiento de ellos, todo se desarrolló muy bien entre nosotros. Después me mandaron a Hereford para preparar y realizar ejercicios con los [miembros del] SAS.»

En aquella época, los británicos eran los más experimentados en materia de operaciones secretas y guerra no convencional. Sus Fuerzas Especiales (SAS) habían sido creadas en el norte de África, en 1942, con la misión de golpear en profundidad detrás de las líneas enemigas. Los más peligrosos adversarios de los SAS británicos eran sin dudas las SS alemanas, fundadas desde antes de la Segunda Guerra Mundial y dirigidas por Heinrich Himmler. Como todas las fuerzas especiales, las SS eran una unidad combatiente de élite, con sus propias insignias –portaban un uniforme negro bien ajustado, una gorra con un cráneo de plata y una daga plateada– y convencida de su superioridad sobre todos los demás cuerpos del ejército regular. Sus miembros adquirieron además rápidamente la reputación de ser «asesinos fanáticos». Después de la derrota de la Alemania nazi, las fuerzas especiales de las SS fueron consideradas como una organización criminal y el tribunal de Nuremberg las disolvió en 1946.

Después de la victoria, el SAS también fue desmantelado, en octubre de 1945. Sin embargo, como la necesidad de asestar golpes bajos y de realizar operaciones peligrosas iba en aumento a medida que disminuía la influencia de Gran Bretaña en el mundo, el SAS fue restablecido y enviado a luchar tras las líneas enemigas, específicamente en Malasia, en 1947. Desde su cuartel general de Hereford, conocido como «la Nursery», los SAS prepararon en el mayor secreto numerosas misiones como, por ejemplo, la efectuada en 1958 a pedido del sultán de Omán, operación durante la cual los miembros del SAS contribuyeron a reprimir una guerrilla marxista que se había revelado contra la dictadura del régimen. Aquella operación garantizaría el financiamiento del SAS en el futuro ya que, como pudo comprenderlo un oficial del SAS, los miembros de este servicio británico probaron entonces que «podían ser aerotransportados rápida y discretamente hacia una zona agitada y operar de forma totalmente confidencial en un lugar apartado, una carta muy apreciada por el gobierno conservador de la época».

Aunque su acción armada más célebre sigue siendo el asalto a la embajada de Irán, en 1980, los SAS también participaron activamente en la guerra de las Islas Malvinas, en 1982. El despliegue más masivo de los SAS desde la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar durante la guerra del Golfo de 1991. En 1996 colaboraron nuevamente con los Boinas Verdes estadounidenses para entrenar y equipar al Ejército de Liberación de Kosovo antes y después de los bombardeos de la OTAN sobre el territorio de aquella provincia, que se encontraba entonces bajo control serbio.

El diputado conservador Nigel West subrayó con toda razón que, al igual que los Boinas Verdes estadounidenses: «El SAS británico habría desempeñado un papel estratégico en la Operación Gladio si los soviéticos hubiesen invadido Europa occidental», dando así por sentada la implicación del SAS junto a los ejércitos stay-behind creados en Europa. Tanto el SAS británico como los Boinas Verdes estadounidenses colaboraron estrechamente. Fue como prueba de aquella colaboración que los miembros de las Fuerzas Especiales estadounidenses comenzaron a portar, a partir de 1953, la famosa boina verde, proveniente del uniforme de sus modelos británicos. El uso de la boina verde, considerada «extranjera», molestó a muchos altos oficiales del ejército estadounidense.

Fue sólo cuando el presidente Kennedy, gran partidario de las operaciones secretas y de las Fuerzas Especiales, lo aprobó durante una visita a Fort Bragg, el cuartel general de dichas fuerzas, que la boina vino a ser oficialmente adoptada en Estados Unidos para convertirse rápidamente en el emblema del más prestigioso cuerpo de comandos del país. La admiración de los estadounidenses por el ilustre y glorioso SAS perduró por muchos años. Los boinas verdes acostumbraban incluso a referirse al cuartel general de Hereford como «la Casa Matriz» y los oficiales formados en Gran Bretaña gozaban de cierto prestigio a su regreso a Estados Unidos. Por su parte, los británicos se esmeraron en mantener esa alianza, al extremo que en 1962 nombraron al comandante de los Boinas Verdes, el general de división William Yarborough, miembro honorario del SAS.

Lady Thatcher envió el SOE a Cambodia donde este servicio secreto británico entrenó y dirigió a los Khmers Rojos. Estos masacraron entonces a un millón y medio de personas, prioritariamente a los intelectuales que hablaban francés.

En 1988, dos años antes del estallido del escándalo sobre el Gladio, la BBC reveló la existencia de una cooperación entre las Fuerzas Especiales estadounidenses y británicas. En un documento titulado The Unleashing of Evil, la BBC reveló al público que el SAS y los Boinas Verdes no habían vacilado en torturar a sus prisioneros en cada una de las campañas desarrollados desde hacía 30 años en Kenya, Irlanda del Norte, Omán, en Vietnam, Yemen, Chipre y en otros países. Luke Thomson, un ex oficial de Boinas Verdes, explicaba ante las cámaras de la BBC que las tropas de élite estadounidenses y británicas seguían un programa de entrenamiento común en Fort Bragg. Basándose en esa declaración, Richard Norton Taylor, el realizador de aquel documental, quien además se distinguió 2 años más tarde por sus investigaciones sobre el caso Gladio, concluyó que la crueldad «está finalmente más extendida y más anclada en nuestra naturaleza de lo que nos gusta creer».

Durante otra operación secreta, los Boinas Verdes entrenaron también a los escuadrones de Khmers Rojos que participaron en el genocidio cambodiano, después de que se estableciera el contacto por parte de Ray Cline, alto responsable de la CIA y consejero especial del presidente estadounidense Ronald Reagan. Cuando estalló el escándalo del Irángate, en 1983, el presidente Reagan, que quería evitar a toda costa un nuevo escándalo, pidió a la primera ministra británica Margaret Thatcher que los británicos reemplazaran a los estadounidenses.

Lady Thatcher envió el SOE a Cambodia donde este servicio secreto británico entrenó y dirigió a los Khmers Rojos. Estos masacraron entonces a un millón y medio de personas, prioritariamente a los intelectuales que hablaban francés.

Margaret Thatcher envió entonces el SAS a Cambodia para entrenar allí mismo a las tropas de Pol Pot. «Fuimos primero a Tailandia, en 1984», testimoniaron más tarde varios oficiales del SAS. «Trabajábamos con los yanquis, estábamos muy compenetrados, como hermanos. A ellos no les gustaba aquello más que a nosotros. Les enseñamos un montón de cosas técnicas a los Khmers Rojos», recuerda el oficial. «Al principio, ellos querían simplemente entrar en las aldeas y acabar con la gente a machetazos. Les dijimos que se calmaran.» Los SAS no se sentían muy a gusto en aquella misión: «Muchos de nosotros hubiésemos cambiado de bando a la primera oportunidad. Estábamos tan asqueados. Odiábamos tanto que nos asociaran con Pol Pot. Se lo aseguro, somos soldados, no asesinos de niños.»

«Mi experiencia en las operaciones secretas me ha enseñado que nunca lo son por mucho tiempo», dijo con una sonrisa el mariscal Lord Carver, jefe del Estado Mayor y futuro comandante en jefe de la Defensa británica. Su observación pudiera aplicarse al Gladio. «Después que usted mete el dedo en el mecanismo, siempre existe el riesgo de que las Fuerzas Especiales empiecen a actuar por su cuenta, como hicieron los franceses en Argelia y quizás más recientemente en el caso del Rainbow Warrior, en Nueva Zelanda», cuando el Servicio [francés] de Documentación Exterior y de Contraespionaje (SDECE) hundió, el 10 de agosto de 1985, el barco de Greenpeace que trataba de oponerse a los ensayos nucleares franceses en el Pacífico.

El «mecanismo» también designaba, por supuesto, las acciones del SAS en Irlanda del Norte, donde los republicanos irlandeses consideran a los miembros de ese servicio especial británico ni más ni menos que como terroristas. «Hay buenas razones para pensar», acusaban sus opositores, «que, incluso desde el punto de vista británico, el SAS creó en Irlanda del Norte más problemas de los que resolvió».

Al estallar el escándalo del Gladio, en 1990, la prensa británica observó que quedaba «ahora demostrado que el Special Air Service (SAS) estaba metido hasta el cuello en el proyecto de la OTAN y que había servido, con el MI6, para entrenar guerrilleros y saboteadores». Los periódicos británicos mencionaron sobre todo una «unidad stay-behind italiana entrenada en Gran Bretaña. Todo parece indicar que aquello duró hasta mediados de los años 80 (…) se ha comprobado que los SAS prepararon en la zona alemana ocupada por los británicos una serie de escondites donde se almacenaban armas».

Las informaciones más importantes sobre el papel que el Reino Unido había desempeñado fueron proporcionadas por la investigación del parlamento suizo sobre el ejército secreto stay-behind helvético, conocido como P26. «Los servicios secretos británicos colaboraron estrechamente con una organización clandestina armada, P26, en el marco de una serie de acuerdos secretos que vinculaban a una red europea de grupos de “resistencia”», reveló un diario a una población suiza estupefacta y convencida de la neutralidad de su país.

El juez Cornu, encargado de investigar el escándalo, describió en su informe «la colaboración entre el grupo [P26] y los servicios secretos británicos como “intensa”, ya que estos últimos aportaron su preciada experiencia. Según el informe, los cuadros del P26 participaron en ejercicios regulares en el Reino Unido. Los consejeros británicos, posiblemente del SAS, visitaron campos secretos de entrenamiento en Suiza.» Ironía del destino, los británicos sabían sobre el ejército secreto suizo mucho más que los propios suizos ya que «las actividades del P26, sus códigos, y el nombre del jefe del grupo, Efrem Cattelan, eran de conocimiento de los servicios ingleses mientras que el gobierno helvético era mantenido en la ignorancia, precisa el informe. Afirma [además] que los documentos relacionados con los acuerdos secretos adoptados entre los británicos y el P26 nunca han sido encontrados.»

Durante los años 1960, 1970 y 1980, los miembros suizos del Gladio se entrenaron en el Reino Unido con los instructores de las Fuerzas Especiales británicas. Según Alois Hurlimann, instructor militar y posiblemente ex miembro del Gladio suizo, el entrenamiento incluía operaciones no simuladas contra activistas del IRA, probablemente en Irlanda del Norte. Hurlimann dejó escapar esas revelaciones durante una conversación en el marco de un curso de inglés.

En un inglés aproximativo, Hurlimann explicó que, en mayo de 1984, él mismo había participado en ejercicios secretos en Inglaterra, que incluían la toma por asalto de un depósito de municiones del IRA. Hurlimann agregó que había participado personalmente en aquella misión, portando un traje de camuflaje, y que había comprobado la muerte de por lo menos uno de los miembros del IRA.

Resulta interesante saber que la investigación del juez Cornu permitió descubrir, en 1991, la existencia, en algún lugar de Inglaterra, del centro de mando y de comunicaciones del Gladio, equipado con el sistema Harpoon, extremadamente característico. En 1984, un «Acuerdo de Cooperación», que se completó 3 años después con un «Memorando sobre la Asistencia Técnica», mencionaba de forma explícita «centros de entrenamiento en Gran Bretaña, la instalación de un centro suizo de transmisión en Inglaterra y, la cooperación de los dos servicios sobre las cuestiones técnicas». Desgraciadamente, como señala el juez Cornu, «no logramos encontrar ni el “Acuerdo de Cooperación” ni el “Memorando sobre la Asistencia Técnica”».

La persona responsable en el seno de la UNA, los servicios secretos militares suizos, declaró que había tenido que «transmitírselos a los servicios secretos británicos en diciembre de 1989 por razones desconocidas, sin conservar la copia. Los cuadros de la organización suiza consideraban a los británicos como los mejores especialistas en la materia», precisa el informe del gobierno de Berna.

Después del descubrimiento de los ejércitos secretos, a finales de 1990, un ex responsable de la inteligencia de la OTAN que se mantuvo en el anonimato afirmó que «había una división del trabajo entre el Reino Unido y Estados Unidos, los primeros se encargaban de las operaciones en Francia, Bélgica, Holanda, Portugal y Noruega mientras que los americanos se ocupaban de Suecia, Finlandia y del resto de Europa». Esta separación de tareas no estuvo exenta de dificultades en todos los países, como lo demuestra el ejemplo italiano. El 8 de noviembre de 1951, el general Humberto Broccoli, uno de los primeros directores del SIFAR, los servicios secretos militares italianos, escribió al ministro de Defensa Efisio Marras sobre las cuestiones relacionadas con la red stay-behind y el entrenamiento de los miembros del Gladio.

Broccoli explicaba que los británicos habían creado estructuras similares en Holanda, en Bélgica y «posiblemente también en Dinamarca y en Noruega». El general estaba feliz de confirmar que Gran Bretaña «se propone beneficiarnos con su gran experiencia» mientras que los estadounidenses han «ofrecido contribuir activamente a nuestra organización proporcionando hombres, material (gratuito o prácticamente gratis) y quizás incluso hasta fondos». Broccoli subrayaba también lo juicioso que sería enviar 7 oficiales italianos cuidadosamente seleccionados a pasar un entrenamiento especial en Inglaterra entre noviembre de 1951 y febrero de 1952 ya que esos mismos oficiales podrían transmitir después su experiencia a los miembros del Gladio italiano. El jefe de los servicios secretos militares italianos Broccoli pedía al ministro de Defensa Marras «dar su aprobación a ese programa porque, aunque los británicos no lo saben, yo me puse de acuerdo con los servicios secretos americanos para que Italia participe».

El entrenamiento Gladio que proporcionaban los británicos no era gratuito. Se trataba en realidad de un lucrativo comercio. Broccoli reconocía que «podemos esperar un costo total de unos 500 millones de liras que no pueden salir del presupuesto del SIFAR y que deberían ser incluidos en el de las Fuerzas Armadas». Como indicaba el general italiano, el MI6 había ofrecido entrenar a los oficiales del Gladio italiano a condición de que Italia comprara armamento en Gran Bretaña. Al mismo tiempo, sin embargo, la CIA, en algo que se parece mucho a un intento por extender su esfera de influencia, proponía proveer gratuitamente las armas destinadas al Gladio.

A fin de cuentas los italianos decidieron… no decidir. Enviaron sus oficiales a recibir la prestigiosa instrucción de los centros de entrenamiento británicos y concluyeron simultáneamente con Estados Unidos un acuerdo secreto que les garantizaba un aprovisionamiento gratuito en armas, lo cual no fue del agrado de los británicos. Cuando el general Ettore Musco, quien fue el sucesor de Broccoli a la cabeza del SIFAR, viajó a Inglaterra para visitar Fort Monckton, el recibimiento fue particularmente frío: «En 1953, los británicos, furiosos por haberse dejado engañar, le reprocharon al general Musco que “su servicio se haya entregado en cuerpo y alma a los americanos”».

Italia no fue el único terreno de aquella lucha entre la CIA y el MI6 por extender sus respectivas esferas de influencia. A finales de 1990, después de enterarse de la existencia de la red secreta, el ministro de Defensa de Bélgica Guy Coeme explicó que «las relaciones entre los servicios de inteligencia británico y belga se remontaban a los contactos establecidos por el señor Spaak y el jefe de los servicios de inteligencia del Reino Unido [Menzies] y a un arreglo pactado entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica».

Aquel “menage à trois” tenía también sus inconvenientes ya que el MI6 y la CIA querían garantizar –cada uno por su cuenta– que Bélgica no privilegiara a uno de ellos en detrimento del otro. El jefe del MI6 Steward Menzies escribió entonces al primer ministro belga de aquella época, Paul Henri Spaak, una carta fechada el 27 de enero de 1949: «He tenido el placer de poder entrevistarme con usted personalmente sobre ciertos temas que atañen a nuestros respectivos países, que considero primordiales y que me han preocupado particularmente en los últimos tiempos».

Después de esto, Menzies insistía en la necesidad de intensificar la colaboración «sobre la cuestión del Kominforn y de posibles actividades hostiles» y de comenzar «a concebir organizaciones de inteligencia y de acción útiles en caso de guerra». Más exactamente, «ciertos oficiales deberían viajar al Reino Unido en los próximos meses para estudiar, en colaboración con mis servicios, los aspectos concretos de esas cuestiones». Muy inquieto ante la idea de que Spaak pudiese preferir tratar con la CIA antes que con el MI6, Menzies subrayó que él mismo había «considerado siempre la participación de los estadounidenses en la defensa de Europa occidental como algo capital» pero que seguía convencido de que «los esfuerzos de todos, incluyendo los de los americanos, deben inscribirse en un conjunto coherente.

Por consiguiente, si Estados Unidos tuviese que realizar, conjuntamente con [los servicios belgas], preparativos con vistas a enfrentar una guerra, [a él le parecía] esencial que esas actividades se coordinen con las [suyas]» y que sabía que podía contar con la comprensión del primer ministro belga.

Menzies se refería después al CCWU, el Comité Clandestino de la Unión Occidental, un órgano creado en 1948 que dirigió las operaciones de guerra no convencional hasta que se firmó, en 1949, el Tratado del Atlántico y que la OTAN se hizo cargo de la coordinación de la red Gladio. «Ese tipo de cooperación», insistía el británico Menzies en su carta al primer ministro belga Spaak, «permitirá ante todo evitar complicaciones con los jefes del Estado mayor de la Unión Occidental.

Ya indiqué al jefe de los servicios americanos que estoy dispuesto a elaborar planes para establecer el marco de una profunda cooperación con él sobre esa base, por eso sugiero que todos los proyectos formulados por ellos sean sometidos a Washington antes de ser discutidos en Londres por los servicios americanos y británicos.» Menzies señalaba también que el Gladio belga tenía que equiparse y precisaba que: «Los pedidos en materia de entrenamiento y equipamiento tendrán que ser formulados en breve.

Ya ordené la construcción de ciertas instalaciones destinadas al entrenamiento de los oficiales y de personas recomendadas por la dirección de los servicios secretos de ustedes y tendré la posibilidad de conseguir para ustedes el equipamiento actualmente en proceso de fabricación (como los walkie-talkie) que se necesitará en las operaciones clandestinas en un futuro próximo.» Según el jefe del MI6, una parte de aquel material podía ser entregada gratuitamente al Gladio belga mientras que otra parte tendría que ser comprada: «Ese equipamiento especializado podrá ser cedido o alquilado pero, en lo que se refiere al equipamiento más tradicional (como armas ligeras u otro material militar), yo sugiero que las tarifas sean objeto de negociaciones amistosas entre los servicios belgas y británicos».

Aunque estaba de más decir que la creación del Gladio belga tenía que desarrollarse en el más absoluto secreto, al final de su carta Menzies precisaba de todas formas: «Sé que es inútil recordarle a usted que este correo tiene mantenerse altamente confidencial y no debe ser divulgado a terceros sin nuestros respectivos consentimientos previos».

Alrededor de dos semanas después, Spaak respondió a Menzies con otra carta en la que se felicitaba por recibir la ayuda de los británicos, aunque indicaba que los estadounidenses también se habían acercado a las autoridades belgas sobre el mismo tema y que a él le parecía que era preferible que Washington y Londres arreglaran primero la cuestión entre sí. «Estoy enteramente de acuerdo», escribía el primer ministro belga, «en que una colaboración entre los tres servicios (británicos, americanos y belgas) sería extremadamente provechosa.» Consciente de la rivalidad existente entre la CIA y el MI6, Spaak agregaba: «Si uno de los dos servicios, el americano o el belga, rechazara esta colaboración, los servicios belgas se verían en una situación extremadamente delicada y difícil. Por eso me parece que se impone la necesidad de negociaciones al más alto nivel entre Londres y Washington para zanjar esta cuestión».

En Noruega, el jefe de los servicios secretos, Vilhelm Evang, fue simultáneamente el artífice de la fundación de la red stay-behind y de la creación de la primera agencia de inteligencia de ese país, el Norwegian Intelligence Service (NIS). Este graduado de ciencias originario de Oslo se había unido al pequeño núcleo encargado de la inteligencia en el seno del gobierno noruego exilado en Londres en 1942. Al regresar a su país, Evang, que había establecido excelentes relaciones con los británicos, fundó el NIS en 1946 y lo dirigió durante 20 años. Sus escritos nos informan que en febrero de 1947 Evang se reunió con un oficial del MI6 británico cuyo nombre se ignora pero que estaba «bien relacionado con las altas esferas del ejército y la Defensa.

Las inquietudes de los ingleses los han llevado a interesarse de cerca por las estrategias de defensa en los países bajo ocupación enemiga. Parece que Holanda, Francia y Bélgica han emprendido procesos de instalación de estructuras necesarias para un ejército clandestino.»

En la Suecia vecina, y supuestamente neutral, los británicos desempeñaron, con ayuda de la CIA, un papel preponderante en la formación de los dirigentes del Gladio local. Así lo reveló Reinhold Geijer, un ex militar de carrera sueco reclutado en 1957 por la red Gladio local, quien dirigió una de sus divisiones regionales durante varias décadas. En 1996, Geijer, ya cerca de los 80 años, contó ante las cámaras del canal sueco TV 4 cómo los británicos lo habían entrenado en Inglaterra con vistas a la realización de acciones clandestinas. «En 1959, después de una escala en Londres, me fui directamente a una granja en el campo cerca de Eaton.

Mi viaje se desarrollaba dentro de la más absoluta confidencialidad, yo utilizaba por ejemplo un pasaporte falso. Ni siquiera estaba autorizado a llamar por teléfono a mi esposa», testimoniaba Geijer. «El objetivo de aquel entrenamiento era aprender a utilizar técnicas de buzones seguros para recibir y enviar mensajes secretos, y otros ejercicios al estilo de James Bond. Los británicos eran particularmente exigentes. A mi me parecía que aquello era exagerado.»

A finales de 1990, mientras seguían apareciendo ejércitos secretos por toda Europa occidental y los proyectores estaban enfocados hacia Inglaterra y el papel que ese país había desempeñado por debajo de la mesa, el gobierno de John Major se negaba obstinadamente a hablar del asunto. «Nosotros no hablamos de cuestiones vinculadas a la Seguridad nacional», respondían incansablemente los voceros ante las preguntas de los periodistas británicos. El Parlamento británico no vio la necesidad de abrir un debate público o una investigación oficial sobre el tema, actitud que –en el verano de 1992– inspiró al periodista Hugh O’Shaughnessy la siguiente crítica: «El silencio de Whitehall y la ausencia casi total de curiosidad por parte de los parlamentarios sobre un escándalo en el que Gran Bretaña está tan profundamente implicada resultan extraordinarios.»

La BBC se encargó de concluir que: «El papel desempeñado desde Gran Bretaña en la creación de los ejércitos stay-behind a través de Europa [fue] fundamental». En su edición nocturna del 4 de abril de 1991, la BBC puso énfasis en el aspecto criminal de los ejércitos secretos y señaló: «Cayó la máscara y cubría numerosos horrores».

La BBC descubrió que, paralelamente a su función stay-behind, los ejércitos secretos habían desempeñado también una labor de manipulación política: «Al igual que la antigua espada, la historia del Gladio moderno es de doble filo.» El documental de la BBC planteaba toda una serie de interrogantes: «¿Era el Gladio, con sus reservas secretas de armas y de explosivos utilizados por sus inspiradores, [un instrumento] de subversión interna contra la izquierda? ¿Fueron los agentes del Gladio culpables de atentados terroristas?» Y ¿cuál fue exactamente el papel de Gran Bretaña? El parlamentario italiano Sergio de Julio declaraba ante las cámaras: «Nosotros tenemos pruebas que demuestran que, a partir de la creación del Gladio, hubo oficiales que fueron enviados a Inglaterra para entrenarse. Ellos estaban encargados de conformar los primeros núcleos de la organización Gladio. Esa es la prueba de una, digamos, cooperación entre el Reino Unido e Italia.»

El periodista de la BBC Peter Marshall interrogaba después al general italiano Gerardo Serravalle, quien había dirigido el Gladio italiano entre 1971 y 1974, sobre el papel que habían desempeñado los británicos. Serravalle confirmó la existencia de una estrecha colaboración: «Yo invité [a los británicos] porque a nosotros nos habían invitado a visitar sus bases en Inglaterra –las infraestructuras stay-behind– así que yo les devolví la cortesía». Marshall le preguntó entonces: «¿Dónde se encuentra el centro de la red británica?». A lo que el general italiano respondió: «Lo siento pero no se lo diré porque eso constituye un secreto militar de su país». El periodista británico hizo después una pregunta para la que podía razonablemente esperar una respuesta de parte del general italiano: «Pero, ¿se sentía usted impresionado por los británicos?». A lo que Serravalle respondió afirmativamente: «Sí, lo estábamos porque es [sic] muy eficaz, extremadamente bien organizado y había excelentes elementos.»

Un año después la BBC se interesó nuevamente por el caso Gladio al transmitir una excelente serie de 3 documentales de Allan Francovich dedicados a ese tema. No se trataba del primer trabajo de ese realizador, quien ya en 1980 había ganado el premio de la crítica internacional en el Festival de Berlín con su film On Company Business, donde revelaba el lado oscuro de la CIA. Después de su investigación sobre Gladio, Francovich rodó The Maltese Double Cross donde demostraba la existencia de puntos de contacto entre el desastre del vuelo 103 de la PanAm cerca de Lockerbie, en 1988, y la destrucción por error, aquel mismo año, de un avión de Iran Air por parte del navío estadounidense USS Vincennes. «Son muy pocos los que luchan incansablemente por la verdad, aunque ello implique ponerse en peligro ellos mismos, como hizo Francovich», recordó Tam Dayell después de la muerte de su amigo, como resultado de una crisis cardiaca sufrida en oscuras circunstancias, en la zona de espera del aeropuerto de Houston, el 17 de abril de 1997.

Sir John Sawers dirigió la guerra secreta en Kosovo, Afganistán e Irak. Director del MI6 desde 2009, Sawers dirige las operaciones stay-behind en Europa.

Basados principalmente en entrevistas, los documentales que rodó Francovich para la BBC se dedicaban casi exclusivamente a las redes Gladio de Bélgica e Italia. Incluían testimonios de participantes tan importantes como Licio Gelli, jefe de la Logia P2; el activista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra; el juez veneciano y «descubridor» del Gladio Felice Casson; el general Gerardo Serravalle, comandante del Gladio italiano; el senador Roger Lallemand, quien presidió la comisión investigadora del parlamento belga; Decimo Garau, ex instructor de la base del Gladio en Cerdeña; el ex director de la CIA William Colby y Martial Lekeu, un ex miembro de la Gendarmería belga, por sólo citar unos cuantos.

«Todo el asunto del stay-behind no tenía, a mi modo de ver, otro objetivo que garantizar, en caso de que sucediese lo peor, si un partido comunista llegaba al poder, que hubiese agentes para avisarnos, para seguir de cerca los hechos e informarnos», explicaba Ray Cline, director adjunto de la CIA desde 1962 hasta 1966, ante la cámara de Francovich. «Es probable que grupúsculos de extrema derecha hayan sido reclutados e integrados a la red stay-behind con el fin de poder prevenirnos si se preparaba una guerra. Desde esa óptica, la utilización de extremistas de derecha, con fines de inteligencia y no políticos, me parece que no plantea ningún problema», proseguía Cline.

Al día siguiente, la prensa inglesa publicaba lo siguiente: «Era de esos escándalos de los que uno piensa que pueden derribar un gobierno, pero como la amnesia de los telespectadores es lo que es, no queda más que un cintillo en los periódicos al día siguiente».

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 4 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (V)
La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington/por Daniele Ganser

El Gladio no es una consecuencia secundaria de la guerra fría sino todo lo contrario. La guerra secreta comenzó durante la Segunda Guerra Mundial y todavía prosigue en la época actual. No constituye una herramienta más en la política exterior de los Estados Unidos sino su actividad central, como ya ha quedado demostrado en las investigaciones parlamentarias realizadas tanto en Estados Unidos como en Europa, así como en los trabajos de los historiadores. Para una mayor comprensión de la cara oculta de Estado renegado más poderoso del mundo, publicamos hoy esta quinta parte del estudio del investigador suizo Danièle Ganser.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 12 DE ENERO DE 2010

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»


Después de la derrota de Alemania e Italia, el presidente estadounidense Harry Truman ordenó a la US Air Force el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, antes de aceptar la capitulación de Japón. Terminaba así la Segunda Guerra Mundial. Mientras que Europa occidental se hallaba en ruinas, la economía de Estados Unidos se encontraba en pleno auge. Pero, a pesar de todo su poderío económico y militar, la Casa Blanca temía que se produjera una expansión del comunismo a través del mundo, considerándolo irresistible.

Después de los repetidos e infructuosos intentos de invasión de la URSS que los británicos y los estadounidenses habían realizado entre 1918 y 1920, la posterior alianza militar con el Ejército Rojo se concretó porque representaba la única posibilidad de derrotar a Hitler y a Mussolini y de liberar Europa. Inmediatamente después del armisticio, los antiguos compañeros de armas se convirtieron nuevamente en adversarios y las hostilidades entre ellos se reiniciaron con nuevo ímpetu, marcando el comienzo de la guerra fría.

Mientras Estados Unidos garantizaba el control del oeste de Europa y combatía a la izquierda en Grecia, la URSS de Stalin se hacía del control de las fronteras que habían servido de punto de partida a las invasiones orquestadas contra los territorios soviéticos en las dos guerras mundiales. Truman veía con recelo la instauración de regímenes comunistas sometidos a Moscú en Polonia, Alemania oriental, Hungría, Rumania y Checoslovaquia. En aplicación de una doctrina de soberanía limitada, Stalin puso los Estados del este de Europa bajo el control de oligarcas locales, del brutal Ejército Rojo y del KGB, los servicios secretos soviéticos. Siguiendo ese mismo razonamiento, Truman estaba convencido de que era necesario combatir el comunismo en secreto para debilitarlo, incluso en el seno de las democracias soberanas de Europa occidental.

La CIA también trató de crear un ejército secreto en China para contrarrestar el avance del comunismo, pero fracasó cuando Mao Zedong, a la cabeza del Partido Comunista Chino, tomó el poder en 1949. El ex director de la CIA William Colby recuerda: «Yo siempre me pregunté si la red stay-behind que habíamos construido hubiese podido funcionar bajo un régimen soviético. Sabemos que los intentos de crear urgentemente ese tipo de organizaciones fracasaron en China, en 1950, y en Vietnam del norte, en 1954.»

Después del estallido de la guerra de Corea en 1950 a lo largo de la frágil frontera que separa el sur bajo control estadounidense del norte comunista, el ejército de los Estados Unidos trató de reducir la influencia del comunismo en Corea del norte, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos. La CIA trató también de tomar el control de varios países de Europa oriental a través de operaciones clandestinas y de ejércitos secretos, pero tampoco tuvo éxito. Colby recuerda los esfuerzos de la CIA por crear ejércitos anticomunistas: «Sabemos que los intentos por dirigirlos desde el extranjero fueron descubiertos y desbaratados por la policía secreta en Polonia y en Albania, durante los años 1950.»

En los países del llamado Tercer Mundo, en África, en América Latina y en ciertas regiones de Asia, los pueblos adoptaron variantes del comunismo y del socialismo que les parecían capaces de aportar un mejor reparto de la riqueza así como la independencia ante el Occidente capitalista e industrializado. En Irán, Mossadeg adoptó un programa socialista y trató de distribuir entre la población parte de los ingresos provenientes del petróleo.

Después de la India liberada del dominio británico, África también emprendió una lucha anticolonial de izquierda que culminó en 1960, cuando Camerún, Togo, Madagascar, Somalia, Níger, Chad, el Congo, Gabón, Senegal, Malí, Costa de Marfil, Mauritania, y la República Centroafricana se declararon independientes. En el sudeste asiático, como consecuencia de la retirada de las fuerzas japonesas de ocupación, Filipinas y Vietnam vieron surgir poderosos movimientos anticolonialistas comunistas y de izquierda que, en el caso de Vietnam, dieron lugar a la guerra de Indochina y, posteriormente, a una segunda guerra contra la presencia militar estadounidense, que no terminaría hasta 1975, con la victoria de los comunistas.

En las mentes de los estrategas de la Casa Blanca, la guerra no terminó en 1945 sino que evolucionó hacia una forma silenciosa y secreta de conflicto en la que los servicios secretos se convirtieron en los instrumentos privilegiados del ejercicio del poder. A finales de 1944, el presidente estadounidense Roosevelt siguió la sugerencia de William Donovan, quien había dirigido la Office of Strategic Services (OSS) durante la guerra, y trató de crear un nuevo servicio encargado de realizar en el extranjero –y en tiempo de paz– operaciones especiales dirigidas contra los comunistas y contra otros también designados como enemigos de los Estados Unidos. Pero ese plan no fue del agrado de J. Edgar Hoover, director del FBI, quien temía que sus propios servicios perdieran así su influencia. Hoover transmitió entonces a un periodista del Chicago Tribune varias copias del memorando de Donovan y de la orden de Roosevelt.

El 9 de febrero de 1945, el Chicago Tribune publicaba el siguiente titular: «Nueva distribución de papeles en el espionaje – nos vigilarán espías – en estudio una superGestapo». Reportaba el diario que: «En las altas esferas donde circulan el memorando y el proyecto de orden, esa unidad, cuya creación está en estudio, tiene el sobrenombre de “la Gestapo de Frankfurter”», en referencia al juez de la Corte Suprema Frankfurter y a la terrible policía secreta alemana. El artículo revelaba además que el nuevo servicio secreto estaba destinado a librar una guerra clandestina y que «llevaría a cabo (…) operaciones de subversión en el extranjero (…) y tendría a su disposición todo el personal aeronaval y de las fuerzas terrestres que pueda necesitar en su misión».

Como el recuerdo de la Gestapo estaba fresco aún, los ciudadanos estadounidenses se indignaron y el escándalo que estalló dio al traste con la proposición de Donovan, para gran satisfacción del director del FBI Hoover. Sin embargo, continuaron las discusiones en los círculos del poder alrededor de la fundación de un nuevo servicio, sólo que en lo adelante esto se haría en el mayor secreto. Después del fallecimiento de Roosevelt, Harry Truman emitió una directiva que ordenaba la creación de un nuevo servicio secreto activo en tiempos de paz, el Central Intelligence Group (CIG). En el marco de una velada más bien excéntrica que se organizó expresamente para la ocasión en la Casa Blanca, Truman entregó a cada invitado un impermeable negro, un sombrero negro, un bigote postizo y una daga de madera y anunció que el primer director del CIG, el almirante Sidney Souers, se convertiría en «director del espionaje centralizado».

El CIG no era más que una agencia títere provisional y Truman comprendió rápidamente que había que reforzar los medios de acción no oficiales de la Casa Blanca. Fue así que se promulgó, en julio de 1947, la National Security Act, que concretaba la creación de la «Central Intelligence Agency» (CIA) y del «National Security Council» (NSC).

Esta vez no se publicó en la prensa ni una palabra sobre la «Gestapo americana». El «National Security Council», del que formaban parte el propio presidente de los Estados Unidos, el vicepresidente, el secretario de Estado, el secretario de Defensa, el director de la CIA, el consejero para la Seguridad Nacional, el presidente del Estado Mayor conjunto, otras personalidades de primera importancia y varios consejeros especiales, se convirtió realmente en el grupo más influyente de Washington».

Como tantas veces ha sucedido en el transcurso de la historia, esa concentración del poder en manos de la Casa Blanca y del NSC desembocó en abusos. Todavía hoy, en el siglo 21, el NSC sigue siendo «una institución particular, conocida por haber actuado a menudo, en el pasado, en el límite de la legalidad».

La principal vocación de la National Security Act era proporcione un marco «legal» a las operaciones secretas de Estados Unidos y a las guerras secretas que ese país libraba contra otros países poniendo en manos de la CIA la tarea de «asumir las funciones y las misiones de inteligencia relativas a la Seguridad Nacional que el NSC puede verse obligado a ordenarle en un momento dado».

Sin ironía deliberada, esa frase es la copia palabra por palabra de lo que Hover había revelado en 1945. A la vez que garantizaba una sólida base legal para las operaciones secretas emprendidas por Estados Unidos, esta formulación tan nebulosa permitía soslayar la abierta violación de numerosas leyes, como la Constitución de 1787, y de numerosos tratados internacionales. El director adjunto de la CIA Ray Cline calificó con toda razón esa disposición de «cláusula cúbrelo-todo elástica». Clark Clifford declaró posteriormente: «Nosotros no las habíamos mencionado [las operaciones especiales] explícitamente porque sentíamos que podía ser perjudicial para los intereses de la nación el confesar públicamente que podíamos emprender ese tipo de actos».

Italia fue el primer país en convertirse en blanco del nuevo instrumento de la Casa Blanca. En el primer documento registrado como proveniente del NSC, el NSC 1/1 con fecha del 14 de noviembre de 1947, se puede leer el siguiente análisis: «El gobierno italiano, ideológicamente apegado a la democracia occidental, es débil y es blanco de los continuos ataques de un poderoso partido comunista». Es por eso que, durante una de sus primeras reuniones, el joven NSC adoptó –el 19 de diciembre de 1947– la Directive NSC 4-A que ordenaba al director de la CIA Hillenkoetter emprender una larga serie de acciones clandestinas destinadas a eliminar el peligro de que los comunistas ganaran las inminentes elecciones italianas.

La Directive NSC 4-A estaba clasificada como top secret debido al carácter especialmente sensible de las intervenciones clandestinas de los estadounidenses en Europa occidental. Sólo existían 3 copias de ese documento y una de ellas estaba «celosamente guardada [por Hillenkoetter] en la propia oficina del director, donde los miembros que “no tenían necesidad de saber” no podían encontrarla». George F. Kennan, del departamento de Estado, tenía otro ejemplar en su poder. La «razón de tanto secreto era evidente», según los archivos oficiales de la CIA, ya que «algunos ciudadanos de este país se hubieran horrorizado al conocer el contenido de la NSC 4-A».

Las operaciones tendientes a debilitar a los comunistas italianos fueron un éxito. El presidente Truman se convirtió en gran partidario de las misiones secretas y pidió que el campo de acción de la CIA se extendiera a otros países, más allá de Italia. Fue así como el NSC votó –el 18 de junio de 1948– la célebre directiva NSC 10/2, autorizando la CIA a efectuar misiones clandestinas en todos los países del mundo e instaurando en el seno de la agencia un servicio de operaciones secretas designado como «Office of Special Projects», nombre que fue rápidamente reemplazado por otro menos descriptivo: «Office of Policy Coordination» u OPC, o sea Oficina de Coordinación Política. La directiva NSC 10/2 ponía en manos de la OPC «la planificación y ejecución de las operaciones especiales».

El texto designaba como «operaciones especiales» todas las actividades «realizadas y financiadas por este gobierno en contra de los Estados o grupos extranjeros hostiles o como apoyo a Estados o grupos extranjeros amigos, pero concebidas y ejecutadas de forma tal que la implicación del gobierno americano no sea visible para personas no autorizadas y que éste [gobierno] pueda desmentir toda responsabilidad de ser necesario». La directiva NSC 10/2 preveía que las operaciones secretas «incluyen toda actividad vinculada a la propaganda, a la guerra económica, a la acción preventiva directa (medidas de sabotaje, de antisabotaje, de demolición y de evacuación), a la subversión contra regímenes hostiles (mediante el apoyo a los movimientos de resistencia clandestinos, a la guerrilla y a los grupos de liberación de refugiados) y la asistencia a los elementos anticomunistas en los países amenazados del mundo libre».

Las disposiciones del texto NSC 10/2 incluían la creación de los ejércitos anticomunistas secretos de la red Gladio en Europa occidental, pero excluían todo los actos de guerra convencional y las misiones de inteligencia: «No conciernen a los conflictos armados en los que se enfrenten fuerzas militares regulares, el espionaje, el contraespionaje y la utilización de la clandestinidad o del disimulo en el marco de operaciones militares». En definitiva, aquella directiva NSC 10/2 contradecía todos los valores y principios que el propio presidente de los Estados Unidos predicaba en marzo de 1947, cuando expuso su famosa «Doctrina Truman».

Después de la Segunda Guerra Mundial, 5 años habían bastado a Estados Unidos para instaurar un poderoso aparato de inteligencia que operaba tanto dentro como fuera de las fronteras de su propio país y al margen de todo control democrático. «Cuando creé la CIA, no pensé ni por un instante que se especializaría algún día en los golpes bajos en tiempo de paz», declaró un debilitado Truman, luego de dejar sus funciones.

En 1964, o sea 8 años antes de su muerte, el ex presidente negó una vez más haber querido hacer de la CIA «una agencia internacional implicada en acciones sucias». Pero el aparato estadounidense de inteligencia había escapado a su control. El historiador británico Christopher Andrew resume el sentir del ex presidente de la siguiente manera: «Durante los 20 años posteriores a su salida de la Casa Blanca, Truman pareció a veces sorprendido, incluso horrorizado, ante el peso y la influencia que había adquirido el sector de inteligencia que él mismo había creado».

Otro fanático de las operaciones secretas y feroz adversario del comunismo, George Kennan, miembro del departamento de Estado bajo la administración Truman, fue también un ardiente partidario de la directiva NSC 10/2 y de la intervención de la CIA en Italia y en otros países. Sin embargo, al igual que Truman, Kennan estaba conciente de los riesgos a los que se exponía Estados Unidos. «Después de todo, lo peor que podría sucedernos en esta lucha contra el comunismo es convertirnos en lo mismo que aquellos a quienes estamos combatiendo», señaló Kennan en un telegrama que se haría célebre, refiriéndose así al gobierno secreto, a las estructuras totalitarias y a la manipulación de gobiernos extranjeros, prácticas características de la Unión Soviética.

Treinta años más tarde, Kennan, ya al final de su vida, reconoció que: «No todo sucedió exactamente como yo lo había imaginado». Para garantizar la posibilidad de un desmentido plausible, la mayoría de las decisiones, declaraciones y transcripciones de las reuniones del NSC se clasificó como confidencial. Pero, como consecuencia del escándalo del Watergate, varios miembros del Congreso estadounidense recibieron un mandato para investigar a la CIA y al NSC y descubrieron que «las elecciones nacionales de 1948 en Europa occidental habían sido la razón fundamental de la creación de la OPC».

Fue por lo tanto la amenaza comunista que planeaba sobre Europa occidental lo que determinó el comienzo de las operaciones especiales de la CIA, después de la Segunda Guerra Mundial. «Al financiar a los partidos del centro y desarrollar estrategias mediáticas, la OPC trató de influir sobre el resultado de las elecciones, con considerable éxito», indica el informe final que los senadores presentaron en 1976. «Esas actividades constituían la base de la injerencia clandestina en la político interna que constituyó una práctico durante 20 años.

En 1952, no menos de 40 proyectos de acción en marcha habían sido contabilizados en un solo país de Europa central.» Por orden expresa del Pentágono, las misiones de la OPC incluían también la constitución de la red de ejércitos secretos Gladio en Europa occidental: «Hasta 1950, las actividades paramilitares de la OPC (también llamadas «acciones preventivas») se limitaban a la concepción y preparación de las redes stay-behind con vistas a una futura guerra. A pedido del Joint Chiefs of Staff (el Consejo del Estado Mayor Interarmas), esas operaciones preparadas por la OPC se concentraban, una vez más, en Europa occidental y tenían como objetivo apoyar a las fuerzas de la OTAN contra una ofensiva de los soviéticos.»

Para garantizar la dirección de la OPC, George Kennan seleccionó a Frank Wisner, un abogado de negocios originario de Mississippi que ya había comandado destacamentos de la OSS en Estambul y en Bucarest durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Wisner, la mayoría de los oficiales de la OPC eran «blancos provenientes de viejas familias ricas de la alta sociedad anglosajona (…) que habían heredado la actitud del establishment británico con respecto a las personas de color». Wisner velaba escrupulosamente por la confidencialidad de la directiva NSC 10/2. «Cada vez que un miembro de la OPC quería consultar el documento, se le obligaba a firmar un registro especial.

Después se le entregaba uno de los 3 ejemplares que Wisner guardaba en una caja fuerte de su oficina.» Los miembros del nuevo servicio de operaciones especiales OPC trabajaban con espíritu de agresividad, de entusiasmo, de secreto y con cierta ausencia de moralidad. El 6 de agosto de 1948, en una de sus primeras reuniones en presencia de Hillenkoetter y Kennan, Wisner insistió en poder explotar al máximo las posibilidades que ofrecía la directiva NSC 10/2 y pidió «carta blanca» para escoger él mismo sus «métodos de acción». Wisner quería desarrollar operaciones secretas a su manera, sin tener que atenerse a ningún código ni a ningún «método existente» y recibió el aval de Hillenkoetter y Kennan.

En su condición de director de la OPC, Wisner se convirtió en el arquitecto en jefe de la red de ejércitos secretos en Europa occidental. «Frank Wisner, de la OPC, había encargado a su adjunto Frank Lindsay de la coordinación de la red stay-behind en Europa», reveló la prensa belga después del descubrimiento de la existencia de los ejércitos Gladio. Al igual que su jefe, Lindsay se había formado en el seno de la OSS durante la Segunda Guerra Mundial y había tenido la oportunidad de observar de cerca, en Yugoslavia, las tácticas comunistas. Según afirman también los periodistas belgas, Lindsay «envió a William Colby (quien más tarde dirigiría la CIA entre 1973 y 1976) a Escandinavia y a Thomas Karamessines [lo envió] a Grecia, donde éste último podía contar con el apoyo del KYP, los servicios secretos griegos».

A medida que Estados Unidos intensificaba sus operaciones especiales, la OPC seguía desarrollándose. Un año después de la nominación de Wisner a la cabeza de la OPC, esta última contaba con 300 empleados y 7 estaciones en el extranjero que trabajaban en numerosas misiones clandestinas de diversa índole. Tres años más tarde, en 1951, sus efectivos alcanzaban la cifra de 2 812 empleados, que trabajaban en territorio estadounidense, y 3 142 agentes vinculados a las 47 estaciones repartidas a través del mundo entero y su presupuesto anual había pasado de 4,8 millones a 82 millones de dólares. Bedel Smith, sucesor de Hillenkoetter a la cabeza de la CIA, tuvo que reconocer en mayo de 1951 que «el campo de las operaciones secretas de la CIA ya sobrepasaba ampliamente el marco previsto en la directiva NSC 10/2». La expansión fue tan grande que incluso un halcón como «Smith se mostró preocupado por la importancia y el crecimiento exponencial del presupuesto de la OPC».

Allen Dulles, quien se hizo cargo de la dirección de la CIA después de la salida de Smith, en 1953, estaba convencido de que las operaciones secretas eran un arma formidable para luchar contra el comunismo y defender los intereses estadounidenses en el extranjero. Allen Dulles supervisaba el trabajo del director de la OPC, Frank Wisner, y de su adjunto Frank Lindsay, quien, en lo tocante a los ejércitos secretos, colaboraba estrechamente con Gerry Miller, el jefe de la oficina de la CIA en Europa para la creación de las redes stay-behind. Entre los reclutados se encontraba William Colby, quien fue más tarde director de la CIA. Al igual que muchos soldados clandestinos, Colby había trabajado para la OSS durante la Segunda Guerra Mundial y había saltado en paracaídas sobre la Francia ocupada para prestar ayuda a la Resistencia.

Posteriormente había sido sacado de Francia clandestinamente para saltar nuevamente en paracaídas, esta vez sobre Noruega, poco antes del final de la guerra con la misión de volar convoyes. En abril de 1951, Miller recibió a Colby en su oficina. Los dos hombres se conocían bien ya que Miller había dirigido las operaciones de la OSS en Noruega. Ambos consideraron que la guerra nunca había terminado realmente. Miller destacó a Colby en la unidad de Lou Scherer, en la división escandinava de la oficina europea de la CIA: «OK Bill, sigue así.» Seguidamente, Miller dijo: «Lo que queremos es una buena red de inteligencia y de resistencia que sea digna de confianza, con la que podamos contar si los rusos empiezan a invadir la región. Aquí tenemos un plan de acción, pero todavía hay que ponerlo a prueba y aplicarlo en el terreno. Tu trabajarás con Lou Scherer hasta que se decidan las nuevas operaciones que habrá que llevar a cabo».

Seguidamente, Colby recibió entrenamiento de la CIA con vista a la realización de su misión, que era la creación de una red Gladio en Escandinavia. «En la práctica, una de las principales tareas de la OPC consistía en prepararlo todo en previsión de una posible invasión soviética a Europa occidental, y partiendo de la hipótesis de que los rusos pudieran llegar a controlar parte o incluso todo el continente», explicó Miller. «La OPC quería disponer de redes de partisanos armados y organizados para oponerlos al ocupante», cuenta Colby en sus memorias. «Esta vez, decía Miller, el objetivo era crear esa capacidad de resistencia antes de que se produjera la ocupación, e incluso antes del comienzo de la invasión.

Estábamos decididos a organizarla y a equiparla sin demora cuando aún teníamos tiempo de hacerlo correctamente y con un mínimo de riesgos», escribió el ex agente que creía entonces que la operación estaba enteramente justificada. «En todos los países que podían sufrir una invasión soviética, la OPC había emprendido entonces un amplio programa de construcción de lo que se conoce en el medio de la inteligencia como “redes stay-behind”, o sea estructuras clandestinas de hombres entrenados y equipados para realizar actos de sabotaje y de espionaje cuando llegara el momento.» Para ello, Miller envió agentes de la CIA a cada uno de los países de Europa occidental y «confió [a Colby] la misión de organizar y montar ese tipo de red en Escandinavia».

La intervención de Estados Unidos en Europa occidental se desarrolló «en el mayor secreto», precisa. «Recibí entonces la orden de no mencionar mi trabajo más que a un restringido círculo de personas de confianza, tanto en Washington y en el seno de la OTAN como en Escandinavia».

En el seno de la OTAN, el centro de mando situado en el Pentágono, en Washington, estaba informado en detalle del desarrollo de los ejércitos secretos Gladio mientras que en Europa, el SACEUR, que siempre es un oficial estadounidense, supervisaba estrechamente la red así como los demás órganos de decisión: el CPC y el ACC. Un documento interno del Pentágono fechado en 1957 y que se mantuvo en secreto hasta 1978, revela la existencia de una Carta del CPC que define las funciones del Comité ante la OTAN, el SHAPE y los servicios secretos europeos. Desgraciadamente, el contenido mismo de la Carta no ha sido revelado. El documento en cuestión es un memorando dirigido al Consejo del Estado Mayor Interarmas el 3 de enero de 1957 por el general Leon Johnson, representante de Estados Unidos en el comité militar de la OTAN.

Johnson reacciona ante las quejas del SACEUR de aquel entonces, el general Lauris Norstad, sobre la falta de información durante la crisis de Suez, en 1956: «El SACEUR expresó la opinión que la inteligencia que las autoridades habían transmitido al SHAPE durante el reciente periodo de tensiones era insuficiente. Desea que toda redefinición de las reglas de comunicación de la inteligencia al SHAPE se encamine hacia una mejor transmisión de las informaciones confidenciales.»

Fue en ese contexto que el SACEUR Norstad trató de resolver la situación a través del CPC: «Además, el SACEUR señala en una nota a) que la nota b), la carta del CPC, no contiene ninguna disposición que prohíba considerar operaciones clandestinas en tiempo de paz. Recomienda específicamente que el CPC del SHAPE sea autorizado: a) a estudiar las necesidades inmediatas del SHAPE en materia de inteligencia; b) a considerar a través de qué medios los servicios secretos nacionales pueden ayudar a mejorar la transmisión de informaciones al SHAPE.» En contradicción con el SACEUR Norstad, el general Johnson pensaba que la carta del CPC prohibía que el CPC fuese utilizado con ese fin.

Johnson escribía en su memorando: «Aunque en la nota b) [la carta del CPC] no exista ninguna disposición que prohíba claramente a éste considerar actividades de inteligencia, yo pienso de todas maneras que se trataría de una extensión injustificada de sus atribuciones. Yo entiendo la nota b) de la manera siguiente: el CPC ha sido creado con el único fin de organizar en tiempo de paz los medios a través de los cuales el SACEUR pudiera cumplir su misión en caso de guerra. Me parece que revisar las modalidades de transmisión de la inteligencia, sea cual sea la fuente, al SHAPE debería ser asunto de las agencias de inteligencia regulares.» El general concluía entonces: «Yo recomiendo que no se apruebe la extensión del campo de actividades del CPC (…) Leon Johnson».

Paralelamente, en el Pentágono, las Fuerzas Especiales estadounidenses también estaban directamente implicadas en aquella guerra secreta contra los comunistas de Europa occidental ya que estaban entrenando, junto a los SAS [británicos], a los miembros de las redes stay-behind. Luego del desmantelamiento de la OSS, después del final de la Segunda Guerra Mundial, las Fuerzas Especiales habían sido creadas nuevamente en Estados Unidos, en 1952, y las unidades, bajo el engañoso nombre de 10º Grupo de Fuerzas Especiales, comenzaron a entrenarse bajo el mando del coronel Aaron Bank. El grupo había adoptado la organización de su predecesor, la OSS, de la que había heredado el encargo de realizar misiones de sabotaje, de reclutamiento, equipamiento y entrenamiento de guerrilleros con el objetivo de crear un potencial de resistencia en Europa oriental y occidental.

Como precisó el coronel Bank, el entrenamiento de las Fuerzas Especiales incluía «la organización de movimientos de resistencia y la coordinación de las redes que los componen» así como «las operaciones de guerrilla con sus diferentes aspectos organizativos, tácticos y logísticos pero también la demolición especializada, el uso de comunicaciones radiales codificadas, la supervivencia, la técnica Fairbaim de combate cuerpo a cuerpo y el tiro instintivo».

El folleto de reclutamiento especificaba a los jóvenes voluntarios deseosos de ingresar a las Fuerzas Especiales estadounidenses que lo ideal era que los candidatos hablaran uno o más idiomas europeos. Las condiciones exigían: «tener por lo menos 21 años de edad, poseer como mínimo el grado de sargento, haber seguido o ser voluntario para seguir un entrenamiento de paracaidista, dominar los idiomas [europeos] y/o haber viajado a Europa; presentar una excelente hoja de servicio, etc. Todos los postulantes tenían que estar dispuestos a saltar en paracaídas y a operar tras las líneas enemigas en uniforme militar o con ropa de civil.»

Fue en pleno corazón de la Alemania derrotada que se desplegaron por primera vez las Fuerzas Especiales estadounidenses de nueva creación. En noviembre de 1953, el 10º Grupo instaló su primera base en el extranjero en un antiguo edificio de la Waffen SS construido bajo el III Reich, en 1937: la Flint Kaserne, en Bad Tolz, Baviera. Posteriormente, se creó en Panamá un cuartel general que servía de base de operaciones a las Fuerzas Especiales y se abrió otro más en Okinawa, destinado a las intervenciones en el sudeste asiático. Cuando estalló el escándalo del Gladio, en 1990, se descubrió que algunos miembros de sus ejércitos secretos habían seguido un entrenamiento especial con los Boinas Verdes, posiblemente en Fort Bragg, Estados Unidos.

El comandante del Gladio en Italia, el general Serravalle, relató que en 1972 los miembros italianos del Gladio habían viajado a Bad Tolz, por invitación de los Boinas Verdes. «Yo visité el 10º Grupo de las Fuerzas Especiales en Bad Tolz, en las antiguas barracas de los SS, por lo menos en dos ocasiones. Estaban bajo las órdenes del coronel Ludwig Fastenhammer, que ya era un verdadero Rambo antes de que apareciera ese personaje», recordó el general Serravalle. «Durante los encuentros de planificación de las misiones que ya mencioné anteriormente (contrainsurgencia, asistencia a los grupos locales de resistencia, etc.) pregunté varias veces si existía un plan de acción combinado entre su grupo y las diferentes unidades stay-behind, y especialmente el Gladio.»

Serravalle dijo con una sonrisa: «No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que si una unidad X está encargada de apoyar, en tiempo de guerra, en un territorio Y, a un movimiento de resistencia dirigido por una unidad secreta Z, tiene que existir entre X y Z, incluso en tiempo de paz, algún tipo de cooperación, aunque sea en estado embrionario». Por lo tanto, era lógico pensar en la existencia de un plan de acción concertado entre los Boinas Verdes, los SAS británicos y el Gladio. «Pero en realidad no era así», según afirma Serravalle. «En realidad, en caso de guerra, las Fuerzas Especiales acantonadas en Bad Tolz debían infiltrarse en nuestros países y participar en operaciones de resistencia e insurrección. ¿Cómo las habrían recibido nuestros miembros del Gladio? A tiros, estoy seguro, creyendo que se trataba de los Spetzsnaz, las unidades de élite del Ejército Rojo. Una de las reglas de oro de los partisanos estipula que, en caso de duda, usted dispara primero y después averigua a quién mató.»

Las Fuerzas Especiales estadounidenses estaban permanentemente en contacto con el departamento de operaciones especiales de la CIA, con el cual colaboraban. Cuando las Fuerzas Especiales se instalaron en Fort Bragg, en 1952, la OPC fue rebautizada como «Directorate of Plans» (DP) y Wisner se convirtió en su jefe. Con Allen Dulles como director de la CIA, aumentó el número de operaciones clandestinas estadounidenses en todo el mundo. Dulles autorizó los intentos de asesinato de la CIA contra Castro y Lumumba así como los experimentos con LSD, experimentos que se desarrollaban a espaldas de las personas que servían de “conejillos de India”, algunas de las cuales acabaron suicidándose. Wisner y Dulles planificaron el golpe de Estado de 1953 contra el primer ministro iraní Mossadegh, así como el que derrocó al socialista Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954.

Dos años más tarde, refiriéndose al presidente de Indonesia Sukarno, acusado de inclinarse demasiado hacia la izquierda, Wisner transmitió al jefe de la división del sudeste asiático de su servicio, Alfred Ulmer, la siguiente orden: «Ya es hora de darle una buena lección a ese Sukarno». Wisner y Dulles no tenían límites para las guerras secretas y las acciones terroristas que emprendían. Pero cuando las operaciones clandestinas en contra de Fidel Castro y del régimen cubano desembocaron en un enorme fracaso, con el fiasco de bahía de Cochinos en 1961, el presidente Kennedy, furioso, destituyó a Dulles y puso en su lugar a John McCone.

Durante todo el tiempo que estuvo a la cabeza de la CIA, Allen Dulles fue el cerebro de la guerra secreta contra los comunistas. Cuando se descubrió la existencia de los ejércitos Gladio en Europa occidental, en 1990, un ex oficial de la inteligencia de la OTAN, que prefirió conservar el anonimato, explicó que «aunque la operación stay-behind sólo comenzó oficialmente en 1952, la idea existía en realidad desde mucho antes, desde que germinó en la mente de Allen Dulles». Durante la Segunda Guerra Mundial, el jefe de la CIA había trabajado en Berna, en la neutral Suiza, desde donde había coordinado las operaciones secretas emprendidas contra la Alemania nazi, manteniendo contactos con la OSS estadounidense y con los servicios secretos británicos. Dirigir ejércitos secretos en Europa occidental no sólo era su trabajo sino que se había convertido en su gran pasión.

Informes publicados en Bélgica en el momento del descubrimiento del Gladio precisaban: «Allen Dulles ve en el proyecto [Gladio] (…) además de un instrumento de la resistencia contra una invasión soviética, ¡un arma contra el acceso de los comunistas al poder en los países en cuestión!».

Mientras que la CIA proseguía sus guerras secretas, Wisner comenzó a ser presa de los remordimientos y pronto resultó que su mala conciencia no lo dejaba en paz. Allen Dulles «tenía una teoría según la cual los tormentos que sufría Wisner provenían de la naturaleza de su trabajo». Al convertirse poco a poco en un individuo incapaz de garantizar «los trabajos sucios» de la CIA en Europa, África, América Latina y Asia, Wisner fue sustituido en 1958 por Richard Bisel, quien ocupó el puesto durante 4 años, hasta que Richard Helms fue nombrado director adjunto a cargo de las Operaciones Especiales, en 1962. Para aquella época, el estado psicológico del arquitecto del Gladio Frank Wisner seguía deteriorándose hasta que, en 1965, se dio tiro en la cabeza.

En ese mismo año, Richard Helms fue ascendido a director de la CIA y, durante los funerales Wisner, le rindió homenaje por su trabajo a favor de las operaciones especiales, poniéndole entre los «pioneros que tuvieron la responsabilidad, a veces tan pesada (…), de servir a su país en la sombra». El propio Helms tuvo que enfrentar sus responsabilidades cuando se vio obligado a prestar testimonio, en los años 1970, sobre el papel de la CIA en el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Siendo entonces director de la CIA, Helms mintió descaradamente ante los senadores al afirmar que la CIA nunca había tratado de impedir la elección de Salvador como presidente de Chile: «Todos los proyectos tenían que contar con mi aprobación, yo hubiese tenido que saberlo obligatoriamente». Cuando se descubrió la mentira, en febrero de 1973, Helms se vio obligado a renunciar a su puesto de director de la CIA y tuvo que pagar una multa de 2 000 dólares por haber cometido perjurio ante el Senado.

Debido a los abundantes detalles que proporciona en sus memorias, William Colby sigue siendo el más célebre de los agentes de la CIA implicados en la Operación Gladio. Pero él también tuvo un final trágico. Después de haber contribuido a la creación de las redes secretas en Escandinavia, este soldado de la guerra fría fue trasladado en 1953 a la estación de la CIA en Roma para combatir allí el comunismo italiano y contribuir a la creación del Gladio local. Presente en todos los campos de batalla de la guerra fría, Colby dejó Italia en 1959 para ir a Saigón, donde dirigió las operaciones clandestinas emprendidas por la CIA en Vietnam y en Laos. Una de esas misiones fue la Operación Phoenix cuyo objetivo era la destrucción de la organización clandestina del Vietcong y la liquidación física de sus miembros.

Al ser interrogado por el Congreso estadounidense, en 1971, Colby reconoció que la intervención que él había dirigido había provocado la muerte de mas de 20 000 miembros del Vietcong, pero se negó a precisar si la tortura había estado vinculada a esas muertes. Simplemente declaró: «No voy a pretender que nadie fue muerto o ejecutado durante la operación. Pienso, en efecto, que eso sucedió, desgraciadamente». En 1973, el departamento de operaciones especiales cambió nuevamente de nombre, tomando la denominación de «Directorate of Operations» (DO) y Colby sustituyó a Thomas Karamessines como director adjunto a cargo de las Operaciones. Cuando Helms se vio obligado a dimitir, aquel mismo año, el presidente Nixon nombró a Colby a la cabeza de la CIA, puesto que ocupó hasta su propia renuncia, en 1976, debido al escándalo del Watergate. En 1996, William Colby fue encontrado ahogado en un río del Estado de Maryland. Tenía 76 años.

Colby fue reemplazado a la cabeza de la CIA por George Bush padre, nombrado por la administración Ford, quien dirigió desde Washington las operaciones secretas de las redes de Europa occidental. Posteriormente, George H. Bush fue llamado a ocupar la vicepresidencia en la administración Reagan, pero no por ello dejó de financiar las guerras secretas, entre ellas la que diera lugar al famoso escándalo de los Contras nicaragüenses. En 1990, cuando el primer ministro italiano reveló la existencia de los ejércitos secretos creados por la CIA [en Europa occidental], George H. Bush, por entonces presidente de los Estados Unidos, se hallaba inmerso en los preparativos de la guerra del Golfo.

Para lograr convencer a una población más bien reticente ante la idea de entrar en guerra, hubo que recurrir a una manipulación capaz de azuzar el deseo de venganza de los estadounidenses. El 10 de octubre, una muchacha de 15 años, presentada simplemente como «Nayirah», compareció en lágrimas como testigo, ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso [estadounidense], declarando que mientras trabajaba como voluntaria en un hospital de Kuwait después de la invasión de su país [por Irak] elle había visto personalmente a los soldados iraquíes entrar en el edificio y sacar brutalmente a los recién nacidos de las incubadoras donde se encontraban y dejarlos «abandonados directamente en el frío suelo, condenándolos así a una muerte segura».

La historia de las incubadoras provocó entre la población [estadounidense] una gran conmoción, y el presidente se apresuró a alimentarla remachando los hechos en cada uno de sus discursos y agregando incluso que 312 bebés habían encontrado la muerte de aquella manera. Bush fue tan convincente que la información fue retomada por Amnesty International. Sólo después del fin de la guerra se descubrió que la muchacha en cuestión nunca había trabajado en Kuwait y que se trataba nada más y nada menos que de la hija del embajador de Kuwait en Washington, algo que los organizadores de la audiencia del 10 de octubre sabían perfectamente.

A Amnesty International no le quedó más remedio que desmentir sus propias declaraciones. En febrero de 1992, el Middle East Watch declaró que aquello no había sido otra cosa que «pura y simplemente propaganda de guerra». Más de 10 años más tarde, George Bush hijo trató de manipular nuevamente los sentimientos del pueblo estadounidense anunciando que Irak estaba tratando de desarrollar armas químicas, biológicas y atómicas y que el presidente Sadam Husein estaba implicado en los atentados del 11 de septiembre de 2001.

En diciembre de 1990, Bush padre tuvo que enfrentar duras críticas provenientes del Parlamento Europeo. En una resolución destinada a la Casa Blanca y a la administración estadounidense, la Unión Europea condenaba firmemente las maniobras secretas de Estados Unidos. La Unión Europea declaraba oficialmente «condenar la creación clandestina de redes de manipulación y de acción y llamar a la apertura de una investigación exhaustiva sobre la naturaleza, la estructura, los objetivos y cualquier otro aspecto de esas organizaciones secretas y de otros grupos disidentes, sobre su utilización con el objetivo de interferir en las cuestiones políticas internas de los países interesados, sobre la cuestión del terrorismo en Europa y sobre la posible complicidad de los servicios secretos de los Estados miembros o de terceros países». Pero lo más importante era que la Unión Europea protestaba «vigorosamente contra el derecho que se arrogan ciertos responsables militares americanos en el seno del SHAPE y de la OTAN a estimular el establecimiento en Europa de una red clandestina de inteligencia y de acción».

Debido a su gran experiencia en el campo de las operaciones secretas, era imposible que el presidente George H. Bush no estuviese al tanto de las operaciones terroristas e ilegales a las que se habían dedicado los ejércitos secretos. Por lo tanto, el presidente estadounidense se negó a hablar del tema. Desconociendo la envergadura del escándalo, el Congreso estadounidense prefirió abstenerse de hacer preguntas demasiado delicadas. Los medios de prensa [estadounidenses] tampoco se sintieron en la necesidad de investigar.

En un artículo del Washington Post, uno de los pocos sobre el tema que se publicaron en Estados Unidos, intitulado «La CIA recluta ejércitos secretos en Europa occidental: creada fuerza paramilitar para resistir ocupación soviética», se podía leer que un «representante [anónimo] del gobierno de los Estados Unidos familiarizado con la Operación Gladio» había declarado que Gladio era «un problema estrictamente italiano sobre el cual nosotros no tenemos ningún tipo de control» y agregó «pretender, como hacen algunos, que la CIA está implicada en actos terroristas en Italia es completamente absurdo». Las investigaciones subsiguientes demostraron que aquella declaración de la CIA era completamente absurda.

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 5 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (VI)
La guerra secreta en Italia/por Daniele Ganser

Estados Unidos, el país que se presenta como el gran defensor de la democracia, organizó fraudes electorales en Italia, así como dos golpes de Estado invisibles y no vaciló en hacer ejecutar al primer ministro italiano Aldo Moro. En esta sexta parte de su estudio sobre el Gladio, el historiador suizo Daniele Ganser explica cómo Washington controló la vida política en Italia, a espaldas de los italianos, a lo largo de 50 años.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 2 DE MARZO DE 2010

En 1978, Estados Unidos hizo asesinar al primer ministro italiano Aldo Moro. Las Brigadas Rojas se responsabilizaron con su ejecución, pero la operación estuvo manipulada por el Gladio.

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»


El anticomunismo estadounidense ha dado origen a muchas de las tragedias que marcan la historia de la I República Italiana (1945-1993). Las pruebas descubiertas durante la última década demuestran que el ejército Gladio, dirigido por los servicios secretos italianos, participó activamente en esa guerra no declarada, con la complicidad de los terroristas de extrema derecha. A falta de invasor soviético, las unidades paramilitares anticomunistas entrenadas por la CIA se dedicaron a la realización de operaciones internas destinadas a influir sobre la vida política nacional. Una investigación parlamentaria a la que el Senado italiano confió la misión de aclarar la cuestión del Gladio así como una serie de misteriosos atentados concluyó al final de la guerra fría que, en Italia, «la CIA gozó de la mayor libertad» debido al hecho que, durante la I República, Italia había vivido «en una situación de división difícil e incluso trágica».

En el marco de aquella división se enfrentaban las dos ideologías dominantes de la guerra fría. A la izquierda, estaba el muy popular e influyente PCI (Partido Comunista Italiano, secretamente financiado por la URSS) y el poderoso Partido Socialista mientras que del otro lado del tablero actuaban la CIA, los servicios secretos militares italianos y el ejército que estos habían conformado bajo la apelación Gladio, así como diversos movimientos terroristas de extrema derecha, que gozaban todos del apoyo político de la conservadora DCI.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Italia del dictador fascista Benito Mussolini había conformado una alianza con Hitler. Después de la derrota de las potencias del Eje, el presidente estadounidense Franklin Roosevelt, el primer ministro británico Winston Churchill y el principal dirigente de la URSS Josef Stalin se reunieron en Yalta (Crimea), en febrero de 1945, para discutir el destino de Europa y tomaron la decisión, crucial para Italia, de incluir esa península en la esfera de influencia estadounidense. En sus esfuerzos por limitar el poder de los comunistas, la CIA no vaciló en aliarse con la mafia y con los terroristas de extrema derecha. El agente de la CIA Victor Marchetti explicó al respecto: «La CIA se apoyó en el anticomunismo visceral de la mafia para controlar Italia».

Incluso antes del fin de la guerra, el propio jefe de la OSS en Italia, Earl Brennan, había mediado ante el secretario estadounidense de Justicia para que éste último redujera la pena de 50 años de cárcel contra Charles «Lucky» Luciano. Su objetivo era poner en práctica un acuerdo secreto. A cambio de su libertad, Luciano proporcionaba al ejército estadounidense una lista de los más influyentes mafiosos sicilianos que apoyarían el desembarco estadounidense de 1943 en Sicilia.

Después de la guerra, la CIA «puso especial interés en conservar aquella amistad secreta con la mafia siciliana» y fue así que «en nombre de la lucha contra el comunismo en Italia y en Sicilia, los americanos dejaron la isla en manos del hampa que todavía la controla hoy en día».

Las tropas estadounidenses que liberaron Italia y reemplazaron la dictadura por una frágil democracia fueron recibidas por los italianos con banderas, pan y vino. A pesar de ello, los Aliados «estaban inquietos por la situación política en Italia y sobre todo por la amenaza del partido comunista cuya influencia seguía creciendo, situación que ya habían observado en el pasado en Grecia y en Yugoslavia».

Fue por eso que Londres y Washington decidieron cambiar de política dejando de aportar su ayuda a los partisanos italianos, en su mayoría comunistas, que gozaban de cierto prestigio entre la población debido a su heroica resistencia contra el fascismo. «Ese cambio de política fue vivamente desaprobado» por los oficiales de enlace británicos y estadounidenses que habían luchado tras las líneas enemigas junto a los comunistas italianos y «por los propios italianos».

El descontento creció todavía más cuando los comunistas italianos vieron como sus antiguos aliados reclutaban en secreto a fascistas, notaron la presencia de miembros de la extrema derecha en el aparato del Estado y comprobaron que «el virulento anticomunismo que había servido de base a los fascistas para alcanzar el poder era ahora una cualidad muy apreciada».

«Es probable que grupúsculos de extrema derecha fuesen reclutados e integrados a la red stay-behind para que nos avisaran si se preparaba una guerra», confirmó posteriormente Ray Cline, director adjunto de la CIA desde 1962 hasta 1966, en un reportaje sobre el Gladio. «Desde esa óptica, la utilización de extremistas de derecha, no con fines políticos sino con fines de inteligencia, no me parece representar un problema.»

Sin embargo, en vez de limitarse a la búsqueda de información, esos elementos recibieron realmente las llaves del poder. Estados Unidos convirtió la DCI (la Democracia Cristiana Italiana) en una muralla contra el comunismo, «una colección de colaboracionistas, de monárquicos y de fascistas convencidos».

Alcide De Gasperi, proveniente de la DCI, fue nombrado primer ministro y dirigió 8 gobiernos sucesivos entre 1945 et 1953. «A falta de una verdadera purga, la vieja burocracia fascista logró mantenerse.» El primer ministro De Gasperi y el ministro del Interior Mario Scelba supervisaron personalmente «la reintegración de funcionarios profundamente comprometidos con el régimen fascista».

El príncipe Valerio Borghese, conocido como «el Príncipe Negro», fue uno de los fascistas más notorios reclutados por Estados Unidos.

El príncipe Valerio Borghese, conocido como «el Príncipe Negro», fue uno de los fascistas más notorios reclutados por Estados Unidos. A la cabeza de la Decima MAS (XMAS), una fuerza de élite de 4 000 hombres creada en 1941 y puesta a los órdenes de los nazis, el príncipe había dirigido una campaña de exterminio contra los miembros de la resistencia bajo la República de Saló y se había especializado en la persecución y ejecución de comunistas italianos.
Al final de la guerra fue capturado por los miembros de la resistencia y estaba a punto de ser ahorcado cuando, el 25 de abril de 1945, el almirante Ellery Stone, procónsul estadounidense en la Italia ocupada por los aliados y amigo de la familia Borghese, se puso en contacto con James Angleton, un miembro de la OSS que se convertiría con el tiempo en el más célebre agente de la CIA, y le ordenó que se ocupara de sacarlo de aquella situación. Angleton le proporcionó al Príncipe Negro un uniforme de oficial estadounidense y lo escoltó hasta Roma, donde debía responder por crímenes de guerra.

Gracias a la protección que Estados Unidos le garantizó, Borghese fue finalmente declarado «no culpable». El agente de la CIA James Angleton fue condecorado con la Legion of Merit del ejército estadounidense por actos «excepcionalmente meritorios» y continuó su carrera en la dirección de contraespionaje de la CIA «convirtiéndose en la encarnación misma del control que ejercía Estados Unidos sobre los movimientos políticos y los grupos paramilitares neofascistas y de extrema derecha de la Italia de postguerra». Al igual que para muchos otros soldados de la guerra fría, después de la derrota del Eje, «el enemigo simplemente había cambiado de forma a los ojos de Angleton», como escribieron sus biógrafos, «la hoz y el martillo habían reemplazado la cruz gamada».

En 1947 fueron creados en Washington el NSC [National Security Council o Consejo de Seguridad Nacional. NdT.] y la CIA. Debido a «continuos ataques de su poderoso partido comunista», Italia tuvo el triste privilegio de convertirse en teatro de operaciones de una guerra secreta no declarada de la CIA. Era clara la misión de la agencia: impedir que la izquierda italiana ganara las primeras elecciones nacionales de la postguerra, que debían celebrarse el 16 de abril de 1948. El presidente estadounidense Harry Truman estaba muy contrariado porque el PCI, que era el mayor partido comunista de Europa occidental, y el PSI [Partido Socialista Italiano. NdT.] acababan de unirse en una alianza para conformar el Fronte Democratico Populare (FDP).

Basándose en los buenos resultados que la coalición de izquierda había obtenido en las últimas elecciones municipales, en las que la DCI –apoyada por los estadounidenses– a menudo había sido derrotada, los observadores predecían una victoria del FDP en el parlamento. La OPC, el departamento de operaciones especiales de la CIA, que –bajo la dirección de Frank Wisner– había montado la red Gladio, le inyectó entonces 10 millones de dólares al partido demócrata-cristiano.

Al mismo tiempo, comunistas y socialistas fueron blanco de campañas de difamación. Entre otros trucos sucios, la CIA recurrió a la publicación de panfletos anónimos con calumnias sobre la vida sexual y la vida privada de los candidatos del PCI y atribuyéndoles contactos con los fascistas y/o con movimientos anticlericales. La estrategia que consistía en apuntar específicamente a los puestos que podían garantizar una mayoría a la DCI en vez de buscar una amplia victoria funcionó en cada una de las 200 circunscripciones seleccionadas, exceptuando sólo dos de ellas.

La DCI obtuvo finalmente el 48% de los sufragios, obteniendo así 307 escaños en el parlamento, mientras que el FDP tuvo que contentarse con el 31% de los votos y 200 escaños. La brutal represión que dio respuesta a las protestas de la población y de la izquierda en particular dejaron un «número considerable de víctimas durante las manifestaciones y las ocupaciones de locales».

El presidente Truman quedó satisfecho con los resultados obtenidos y se convirtió en un adepto de las operaciones clandestinas. En su famosa «Doctrina Truman» de marzo de 1947 había especificado: «No debemos reconocer ningún gobierno impuesto a una nación por una fuerza o una potencia extranjera», basando así la política exterior de Estados Unidos en «el Derecho y la Justicia» y rechazando todo «compromiso con el mal».

Sin embargo, si las elecciones italianas hubiesen terminado con otro resultado que no fuese una victoria de la DCI, que gozaba del apoyo de Estados Unidos, Italia se habría visto sumida en la guerra civil, al igual que Grecia. Durante las elecciones y después de éstas, naves de guerra estadounidenses patrullaban frente a las costas de la península y fuerzas terrestres se mantuvieron en estado de alerta. George Kennan, jefe del buró de planificación política del Departamento de Estado encargado de desarrollar los programas a largo plazo que debían posibilitar la obtención de los objetivos [estadounidenses] en materia de política exterior, aconsejaba pura y simplemente una intervención militar de Estados Unidos en caso de victoria de los comunistas en las elecciones.

Después de las revelaciones sobre el Gladio, el presidente italiano Francesco Cossiga confirmó que una facción paramilitar de la DCI estaba lista para intervenir si aquello hubiese sucedido. Armado con un fusil automático Stern, varios cargadores y «granadas de mano», el propio Cossiga formaba parte del comando. «Yo estaba armado hasta los dientes y no era el único.» El armamento de los paramilitares de la DCI había sido «comprado gracias al dinero puesto a su disposición por el partido».

Después de lograr apartar al PCI del gobierno, la Italia gobernada por la DCI proestadounidense fue invitada, el 4 de abril de 1949, a incorporarse a la OTAN, que acaba de ser creada, en calidad de miembro fundador. Sólo unos días antes, el 30 de marzo de 1949, Italia se había dotado de su primer servicio de inteligencia militar desde 1945, nacido de la colaboración con la CIA. Integrada al ministerio de Defensa, aquella unidad secreta fue bautizada con la apelación SIFAR y puesta bajo el mando del general Giovanni Carlo. Bajo la I República Italiana, el SIFAR se inmiscuyó en numerosas ocasiones en los asuntos políticos de Italia y su división «Buró R» se encargó de comandar el ejército stay-behind anticomunista conocido como Gladio. «La coincidencia entre la adhesión de Italia a la OTAN y el restablecimiento de su capacidad en el campo de la inteligencia está lejos de ser fortuita», observó con toda razón el experto en servicios secretos Philipp Willan, y «nos informa sobre los objetivos fundamentales de los servicios secretos en la Italia de postguerra y sobre las intenciones de quienes permitieron su restablecimiento».

Desde su creación, el SIFAR estuvo «regulado por un protocolo ultrasecreto impuesto por Estados Unidos que constituye una total renuncia a la soberanía nacional». Según ese protocolo, implantado en coordinación con el programa de la OTAN, las obligaciones del SIFAR para con la dirección de la CIA en Estados Unidos incluían el compartir la información que se recogía y observar un derecho de control en cuanto al reclutamiento del personal, que tenía que contar con la aprobación de CIA. En efecto, el SIFAR no era independiente sino que se hallaba bajo el control de la CIA. O más bien, como lo describió Paulo Taviani, ministro italiano de Defensa entre 1955 y 1958, los servicios secretos italianos eran dirigidos y financiados por «por los tipos de la Via Veneto», o sea la CIA y la embajada de Estados Unidos en Roma.

Los senadores italianos también notaron esta hegemonía de la CIA: «El Gladio fue creado como resultado de un acuerdo entre dos servicios secretos. Uno de ellos, muy importante, el estadounidense. El otro, mucho menos importante, el italiano».

En 1951, el general Umberto Broccoli fue nombrado director del SIFAR y, en su calidad de miembro de un «Comité Secreto», se reunió regularmente con representantes de la CIA, con el responsable del comando de la OTAN para el sur de Europa y con responsables del ejército, de la Marina de Guerra y de la Fuerza Aérea de Italia. Debido el temor de la OTAN por la influencia del PCI, el objetivo del SIFAR era garantizar la estabilidad en Italia. El ejército secreto Gladio era su herramienta fundamental para la realización de esa tarea. El 8 de octubre de 1951, Broccoli escribía al ministro de Defensa Efisio Marras sobre el entrenamiento de los miembros del Gladio en el Reino Unido y el suministro de armas y explosivos provenientes de la CIA.

En su carta, el general explicaba que el SIS había ofrecido entrenar a los cuadros del Gladio italiano a cambio de que Italia comprara armamento británico. Por su parte, la CIA proponía proporcionar las armas de forma gratuita, pero no disponía de la capacidad necesaria para garantizar un entrenamiento del nivel que proponían los ingleses.

Los italianos decidieron… no decidir. Enviaron a sus oficiales a recibir la prestigiosa formación de los centros de entrenamiento británicos y concluyeron simultáneamente con Estados Unidos un acuerdo secreto que les garantizaba la entrega gratuita de armas. Aquello no fue del agrado de los británicos. Cuando el general Ettore Musco, sucesor de Broccoli a la cabeza del SIFAR, viajó a Inglaterra para visitar Fort Monckton, el recibimiento fue particularmente frío: «En 1953, los británicos, furiosos de haber sido engañados, le reprocharon al general Musco que “su servicio se había entregado en cuerpo y alma a los estadounidenses”».

En el marco de su trabajo a favor de la política anticomunista secreta de la OTAN, los representantes del SIFAR participaban regularmente en las reuniones sobre el Gladio con el comando de la OTAN, el ACC y el CPC. Poco antes de dejar sus funciones, el presidente Cossiga afirmó en una entrevista de televisión que el ejército secreto Gladio había nacido en Italia, en 1951, debido al temor «por lo que pudiera pasar si Europa era invadida». «Se decidió que 3 países, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, serían miembros permanentes y que los demás serían miembros asociados, lo cual incluía a Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Grecia y Turquía», explicó Cossiga al referirse al CPC, el comité de dirección de la red Gladio. «Italia fue invitada a participar en calidad de miembro asociado. Declinó la proposición y pidió convertirse en miembro permanente pero no recibió respuesta en aquel momento. En 1956, Alemania se unió al grupo.» El presidente insistía en el secreto que rodeaba aquellas operaciones: «La línea de conducta de la OTAN consistía en negar la existencia de todo lo que se había decidido mantener en secreto.»

En un documento altamente secreto del NSC (el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense), firmado por el propio Truman el 21 de abril de 1950, el presidente subrayaba que «Italia es la llave de la seguridad americana», Estados Unidos debe por lo tanto «estar dispuesto a utilizar todo su poder político, económico y, de ser necesario, militar» para combatir al PCI. «En caso de que los comunistas lograsen entrar al gobierno de forma democrática o si ese gobierno tuviese que dejar de oponerse firmemente al comunismo dentro y fuera del país, Estados Unidos tiene que prepararse para tomar las medidas necesarias», señalaba Truman e incluso mencionaba explícitamente la posibilidad de una invasión si «parte del territorio italiano cayese bajo el dominio comunista como consecuencia de una insurrección armada».

Al aproximarse las elecciones, el plan concebido por Estados Unidos preveía: como fase 1, el fortalecimiento de «la presencia militar americana en el Mediterráneo»; fase 2, «la fase de alerta», las tropas estadounidenses tenían que invadir Italia a «petición del gobierno italiano y después de consultar con Gran Bretaña y con los demás países de la OTAN». Tenían que desplegarse «en las zonas de la península bajo control del gobierno en una demostración de fuerza». Y finalmente estaba la «fase 3, alerta roja: las fuerzas armadas [estadounidenses] con efectivos suficientes» tenían que «desembarcar en Sicilia y/o en Cerdeña» con el objetivo «de ocupar y defender el territorio contra la resistencia comunista local».

¿Fue la CIA demasiado lejos? se pregunta la publicación estadounidense «Time» en su edición del 30 de septiembre de 1974. William Colby, entonces director de la agencia, había organizado el Gladio en Italia.

Los temores de Washington aumentaron aun más durante las elecciones de junio de 1953 cuando la DCI, a pesar de las operaciones especiales de la CIA, obtuvo solamente 261 escaños en el parlamento, o sea 46 escaños menos que en 1948. Mientras tanto, la coalición de izquierda obtenía 218 escaños, con el 35% de los sufragios. La CIA intensificó su guerra secreta ya que «había razones para temer que si proseguía aquella tendencia observada entre 1948 y 1953 (…) la coalición que conformaban los comunistas y los socialistas acabaría convirtiéndose en la principal fuerza política del país», según el análisis de William Colby, posteriormente designado para dirigir la CIA bajo la presidencia de Nixon.

En primer lugar, se decidió que había que poner un jefe más agresivo a la cabeza del SIFAR. En 1955, Carmel Offie, alto responsable de la CIA y cercano colaborador del entonces director de la agencia, Allen Dulles, viajó a Italia donde, junto con el director de la estación de la CIA en aquel país, el COS [Chief of Station, en español Jefe de Estación. NdT.] Gerry Miller, puso en manos de Claire Boothe Luce, la hermosa embajadora de Estados Unidos en Roma, la misión de convencer al ministro de Defensa italiano Emilio Taviano para que nombrara el general Giovanni De Lorenzo a la cabeza del SIFAR. Al año siguiente, De Lorenzo, feroz adversario del comunismo y defensor de las ideas de Washington, asumía la dirección del SIFAR y de sus ejércitos secretos.

Con su bigote, sus espejuelos y su aire militar, De Lorenzo era la imagen misma del general a la antigua. En un documento altamente secreto, con fecha del 26 de noviembre de 1956 y firmado de su puño y letra, el jefe del SIFAR menciona «acuerdos anteriores» concluidos entre la CIA y sus servicios y precisa que la Operación Gladio va por buen camino.

Este documento, que contiene datos altamente sensibles, no fue revelado a los senadores italianos a cargo de la investigación parlamentaria. «El acuerdo concluido entre el SIFAR y la CIA en 1956 sobre la organización stay-behind no puede hacerse público en este momento ya que se trata de un acuerdo bilateral clasificado como altamente secreto», explicó el almirante Fulvio Martin, director del SIFAR, a los asombrados senadores que habían creído, erróneamente, que el SIFAR tenía que rendir cuentas ante el parlamento italiano, no ante la CIA. «La desclasificación del documento, que ya solicité el 13 de diciembre de 1990», precisó el almirante, «exige obligatoriamente la conformidad de la otra parte implicada».

Entre los proyectos prioritarios del SIFAR, el general De Lorenzo incluyó la construcción de un nuevo cuartel general para el ejército secreto, proyecto al que la CIA no vaciló en destinar 300 millones de liras. Estadounidense e italianos habían decidido que, por razones de discreción y de funcionalidad, el nuevo centro del Gladio no debía construirse en territorio continental sino en una de las grandes islas de la costa occidental de Italia. Se seleccionó Cerdeña y se compró el terreno. El coronel Renzo Rocca, jefe del Buró R que dirigía el Gladio local, fue el encargado de supervisar la construcción de la nueva base en la que los soldados anticomunistas iban a recibir su equipamiento y a entrenarse con instructores de las Fuerzas Especiales estadounidenses y británicas.

El «Centro de Entrenamiento para Sabotaje» (en italiano CAG) estaba en Cabo Marragiu, cerca de un pueblo llamado Alghero. Tras los muros y las cercas electrificadas se construyeron un pequeño puerto y varios búnkeres subterráneos, se instalaron poderosos transmisores de radio de largo alcance así como instalaciones submarinas destinadas al entrenamiento de los buzos de combate, además de dos pistas cortas de aterrizaje y un helipuerto. A esto se agregaron otros edificios destinados al entrenamiento en el uso de armas y explosivos y la formación ideológica.

«Fui por primera vez a Capo Marragiu en 1959», declaró en su testimonio el miembro del Gladio Ennio Colle, después del descubrimiento de los ejércitos secretos. El 27 de noviembre de 1990, Colle recibió una carta del director del SISMI informándole que «el ejército secreto había sido disuelto». El ex combatiente afirmó que los miembros de la unidad especial eran mantenidos en la ignorancia en cuanto a la dimensión internacional de la red y que ignoraban dónde se habían entrenado: «Yo no sabía dónde me hallaba ya que nos transportaban en aviones que tenían las ventanillas tapadas.» Decimo Garau, instructor del CAG y entrenado a su vez en Gran Bretaña, confirmó a periodistas que los miembros del Gladio italiano eran mantenidos en la oscuridad, en el sentido literal: «Llegaban a bordo de un avión enmascarado y los llevaban después en vehículos con los cristales tapados que los dejaban en su alojamiento. Entonces comenzaba el entrenamiento.»

«En resumen, mi trabajo consistía en impedir que los comunistas lograran apoderarse de Italia en las próximas elecciones de 1958», escribió en sus memorias el agente de la CIA William Colby. Durante el otoño de 1953, Colby fue enviado a Roma, donde debía ponerse a las órdenes del COS Gerry Miller. Los ejércitos secretos Gladio debían permitirle a la CIA «evitar que las defensas militares de la OTAN se vieran bloqueadas políticamente por una quinta columna subversiva, el Partito Communista Italiano (o PCI)» en el marco de lo que Colby describe como «el más amplio programa de acción política clandestina que la CIA haya emprendido jamás».

Al igual que los comunistas, los socialistas italianos también sufrían los ataques de la CIA, que orquestaba campañas de difamación contra ellos mientras que seguía financiando la DCI. «No íbamos a abandonar a la DCI, que teníamos controlada, por los imprevisibles socialistas.» Las maniobras de Colby dieron resultado y en 1958 la DCI consolidó su poder con el 42% de los votos y 273 escaños mientras que los comunistas, con su 23%, tenían que conformarse con 140 escaños y los socialistas con 84.

Colby compartía el entusiasmo del presidente Dwight Eisenhower por las operaciones secretas debido al éxito de los golpes de Estados, organizados conjuntamente con el MI6, que derrocaron los gobiernos de Mossadegh en Irán, en 1953, y de Arbenz en Guatemala, al año siguiente. En Italia, la manipulación de las elecciones y el financiamiento secreto de la DCI «eran tan eficaces que incluso los que se beneficiaban con nuestra ayuda ignoraban a veces su procedencia», dijo Colby, no sin cierto orgullo.

«Las operaciones políticas que la CIA realizó en Italia y en otros países durante los siguientes años, por ejemplo en Chile, son hoy objeto de críticas vehementes», observa Colby retrospectivamente. «Ya no se puede negar hoy la ilegalidad de ese tipo de “injerencia”. Las leyes en vigor en la mayoría de los países del mundo, incluso en Estados Unidos, prohíben que cualquier gobierno extranjero se inmiscuya en el proceso político interno del país en cuestión.» Este veterano de la guerra fría sostiene sin embargo que «ayudar a los movimientos democráticos italianos a responder a una campaña de subversión prosoviética se justifica moralmente».

A través de la acción secreta, el Pentágono, que visiblemente compartía ese punto de vista, ordenó a la CIA la realización de la «Operación Demagnetize». Se trataba de la realización, en colaboración con los servicios secretos militares franceses e italianos, de «operaciones políticas, paramilitares y sicológicas» tendientes a debilitar a los comunistas en ambos país. La orden directiva del Joint Chiefs of Staff, con fecha del 14 de mayo de 1952, subrayaba: «Limitar la influencia de los comunistas en Italia y en Francia es un objetivo prioritario. Debe ser alcanzado por todos los medios» incluyendo el recurso a una guerra secreta y a operaciones terroristas. «No es indispensable que los gobiernos italianos y franceses sean informados del plan “Demagnetize” ya que este pudiera ser visto como una violación de su soberanía nacional.»

Después del envío de Colby a Vietnam, el director del SIFAR De Lorenzo prosiguió su lucha contra el PCI y el PSI. Un documento altamente secreto titulado Las Fuerzas Especiales del SIFAR y la Operación Gladio y fechado el 1º de junio de 1959 describía cómo el programa de guerra no convencional de la OTAN y las operaciones secretas anticomunistas se hallaban bajo la coordinación del CPC, que a su vez estaba estrechamente vinculado al SHAPE.

Indicaba que, además de una invasión soviética, la OTAN temía también «una subversión interna» y, especialmente en Italia, un avance del partido comunista. «A nivel nacional, la posibilidad de una situación de emergencia como la que se describe anteriormente ha sido y sigue siendo lo que justifica las actividades especiales del SIFAR. Estas son realizadas por la sección SAD del Buró R», especificaba el documento, que se refería así al ejército Gladio. «Paralelamente a esa resolución, el director del SIFAR ha decidido, con la aprobación del ministro de Defensa [italiano], confirmar los acuerdos anteriores concluidos sobre ese tema entre los servicios secretos italianos y estadounidenses, conforme al principio de colaboración mutua conveniado en el marco de las actividades S/B (stay-behind)», con vistas a realizar una operación conjunta.» Como conclusión, el general De Lorenzo precisaba que los acuerdos del 26 de noviembre de 1956 entre la CIA y el SIFAR constituían «el documento de referencia de la Operación “Gladio” (nombre que se daba a las operaciones desarrolladas por los dos servicios secretos)».

Con la elección de John F. Kennedy como presidente, en enero de 1961, la política de Estados Unidos hacia Italia se modificó ya que, contrariamente a sus predecesores Truman y Eisenhower, Kennedy no abrigaba hostilidad alguna hacia el PSI. El nuevo presidente estadounidense compartía un análisis de la CIA según el cual «el avance de los socialistas, incluso sin intervención externa, prueba que, en Italia, la sensibilidad de izquierda tiende hacia una forma democrática de socialismo».

Sin embargo, las ambiciones reformistas de Kennedy encontraron la tenaz resistencia del Departamento de Estado y de la CIA. El secretario de Estado Dean Rusk informó con horror al presidente que Riccardo Lombardi, del PSI, había reclamado públicamente el reconocimiento de la República Popular China y la retirada de las bases militares estadounidenses de Italia, incluyendo la de la OTAN, situada cerca de Nápoles, y que había declarado además que el capitalismo y el imperialismo eran enemigos que había que combatir. «¿Ese es el partido con el que Estados Unidos debe negociar?».

En Roma, el embajador Frederick Reinhardt y el COS Thomas Karamessines discutían sobre cómo detener a Kennedy. Se dirigieron a Vernon Walters, de la CIA, un convencido partidario de la lucha anticomunista, quien «había participado directa o indirectamente en más golpes de Estado que cualquier otro en la administración estadounidense». Declaró que si Kennedy permitía que el PSI ganara las elecciones, Estados Unidos tendría que invadir Italia. Más sutilmente, Karamessines sugería fortalecer los movimientos que se oponían a la izquierda en Italia. «Aquello llevó a una situación absurda en la que el presidente Kennedy se encontraba en oposición con su secretario de Estado y con el director de la CIA.»

Kennedy acababa de permitir que Italia se inclinara hacia la izquierda. Al recibir los socialistas varias carteras ministeriales, los comunistas italianos también exigieron entrar al gobierno, invocando para ello los buenos resultados que habían obtenido en las elecciones. En mayo de 1963, el sindicato de trabajadores de la construcción organizó en Roma una manifestación con esa demanda. Aquello inquietó a la CIA que encargó a miembros del ejército secreto Gladio vestidos de policía y de paisano la tarea de reprimir aquellos movimientos. Más de 200 manifestantes resultaron heridos. Pero, para Italia, lo peor estaba por llegar.

En noviembre de 1963, el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas, Texas, en extrañas circunstancias. Cinco meses más tarde, la CIA, el SIFAR, el ejército secreto Gladio y los carabineros protagonizaron un golpe de Estado que obligó a los socialistas a renunciar a sus ministerios.

Aquel golpe de Estado, designado como «Piano Solo», estaba dirigido por el general Giovanni De Lorenzo, el ex jefe del SIFAR, quien había sido nombrado jefe de los carabineros por orden del ministro de Defensa Giulio Andreotti, un democratacristiano. En estrecha colaboración con el experto en guerra secreta de la CIA, Vernon Walters; con el jefe de la estación CIA en Roma, William Harvey, y con el comandante de las unidades del Gladio en el seno del SID, Renzo Rocca, el general De Lorenzo intensificó la guerra clandestina. La primera vez que Rocca utilizó su ejército secreto fue para volar las oficinas de la DCI y la sede de varios periódicos, para atribuir la acción a la izquierda con vistas a desacreditar a los comunistas y los socialistas.

El 25 de marzo de 1964, como el gobierno todavía no se tambaleaba, De Lorenzo ordenó a sus soldados de las sombras «ocupar a su señal las agencias gubernamentales, los principales centros de comunicaciones, las sedes de los partidos de izquierda, los locales de las publicaciones más favorables a la izquierda así como los edificios de la radio y de la televisión. Las agencias de prensa debían ser tomadas únicamente durante el tiempo necesario para destruir las rotativas e impedir la publicación de los periódicos». De Lorenzo insistió en que la operación se realizara «con la mayor determinación y vigor posibles sin dejar lugar a la vacilación o la duda» y, según los términos del informe de la investigación sobre el Gladio, logró que sus soldados actuaran «rabiosos y exaltados».

Los miembros del Gladio, a los que se había entregado una lista de varios centenares de nombres, tenían orden de perseguir a los socialistas y comunistas que figuraban en ella, arrestarlos y deportarlos a Cerdeña, donde serían encarcelados en el CAG [el Centro de Entrenamiento para Sabotaje del SIFAR]. El documento titulado Las Fuerzas Especiales del SIFAR y la Operación Gladio especificaba que: «Al igual que el cuartel general de Operaciones, el Centro de Entrenamiento para Sabotaje CAG está protegido por un sistema de seguridad particularmente eficaz y equipado de instalaciones y de equipamiento especialmente concebidos para los casos de urgencia». En una atmósfera de gran tensión, el ejército secreto se preparaba para entrar en acción.

El 14 de junio de 1964, De Lorenzo dio la orden de inicio y penetró en Roma con blindados, transportes de tropas, jeeps y lanzagranadas mientras que las fuerzas de la OTAN realizaban en la región maniobras militares de gran envergadura cuyo objetivo era intimidar al gobierno italiano. Hábilmente, el general De Lorenzo afirmó que aquella demostración de fuerza tenía lugar la víspera del aniversario 150 de la creación del cuerpo de carabineros y, en compañía del presidente italiano Antonio Segni, proveniente del ala derecha de la DCI y fanático anticomunista, asistió radiante al desfile de las tropas. Los socialistas italianos notaron que, contrariamente a lo acostumbrado, los tanques y los lanzagranadas no se retiraron al terminar el desfile sino que se mantuvieron desplegados en Roma durante todo el mes de mayo y parte del mes de junio de 1964.

Extremadamente inquieto ante aquella situación, el primer ministro Aldo Moro se reunió en secreto con el general De Lorenzo, en Roma. Fue, naturalmente, una «entrevista muy inhabitual entre un primer ministro que se hallaba en el ojo de una tormenta política y un general que soñaba con reemplazarlo para instaurar un régimen político más autoritario».

Después de aquella entrevista, los socialistas abandonaron sus ministerios sin protestar y propusieron a sus representantes más moderados para conformar el segundo gobierno de Aldo Moro. «Aquellos partidos políticos comprendieron de pronto que podían ser expulsados del poder. De producirse un vacío del poder debido a un fracaso de la izquierda, la única alternativa habría sido un gobierno de crisis», recordó años más tarde el socialista Pietro Nenni, «y en el contexto político del país aquello hubiera significado un gobierno de derecha».

Después de aquel golpe, se procedió a esconder las huellas del Gladio. Años después, en julio de 1968, varios investigadores quisieron interrogar al comandante Renzo Rocca. Aquel miembro del Gladio dijo que estaba dispuesto a cooperar, pero el día antes de su comparecencia apareció muerto, con una bala en la cabeza, en su apartamento de Roma. Un juez que trató de aclarar el asesinato fue despojado del expediente por sus superiores. «No cabe duda que aquella operación favorecía los intereses que perseguían ciertos servicios de la administración estadounidense», se vieron obligados a reconocer los investigadores mientras que el historiador Bernard Cook observó muy justamente que Piano Solo «llevaba la marca del Gladio».

Como consecuencia del descubrimiento de los ejércitos secretos, Ferraresi, un especialista en ese tema, concluye que «por fin se reconoce hoy la naturaleza verdaderamente criminal de ese plan» y denuncia las dramáticas consecuencias que tuvo la Operación Piano Solo, que «contrarrestó e hizo fracasar los esfuerzos de la primera coalición de izquierda –quizás el único intento real de proyecto reformador en la Italia de postguerra».

Además de fomentar el golpe de Estado, el general De Lorenzo también espiaba, por orden del jefe de estación de la CIA en Roma Thomas Karamessines, a toda la clase dirigente italiana. Se interesaba especialmente en los «comportamientos anormales», o sea las relaciones extraconyugales, homosexuales y la utilización del sexo rentado, con hombres o mujeres.

En la florida jerga de Langley, aquello permitía que la CIA y el SIFAR tuvieran a las élites italianas agarradas «por las pelotas». Amenazándolos con revelar ciertas informaciones comprometedoras, [la CIA y el SIFAR] pudieron presionar durante años a políticos, eclesiásticos, hombres de negocios, responsables sindicales, periodistas y magistrados. De Lorenzo llegó incluso a instalar micrófonos en el Vaticano y en el palacio del primer ministro, permitiendo así a la CIA escuchar y grabar las conversaciones hasta en las más altas esferas del poder italiano.

La revelación de la existencia de los ejércitos secretos provocó considerable conmoción entre la población [italiana] y una investigación parlamentaria reveló la existencia de expedientes muy documentados sobre las vidas de más de 157 000 ciudadanos italianos. Algunos de esos expedientes eran enormes. El del profesor Amintore Fanfani, un senador de la DCI que había ocupado muy altos cargos, incluyendo el de primer ministro, se componía de 4 volúmenes, cada uno de ellos del grosor de un diccionario.

«Se espiaba a la gente con cámaras capaces de filmar primeros planos a muy grandes distancias, se controlaba su correspondencia, se grababan sus conversaciones y se acumulaban fotografías sobre sus relaciones extraconyugales o sus hábitos sexuales.» La comisión parlamentaria que presidía el general Aldo Beolchini confirmó también que «se conservaban de forma prioritaria los datos que podían proporcionar un medio de presión».

Al declarar ante los investigadores, De Lorenzo se vio obligado a reconocer que había conformado expedientes por orden de Estados Unidos y de la OTAN. Esa confesión provocó la indignación de los parlamentarios que componían la comisión. «Lo más grave de este asunto», insistieron los miembros de la comisión investigadores, «es que la búsqueda de información por cuenta de los países de la OTAN y del Vaticano se convirtió en una de las principales actividades del SIFAR». Los senadores estaban verdaderamente indignados. «Esta situación viola la Constitución. Es una violación comprobada de la soberanía nacional, una violación de los principios de libertad y de igualdad de los ciudadanos y una amenaza constante para el equilibro democrático de nuestro país.»

La guerra secreta de la CIA quedaba, en cambio, fuera del campo de investigación de los parlamentarios italianos. Después del escándalo, el SIFAR fue rebautizado como SID y se confió su dirección al general Giovanni Allavena. El parlamento ordenó a De Lorenzo la destrucción de todos los expedientes secretos. De Lorenzo aplicó la orden… no sin tomar la precaución de entregar copia al representante local de la CIA Thomas Karamessines y al general Giovanni Allavena, el nuevo jefe de los servicios secretos italianos. Se trataba de un regalo de inestimable valor que permitía controlar Italia desde adentro.

En 1966, Allavena fue reemplazado en sus funciones por el general Eugenio Henke, pero no por ello renunció a la lucha anticomunista. En 1967 fue admitido en una logia masónica anticomunista secreta llamada «Propaganda Due» [Conocida en español como la logia Propaganda Dos. NdT.], o P2, y le entregó a su Venerable [Jefe de la logia P2], Licio Gelli, una copia de los 157,000 expedientes secretos.

El Venerable Licio Gelli.

Años más tarde se descubrió hasta qué punto el Venerable de la logia Propaganda Due, Licio Gelli, y la CIA habían manipulado la vida política italiana con el objetivo de impedir que los comunistas tuviesen acceso al poder. Nacido en 1919, Gelli había recibido solamente una educación muy somera ya que fue expulsado de la escuela a los 13 años por golpear al director. A los 17 años se enroló en los Camisas Negras y participó en la guerra de España del lado de los franquistas. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Waffen SS de Hermann Goering como sargento mayor y, al final del conflicto, escapó a la justicia de los partisanos de la izquierda italiana uniéndose al ejército estadounidense.

Frank Gigliotti, miembro de la logia masónica estadounidense reclutó personalmente a Gelli y le confió la misión de instaurar un gobierno paralelo anticomunista en Italia con la ayuda de la estación de la CIA en Roma. Según un informe interno del antiterrorismo italiano, «Fue Ted Shackley, el hombre que dirigió todas las operaciones secretas de la CIA en Italia en los años 1970, quien le presentó el jefe de la logia masónica a Alexander Haig». El general Haig, consejero militar de Nixon y jefe de las tropas estadounidenses en Vietnam antes de ocupar el cargo de SACEUR de la OTAN entre 1974 y 1979, y el consejero para la Seguridad Nacional Henry Kissinger «autorizaron a Gelli, en el otoño de 1969, a reclutar dentro de su logia a 400 oficiales superiores del ejército italiano y de la OTAN».

Durante todo el periodo de duración de la guerra fría, Gelli mantuvo excelentes relaciones con los Estados Unidos. En señal de confianza y respeto, en 1974 Gelli fue invitado a asistir a la ceremonia de investidura del presidente Gerald Ford, y también a la de Carter, 3 años después. Cuando Ronald Reagan resulto electo para ocupar la Casa Blanca, en 1981, Gelli recibió con orgullo la invitación a sentarse en la primera fila. Era el hombre de Washington en Italia y, a su modo de ver, él estaba protegiendo al país del peligro que representaba la izquierda y afirmaba que por ello «se merecía una medalla».

Recibo por el pago de la cuota anual y la iniciación de Silvio Berlusconi como miembro de la venerable logia Propaganda Due, afiliada al Gran Oriente de Italia.

En abril de 1981, en el marco de una investigación criminal, magistrados milaneses realizaron un registro en la residencia de Licio Gelli en Arezzo y descubrieron allí los expedientes de la logia P2, cuya existencia se ignoraba hasta aquel momento. Una investigación parlamentaria dirigida por Tina Anselmi reveló posteriormente, para sorpresa del pueblo italiano, que la lista de miembros de la logia anticomunista secreta P2 incluía al menos 962 nombres y estimaba los efectivos de la organización en alrededor de 2,500 personas.

En aquel verdadero «Who’s Who en Italia» no sólo se encontraban los individuos más conservadores sino también los más influyentes del país: 52 oficiales superiores del cuerpo de carabineros, 50 altos oficiales del ejército italiano, 37 responsables de la brigada financiera, 29 oficiales superiores de la Marina italiana, 11 prefectos de policía, 70 industriales extremadamente ricos y poderosos, 10 directores de bancos, 3 ministros en funciones, 2 ex ministros, 1 presidente de partido político, 38 miembros del parlamento y 14 altos magistrados. En la lista figuraban también individuos situados en categorías un poco más bajas dentro de la jerarquía social, como alcaldes, directores de hospitales, abogados, notarios y periodistas. El nombre más célebre que figuraba en aquella lista es el de Silvio Berlusconi, electo presidente del Consejo en mayo de 2001 –¡Vaya coincidencia!–, casi exactamente 20 años después del descubrimiento de la existencia de Propaganda Due.

«Hemos llegado a la conclusión definitiva de que la soberanía italiana está limitada por la injerencia de los servicios secretos estadounidenses y de la masonería internacional», declaró Antonio Bellochio, miembro comunista de la comisión Anselmi, quien también deploró, en época de la presidencia de Reagan, que los parlamentarios no se hubiesen ocupado de investigar además los vínculos que unían a la logia P2 con Estados Unidos. «Si la mayoría de los miembros de la comisión hubiera aprobado nuestro análisis, no hubiesen tenido otro remedio que admitir que no son más que títeres en manos de los estadounidenses y dudo que lo acepten.»

El informe de la investigación resaltaba también que si bien la masonería estaba presente en Alemania, España, Francia, Argentina, Australia, Uruguay, Irlanda, Grecia, Indonesia y en la mayoría de los países del mundo, su verdadera casa madre se encontraba en Estados Unidos, donde contaba no menos de 5 millones de miembros.

«Si la democracia es un sistema de reglas y de procedimientos que definen el marco de la acción política, ¿qué sucede cuando se inserta otro sistema, con sus reglas misteriosas, sus procedimientos ocultos, su inmenso poder y su capacidad para protegerse de las instituciones legales tras un muro de secreto?», se interrogaban los parlamentarios al denunciar también «la peligrosidad de ese tipo de actividad extraparlamentaria».

El gobierno paralelo anticomunista P2 y el ejército paralelo anticomunista Gladio, financiados ambos por Estados Unidos, trabajaron en estrecha colaboración durante la I República Italiana. Licio Gelli, quien después del descubrimiento de la logia P2 logró escapar al arresto refugiándose en Sudáfrica, confirmó con orgullo al final de la guerra fría que el ejército secreto se componía de anticomunistas furibundos. «Buena parte de ellos habían combatido como mercenarios en la guerra civil española o habían servido bajo la república fascista de Saló.

Sólo reclutaban anticomunistas comprobados. Sé que se trataba de una organización muy estructurada. Si la influencia de los comunistas se hubiese extendido en Italia, nosotros –con la ayuda de los estadounidenses– habríamos librado una nueva guerra con las armas que nos habrían sido proporcionadas en grandes cantidades.»

Los miembros del Gladio estaban bien pagados, explicó Gelli, ya que Estados Unidos invertía en abundancia en la red: «Los estadounidenses les ofrecían mucho dinero, el equivalente de un salario muy bueno. Además, garantizaban un apoyo financiera a las familias de los miembros del Gladio muertos en combate.»

Gelli explica también la doble función del ejército secreto: «El objetivo del Gladio y de las organización similares que existían en todos los países de Europa occidental era contrarrestar una invasión del Ejército Rojo o un posible golpe de Estado de un partido comunista.» «El hecho que el PCI nunca lograra llegar al poder en todos estos años, a pesar de sus repetidos intentos, se debe a la organización Gladio.»

Haciendo referencia de forma implícita a los numerosos atentados perpetrados en Italia, el documentalista Francovich le preguntó a Gelli: «¿Hasta dónde estaban ustedes dispuestos a llegar en su campaña contra el comunismo?» A lo que Gelli respondió vagamente: «Ah, el comunismo era el enemigo número 1. [Silencio] Nosotros éramos una asociación de creyentes. No tolerábamos a los no creyentes. Queríamos frenar el impulso del comunismo, erradicar el comunismo, combatir el comunismo.»

Como después de la muerte de Kennedy y durante la presidencia de Lyndon Johnson, los comunistas y los socialistas italianos seguían gozando de gran popularidad y seguían obteniendo buenos resultados en las elecciones, la derecha italiana y la CIA prosiguieron su guerra secreta. En 1965, después del éxito de la Operación Piano Solo, el comandante del Gladio Renzo Rocca organizó, por orden de la CIA y del SIFAR, un congreso de la extrema derecha en Roma sobre el tema de «la contrarrevolución armada» y «la defensa de Italia contra el comunismo por todos los medios necesarios».

El Instituto Alberto Pollio, un grupo de reflexión de derecha, sirvió de cobertura al SIFAR y a la CIA para la celebración del congreso en el lujoso hotel Parco del Principi, en Roma, del 3 al 5 de mayo de 1965. Los militantes de extrema derecha allí presentes concluyeron que «la Tercera Guerra Mundial ya comenzó, aunque se esté librando a un bajo nivel de intensidad militar». Entre los oradores, Eggardo Beltrametti subrayaba que: «Es una lucha a muerte y estamos decididos a erradicar el comunismo por todos los medios. Preferiríamos conformarnos con métodos no violentos, pero no podemos excluir el considerar otras formas de lucha.»

La investigación del parlamento italiano permitió descubrir que los participantes de la tristemente célebre conferencia del Parco dei Principi se habían referido sistemáticamente a una misteriosa organización militar paralela, de la que más tarde se supo que se trataba del Gladio.

Richard Nixon, quien se convirtió en presidente de los Estados Unidos en enero de 1969, y Richard Helms, director de la CIA de junio 1966 a febrero de 1973, quien organizó el golpe de Estado que puso al dictador Pinochet en el poder en Chile, compartían el análisis de la extrema derecha italiana.

En efecto, los agentes de la CIA en Roma vivieron una nueva pesadilla durante las elecciones de 1968, cuando la DCI resultó nuevamente derrotada por la alianza de socialistas y comunistas mientras que las manifestaciones no violentas contra la guerra de Vietnam iban en aumento en las calles.

La respuesta se produjo en la noche del 7 diciembre de 1970, cuando Junio Valerio Borghese, el célebre fascista italiano que James Angleton había salvado en 1945, dio comienzo al segundo golpe de Estado del Gladio, con el apoyo de la CIA. La operación secreta se llamaba «Tora Tora», en referencia al nombre codificado del ataque japonés contra Pearl Harbor que determinó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial el 7 de diciembre de 1941.

La fase final del plan incluía la intervención de los barcos de guerra de la OTAN y de Estados Unidos, que se hallaban en estado de alerta en el Mediterráneo.

Al igual que Piano Solo, la Operación Tora Tora incluía el arresto de los líderes de los sindicatos y de los partidos de izquierda, así como de conocidos periodistas y activistas políticos que serían inmediatamente enviados por mar a Cerdeña y encarcelados en el centro del Gladio. Cientos de hombres armados a las órdenes de Borghese se desplegaron en el país mientras que unidades de élite se concentraban en Roma.

Aprovechando la oscuridad, un destacamento de paramilitares bajo las órdenes del conocido líder de extrema derecha Stefano Delle Chiaie logró tomar el ministerio del Interior, con la complicidad de los guardias. Los conspiradores se apoderaron de 180 metralletas y utilizaron un camión para sacarlas del edificio y hacerlas llegar a sus cómplices. La investigación parlamentaria sobre el Gladio reveló que otra unidad, bajo las órdenes del paracaidista y partidario de la extrema derecha Sandro Saccucci tenía a su cargo el arresto de los funcionarios políticos.

Un tercer grupo armado, que se componía esencialmente de carabineros que ya habían participado en Piano Solo, estaba a la espera en un gimnasio de la Via Eleniana, en Roma, listo para intervenir. En la capital, una unidad clandestina al mando del general Casero debía ocupar el ministerio de Defensa. Bajo las órdenes del general Berti, un escuadrón de hombres armados hasta los dientes y equipados con esposas se encontraba a algunos cientos de metros de los edificios de la televisión y de la radio.

Otro grupo de golpistas, comandado por el general Amos Spiazzi, se disponía a marchar sobre Sesto San Giovanni, un barrio obrero de Milán, feudo del electorado comunista, donde la CIA esperaba encontrar fuerte resistencia.

Italia se hallaba al borde del golpe de Estado. Pero nada sucedió. Durante la noche del 7 al 8 de diciembre, poco antes de las 01h00, Borghese, el líder del golpe, recibió una misteriosa llamada telefónica y la operación fue cancelada. Los conspiradores se retiraron de sus estratégicas posiciones y volvieron a sus cuarteles.

En Chile y en Grecia, la extrema derecha había tomado el poder mediante un golpe de Estado, después de un fuerte avance de los partidos de izquierda. ¿Por qué se canceló el golpe en Italia? Varios miembros de la mafia, reclutados por la CIA para que apoyaran a los golpistas, testimoniaron posteriormente que los servicios de inteligencia de la URSS habían descubierto el proyecto y que, como consecuencia de ello, las fuerzas estadounidenses y de la OTAN habían notado la presencia de un gran número de navíos de guerra soviéticos en el Mediterráneo.

«Si se abortó el golpe de Estado y finalmente no se hizo nada fue porque había un gran número de navíos de guerra soviéticos en el Mediterráneo», declaró Tommaso Buscetta, alto miembro de la mafia, ante el juez Giovanni Falcone en 1984.

Otro mafioso, Luciano Liggio, se lamenta de su suerte: «Me dijeron que los servicios secretos y los estadounidenses estaban a favor. Los mandé al diablo y, como consecuencia, me condenaron a cadena perpetua.»

Según el plan que habían trazado la CIA y el príncipe Borghese, el mundo e Italia hubiesen descubierto en la mañana del 8 de diciembre de 1970 que un nuevo régimen autoritario de derecha se había apoderado del poder en la península. «Los principios que rigen nuestra política desde hace 25 años y que nos han puesto al borde de la bancarrota económica y moral han quedado atrás», debía declarar Borghese en una alocución dirigida a la población que iba a transmitirse aquella mañana.

«Las fuerzas armadas, las fuerzas del orden, los hombres más competentes y legítimos de esta nación están con nosotros y, pueden ustedes estar seguros de ello, nuestros peores enemigos, aquellos que han querido someter nuestra patria a las potencias extranjeras, han sido neutralizados.»

Después de aquello, Borghese y sus conspiradores pretendían poner en aplicación su propio programa político que estipulaba «que se mantengan los compromisos militares y financieros con la OTAN y que se trace un plan con vistas al fortalecimiento de la contribución de Italia en la alianza atlántica» ¡sin olvidar la nominación de una delegación especial que viajaría a Estados Unidos para discutir una contribución militar de Italia a la guerra de Vietnam!

¿Quién realizó la misteriosa llamada telefónica que detuvo la marcha del ejército del Gladio poco después de la medianoche? El director de la CIA William Colby insinuó que fue el presidente Nixon en persona. [Colby] escribió en sus memorias: «Por supuesto, [la CIA] intentó un golpe de Estado militar en 1970, por orden directa del presidente Nixon».

Para este presidente republicano, el mundo no era otra cosa que un campo de batalla donde los comunistas amenazaban con imponerse. Es por ello que, en la época de la Operación Tora Tora, y mientras proseguía la guerra contra Vietnam, Nixon bombardeaba también, sin muchos escrúpulos, la vecina Camboya, matando a miles de habitantes de éste último país supuestamente neutral.

Remo Orlandini, un rico hombre de negocios cercano a la derecha, afirmó que el presidente de los Estados Unidos también estaba implicado en la Operación Tora Tora. En 1973, en el cuartel general del SID, [Orlandini] sostuvo una discusión cara a cara con el capitán Antonio Labruna.

Cuando éste último lo interrogó sobre «el apoyo del extranjero», la respuesta de Orlandini fue breve pero elocuente: «La OTAN y Alemania, en lo que concierne a los militares porque no confiamos para nada en los civiles.» Labruna insistió: «Necesito nombres y todo lo demás porque yo conozco bastante bien el escenario internacional…». A lo que Orlandini contestó: «Escuche, en América teníamos el apoyo de Nixon y de su gente.» Para Orlandini, la orden que puso fin al golpe del Gladio podía perfectamente provenir de un alto representante de la OTAN: «Por eso le digo que no tiene usted ni la menor idea del alcance y de la importancia de la cosa», repitió ante Labruna.

Giovanni Tamburino, magistrado de la fiscalía de Padua, realizó una profunda encuesta sobre la Operación Tora Tora y descubrió, con gran sorpresa y mucho antes de las revelaciones sobre el Gladio, la participación de un misterioso ejército secreto. Ordenó el arresto de Vito Miceli, por entonces jefe del SID, quien había dirigido el Buró de Seguridad de la OTAN en Bruselas.

Tamburino inculpó a Miceli por haber «promovido, instaurado y organizado, con la ayuda de cómplices, una asociación secreta conformada por civiles y militares y destinada a provocar una insurrección armada tendiente a modificar ilegalmente la Constitución y la composición del gobierno».

La información que obtuvo el juez sugería la existencia, en el seno del SID, de una misteriosa organización armada. Como todavía no se conocía la existencia del Gladio, en las audiencias se denominó aquella estructura como «Súper-SID». Durante su juicio, el 17 de noviembre de 1974, Miceli exclamó: «¿Disponía yo de un súper-SID bajo mis órdenes. ¡Por supuesto! Pero no lo monté yo mismo en una noche para dar un golpe de Estado. ¡No hice más que obedecer las órdenes de Estados Unidos y de la OTAN!»

En 1977, mientras se prolongaba el proceso, Miceli no tuvo más remedio que dar una explicación: «Siempre ha existido cierta organización altamente secreta, la conocen los más altos personajes del Estado, activa en el campo de los servicios secretos e implicada en actividades que no tenían nada que ver con la inteligencia (…) Si quieren detalles, no cuenten conmigo.»

En 1990, cuando el primer ministro Andreotti divulgó la existencia del Gladio, Miceli se sintió muy contrariado y hasta el día de su muerto no dejó de criticar aquellas revelaciones.

El coronel Amos Spiazzi también fue condenado a prisión por haber reunido a los miembros del Gladio bajo sus órdenes para reprimir a los sindicatos comunistas durante el golpe de Estado de Borghese. «El día del golpe de Borghese, el 8 de diciembre de 1970, recibí la orden de realizar un ejercicio de mantenimiento del orden público recurriendo a mis hombres de confianza», contaba Spiazzi en un documental de la BBC dedicado al Gladio. «Se suponía que ocupáramos de antemano ciertos lugares que serían particularmente sensibles en casos de sublevación popular», explicaba, al ser entrevistado en su casa, ante una foto en la que él mismo aparecía de uniforme y haciendo el saludo nazi.

«En aquella época, simplemente sabía que existía una estructura que se componía de fervientes anticomunistas, pero que debía activarse sólo en caso de invasión contra el país», precisaba el militante de extrema derecha. «Cuando me arrestaron en 1974, me encontré en una situación delicada. El juez me interrogaba sin descanso. En poco tiempo comprendí que él creía estar descubriendo algo revolucionario o anticonstitucional. Para mí se trataba de una organización de la seguridad nacional.»

El testimonio de Spiazzi era confuso. «El juez pertenecía al mismo sistema que mis superiores. ¿Podía yo decirle ciertas cosas? No, debido al secreto militar.»

Spiazzi solicitó entonces al juez que le permitiera hablar con el director del SID, Vito Miceli, quien le orientó de manera nada hábil que no hablara del Gladio. «Me hizo señas de que no hablara [Spiazzi imitó entonces el gesto que Miceli le hizo con la mano en el tribunal]. Pero el juez vio aquella seña. Su “no” [sobre la existencia del Gladio] equivalía a un “sí”.».

En total, 145 conspiradores que habían participado en la Operación Tora Tora fueron inculpados, pero sólo 78 fueron realmente juzgados. 46 de ellos fueron reconocidos culpables por el Tribunal de Roma, pero todos salieron absueltos después de apelar. Todos los miembros del Gladio quedaron así libres en aquella parodia de proceso.

Para gran contrariedad de la CIA y de la administración Nixon, el frustrado golpe de Estado de la Operación Tora Tora no logró detener a la izquierda italiana. En las elecciones de 1972, la DCI proestadounidense sólo obtuvo, con el 39% de los sufragios, una reducida ventaja frente a los comunistas del PCI y los socialistas del PSI, quienes contabilizaron el 37%.

Aquello sucedía a pesar de que, por orden de Nixon, el embajador estadounidense en Roma, Graham Martin, había invertido 10 millones de dólares en operaciones secretas y de corrupción a favor de la DCI, como reveló una investigación parlamentaria estadounidense sobre la CIA dirigida por Ottis Pike. Mientras que Moscú sostenía financieramente al PCI, Washington financiaba a la DCI, como reveló Pike: «La CIA evalúa el monto del financiamiento de de Estados Unidos a campañas electorales durante los últimos 20 años en unos 65 millones de dólares».

Como los comunistas y los socialistas italianos seguían obteniendo muy buenos resultados en las elecciones y disponían de numerosos escaños en el parlamento, lo natural era que se incorporasen al gobierno. Pero el presidente Nixon se oponía firmemente a aquel tipo de apertura hacia la izquierda porque temía que se divulgaran los secretos de la OTAN.

Como consecuencia del escándalo del Watergate, aquel decidido partidario de las operaciones especiales se vio obligado a dimitir el 8 de agosto de 1974. Al día siguiente, al asumir sus [nuevas] funciones en la Casa Blanca, su vicepresidente, Gerald Ford, declaró: «Esta larga pesadilla nacional ha terminado».

Aquellas palabras encontraron eco en Italia, donde muchos esperaban un cambio en la política estadounidense. El ministro interino de Relaciones Exteriores, Aldo Moro de la DCI, y el presidente Giovanni Leone viajaron a Washington en septiembre de 1974 para conversar sobre la entrada de la izquierda italiana al gobierno.

Sus esperanzas fueron barridas de un golpe. Ford perdonó todos los crímenes cometidos bajo la presidencia de Nixon y conservó a los personajes claves de su administración. En medio de un duro enfrentamiento, Henry Kissinger, quien después de haber sido el consejero de Seguridad Nacional de Nixon ocupaba entonces el puesto de secretario de Estado, dijo a los representantes italianos que la izquierda no debía en ningún caso entrar al gobierno.

Italia tenía que mantenerse fuertemente implicada en la OTAN. Aquella visita oficial afectó a Aldo Moro quien, después de las operaciones Piano Solo y Tora Tora, ya no se hacía ilusiones en cuanto a la independencia de la I República Italiana frente a Estados Unidos.

El primer ministro italiano Aldo Moro, prisionero de las Brigadas Rojas, bajo el ojo vigilante de los servicios secretos de la OTAN.

A su regreso a Italia, Moro estuvo enfermo varios días y evaluó la posibilidad de retirarse por completo de la vida política. «Es una de las pocas veces en que mi marido me comunicó lo que le habían dicho, sin decirme sin embargo de quién venía aquello», testimonió posteriormente Eleonora Moro. «Trataré de recordar sus palabras: “Tiene usted que renunciar a su política consistente en colaborar directamente con cada una de las fuerzas políticas de su país. Hágalo ahora o le costará muy caro.”»

En las elecciones legislativas de junio de 1976, el PCI obtuvo el mejor resultado de su historia, un 34,4%, infligiendo una dura derrota a la DCI. Como consecuencia de ello, Aldo Moro, primer ministro democratacristiano, se decidió a ignorar la prohibición que le habían formulado los estadounidenses.

El 16 de marzo de 1978, con los documentos del «compromiso histórico» (compromesso storico) en su cartera, ordenó a su chofer que lo llevara, junto a sus guardaespaldas, a la sede del parlamento italiano, en Roma, donde tenía decidido presentar su programa de integración de los comunistas al ejecutivo italiano. El auto de Moro se aproximaba a la intersección de la Via Fani y la Via Stresa, en el barrio residencial donde vivía, cuando un Fiat blanco dio bruscamente marcha atrás y se atravesó en medio de la calle.

El chofer de Moro frenó tan violentamente que el auto de los escoltas impacto el vehículo por detrás. Los 2 ocupantes del auto blanco y otros 4 individuos apostados en la calle abrieron fuego sobre los 5 guardaespaldas de Moro. Éste último, que parecía inquieto desde su regreso de Washington, había solicitado un auto blindado, pero su pedido había sido rechazado.

Las balas atravesaron por lo tanto la carrocería matando instantáneamente a los guardaespaldas. Uno de ellos logró disparar dos veces sobre los atacantes, pero fue ultimado a quemarropa al mismo tiempo que sus colegas sobrevivientes. Moro fue capturado y retenido como rehén en pleno centro de Roma durante 55 días. Finalmente, su cuerpo acribillado a tiros apareció en el portaequipajes de un auto abandonado en el centro de Roma, estacionado simbólicamente a medio camino entre la sede de la DCI y la del PCI.

Italia estaba conmocionada. Los servicios secretos militares y el primer ministro en funciones, Giulio Andreotti, acusaron a la organización terrorista de extrema izquierda Brigadas Rojas y tomaron enérgicas medidas contra la izquierda. Se establecieron 72 barreras de control y se hicieron registros en 37 000 casas.

En menos de 2 meses, más de 6 millones de personas fueron interrogadas. Durante el cautiverio de Moro, sus familiares vivieron 5 semanas de angustia. Su esposa Eleonora pidió incluso la ayuda del Papa Pablo VII, viejo amigo de su esposo. «Me dijo que haría todo lo que estuviera en sus manos y yo sé que trató, pero encontró demasiada resistencia». El propio Aldo Moro, comprendió durante su cautiverio que él era la víctima de un crimen político en el que las Brigadas Rojas estaban siendo manipuladas por la derecha más dura y Estados Unidos.

En su última carta pidió que no se aceptara en su entierro a ningún representante de la corrupta DCI. «Besa a todos por mí», escribió a su esposa y sus hijos, plenamente conciente de que iba a morir. «Transmíteles todo mi cariño. Sé fuerte, cariño mío, en esta prueba tan absurda e incomprensible. Es esta la voluntad del Señor. Alimenta mi recuerdo en el corazón de todos nuestros amigos. Os abrazo cálidamente como muestra de mi eterno amor. Me gustaría ver, con mis ojos de simple mortal, bajo qué forma habremos de encontrarnos nuevamente en el otro mundo.»

La comisión senatorial encargada de investigar sobre el Gladio y el terrorismo sospechó que la CIA y los servicios secretos militares italianos, sobre todo sus escuadrones Gladio, podían haber organizado el asesinato de Aldo Moro. Y por lo tanto reabrió el expediente. Pero descubrió con estupor que casi todos los documentos vinculados al secuestro y asesinato de Moro habían desaparecido misteriosamente de los archivos del ministerio del Interior.

Aquellos expedientes contenían todas las transcripciones de las comunicaciones telefónicas oficiales, las cartas entre Moro y el gobierno, los contactos que se habían establecido con las fuerzas de seguridad y los apuntes de las reuniones organizadas durante los 55 días que duró el cautiverio del primer ministro. El senado expresó su indignación por «la desaparición de los documentos de la célula de crisis del ministerio del Interior» y subrayó que «el caso Moro debe ser analizado en un contexto más amplio» ya que era necesario «situar nuevamente los hechos en la realidad política de la época».

Concluyó que el asesinato de Aldo Moro era «un proyecto criminal en el que las Brigadas Rojas fueron probablemente el instrumento de un juego político más amplio». Los senadores señalaron también que en 1978 «la administración de los Estados Unidos se negó primeramente a cooperar en el marco de la investigación sobre el secuestro y que envió posteriormente un solo experto en casos de tomas de rehenes que trabajó con la dirección del ministerio del Interior».

La tragedia de la historia italiana alcanzó su clímax durante los años de la presidencia de Richard Nixon, cuando la derecha ensangrentó y sembró el terror a través del país poniéndolo al borde de la guerra civil. Los terroristas ponían bombas en los lugares públicos y responsabilizaban a los comunistas para debilitar así la influencia del PCI y del PSI. «Su presunta implicación en los atentados de Bolonia es potencialmente la más seria acusación contra el Gladio», tituló la prensa en 1991, cuando la comisión parlamentaria encargada de investigar sobre el Gladio y el terrorismo recibió un memorando anónimo sugiriendo que los explosivos utilizados en Bolonia provenían de un arsenal del Gladio.

El general Gerardo Serravalle, quien había dirigido las unidades del Gladio en el seno del SID entre 1971 y 1974, confirmó después que, para su mayor pesar, algunos miembros del Gladio «pasaron de una lógica defensiva postinvasión a una lógica ofensiva de guerra civil».

Cuando un periodista de la BBC le preguntó por qué razón, a pesar de aquel evidente peligro, no había decidido él desmantelar la red, Serravalle contestó: «Bueno, desmantelarla era una decisión política, que estaba fuera de mi esfera de competencia.»

Era la CIA la que controlaba el ejército secreto italiano y cuando Serravalle expresó sus inquietudes sobre las operaciones interiores de la red clandestina, chocó con el COS Howard Stone, el jefe de estación de la CIA en Roma, quien suspendió las ayudas provenientes de la CIA. «Al asumir mis funciones, noté que el financiamiento estadounidense, previsto en los acuerdos bilaterales, y en particular el abastecimiento de armas y material, había sido interrumpido.»

Furioso, Serravalle convocó a Stone al cuartel general del Gladio, en Cerdeña. Cuando llegó el COS, junto con un oficial de la CIA llamado Mike Sednaoui, Serravalle dijo a los dos hombres: «Este es nuestro centro de entrenamiento, etc… Ustedes pueden ayudarnos a alcanzar el máximo de nuestro potencial. Entonces, ¿por qué nos cortan la ayuda? Si es una decisión de su gobierno, la aceptamos. Pero nos deben ustedes una explicación.»

Comprendió después que «a la CIA, representada por aquellos dos agentes, no le interesaba tanto el nivel de nuestro entrenamiento como las posibilidades de control interno. En otras palabras, nuestra capacidad para reprimir levantamientos populares, sabotear huelgas nacionales y, por sobre todo, controlar el avance del partido comunista. El señor Stone explicó claramente que el apoyo financiero de la CIA dependía únicamente de nuestra disposición para programar y poner en aplicación lo que pudiéramos llamar “medidas internas”.»

«Queda demostrado fuera de toda duda que elementos de la CIA emprendieron, durante la segunda mitad de los años 60, una vasta operación tendiente a contrarrestar, por todos los medios necesarios, el desarrollo de grupos y de movimientos de izquierda en toda Europa», concluye, en 1956, el informe final de la investigación del Senado italiano sobre el Gladio y el terrorismo. «Este análisis arrojó la imagen de un país que, durante más de 40 años, ha vivido en un funesto clima de división.

Las tensiones que caracterizaron estas 4 décadas probablemente tienen su origen en la realidad social interna del país. Sin embargo, esas tensiones no hubiesen perdurado, no hubiesen alcanzado esta trágica dimensión ni se hubiese dificultado tantas veces la búsqueda de la verdad si la situación política interna no hubiera estado condicionada y controlada por el sistema internacional en el que se insertaba Italia.»

Dado el nivel de violencia que había caracterizado la historia de la I República Italiana –las estadísticas oficiales recogen la muerte de 491 civiles mientras que otros 1 181 resultaron heridos o mutilados entre 1969 y 1987– los miembros de la comisión provenientes de la izquierda encontraron esta formulación demasiado tímida. Pero prosiguieron sus investigaciones, bajo la presidencia del senador Pellegrini, y siguieron oyendo testigos y analizando documentos. En junio del año 2000 presentaron su informe final, de 326 páginas, en el que concluían que: «Estas masacres, atentados y operaciones militares fueron organizados, instigados o apoyados por individuos dentro del propio seno de las instituciones italianas y, como se ha descubierto recientemente, por individuos vinculados a las estructuras de la inteligencia estadounidense.»

Para sostener esta conclusión preñada de implicaciones, el informe del año 2000 sobre el Gladio incluía varios testimonios de miembros de la red. El soldado de las sombras Giuseppe Tarullo, quien se había incorporado al SIFAR en 1961, había declarado bajo juramento ante los senadores que, paralelamente a la preparación de una misión, la tarea había consistido también en poner bajo control a los comunistas italianos: «Incluso entre nosotros hablábamos de misión interna. Se decía que la estructura, con sus conexiones en el extranjero, habría sido activada también para contrarrestar una subversión interna, con el apoyo de las Fuerzas especiales. Por subversión interna entendíamos un cambio de gobierno contrario a la voluntad del poder establecido». El miembro del Gladio Giuseppe Andreotti explicó aquello a los senadores ed la siguiente manera: «La estructura Gladio respondía a una lógica interna en el sentido en que, como ya expliqué, tenía que oponerse a la toma del poder por parte de un régimen rechazado por la población, o sea a una dictadura de derecho o de izquierda».

El miembro del Gladio Manlio Capriata quien, con el rango de general, había dirigido el Buró R en el seno del SIFAR entre febrero y junio de 1962, prestó testimonio ante los senadores: «Yo confirmo que la sección V, y por consiguiente la organización S/B [stay-behind] y el CAG [eL Centro Addestramento Guastatori, en Cerdeña] tenían una función antisubversiva en caso de que las fuerzas políticas de izquierda llegaran al poder».

Teniendo en cuenta las pruebas acumuladas, el senador Valter Bielli concluyó: «Estoy convencido de que la intervención de Estados Unidos en Italia constituye ahora un hecho histórico comprobado». En Washington, la administración Clinton, más bien incómoda, prefirió abstenerse de hacer cualquier comentario mientras que una fuente anónima de la embajada estadounidense en Roma declaró: «Son las mismas acusaciones que vimos oyendo desde hace 20 años. No tienen absolutamente ningún fundamento.»

Pero el senador Bielli se negaba a darse por vencido y declaró: «Ellos se inmiscuyeron para impedir una victoria democrática del partido comunista. Ya no existe la amenaza roja y sería bueno que los propios estadounidenses nos ayuden a aclarar lo sucedido.» Mientras que la ex Unión Soviética abría sus archivos, Estados Unidos no dejaba filtrar nada.

«Durante la guerra fría, el Este estaba bajo el dominio comunista, pero el Oeste también se había convertido de cierta forma en una colonia estadounidense», se quejaba Bielli. Aldo Giannuli, un historiador que trabajaba como consultante de la comisión parlamentaria, insistió con toda razón en la necesidad de ampliar ahora la investigación llevándola al plano internacional y examinando los documentos de la alianza atlántica: «El verdadero problema de hoy es tener acceso a los archivos de la OTAN.»

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 6 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (VII)
La guerra secreta en Francia/por Daniele Ganser

Si existe en Francia un secreto bien guardado es sin dudas el de la sangrienta guerra que los servicios secretos anglosajones libraron a lo largo de 60 años en París por el control de la vida política de la nación. Al revelar las peripecias de este enfrentamiento histórico, el historiador suizo Daniele Ganser subraya el papel del general Charles de Gaulle y sus seguidores en el proyecto nacional francés. Inicialmente respaldado por la CIA para regresar al poder, Charles de Gaulle llega después con sus ex compañeros de armas comunistas de la Resistencia a un consenso sobre la cuestión de la descolonización y acaba expulsando a la OTAN del territorio francés. Todo ello dará lugar a un conflicto interno en el seno de las estructuras secretas del Estado francés, conflicto que no ha terminado aún.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 1RO DE MAYO DE 2011

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»


La invasión y ocupación de su territorio por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial sigue siendo el mayor trauma de la historia moderna de Francia. El 14 de junio de 1940, París caía en manos de los nazis. Mientras que los simpatizantes de la extrema derecha en el seno del ejército francés y de las élites políticas, partidarios del mariscal Philippe Petain, pactaban con el ocupante nazi e instalaban un gobierno de colaboración en Vichy, el general Charles de Gaulle se refugió en Londres y declaró [por radio] a los franceses que él representaba el único gobierno legítimo de Francia.

De Gaulle insistió en proseguir la guerra contra la ocupación alemana. Para recoger información de inteligencia, garantizar la comunicación con los movimientos locales de resistencia en el interior de Francia y organizar operaciones de sabotaje en territorio enemigo, De Gaulle fundó en Londres el Buró Central de Inteligencia y Acción (BCRA, siglas en francés). Los agentes del BCRA saltaban en paracaídas sobre el territorio francés para efectuar allí misiones clandestinas que costaron muchas vidas. Por la naturaleza de sus misiones, de su entrenamiento y su equipamiento, el BCRA –disuelto antes del fin de la guerra– dejaba entrever lo que sería posteriormente el ejército secreto francés, al que pasaron muchos ex miembros del BCRA. Después del desembarco aliado en Normandía, el 6 de junio de 1944, y de la liberación de Francia por los estadounidenses, el general De Gaulle entró triunfalmente en París y se puso a la cabeza del Estado. El mariscal Petain, quien había colaborado con Hitler, fue condenado a muerte, pena que sería más tarde conmutada por cadena perpetua.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial nace en Francia la IV República (1946-1958), que se caracterizó por su inestabilidad política y militar y por las luchas entre los diferentes partidos que se disputaban el poder. A la izquierda, el Partido Comunista Francés (PCF) gozaba de gran popularidad, esencialmente debido al importante papel que había desempeñado en la Resistencia contra el régimen de Vichy: «El PCF había adquirido un inmenso prestigio y una especie de autoridad moral por haber sido la punta de lanza de la Resistencia (…) su patriotismo era incuestionable.»

En el bando de la derecha, los colaboradores de Vichy en el seno del ejército y de los círculos industriales y de negocios no soportaban la idea de ver a Francia caer en manos del comunismo, ya fuera a través de un golpe de Estado o de una victoria del PCF en el marco de elecciones democráticas. Y sobre todo, Estados Unidos y Gran Bretaña estaban decididamente en contra del PCF por estimar que ese partido estaba al servicio de Moscú. Es por esa razón que, al igual que en Italia, después de 1945 una guerra secreta se desató en Francia, guerra en la que los miembros del PCF y de los sindicatos de izquierda tenían que enfrentar a la CIA y a ciertos elementos de los aparatos político, militar y policial de ese país.

«Primeramente, ellos [la CIA] tratan de impedir que la izquierda llegue la poder y sobre todo de evitar que los comunistas entren al gobierno. Esa es para la CIA, evidentemente, la prioridad de prioridades, y eso es válido para todos los países de la alianza atlántica», explicaba el ex agente de la CIA Philip Agee. Así fue, en ningún país de Europa, con excepción de Italia, tenían los comunistas tanta influencia como en la Francia de la posguerra. Washington temía que Moscú ordenara al PCF tomar el poder mediante un golpe de Estado. Stalin, sin embargo, no estimulaba a los comunistas franceses a emprender ese camino y, a pesar de que algunos de los más jóvenes soñaban con un destino más épico, la antigua e institucionalizada dirección del PCF no tenía intenciones de tomar el poder por la fuerza. Sus miembros intuían con razón que hacerlo implicaría para ellos la pérdida de su legitimidad, si simplemente no eran barridos antes por el ejército estadounidense, estacionado aún en Francia a raíz de la reciente Liberación. El PCF tenía mucho más que ganar si se conformaba con seguir los procedimientos democráticos.

De Gaulle había nombrado dos ministros comunistas en su nuevo gobierno y al mismo tiempo había logrado, en noviembre de 1944, convencer a los movimientos de resistencia comunistas para que entregaran las armas a cambio de la promesa de elecciones democráticas y justas. El resultado de las elecciones municipales de la primavera de 1945 fue una victoria del PCF, que obtuvo el 30% de los votos. Los otros dos partidos participantes, el recientemente fundado Movimiento Republicano Popular (MRP) y los socialistas franceses, quedaron en segundo y tercer lugar, con el 15 y el 11% de los sufragios respectivamente. Esa tendencia se confirmó el 21 de octubre de 1945 en las primeras elecciones nacionales, en las que el PCF –con el 26% de los votos– obtuvo 160 escaños en la Asamblea Constituyente, frente a 142 escaños de los socialistas (24% de los votos). Con el 23,6% de los votos, el MRP quedaba en último lugar. Juntos, los dos partidos de izquierda disponían de una estrecha mayoría.

A pesar de la indiscutible victoria del PCF y de las promesas que anteriormente les había hecho, De Gaulle se negó a poner los principales ministerios de su gobierno en manos de los comunistas. Estos protestaron enérgicamente al verse con sólo 4 carteras ministeriales –las de Economía, Armamento, Industria y Trabajo– y un puesto de ministro de Estado concedido al secretario general del PCF, Maurice Thorez. Los comunistas utilizaron su tribuna en el parlamento para denunciar la guerra que Francia libraba por entonces por la reconquista de su antigua colonia de Indochina.

Durante un debate en la Asamblea Nacional, la diputada Jeannette Vermeersch declaró que, en las aldeas de Vietnam, los soldados franceses «se estaban convirtiendo en culpables de las mismas atrocidades» que los nazis [habían cometido] sólo unos años antes. Aquella denuncia provocó un escándalo en el hemiciclo y el presidente le respondió en los siguientes términos: «¡Señora, cortésmente le digo (…) es de su parte un insulto intolerable a esta Asamblea y a la Nación!» Al insistir la deputada Vermeersch, declaró el presidente: «Señora, yo nunca hubiese pensado que una mujer fuera capaz de tanto odio.» A lo que la diputada Vermeersch respondió: «Sí, siento odio cuando pienso en los millones de trabajadores que ustedes explotan. ¡Sí, yo odio a la mayoría de esta Asamblea!».

El radicalismo del PCF inquietó mucho a los miembros conservadores de la sociedad francesa, que además se escandalizaron cuando los comunistas, como reacción ante su estrecha representación en el gobierno, presentaron dos proyectos de ley. Uno limitaba los poderes del ejecutivo y el otro reducía el presupuesto de la Defensa en un 20%. La adopción de ambas leyes por el parlamento, de mayoría comunista, llevó a De Gaulle a presentar solemnemente su dimisión el 20 de enero de 1946. Proseguía, sin embargo, la lucha por el poder al proponer el PCF una distribución de los ministerios entre comunistas y socialistas, lo cual no hubiese sido más que la justa consecuencia de la opinión que los franceses habían expresado democráticamente en las urnas. Pero los socialistas se negaron. Comprendían claramente que, al igual que Italia, Francia sólo disponía en aquella época de una soberanía limitada, y que Estados Unidos jamás concedería a un gobierno izquierdista los beneficios del Plan Marshall de reconstrucción económica que tanto necesitaba el país.

La posición de la Casa Blanca contradecía cada vez más la voluntad democráticamente expresada por el pueblo francés, que nuevamente concedió un rotundo respaldo al PCF en las elecciones nacionales de 1946 al otorgarle el mejor resultado de su historia (el 29% de los votos) mientras que el MRP y los socialistas mostraban, por su parte, un ligero retroceso. La tentación y la influencia del comunismo en Francia seguían siendo una realidad. En términos de importancia, la única fuerza política similar al PCF en todo el oeste de Europa era el poderoso Partido Comunista Italiano (PCI).

En Suiza, el Partido Comunista había sido declarado ilegal. Su homólogo británico no era más que una pequeña célula bajo control del Partido Laborista mientras que, en Bélgica, si bien los comunistas eran comparativamente más influyentes, sólo ocupaban algunos puestos menores en el gobierno. El PCF, por su parte, decía contar con cerca de un millón de miembros. Su órgano central, el diario L’Humanité, era en aquel momento, con su edición Ce Soir, el periódico más leído de Francia y el partido comunista controlaba las principales organizaciones juveniles –incluyendo la «Unión de Juventudes Republicanas»– así como los mayores sindicatos de trabajadores, principalmente la Confederación General del Trabajo (CGT).

El embajador de Estados Unidos en París, Jefferson Caffery, ferviente anticomunista, enviaba semana tras semana informes cada vez más alarmantes al presidente Truman. Washington y sus servicios secretos estaban convencidos de la necesidad de emprender una guerra secreta para desbaratar el PCF. El 26 de noviembre de 1946, el general Hoyt Vandenberg, director del CIG (la futura CIA), envió a Truman un memorando advirtiéndole que el poderío del PCF podía llevarlo a tomar el poder cuando quisiera: «Excluyendo la posibilidad de que pueda formarse un gobierno sin la participación de comunistas, el embajador Caffery sostiene (…) que los comunistas han ganado peso suficiente como para tomar el poder cuando les parezca oportuno».

Subrayaba Vanderberg que, según los servicios de inteligencia estadounidenses, el PCF no tenía sin embargo intenciones de alcanzar el poder mediante un golpe de Estado: «Su renuncia a tomar el poder por esa vía se explica por el hecho (1) que prefieren alcanzarlo por medios legales y (2) que sería contrario a la política actual del Kremlin».

El Plan Bleu

Por iniciativa de las Fuerzas Especiales estadounidenses y del SAS británico [Special Air Service, principal cuerpo de operaciones especiales del ejército británico. Nota del Traductor.] se creó en Francia un ejército secreto, designado en código como «Plan Bleu» [En español, “Plan Azul”. NdT.], cuya misión consistiría en impedir clandestinamente la llegada del PCF al poder. En otras palabras, el Plan Bleu debía contrarrestar la “Amenaza Roja”. Un veterano de aquel ejército secreto, Victor Vergnes, recuerda que el impulso lo dieron los británicos inmediatamente después de la guerra. «Yo vivía entonces en Sete, en la casa del comandante Benet, un oficial de la DGER que había realizado misiones en la India. Muchas reuniones se desarrollaban por entonces en aquella casa.» El SAS, especializado en las guerras secretas, entró en contacto con el joven servicio francés de inteligencia, la Direction générale des études et recherches (DGER) [En español, Dirección General de Estudios e Investigaciones. NdT.], y pactó con ese órgano la instalación de un ejército secreto en el noroeste de Francia, en la región de Bretaña. Recuerda Vergnes que «un día, después de recibir la visita del teniente Earl Jellicoe del SAS, me dijo: “Estamos creando un ejército secreto, sobre todo en la región de Bretaña”.»

Las células de aquel ejército secreto se propagaron rápidamente por todo el territorio. Numerosos agentes y oficiales de la DGER formaban parte de aquel ejército clandestino. Hay que señalar que, bajo la dirección de André Devawrin, la DGER empleó a ex miembros de la Resistencia comunista. La presencia de estos en la DGER constituía, en opinión de los agentes más conservadores y sobre todo de los estadounidenses, un evidente riesgo para la seguridad, sobre todo tratándose de operaciones altamente secretas contra los comunistas franceses, como la Operación Plan Bleu. La DGER fue por lo tanto desmantelada en 1946 y sustituida por un nuevo servicio secreto militar, ya ferozmente anticomunista: el SDECE, encabezado por Henri Alexis Ribiere. Con la sustitución de la DGER por el SDECE, los comunistas perdían una importante batalla de la guerra secreta y se veían así ante un adversario mucho más peligroso. El SDECE reclutó anticomunistas formados en Grecia, durante la guerra civil de ese país, confirmando así un claro viraje a la derecha. «Los angloamericanos estaban en estrecho contacto con los conspiradores, sobre todo con Earl Jellicoe, que acababa de regresar de una campaña anticomunista en Grecia.»

Mientras masivas huelgas de inspiración comunista paralizaban Francia, los agentes del Plan Bleu se dedicaban en secreto a recoger entre industriales ricos los fondos que necesitaban para financiar su guerra secreta. «Yo me reuní con los hermanos Peugeot en sus oficinas», cuenta Vergnes recordando sus contactos con la industria automovilística. «Discutíamos sobre lo que convendría hacer en caso de huelgas y de ocupaciones generalizadas de fábricas. Estuvimos trabajando durante 2 meses en la elaboración de un plan detallado. Estábamos divididos en secciones y teníamos a nuestra disposición autos, garajes y hoteles.»

La tensión se incrementó en el país al producirse en las fábricas Renault una importante huelga, con apoyo del PCF y de la CGT. El primer ministro socialista Paul Ramadier ordenó congelar los salarios, en total contradicción con los reclamos de los trabajadores que exigían mejor remuneración. La situación estaba convirtiéndose en una prueba de fuerza. Los comunistas votaron contra el congelamiento de los salarios que proponía Ramadier mientras que los socialistas trataban de convencerlo de que no dimitiera cuando, el 4 de mayo de 1947, en una sorpresiva maniobra, Ramadier utilizó su condición de primer ministro para expulsar de su gobierno a todos los comunistas. Estupefactos, estos últimos no se inmutaron ante la noticia y la aceptaron, creyendo que sólo podía ser algo temporal. Pero los comunistas tendrían que esperar más de 30 años para volver al consejo de ministros. Sólo al cabo de mucho tiempo se descubrió que Washington había estado implicado en aquella maniobra. «El general Revers, jefe del Estado Mayor, reveló que el gobierno americano había presionado a Ramadier para que expulsara a los ministros [miembros] del PCF.» Además, «los socialistas ya venían discutiendo el asunto de antemano con el embajador Caffery», quien dio a entender claramente a los socialistas franceses que no habría ayuda económica de Estados Unidos mientras los comunistas estuviesen en el gobierno.

Un mes después de haber expulsado de sus funciones a los ministros comunistas, los socialistas franceses arremetieron contra la derecha y la CIA y sacaron a la luz la existencia del ejército secreto Plan Bleu. El 30 de junio de 1947, el ministro del Interior socialista, Edouard Depreux, reveló el secreto y, para sorpresa general, anunció que en Francia se había creado un ejército clandestino de paramilitares de derecha a espaldas de los políticos y que la misión de aquella fuerza era desestabilizar el gobierno francés. «Hacia fines del año 1946 nos enteramos de la existencia de un red de resistencia parda, conformada por combatientes de extrema derecha, colaboradores de Vichy y monárquicos», explicó Depreux. «Tenían un plan secreto de acción llamado “Plan Bleu”, que debía entrar en aplicación a fines del mes de julio o el 6 de agosto [de 1947].»

Según las declaraciones altamente reveladoras del ministro del Interior, la CIA y el MI6 tenían proyectado, en colaboración con paramilitares franceses, la realización de un golpe de Estado para el verano de 1947. Aquellas revelaciones condujeron a una serie de arrestos e investigaciones. Entre los conspiradores detenidos estaba el conde Edmé de Vulpian. Su propiedad de «La Forêt», cerca de Lamballe, en la región de Bretaña, había servido de cuartel general para los últimos preparativos del golpe de Estado. El comisario a cargo de la investigación, Ange Antonini, descubrió allí «armas pesadas, órdenes de batalla y planes de operaciones». Aquellos documentos permitieron comprobar que, en el marco del Plan Azul, los conspiradores, quienes trataban de deteriorar el clima político ya tenso en Francia, habían planificado actos de terrorismo con los que pretendían acusar a la izquierda para crear condiciones favorables para su propio golpe de Estado, «estrategia de la tensión» que ya se había puesto en práctica en Grecia, Italia y Turquía. «Incluso habían previsto asesinar a De Gaulle para exacerbar el descontento público», agrega Roger Faligot, especialista francés en el estudio de los servicios secretos.

Si bien admiten que en Francia se financió una guerra secreta inmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial, otras fuentes niegan rotundamente la tesis del golpe de Estado de 1947. «Al revelar la existencia del Plan Bleu, Depreux estaba tratando de afectar a la derecha, después de haber asestado ya un golpe a la izquierda», declaró Luc Robert, personalmente implicado en la conspiración, al referirse a la expulsión de los comunistas del gobierno el mes anterior. «Por otro lado, era un intento de debilitar el ejército francés, que tenía tendencia a actuar por cuenta propia.» Asombrosamente, la investigación sobre la implicación del SDECE estuvo cargo del director del propio SDECE, Henri Ribiere. Este último concluyó que la culpabilidad recaía en la CIA y el MI6, que habían promovido el Plan Bleu aunque aparentemente nunca habían proyectado derrocar el régimen que se encontraba en el poder. «Las armas encontradas en todo el país habían sido pagadas por Londres y Washington. Pero habían sido entregadas para oponer resistencia contra los comunistas, no para fomentar un golpe de Estado», concluyeron los investigadores.

Por sugerencia del embajador Jefferson Caffery, quien supervisaba estrechamente la guerra secreta contra el comunismo en Francia, la CIA, después de las maniobras que habían llevado a la expulsión de los comunistas del gobierno a finales de 1947, se volvió entonces contra la CGT, columna vertebral del comunismo francés. En su memorando al presidente Truman, el general estadounidense Vandenberg subraya con razón que los «medios de acción [de los comunistas] por la fuerza o la presión económica a través de la CGT, como indica el embajador Caffery, los protegen principalmente contra una exclusión del gobierno». La CIA logró crear una división en el seno de la CGT, organización dominada por los comunistas, sacando de ella a los moderados del sindicato Force Ouvriere, que la propia CIA financiaba a principios de los años 50 con más de medio millón de dólares al año. Aquella operación debilitó considerablemente al PCF.

El último blanco de aquella guerra secreta, aunque no el menos importante, fue la policía francesa, que también sufrió los ataques de la CIA. Después de la expulsión de los ministros comunistas del gobierno se aplicó en toda la administración una purga que eliminó a todos los elementos de extrema izquierda, mientras que los anticomunistas más fervientes recibían promociones en el seno de la policía. Entre estos últimos se hallaba el comisario Jean Dides, quien había colaborado con la OSS [Office of Strategic Services, la antecesora estadounidense de la CIA. NdT.] durante la Segunda Guerra Mundial y que fue puesto a la cabeza de una policía secreta anticomunista conformada con paramilitares y dependiente del ministro del Interior Jules Moch. La embajada de Estados Unidos se felicitó por los progresos logrados y, a principios de 1949, envió al Departamento de Estado un cable anunciando que para «combatir la amenaza comunista, Francia ha organizado células de policías poco numerosos pero eficaces (…) Italia también está creando escuadrones de policía anticomunista bajo el control del ministro del Interior Mario Scelba, recurriendo a los cuadros de la antigua policía fascista.»

Paix et Liberté

Junto a otros dirigentes de las fuerzas policiales anticomunistas comprometidas con la guerra secreta en Europa Occidental, Dides participó habitualmente en las reuniones de «Paix et Liberté» [En español, Paz y Libertad. NdT.], estructura que la CIA controlaba por debajo de la mesa y encabezada por el anticomunista francés Jean-Paul David. El historiador estadounidense Christopher Simpson estima que las unidades clandestinas de acción como «Paix et Liberté» fueron fundadas y financiadas por la CIA durante la guerra fría a un costo de «fácilmente más de 1 000 millones de dólares al año».

Con ramificaciones en varios países europeos, «Paix et Liberté» se encargaba de realizar en Europa Occidental las operaciones de guerra sicológica que la CIA concebía y de propagar las ideas anticomunistas mediante la impresión de carteles, financiando un programa de radio, distribuyendo proclamas y organizando manifestaciones específicas. La rama italiana, bautizada «Pace e Liberta» se hallaba bajo la dirección de Edgardo Sogno y tenía su cuartel general en Milán. En 1995, la investigación sobre la red Gladio permitió descubrir que Paix et Liberté había actuado bajo las órdenes directas de la OTAN. El ministro francés de Relaciones Exteriores Georges Bidault parece haber sugerido en 1953, durante una reunión del Consejo Atlántico de la OTAN, que Paix et Liberté realizara una reorganización de los servicios de inteligencia de la OTAN y que sirviera de base y motor a la coordinación de las acciones internacionales contra el Kominform. En su historia de la influencia de Estados Unidos en la Francia de posguerra, Irwin Wall consideró que, junto al sindicato francés Force Ouvrière, «Paix et Liberté representaba el principal ejemplo de una organización anticomunista popular promovida por la CIA en la Francia de los años 1950».

La Rosa de los Vientos

La revelación de la existencia del Plan Bleu y su interrupción en 1947 no pusieron fin a la guerra secreta contra el comunismo. Por el contrario, el primer ministro socialista Paul Ramadier se las arregló para que sus leales dirigentes en el seno de los servicios secretos militares no se vieran implicados en el escándalo. Al amainar la tormenta, a fines de 1947, Ramadier ordenó al director del SDECE, Henri Ribiere, y a su adjunto, Pierre Fourcaud, que crearan un nuevo ejército secreto anticomunista con el nombre de código «Rose des Vents» [En español, Rosa de los Vientos. NdT.], en referencia a la estrella símbolo de la OTAN. El nombre resultó perfecto ya que, al establecerse la OTAN en París en 1949, el SDECE realizó su guerra secreta en estrecha colaboración con la alianza atlántica. Los combatientes de la sombra entendían todos que, en el contexto marítimo, la rosa de los vientos es la referencia debajo de la aguja de la brújula que indica el rumbo a seguir y que se usa para determinar las correcciones necesarias si el barco parece desviarse de su trayectoria.

En 1951, al intensificar la cooperación secreta con Estados Unidos, el SDECE abrió una oficina en Washington. Según el plan conjunto de lucha contra el comunismo en Europa Occidental que la CIA y la OTAN habían adoptado, el ejército llamado Rose des Vents tenía como misión, dentro del SDECE, localizar y combatir los elementos comunistas subversivos en el interior de la IV República. También debía planificar medidas de evacuación para proporcionar una base adecuada de repliegue en el extranjero. Sus hombres estaban entrenados para la realización de acciones de sabotaje, de guerrilla y de obtención de información de inteligencia en condiciones de ocupación enemiga. El territorio francés estaba dividido en numerosas zonas geográficas stay-behind en las que se mantenían células clandestinas y cada zona estaba bajo el control de un oficial del SDECE. Una base para el repliegue de un gobierno francés en el exilio fue instalada en Marruecos y el SDECE envió parte de sus archivos en microfilmes a Dakar, en Senegal.

Francois de Grossouvre (1918-1994) y Francois Mitterrand (1916-1996).

El más conocido de los combatientes de la Rose des Vents es quizás Francois de Grossouvre, quien sería consejero para operaciones especiales del presidente socialista Francois Mitterrand en 1981. Durante la Segunda Guerra Mundial, De Grossouvre se había enrolada en la milicia de Vichy. Posteriormente afirmaría que se había infiltrado en aquel cuerpo represivo para trabajar a favor de la Resistencia. El agente del SDECE Louis Mouchin, quien reclutó personalmente una buena cantidad de soldados de la sombra, contó un día cómo se había establecido el contacto con De Grossouvre: «Nuestro hombre en Lyon, Gilbert Union, quien durante la guerra había realizado misiones para el BCRA y era un amante de los automóviles, acabada de morir en un accidente automovilístico. Para reemplazarlo, el SDECE reclutó a Francois de Grossouvre en 1950.» Mouchin precisó que el reclutamiento de De Grossouvre no se debía solamente a su experiencia en la guerra sino también a sus contactos: «Su empresa, la azucarera Berger & Cie., nos ofrecía una cobertura muy buena. Tenía realmente excelentes contactos.»

Como consejero especial del presidente Mitterrand, De Grossouvre desempeñó un papel considerable en la guerra clandestina en Francia a principios de los años 1980. Pero en 1985 fue separado de sus principales funciones cuando su inclinación por el secretismo acabó por exasperar a los colaboradores más virtuosos de Mitterrand. Parece que, a pesar de ello, Mitterrand y De Grossouvre siguieron manteniendo buenas relaciones ya que cuando, como consecuencia de las revelaciones sobre la dimensión europea de Gladio, Mitterrand se vio en pleno centro del escándalo y tuvo que desmantelar la red francesa, «consultó primeramente a su “eminencia gris” Francois de Grossouvre». En el momento de su muerto, no subsistía ya duda alguna sobre la participación de De Grossouvre en la guerra secreta. «Fue reclutado por los servicios secretos de espionaje francés y contribuyó a la edificación del Gladio, un plan apoyado por los americanos tendiente a crear un movimiento de resistencia armada contra una invasión de los soviéticos en Europa Occidental», decía la nota necrológica del diario británico The Economist, publicada cuando De Grossouvre, ya con 76 años, se «suicidó» en la sede de la presidencia de la República Francesa, el 7 de abril de 1994.

El ex agente de la CIA Edward Barnes fungió como oficial de enlace con la red stay-behind Rose des Vents hasta 1956. Luego de las revelaciones de 1990 sobre los ejércitos secretos, Barnes recordó que no sólo Washington sino también los franceses temían que los comunistas tomaran el poder. «Un gran número de franceses querían estar listos para intervenir si algo pasaba.» Según Barnes, la primera motivación del Gladio francés era la resistencia ante una invasión soviética y la promoción de las actividades políticas anticomunistas en Francia «podía ser un objetivo secundario». También según este ex agente de la CIA, el programa stay-behind francés consistía en «varias decenas» de hombres reclutados individualmente por la CIA para que cada uno creara a su vez su propia pequeña red. Si cada uno reclutaba y entrenaba a otros 10 hombres, como ya se ha visto en otros países, se puede deducir de las declaraciones de Barnes que el Gladio francés contaba alrededor de 500 soldados.

Es muy difícil determinar con exactitud la cantidad de participantes en aquella guerra secreta contra el comunismo. Después de que se descubriera la existencia de los ejércitos secretos de la CIA, la Intelligence Newsletter basada en París indicó que «un director del servicio de inteligencia francés de la época había ofrecido poner a la disposición de la CIA unos 10 000 “patriotas” entrenados y armados seleccionados entre los efectivos de las fuerzas armadas franceses» y entrenados para intervenir «en el caso hipotético de que un gobierno comunista llegara al poder». Barnes afirmó que la CIA «no tenía idea del número de hombres que aparecerían por todas partes. No había forma de calcularlo. Entre los que yo pude ver había tanto campesinos como gente de la ciudad o comerciantes.» La mayoría de ellos no necesitaban mucho entrenamiento porque ya habían peleado en la Segunda Guerra Mundial y habían realizado operaciones especiales tras las líneas enemigas por cuenta del BCRA.

Para garantizar la independencia material de los soldados de la sombra, la CIA y el SDECE habían diseminado escondites secretos de armas a través de todo el país. «Había montones de artefactos de todo tipo escondidos en lugares remotos, prácticamente todo lo que podíamos necesitar», incluyendo armas, explosivos, monedas de oro o bicicletas. Los transmisores de radio y los códigos eran la primera prioridad. En aras de garantizar la clandestinidad de la red, la regla era que las informaciones sólo podían conocerlas las personas estrictamente implicadas. Barnes precisó que él mismo no estaba autorizado a reunirse más que con una decena de personas reclutadas por la CIA «por temor a que alguien pudiera descubrir a esas personas a través de mí o descubrirme a mí a través de ellas. Usted no podía pedirle simplemente a un tipo “Desentiérrame eso, fulano”. Seguramente hubo bastantes confusiones. Algunos de aquellos tipos enterraban las cosas en cualquier parte y luego te indicaban un lugar diferente.»

Operación Demagnetize

El ministro italiano de Defensa sabía que el SDECE y la CIA estaban reclutando un ejército secreto para combatir a los comunistas. En octubre de 1951, en una carta al ministro de Defensa Marras, el general Umberto Broccoli indicaba que existían ejércitos de ese tipo en los Países Bajos, Bélgica, Noruega y Dinamarca y que «Francia ya había montado ese tipo de operaciones en Alemania y en Austria así como en su propio territorio, hasta los Pirineos». ¿Hasta dónde se extendía aquella red francesa en la Austria y la Alemania ocupadas después de la derrota. No lo sabemos, pero al parecer existieron zonas controladas por las tropas francesas hasta que los aliados se retiraron de esos dos países. En su informe titulado «Un SID paralelo – El caso Gladio», el primer ministro italiano Giulio Andreotti confirmaba que los ejércitos anticomunistas secretos estaban en permanente contacto con la OTAN y que «redes de resistencia habían sido creadas por Gran Bretaña en Francia, en los Países Bajos, en Bélgica y probablemente también en Dinamarca y Noruega. Los franceses se encargaron de los sectores de Alemania y Austria que ellos controlaban así como de su propio territorio, hasta los Pirineos.»

Un memorando altamente secreto del Joint Chiefs of Staff, el Consejo del Estado Mayor Conjunto estadounidense, fechado el 14 de mayo de 1952 y titulado «Operación Demagnetize», explicaba detalladamente cómo había que realizar «operaciones políticas, paramilitares y sicológicas» para «reducir la influencia del partido comunista en Italia y (…) en Francia». «El objetivo final de este plan es reducir el poder de los partidos comunistas, sus recursos materiales, su influencia en el seno de los gobiernos italiano y francés y particular sobre los sindicatos», precisaba la nota confidencial del Pentágono, «ello, con el objetivo de limitar lo más posible los riesgos de que el comunismo gane en extensión y amenace los intereses de Estados Unidos en ambos países». Los ejércitos secretos reclutados por la CIA y dirigidos por el SDECE eran conformados y entrenados en aquel contexto estratégico ya que, como especificaba el documento, «limitar la influencia de los comunistas en Italia y en Francia es un objetivo prioritario. Hay que alcanzarlo por todos los medios». La guerra había que librarla en el mayor secreto y no era «indispensable que los gobiernos italianos y franceses sean informados del plan “Demagnetize” ya que este [pudiera] ser visto como una violación de su soberanía nacional».

El entrenamiento de los soldados clandestinos de la Rose des Vents se desarrollaba en varios lugares, en Francia y en el extranjero, en estrecha colaboración con las Fuerzas Especiales francesas, sobre todo con la 11ª Semi-brigada Paracaidista de Choque –11ª de Choque–, fuerza de comandos especializados en operaciones especiales. Ambos cuerpos mantenían estrechas relaciones y, varias veces, oficiales del 11º de Choque integraron la Rose des Vents. Al igual que el SAS, cuyos miembros efectuaban las operaciones secretas y trabajos sucios del MI6, el 11º de Choque servía al SDECE de brazo armado después de la Segunda Guerra Mundial. Según el especialista del Gladio francés Brozzu-Gentile, «los instructores de la red stay-behind francesa eran todos miembros del SDECE o cercanos a él». En 1990, la prensa francesa reveló que los miembros del Gladio francés habían recibido entrenamiento en manejo de armas y en el uso de explosivos y de transmisores de radio en el Centro de Entrenamiento de la Reserva Paracaidista (CERP) del 11º de Choque en Cercottes, cerca de Orleáns, y en otros dos lugares de entrenamiento del 11º, uno en los Pirineos, cerca de la frontera española, y el otro en Calvi, en Córcega, no lejos del cuartel general del Gladio italiano en Cerdeña.

Debido a su condición de unidad de élite especializada en guerra secreta y trabajos sucios, el 11º de Choque operaba sobre todo en Indochina y en África, donde la Francia de la posguerra trataba desesperadamente de conservar sus colonias de Vietnam y Argelia. «La unidad a cargo de los trabajos sucios, la punta de lanza de las operaciones clandestinas durante la guerra de Argelia de 1954 a 1962 era claramente el 11º Batallón de Paracaidistas de Choque», indicó el especialista en servicios secretos Roger Faligot. En 1954, 300 hombres de esa fuerza especial fueron desplegados en Argelia. La mayoría tenía una buena experiencia en misiones clandestinas y contraguerrilla ya que venían directamente de Vietnam, donde Francia había tenido que renunciar a sus colonias aquel mismo año, a raíz de la derrota de Dien Bien Phu. Uno de los más famosos miembros del 11º fue Yves Guerain-Serac, un célebre soldado de la sombra que había servido en Corea y en Vietnam y que más tarde estuvo directamente implicado en las operaciones del ejército anticomunista secreto portugués. Desde su célula, el soldado del Gladio italiano y terrorista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra confesó su admiración por la personalidad fascinante y las inigualables habilidades de Guerain-Serac como estratega del terror.

Operación Résurrection

A medida que se intensificaban la guerra secreta contra los comunistas en Francia y la guerra contra el Frente de Liberación Nacional en Argelia, aquella estrategia mostró sus límites cuando los políticos de París perdieron el control sobre los soldados de la sombra, lo cual provocó en el Francia una grave crisis que precipitó el fin de la IV República. La lucha por la independencia de Argelia comenzó verdaderamente en mayo de 1958. El debilitado gobierno de la IV República no sabía bien cómo reaccionar mientras que los servicios secretos y los militares franceses estaban firmemente decididos a hacer lo que fuera para que Argelia siguiera siendo una colonia francesa. En las filas del SDECE y del ejército muchos consideraban a los responsables políticos de la IV República «débiles, corruptos o corruptibles, una categoría de hombres pusilánimes y dispuestos a abandonar Argelia y huir de allí». Cuando el FLN ejecutó los primeros prisioneros franceses, los estrategas de la guerra secreta en los servicios secretos franceses y en el ejército comenzaron a fomentar un golpe de Estado para reemplazar el gobierno de París por otro régimen.

El 11º de Choque desempeñó entonces un importante papel a ambos lados de la línea del frente. El 24 de mayo de 1958, soldados con base en Calvi, en la costa norte de Córcega, emprendieron la primera fase de la operación con el despliegue de comandos de paracaidistas en toda la isla. Pronto corrió el rumor que los soldados de la sombra pensaban derrocar el gobierno legítimo y poner en el poder al general De Gaulle. Otros miembros del 11º, que no aprobaban aquella guerra antidemocrática contra el gobierno de París, abandonaron aquel mismo día la base de Cercottes y se agruparon para defender los blancos y objetivos amenazados por los conspiradores gaullistas y por las unidades paramilitares que los apoyaban. Uno de aquellos blancos era el propio jefe del SDECE, el general Paul Grossin. Cuando este último tuvo conocimiento del plan, ordenó inmediatamente que la sede del SDECE, en el parisino Boulevard Portier, fuese protegida por elementos del 11º que se mantenían fieles a él. Francia se sumió en el caos durante aquel mes de mayo de 1958. El jefe de la DST (la Dirección de Vigilancia del Territorio, siglas en francés.), Roger Wybot estaba a punto de activar un plan secreto anticomunista bautizado «Operación Résurrection». Aquel plan, que incluía esencialmente el lanzamiento en paracaídas de tropas del 11º de Choque, consistía en controlar en muy poco tiempo los centros vitales de París: el ministerio del Interior, la sede de la policía, los edificios de la televisión y la radio, las centrales eléctricas y otros lugares estratégicos de la capital. «El plan preveía también el arresto de cierto número de personalidades políticas, entre las que se encontraban Francois Mitterrand, Pierre Mendes France, Edgar Faure, Jules Moch y todos los cuadros del partido comunista.»

Pero el 27 de mayo, «apenas unas horas antes del inicio de la Operación Résurrection contra la capital francesa», De Gaulle anunció que había «iniciado el procedimiento regular necesario para el establecimiento de un gobierno republicano». Una larga serie de acciones, rápidas y capitales, se produjeron entonces, sellando la suerte de la IV República. El 28 de mayo, el presidente de la República René Coty declaró que había llamado a De Gaulle a conformar un gobierno. En sólo 24 horas, el general se presentó ante la Asamblea Nacional y solicitó plenos poderes para gobernar por decreto durante 6 meses, impuso a los diputados 4 meses de «vacaciones» y solicitó la posibilidad de presentar él mismo un proyecto de nueva Constitución. Las propuestas del general fueron aceptadas por 329 votos contra 224. «La IV República prefirió suicidarse antes de que la asesinaran […] el ejército y sus servicios de seguridad.»

Muchos de los militares y miembros de los servicios secretos que habían apoyado el golpe de De Gaulle esperaban que el general optara firmemente por la «Argelia francesa», o sea que hiciera cualquier cosa para que Argelia se mantuviera bajo la tutela colonial de Francia. Para su gran asombro, De Gaulle, con el respaldo de numerosos políticos de la IV República, proclamó el derecho de los argelinos a la autodeterminación, lo que llevó a la independencia de Argelia en 1962. Los soldados de la sombra estaban furiosos. «Siguiendo el ejemplo del general De Gaulle, los presidentes de la IV República se apartaron progresivamente de sus servicios secretos hasta no considerarlos ya como una carta de triunfo sino una carga.»

Los combatientes de los ejércitos secretos estaban divididos. ¿Debían seguir las órdenes de De Gaulle y retirarse de Argelia o luchar contra el gobierno francés? La traición final del 11º de Choque se produjo en 1961, cuando la mayor parte de sus miembros optaron por la Argelia francesa y, para promover su política, fundaron junto a oficiales del ejército francés la Organización del Ejército Secreto (OAS, siglas en francés.). Los dos objetivos declarados de la OAS eran: conservar el control de la Argelia colonial, lo cual implicaba proseguir por todos los medios la lucha contra el FLN, a pesar de las órdenes que llegaran de París; derrocar la V República del presidente De Gaulle y reemplazarla por un Estado autoritario y resueltamente anticomunista.

El golpe de Estado de los generales

La OAS pasó a la acción el 22 de abril de 1961, cuando 4 generales del ejército francés encabezados por el general Challe tomaron el poder en Argelia esperando mantenerla bajo control francés. Al parecer, soldados del ejército stay-behind de la OTAN, respaldado por la CIA, que se habían unido a la OAS estuvieron implicados en aquel golpe de Estado. Los combatientes de la sombra «se unieron a un grupo de generales que resistían, a veces de forma violenta, a los intentos de De Gaulle de negociar la independencia de Argelia y el fin de la guerra», escribió el autor estadounidense Jonathan Kwitny en su artículo sobre los ejércitos secretos en Europa Occidental. Habría que investigar más a fondo sobre esa implicación de la red stay-behind francesa en el golpe de Estado de 1961, que constituye uno de los episodios más delicados de la historia de la guerra clandestina en Francia. Las pruebas de las que hoy disponemos indican que los ejércitos stay-behind desempeñaron un papel en los putschs de 1967 en Grecia, de 1980 en Turquía y en el que fracasó en derrocar el gobierno francés en 1961.

Todo conduce a la conclusión de que aquel golpe de Estado fomentado contra De Gaulle había recibido la aprobación de la CIA y de su director Allen Dulles, así como de los partidarios de la guerra secreta en el seno de la OTAN y del Pentágono en Washington. Inmediatamente después de la intentona golpista, «voceros del Elíseo» [la sede de la presidencia francesa, NdT.] habían dado a entender «que el complot urdido por los generales había tenido el respaldo de los responsables más ferozmente anticomunistas del ejército y del gobierno americanos», según se publicó en el Washington Star. «Tanto en París como en Washington, los hechos están ahora comprobados, aunque nunca se reconocerán públicamente», escribió Claude Krief, ya en mayo de 1961, en el semanario francés L’Express. «Los más altos personajes del Estado francés lo admiten naturalmente en privado: la CIA desempeñó un papel directo en el golpe de Estado de Argel, y con certeza influyó mucho en la decisión del general Challe de realizar el putsch.» Poco antes de los hechos, Challe había ocupado las funciones de comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa Central, lo cual implicaba estrechos vínculos no sólo con el Pentágono y con representantes de Estados Unidos sino también con la red stay-behind de la OTAN, así como contactos cotidianos con oficiales del ejército estadounidense. Challe había actuado por lo tanto, concluía Krief, bajo las órdenes directas de la CIA: «Todos los que lo conocen bien están profundamente convencidos de que la CIA lo animó a continuar por ese camino».

En el momento en que Krief publicó su artículo sobre el golpe de Estado fomentado contra el general De Gaulle con el respaldo de la CIA, la existencia de los ejércitos secretos stay-behind no se había revelado aún. Al analizar la guerra clandestina internacional, Krief indicaba sin embargo que 10 días antes del golpe, el 12 de abril de 1961, una reunión secreta se había desarrollado en Madrid, con la participación de «numerosos agentes en representación de diferentes países, entre ellos varios de los conspiradores de Argel quienes comunicaron sus planes a los agentes de la CIA también presentes». En aquella reunión, los estadounidenses al parecer declararon coléricamente que la política que estaba aplicando De Gaulle «paralizaba a la OTAN y hacia imposible la defensa de Europa» y presuntamente garantizaron a los generales golpistas, a Challe entre ellos, que si ellos o sus sucesores triunfaban, Washington reconocería el nuevo gobierno en 48 horas.

De Gaulle, quien venía maniobrando para que Francia y Europa fuesen menos dependientes de Estados Unidos y de la OTAN, se enfureció ante la hipocresía de la CIA. No se sabe si el presidente Kennedy, enfrascado por entonces en el desembarco del 15 abril en Bahía de Cochinos que debía permitir el derrocamiento de Fidel Castro, había sido informado o no del golpe de Argel. Sólo se sabe que Kennedy estaba muy irritado debido al fracaso de la CIA en Cuba y que Washington no se apresuró a reconocer el régimen que los generales habían instaurado en Argel, régimen que se derrumbó en 4 días. El primer diario francés, Le Monde, resumió el asunto de la siguiente manera: «El comportamiento de Estados Unidos durante la reciente crisis no fue particularmente acertado. Parece demostrado que agentes americanos más o menos estimularon a Challe» mientras que «por supuesto, Kennedy ignoraba totalmente la situación».

La Organización del Ejército Secreto (OAS)

Después del fracaso del golpe de Estado, los soldados de la sombra se volvieron completamente incontrolables. La OAS comenzó rápidamente a asesinar representantes del gobierno argelino, a cometer masacres indiscriminadas de civiles musulmanes y asaltos de bancos. En noviembre de 1961, los hombres de la OAS operaban abiertamente en las calles de Argel, cometiendo innumerables crímenes con la esperanza de sabotear así el proceso de paz que debía desembocar en la independencia de Argelia. Para los militares y policías franceses era muy difícil luchar contra la OAS ya que muchos de ellos lo hacían de mala gana e incluso fracasaban de forma deliberada, porque en realidad aprobaban los objetivos políticos de aquella organización. La violencia se intensificaba y la OAS extendió la guerra al territorio francés, donde asesinó al alcalde de la ciudad francesa de Evian, sede de las conversaciones entre los representantes del gobierno francés y los del FLN. La OAS realizó incluso acciones violentas contra el gobierno de París y el propio De Gaulle escapó milagrosamente, el 8 de septiembre, a un intento de asesinato en Pont-sur-Seine. Los servicios especiales franceses devolvieron cada uno de aquellos golpes: en noviembre de 1961, varias explosiones destruían 6 cafés de Argel en los que se reunían simpatizantes de la OAS.

Fuera de Francia, los soldados del ejército secreto operaban también en otros países de Europa, como España, Suiza y Alemania donde escuadrones especiales del 11º de Choque organizaron el asesinato de varios líderes del FLN y de personas que prestaban apoyo financiero al FLN o le proporcionaban armas. En Alemania occidental, los soldados de la sombra parecen haber cooperado con la red stay-behind local y con los servicios secretos alemanes de la RFA, el BND. Los alemanes pusieron a la disposición del 11º de Choque el centro de entrenamiento de paracaidistas de Altenstadt, en Baviera, que sirvió de base de retaguardia en las misiones contra el FLN. «Miembros de Gladio y numerosos agentes del BND fueron también reclutados con vistas a otras operaciones especiales», subraya el especialista de los servicios secretos alemanes Erich Schmidt Eenboom. Los franceses que perpetraron aquellos asesinatos de activistas del FLN en Alemania nunca fueron capturados. «La policía parecía incapaz de atrapar a los autores de aquellos ataques relámpago», escribe Eenboom.

La guerra secreta sumió Francia en una pesadilla de violencia. Ambos bandos daban muestras crecientes de brutalidad. En el momento más tenso, Maurice Papon, por entonces prefecto de policía de París, impuso un toque de queda, después de la muerte de 11 de sus agentes. El FLN, responsable de aquellos ataques, respondió organizando en la capital una marcha de protesta, el 17 de octubre de 1961, con la participación de 40 000 argelinos. Papon, quien posteriormente fue reconocido culpable de la deportación de más de 1 500 judíos en la época de la ocupación alemana, ordenó reprimir brutalmente aquella manifestación, lo cual dio lugar a una verdadera masacre.

Según el testimonio de Constantin Melnik, fechado en 1988, por lo menos 200 personas –posiblemente más de 300– fueron asesinadas por los policías deseosos de vengar la muerte de sus colegas. Melnik fue consejero de seguridad del gobierno del general De Gaulle y jefe máximo de los servicios secretos entre 1959 y 1962. Al ser interrogado sobre la red stay-behind, Melnik insistió en la amenaza que representa cualquier tipo de ejército secreto: «Cualquier grupo de hombres con el equipamiento de radio y el entrenamiento necesarios representaría un verdadero peligro para la seguridad de Francia. Yo vi gente desplomarse bañada en sangre.

Los cuerpos se amontaban en vagones antes de lanzarlos al Sena desde el puente de la Concorde», atestiguó Saad Ouazene, obrero metalúrgico de 29 años y simpatizante del FLN. «De no haber sido tan fuerte, yo nunca habría salido vivo», agregó este testigo, que sufrió una fractura del cráneo. «Desde que los argelinos iban saliendo del autobús al llegar a la puerta de Versalles, los recibían con golpes en la cabeza», recuerda el policía francés Joseph Gommenginger, que estaba de servicio aquella noche. «Los que realizaban aquellas cacerías de árabes llegaron incluso a amenazarme a mí. Se habían quitado el número de identificación del uniforme. Yo estaba indignado.

Nunca hubiera creído que la policía fuera capaz de hacer algo así.» Decenas de cuerpos fueron encontrados en las aguas del Sena, hasta la altura de la ciudad Rouen, en los días posteriores a la masacre. A pesar de todo, no se abrió una investigación oficial por lo que la revista Les Temps Modernes de Jean-Paul Sartre calificó aquello de verdadero pogromo.

La guerra secreta de la OAS, con el apoyo de los combatientes de las redes stay-behind de la OTAN, no logró derrocar a De Gaulle ni impedir la independencia de Argelia. En marzo de 1962, el FLN y el gobierno francés finalmente firmaron en Evian los acuerdos que ponían fin a las hostilidades en Argelia y proclamaban la independencia de aquel país, provocando así el derrumbe de la OAS, que proclamó la tregua el 17 de junio de 1962, casi un año después de su creación. Sólo una fracción de irreductibles, encabezados por el coronel Jean-Marie Bastien-Thiry, se negó a deponer las armas y organizó otro atentado contra el general De Gaulle, en la localidad francesa de Petit Clamart, el 22 de agosto de 1962.

De Gaulle, que acostumbraba a restar importancia a su propia seguridad, se escandalizó de que pudieran atacarlo de aquella manera, hallándose en compañía de su esposa y tomó el asunto como una cuestión personal. En septiembre, los hombres de la OAS implicados en aquel atentado fueron arrestados en París. Todos fueron condenados a muerte, pero Bastien-Thiry fue finalmente el único ejecutado. La mayoría de los soldados del 11º de Choque, muchos de los cuales se habían unido a la OAS, vieron sus tronchadas sus carreras. Los demás fueron puestos bajo estrecha vigilancia por las autoridades gaullistas.

La ruptura con la OTAN

En el contexto de caos y violencia de la crisis argelina, el ejército secreto formado por la CIA y destinado por la OTAN a la lucha contra el comunismo se había implicado en actividad internas que nada tenían que ver con una hipotética invasión soviética. El peligro de la guerra secreta estaba, en ese caso, en la total ausencia de control por parte de las instituciones y, a veces, ni siquiera por parte del propio gobierno sobre los combatientes clandestinos. En 1990, el almirante Pierre Lacoste, quien había dirigido los servicios secretos militares franceses de 1982 a 1985, confirmó que grupos «de un pequeño número de hombres» de la red stay-behind francesa habían realizado «acciones terroristas» contra el general De Gaulle. El almirante subrayó, sin embargo, que aquellas operaciones antigaullistas fueron las únicas que cometió el Gladio francés dentro de las fronteras nacionales y precisó que, en el tiempo que él estuvo a la cabeza de los servicios secretos, él mismo había compartido la opinión de que los planes de enfrentamiento de una hipotética invasión soviética justificaban plenamente el programa stay-behind.

Antes de dejarle la presidencia de Francia a Georges Pompidou, en abril de 1969, y de su muerte, un año después a la edad de 80 años, Charles de Gaulle tuvo más tiempo que nadie para conocer los engranajes de la guerra secreta que se desarrolló en Francia. El general había estado al mando de la Resistencia contre la ocupación alemana, había recurrido a las maniobras clandestinas para alcanzar el poder al final de la IV República y, durante la V República, había sido él mismo objeto de golpes de Estado e intentos de asesinato. Mucho antes de que la existencia de los ejércitos de la OTAN saliera a la luz pública, De Gaulle había sentido envidia de Estados Unidos, teniendo en cuenta su propio aislamiento en Europa Occidental, y había cultivado a la vez cierta desconfianza hacia la CIA, a la que consideraba sospechosa de recurrir a la manipulación y las operaciones clandestinas.

Al llegar al poder, el general había anunciado su intención de aplicar su política exterior únicamente a través de sus diplomáticos, no mediante «servicios secretos irresponsables», que habían recibido además órdenes de cortar los contactos con la CIA, de la que dependían buena parte de sus actividades de inteligencia. Para De Gaulle, «el Estado francés se halaba bajo el asedio de fuerzas ocultas. ¿Quién era el responsable? Seguramente la CIA, pensaba él».

Al crearse la OTAN, en 1949, fue en Francia donde se construyó su cuartel general, que albergaba esencialmente las oficinas del SHAPE. Francia estaba por lo tanto especialmente expuesta a las operaciones secretas de la OTAN y de la CIA, para desagrado de De Gaulle, ya que el CPC –el comité director de la red secreta Gladio– también se encontraba en París, como lo reveló un documento italiano fechado en junio de 1959 y titulado: «Las Fuerzas Especiales del SIFAR y la Operación Gladio». «(…) En cuanto a la OTAN, hay que señalar las siguientes actividades: 1. La actividad del CPC (Clandestine Planning Committee) de París dependiente del SHAPE». Por otro lado, el otro órgano de comando de Gladio, el ACC, también se reunía regularmente en París. Causó por lo tanto verdadera conmoción en Washington la decisión de De Gaulle, tomada en febrero de 1966 y por razones estratégicas y personales que son aún objeto de debate entre los historiadores, de desafiar la supremacía de Washington y dar la orden a la OTAN y a Estados Unidos de poner sus bases militares en territorio francés bajo el control de París o desmantelarlas. Estados Unidos y la alianza atlántica no respondieron al ultimátum, así que el 7 de marzo de 1966 el general tomó la histórica decisión de sacar a Francia de la estructura militar de la OTAN y de expulsar del territorio francés a todos los órganos de la alianza atlántica y a sus agentes.

El cuartel general europeo de la OTAN tuvo entonces que trasladarse a Bélgica, lo cual provocó la cólera de Washington y del Pentágono. Los nuevos edificios, que aún sirven de sede a la OTAN en Europa, se construyeron en Bruselas, Mons y Casteau. La investigación del parlamento belga sobre Gladio y las operaciones de guerra clandestina lo confirmaron posteriormente: «En 1968, la sede del CPC se trasladó a Bruselas». Las investigaciones realizadas en Bélgica revelaron también que la última reunión internacional del ACC, el centro de comando de las operaciones de guerra clandestina, tuvo lugar en Bruselas el 23 y el 24 de octubre de 1990.

Jan Willens, autor belga especializado en el Gladio, subrayó que cuando De Gaulle retiró el ejército francés del comando militar integrado de la OTAN, aquello provocó la anulación de ciertos acuerdos secretos existentes entre Francia y Estados Unidos. «Fue en aquel momento que se reveló la existencia de acuerdos secretos sobre la lucha contra la subversión comunista, firmados bilateralmente por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.» De Gaulle denunció aquellos acuerdos como una violación de la soberanía nacional. Se descubrió la existencia de cláusulas secretas similares en otros países de la alianza atlántica. Giuseppe de Lutiis descubrió que en el momento de integrarse a la OTAN, en 1949, Italia había firmado, además del Pacto Atlántico, toda una serie de protocolos secretos que estipulaban la creación de una organización no oficial «encargada de garantizar el alineamiento de la política interna italiana con la del bloque occidental por todos los medios necesarios, aunque la población manifestara una inclinación diferente».

En un artículo dedicado a Gladio, el periodista estadounidense Arthur Rowse escribió que una «cláusula secreta del tratado inicial de la OTAN de 1949 estipulaba que todo país candidato a la adhesión tenía que haber creado de antemano una autoridad de Seguridad nacional de lucha contra el comunismo basada en grupos clandestinos de ciudadanos».

Aunque parezca sorprendente, incluso después de los dolorosos momentos de la crisis argelina, las unidades secretas stay-behind no fueron disueltas definitivamente en Francia. Sólo fueron objeto de una simple reestructuración. En 1998, el especialista en servicios secretos Jacques Baud observó con toda razón que «aunque no se han encontrado las pruebas, ciertos expertos han dado a entender que las actividades de la red stay-behind francesa se desarrollaron bajo la cobertura del Servicio de Acción Cívica».

Después de la disolución de la OAS, De Gaulle se las arregló al parecer para debilitar la red Rose des Vents mientras fortalecía su «Servicio de Acción Cívica», también conocido como SAC. El SAC era una especie de guardia pretoriana gaullista, un santuario del más puro gaullismo que reflejaba la desconfianza del general hacia todos los partidos políticos, incluyendo el suyo propio. La misión que aquellos hombres se habían fijado era apoyar la acción del general De Gaulle. Fundado inmediatamente después de la guerra, el SAC era el brazo armado del RPF –el Reagrupamiento del Pueblo Francés– que trataba en vano de conformar una oposición contra los comunistas y los socialistas franceses. Creado oficialmente como un grupo destinado a mantener el orden en los actos del RPF, el SAC era en realidad la sección anticomunista del RPF a cargo de los trabajos sucios. Sus unidades realizaban operaciones clandestinas contra los obreros en huelga o contra los militantes comunistas que se especializaban en perturbar con sus gritos los discursos de los oradores en los mítines gaullistas. Los hombres del SAC se encargaban también de proteger a los políticos y a los grupos de personas que salían a pegar carteles del RPF.

A pesar de las acciones que realizaba el SAC como su brazo armado, el RPF no logró ganar ninguna elección durante la IV República y fue por lo tanto disuelto en 1954. Sus más leales elementos, sin embargo, se mantuvieron al parecer en contacto ya que participaron en el golpe de 1958 que puso fin a la IV República y trajo nuevamente a De Gaulle al poder. Jacques Foccart, el director e ideólogo del SAC, como buen guerrero de la sombra y partidario del general, se encargó de la coordinación de las operaciones, gracias a sus relaciones dentro de los servicios secretos, del ejército y entre los ex miembros de la Resistencia, para organizar la ocupación de Córcega por los soldados del 11º de Choque estacionados en Calvi, el 24 de mayo de 1958. Esto fue lo que llevó al experto en servicios secretos Porch a la conclusión de que el SAC y Foccart en realidad «gestaron el regreso de De Gaulle al poder en 1958».

Jacques Foccart (1913-1997) y Charles De Gaulle (1890-1970).

El Servicio de Acción Cívica, guardia pretoriana del gaullismo

El papel que desempeñó Foccart en la guerra secreta que se desarrolló Francia sigue sin aclarar. «La amplitud de los poderes de que dispone Foccart es tan misteriosa como la manera en que los adquirió originalmente.» Nacido en la isla de Guadalupe, Jacques Foccart fue movilizado en 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, pero logró escapar en el momento de la capitulación de Francia. Colaboró después con el ejército alemán. Pero hacia el final de la guerra volvió a cambiar de bando y se unió a la Resistencia en Normandía. Incluso recibió la medalla de la Libertad del ejército estadounidense.

Después del armisticio, Foccart entró al círculo cercano al general De Gaulle y creó el SAC. El centro de entrenamiento para operaciones que fundó el propio Foccart en Cercottes, cerca de Orleáns, «se convirtió en lugar de peregrinaje para los miembros del SAC en los años 1950». En los años de la posguerra, el servicio contaba cerca de 8 000 «reservistas», entre los que se hallaban miembros en activo del Servicio de Acción del SDECE y de su unidad élite, el 11º de Choque. Todos se entrenaban en Cercottes y, a raíz de las revelaciones de 1990, se consideró aquel centro como uno de los principales lugares de formación de los miembros del Gladio francés.

A falta de una investigación oficial sobre la historia del ejército secreto francés, resulta por el momento difícil para los investigadores distinguir las diferencias entre la red stay-behind Rose des Vents y el SAC, cuestión que amerita estudios detallados. Parece, sin embargo, que el SAC también realizó operaciones anticomunistas secretas. Para que se abriera una investigación parlamentaria hubo que esperar a la llegada de los socialistas franceses al poder, en 1981. En julio de 1981, cuando un ex jefe del SAC, el inspector de policía Jacques Massié, apareció muerto en Marsella con toda su familia, los diputados comunistas exigieron una investigación sobre el Servicio de Acción Cívica. En diciembre del mismo año, después de 6 meses de audiencias, la comisión parlamentaria presentó un voluminoso informe en el que concluía que las actividades de los agentes del SDECE, del SAC y de la OAS en África estaban «íntimamente vinculadas». Los diputados descubrieron que el financiamiento del SAC era de origen dudoso y provenía esencialmente de los fondos del SDECE y del tráfico de estupefacientes.

«Los motines estudiantiles de mayo de 1968 constituían el campo de acción típico de una red “Gladio”», comentó la Intelligence Newsletter luego de las revelaciones de 1990. La comisión parlamentaria creada para investigar el SAC había descubierto, en efecto, que el Servicio había registrado una cantidad record de efectivos durante los disturbios de mayo de 1968, con no menos de 30 000 hombres. Es por lo tanto posible que haya intervenido en los disturbios. En 1981, el SAC contaba aún con 10 000 miembros. «Se estima que entre el 10 y el 15% eran policías. Pero también había en sus filas oportunistas, gángsteres y partidarios de la extrema derecha.»

La comisión parlamentaria denunció el SAC como un peligroso ejército secreto que había servido de policía paralela, se había infiltrado en organizaciones públicas para influir en las decisiones de estas y había cometido actos de violencia. Como conclusión de lo que era en aquel entonces la investigación parlamentaria más profunda que se había realizado en Francia sobre una red secreta, los diputados estimaron que la existencia del SAC era «incompatible con las leyes de la República», y el gobierno del presidente Francois Mitterrand ordenó su desmantelamiento en julio de 1982.

Una limpieza anunciada que nunca ha llegado a concretarse

El gobierno de Mitterrand, cada vez más preocupado por el papel que los servicios secretos han desempeñado en las democracias modernas, la emprendió con los servicios secretos militares franceses que desde hacía años eran el eje de las operaciones clandestinas desarrolladas en Francia. Una investigación parlamentaria sobre las actuaciones clandestinas de los servicios de inteligencia, realizada en 1982 y dirigida por el diputado socialista Jean-Michel Bellorgey, concluyó que agentes de la inteligencia que actuaban bajo la influencia de la paranoia típica de la guerra fría y la obsesión del «enemigo interno» habían infringido la ley varias veces mientras que los servicios secretos acumulaban «fracasos, escándalos y operaciones dudosas». Al leer aquella edificante conclusión, Mitterrand apoyó la solicitud de los comunistas que, con el respaldo de un grupo de socialistas, hacía tiempo que venían pidiendo la disolución del SDECE.

Pero aquella decisión, que podía tener graves consecuencias, finalmente no se adoptó y el SDECE no fue desmantelado sino solamente reformado. Cambió de nombre para convertirse en Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE) y el almirante Pierre Lacoste fue nombrado director. En colaboración con la OTAN, el almirante Lacoste siguió dirigiendo el ejército secreto que se había puesto bajo su responsabilidad y, en 1990, después de las revelaciones sobre Gladio, defendió su convicción de que los planes de enfrentamiento de una hipotética invasión justificaban plenamente el programa stay-behind. La «Operación Satanique», durante la cual agentes de la DGSE dinamitaron –el 10 de julio de 1985– el Rainbow Warrior, barco de Greenpeace que protestaba pacíficamente contra los ensayos nucleares franceses en Polinesia, puso fin a la carrera del almirante Lacoste. Al descubrirse su implicación en el asunto, al igual que la del ministro francés de Defensa Charles Hernu e incluso la del propio presidente Francois Mitterrand, el almirante Lacoste se vio obligado a dimitir.

En marzo de 1986, la derecha ganó las elecciones legislativas, instaurando un régimen de cohabitación entre el presidente socialista Francois Mitterrand y su primer ministro gaullista Jacques Chirac. En 1990, al aumentar las revelaciones sobre los ejércitos secretos en Europa, Chirac no estuvo realmente entusiasta ante la idea de que se sacara a la luz del día toda la historia del ejército secreto francés. Una investigación de ese tipo podía arruinar la brillante carrera política de quien se convertiría un día en presidente de la República Francesa, sobre todo porque el propio Chirac había presidido el Servicio de Acción Cívica en 1975.

A Francia le costó por lo tanto mucho trabajo asumir la historia de su guerra secreta contra el comunismo. No hubo investigación oficial. Los representantes del gobierno trataron de minimizar los daños con mentiras y verdades a medias. El 12 de noviembre de 1990, el ministro de Defensa Jean-Pierre Chevenement reconoció pesaroso ante la prensa que «[era] exacto que una estructura [había] existido, construida a principios de los años 1950 y destinada a garantizar el enlace con un gobierno obligado a refugiarse en el extranjero en caso de ocupación». Después de declarar lo anterior, el ministro mintió al afirmar que «Esa estructura fue disuelta por orden del Presidente de la República. Hasta donde yo sé, no desempeñó otro papel que el de red durmiente y enlace». Al día siguiente, el presidente Mitterrand tuvo que hacer frente a las preguntas de la prensa. «Cuando yo llegué al poder», afirmó, «ya no había mucho que disolver. No quedaban más que unos pocos elementos sobre cuya existencia me enteré con sorpresa ya que todo el mundo los había olvidado».

El primer ministro Jacques Chirac se negó a abordar el tema. Pero a su homólogo italiano Giulio Andreotti no le agradó que el gobierno francés minimizara así su responsabilidad en la cuestión del Gladio ni que pusiera en duda sus propias declaraciones, que señalaban que el Gladio había existido en la mayoría de los países de Europa Occidental. Así que Andreotti declaró a la prensa que, lejos de estar disuelto desde hacía mucho tiempo, el ejército secreto francés incluso había enviado representantes a la reunión del ACC que se había realizado en Bruselas el 23 y el 24 de octubre de 1990, revelación que provocó considerable malestar en Francia.

Los tiempos cambian: Nicolas Sarkozy y Alain Bauer. Sarkozy es el nieto adoptivo de Frank Wisner, fundador del Gladio.

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 7 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française : éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (VIII)
La guerra secreta en España/por Daniele Ganser

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Washington y Londres, que no habían tenido el menor escrúpulo en permitir que el general Franco acabara con la República Española, tampoco tuvieron el menor reparo en establecer una alianza con el Caudillo. Madrid se convirtió en la base de retaguardia de diversas organizaciones criminales y en Las Palmas incluso se abrió un centro de entrenamiento para la guerra secreta. Como la dictadura franquista se mantenía en el poder únicamente gracias al apoyo de los anglosajones, todos los miembros de su gobierno provenían del Gladio. Al morir el Caudillo, la condición previa del tránsito hacia la democracia fue que se mantuvieran las bases militares estadounidenses en España y que el país se incorporara a la OTAN. El Gladio pasó entonces a la clandestinidad, sin abandonar por el poder.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 15 DE JUNIO DE 2011

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»


El Fuhrer Adolfo Hitler y el Caudillo Francisco Franco.

En el caso de España, la guerra de la derecha contra la izquierda y los comunistas no se desarrolló en forma de guerra secreta. Fue una guerra abierta y brutal que duró 3 años y dejó 600 000 víctimas en total, tantas como la Guerra de Secesión en Estados Unidos. El historiador Víctor Kiernan observa con bastante agudeza que un «ejército, supuestamente encargado de garantizar la seguridad de la nación, puede comportarse a veces como un perro guardián que muerde a la gente que debería proteger». Pudiera pensarse que ese análisis se inspira en los ejércitos secretos stay-behind. Con esa frase. Kiernan describía sin embargo el principio de la Guerra Civil española, que comenzó el 17 de julio de 1936, cuando un pequeño grupo de militares conspiradores trataron de tomar el poder. Cierto es que «los generales españoles tienen, al igual que sus primos de Sudamérica, la mala costumbre de meterse en política».

El golpe de Estado militar del general Franco y sus cómplices se produjo después de que la izquierda reformadora de Manuel Azada ganara las elecciones del 16 de febrero de 1936 y aplicara numerosos programas a favor de las capas más desfavorecidas de la sociedad. Para la poderosa y mal controlada casta militar española, España estaba entonces a punto de caer en manos de los socialistas, los comunistas, los anarquistas y otros izquierdistas anticlericales. Muchos, en las filas del ejército español, estaban convencidos de que tenían que salvar el país de la amenaza roja del comunismo que provocaba purgas y asesinatos masivos en la URSS de Stalin. Algunos historiadores, entre ellos el propio Kiernan, son menos indulgentes cuando analizan las causas de la guerra de España. Estiman que «los culpables no podían estar más a la vista (…) El caso de España es muy sencillo. Un gobierno democráticamente electo fue derrocado por el ejército. No era difícil tomar partido. De un lado, los pobres. Del otro, los fascistas, los poderosos, los grandes terratenientes y la Iglesia.»

En Grecia, el putsch de 1967 permitió a los militares tomar el poder en menos de 24 horas. Pero en la España de 1936, la oposición de la población civil española fue tan masiva que la República luchó por espacio de 3 años antes de que Franco lograra instaurar la dictadura militar. La lucha fue larga e intensa, no sólo porque numerosos ciudadanos tomaron las armas contra el ejército sino también porque 12 Brigadas Internacionales se formaron espontáneamente para respaldar la resistencia republicana contra Franco. Hecho único en la historia mundial, jóvenes idealistas, hombres y mujeres, provenientes de más de 50 países, se incorporaron voluntariamente a las Brigadas Internacionales, que reunieron finalmente entre 30 000 y 40 000 miembros. La mayor parte eran obreros, pero había también profesores, enfermeras, estudiantes y poetas que iban a luchar por España. «Era realmente muy importante estar allí, en aquel momento histórico, y ayudar. Realmente fueron los años más importantes de mi vida», comenta, 60 años más tarde, Thora Craig, una enfermera británica nacida 1910. Robert James Peters, nacido en 1914, yesista de profesión, declaró: «Si alguna vez hice algo útil en mi vida, seguramente fue aquello.»

Miembros de las Brigadas Internacionales (en este caso de la Brigada Lincoln).

A pesar del apoyo de las Brigadas Internacionales, los socialistas y comunistas españoles no lograron impedir el golpe de Estado de Franco ya que este último tuvo el respaldo de Mussolini y de Hitler, además de beneficiarse con la decisión de no intervenir que tomaron los gobiernos de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Estimando que el comunismo español era para ellos más peligroso que un dictador fascista, los mencionados gobiernos asistieron impávidos a la muerte de la República Española. En el contexto de los primeros momentos de la Segunda Guerra Mundial, mucho se escribió sobre el fracaso de los primeros ministros del Reino Unido y Francia –Chamberlain y Daladier– en detener a Hitler y Mussolini en septiembre de 1938. Pero hubo bastante menos comentarios sobre el silencioso respaldo de Londres y París al anticomunismo italiano y alemán. Mientras la Unión Soviética armaba a los defensores de la República española, Hitler y Mussolini enviaron a España más de 90 000 soldados armados y entrenados. La aviación alemana fue además responsable de verdaderas masacres, como el bombardeo contra la aldea de Guernica, inmortalizado por Picasso. Como resultado, el gobierno británico enterró definitivamente la República Española, el 27 de febrero de 1939, al otorgar su definitivo reconocimiento al régimen de Franco. Al garantizar la neutralidad de España en la futura guerra, Hitler y Mussolini garantizaban también la seguridad de su flanco oeste. Mientras la lucha contra el comunismo seguía desarrollándose a escala europea con los repetidos intentos hitlerianos de invasión contra la Unión Soviética –intentos fracasados, pero al precio de un considerable número de víctimas–, el dictador Franco devolvió el favor a las potencias del Eje enviando su División Azul a Rusia a luchar junto a la Wehrmacht.

El general Francisco Franco (al centro) con el general Emilio Mola (a la derecha).

Después de la Segunda Guerra Mundial, los enemigos comunistas internos en Europa Occidental eran comúnmente llamados «Quintas Columnas». Aquel término había sido utilizado originariamente para designar los ejércitos secretos fascistas durante la guerra civil española y el primero en utilizarlo fue el general franquista Emilio Mola. Como en octubre de 1936 –3 meses después del golpe de Estado de Franco– Madrid seguía en manos de los republicanos y de las Brigadas Internacionales, Franco ordenó a Mola tomar la capital combinando la astucia y la fuerza bruta. Horas antes del asalto, en una manipulación que se hizo legendaria, Mola anunció a la prensa que disponía de 4 columnas, en espera fuera de la ciudad, y que una «quinta columna» de partidarios de Franco ya se encontraba dentro de Madrid. Al no portar uniformes ni insignias y ser así capaces de moverse sin problemas entre los enemigos de Franco, los miembros de aquella «quinta columna» infiltrada eran, según Mola, los más temibles de todos sus combatientes.

Aquella estrategia resultó eficaz ya que sembró el miedo y la confusión entre los comunistas y los socialistas que defendían Madrid. «La policía emprendió en la noche de ayer un registro sistemático en todos los inmuebles de Madrid en busca de rebeldes [franquistas]», reportó el New York Times al día siguiente de la declaración de Mola. Aquellas órdenes eran resultado «aparentemente de un reciente anuncio del general Emilio Mola a través de la emisora radial de los rebeldes. Afirmó que contaba con 4 columnas de tropas posicionadas fuera de la ciudad y con una quinta columna que esperaba la entrada [de las anteriores], escondida dentro de la capital.» A pesar de que el asalto dirigido por el general Mola resultó en definitiva un fracaso, el temor a la famosa quinta columna de hombres de la extrema derecha persistió a lo largo de toda la guerra. Mike Economides, un comandante chipriota de las Brigadas Internacionales, acostumbraba a informarle a los nuevos reclutas que la guerra de España se estaba librando en dos frentes, con «el enemigo delante y la quinta columna detrás».

El término «quinta columna» sobrevivió a la guerra civil española y sirvió desde entonces para designar a los ejércitos secretos o grupos subversivos armados que operan clandestinamente dentro de la zona de influencia de su enemigo. Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler creó quintas columnas nazis encargadas de preparar el terreno, en Noruega y en otros países, para facilitar la invasión por parte del ejército regular alemán. Después de derrotar a Alemania, el bloque occidental y la OTAN se adueñaron de la expresión y la adaptaron al contexto de la guerra fría. El término «quinta columna» se empleó entonces para designar los ejércitos secretos comunistas. Muy pronto los especialistas en operaciones de guerra clandestina denunciaron «la rapidez del “mundo libre” en permitir que proliferaran en su territorio las quintas columnas comunistas». No fue hasta 1990 que finalmente se supo que probablemente la mayor red de quintas columnas de la historia era la red stay-behind de la OTAN.

Franco gobernó España con mano de hierro. Desde 1936 hasta su muerte, en 1975, no se organizó ni una elección libre en España. Entre los arrestos arbitrarios, los simulacros de juicios, la tortura y los asesinatos, era mínimo el peligro de que los comunistas o los socialistas lograran ganar influencia. Es por ello que al ser interrogado sobre la existencia de Gladio en España, Calvo-Sotelo, quien había sido primer ministro entre febrero de 1981 y diciembre de 1982, respondió con una mezcla de ironía y amargura que bajo la dictadura de Franco «Gladio era el gobierno». Alberto Oliart, ministro de Defensa del gobierno de Calvo-Sotelo, hizo una observación similar al calificar de «pueril» el hecho de preguntarse si la España franquista también había tenido un ejército secreto de extrema derecha ya que «aquí, Gladio era el gobierno».

En el contexto de la guerra fría, Washington no se alió inmediatamente al criminal Franco. Por el contrario, después de las muertes de Hitler y de Mussolini, algunos elementos de la OSS estimaban que la siguiente etapa de la lucha antifascista era lógicamente el derrocamiento del Caudillo. Fue así que, en 1947, precisamente en momentos en que acababa de crearse la CIA, la OSS emprendió la «Operación Banana». Anarquistas catalanes recibieron entonces ciertas cantidades de armas y desembarcaron en las costas españolas con el objetivo de derrocar el régimen franquista. Parece, sin embargo, que no hubo entre los anglosajones un verdadero consenso en cuanto a la necesidad política de deshacerse de Franco, a quien algunos, en Londres y Washington, veían más bien como una importante carta de triunfo. Finalmente, el MI6 británico acabo informando a los servicios secretos españoles sobre la existencia de la Operación Banana. Los rebeldes fueron arrestados y fracasó así el «contragolpe de Estado».

El almirante español Carrero Blanco, miembro del Opus Dei y oficial de enlace de Gladio, presta juramento sobre la Biblia ante el Caudillo Franco junto a su gobierno.

En 1953, Franco consolidó su posición en la escena internacional al firmar con Washington un pacto que permitía a Estados Unidos el despliegue de misiles, tropas, aviones y antenas SIGINT (Signals Intelligence) en territorio español. En reciprocidad, Estados Unidos sacó a España de su aislamiento internacional convirtiéndola en 1955, a pesar de la oposición de muchos países, comenzando por la Unión Soviética, en miembro de la Organización de Naciones Unidas. Como muestra de respaldo a la «muralla contra el comunismo» que era España, el secretario de Estado John Foster Dulles, hermano del director de la CIA Allen Dulles, se reunió con Franco en diciembre de 1957 y el hombre de confianza del Caudillo, Carrero Blanco, puso especial cuidado en cultivar las relaciones entre la dictadura española y la CIA. A fines de los años 1950, «las relaciones se habían fortalecido, convirtiendo el aparato de inteligencia de Franco en uno de los mejores aliados de la CIA en Europa».

Al igual que los dictadores de Latinoamérica, Franco se había convertido en un aliado de Washington. Tras las bien cerradas puertas de una oficina de enlace político situada en los pisos superiores de la embajada de Estados Unidos en Madrid, el jefe de la estación local de la CIA y su equipo de acción clandestina seguían de cerca la vida política española y la moldeaban. Siguiendo el comportamiento típico de los oligarcas, Franco se enriqueció y garantizó su control sobre el poder instaurando una jerarquía basada en los privilegios y la corrupción. Autorizaba la obtención de enormes beneficios provenientes de negocios sucios a sus más cercanos colaboradores, quienes a su vez beneficiaban a sus propios subordinados, y así sucesivamente… Toda la estructura del poder militar tenía que contar con la aprobación del Caudillo y dependía de él para sobrevivir.

En ese contexto, el ejército y los servicios secretos españoles prosperaron fuera de todo control y se dedicaron al tráfico de armas y de estupefacientes, así como al terrorismo en la misma escala que al contraterrorismo. La dictadura de Franco no disponía de uno sino de 3 ministerios de Defensa: uno para las fuerzas terrestres, otro para la fuerza aérea y otro más para la marina de guerra. Cada uno de aquellos 3 ministerios tenía su propio servicio de inteligencia: Segunda Sección Bis para el ejército terrestre, Segunda Sección Bis para la fuerza aérea y el Servicio de Información Naval (SEIN) para la marina de guerra. El Estado Mayor español (Alto Estado Mayor, AEM), dirigido por el propio Franco, tenía además su propio servicio secreto, el SIAEM (Servicio de Información del Alto Estado Mayor). Coronando todo ese conjunto, el ministerio del Interior dirigía también dos servicios: la Dirección General de Seguridad (DGS) y la Guardia Civil.

En 1990 se descubrió que agentes de los servicios secretos españoles habían codirigido, junto a la CIA, una célula del Gladio español en Las Palmas, Islas Canarias. La base fue construida al parecer en 1948 y estuvo operando durante los años 1960 y 1970. Agentes del servicio de inteligencia de las fuerzas terrestres parecen haber estado profundamente implicados en la red secreta stay-behind. André Moyen, quien fue miembro del SDRA, la inteligencia militar belga, de 1938 a 1952, afirmó que la Segunda Bis estaba siempre «muy bien informada sobre el Gladio». El historiador francés Roger Faligot confirmó las declaraciones de Mouen y subrayó que, en los años 1950, el ejército secreto español había estado bajo la dirección del cónsul de los Países Bajos Herman Laatsman, quien era «muy amigo, al igual que su esposa, de André Moyen». Una segunda confirmación llegó de Italia, donde el coronel Alberto Vollo declaró en 1990 que «en los años 1960 y 1970 existía efectivamente en Las Palmas, Islas Canarias, un centro de entrenamiento del Gladio dirigido por instructores americanos. En el mismo lugar había también instalaciones SIGINT americanas.»

André Moyen aceptó responder a las preguntas del diario comunista belga Drapeau Rouge. En momentos en que la guerra fría estaba llegando a su fin, Moyen confirmó así a sus antiguos enemigos que, durante años de servicio activo, él mismo había participado directamente en la Operación Gladio y en misiones secretas contra los partidos comunistas de numerosos países. Contó este ex agente lo mucho que le había sorprendido que los servicios secretos españoles no fuesen objeto de una investigación más profunda ya que él sabía de fuentes fidedignas que dichos servicios habían desempeñado «un papel crucial en el reclutamiento de los agentes del Gladio». Según el testimonio de Moyen, en septiembre de 1945, el ministro belga del Interior Vleeschauwer lo había enviado a una reunión con el ministro del Interior italiano Mario Scelba, con la misión de elaborar estrategias destinadas a impedir que los comunistas lograran llegar al poder. Más tarde, Francia había mostrado el mismo interés y el ministro francés del Interior Jules Moch había puesta a Moyen en contacto con el director del SDECE, Henri Ribiere. El ex agente del SDRA afirmó haberse reunido también, en los años 1950 y con la mayor discreción, con altos militares de la neutral Suiza.

Declaró Moyen que sus primeros contactos con la rama española de la red Gladio databan de octubre de 1948, época en que «una célula de la red operaba en Las Palmas», Islas Canarias. Oficialmente, Moyen había sido enviado a Canarias para investigar un fraude vinculado a un combustible enviado por vía marítima desde Bélgica hacia el Congo vía las Islas Canarias. Según el testimonio de Moyen «El fraude beneficiaba a los representantes de las más altas autoridades españolas y nosotros descubrimos además un importante tráfico de drogas». Cuando Bélgica reveló la existencia de aquel tráfico, el dictador Franco envió «dos agentes de la Segunda Bis» del Estado Mayor encargados de ayudar en la investigación. «Aquellos hombres estaban muy bien informados, fueron de gran ayuda para mí», recuerda Moyen. «Hablábamos de montones de cosas y tuve la oportunidad de comprobar que estaban muy al corriente de la red Gladio».

En 1968, Franco tuvo también que hacer frente al movimiento internacional de protesta de los estudiantes. Por temor a la aparición de manifestaciones masivas, el ministro de Educación de España pidió al jefe del SIAEM, el general Marcos, que organizara operaciones secretas contra las universidades. En 1968, el almirante Carrero Blanco, muy cercano a la CIA, creó en el seno del SIAEM una nueva unidad especial de guerra secreta bautizada como OCN cuyo blanco eran los estudiantes, los profesores y el movimiento revolucionario social en su conjunto. Después de varias operaciones exitosas, Carrero Blanco decidió, en marzo de 1972, convertir la subdivisión OCN del SIAEM en un nuevo servicio secreto denominado SECED (Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno), servicio que puso bajo el mando de José Ignacio San Martín López, quien ya dirigía la OCN desde 1968. Según el autor especializado en el Gladio Pietro Cedomi, el SECED mantenía estrechos vínculos con el ejército stay-behind español, numerosos agentes eran miembros de ambas organizaciones a la vez, y el ejército secreto participó en la represión desencadenada contra los estudiantes y los profesores opositores.

El teniente coronel SS Otto Skorzeny adquirió toda una reputación de especialista en operaciones comando durante la Segunda Guerra Mundial. Su logro más importante fue la organización del rescate de Benito Mussolini, la Operación Eiche. Durante la guerra fría, Skorzeny creó la empresa de mercenarios Paladin Group, basada en España. Realiza entonces operaciones secretas para el Gladio y para otros clientes, como los coroneles griegos, el régimen sudafricano del apartheid, el coronel Kadhafi y el SDECE francés de Jacques Foccart. Trabaja también para transnacionales como Cadbury Schweppes y Rheinmetall.

Durante la guerra fría, la dictadura de Franco dio refugio a numerosos terroristas de extrema derecha que habían participado en la guerra secreta contra el comunismo en Europa Occidental. En enero de 1984, el extremista italiano Marco Pozzan, miembro de la organización Ordine Nuovo, reveló al juez Felice Casson, el magistrado que descubrió la existencia de los ejércitos secretos, que una verdadera colonia de fascistas italianos se había establecido en España durante los últimos años del régimen franquista. Más de 100 conspiradores habían huido de Italia después del fracaso del golpe de Estado neofascista del príncipe Valerio Borghese, en diciembre de 1970. Los partidarios de la extrema derecha, incluyendo al propio Borghese así como a Carlo Cicuttini y Mario Ricci, se habían reagrupado en España bajo la dirección del notorio terrorista internacional Stefano Delle Chiaie, cuyos hombres habían ocupado el ministerio italiano del Interior durante el fallido golpe de Estado.

En España, Delle Chiaie se vinculó a los fascistas de otros países europeos, como el ex nazi Otto Skorzeny; el ex oficial francés, miembro de la OAS y cercano al Gladio Yves Guerain-Serac y el director de Aginter Press, agencia de prensa ficticia basada en Portugal que servía de pantalla para la CIA. Los servicios secretos de Franco empleaban a Skorzeny como «consultor en seguridad» y contrataron a Delle Chiaie para perseguir a los opositores de Franco en España y en el exterior. Delle Chiaie organizó un millar de operaciones sangrientas, entre las que se cuentan unos 50 asesinatos. La guerra secreta en España consistió esencialmente en asesinatos y la realización de actos de terrorismo. Los miembros del ejército secreto de Delle Chiaie, como Aldo Tisei, confesaron posteriormente ante magistrados italianos que durante su exilio en España habían perseguido y asesinado militantes antifascistas españoles por encargo de los servicios secretos de España.

Stefano Delle Chiaie, fundador de Avanguardia Nazionale, miembro de la logia Propaganda Due (P2), dirigente de la World Anti-Communist League. Perpetró numerosos asesinatos y torturas en el marco de la Operación Cóndor en Argentina, Bolivia y Chile.

Marco Pozzan, quien huyó de España a principios de los años 1970, reveló que «Caccola», como apodaban a Delle Chiaie, recibía muy buena paga por los servicios que prestaba en España. «Hacía viajes muy costosos, siempre en avión, incluyendo vuelos transatlánticos. Caccola recibía casi siempre el dinero de los servicios secretos y de la policía española.» Entre los blancos del fascista se hallaban los terroristas de ETA (Euskadi Ta Askatasuna) que luchaban por la independencia del país vasco. Por orden de Caccola, agentes subversivos se infiltraron en las células de ETA y entre sus simpatizantes. «Sabemos que Caccola y sus hombres actuaron contra los autonomistas vascos por orden de la policía española», recordó Pozzan. «Yo recuerdo que durante una manifestación en Montejurra, Caccola y su unidad organizaron una batalla entre dos movimientos políticos opuestos. Para que no se pudiera acusar a la policía española de intervenciones violentas injustificadas, Caccola y su unidad tenían que provocar e instaurar el desorden. Aquel día incluso hubo varios muertos. Fue en 1976.»

En 1975, después del fallecimiento de Franco, Delle Chiaie comprendió que España había dejado de ser un lugar seguro y se fue a Chile. Allí lo reclutó Pinochet, el dictador chileno aupado por la CIA. En el marco de la Operación Cóndor, Pinochet le ordenó perseguir y matar a los opositores chilenos en todo el continente latinoamericano. Caccola se fue después a Bolivia, donde formó escuadrones de la muerte y desencadenó nuevamente una «violencia sin límites». Nacido en 1936, Stefano Delle Chiaie sigue siendo hoy el más conocido de los terroristas miembros de los ejércitos secretos que combatieron el comunismo en Europa y en el mundo durante la guerra fría. Este fascista fue la pesadilla de los movimientos de izquierda del mundo entero, pero después de su huida de España prácticamente no volvió más al Viejo Continente, excepto en 1980, cuando la policía italiana sospecha que volvió a su país natal para perpetrar el atentado de la estación de Bolonia. El 27 de marzo de 1987 este intocable mercenario fue finalmente arrestado en Caracas por los servicios secretos venezolanos, a los 51 años. En sólo pocas horas, agentes de los servicios secretos italianos y de la CIA llegaron a Caracas. Caccola no expresó ningún remordimiento, pero señaló en pocas palabras que muchos gobiernos lo habían protegido durante su guerra contra la izquierda a cambio de que él ejecutara para ellos ciertas misiones: «Hubo atentados. Eso es un hecho. Los servicios secretos enmascararon las pistas. Eso es otro hecho.»

El 20 de diciembre de 1973, los nacionalistas vascos de ETA ejecutaron al almirante Carrero Blanco. Su automóvil blindado Dodge Dart GT 3700 activó una mina que lo lanzó a 35 metros de altura. Carrero Blanco murió a causa del impacto provocado por el aplastamiento del vehículo.

En junio de 1973, sintiendo la proximidad de su propio fin, Franco había nombrado primer ministro a Carrero Blanco, su oficial de enlace con la CIA y gran arquitecto de sus servicios secretos. Pero la mayoría de la población odiaba a Carrero Blanco, debido a sus métodos brutales, y este murió en diciembre del mismo año cuando su automóvil hizo estallar una mina de ETA. Considerada hasta aquel momento como «folklórica», la organización terrorista franco-española ETA se convirtió entonces, como resultado del asesinato del primer ministro español, en un peligroso enemigo del Estado.

Después de la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, la transformación del aparato español de seguridad resultó difícil. El SECED (Servicio Central de Documentación de la Defensa), que era el más conocido de los servicios secretos de España, fue rebautizado como CESID (Centro Superior de Información de la Defensa). Su primer director, el general José María Burgón López-Doriga, se ocupó sin embargo de que el nuevo órgano se conformara esencialmente con ex agentes del SECED. De esa manera, la guerra secreta desatada con la complicidad de los extremistas italianos podía continuar, como subrayó la prensa en 1990, cuando se descubrió la existencia de los ejércitos secretos: «Hace una semana, el diario español El País descubrió el último vínculo conocido entre España y la red secreta. Carlo Cicuttini, cercano del Gladio, participó activamente en el atentado de la estación de Atocha, en Madrid, en enero de 1977.» «Después vino el ataque de un comando de extrema derecha contra la oficina de un abogado cercano al partido comunista, [atentado] que dejó 5 muertos. El hecho provocó pánico, (…) porque se temía que fuera el comienzo de una nueva serie de atentados tendientes a obstaculizar el proceso de transición democrática en España.»

El guerrero de la sombra de extrema derecha Cicuttini había huido a España en un avión militar después del atentado dinamitero de Peteano, en 1972. Fue precisamente al investigar ese atentado años después que el juez Felice Casson logró llegar hasta el terrorista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra y el ejército secreto, lo cual llevó al descubrimiento de la red europea Gladio. En España, Cicuttini se había puesto al servicio de la guerra secreta de Franco quien, en pago, lo protegía de la justicia italiana. En 1987, esta última lo condenó a cadena perpetua por su participación en el atentado de Peteano. Sin embargo, como síntoma de la persistente influencia que su aparato militar seguía ejerciendo por debajo de la mesa, la España ya convertida en democracia se negó a entregarlo a las autoridades italianas alegando que, al casarse con la hija de un general español, Cicuttini se había convertido en ciudadano español. No fue hasta abril de 1998, a la edad de 50 años, que el terrorista fue finalmente arrestado en Francia y extraditado a Italia.

Como todos los ejércitos secretos de Europa Occidental, la red anticomunista española se mantenía sistemáticamente en estrecho contacto con la OTAN. En 1990, al estallar el escándalo, el general italiano Gerardo Serravalle, quien dirigió el Gladio en su país desde 1971 hasta 1974, escribió un libro sobre la rama italiana del ejército secreto de la OTAN. Serravalle contaba en dicho libro que, en 1973, los responsables de los ejércitos secretos de la alianza atlántica se habían reunido en el CPC, en Bruselas, en el marco de un encuentro extraordinario para discutir la admisión de la España franquista en el seno del Comité. Los servicios secretos militares franceses y la muy influyente CIA defendieron al parecer la admisión de la red española mientras que Italia, representada por Serravalle, se opuso porque se sabía que la red española estaba protegiendo en aquella época a varios terroristas italianos. «Nuestras autoridades políticas se hubieran visto en una situación especialmente delicada ante el Parlamento», escribe el general en su libro, de haberse sabido no sólo que Italia mantenía un ejército secreto sino que, además, colaboraba estrechamente con la red clandestina española que albergaba y protegía a terroristas italianos. Por lo tanto, España no fue admitida oficialmente en el CPC.

En una segunda reunión del CPC, esta vez en París, los representantes de los servicios secretos de Franco estuvieron nuevamente presentes. Aseguraron que España merecía integrar el centro de comando del Gladio ya que hacía mucho que había autorizado a Estados Unidos el estacionamiento de sus misiles nucleares en territorio español y la entrada de los navíos de guerra y los submarinos estadounidenses en puertos españoles sin haber recibido nunca nada a cambio de parte de la OTAN. Teniendo en cuenta la barrera natural que constituyen los Pirineos y la distancia que separaba España de las fronteras de la URSS, es probable que el desarrollo de capacidades de resistencia en caso de ocupación no fuese el principal objetivo de los agentes de los servicios secretos españoles presentes en aquella reunión. Es más probable que su objetivo fuera disponer de una red secreta operativa para luchar contra los socialistas y los comunistas españoles. «En cada reunión hay una “hora de la verdad”. Sólo hay que esperarla», explica Serravalle. «Es el momento en que los delegados de los servicios secretos, relajados ante una botella o una taza de café, están más dispuestos a hablar con franqueza. En París, aquel momento llegó durante la pausa del café. Me acerqué a uno de los representantes españoles y empecé por decirle que su gobierno quizás había sobrestimado la envergadura de la amenaza comunista proveniente del este. Yo quería provocarlo. Pareció muy sorprendido y reconoció que España tenía un problema con los comunistas (“los rojos”). Por fin sabíamos la verdad.»

España se convirtió oficialmente en miembro de la OTAN en 1982. Pero el general italiano Serravalle reveló que contactos no oficiales habían tenido lugar mucho antes de esa fecha. Según Serravalle, España «no entró por la puerta sino por la ventana». Por invitación de Estados Unidos, el ejército secreto español había participado, por ejemplo, en un ejercicio stay-behind bajo el mando de las fuerzas estadounidenses realizado en Baviera, en marzo de 1973. Parece además que el Gladio español también formó parte, bajo el nombre codificado de «Red Quantum», del segundo órgano de mando en el seno de la OTAN, el CC. «Cuando España se integró a la OTAN en 1982, su estructura stay-behind cercana al CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), sucesora del SECED, se incorporó al ACC», precisó Pietro Cedoni, autor especializado en Gladio. «Eso provocó conflictos en el seno del Comité. Los italianos del SISMI [los servicios secretos militares de Italia] acusaban esencialmente a los españoles de respaldar indirectamente a los neofascistas italianos a través de su red stay-behind “Red Quantum”.»

No es posible afirmar con certeza que los socialistas españoles del primer ministro Felipe González, quien llegó al poder en 1982, conocían aquel programa de colaboración con la OTAN. El nuevo gobierno democrático se mostraba, en efecto, especialmente desconfiado hacia el CESID, que dirigía el coronel Emilio Alonso Manglano y sobre el que no tenían prácticamente ningún control. En agosto de 1983 se supo que agentes del CESID escuchaban clandestinamente las conversaciones de los ministros socialistas desde los sótanos de la sede del gobierno. A pesar del escándalo que aquello provocó, Manglano logró conservar su puesto. En 1986, cuando España fue aceptada en la Comunidad Europea luego de una notable transición democrática, muchos esperaban que el antiguo aparato de los servicios secretos fuera finalmente derrotado y puesto bajo estricto control del gobierno. Pero aquella esperanza, existente también en muchos otros países de Europa Occidental, fue barrida por el descubrimiento de la red de ejércitos stay-behind conocida como Gladio.

Cuando la prensa comenzaba a interesarse de cerca por los ejércitos secretos, a finales de 1990, el diputado comunista español Carlos Carnero sospechó con toda razón que España había sido una de las principales bases del Gladio y que había acogido a neofascistas de numerosos países, quienes gozaron de la protección del aparato estatal franquista. La sospecha de Carlos Carnero fue confirmada por Amadeo Martínez, un ex coronel que había tenido que dejar el ejército español por las cosas que decía y que declaró a la prensa en 1990 que bajo el régimen de Franco España había sido efectivamente base de una estructura tipo Gladio que había realizado, entre otras operaciones dignas de condena, acciones de espionaje contra opositores políticos. La televisión estatal transmitió entonces un reportaje sobre Gladio que confirmaba que agentes de la red habían venido a España a entrenarse bajo la dictadura de Franco. Un oficial italiano familiarizado con los ejércitos secretos testimoniaba que soldados de la red stay-behind de la OTAN se habían entrenado en España desde 1966 –y quizás antes de ese año– hasta mediados de los años 1970. El ex agente afirmaba que él mismo se había entrenado, al igual que 50 de sus compañeros de armas, en la base militar de Las Palmas, Islas Canarias. Según él, la mayoría de los instructores de Gladio eran estadounidenses.

Pero era evidente que no todos estaban tan bien informados. Javier Rupérez, primer embajador de España ante la OTAN, de junio de 1982 a febrero de 1983, afirmó a la prensa que nada sabía de Gladio. Rupérez, entonces miembro del conservador Partido Popular y director de la Comisión de Defensa, declaró: «Nunca supe nada sobre ese tema. Yo no tenía la menor idea de las cosas de las que me estoy enterando ahora al leer los periódicos.» Fernando Morán, ministro socialista de Relaciones Exteriores hasta julio de 1985, dijo ante las cámaras que no sabía nada de Gladio: «Nunca durante mis años en el ministerio ni en cualquier otro momento me llegó la menor información, indicación o rumor sobre la existencia de Gladio ni de nada por el estilo.»

El diputado Antonio Romero, miembro del partido opositor Izquierda Unida (IU) se interesó mucho en el misterioso asunto y se puso en contacto con varios ex agentes implicados. Llegó a la convicción de que aquella red secreta también había operado en España y que había «actuado contra militantes comunistas y anarquistas, específicamente entre los mineros de Asturias y los nacionalistas catalanes y vascos». El 15 de noviembre, Romero pidió por lo tanto al gobierno español del primer ministro socialista Felipe González y al ministro de Defensa Narcís Serra que explicaran con exactitud qué papel había desempeñado España en el marco de la Operación Gladio y los ejércitos stay-behind de la OTAN. Al día siguiente, Felipe González declaró a la prensa que «ni siquiera había pensado» que España pudiese desempeñar algún papel en la Operación Gladio. Pero Romero no se dio por satisfecho con aquella respuesta y formuló entonces 3 preguntas muy precisas. La primera fue: «En su condición de miembro de la alianza [atlántica], ¿tiene el gobierno español intenciones de pedir a la OTAN explicaciones sobre las actividades y la existencia de una red Gladio?» La segunda pregunta también tenía que ver con la OTAN. Romero quería saber si el ejecutivo español pensaba abrir «un debate y una investigación sobre las actividades de Gladio a nivel de los ministros de Defensa, de los ministros de Relaciones Exteriores y de los primeros ministros de los países miembros de la OTAN». Para terminar, el diputado preguntaba si el gobierno español creía posible una traición de la OTAN en la medida en que «ciertos países han operado a través de Gladio sin que se le informara a España en el momento de su entrada al Tratado [en 1982]».

El Caudillo había previsto la restauración de la monarquía para después de su muerte y había escogido al joven Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias como futuro rey de España. Pero el régimen se había hecho anacrónico, por lo que Washington decidió favorecer la integración de España a la naciente Unión Europea y obligó al joven rey a dirigir la transición democrática, con la condición de que mantuviera las bases militares estadounidenses y entrara en la OTAN.

Al día siguiente, los diarios españoles anunciaban en primera plana: «Los servicios secretos españoles mantenían estrechos vínculos con la OTAN. [El ministro de Defensa] Serra ordena una investigación sobre la red Gladio en España.» El tema era explosivo para la frágil democracia española. Citando fuentes anónimas, la prensa reveló que «activistas [de Gladio] habían sido reclutados en las filas del ejército y de la extrema derecha». Serra dio muestras de gran incomodidad y en su primera respuesta a los periodistas se apresuró a precisar que «cuando llegamos al poder en 1982 no encontramos nada por el estilo» y agregó que fue así «probablemente porque nos incorporamos a la OTAN muy tarde, cuando disminuía la intensidad de la guerra fría». Serra aseguró además a la prensa que, en respuesta a las preguntas del diputado Romero, él mismo había ordenado la apertura de una investigación de su propio ministerio para sacar a la luz las posibles conexiones entre España y Gladio. Pero fuentes cercanas al gobierno revelaron a los periodistas que la investigación interna estaba más destinada a enmascarar los hechos que a revelarlos ya que el objetivo anunciado era «confirmar que esa organización específica no había operado en España». Serra, que quería sobre todo enterrar el asunto, había puesto la investigación en manos del CESID, detalle revelador ya que el sospechoso investigaba así su propio crimen.

Así que nadie se sorprendió cuando, el 23 de noviembre de 1990, respondiendo a la solicitud de Romero, Narcís Serra anunció al parlamento español que, según los resultados de la investigación que había realizado el CESID, España nunca había formado parte de la red secreta Gladio «ni antes ni después de la llegada de los socialistas al poder». Prudentemente, el ministro agregó: «Se ha hablado de contactos durante los años 1970, pero resultará muy difícil para los servicios actuales determinar la naturaleza exacta de esos contactos.» Serra, quien adoptaba un discurso cada vez más ambiguo, llamó a los diputados a confiar en su propio «buen sentido» más que en los documentos, los testimonios, los hechos y las cifras disponibles: «Dado que en aquella época España no era miembro de la OTAN, el buen sentido nos sugiere que no puede tratarse de vínculos muy estrechos.» Aquello no fue del agrado de la prensa española, la que replicó que el ministro de Defensa estaba haciendo propaganda o simplemente no conocía ni controlaba su propio ministerio.

Romero no juzgó satisfactorias las respuestas de Serra e insistió en que se interrogara al director del CESID de aquella época. «Si el CESID no sabe nada de todo esto, hay que expulsar al general Manglano», concluyó Romero ante los periodistas. En efecto, Manglano no sólo era el jefe del CESID sino también el delegado español ante la OTAN en materia de seguridad. El escándalo alcanzó su punto más álgido cuando, a pesar de los pedidos del parlamento, Manglano simplemente se negó a responder. Furioso, Romero dedujo que era evidente que, en España, «las más altas autoridades militares están implicadas en el caso Gladio».

Leopoldo Calvo-Sotelo (1926-2008), presidente [primer ministro] del gobierno español de 1981 a 1982.

Después de comprobar el fracaso del gobierno de la época en revelar la verdad, la prensa española se volvió hacia el más alto dignatario ya retirado de la joven democracia y le preguntó si sabía algo más sobre aquel misterioso asunto. Como primer ministro desde febrero de 1981 hasta diciembre de 1982, Calvo-Sotelo había nombrado a Manglano a la cabeza del CESID y respondió que Gladio no existía en España: «No tuve conocimiento de que haya existido aquí nada de ese género y puedo asegurarles que yo lo hubiera sabido de ser el caso.» Cuando los periodistas insistieron, recordando que los ejércitos stay-behind habían existido en el mayor secreto en toda Europa Occidental, Calvo-Sotelo se molestó, calificó la red Gladio de «ridícula y criminal» y declaró: «Si me hubiesen informado de una cosa tan descabellada, yo habría reaccionado inmediatamente.»

El ex primer ministro confirmó que cuando España dio sus primeros pasos hacia la democracia, después de la muerte de Franco, hubo temor por la reacción del Partido Comunista Español. Pero «los pobres resultados que obtuvo el PCE en los primeras elecciones y los resultados aún más ridículos que obtuvo en los siguientes escrutinios disiparon nuestros temores». Calvo-Sotelo había sido uno de los principales artífices de la adhesión de España a la OTAN, pero dijo a la prensa que en el momento de unirse a la alianza atlántica, no se había informado por escrito a España de la existencia de una red Gladio clandestina. «No hubo ninguna correspondencia escrita sobre ese tema», dijo Calvo-Sotelo, antes de agregar de forma bastante sibilina: «Y por lo tanto no había tampoco por qué hablar de ello, si hubiese sido el tipo de tema del que se pudiera hablar.» Explicó Calvo-Sotelo que, antes de la firma del Tratado por parte de España en mayo de 1982, él sólo había asistido a algunos encuentros con los representantes de la OTAN y recordó que el PSOE había llegado al poder a finales de aquel mismo año y que él había tenido que dejarle el puesto de primer ministro a Felipe González. Finalmente, las autoridades no ordenaron ni investigación parlamentaria ni presentación de informe público sobre la cuestión del Gladio.

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 8 del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (IX)
La guerra secreta en Portugal/por Daniele Ganser

El Gladio tenía una base eficaz en el Portugal de Salazar. Aunque su funcionamiento se conoce sólo de forma indirecta, a través de la las investigaciones italianas, el historiador Daniele Ganser ha logrado determinar el papel que desempeñó el Gladio en Portugal y en las colonias africanas de ese país. El Gladio hizo posible que la OTAN, lejos de conformarse con asesinar a los opositores de Salazar, atacara también a líderes revolucionarios de primera línea, como Amílcar Cabral.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 18 DE JUNIO DE 2011

António de Oliveira Salazar (1889-1970) y el generalísimo Francisco Franco (1892-1975), dos aliados del Reich nazi recuperados por la OTAN para luchar contra el comunismo.

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»


En mayo de 1926, el general Manuel Gomes da Costa tomó el poder en Portugal mediante un golpe de Estado, derogó la Constitución, disolvió el parlamento e instauró la dictadura. Años más tarde, el dictador Salazar tomó las riendas del país. Salazar apoyó a Franco durante la Guerra Civil española, proporcionándole tropas y armamento. Salazar y Franco se aliaron para garantizar a Hitler y Mussolini la neutralidad de toda la península ibérica, facilitando así considerablemente el accionar de estos últimos en el frente del este. Los cuatro dictadores estaban de acuerdo sobre la necesidad de combatir y erradicar el comunismo en la Unión Soviética y en sus respectivos países.

Al salir victoriosa la URSS de la Segunda Guerra Mundial y como resultado de la derrota de Hitler y de Mussolini, en 1945 Salazar y Franco se vieron en una posición delicada. Pero los Estados Unidos del presidente Truman se lanzaron entonces en una guerra mundial contra el comunismo y los dos dictadores de la península ibérica obtuvieron así el silencioso apoyo de Washington y de Londres. A pesar del apoyo de Salazar al golpe de Estado de Franco y de su alianza con las potencias del Eje, Portugal fue autorizado en 1949 a figurar –para sorpresa de muchos– entre los miembros fundadores de la OTAN. Vino después un reinado de cerca de 40 años, prácticamente sin contraparte, hasta que el fallecimiento de Salazar, en 1970, permitió al fin el comienzo de una transición hacia la democracia en Portugal y la integración de ese país a la Unión Europea.

De forma similar a lo que pudo verse en las dictaduras latinoamericanas de extrema derecha y bajo el régimen autoritario de Franco, el pueblo portugués se encontraba bajo la permanente vigilancia de un aparato de seguridad que operaba desde la sombra y fuera de todo marco legal definido por el parlamento. Las maniobras sucias contra la oposición en general y contra los comunistas fueron numerosas bajo el régimen de Salazar. Los encargados de dichas operaciones eran diversos servicios y órganos, como la tristemente célebre Policia Internacional e de Defensa do Estado (PIDE), los servicios secretos militares portugueses.

Como las organizaciones de extrema derecha y las operaciones especiales que tuvieron lugar bajo la dictadura de Salazar nunca se investigaron profundamente, sus vínculos con la red stay-behind anticomunista de la OTAN siguen siendo nebulosos. La existencia en Portugal de ejércitos secretos vinculados a la CIA y la OTAN se reveló por vez primera en 1990, como resultado del descubrimiento del Gladio italiano. «En Portugal, una radio lisboeta ha reportado que células de una red asociada a la Operación Gladio fueron utilizadas en los años 1950 para apoyar la dictadura de extrema derecha del Dr. Salazar», pudo leerse entonces en la prensa internacional. Cinco después, el autor estadounidense Michael Parenti escribió, aunque sin identificar sus fuentes, que agentes del Gladio habían «ayudado a consolidar el régimen fascista en Portugal».

Más exactamente, la prensa local reveló en 1990 que el ejército secreto de Portugal existía y que se identificaba en clave como «Aginter Press». Con el titular «“Gladio” operaba en Portugal», el diario portugués O Jornal anunció a una población estupefacta que «La red secreta, concebida en el seno mismo de la OTAN y financiada por la CIA [,red] cuya existencia acaba de ser revelada por Giulio Andreotti, disponía de una rama en Portugal, activa en los años 1960 y 1970. Se llamaba “Aginter Press”» y estuvo posiblemente implicada en asesinatos cometidos en territorio portugués así como en las colonias de Portugal en África.

Aginter Press no tenía absolutamente nada que ver con la prensa. Aquella agencia no se encargaba de imprimir libros o folletos de propaganda anticomunista sino de entrenar terroristas de extrema derecha y se dedicaba a la ejecución de trabajos sucios y operaciones clandestinas dentro y fuera de Portugal. Tan misteriosa como violenta, aquella organización contaba con el respaldo de la CIA y actuaba bajo las órdenes de cuadros de la extrema derecha europea que reclutaban militantes fascistas con ayuda de la PIDE. La investigación del Senado italiano sobre Gladio y el terrorismo permitió determinar que Aginter Press había entrenado a algunos de los extremistas italianos. Mientras los portugueses se enteraban de que una subdivisión de Aginter Press bautizada como «Organización Armada contra el Comunismo Internacional» también había operado en Italia, los senadores italianos descubrieron que la organización Aginter Press había recibido apoyo de la CIA y que la dirigía el capitán Yves Guillon, más conocido bajo el seudónimo de Yves Guerain-Serac, especialista en operaciones clandestinas a quien Estados Unidos había conferido varias condecoraciones militares, como la American Bronze Star, por su participación en la guerra de Corea. «Según indican los resultados de la investigación criminal», concluía el informe italiano sobre la investigación, «Aginter Press era una central de inteligencia vinculada a la CIA y a los servicios secretos portugueses y especializada en operaciones provocadoras».

Mientras el gobierno portugués hacía todo lo posible por no abrir una investigación sobre la sombría historia de Aginter Press y de la guerra secreta, la Comisión senatorial italiana proseguía sus propias investigaciones. En 1997, la Comisión senatorial italiana escuchó la comparencia del juez Guido Salvini. Verdadero experto en lo tocante al terrorismo de extrema derecha, este magistrado examinó detalladamente los documentos disponibles sobre Aginter Press. El senador Manca le preguntó: «¿La CIA americana es, en su opinión, directamente responsable de las operaciones que realizó Aginter Press?». A lo que el juez respondió: «Senador Manca, está usted planteando una interrogante muy importante». Debido a lo delicado de su respuesta, el juez pidió entonces que se le permitiera expresarla en privado. Se le permitió hacerlo y, a partir de aquel momento, todos los documentos fueron clasificados como confidenciales.

En público, el juez Salvini explicó que es «difícil dar una definición exacta sobre qué es Aginter Press». No obstante, hizo un intento de describirla: «Es una organización que, en numerosos países, sobre todo en Italia, inspira y respalda los planes de grupos cuidadosamente escogidos que actúan según procedimientos definidos contra una situación que han decidido combatir.» El ejército anticomunista secreto de la CIA conocido como Aginter Press opera, prosiguió el juez Salvini, «en función de sus objetivos y de sus valores, que son esencialmente la defensa de Occidente contra una probable e inminente invasión de Europa por las tropas de la URSS y de los países comunistas». También según el juez italiano, el ejército secreto portugués ejercía, como la mayoría de las demás redes de Europa Occidental, una doble función. La red stay-behind se entrenaba secretamente para una posible invasión soviética y, en espera de aquella invasión, arremetía contra los movimientos políticos de izquierda siguiendo para ello estrategias de lucha clandestina puestas en práctica en varios países de Europa Occidental.

Aunque muchos de sus miembros ya habían prestado servicios en diferentes grupúsculos anticomunistas en años anteriores, Aginter Press no se fundó oficialmente en Lisboa hasta septiembre de 1966. Sus fundadores y la CIA se sentían al parecer más motivados por las posibilidades de acción interna que por el temor de una hipotética invasión soviética. La fundación se produjo, en efecto, en medio de un periodo que se caracterizó por las manifestaciones de izquierda contra la guerra de Vietnam y en rechazo al apoyo de Estados Unidos a las dictaduras de extrema derecha en Latinoamérica y Europa, específicamente en Portugal. El dictador Salazar y su policía, la PIDE, temían sobre todo que aquel movimiento social fuese capaz de desestabilizar su régimen, así que recurrieron a Aginter Press para contrarrestarlo.

La mayoría de los soldados de la sombra reclutados por la CIA para nutrir la filas del ejército secreto ya habían combatido en África y en el sudeste asiático, donde habían tratado de impedir inútilmente la independencia de las antiguas colonias. El propio director de Aginter Press, el capitán Yves Guerain-Serac, ferviente católico y ardiente anticomunista reclutado por la CIA, era un ex oficial del ejército francés que había vivido la derrota de Francia ante el Reich en la Segunda Guerra Mundial. También había participado en la guerra de Indochina (1946-1954), en la guerra de Corea (1950-1953) y en la guerra de Argelia (1954-1962). Había sido miembro de la famosa 11ª Semibrigada Paracaidista de Choque, unidad encargada del trabajo sucio bajo el mando del SDECE, el servicio de inteligencia de Francia, que a su vez también estaba vinculado a la red stay-behind conocida en Francia como Rose des Vents. Guerain-Serac había fundado, en 1961 y con otros oficiales del 11º de Choque, la Organización del Ejército Secreto (OAS), que luchó por mantener Argelia bajo la dominación francesa y trató de derrocar al general De Gaulle para instaurar en Francia un régimen autoritario anticomunista.

Después de la independencia de Argelia, en 1962, y de la disolución de la OAS, los ex oficiales del ejército secreto, entre los que se encontraba Guerain-Serac, seguían estando en grave peligro. Así que huyeron a Argelia y, a cambio de asilo, ofrecieron a los dictadores de Latinoamérica y Europa su gran experiencia en materia de guerra secreta, de operaciones clandestinas, de práctica del terrorismo y del contraterrorismo. Esta diáspora de la OAS vino a fortalecer las organizaciones terroristas de extrema derecha en numerosos países. En junio de 1962, Franco recurrió a las habilidades de Guerain-Serac y lo incorporó a las acciones del ejército secreto español contra la oposición. De España, Guerain-Serac pasó posteriormente a Portugal, país que él veía como el último imperio colonial y principalmente como el último bastión contra el comunismo y el ateismo. Como perfecto soldado de la guerra fría, Guerain-Serac ofreció sus servicios a Salazar: «Los demás depusieron las armas. Yo no. Después de la OAS, huí a Portugal para continuar la lucha y extenderla a su verdadera escala – o sea, a la escala planetaria.»

En Portugal, Guerain-Serac se vinculó a extremistas franceses y a los renegados de la OAS. Jacques Ploncard d’Assac, un ex partidario de Petain, lo introdujo en los círculos fascistas y le presentó a los miembros de la PIDE. Debido a su gran experiencia, Guerain-Serac fue reclutado como instructor de la Legiao Portuguesa y de las unidades de contraguerrilla del ejército portugués. En ese contexto creó, con ayuda de la PIDE y de la CIA, la ya mencionada Aginter Press, un ejército anticomunista ultrasecreto. Aginter Press creó sus propios campos de entrenamiento, donde los mercenarios seguían un programa de 3 semanas de formación para la realización de operaciones secretas que incluían particularmente técnicas de atentados con bombas, asesinatos silenciosos, métodos de subversión, de comunicación clandestina, de infiltración y de guerra colonialista.

Junto a Guerain-Serac, el terrorista de extrema derecha Stefano Delle Chiaie también participó en la fundación de Aginter Press. «Actuamos contra los comunistas, contra la burguesía establecida y la democracia que nos había privado de nuestra libertad. Así que no teníamos otro remedio que acudir a la violencia», explicó más tarde Delle Chiaie. «Nos consideraban criminales pero en realidad éramos víctimas de un movimiento liberal antifascista. Queríamos divulgar nuestras ideas, queríamos que nos oyeran en el mundo entero.» A mediados de los años 1960, Delle Chiaie, quien tenía por entonces 30 años, fundó con Guerain-Serac, y con el apoyo de la CIA, el ejército secreto Aginter Press. «Con uno de mis amigos franceses [Guerain-Serac] decidí entonces [en 1965] fundar la agencia de prensa Aginter Press para dotarnos de medios para defender nuestras ideas políticas.» Durante los siguientes años, Delle Chiaie se convirtió quizás en el elemento más sanguinario de la guerra secreta. En Italia, participó en golpes de Estado y atentados, como el de la Piazza Fontana, en 1969, y, con el nazi Klaus Barbie, conocido como «el carnicero de Lyon», ayudó a consolidar el poder de los dictadores sudamericanos.

«Nuestros efectivos se componían de dos tipos de hombres: 1) oficiales que se unieron a nosotros después de haber luchado en Indochina y en Argelia, e incluso algunos que se enrolaron después de la batalla de Corea», explicó el director de Aginter Press, Guerain-Serac en persona, «2) intelectuales que durante aquel mismo periodo se interesaron en el estudio de las técnicas de subversión marxista». Esos intelectuales, como señaló, habían formado grupos de estudio y compartían sus experiencias «para tratar de estudiar las técnicas de la subversión marxista y crear las bases de una contratécnica». La batalla, no le cabía duda de ello, tenía que desarrollarse en numerosos países: «Durante aquel periodo establecimos contactos sistemáticos con grupos que tenían ideas cercanas a las nuestras que aparecieron en Italia, Bélgica, Alemania, España y Portugal, con vistas a constituir el núcleo de una verdadera Liga Occidental de Lucha contra el Marxismo».

Procedentes directamente de varios teatros de operaciones, muchos de los soldados de la sombra, y sobre todo sus instructores, como Guerain-Serac, no conocían mucho los métodos de solución pacífica de conflictos ni sentían aprecio por ellos. El propio director de Aginter Press estaba convencido, como muchos otros, de que la lucha contra el comunismo en Europa Occidental implicaba necesariamente el uso del terrorismo: «En la primera fase de nuestra actividad política, tenemos que sembrar el caos en todas las estructuras del régimen», declaró sin precisar a qué país se refería. «Dos formas de terrorismo permiten obtener ese tipo de resultado: el terrorismo ciego (a través de atentados contra gran número de civiles) y el terrorismo selectivo (a través de la eliminación de personalidades seleccionadas).» En ambos casos, había que atribuir a la izquierda el atentado secretamente perpetrado por la extrema derecha, como subrayó el campeón e ideólogo del terrorismo anticomunista: «Esos ataques contra el Estado deben presentarse, siempre que sea posible, como “actividades comunistas”». Los atentados terroristas de los ejércitos secretos se concebían como medio de desacreditar el régimen establecido y obligarlo a inclinarse a la derecha: «Después, tenemos que intervenir en el corazón del aparato militar, del poder judicial y de la Iglesia, para influir en la opinión pública, proponer una solución y demostrar claramente la debilidad del arsenal jurídico actual (…) Hay que polarizar la opinión pública de manera tal que nos vean a nosotros como el único instrumento capaz de salvar la nación. Parece evidente que vamos a necesitar medios financieros considerables para realizar con éxito esas operaciones.»

Humberto Delgado, el «general sin miedo», se presenta a la elección presidencial portuguesa de 1958. Resulta derrotado mediante un gigantesco fraude electoral y se ve obligado a huir a Argelia. Es asesinado, en 1965, por un comando de la PIDE preparado por el Gladio, bajo las órdenes de Rosa Casaco.

La CIA y la PIDE, los servicios secretos militares de Salazar, se encargaron de proporcionar los fondos necesarios a la empresa terrorista del capitán Guerain-Serac. En un documento interno de Aginter Press, titulado «Nuestra Actividad Política», fechado en noviembre de 1969 y descubierto a fines de 1974, el propio Guerain-Serac describe cómo un país puede ser blanco de una guerra secreta: «Nuestra convicción es que la primera fase de la actividad política debe consistir en crear las condiciones favorables para imponer el caos en todas las estructuras del régimen». Como elemento esencial de esa estrategia, había que atribuir a los comunistas los actos de violencia cometidos y cada pista tenía, por supuesto, que llevar a esa misma conclusión. «Pensamos que, en un primer tiempo, hay que destruir la estructura misma del Estado democrático bajo la fachada de actividades comunistas o prochinas.» El documento insistía después en la necesidad de penetrar los grupos de militantes de izquierda para manipularlos mejor: «Además, disponemos de hombres infiltrados en esos grupos lo cual nos permitirá actuar incluso sobre la ideología del medio a través de acciones de propaganda y de otro tipo, realizadas de manera tal que parezcan ser obra de nuestros adversarios comunistas.» Ese tipo de acciones bajo bandera falsa, concluía aquel plan de acción, «crearán un sentimiento de hostilidad en contra de quienes amenazan la paz de cada una de nuestras naciones», entiéndase contra los comunistas.

Durante la primera fase de su plan, los oficiales, mercenarios y terroristas de Aginter Press se dedicaron a debilitar y liquidar las facciones de guerrilleros que luchaban por la independencia de las colonias portuguesas. A mediados de los años 1960, el primer teatro de operaciones de la organización no fue por lo tanto Europa sino África, donde el ejército portugués luchaba contra varios movimientos independentistas. Aginter desplegó sus responsables de operaciones en los países limítrofes del África portuguesa. «Sus objetivos incluían la eliminación de los líderes de los movimientos de liberación, la infiltración, el establecimiento de redes de informantes y de agentes provocadores y el uso de falsos movimientos de liberación.» Aquellas guerras secretas se desarrollaban en coordinación con la PIDE y con otros servicios del gobierno portugués. «Aginter mantenía correspondencia escrita con la PIDE en el marco de sus operaciones especiales y de sus misiones de espionaje.»

El líder del Partido Africano da Independencia da Guiné e Cabo Verde (PAIGC), Amílcar Cabral, soñaba con liberar Guinea y Cabo Verde del colonialismo portugués y fusionar ambos territorios en un solo Estado soberano y socialista. Fue asesinado por el Gladio en 1973.

Entre las importantes personalidades víctimas de los asesinatos que orquestó Aginter Press en Portugal y en las colonias portuguesas figuran probablemente Humberto Delgado, líder de la oposición portuguesa; Amílcar Cabral, una de las figuras emblemáticas de la revolución africana; y Eduardo Mondlane, líder y presidente del Frente de Liberaçao de Moçambique (FRELIMO), asesinado en febrero de 1969. A pesar de la violencia de los métodos empleados, Portugal no logró impedir que sus colonias alcanzaran la independencia. Goa fue incorporada a la India en 1961. Guinea Bissau alcanzó la independencia en 1974. Angola y Mozambique lo hicieron en 1975 y, aquel mismo año, Indonesia invadió Timor Oriental.

Paralelamente a aquellas guerras colonialistas, Aginter Press desempeñó también un importante papel en las guerras secretas contra los comunistas de Europa Occidental. Los documentos disponibles sobre los ejércitos stay-behind de la OTAN y la guerra clandestina parecen indicar que la organización lisboeta fue responsable de más violencia y más asesinatos que cualquier otro ejército secreto del viejo continente. Sus soldados de la sombra tenían una mentalidad diferente y actuaban en según esa mentalidad. Contrariamente a sus colegas del P26 suizo o del ROC noruego, participaban en verdaderas guerras abiertas en las colonias portuguesas y mataban en serie bajo las órdenes de un capitán que, con una experiencia adquirida en Indochina, Corea y Argelia, no concebía otra forma de acción que la violencia.

El crimen de los soldados de la sombra cometido en nombre de la lucha contra el comunismo sobre el que tenemos la mayor cantidad de información es probablemente el atentado de la Piazza Fontana, que estremeció Roma, la capital política de Italia, y Milán, su capital industrial, poco antes de la Navidad, el 12 de diciembre de 1969. Aquel día, 4 bombas estallaron en esas dos ciudades matando indiscriminadamente a 16 civiles, en su mayoría campesinos que llegaban a la Banca Nazionale Dell’Agricultura de Milán para depositar sus modestos ingresos de un día de mercado. Ochenta personas resultaron heridas y mutiladas. Una de las bombas de la Piaza Fontana no llegó a estallar debido a una falla del mecanismo de relojería, pero los agentes del SID y de la policía que llegaron al lugar de los hechos se apresuraron a destruir los indicios comprometedores haciéndola estallar también. La ejecución de aquel atentado obedecía exactamente a las estrategias de la guerra secreta definidas por Guerain-Serac. Los servicios secretos militares italianos atribuyeron aquel acto a la extrema izquierda, llegando incluso a plantar componentes de un artefacto explosivo en la residencia del editor Giangiacomo Feltrinelli, conocido por sus opiniones de izquierda, y arrestaron de paso a numerosos comunistas.

Un informe interno del SID, clasificado como confidencial y fechado el 16 de diciembre de 1969, expresaba ya en aquel momento que existían sospechas de que los atentados de Roma y Milán eran obra de la extrema derecha con el apoyo de la CIA. Sin embargo, se hizo pensar a la opinión pública que los comunistas italianos, muy influyentes en aquella época, habían decidido recurrir a la violencia para conquistar el poder. En realidad, los responsables de aquellos atentados eran probablemente las organizaciones fascistas Ordine Nuovo y Avanguardia Nazionale, que actuaban en estrecha colaboración con los ejércitos stay-behind. El militante de extrema derecha Guido Giannettini, quien estuvo directamente implicado en los atentados, era un cercano colaborador de la organización portuguesa Aginter Press. «La investigación confirmó que habían existido efectivamente vínculos entre Aginter Press, Ordine Nuovo y Avanguardia Nazionale», anunció el juez Salvini a los miembros de la comisión investigadora del Senado. «Se observa claramente que Guido Giannettini estaba en contacto con Guerain-Serac en Portugal desde 1964. Se ha comprobado que instructores de Aginter Press (…) viajaron a Roma entre 1967 y 1968 y que allí entrenaron a los miembros de Avanguardia Nazionale en el manejo de explosivos.» Basándose en los documentos disponibles y en testimonios recogidos, el juez Salvini concluyó que Aginter Press, fachada de la CIA, había desempeñado un papel decisivo en las operaciones clandestinas secretas realizadas en Europa Occidental y había emprendido una serie de atentados muy sangrientos con vistas a desacreditar a los comunistas italianos.

Estos hechos fueron confirmados en marzo de 2001 por el general Giandelio Maletti, ex jefe del contraespionaje italiano, quien compareció como testigo en el juicio contra varios militantes de extrema derecha acusados de haber provocado la muerte de 16 personas en los atentados de la Piazza Fontana. El general Maletti declaró ante el tribunal de Milán que «La CIA, siguiendo las directivas de su gobierno, quería hacer surgir un nacionalismo italiano capaz de contrarrestar la inclinación del país hacia la izquierda y, con esa perspectiva, no es imposible que haya recurrido a los terroristas de extrema derecha». Aquel importante testimonio equiparaba a la CIA con una organización terrorista. «No olviden que quien estaba al mando en aquella época era Nixon», recordó el general, «y Nixon no era un tipo cualquiera, [era] un político muy hábil pero [también era] un hombre de métodos poco ortodoxos». El juez italiano Guido Salvini confirmó que todas las pistas conducían a «un servicio de inteligencia extranjero». «Cuando habla de “servicio de inteligencia extranjero”, ¿usted quiere decir la CIA?», insistieron los periodistas italianos, a quienes Salvini dio esta prudente respuesta: «Podemos afirmar que sabemos perfectamente quién participó en la preparación de los atentados y quién estaba sentado a la mesa cuando se dieron las órdenes. Eso es irrebatible.»

No satisfecho con luchar contra el comunismo en Italia, el capitán Guerain-Serac estaba firmemente decidido a expandir la lucha a escala mundial. Para ello, varios agentes de Aginter, como el estadounidense Jay Sablonsky, participaron junto a la CIA y los Boinas Verdes en la tristemente célebre contraguerrilla que dejó unos 50 000 muertos en Guatemala, entre 1968 y 1971. Los hombres de Aginter estaban también presentes en Chile, en 1973, donde participaron en el golpe de Estado mediante el cual la CIA derrocó al presidente socialista democráticamente electo Salvador Allende y puso en el poder al dictador Augusto Pinochet. Desde el refugio que le proporcionaba la dictadura de extrema derecha de Salazar, Aginter Press podía enviar sus soldados de la sombra a combatir en numerosos países del mundo entero.

Aquella situación se mantuvo hasta la «Revolución de los claveles» de mayo de 1974, que puso fin a la dictadura y abrió el camino al restablecimiento de la democracia en Portugal. Los soldados de la sombra sabían que la supervivencia de su organización estaba estrechamente ligada a la del régimen totalitario. Cuando supieron que oficiales de izquierda del ejército portugués estaban preparando un golpe que debía dar inicio a la Revolución de los claveles, los agentes de Aginter conspiraron con el general Spinola para eliminar a los centristas portugueses. Planeaban invadir el archipiélago de las Azores para convertirlo en un territorio independiente y utilizarlo como base de retaguardia y trampolín para sus operaciones en el continente.

Al fracasar el proyecto, Aginter fue barrida junto con la dictadura cuando, el 1º de mayo de 1974, los oficiales de izquierda tomaron el poder, poniendo fin a casi 50 años de totalitarismo. Tres semanas después, el 22 de mayo, por orden de los nuevos dirigentes del país, unidades especiales de la policía portuguesa tomaron el cuartel general de Aginter Press, en la Rua des Pracas de Lisboa, para cerrar la siniestra agencia y confiscarlo todos sus medios. Pero, cuando llegaron el local ya estaba vacío. Gracias a sus contactos en los servicios de inteligencia, los agentes de la organización se enteraron a tiempo de la operación y pudieron desaparecer. Ninguno de ellos pudo ser arrestado. En su precipitación, olvidaron sin embargo algunos documentos. Las fuerzas de policía lograron recoger gran cantidad de pruebas que demostraban la responsabilidad de Aginter Press, filial de la CIA, en numerosos actos de terrorismo.

Como la joven democracia portuguesa estaba tratando de acabar con el antiguo aparato de seguridad heredado de la dictadura, disolvió la PIDE, los servicios secretos militares y la Legiao Portuguesa. La «Comisión para el Desmantelamiento de la PIDE y de la Legión Portuguesa» (Comissao de Extinçao da PIDE e da Legiao) descubrió rápidamente que la PIDE, con el concurso de la CIA, había dirigido un ejército secreto llamado Aginter Press. La Comisión solicitó entonces consultar los expedientes sobre Aginter reunidos durante el registro realizado en sus oficinas y que contenían todas las pruebas necesarias. La historia del ejército secreto portugués iba a ser, por primera vez, objeto de una investigación. Pero, de pronto, desaparecieron todos los expedientes. «El dossier “Aginter Press” fue sustraído de la Comisión para el Desmantelamiento de la PIDE y de la Legión Portuguesa y desapareció definitivamente», deploró años más tarde el diario portugués O Jornal en un artículo sobre la red Gladio.

¿Cómo pudo suceder aquello? ¿Por qué se mostró la Comisión tan negligente con informaciones tan esenciales? El italiano Barbachetto, quien trabaja para la publicación política milanesa L’Europeo, escribió posteriormente: «Tres de mis colegas estaban presentes cuando se confiscaron los archivos de Aginter. Sólo pudieron fotografiar algunos fragmentos de la considerable cantidad de datos que se recogió aquel día.» Con títulos como «Mafia» o «Contribuyentes financieros alemanes», los documentos confiscados revelaban los nombres codificados de los socios de Aginter. «Los documentos fueron destruidos por el ejército portugués», indicaba Barbachetto. Señalaba además que el ejército portugués «trataba visiblemente de evitar incidentes diplomáticos con los gobiernos italiano, francés y alemán, incidentes que inevitablemente se hubiesen producido de haberse revelado las actividades de Aginter en esos países».

Un nuevo servicio portugués de inteligencia, el SDCI, sustituyó a la PIDE. El SDCI investigó sobre Aginter y concluyó que la siniestra organización había tenido 4 misiones. Primeramente, había servido de «buró de espionaje dirigido por la policía portuguesa y, a través de esta, por la CIA, el BND de Alemania occidental u “Organización Gehlen”, la Dirección General de Seguridad española, el BOSS sudafricano y, posteriormente, el KYP griego». Paralelamente a esa función de obtención de información de inteligencia, Aginter Press había servido también de «centro de reclutamiento y de entrenamiento de mercenarios y terroristas especializados en sabotajes y asesinatos». Según el informe del SDCI, Aginter Press también había sido un «centro estratégico para operaciones de adoctrinamiento de extrema derecha y neofascista en África subsahariana, en Sudamérica y en Europa realizadas en colaboración con regímenes fascistas o asimilados a estos, [y con] conocidas figuras de la extrema derecha y grupos neofascistas activos a nivel internacional». Y por último, Aginter servía de cobertura a un ejército anticomunista secreto, a una «organización fascista internacional bautizada “Orden y Tradición” con su ala paramilitar, la OACI, “Organización Armada contra el Comunismo Internacional”».

A la caída de la dictadura, Guerain-Serac y sus activistas anticomunistas huyeron de Portugal hacia la vecina España. Allí, bajo la protección de Franco, instalaron en Madrid su nuevo cuartel general. A cambio del asilo político, los hombres de Aginter, fieles a su compromiso, se pusieron a la disposición de los servicios secretos españoles para perseguir y eliminar a los dirigentes del movimiento separatista vasco ETA. Prosiguieron sus operaciones clandestinas en el extranjero y trataron de desacreditar al Frente de Liberación Nacional argelino. «Yo puedo citarles otro ejemplo particularmente interesante», declaró el juez Salvini a los senadores italianos y les reveló que, en 1975, desde su base española, los hombres de Guerain-Serac, con ayuda del estadounidense Salby y de extremistas franceses, italianos y españoles, organizaron una serie de atentados que firmaban como SOA, para comprometer a los Soldados de la Oposición Argelina.

«Las bombas fueron instaladas en las embajadas argelinas en Francia, Alemania, Italia y Gran Bretaña» y deterioraron la imagen de la oposición argelina, cuando en realidad «los atentados eran obra del grupo de Guerain-Serac, lo cual da una idea de sus capacidades de disimulación y de infiltración». La bomba instalada ante la embajada argelina en Francfort no llegó a explotar y la policía alemana pudo examinarla minuciosamente. «Para entender las relaciones de Guerain-Serac y Aginter Press basta con observar la complejidad del artefacto explosivo», subrayó el juez Salvini. «Contenía C4, un explosivo utilizado únicamente por el ejército americano, que no se observa en ningún atentado cometido por anarquistas. Repito que era una bomba muy sofisticada. Y Aginter disponía de C4, así que se pueden deducir fácilmente el apoyo que recibía.»

Cuando el régimen dictatorial español se derrumbó, al fallecer Franco el 20 de noviembre de 1975, Guerain-Serac y su ejército secreto se vieron nuevamente obligados a huir. La policía española se tomó con mucha calma la investigación sobre los indicios que Aginter había dejado detrás y no fue hasta febrero de 1977 que realizó un registro en el cuartel general de la organización, en el edificio número 39 de la calle Pelayo, donde descubrió un verdadero arsenal de fusiles y explosivos. Pero Delle Chiaie, Guerain-Serac y sus soldados hacía mucho que habían huido de España hacia Latinoamérica, donde muchos escogieron a Chile como nueva base de operaciones. Guerain-Serac fue visto por última vez en España, en 1997.

El ejército secreto anticomunista portugués dio nuevamente que hablar en 1990, cuando el primer ministro Giulio Andreotti reveló que en Italia y en otros países europeos existían ejércitos stay-behind creados por la OTAN. El 17 de noviembre de 1990, la ola llegaba a Lisboa donde el diario Expresso reportó, bajo el titular «Gladio. Los soldados de la guerra fría» que «el escándalo ha traspasado las fronteras de Italia ya que la existencia de las redes secretas Gladio ha sido confirmada oficialmente en Bélgica, Francia, los Países Bajos, Luxemburgo, Alemania y semioficialmente en Noruega, Dinamarca, Austria, Suiza, Grecia, Turquía, España, Reino Unido y Portugal».

Muy preocupado, el ministro de Defensa portugués Fernando Nogueira declaró públicamente, el 16 de noviembre de 1990, que no tenía conocimiento de la existencia de una rama de la red stay-behind en Portugal y pretendió que ni su ministerio ni el Estado Mayor disponían «de información alguna sobre la existencia o la actividad de una “estructura Gladio” en Portugal». El periódico portugués Diario De Noticias deploró que «Las lacónicas declaraciones de Fernando Nogueira sean corroboradas, de una u otra manera, por ex ministros de Defensa, como Eurico de Melo y Rui Machete, así como por [el ex ministro de Relaciones Exteriores] Franco Nogueira y el mariscal Costa Gomes, quienes nos han confirmado que no sabían absolutamente nada de este asunto. La misma posición han adoptado parlamentarios de la oposición miembros de la Comisión parlamentaria de de Defensa».

Costa Gomes, que había sido oficial de enlace ante la OTAN, afirmó que nunca tuvo conocimiento de una red clandestina, a pesar de haber «asistido entre 1953 y 1959 a todas las reuniones de la Alianza». Pero reconoció al mismo tiempo que no era imposible que hubiese existido un Gladio portugués con apoyo de la PIDE y de personas que no formaban parte del gobierno. «Esos contactos», explicó Costa Gomes, «si verdaderamente existieron, sólo pudieron funcionar de forma paralela a las estructuras oficiales» y eran para él totalmente desconocidas. De la misma manera, Franco Nogueira, que había sido ministro de Relaciones Exteriores bajo el régimen de Salazar, declaró: «Nunca sospeché la existencia de esa organización. Ni cuando estaba en Relaciones Exteriores y me codeaba con responsables de la OTAN ni posteriormente.» Precisó que, si Gladio había operado en Portugal, «esa actividad habría sido seguramente de conocimiento del Dr. Salazar». Como daba a entender Nogueira, Salazar seguramente habría comunicado esa información al jefe de su diplomacia: «Me cuesta imaginar que esa red haya mantenido vínculos con la PIDE o con la Legiao Portuguesa. Por eso estoy convencido de que ese Gladio nunca existió en nuestro país, aunque, por supuesto, en la vida no hay nada imposible.»

Mientras los representantes del gobierno se negaban a divulgar la menor información sobre la guerra secreta, la prensa portuguesa sólo podía constatar lo que ya era evidente, deplorar que «visiblemente, varios gobiernos europeos [habían] perdido el control de sus servicios secretos» y denunciar la «doctrina de confianza limitada» que la OTAN había adoptado. «Ese tipo de doctrina implica que algunos gobiernos no habrían hecho lo suficiente para combatir el comunismo y que no era por lo tanto necesario mantenerlos informados sobre las actividades del ejército secreto de la OTAN.» Hubo un solo alto oficial del ejército portugués que aceptó revelar partes del secreto bajo condiciones de anonimato. Un general que había estado al mando del Estado Mayor portugués confirmó a un periodista de O Jornal que un «servicio de información paralelo había existido en efecto en Portugal y en las colonias, cuyo financiamiento y control no tenían que ver con las fuerzas armadas sino que dependían del ministerio de Defensa, del ministerio del Interior y del ministerio de Asuntos Coloniales. Además, ese servicio paralelo estaba directamente vinculado a la PIDE y a la Legiao Portuguesa». No hubo ninguna investigación oficial sobre el tema sino apenas un simple informe parlamentario. El misterio cuya existencia se conoció a través de esas vagas declaraciones sigue por lo tanto sin aclarar.

Daniele Ganser

Este artículo es el noveno capítulo del libro Armées secrètes de l’OTAN.
© Version française: éditions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (X)
La guerra secreta en Bélgica/por Daniele Ganser

El estudio de las redes «stay behind» en Bélgica resulta esclarecedor en cuanto a varios aspectos de la organización del Gladio a nivel internacional. La OTAN creía tener derecho a hacer cualquier cosa en el país que alberga su sede y ordenó sangrientos atentados que dieron lugar a la creación de comisiones investigadoras en el parlamento belga. En vez de colaborar con los representantes de su propio pueblo, las autoridades militares de Bélgica prefirieron obedecer a una autoridad extranjera, pero varios miembros del Gladio confesaron y proporcionaron información capital.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 19 DE JULIO DE 2011

Una víctima de la estrategia de la tensión, asesinada fríamente en un supermercado.

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»


Desde el comienzo mismo de la Segunda Guerra Mundial, Bélgica se vio derrotada y ocupada por las tropas alemanas. El gobierno belga tuvo que refugiarse en Londres, donde se mantuvo exilado hasta que los aliados liberaron Europa. Durante aquel difícil periodo, los altos responsables del gobierno y del ejército belgas colaboraron estrechamente con los británicos en la creación de movimientos clandestinos de resistencia que debían operar dentro del territorio ocupado de Bélgica.

A partir del verano de 1942, el SOE (Special Operations Executive) británico comenzó a preparar depósitos de municiones y a entrenar un ejército secreto. Los ingleses proporcionaban equipos de radio y medios para transportar hombres y material y supervisaban desde Londres las cuestiones logísticas así como la formación de los agentes enviados clandestinamente tras las líneas enemigas y la información que proporcionaban.

Además de las operaciones de sabotaje contra el ocupante alemán, el ejército secreto belga se dedicaba también a recoger información que los agentes transmitían posteriormente a Londres por radio, a través de correos o en forma de microfilms.

Si bien el impacto de aquella red de resistencia fue en definitiva marginal, la estrategia utilizada fue verdaderamente ejemplar en ese tipo de actividad: «Tendientes a precipitar el final del conflicto, las actividades de aquella primera red stay-behind estaban perfectamente organizadas y suscitaban la admiración de los servicios secretos americanos y británicos.»

Los ejércitos secretos se reconstituyeron después de la guerra, pero poniendo el comunismo soviético en el lugar que antes ocupaba el enemigo nazi. La investigación oficial demostró que la red stay-behind activa en Bélgica durante la guerra fría se componía de 2 ramas: el SDRA 8 y la STC/Mob. El SDRA 8 era la rama militar, bajo el control del SGR, el Service Général du Renseignement [En español, Servicio General de Inteligencia. NdT.] del ejército belga, que dependía a su vez del ministerio de Defensa. Su nombre, escrito a veces en su variante SDRA VIII, significa «Service de Documentation, de Renseignement et d’Action VIII» [En español, Servicio de Documentación, Inteligencia y Acción VIII. NdT.].

Se componía de militares entrenados en acciones de combate, sabotaje, paracaidismo y la realización de acciones marítimas. Además de sus funciones de inteligencia, el SDRA 8 también debía ser capaz de concebir itinerarios de evacuación si Bélgica era invadida. En caso de ocupación de todo el territorio de Bélgica, se suponía que agentes de este servicio sirvieran de escolta al gobierno durante el periodo de exilio y que mantuvieran el contacto con los agentes secretos que se quedarían en el país para combatir el enemigo desde adentro.

La rama civil de la red stay-behind belga, la STC/Mob, dependía de la Sûreté de l’État (Seguridad del Estado), o Sûreté (Seguridad), que a su vez estaba vinculada al ministerio de Justicia. STC/Mob quiere decir «Section Training, Communication and Mobilisation». Sus miembros eran técnicos entrenados en el uso de equipos de radio. Eran reclutados principalmente en el seno de grupos «con fuertes convicciones religiosas que debían garantizar su anticomunismo». Según el informe de la investigación sobre el Gladio belga, eran «padres tranquilos, a veces un poco ingenuos».

La STC/Mob «tenía como misión recoger información susceptible de ser útil al gobierno en el contexto de una ocupación enemiga. La sección tenía también como tarea organizar itinerarios seguros para la evacuación de los miembros del gobierno y de otras personalidades que ocuparan funciones oficiales».

En 1971 se creó también un comité «Interservicios» para coordinar la acción de las dos redes stay-behind belgas. Aquel comité se reunía cada 6 meses y el SDRA y la Sûreté se alternaban en la presidencia. Las reuniones se hacían para establecer la posición común que defenderían en las sesiones del Allied Clandestine Committee, que era el centro de decisión de la OTAN para las operaciones de la guerra secreta.

Para explicar esta doble estructura bastante inusual que el ejército secreto belga había adoptado es necesario remontarse a la época de la Segunda Guerra Mundial. Las unidades a cargo de la búsqueda de la información que posteriormente enviaban a Londres por radio, correo o microfilms se hallaban en aquel entonces bajo el control del señor Lepage, director de la Sûreté, que a su vez dependía del ministerio de Justicia.

Esa rama dio origen a la STC/Mob. Mientras tanto, los agentes belgas que Londres enviaba a los territorios ocupados, saltando en paracaídas, y que realizaban operaciones clandestinas de sabotaje dependían por su parte del ejército belga. Fueron estos últimos quienes conformaron el SDRA 8. «Se desprende de esas explicaciones», concluía el informe de la investigación parlamentaria, «que, al contrario de otros países, Bélgica dispuso desde el principio de una organización stay-behind a la vez civil y militar».

Los miembros del ejército secreto belga eran «en su mayoría monárquicos convencidos», precisa un informe antiguamente confidencial del SOE, «es por eso que no había miembros comunistas de la resistencia en sus filas».

Después del desembarco y la posterior liberación de Bélgica, estadounidenses y británicos se inquietaron ante la influencia de los comunistas belgas. Al igual que en Italia y Francia, existía en la población belga un gran respeto por los comunistas debido a su coraje y al papel crucial que habían desempeñado en la lucha contra la ocupación nazi. Es por ello que, a fines de 1944, las autoridades británicas y belgas se apresuraron a desarmar a la Resistencia y a rearmar a la policía.

«Inmediatamente después de la guerra, un poderoso partido comunista se impuso con, según creo, 21 escaños en el parlamento, por primera vez en la historia de Bélgica», señaló el historiador Etienne Verhoyen en un documental de la BBC dedicado al Gladio. «Nunca antes había sucedido aquello y, teniendo en cuenta la expansión internacional del comunismo, la gente de derecha se alarmó ante aquella “amenaza comunista” que planeaba sobre Bélgica».

Julian Lahaut, sindicalista, miembro de la Resistencia al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y político belga. Fue asesinado el 18 de agosto de 1950, probablemente por agentes del Gladio.

El carismático jefe del partido comunista belga era Julien Lahaut. Arrestado por los alemanes, había pasado toda la guerra en prisión y, al ser liberado en 1945, había sido nombrado presidente honorario de los comunistas belgas. Lahaut se oponía abiertamente al regreso del rey (Leopoldo III) por considerarlo una marioneta de la centroderecha y de Estados Unidos.

«La izquierda se oponía firmemente al regreso del rey, los simpatizantes de la derecha eran –por supuesto– favorables a este, algunos de ellos establecieron los primeros contactos con la embajada americana en 1948», explicaba el historiador Verhoyen en el mismo documental. La derecha belga se puso en contacto con un oficial estadounidense llamado Parker, que probablemente trabajaba para la CIA. Según Verhoyen, Parker «quería no sólo la campaña de restauración leopoldista sino también que se crearan grupos stay-behind destinados a garantizar la resistencia anticomunista».

Cuando el futuro rey Balduino prestó juramento ante el parlamento belga en agosto de 1950, Lahaut protestó al grito de «¡Viva la República!» Para la derecha belga aquello era un acto imperdonable y significaba que los comunistas representaban una grave amenaza para las instituciones.

Un clima de tensión se apoderó del país. Dos semanas después del incidente, el 18 de agosto de 1950, dos hombres asesinaron a Lahaut delante de su domicilio. El asesinato de Lahaut causó una profunda conmoción en la población belga. La extrema derecha y su red clandestina acaban de deshacerse del más popular de los comunistas belgas.

Paul-Henri Spaak, tres veces Primer Ministro de Bélgica en el marco de la monarquía reinante, negoció el despliegue de Gladio en su país. Posteriormente, se convirtió en Secretario general de la OTAN.

La responsabilidad del ejército secreto belga en el asesinato de Julien Lahaut está por demostrar. En todo caso, es casi seguro que la organización ya se hallaba en estado operativo en el momento de los hechos. En carta dirigida al primer ministro Paul-Henri Spaak y fechada el 27 de enero de 1949, el jefe del MI6 Stewart Menzies insistía en la necesidad de proseguir la cooperación anglo-belga que había comenzado durante la Segunda Guerra Mundial.

«Estamos de acuerdo en que esta colaboración entre nuestros respectivos servicios debería continuar en base a tradiciones que se remontan a la Primera Guerra Mundial y que han sido reafirmadas por el señor H. Pierlot [Primer ministro belga de 1939 a 1945], el señor A. Van Acker [Primer ministro belga en 1945-1946 y predecesor de Spaak] y por mí mismo.»

Subrayaba Menzies que «la creación de organizaciones de inteligencia y acciones útiles en caso de guerra», entiéndase el funcionamiento de Gladio, tenía que continuar. «Los pedidos en materia de entrenamiento y equipamiento deben formularse pronto», explicaba Menzies, quien hacía también su ofrecimiento de asistencia: «Ya he ordenado la construcción de varias instalaciones destinadas al entrenamiento de los oficiales y personas recomendadas por la dirección los servicios secretos de ustedes y pronto tendré la posibilidad de proporcionar a ustedes el nuevo equipamiento que se está produciendo actualmente».

El jefe del MI6 pedía a Spaak que no divulgara el contenido de la carta, pero insistía sobre todo en que el primer ministro belga no decidiera colaborar únicamente con la CIA y sugería: «que algunos oficiales vengan al Reino Unido en los próximos meses para estudiar, en colaboración con [sus] servicios, los aspectos concretos de estas cuestiones».

El primer ministro belga respondió al jefe del MI6 que le alegraba recibir la ayuda de los británicos e indicaba al mismo tiempo que los estadounidenses también se habían acercado a las autoridades belgas en relación con aquel tema y que a él le parecía por lo tanto preferible que Washington y Londres arreglaran primero la cuestión entre sí para que Bélgica no se viera en la delicada situación de tener que escoger entre los dos aliados.

«Estoy muy de acuerdo en que una colaboración entre los tres servicios (británicos, americanos y belgas) sería extremadamente provechosa.» Spaak agregaba: «Si uno de los dos servicios, americano y británico, rechazara esa colaboración, los servicios belgas se verían en una situación extremadamente delicada y difícil. Me parece por ello que se imponen negociaciones al más alto nivel entre Londres y Washington para resolver la cuestión.»

Como resultado de aquellas «negociaciones al más alto nivel», los servicios secretos estadounidenses, británicos y belgas crearon un órgano llamado «Tripartite Meeting Brussels» (TMB), también conocido a veces como «Tripartite Meeting Belgian», encargado de supervisar la creación de la red stay-behind belga. En recompensa a su lealtad, Spaak fue nombrado en 1957 secretario general de la OTAN, el más acto cargo civil en el seno de la alianza militar, puesto que ocupó hasta 1961.

Falleció 11 años después, así que no pudo comparecer en el marco de la investigación oficial sobre el Gladio belga. «Varios documentos demuestran que los responsables políticos de la época estaban conscientes de la gravedad de la situación y que aprobaban la idea de negociaciones con vistas a establecer una estrecha colaboración con los servicios secretos americanos y británicos», resumió el informe de los senadores belgas. «Aquella cooperación incluso se consolidó con la creación del Tripartite Meeting Belgian/Brussels a finales de los años 1940.»

Aunque aún se ignoran hoy en día la mayor parte de los detalles sobre los órganos de mando de la guerra secreta, sí se sabe que, paralelamente al TMB, fueron creados otros centros, bajo las siglas CCUO, CPC, ACC y SDRA 11. Las pruebas actualmente disponibles sobre Gladio sugieren que, inmediatamente después de la guerra, se apostó por las estructuras trilaterales ya que el Reino Unido y Estados Unidos habían formalizado al mismo tiempo su cooperación secreta con el Gladio holandés mediante la creación de un Tripartite Committee Holland (TCH), que se componía de los representantes de los tres países implicados.

Un acuerdo similar se concluyó al parecer entre Gran Bretaña y Francia, que firmaron un pacto de colaboración secreta stay-behind el 4 de mayo de 1947. El 17 de marzo de 1948 se fundó el Western Union Clandestine Committee (WUCC), o sea el Comité Clandestino de la Unión Occidental o CCUO.

Encargado de anticipar en tiempo de paz una posible invasión soviética, el Comité era un centro de coordinación de la red clandestina Gladio en el que estaban representados 5 países: el Reino Unido, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo y Francia.

«Otros países habían adoptado la misma estrategia; conformaban una unidad independiente del TMB y trataban de desarrollar una política común para enmarcar los preparativos de una posible futura guerra», observaron los senadores belgas, señalando también que Estados Unidos no parece haberse unido al CCUO hasta 1958.

Robert Schuman (Francia), Dean Acheson (EE.UU.) y Ernest Bevin (Reino Unido), los principales arquitectos de la organización estadounidense de Europa occidental contra la influencia soviética.

El autor Jan Willems ha investigado sobre el Gladio belga. Según Willems, la creación del CCUO en la primavera de 1948 era consecuencia directa de un discurso que el ministro británico de Relaciones Exteriores Ernest Bevin había pronunciado en Londres el 22 de enero de 1948.

Aquel día, Bevin expuso ante el parlamento británico su plan para la creación de una «Unión Occidental», una organización occidental destinada a contrarrestar lo que él llamaba la amenaza soviética en Europa, representada según él por el Ejército Rojo de un lado así como, y principalmente, por la subversión comunista en Europa Occidental.

Bevin y Washington estaban de acuerdo en que, como revela un memorando estadounidense fechado el 8 de marzo de 1948, «actualmente, el problema para nosotros no es tanto prepararnos para una agresión externa sino estar listos para luchar dentro de nuestras fronteras contra una quinta columna respaldada por una potencia extranjera».

El CCUO, también designado a veces como WUCC o CCWU, estaba a cargo de dos misiones de seguridad: garantizar que las discusiones políticas y militares pudieran desarrollarse de manera totalmente confidencial y desarrollar formas de cooperación para luchar contra la subversión y los intentos de infiltración. «La finalidad era desarrollar mecanismos que permitieran eliminar a los candidatos comunistas de las instituciones del poder; según algunos documentos americanos, ese objetivo fue alcanzado.»

Después de la creación de la OTAN en París en 1949, el CCUO, como pudo saberse gracias a la investigación del Senado belga, fue incorporado a la alianza militar y rebautizado como «Clandestine Planning Committee» (CPC). «En conclusión, la lucha contra el enemigo interno siempre fue parte integrante del pacto de la OTAN desde su firma en 1949», subraya Willems. Como las operaciones de guerra secreta que realizaba la OTAN se hacían más intensivas, un segundo centro de mando fue creado en el seno de la alianza, el Allied Clandestine Committee (ACC) que se reunió por vez primera en Francia el 29 y el 30 de abril de 1958, bajo la presidencia de Francia.

Cuando el general De Gaulle obligó a la OTAN a salir de Francia, el ACC se trasladó a Bélgica, en 1968, y, con el nombre oficial de SDRA 11, instaló su cuartel general en los locales del SGR –los servicios secretos militares belgas– en Evere, justo al lado de los edificios de la OTAN.

El SDRA 11, que servía de cobertura al ACC, era «financiado por la OTAN», se precisa en el informe de la investigación belga, mientras que el SDRA 8, la rama del Gladio belga a cargo de las operaciones especiales, dependía del ministerio de Defensa de Bélgica. La última reunión conocida del ACC tuvo lugar en Bruselas el 23 y el 24 de octubre de 1990, bajo la presidencia del director del SGR, el general Raymond Van Calster, el mismo que tanto se enfureció cuando varios periodistas lo interrogaron sobre el centro secreto.

Michel Van Ussel, quien había sido miembro del Gladio belga en los años 1980 bajo el nombre de Georges 923, explicó en un libro publicado en 1991 que el ACC desempeñaba un papel de coordinación. «Las actividades que exigían cierta coordinación se discutían en el seno del ACC. Se trataba sobre todo del uso de los sistemas de radio, de las zonas para le lanzamiento en paracaídas de agentes en el terreno, de los códigos que tenían que utilizar para entrar en contacto entre sí, del paso de fronteras, etc.» También detallaba Van Ussel la manera como los servicios secretos militares utilizaban el ACC para intercambiar ideas y debatir sobre las operaciones clandestinas: «En materia de búsqueda de información, misiones de fuga y exfiltración y operaciones aéreas y marítimas, cada país miembro del ACC seguía los mismos procedimientos que ya se habían discutido con anterioridad y que se habían acordado por todos los participantes. Sin embargo, cada país podía realizar otras “actividades” que no se mencionaban en las reuniones o [que se mencionaban] únicamente de forma restringida entre los instructores.»

Le costó mucho trabajo al Senado belga saber la verdad sobre los centros secretos de la OTAN. Durante una audiencia, el general Raymond Van Calster engañó deliberadamente a los senadores al no mencionar que dentro del aparato belga de inteligencia militar existía el SDRA 11, la vitrina oficial del ACC.

Además, algunos oficiales del ejército simplemente se negaron prestar declaración ante los parlamentarios pretextando para ello el haber prestado el siguiente juramento: «Juro solemnemente no divulgar jamás esta información fuera de todo entorno protegido o en presencia de cualquier otra persona no autorizada, ni siquiera después de haber abandonado mis funciones al servicio de mi país, a no ser que haya sido liberado de esta obligación a través de una orden oficial, específica, expresa y categórica.»

Ofendidos, los senadores señalaron en su informe que su investigación sobre la guerra secreta de la OTAN había sido «gravemente obstaculizada por la obstrucción del personal militar implicado que se refugió tras sus obligaciones de [mantener el] secreto [obligaciones contraídas] con la OTAN, las que se aplicaban igualmente a las actividades por ellos efectuadas en el marco del CPC».

La senadora Cecile Harnie, del partido verde de Bélgica, deploró posteriormente que la comisión investigadora belga, de la que ella misma había formado parte, no hubiese logrado la verdad sobre las matanzas perpetradas en la región de Brabante y que tampoco lograra determinar claramente la participación de la OTAN. Señaló la senadora, muy justificadamente, que los testigos se escudaban invariablemente tras su obligación de secreto contraída con la OTAN para negarse a responder a las preguntas sobre las conexiones existentes entre las dos secretarías internacionales de las redes Gladio, el ACC y el CPC, y el cuartel general de la OTAN en Europa, el SHAPE.

Después de la disolución de la comisión senatorial, en octubre de 1991, la senadora Cecile Harnie llamó por lo tanto a la apertura de una investigación más profunda sobre el papel exacto que había desempeñado la OTAN. Al encontrarse los principales órganos de mando de la OTAN precisamente en Bruselas, Mons y Casteau, Bélgica parecía ser el terreno más propicio para la realización de una profunda investigación sobre los ejércitos secretos. A pesar de esta ventajosa posición, la solicitud de la senadora fue rechazada.

Durante el transcurso de la investigación, los parlamentarios belgas descubrieron con asombro hasta qué punto se hallaba el ejército secreto –SDRA 8– cuidadosamente escondido en el seno mismo de los servicios secretos del ejército de su país (el SGR). En el momento del descubrimiento de la existencia de la red clandestina, el aparato belga de inteligencia militar se dividía en 5 departamentos. Uno de ellos era el SDRA 8, que empleaba a cerca de la mitad de las 300 personas que trabajaban para el SGR.

El SDRA había sido creado a principios de los años 1950 por el coronel Charlier, un antiguo miembro del SAS, las fuerzas especiales británicas, quien ostentaba en el momento del escándalo el grado de teniente coronel y ocupaba el cargo de jefe de Estado Mayor del ejército belga. El propio SDRA se componía de 8 unidades entre las que se encontraba, junto a la red stay-behind altamente secreta designada como SDRA 8, la gendarmería belga, bajo la clave SDRA 6.

Los senadores supieron mucho más tarde que en la mayoría de los países la organización paramilitar clandestina estaba escondida en el seno mismo de los servicios secretos militares, como las conocidas «muñecas rusas», que vienen una dentro de otra, lo cual hacía imposible que el parlamento pudiera ejercer su función constitucional supervisando, controlando y de ser necesario investigando lo que hacían los servicios secretos.

Como todas las demás redes stay-behind creadas en Europa, el SDRA 8 se componía de instructores y de agentes entrenados por dichos instructores. La red contó al parecer hasta 10 instructores mientras que «el número total de agentes se elevaba a 40. Como regla general, los instructores contactaban a sus agentes 2 veces al mes».

Los consejeros de la comisión senatorial estimaron que un total de efectivos de 50 miembros estaba verdaderamente muy por debajo de la realidad. Pero se había destruido una gran cantidad de documentos, lo cual impidió aclarar este punto. Al igual que las demás redes stay-behind, el SDRA 8 y la STC/Mob civil estaban organizadas en células.

En caso de ocupación, los instructores tenían que salir del país mientras que sus agentes debían mantenerse en territorio enemigo para formar sus propias redes: «Los agentes estaban entrenados de manera que pudieran a su vez reclutar a otros en caso de ocupación del país, con el fin de conformar una red que ellos iban a dirigir. La estrategia de reclutamiento obedecía a una estructura piramidal. De esa manera la red podía multiplicarse por 5.»

En el seno de la STC/Mob, cada instructor conocía la identidad de sus propios agentes, pero ignoraba la de los agentes que estaban bajo las órdenes de los demás instructores. Los agentes, por su parte, no se conocían entre sí.

Para garantizar el mayor grado de confidencialidad, las informaciones se comunicaban únicamente a las personas estrictamente vinculadas a ellas y el director de la Sûreté, que dependía a su vez del ministerio de Justicia, era el único que conocía los nombres de los instructores y de los agentes de la STC/Mob. El señor Raes, quien ocupó ese cargo desde 1977 hasta 1990, afirmó ante la comisión senatorial que había «olvidado» los nombres de los agentes, aunque reconoció que había estudiado sus expedientes por razones de seguridad. El ministro de Justicia Wathelet declaró que la STC/Mob contaba 7 instructores en noviembre de 1990. «Cada instructor reclutaba, formaba y entrenaba un máximo de 10 agentes voluntarios», precisa el informe de la comisión, que confirma que la sección contaba 45 agentes a fines del año 1990. De ser exacta esa información, los efectivos de la rama STC/Mob del Gladio belga en noviembre de 1990 serían solamente 7 instructores y 45 agentes, con un total de 52 miembros.

Hoy conocemos las misiones del SDRA 8 y de la STC/Mob gracias a una carta dirigida, el 28 de septiembre de 1991, a los miembros del Gladio, carte que incluye las formas del primer ministro Van Houtte, del ministro de Justicia Moyersoen y del ministro de Defensa De Greef. Escribía el primer ministro:
«Debo precisar la naturaleza y el espíritu de la misión que el gobierno ha encomendado a ustedes. Consiste principalmente en coordinar las actividades de resistencia contra el enemigo en el territorio nacional ocupado.»
Y proseguía, algunas líneas después: «En tiempo de paz, la misión de ustedes consiste en
1) estudiar las condiciones en las que se pudiera desarrollar una resistencia contra el enemigo;
2) supervisar la coordinación de los planes generales concebidos con ese objetivo;
3) seleccionar a las personas (…) que se quedarán en Bélgica para seguir trabajando bajo las órdenes de ustedes en caso de ocupación enemiga (…);
4) mantenerse informados (…) de todas las sugerencias, disposiciones y decisiones tomadas a nivel nacional e internacional y relativas a las estrategias de defensa en territorio ocupado».
Algunos senadores se inquietaron por el hecho que la misión de la red stay-behind incluía reaccionar en función de las decisiones internacionales ya que aquello implicaba que la OTAN y potencias extranjeras, entre ellas Estados Unidos y el Reino Unido, habían podido ejercer cierta influencia sobre la organización belga. «Los jefes de los dos servicios [SDRA 8 y STC/Mob] tienen la obligación», se especificaba en la carta, «en todo lo que concierne a la preparación de la resistencia civil y la resistencia militar en territorio ocupado, de mantenerlos a ustedes informados sobre los planes que ellos elaboren, las actividades que emprendan, las consignas que transmitan a sus subordinados y de todas las directivas que ellos reciban de las autoridades nacionales e internacionales».

Se mencionaban después una serie de indicaciones sobre las misiones a realizar en tiempo de guerra. El SDRA 8 tenía que encargarse de:
«a) la obtención de información para el ejército;
b) el contraespionaje;
c) las siguientes acciones: sabotaje contra objetivos militares, colaboración con elementos de las fuerzas aliadas [las fuerzas especiales], operaciones paramilitares, clandestinas y de guerrilla;
d) la organización de las redes de enlace y evacuación».
Por su parte, la STC/Mob tenía como misiones:
a) «la obtención de información sobre temas políticos, económicos y sociales;
b) el enlace entre el gobierno en el exilio y las redes de resistencia civil dentro del país;
c) la guerra sicológica y sobre todo las actividades de la prensa y la radio clandestinas;
d) la desinformación tendiente a proteger las actividades anteriormente mencionadas; e) la organización de las vías de enlace y de evacuación necesarias para el éxito de las misiones anteriormente mencionadas».
Para ser capaz de operar independientemente de las fuerzas regulares, el ejército secreto belga, al igual que las redes stay-behind del continente, disponía de escondites secretos de armas repartidos a través de todo el país con fusiles, municiones, monedas de oro y explosivos. Además, como también sucedió en todos los países de la OTAN, a mediados de los años 1980 el ejército secreto belga fue equipado con no menos de 79 estaciones «Harpoon», que el gobierno compró por una suma total de 155 millones de francos belgas. Al comparecer ante los senadores, el señor Wathelet, ministro belga de justicia, dijo en su testimonio que la propia OTAN había sugerido que cada uno de los países miembros comprara aquel equipamiento. «Debido a los riesgos de mal funcionamiento o de rastreo que planteaban los sistemas viejos, en el seno del ACC se decidió desarrollar un nuevo modelo de radiotransmisor», explicó Wathelet. «El proyecto “Harpoon”, que a menudo se mencionaba en la Sûreté de l’État, fue confiado entonces a la firma alemana AEG Telefunken», como resultado de una decisión del ACC, el centro de mando del Gladio.

Los potentes radiotransmisores Harpoon, que transmitían en onda corta y altas frecuencias, permitían la comunicación a 6 000 kilómetros de distancia sin necesidad de recurrir al uso de satélites sino gracias al rebote de las ondas en la ionosfera. Sistemas de codificación muy sofisticados permitían la transmisión de mensajes prácticamente imposibles de descodificar. Michel Van Ussel, quien fue agente de la STC/Mob en los años 1980, recuerda que «aquellas pequeñas maravillas tecnológicas» constituían «una verdadera proeza técnica. Sin exagerar, Harpoon es el sistema militar de enlace radial del año 2000. Cuando se puso en servicio, no había en el mundo nada equivalente». Los transmisores portátiles Harpoon sólo pesaban 8 kilogramos, incluyendo las baterías, y se presentaban «en un elegante maletín protegido con un combinación cifrada». Eran capaces de recibir y descodificar y también de codificar y enviar mensajes a gran velocidad sin la menor intervención humana. Por primera vez en décadas, los agentes yo no tenían que recurrir a la clave morse y ni siquiera tenían que estar presentes en el lugar en el momento de transmitir la información.

La comisión investigadora [belga] comprobó que el entrenamiento de los agentes de la STC/Mob se desarrollaba en Bélgica y que estos seguían a veces «cursos en el extranjero». La red stay-behind se basaba en gran parte en los contactos internacionales y sus agentes se veían obligados a llevar una doble vida. «En mi caso, [mi instructor y yo] nos reuníamos más o menos una vez al mes. La formación se desarrollaba en mi casa, generalmente el viernes en la noche, después de acostar a los niños», contó Michel Van Ussel. Precisó además que «algunos agentes no se atrevían a recibir a su instructor en su domicilio porque sus esposas nada sabían sobre su doble vida». En el marco de las maniobras internacionales stay-behind, los agentes de la STC/Mob debían, por ejemplo, establecer un contacto radial secreto con el Gladio de Francia.

Van Ussel cuenta en su libro el día de su reclutamiento: «Un día, un hombre vino a mi casa para preguntarme si yo aceptaría una misión confidencial. Me dijo que era en el marco de la OTAN. Como era posible que yo rechazara la oferta, él no entró en detalles. Era mejor no hablar demasiado porque se trataba de una de las organizaciones más secretas que hayan existido nunca.» Van Ussel aceptó finalmente convertirse en un soldado de la sombra. «Teníamos un radio a nuestra disposición. Nuestra base estaba cerca de Londres y había otra en los alrededores de Boston, en Estados Unidos. En realidad, acepté sobre todo por curiosidad», analiza este miembro del Gladio, «[por] entrar en aquel mundo extraño, que uno se imagina poblado de siluetas con impermeable y barba falsa».

Según Van Ussel, la mayoría de los miembros del Gladio sentían principalmente curiosidad o eran aventureros. «Estábamos muy lejos», escribe Van Ussel en su libro, «de los grandes ideales como el honor, el sentido del deber o del patriotismo (…) que ha veces se han atribuido a los miembros y que en realidad les eran totalmente ajenos». Van Ussel consideró que la mejor manera que los combatientes belgas tenían de acabar con las teorías conspirativas era salir de la sombra y ofrecer su propia versión de la historia ya que «ya nada les impide ahora dar su testimonio».

El ex agente de la STC/Mob señaló que la CIA y el MI6 mantenían en secreto la identidad de los soldados de la sombra. «Como en las mejores novelas de espionaje, cada agente del Gladio recibía un nombre en clave y una matrícula. Estos se utilizaban sistemáticamente, sobre todo durante los ejercicios.» El propio Van Ussel había recibido el nombre «Georges 923», mientras que otros se hacían llamar «Charles», «Isabelle», «Pollux» e incluso «King Kong».

La verdadera identidad de los agentes sólo la conocían «dos o tres personas», explicó Van Ussels alias Georges 923. Entre esas personas se encontraban el oficial que había reclutado personalmente al miembro del Gladio así como el que se reunía con él periódicamente para transmitirle sus instrucciones. En sus respectivos cuarteles generales, la CIA y el MI6 conservaban un expediente sobre cada miembro de la red, «una especie de currículum vitae» donde figuraban el verdadero nombre del miembro del Gladio, su profesión, su dirección, su situación familiar, otros datos personales ¡y «su juego completo de huellas digitales!».

El fichero contenía además los códigos de las claves que utilizaba cada agente, las contraseñas de activación así como la localización exacta de los escondites de armas que tenía asignados. «El fichero mismo estaba en clave y se conservaba una copia en cada uno de los países donde se hallaban las bases de radio», o sea en el Reino Unido y en Estados Unidos. «El jefe del SDRA 8 iba allí periódicamente para actualizar los expedientes.» Van Ussel precisó además que «los americanos y los británicos eran interlocutores privilegiados en las comunicaciones radiales ya que las bases estaban (y aún están hoy en día) instaladas en sus territorios».

La mayor parte de los miembros del SDRA 8 se reclutaban entre los paracaidistas del ejército belga. El entrenamiento se desarrollaba en el campamento militar de Meerdaal y la formación en manejo de explosivos en el Polígono, en Brasschaat. Los agentes enrolados se vestían de uniforme durante el entrenamiento y los instructores belgas recibían su propia formación en Gran Bretaña o en Bélgica de instructores británicos que venían a impartirla. Para enmascarar la verdadera naturaleza de sus misiones en el seno del SGR, los servicios secretos militares belgas, los miembros del SDRA 8 fingían entrenarse en diferentes técnicas de guerra convencional. Se trataba principalmente de operaciones submarinas y de paracaidismo.

El SDRA 8 trabajaba en estrecha colaboración con el SDRA 6, la gendarmería belga. Según el testimonio del comandante en jefe de la gendarmería, hasta 1990 el helicóptero Puma que utilizaban sus servicios se había utilizado sistemáticamente para el entrenamiento del SDRA 8 en la realización de operaciones de lanzamiento en paracaídas en la más completa oscuridad.

Los propios agentes stay-behind sabían muy poco sobre la verdadera dimensión internacional del Gladio. Sólo sabían que formaban parte de una organización europea cuyas bases se hallaban en Washington y Londres. Nada sabían de la estructura global de la organización. Al igual que sus homólogos de toda Europa, los combatientes clandestinos belgas eran «visceralmente anticomunistas», como se comprobó durante la investigación parlamentaria. Realizaban ejercicios conjuntos con oficiales estadounidenses y británicos y con miembros del Gladio de otros países.

Con el paso de los años, los agentes del SDRA 8 participaron en varias maniobras nacionales e internacionales, en Bélgica y en el extranjero. No sabemos en cuántos ejercicios en total participaron aquellos hombres ya que la comisión investigadora sólo recibió una «lista incompleta» de las informaciones que había solicitado, lo cual la llevó a suponer que «a menudo se destruían los documentos al término de las maniobras». Los senadores lograron confirmar, a pesar de lo anterior, que las maniobras tenían lugar «a razón de varias al años».

Como aquellos ejercicios tenían que desarrollarse en el mayor secreto, los agentes recibían documentos de identidad especiales que podían presentar a la policía de ser necesario. «Cada participante recibía una tarjeta de ejercicio que debía mostrar en caso de accidente, para demostrar que estaba participando en un entrenamiento oficial. En aquellas tarjetas figuraba el número de teléfono del SDRA al que había que llamar, y de donde se avisaría después al jefe del SDRA 8.» Aquellas misiones de entrenamiento consistían en simulacros de búsqueda de información, de paso de fronteras y de operaciones de evacuación. En uno de aquellos ejercicios los agentes del SDRA 8 debían simular la observación de navíos soviéticos que entraban y salían de los puertos belgas y transmitir la información a su cuartel general. Varias maniobras internacionales de ese tipo se organizaron durante toda la Guerra Fría.

También incluían operaciones submarinas en Córcega [Francia], operaciones que el SDRA 8 efectuaba conjuntamente con la red stay-behind francesa. Aquellos ejercicios tuvieron lugar hasta 1990. En abril de ese año, el general Charlier, jefe del Estado Mayor, informó al ministro de Defensa Guy Coeme que acababa de ordenar que se pusiera fin a una serie de misiones que efectuaba el SDRA 8, «principalmente las operaciones submarinas y los ejercicios efectuados en Córcega». Para su gran sorpresa, los senadores se enteraron, sin embargo, de que las operaciones del SDRA 8 en el extranjero no se limitaban al Mediterráneo. Al igual que sus colegas portugueses, los miembros del ejército secreto belga estuvieron también muy activos en las colonias belgas de África. «Un dirigente del SDRA 8 confirmó que los instructores paramilitares participaron en operaciones del ejército belga en Zaire en los años 1970 (en Kisangani y Kitona) y en Ruanda», precisa el informe de los parlamentarios. «Esas intervenciones constituyen una infracción flagrante de las reglas establecidas, según las cuales, por razones de confidencialidad, los instructores y agentes no debían tomar parte en ninguna actividad militar o social en tiempo de paz.»

En el transcurso de sus misiones internacionales de evasión y de evacuación en Europa, los agentes del SDRA 8 y sus colegas de la red Gladio trasladaban individuos de refugio en refugio siguiendo itinerarios secretos y lograban así trasladarlos a través de las fronteras. «Aquellos ejercicios se organizaban a menudo a escala internacional y simulaban en un determinado lugar la recuperación y exfiltración de un piloto derribado o de agentes extranjeros que habían entrado al país con una misión específica (inteligencia, sabotaje).»

El sistema europeo Gladio funcionaba de maravilla, como descubrieron los sorprendidos senadores belgas: «Es conveniente aportar dos precisiones sobre estos ejercicios. En primer lugar, estamos aquí ante una red internacional capaz de trasladar a un individuo de Noruega hasta Italia de manera totalmente clandestina. Ello implica una colaboración muy estrecha y una estricta coordinación a nivel internacional entre varios servicios secretos», subrayaron los senadores en su informe. «El segundo hecho importante es la perfecta infraestructura técnica de la que disponía la red stay-behind: las personas y el equipamiento eran enviados o recogidos por vía terrestre, marítima o lanzados en paracaídas. Su destino se designaba de antemano y se controlaba. Las personas se mantenían en edificios protegidos.»

La principal base militar de la OTAN en Francia fue instalada en Solenzara (isla de Córcega). Hasta que el escándalo de los años 90’ no reviente y esta información llegue a la opinión pública, los agentes belgas del Gladio recibían entrenamiento y capacitación ahí mismo.

El agente Van Ussel, alias Georges 923, de la STC/Mob, recuerda que el terreno preferido para las operaciones submarinas era el Mediterráneo, sobre todo la base de Solenzara, en Córcega [Francia], que «era por consiguiente muy conocida para las familias de militares belgas de vacaciones».

Van Ussel insiste en la estrecha colaboración existente entre los ejércitos secretos europeos, que lograban trasladar un agente de Noruega a Italia en menos de un mes sin que fuese sometido a ningún tipo de control de aduana o policial: «Efectuábamos sobre todo el siguiente ejercicio: en una noche sin luna, un submarino inglés emergía frente a las costas noruegas, una lancha transportaba furtivamente al agente hasta la orilla siguiendo señales luminosas efectuadas desde la playa por un agente de la red local. La lancha volvía después al submarino mientras que el “visitante” era interceptado por un agente civil que lo interrogaba y lo registraba, para verificar si efectivamente se trataba de la persona que estaba esperando. Ya bajo la responsabilidad de la organización, el “visitante” era después trasladado a pie, a caballo o en automóvil de red en red hasta llegar a Kristiansand», en la costa sur de Noruega. «Desde allí, un pescador que trabajaba para la organización lo llevaba hasta Aalborg», en la costa norte de Dinamarca, «donde la red danesa se encargaba de él. De esa manera, después de un periplo de un mes a través de los Países Bajos, Bélgica y Francia, el “visitante” finalmente llegaba una mañana a la región de Friuli, en Italia, sin haberse sometido ni una sola vez a un control de aduana o de policía, lo cual era uno de los objetivos de la misión», precisa Van Ussel. «Bajo constante vigilancia, [el agente] había pasado por las manos de varias decenas de redes de evasión.»

Los oficiales del SDRA 8 se formaban en el Reino Unido, pero seguían también un entrenamiento conjunto con comandos estadounidenses en Estados Unidos, como se descubrió durante la investigación belga: «La Comisión pudo comprobar que varios miembros del SDRA 8 recibieron el entrenamiento de las fuerzas especiales en Estados Unidos». También resultó que habían participado en maniobras de la OTAN efectuadas en Europa junto a las fuerzas especiales estadounidenses. «Estados Unidos dispuso así», comentaron los senadores, «de un poderoso instrumento que les brindaba la posibilidad de influir en la situación interna de un país situado en su esfera de influencia».

La principal interrogante que subsiste hoy en día en Bélgica y en Europa es por lo tanto la siguiente: ¿Utilizó Estados Unidos ese instrumento a pesar de la ausencia de invasión soviética? ¿Utilizó el Gladio belga sus armas y explosivos en Bélgica en tiempo de paz y, si no lo hizo, prestó ayuda a grupos clandestinos de extrema derecho comprometidos en operaciones militares?

Lucien Dislaire, durante una reconstitución para la prensa de lo que fue el ataque al cuartel de Vielsalm.

La investigación llevó a los senadores belgas a responder afirmativamente. Ellos lograron reconstruir el desarrollo de un hecho que llamaron el incidente de Vielsalm. En 1984, un escuadrón de marines estadounidenses despegó de un aeropuerto situado al norte de Londres. Después de saltar en paracaídas sobre su objetivo, alcanzaron su destino, donde los esperaba un agente del SDRA 8 para servirles de guía en la región.

Ocultándose de la población local, los comandos estadounidenses y los soldados de la sombra belgas pasaron los siguientes 15 días preparándose para su misión: un ataque nocturno contra el cuartel de Vielsalm, una ciudad del sur de Bélgica. Los marines [estadounidenses] se acercaron furtivamente a su objetivo y abrieron fuego. Un oficial de la policía belga resultó muerto y un soldado estadounidense perdió un ojo en aquella operación.

Los senadores [belgas] descubrieron que aquel ataque había sido perpetrado en el marco de un ejercicio bautizado Oesling. Unidades del ejército belga realizaban aquel tipo de operaciones en colaboración con miembros de las fuerzas especiales estadounidenses más o menos una vez al año. «La Comisión trató varias veces de saber si el SDRA 8 o sus instructores participaron o no en aquellos ejercicios Oesling.» «Recordemos que fue durante una de esas maniobras, en 1984, que se produjo un robo de armas en la comisaría de Vielsam», precisa el informe de la investigación.

Los miembros del Gladio belga afirmaron primeramente que no habían participado en los famosos ejercicios. «El último comandante del SDRA 8 desmintió toda implicación de su servicio en ejercicios de ese tipo, aquello no entraba en el marco de su misión y el riesgo para sus hombres hubiera sido demasiado importante», indica el informe. «Pero esa declaración se vio contradicha por un ex comandante del SDRA 11 y ex jefe de los servicios secretos belgas que confirmó que la red pudo haber participado en los ejercicios Oesling. Otro responsable atestiguó que la red participó en dos ejercicios del tipo Oesling. Durante meses, las autoridades civiles nos explicaron que el ataque era obra de simples criminales o de terroristas», recuerda el periodista René Haquin. «Fue unos meses antes de que yo recibiera cierta llamada telefónica. Fue así que me fui a Francia donde me reuní con Lucien Dislaire, quien me explico extensamente su versión de los hechos. Me dijo que había participado en maniobras secretas que debían reproducir operaciones de resistencia y de apoyo a la resistencia como las que se habían desarrollado al final de la guerra.»

En 1990, cuando se descubrió toda la red stay-behind europea, el soldado Dislaire atestiguó ante las cámaras –en un documental sobre el Gladio– que, además del de Vielsalm, se habían realizado otros ejercicios conjuntos con las fuerzas especiales estadounidenses. «Yo soy del norte de Luxemburgo», explicaba Dislaire. «En aquella época, yo era director de un banco y al mismo tiempo ex paracaidista. Un día vinieron a mi casa y me pidieron ayuda en el marco de maniobras especiales en coordinación con las fuerzas especiales americanas. Los comandos belgas habían recibido orden de reunirse con paracaidistas americanos. Después tenían que alcanzar sus puntos de encuentro y tomar por asalto varios edificios de la gendarmería. Yo recibí el equipamiento y las armas necesarias así como un transmisor de radio para coordinarlo todo.»

René Haquin recordaba que la operación de Vielsalm era sólo una más entre las tantas en que las fuerzas especiales estadounidenses habían operado en suelo belga de forma clandestina. «Habíamos leído algo sobre un ataque contra un campamento militar de los Cazadores Ardenenses, aquí en Bélgica. Así que fui allí con otros periodistas», contaba Haquin, también ante las cámaras. «Habían cortado la cerca, tomado la armería por asalto, herido al guardia y se habían llevado cierta cantidad de armas. Logré entrar en el lugar gracias a alguien que conocía allí. Adentro pude ver militares extranjeros, americanos específicamente.»

El miembro del Gladio belga Lucien Dislaire confirmó al periodista René Haquin que las fuerzas especiales estadounidenses habían estado implicadas varias veces en operaciones clandestinas en territorio belga. «Había habido problema días antes» del ataque de Vielsalm, le contó Dislaire. «Los americanos habían ido demasiado lejos. Eran tipos de unos 40 años, oficiales, tipos duros. Se pasaron realmente de rosca. Anteriormente habían atacado unas barracas. Incluso habían lanzado una granada hacia las oficinas del ministerio público.» Dislaire confió al periodista que los métodos violentos de los comandos estadounidenses molestaban considerablemente a quienes sabían en Bélgica de aquellas operaciones clandestinas: «Las autoridades reaccionaron declarando que aquello era demasiado. Fue en aquel momento que se anuló el proyecto de ataque contra el cuartel de Vielsalm. El día previsto para el asalto supimos que la operación había sido anulada.» Pero era demasiado tarde para detener a las fuerzas especiales.

Dislaire contó que «los americanos me pidieron que los llevara al campamento donde querían estar listos para intervenir. A la mañana siguiente, me fui a Namur con mi mujer. Oí en la radio que el cuartel había sido atacado a medianoche. No puedo decir qué fue lo que sucedió en realidad porque yo me había ido a las 20 horas aquella noche. No se suponía que yo me quedara.» Fue a la mañana siguiente que Dislaire supo lo sucedido. «Al día siguiente, el comandante del cuartel de Vielsalm me llamó y me informó de la operación. Me dijo que avisara a los comandos belgas que el guardia no había muerto, que estaba en el hospital, gravemente herido.» El herido murió poco después.

Después de cada una de aquellas operaciones realizadas en los años 1980, las autoridades belgas destruían meticulosamente todos los indicios para evitar sospechas. El ejército stay-behind belga siguió siendo secreto y sólo algunos ataques fueron oficialmente confirmados. «Las autoridades americanas y belgas interrogadas finalmente admitieron al cabo de varios meses que se habían organizado maniobras y que había habido varios ataques», explicaba René Haquin. «Yo recuerdo, por ejemplo, el ataque contra un depósito de combustible del ejército en Bastogne. Y también el asalto contra una comisaría en Neufchateau. Los militares admitían poco a poco la realidad de aquellos ataques.»

Pero los detalles sobre la operación de Vielsalm no fueron divulgados. «La última versión que dieron del incidente de Vielsalm era que se había planificado un asalto pero que había sido anulado en el último momento», recordaba el periodista que subrayaba igualmente que las armas sustraídas habían ido a parar en manos de un oscuro grupo de activistas de izquierda para hacer creer que los culpables eran los comunistas: «Algunas de las armas robadas en Vielsalm fueron encontradas en un apartamento perteneciente a las CCC, las Células Comunistas Combatientes».

¿Por qué se montaron ese tipo de operaciones? ¿Y cómo fue que las armas robadas en Vielsalm por las fuerzas especiales estadounidenses fueron a parar al escondite de un grupo comunista belga en Bruselas? «Aquel ejercicio tenía un doble objetivo: poner en alerta a la Policía belga y dar a la población la impresión de que el tranquilo y próspero reino de Bélgica se hallaba bajo la amenaza de una revolución roja», escribió el periodista británico Hugh O’Shaughnessy en un artículo dedicado al Gladio.

Los comunistas belgas, al igual que sus camaradas italianos, se vieron desacreditados por aquellas operaciones bajo bandera falsa realizadas conjuntamente por las fuerzas especiales estadounidenses y la red stay-behind belga.

La tesis se confirmó cuando se descubrió que el grupúsculo terrorista incriminado supuestamente comunista, las CCC, en realidad era una creación de la extrema derecha. Entre octubre 1984 y el otoño de 1985, las CCC fueron responsables de no menos de 27 atentados. Bajo la dirección de Pierre Carette, aquel grupo apuntaba, con ataques minuciosamente preparados, a los símbolos del capitalismo, como las instalaciones estadounidenses vinculadas a la OTAN, bancos y edificios militares.

El 17 de diciembre de 1985 fueron arrestados los líderes de las CCC y el grupo fue desmantelado en el mayor despliegue de fuerzas policiales y militares que se haya producido en Bélgica desde el arresto de los nazis, después de la Segunda Guerra mundial. El descrédito cayó sobre los comunistas hasta que varios periodistas descubrieron que la red terrorista que Pierre Carette había creado a principios de los años 1980 se componía en realidad de agentes vinculados a la extrema derecha. El brazo derecho de Carette, Marc de Laever, incluso se unió posteriormente a un movimiento neonazi alemán.

El Ministro de Defensa belga socialista Guy Coëme enfrentando el silencio. Los soldados bajo su mando se negaron a responder a las preguntas. Más tarde se vio obligado de dimitir, atrapado en un escándalo y negociado de venta de armas.

«Hubo en Bélgica toda una serie de hechos no aclarados: a mediados de los años 1980, un grupo armado cometió numerosos asesinatos de los que todavía no sabemos nada», recordó a fines de 1990 el ministro de Defensa Guy Coeme para tratar de establecer un vínculo entre el ejército secreto stay-behind y los actos terroristas de los que Bélgica había sido víctima. «Yo le pregunté al jefe de las fuerzas armadas, el general José Charlier, si existía o no en Bélgica una organización tipo Gladio», explicó Coeme en su primera intervención en la televisión belga, el 7 de noviembre de 1990, ante los telespectadores, absortos en las revelaciones sobre la red stay-behind europea.

Coemer sostuvo que, a pesar de su cargo de ministro de Defensa, nunca tuvo conocimiento de la existencia del ejército secreto. «Además, yo quiero saber si existe un vínculo entre las actividades de esa red secreta y la ola de crímenes y de terrorismo que sufrió nuestro país en los pasados años.»

El ministro de Defensa se refería a las tristemente célebres matanzas de Brabante, una serie de atentados terroristas, tan inexplicables como sangrientos, que dejaron 28 muertos y numerosos heridos en la región de Bruselas entre 1983 y 1985. Aquellas matanzas habían suscitado gran conmoción entre la población y siguen siendo hoy en día el episodio más trágico de la historia reciente de Bélgica.

Figuran además entre los actos terroristas más violentos que conociera Europa Occidental durante la segunda mitad del siglo XX. Estas «matanzas de Brabante» designan en realidad una serie de 16 asaltos a mano armada cometidos en los alrededores de la provincia belga. El primero tuvo lugar el 14 de agosto de 1982 en un comercio de víveres de Maubeuge, en el norte de Francia. El último se produjo el 19 de noviembre de 1985 en un supermercado Delhaize, en Aalast, una ciudad de Flandes oriental. Los otros 14 atentados, perpetrados todos en la región de Brabante, tuvieron como blanco 2 restaurantes, un chofer de taxi, una joyería, una fábrica textil, un comercio de víveres y por 5 supermercados del grupo Delhaize, siempre en ciudades diferentes. La policía había observado que en cada ocasión los culpables se habían llevado sumas insignificantes, raramente más de 8 000 euros, aunque sí habían dado muestras de extrema violencia y de gran profesionalismo.

Las matanzas de Brabante tenían como objetivo instaurar un clima de terror entre la población belga. Y lo lograron, como quedó demostrado en el ataque contra el supermercado Delhaize de Alost, el 9 de noviembre de 1985. Importante fecha del calendario cristiano, el 9 de noviembre es el día de San Martín, el papá Noel local, y en la noche anterior, antes de irse a la cama soñando con sus regalos, los niños ponen frente a sus casas zanahorias para los caballos del santo. Se trata tradicionalmente de un día de gran afluencia [en los comercios].

Aquel sábado, el público se agolpaba en el supermercado Delhaize para realizar sus compras de última hora. Los hechos que se produjeron entonces pudieron reconstruirse gracias a los testimonios de personas allí presentes. Tres hombres armados y encapuchados salieron de un Volkswagen GTI estacionado ante el establecimiento. El más alto de los tres, armado con un fusil de acción de bombeo, mató a quemarropa y a sangre fría a dos clientes del supermercado. Al llegar al nivel de las cajas registradoras, comenzó a disparar al azar contra todas las personas presentes. «Vi tres hombres enmascarados salir de detrás. Un hombre le dijo a su hijo “¡Al suelo! ¡Están ahí!», contó un testigo anónimo en el documental sobre Gladio transmitido por la BBC. «Un automovilista testigo de la escena que trataba de huir del lugar [fue tiroteado], su automóvil recibió 7 u 8 proyectiles y una bala lo rozó detrás de la oreja.» El pánico se apoderó de la gente. «Una mujer con el rostro cubierto de sangre gritaba algo a su hijo. No sé qué exactamente.» Los pasillos del supermercado ofrecían a los aterrorizados clientes muy pocas posibilidades de esconderse o de ponerse al abrigo de los disparos.

Ocho personas, entre ellas varios miembros de una misma familia, encontraron la muerte en el posterior tiroteo y otras 7 resultaron heridas. Una pareja y su hija de 14 años fueron rematadas a sangre fría ante las cajas registradoras. Otro padre de familia y su hija de 9 años fueron abatidos cuando trataban de huir en auto. El botín de la operación fue el equivalente a unos miles de euros, encontrados posteriormente en un bolso abierto que los malhechores lanzaron en un canal. Los asesinos se esfumaron y hasta el sol de hoy siguen sin haberse juzgados, ni arrestados. Ni siquiera han sido identificados. Hoy en día aún se ignora quién estuvo detrás de aquellos hechos, que hoy se acostumbra a designar como «las matanzas de Brabante».

Después de aquellos asesinatos, el ministro de Justicia Jean Gol compareció ante la televisión para prometer más seguridad a una población aterrada. Aquellos actos reiterados de terrorismo provocaron pánico en toda Bélgica. Los policías de servicio cerca de los supermercados recibieron como refuerzo la presencia de paracaidistas y de Jeeps equipados con piezas de artillería ligera. Testigos y expertos coincidían en reconocer que aquellas matanzas no eran obra de simples criminales sino más bien operaciones sanguinarias perpetradas por aguerridos profesionales.

Era lo único que podía explicar la calma y la determinación que habían mostrado los atacantes al controlar la situación y hacer uso de sus armas así como su seguridad al huir en su Volkswagen, justo ante las narices de la policía belga. Actuando siempre con un reducido número de cómplices, el más alto de los sospechosos, implicado en la matanza de Alost y al que los testigos y la prensa bautizaron como «el gigante», reapareció en varios asaltos a mano armada, dando órdenes a sus hombres y utilizando su escopeta de acción de bombeo SPAS 12 de fabricación italiana.

El sello distintivo de aquellos hombres era la extrema violencia. El 30 de septiembre de 1982, durante un tiroteo, un policía herido que yacía en la acera mojada fue rematado fríamente y a quemarropa. Durante el asalto de un establecimiento de venta de víveres en Nivelles, el 3 de marzo de 1983, los asaltantes, en vez de huir después de asesinar a una pareja y hacer sonar la alarma, decidieron esperar la llegada de la policía, que cayó de lleno en la emboscada.

La comisión investigadora sobre el Gladio nombrada por el parlamento belga recibió la misión de responder a la siguiente pregunta: «¿Existen vínculos entre la red y los actos de terrorismo y de gangsterismo observados en Bélgica en los 10 últimos años?» A pesar de su notable trabajo, los senadores no pudieron dar respuesta a esa crucial interrogante.

Su fracaso en ese sentido se debe en gran parte a la falta de cooperación del SDRA 8 y de la STC/Mob, que se negaron a proporcionar la identidad de sus agentes. «La Comisión no ha descubierto ningún elemento que permita concluir la existencia de vínculo alguno entre la red y los actos de terrorismo y de gangsterismo», concluyó el informe de los parlamentarios. «La negativa del SDRA 8 y de la STC/Mob en cuanto a revelar a los jueces a cargo del caso la identidad de todos sus agentes civiles ha hecho imposible proceder a las verificaciones que probablemente hubiesen permitido eliminar las dudas que siguen subsistiendo.»

De esta forma, el grupo de magistrados encargados de asesorar a la comisión senatorial no logró probar la existencia de vínculos entre la red stay-behind y las matanzas de Brabante. «Los jueces no disponen por el momento [en 1991] de ningún elemento que permita pensar que miembros del SDRA 8 y de la STC/Mob hayan podido desempeñar algún papel en los actos criminales que tanto conmocionaron a la opinión pública.» Al igual que los senadores, los magistrados no lograron obtener resultados concluyentes: «Los jueces deploraron no haber podido responder a esta pregunta con más certeza: el silencio que se ha mantenido sobre la identidad de los agentes no permite a los jueces proceder a las verificaciones necesarias para determinar la verdad».

Si el ejército secreto no tiene nada que ocultar debe aceptar revelar la identidad de sus miembros, razonaba la prensa belga mientras que los senadores enfrentaban constantes obstrucciones. Sin embargo, los dos jefes del Gladio dentro del ejecutivo belga –el señor Raes, todopoderoso director de la Sûreté de l’État de 1977 a 1990 y de hecho responsable incluso de la STC/Mob, y el teniente coronel Bernard Legrand, jefe de los servicios secretos militares y por lo tanto también jefe del SDRA 8– simplemente se negaron repetidamente a entregar sus listas de agentes.

El categórico rechazo del ejecutivo a contestar las preguntas de los legisladores y de la justicia provocó una ola de indignación en la democracia belga. Raes y Legrand no tenían legalmente ningún derecho a negarse a cooperar ya que sus respectivos superiores jerárquicos –el ministro de Justicia Wathelet y el ministro de Defensa Coeme– habían impartido a sus subordinados órdenes explícitas de que colaboraran con la investigación sobre la red stay-behind y que entregaran la lista de sus efectivos, órdenes que simplemente no fueron obedecidas.

Por ser el caso de las matanzas de Brabante uno de los episodios más sensibles de la historia de la guerra secreta en Bélgica, la comisión senatorial había acordado con los ministros de Defensa y de Justicia que los nombres de los individuos que habían sido o eran miembros de la red stay-behind sólo serían de conocimiento de los tres magistrados a cargo del expediente, quienes a su vez garantizarían la confidencialidad. Los tres jueces se comprometían a divulgar únicamente la identidad de las personas que estuviesen implicadas en los excesos cometidos en los años 1980.

Existían por lo tanto garantías de discreción, a menos que se demostrara la implicación de soldados stay-behind en las matanzas de Brabante. La proposición parecía justa. Pero Raes y Legrand se mantuvieron en sus trece y nunca proporcionarían ningún nombre. Se trató entonces de llegar a un compromiso. A falta de los nombres, se propuso que los jueces pudieran disponer al menos de las fechas de nacimiento de los agentes para que pudieran compararlas con las de los individuos considerados sospechosos en el caso de las matanzas de Brabante. Pero se estrellaron contra una nueva negativa.

«Diga lo que diga el ministro, subsisten razones muy justificadas para no revelar la identidad de los soldados clandestinos. Por diferentes razones, sobre todo sociales y familiares, los clandestinos cuentan con la promesa que se les hizo», explicó el comandante Legrand. «Me mantendré inflexible. No daré los nombres de los combatientes clandestinos, a menos que se presenten pruebas», insistió, sabiendo perfectamente que sin los nombres era imposible probar nada. «Es una organización honorable. No entiendo por qué se da tanta importancia a este asunto», se quejó Legrand. «Cuando leo los periódicos, me cuesta creer que se pueda conceder tanto interés a cuestiones de ese tipo cuando hay tantos problemas más importantes.»

Los senadores y los magistrados insistieron aún durante 3 meses. La situación se estaba convirtiendo en una prueba de fuerza. Pero finalmente fueron Raes y Legrand los que ganaron la partida. Los nombres no fueron revelados y, el 28 de marzo de 1991, Le Soir, el principal diario belga, publicó el siguiente mensaje en clave: «¡Digan los nombres! ¡Nunca!, responden los “Gladiadores”. Ha llegado el momento del choque. Aquí Bruselas. Queridos amigos de la Operación Stay-Behind, la Sección 8 les reitera su mayor estima y agradece a ustedes su sincera dedicación al país. Garantizan a ustedes que se trata de presiones y amenazas en el aire y que se respetarán los compromisos. ¡Adolfo está bien!».

Aquello era una humillación para la comisión de investigación sobre el Gladio. Los senadores sólo pudieron comprobar que el artículo publicado en Le Soir había sido impreso por orden de Legrand y que aquello podía «considerarse una forma de resistencia colectiva ante los intentos de la Comisión por obtener los nombres». La frase «¡Adolfo está bien!» [En francés, “Adolphe, va bien!”. Nota del Traductor.] servía para indicar que el mensaje emanaba realmente de las más altas autoridades de la red stay-behind. Raes y Legrand se vieron obligados a dimitir como resultado de aquel asunto, que puso fin de forma definitiva a sus carreras en la administración belga.

El 23 de noviembre de 1990, el gobierno decidió desmantelar su ejército secreto y poner fin a toda colaboración con organizaciones análogas en el extranjero. Lo más difícil de admitir para los senadores belgas fue que la CIA y el MI6 –que, como comandantes de las redes europeas stay-behind, también disponían de los registros que contenían la identidad de los miembros del Gladio belga– también se negaron a colaborar, a pesar incluso de las fuertes sospechas existentes en el caso de las matanzas de Brabante. La comisión senatorial belga señaló que «los nombres de los agentes se hallaban en sobres sellados, depositados en archivos en Washington y en Londres por sus respetivos servicios secretos».

Mientras la prensa belga llegaba a la conclusión de que los servicios de inteligencia de Gran Bretaña y Estados Unidos eran responsables del misterio que seguía rodeando las matanzas de Brabante, el ministerio de Justicia [belga] solicitó en 1995 a los profesores Fijnaut y Verstraeten de la universidad belga de Lovaina que investigaran las razones que habían impedido que se levantara el secreto en Bélgica. Después de sólo 2 meses de investigación, los dos profesores renunciaron a aquella tarea denunciando una grave falta de cooperación de parte de las instituciones gubernamentales que, según ellos, les estaban impidiendo hacer su trabajo.

Se nombró entonces una nueva comisión parlamentaria encargada de descubrir por qué la democracia belga era incapaz de averiguar la verdad sobre las matanzas de Brabante. En octubre de 1997, la nueva comisión entregó un abrumador informe de 90 páginas. El informe enumeraba una serie de ejemplos de flagrante incompetencia observados durante las investigaciones realizadas inmediatamente después de los atentados perpetrados en los años 1980 y acusaba a la policía belga de haber realizado una investigación caótica e ineficaz durante la cual se habían extraviado documentos o habían sido destruidos, se habían ignorado diferentes pistas y ciertas informaciones no habían sido comunicadas a otros servicios que colaboraban con la investigación.

El investigador Allan Francovich aportó un nuevo enfoque sobre las matanzas de Brabante al seguir la tesis de una colaboración entre ciertas células del ejército secreto belga y la organización de extrema derecha Westland New Post (WNP). Ya en 1988, el periodista investigador John Palmer había subrayado que ciertos indicios del caso de las matanzas de Brabante designaban «claramente a la extrema derecha, y sobre todo al grupúsculo neonazi bautizado Westland New Post».

En 1974 se había fundado en Bélgica el muy derechista Frente de la Juventud (FJ). Cinco años más tarde, el FJ se había dotado de un brazo armado: el WNP. «Nacido en 1974, el Frente de la Juventud existió hasta los años 1980. Se situaba unas veces en el militantismo político y otras en el activismo», explicaba en el documental de Francovich el jefe de aquella organización, Francis Dossogne. Este último confirmaba que se trataba, efectivamente, de un grupo «de extrema derecha» y agregaba que era «esencialmente un movimiento de jóvenes y militantes».

También admitía Dossogne que el FJ había recurrido de forma regular a la violencia: «El Frente de la Juventud realizaba acciones de subversión. Cuestionaba muchas cosas, todo lo que estaba bien establecido. El Frente era tan subversivo que quisieron disolverlo.» Al realizar sus entrenamientos paramilitares cada vez más abiertamente, los miembros del FJ se convirtieron rápidamente en blanco de críticas. «El Frente fue condenado por causa de sus campamentos. En realidad, no hacíamos nada diferente a los niños exploradores. Hay compañías que van mucho más lejos en sus entrenamientos intensivos.»

Dossogne hizo una revelación particularmente interesante en aquella entrevista. Confesó que los miembros del FJ habían fundado una rama de activistas que se componía casi exclusivamente de miembros de la gendarmería belga. Bajo la designación SDRA 6, la gendarmería también formaba parte de los servicios secretos militares SGR, que a su vez dirigían la red stay-behind o SDRA 8.

La nueva rama del Frente se llamó primeramente «G», en referencia a “Gendarmería”, antes de convertirse en el WNP. «El Grupo G era una sección del Frente de la Juventud dentro de la gendarmería. Como gendarmes, ellos no querían mezclarse con los demás y arriesgarse a verse implicados en manifestaciones, etc.», explicó Dossogne. El gendarme Martial Lekeu desempeñó un papel determinante en el Grupo G, y posteriormente en el WNP. «Lekeu era miembro del Grupo G. Fue uno de sus primeros miembros», recordó Dossogne ante la cámara. «Estaba tan comprometido con el grupo que posteriormente informó su existencia al comandante en jefe de la gendarmería.»

Lekeu fue miembro de la gendarmería belga desde 1972 hasta 1984. Abandonó entonces el país y se fue a la Florida, en Estados Unidos. En el documental sobre el Gladio, Lekeu explicaba en un inglés rudimentario la implicación de ciertos elementos de los servicios secretos militares belgas y del aparato de seguridad en las matanzas de Brabante: «Mi nombre es Martial Lekeu. Yo era miembro de la gendarmería belga. Abandoné Bélgica en agosto de 1984 luego de que mis hijos recibieran serias amenazas de muerte. A principios de diciembre de 1983 me presenté personalmente en la BSR [Brigada Especial de Investigaciones (siglas en francés), una rama de la gendarmería] de Wawre que investigaba las matanzas [de Brabante].»

Lekeu había descubierto que varios grupos en el seno mismo del aparato de seguridad estaban implicados en los ataques. «Me sorprendía que no hubiese arrestos y sé que yo mismo señalé lo que pasaba. Matanzas de ese tipo no se trataban a la ligera… cometer asesinatos al azar o ir a un supermercado a matar gente, incluso niños. Creo que mataron una treintena de personas. Así que le dije a un hombre [de la BSR] con quien me reuní: ‘¿Ustedes se dan cuenta de que hay miembros de la gendarmería y del ejército implicados en todo esto?” Su respuesta fue: “¡Cállese! Usted lo sabe, nosotros lo sabemos. Ocúpese de sus asuntos. Y ahora, ¡fuera de aquí!” Ellos decían que la democracia estaba hundiéndose, que la izquierda estaba en el poder, los socialistas y todo eso, y que querían más poder.»

Un informe sobre la investigación del parlamento belga sobre las matanzas de Brabante publicado en 1990, sólo unos meses antes de que se revelara la existencia del ejército secreto belga, confirmaba esta versión. «Según este informe, los asesinos eran o habían sido miembros de las fuerzas de seguridad –militantes de extrema adeptos de las políticas de seguridad que preparaban un golpe de Estado.» «Se piensa ahora», señaló la prensa británica después de la publicación del informe, «que las matanzas de Brabante eran parte de una vasta conspiración tendiente a desestabilizar el régimen democrático belga, quizás para preparar el terreno con vistas a un golpe de Estado de la extrema derecha. Paramilitares y gente que pertenecía al aparato de seguridad o vinculada al aparato estatal por una colaboración o por cierta afinidad siguieron la política terrorista», observó el terrorista Vincenzo Vinciguerra, resumiendo así el aspecto más delicado de la historia de los ejércitos stay-behind.

En toda Europa Occidental, organizaciones de extrema derecha «estaban movilizadas para el combate en el marco de una estrategia anticomunista que no emanaba de grupúsculos que gravitaban en las esferas del poder sino del poder mismo, y que se inscribían principalmente en el marco de las relaciones del Estado con la alianza atlántica». Siguiendo esta pista, el diputado Hugo Van Dienderen del partido Agalev trató de averiguar más sobre las operaciones clandestinas realizadas en Bélgica poniéndose en contacto con la OTAN. Dos años antes del estallido del escándalo Gladio, el diputado belga preguntó por escrito a la alianza atlántica si disponía de una «Comisión de Seguridad» secreta. La OTAN le preguntó primero por qué se planteaba él aquella interrogante y después se negó a proporcionarle información específica al respecto.

Las sospechas de que el WNP había tenido protección especial de la OTAN se acrecentaron en octubre de 1990, cuando 7 miembros de aquella organización de extrema derecha acusados de haber robado, a principios de los años 1980, cientos de documentos pertenecientes a la OTAN y al ejército belga fueron misteriosamente liberados de los cargos por la más alta corte marcial de Bélgica, a pesar de que los documentos en cuestión habían sido encontrados en las oficinas del WNP y de que los miembros de la organización incluso habían confirmado que aquellos documentos les pertenecían.

Al mismo tiempo, los acusados negaron categóricamente haber robado los documentos. «¡Sólo obedecimos a las autoridades!», se defendió el activista del WNP Michel Libert, quien subrayó que al apoderarse de aquellos expedientes había actuado por patriotismo y con la autorización de sus superiores de la OTAN. Su colega Frederic Saucez protestó: «¡Si robé télex de la OTAN fue por orden de la Sûreté de l’État!» El Estado, como había anunciado Vinciguerra, resultó ser incapaz de castigar sus propias faltas.

Al principio, el juicio se dilató en el tiempo ya que los acusados presentaron numerosas apelaciones ante jurisdicciones superiores hasta que, en octubre de 1990, la más alta instancia jurídica militar [de Bélgica], el Consejo de Guerra, decidió que los hechos se habían producido hacía tanto tiempo que no era posible pronunciar una sentencia contra los 7 acusados. La instancia agregó que la gravedad del crimen se atenuaba porque había sido cometido en una época en que la guerra fría era «más que una simple expresión». Se conminó a los 7 miembros del WNP a devolver los documentos robados al ministerio de Justicia y se fueron tranquilamente del tribunal, completamente libres.

Uno de los inculpados, el militante de extrema derecha Michel Libert, miembro del WNP de 1978 hasta los años 1980, confirmó posteriormente en un documental sobre el Gladio que altos oficiales lo habían protegido durante aquellas operaciones. «Los miembros más aptos», explicaba con orgullo ante la cámara, «pueden constituir una rama de acción».

El jefe del WNP, Paul Latinus, había impartido instrucciones para operaciones clandestinas. «Cada vez que había una operación que ejecutar se le confiaba a Latinus. Para que pudiéramos hacerlo bien, él necesitaba un respaldo en caso de que hubiera problemas.» La protección “de arriba” era indispensable. «Usted no podía mandar jóvenes reclutas al terreno. Les habrían metido una bala entre los ojos en menos de 2 segundos.

El riesgo siempre estaba presente. Podían ser arrestados por la policía local al primer control de identidad. La policía aparece siempre como un pelo en la sopa. Uno no puede decir: “Estamos aquí para tal o más cual misión.” “¿Y qué hacen ustedes?” “No podemos decir nada.” Y entonces, clic. Nos ponen las esposas y se acabó.»

¿Quería Libert confirmar que el WNP y las fuerzas del orden belgas habían estado implicadas en las matanzas de Brabante? ¿Estuvieron las matanzas entre sus «misiones»?, le preguntó Allan Francovich, el realizador del documental. «Recibíamos órdenes. Podemos remontar, digamos, a 1982. Desde 1982 hasta 1985», respondió Libert en referencia al periodo en que se desarrollaron los ataques. «Había proyectos.» Proyectos especialmente secretos, reconoció. Según su propio testimonio, a él mismo le dijeron: «Usted, señor Libert, no sabe nada de las razones que nos llevan a hacer esto. Nada en lo absoluto. Lo único que le pedimos es que su grupo, con apoyo de la gendarmería y de la Sûreté, haga un trabajo.

Blanco: los supermercados. ¿Dónde están? ¿Qué tipo de sistema de seguridad tienen? ¿Qué tipo de protección pudiera interferir en nuestras operaciones? ¿Es el gerente en persona quien cierra con llave los accesos? ¿O utilizan quizás una empresa de protección?» La operación era altamente secreta y Libert siguió las instrucciones al pie de la letra: «Ejecutamos las órdenes y enviamos nuestros informes: horarios de apertura y cierre. Toda la información que usted pueda pedir sobre un supermercado. ¿Con qué objetivo? Sólo era una misión entre cientos de otras. Algo que había que hacer. El uso que iban a darle a aquello, esa es la gran interrogante.»

«Si el objetivo era sembrar el terror», observó Davison, un periodista, «los asesinos escogieron los blancos perfectos: mujeres, niños y personas de avanzada abatidas de un balazo mientras empujaban su carrito de compras en el supermercado de la esquina».

El extremista Michel Libert era el último eslabón de la cadena de mando. Recibía órdenes del comandante del WNP Paul Latinus. «Está claro que Latinus es una de las piezas más interesantes de ese rompecabezas, si uno trata de penetrar los misterios político-jurídicos de los años 1980», escribió un periodista de la revista belga Avancées que había compilado una verdadera mina de información sobre los años del terror en Bélgica. Latinus era, concluía el periodista, el vínculo «entre la extrema derecha, la derecha clásica y los servicios secretos belgas y extranjeros».

Paul Latinus era uno de los más notorios terroristas de extrema derecha de Europa. Según su propio testimonio, estaba a sueldo de los servicios secretos del Pentágono, la DIA (Defense Intelligence Agency). Este individuo, que había sido ingeniero nuclear e informante de la Sûreté belga, había sido reclutado por la DIA a los 17 años, en 1967.

Posteriormente, fue formado por la OTAN. El periodista belga René Haquin, quien escribió un libro sobre Latinus, recuerda que «durante una investigación judicial en la que estaba implicado, Latinus mencionó el nombre de una agencia extranjera: la DIA, equivalente militar de la CIA». En los años 1970, Latinus se hizo miembro del BROC, el club de oficiales reservistas de Brabante, organización militar conservadora fundada en 1975 y obsesionada con el «peligro rojo».

En 1978, Paul Latinus se hizo miembro del Frente de la Juventud en cuyo seno creó un departamento de operaciones especiales, el WNP. Latinus disponía de excelentes contactos, lo que le permitió al mismo tiempo hacer carrera dentro del gobierno, donde fue asistente del consejero del ministro del Trabajo y formó parte de varias comisiones.

En enero de 1991, cuando la revista de izquierda Pour reveló su trayectoria como militante de extrema derecha, Latinus tuvo que renunciar a sus funciones oficiales y se fue al Chile de Pinochet. Pero, al cabo de sólo 2 meses de exilio, utilizó sus relaciones y volvió a Bélgica, en el preciso momento en que comenzaban las matanzas de Brabante. Retomó el mando del WNP y, entre otras actividades, colaboró con la Sûreté de l’État en la lucha anticomunista proporcionando información sobre personalidades de la izquierda belga al ministerio de Justicia.

«Latinus había ingresado al Frente de la Juventud con una misión específica», recuerda Jean-Claude Garot, redactor jefe de la revista Pour, y precisa que esa misión era «enseñar a los miembros de la organización a realizar ataques violentos, ataques contra cafés de propietarios árabes, a organizar campos de entrenamiento militar y realizar misiones de vigilancia».

Investigando sobre la extrema derecha belga, Garot había seguido la pista de Latinus hasta los campos de entrenamiento en operaciones especiales del WNP. «Entre los miembros de los grupos paramilitares que ellos formaban y entrenaban para sus intervenciones figuraban elementos de la extrema derecha, ex comandos paracaidistas, ex militares (gendarmes) y militantes de derecha», descubrió el periodista mucho antes de que se revelara la existencia de los ejércitos secretos, en 1990. «Ese tipo de ejercicios no incluía el uso de armas de fuego ni granadas. Eso hace ruido y llama la atención. Sabíamos que existía un campamento de ese tipo. Teníamos informes sobre eso y llevamos por lo tanto el equipamiento necesario para fotografiar parte de aquellas actividades.»

El campamento se hallaba en la región de las Ardenas y los instructores de diferentes servicios secretos estaban presentes en las sesiones de entrenamiento. «Aquellos hombres proporcionaban formación en reclutamiento, vigilancia y manejo de armas. “Robert” enseñaba el uso de explosivos, de armas, tiro y cómo matar a un hombre sin dejar huellas.»

Cuando Garot publicó lo que había descubierto, varios servicios se alarmaron y trataron de enterrar el asunto. «Con algunos amigos de la radio y la televisión, interrogamos al general Beaurir. [Este último] estaba entonces a la cabeza de la gendarmería», recuerda Garot. «Durante la entrevista, [el general] dijo: “Nunca ha sucedido nada de eso.” Aquel mismo día intervino el juez de instrucción. ¿Pero dónde? Aquí mismo [en la oficina del periodista]. Registraron el local y declararon: “Jean-Claude Garot ha mentido. Falsificó los uniformes, las fotos y las armas, todo eso no es más que una farsa”.» Según se comprobó más tarde, Garot había descubierto la rama de extrema derecha de la red stay-behind belga, el SDRA 8 entre cuyos miembros había activistas del WNP.

Paul Latinus estaba al mando del grupo de intervención terrorista. En una entrevista concedida a Haquin, él mismo confirmó que había sido miembro de una red anticomunista clandestina. «A Latinus se le había encargado constituir un grupo, un ejército al estilo de las SS», explicó el periodista. «Ellos tenían un servicio secreto, un servicio de seguridad dentro del grupo. Cada miembro tenía un segundo nombre, un nombre en código, generalmente en alemán. Los miembros no se conocían entre sí. Volví a ponerme en contacto con Paul Latinus. Nos reunimos en un restaurante en el campo y estuvimos conversando toda la noche. Algunas autoridades, el no quiso especificar cuáles, le habían confiada la tarea de crear en Bélgica un grupo secreto de resistencia. Era para combatir un avance soviético e impedir que ciertas autoridades belgas colaboraran con los Soviets.»

Desde su exilio en la Florida, el ex miembro del WNP y ex gendarme Martial Lekeu le confirmó a Frankovich que el ejército secreto belga había participado en las matanzas de Brabante para desacreditar a la izquierda. «El origen de las armas que utilizaban era lejano y era exactamente lo que habíamos previsto: organice usted bandas y grupos de ese tipo y déjelos actuar por sí mismos garantizándoles cómo sobrevivir y el aprovisionamiento y tendrá con qué crear un clima de terror en el país», explicaba Lekeu. «Tenían dos planes. El primero era conformar bandas que montaran asaltos con tomas de rehenes… ustedes saben, las matanzas. El segundo consistía en organizar un falso “movimiento de izquierda” que cometería crímenes únicamente para hacerle creer a la población que aquellos actos terroristas eran obra de la izquierda.»

El ingeniero nuclear Paul Latinus (derecha) fue reclutado a la edad de 17 años por los servicios secretos del Pentágono. Activista y militando en los sectores neonazis fundó el Westland New Post tema (WNP). Participó en la Operación Cóndor en Chile. Detenido en Bélgica por el caso de los asesinatos de Brabante, fue ejecutado en la prisión el 24 de abril de 1985 y su muerte fue disfrazada torpemente como si se tratara de un suicidio.

¿Contaba ese terrorismo con el apoyo y el aliento de la administración del presidente de Estados Unidos Ronald Reagan, que al mismo tiempo reprimía con violencia a los sandinistas en Nicaragua?, preguntó Francovich al miembro del WNP.

Michel Libert, a quien se le había encargado reunir información sobre el funcionamiento de los supermercados por orden del jefe del WNP Paul Latinus, confirmó a su pesar que su superior había colaborado muy estrechamente con Estados Unidos: «Él [Latinus] se reunía con gente de la embajada [estadounidense] pero yo nunca pude verlos como lo estoy viendo a usted», o sea frente a frente. «Eso no entraba en mi campo. El suyo era, digamos, la diplomacia, o sea las relaciones con las autoridades extranjeras. Nosotros sólo nos ocupábamos de las acciones», recordó el terrorista Libert. «Sabíamos que estábamos protegidos, y por todas las autoridades imaginables, según el tipo de misión.

¿Los americanos le pagaban [a Latinus]? Yo no sabría decirlo. Pero sí estaba en contacto con ellos.»
El senador Roger Lallemand, quien dirigía la investigación sobre el Gladio belga, estaba entonces en lo cierto al analizar las matanzas de Brabante como «obra de gobiernos extranjeros o de servicios de inteligencia que trabajan para potencias extranjeras, una forma de terrorismo tendiente a desestabilizar nuestra sociedad democrática».

En su prudente formulación, el senador Lallemand se cuidaba sin embargo de acusar directamente a Estados Unidos, aunque insistía en el hecho que aquel tipo de terrorismo encajaba en el contexto político anticomunista de la guerra fría: «Aquellos asesinatos gratuitos pudieron tener un móvil político, recordando lo que pasó en Italia. En la estación de Bolonia, 80 personas inocentes encontraron la muerte. Pensamos que una organización política estaba detrás de las matanzas de Brabante y de Bolonia».

Fue el periodista René Haquin quien aportó las piezas que faltaban en el rompecabezas con su entrevista al terrorista del WNP respaldado por Estados Unidos Paul Latinus: «En nuestros intercambios durante los días y semanas siguientes le pregunté a Latinus quién le había pedido que conformara su grupo. Él mencionó a la Sûreté de l’État. Yo insistí y él acabó por hablar de los servicios secretos militares estadounidenses.»

Paul Latinus fue arrestado por las matanzas de Brabante. Pero, el 24 de abril de 1985, antes de haber tenido tiempo de revelar nada, el comandante de extrema derecha apareció ahorcado con un cable de teléfono, a pesar de que sus pies tocaban el piso de la celda. «Entre las relaciones de Paul Latinus, todas o casi todas están convencidas de que el jefe del WNP no se suicidó sino que fue eliminado.» «Cada vez que se hizo una reconstrucción [de los hechos], el cable de teléfono se partió.» Haquin se pregunta: «Si Estados Unidos no tiene nada que ver con las matanzas, ¿por qué no habla, por qué guarda silencio y permite que se acrecienten las sospechas?»

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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (XI)
La guerra secreta en los Países Bajos/por Daniele Ganser

No se sabe lo que hizo el Gladio en los Países Bajos. Pero, dado su origen nacional y la independencia que caracterizaba a la red neerlandesa, el gobierno nacional reconoció su existencia sin mucha dificultad a raíz del escándalo italiano de 1990 y creyendo que podría negar su subordinación a la OTAN. Ese error en la estrategia de comunicación permitió comprobar oficialmente en los Países Bajos lo que los demás gobiernos europeos se negaron a confirmar: los ejércitos secretos de la OTAN se dedicaron de hecho a subvertir el orden democrático en Europa Occidental. Y su disolución oficial en 1992 no pasa de ser una cortina de humo.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 26 DE JULIO DE 2013

La villa Maarheeze, sede de los servicios secretos exteriores (Inlichtingen Buitenland) y del stay-behind neerlandés.

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»
10. «La guerra secreta en Bélgica»


Al igual que en la vecina Bélgica, el ejército secreto stay-behind de los Países Bajos tiene su origen en la ocupación que sufrió esa nación durante la Segunda Guerra Mundial. Los Países Bajos, como habrían de deplorar posteriormente los estrategas neerlandeses, no habían establecido ningún tipo de red stay-behind antes de la guerra, por falta de financiamiento, de previsión y también de interés dada la relativa neutralidad neerlandesa. Pero, en mayo de 1940, el ejército alemán invadió el país, viéndose así obligados el gobierno, la familia real neerlandesa y una serie de personalidades privilegiadas a huir de forma precipitada y desordenada hacia Gran Bretaña. La sección de inteligencia del Estado Mayor neerlandés, conocida como GS III, había tardado demasiado en dar la alerta en el momento de la invasión alemana, fracasando así de forma lastimera en lo que constituía su principal misión. La tardía debacle provocó numerosos problemas de funcionamiento en el plano logístico y los ministros que llegaron a Londres en mayo de 1940 enfrentaron enormes dificultades para ponerse a trabajar ya que ni siquiera disponían de numerosos documentos fundamentales. Para muchos, en el seno del ejército y los servicios secretos, era evidente que había que hacer el máximo para evitar en el futuro la repetición de una derrota tan caótica. Y también estaba claro que, en cuanto terminara la guerra, sería necesario emprender los preparativos para hacer frente a una posible nueva invasión.

Después de la precipitada salida del gobierno con destino a Londres, en mayo de 1940, los alemanes ocuparon el territorio neerlandés durante casi 5 años, lo cual constituyó un verdadero trauma en la historia de los Países Bajos. El gobierno refugiado en Gran Bretaña, prácticamente sin ninguna fuente de información digna de confianza sobre la situación del país, envió agentes encargados de recoger datos de inteligencia en los Países Bajos, de organizar la resistencia y de emprender operaciones clandestinas de poca envergadura. Al igual que en Bélgica, aquellas operaciones se realizaban en estrecha cooperación con los británicos, esencialmente con el Special Operations Executive (SOE), de reciente creación. Pero los alemanes lograron penetrar rápidamente aquellas unidades mal preparadas, provocando pérdidas desastrosas. En uno de los mayores fracasos del SOE, agentes alemanes se infiltraron en el famoso Englandspiel, la sección neerlandesa de ese servicio, y tuvieron acceso a los transmisores de radio, y por lo tanto a las comunicaciones.

Durante la guerra, neerlandeses y británicos establecieron estrechos vínculos y Londres ayudó a sus aliados a reorganizar su destruido aparato de inteligencia. Siguiendo los consejos de los británicos, los neerlandeses crearon dos nuevos servicios a principios de los años 1940. El Bureau Inlichtingen (BI) fue creado en noviembre de 1942, con la misión de recoger datos de inteligencia. El Bureau Bijzondere Opdrachten (BBO) debía, por su parte, realizar operaciones especiales. Los agentes del BBO saltaban en paracaídas sobre el territorio ocupado, junto a las unidades especiales del SOE británico. Con la firma del armisticio se produjo el desmantelamiento de los dos servicios neerlandeses. En los años siguientes, sin embargo, la mayor parte de sus efectivos estuvieron directamente implicados en la red stay-behind neerlandesa.

Durante la ocupación, C. L. W. Fock, un miembro del BI, había insistido en que los Países Bajos tendrían que estar en el futuro mejor preparados y que habría que construir obligatoriamente una red stay-behind, antes del estallido de un nuevo conflicto. Su superior, J. M. Somer, director del BI en Londres, también estaba convencido de que sería necesario crear una organización de ese tipo en cuanto terminara la ocupación alemana. «Recuerdo que Somer, Charles van Houten (oficial de enlace entre el BI y la reina Gullermina) y yo mismo estábamos de acuerdo, ya en 1944, en que aquello nunca más podía repetirse», recuerda Fock en una entrevista concedida desde su apartamento de La Haya, a los 87 años. Evocando aquella historia más de 50 años después, Fock testimoniaba: «Al cabo de aquella conversación se hizo evidente que sería preferible que los Países Bajos estuviesen preparados para una nueva guerra. Era necesario emprender acciones en aquel sentido en cuanto fuese posible.»

En el momento de la liberación de los Países Bajos, uno de los hombres más experimentados en materia de operaciones secretas era Somer, el jefe del BI. Antes de la guerra había trabajado para el servicio de inteligencia GS III. Posteriormente se había enrolado en operaciones de resistencia en suelo neerlandés y, en marzo de 1942, había estado a punto de caer en manos del Sicherheitsdienst alemán, pero había logrado llegar a Londres al cabo de un largo periplo. Después de la guerra, ascendido al grado de coronel, Somer escribió sus reflexiones sobre las técnicas stay-behind y las presentó al general J. Kruls, al mando del Estado Mayor neerlandés desde noviembre de 1945. La nota de servicio de Somer a Kruls se titulaba: «Las enseñanzas que debemos sacar del periodo 1940-1945 en materia de Inteligencia y de Servicios de Seguridad». Un veterano recuerda que «ese fue uno de los primeros asuntos que Kruls tuvo que atender en sus nuevas funciones de jefe del Estado Mayor». La idea sedujo de inmediato al general. En el libro Vreede of Oorlog [La Paz o la Guerra], que publicó años más tarde –durante la guerra de Corea–, Kruls, gran partidario de las operaciones especiales, subrayaba que era importante conceder «la mayor atención posible a la preparación de acciones clandestinas». Según su visión, Europa occidental tenía que mirar «de frente la dura realidad». En otras palabras, si estallaba una guerra en un futuro próximo, «las operaciones secretas pudieran tener en ella un papel decisivo».

En septiembre de 1945, Somer presentó, con respaldo de Kruls, su plan stay-behind al ministro de Defensa de los Países Bajos, J. Meynen. El plan no insistía en el potencial de un ejército secreto en materia de operaciones especiales y de actos de sabotaje. Pero sugería la creación de una unidad de búsqueda de información «que debería ser capaz de reunir información militar, política y económica y transmitirla por correo o a través de redes de telecomunicaciones» al mando militar basado fuera de las fronteras del país ocupado. Somer explicaba que habría que reclutar hombres y entrenarlos en el uso de las técnicas de comunicación por radio y técnicas de elaboración de mensajes en clave y subrayaba que aquellos hombres no deberían ser miembros de las fuerzas armadas regulares, agregando que sólo así podrían participar en operaciones clandestinas en caso de invasión. El ministro aprobó aquel plan y Somer fue nombrado a la cabeza de la primera red stay-behind de los Países Bajos, con la misión de formar un ejército secreto. Al mismo tiempo, se le puso a cargo de disolver el BI, del que había sido director durante la guerra. Tales atribuciones le proporcionaban la mejor cobertura posible para sus preparativos clandestinos. Unió el nuevo servicio stay-behind al antiguo servicio secreto militar de antes de la guerra –el GS III– y le puso como nombre codificado «GIIIC».

Jan Marginus Somer (1899-1979). Director de los servicios de inteligencia del gobierno neerlandés exilado en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la ocupación alemana, fundó una red stay-behind que se llamó GIIIC, posteriormente designada G7.

Al cabo de unos meses, Somer comenzó a cuestionar la estructura organizativa. No le gustaba que su red stay-behind dependiera del Estado Mayor. Poco dado a obedecer las órdenes de un jefe de sección, Somer resaltó los riesgos que representaba aquella estructura para el carácter confidencial del proyecto. «La opinión de Somer era que su unidad altamente secreta era indispensable pero que no podía existir oficialmente», analizó el historiador neerlandés Koedijk. Así que en enero de 1948 se decidió que la red stay-behind dejaría de aparecer en el organigrama del ministerio de Defensa y que quedaría en lo adelante bajo el mando directo de Somer. Insistió también para que el cuartel general de la organización abandonara los locales del mando de las fuerzas armadas neerlandesas, que se hallaban en el complejo militar de Prinses Juliana, a medio camino entre La Haya y la localidad de Wassenaar. Somer fue autorizado a buscar un nuevo edificio en los alrededores. Ignorando la necesidad de discreción, Somer optó por la villa Maarheeze, en Wassenaar, una impresionante residencia de original arquitectura construida en 1916 por un hombre de negocios neerlandés que había amasado una fortuna en Indonesia. En mayo de 1945, Somer, que todavía era oficialmente un empleado del BI, se instaló en la villa Maarheeze, a sólo 5 minutos en auto de las oficinas del mando militar. Al año siguiente, aquella residencia se convirtió en sede de la red GIIIC, rápidamente rebautizada G7.

Somer insistía en la primordial importancia de la confidencialidad que tenía que existir alrededor del ejército secreto. Mientras estuvo al mando de la red no aceptó entre sus miembros ningún católico romano ya que el deber de confesión le parecía incompatible con el hecho de ser miembro de un servicio secreto. Al mismo tiempo, Somer se encargaba de que el ejecutivo neerlandés estuviese al tanto de sus proyectos de acciones clandestinas. Asistido por el jefe de Estado Mayor Kruls, Somer expuso la situación al primer ministro Louis Beel cuando este último asumió –en julio de 1946– el cargo, que ocupó hasta 1948. No resultó difícil convencer a Beel del interés que presentaba la creación de una red stay-behind. El nuevo primer ministro dio su consentimiento para las nuevas operaciones especiales, aunque la hipótesis de una invasión soviética le parecía bastante poco probable.

Después del desmantelamiento del BI –garantizado por el propio Somer– sólo quedó en la villa Maarheeze la sede de la red stay-behind G7, que disponía por lo tanto de suficiente espacio para otras ramas del aparato neerlandés de inteligencia. Ya no existían los servicios secretos BI y BBO. Para reemplazarlos se crearon entonces dos nuevos servicios: el servicio secreto interior BVD (Binnenlandse Veiligheidsdienst) y el servicio de inteligencia exterior IDB (Inlichtingen Buitenland). El primer ministro confió la tarea de conformar el IDB a C.L.W. Fock, quien ya había sido vicedirector del BI en Londres, bajo las órdenes de Somer. Cuando Fock fue nombrado a la cabeza del IDB, Somer le preguntó si quería establecer la sede de su servicio en la villa Maarheeze. Fock aceptó la proposición y el IDB se instaló allí, garantizando el pago del 60% del alquiler. Durante las siguientes décadas, la villa Maarheeze adquirió una reputación como centro de operaciones clandestinas y fue señalada de inmediato en cuanto se descubrió que el IDB había realizado operaciones ilegales dentro del territorio nacional y que mantenido vínculos con los círculos de extrema derecha durante la guerra fría. Cuando se reveló, en 1990, que el ejército secreto Gladio había estado en la misma casa que el IDB, la villa Maarheeze se convirtió en símbolo de intrigas y manipulaciones. El primer ministro Lubbers disolvió el servicio de inteligencia exterior en 1994 y la mayoría de sus funciones pasaron a manos del BVD.

El comandante stay-behind Somer se ausentaba a menudo de su cuartel general en la villa Maarheeze debido a sus numerosos viajes a través de todo el país, en busca de reclutas para su ejército secreto. La mayor parte de aquella primera generación de miembros del Gladio neerlandés tenía en común algún tipo de experiencia adquirida durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos habían sido miembros de las unidades del BBO que habían saltado en paracaídas en territorio ocupado junto a los agentes del SOE británico para realizar operaciones clandestinas. Otros habían sido miembros del la red de resistencia OD (Ordedienst) que el propio Somer había dirigido en la provincia de Brabante Septentrional antes de verse obligado a huir a Londres, en 1942. «Somer recorría todo el país en el marco de su misión», recuerda un ex agente. «Contactó, por ejemplo, a un ex comandante de la unidad clandestina de inteligencia Albrecht. Se veían en habitaciones de hotel, donde discutían las grandes líneas del proyecto.» A primera vista, no es ese el tipo de actividades que uno se imagina que realice personalmente el jefe de una organización súper secreta. Pero como el contacto personal era básico para el funcionamiento de la operación, Somer sostenía obstinadamente que su método era el más productivo, aunque otros agentes reconocen que «pensándolo bien, uno puede –claro está– abrigar dudas sobre los métodos».

Somer mantenía permanentemente contactos secretos con el MI6 y la CIA. Cuando pidió al ministro de Transportes y Energía y al director de Telecomunicaciones una autorización especial para utilizar receptores y transmisores de radio y además una licencia para emitir en ciertas frecuencias que él definía, insistió en que era necesario disponer de un «contacto rápido, secreto e independiente con los representantes ingleses y americanos en el extranjero». Somer precisó claramente que «las ventajas de tales medios» de comunicación habían sido mencionadas por el Reino Unido y Estados Unidos. El equipamiento solicitado fue instalado de inmediato en la villa Maarheeze.

El príncipe Bernhard zur Lippe Biesterfeld (1911-2004). Este príncipe ex nazi fue reciclado por el MI6 británico. Fue el creador de «O», la segunda red stay-behind en los Países Bajos, y del Grupo de Bilderberg.

Mientras Somer conformaba su red G7, una segunda organización stay-behind independiente de la primera se estaba construyendo, rodeada del mayor secreto, en los propios Países Bajos. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia neerlandesa, estimulada a ello por el MI6 británico, se había acercado al príncipe Bernhard para sugerirle la creación de una red stay-behind que se encargaría de realizar operaciones de sabotaje. Más bien favorable al proyecto, el príncipe se ocupó de que este fuese puesto en manos del primer director del BVD, Louis Einthoven, Con la aprobación del primer ministro W. Schermerhorn, Einthoven conformó entonces una organización stay-behind designada como «O», reclutó y formó agentes y creó escondites de armas.

Nacido en 1896, Louis Einthoven había sido oficial superior en la policía de Rotterdam antes de 1939 y había luchado contra la ocupación alemana durante la guerra. Hasta su muerte, en 1937, siguió siendo un orgulloso soldado de la guerra fría, obsesionado con la amenaza comunista. Impuso «controles de seguridad» para verificar la confiabilidad ideológica de los miembros del Gladio neerlandés y de los agentes de su BVD. Su posición a la cabeza del servicio le garantizaba una cobertura ideal para sus funciones altamente secretas de jefe del ejército clandestino. Pero también le dieron sobre todo, durante 16 años, la posibilidad de utilizar a los miembros de su red Gladio dentro del país, sin esperar siquiera que se produjera la supuesta invasión. Einthoven pensaba constantemente que agentes de la Unión Soviética podían llegar a infiltrarse en su ejército secreto y concedía, por lo tanto, gran importancia al contraespionaje. «La doble función de Einthoven como director del BVD y de la red O era, por supuesto, particularmente interesante para nosotros», recuerda un ex miembro del Gladio neerlandés. En efecto, al igual que la mayoría de los servicios secretos internos, el BVD se encargaba de vigilar a ciertos elementos de la sociedad neerlandesa que podían representar una amenaza para el Estado y el gobierno, y se encargaba también de recoger información y vigilar a los movimientos políticos, sobre todo la extrema derecha y la extrema izquierda. Aún hoy no se dispone de ningún documento sobre el ejército secreto de Einthoven y lo que hizo se mantiene en la mayor oscuridad.

Louis Einthoven (1896-1979). Jefe de la segunda red stay-behind neerlandesa.

En 1948, los 2 ejércitos secretos neerlandeses –el integrado al BVD y dirigido por Einthoven y el que dirigía Somer desde la villa Maarheeze, concluyeron un acuerdo de cooperación con el MI6. También se elaboró un pacto similar con vistas a una colaboración stay-behind clandestina con la CIA a raíz de la creación de esta última, en 1949. Queda por determinar si, como ha podido observarse en los demás países, aquellos acuerdos ordenaban a los ejércitos secretos de los Países Bajos combatir el comunismo y los partidos políticos de izquierda sin esperar a que se produjera una invasión soviética. Sin embargo, cuando se reveló en 1990 la existencia de la red stay-behind, aquellos arreglos secretos fueron enérgicamente denunciados en el país, que comenzó a preguntarse si el MI6 y la CIA habían controlado el ejército secreto, hipótesis intolerable para la gran mayoría de los políticos neerlandeses, preocupados por la soberanía de su país. En 1992, un ex miembro del Gladio de los Países Bajos, quien prefirió conservar el anonimato, sostuvo que, a pesar de sus contactos regulares con Londres y Washington, los ejércitos secretos neerlandeses siempre habían mantenido su soberanía: «Ni los servicios secretos británicos ni sus homólogos americanos tenían la posibilidad de localizar un agente de nuestra red stay-behind. Y así tenía que ser. Si hubiésemos permitido a los británicos, por ejemplo, utilizar la red ya nadie hubiese querido ser miembro de ella». Otro ex agente neerlandés afirmó en 1990 que «La CIA sólo tenía una vaga idea de las capacidades de la red stay-behind en nuestro país». A pesar de esas afirmaciones corrió el rumor de que la identidad súper secreta de los guerreros de las sombras de todos los países de Europa Occidental, y por lo tanto de los neerlandeses, era información conocida para la CIA y el MI6.

En 1948, importantes acontecimientos ocurridos en el exterior obligaron al comandante Somer a renunciar a sus actividades stay-behind en los Países Bajos. Indonesia, la más rica y antigua colonia neerlandesa, había emprendido una lucha sin cuartel por su independencia, al igual que gran número de colonias europeas. Por orden del general Spoor, el especialista en operaciones especiales Somer viajó por lo tanto al Extremo Oriente y, hacia el fin de la primavera, fue nombrado director del temido NEFIS, los servicios secretos militares neerlandeses en Indonesia. El NEFIS realizó operaciones clandestinas de excepcional violencia, sin lograr por ello impedir que Indonesia alcanzara la independencia en 1949. Somer regresó entonces a los Países Bajos, donde escribió un libro sobre «su» servicio secreto, el BI, y sus memorias sobre la guerra. Publicado en 1950, con el título Zij sprongen buj nacht [Saltaban de noche], el libro de Somer contenía los nombres de numerosos agentes y relataba varias operaciones clandestinas, indiscreciones que el ministerio de Defensa le reprochó.

«El gobierno no sabía nada», afirmó un ex miembro del Gladio, insistiendo en el carácter altamente secreto de las redes stay-behind neerlandesas. Agregó que «sólo unos pocos secretarios generales dentro del ejecutivo conocían el secreto ya que sus superiores a nivel ministerial tenían que cambiar periódicamente». Los indicios disponibles sugieren que entre los responsables al tanto de la existencia del ejército secreto estuvieron los primeros ministros, los ministros de Defensa y los secretarios generales considerados dignos de confianza por los comandantes stay-behind así como los jefes de estado mayor y los directores de los servicios de inteligencia internos. «Los políticos hacen a veces selecciones extrañas con sus nominaciones», observó otro agente stay-behind que conservó el anonimato. «Pero es perfectamente lógico que un alto responsable que asume sus funciones sea puesto al tanto de todo. Sin embargo, cuando se trata de temas sensibles, los funcionarios hacen una excepción y esperan a ver con quién están tratando», agregó. Se mantenía en la ignorancia al parlamento y sus comisiones especiales. Ni siquiera la «Comisión permanente para los servicios secretos y de seguridad», que estaba obligada a respetar reglas de confidencialidad, ni la «Comisión ministerial a cargo de los servicios secretos y de seguridad» del parlamento neerlandés fueron informadas sobre la existencia de las redes stay-behind antes de las revelaciones de 1990.

Después de la partida de Somer fue el barón J.J.L. van Lynden, un instructor de caballería neerlandesa de 35 años, el designado como nuevo comandante stay-behind. No había sido fácil encontrar sucesor para Somer. La mayoría de los ex miembros del BI habían rechazado el puesto porque conocían demasiado bien las complicaciones y situaciones embarazosas que implicaba el hecho de tener que llevar una doble vida. Cuando el barón van Lynden reemplazó oficialmente a Somer como jefe de la red G7, el 1º de junio de 1948, aquello sorprendió a todos en el sector de la inteligencia. Contrariamente a su predecesor, van Lynden carecía de experiencia en la materia. La proposición venía del director del IDB, Fock, quien, 40 años después, comentó «Estoy bastante orgulloso de aquel descubrimiento», al elogiar el carácter del comandante del stay-behind. El prestigio de van Lynden residía en su pasado de miembro de la resistencia. En 1940 había estado entre los alrededor de 50 oficiales superiores neerlandeses que se habían negado a comprometerse con los alemanes a abstenerse de actuar en contra de la ocupación, lo que le había valido ser internado en un campo de prisioneros de guerra. En la cárcel de Stanislai, en Polonia, había conocido al héroe de guerra británico Airey Neave, con quien se había mantenido en contacto después del fin del conflicto. Después de 1945, y hasta su muerte en un atentado del IRA que hizo estallar su auto en un área de estacionamiento del parlamento británico en marzo de 1979, Neave dirigió a los miembros del SAS (Special Air Service) que se entrenaron en numerosas ocasiones con los ejércitos secretos de Europa. En el momento de su nominación a la cabeza de la red stay-behind, el barón van Lynden trabajaba para el ya mencionado príncipe Bernhard. Las relaciones que mantuvo con la reina y con la caballería le proporcionaron una cobertura muy útil para función clandestina como comandante del ejército secreto en los Países Bajos. En 1951 fue nombrado edecán de la reina, a quien visitaba varias veces por semana en el Palacio de La Haya. El barón era un jinete experimentado, pasión que compartía con el príncipe Bernhard. En 1951, llegó a ganar en La Haya un título de campeón de equitación de los Países Bajos. Cuatro años después fue miembro del equipo neerlandés que ganó el concurso internacional de salto con obstáculos en Rotterdam, título del que estaba especialmente orgulloso.

A pesar de que su llegada suscitó cierto escepticismo, van Lynden se integró rápidamente al mundo de la inteligencia. «Tenía un talento natural para las cuestiones de seguridad», recordó uno de sus admiradores. Quienes lo conocieron en el marco de su trabajo lo describen como un hombre con una personalidad fuerte pero amistoso en el que se conjugaban «temperamento, conocimientos y habilidad». Durante sus años de detención, van Lynden había «estudiado» con una mujer que fue más tarde profesora de filosofía y había así desarrollado un comportamiento estoico y flemático bastante poco común en el ejército y en el mundo de los servicios secretos. Cuando comenzaron las preguntas sobre lo que hacía el misterioso grupo G7 en la villa Maarheeze, cerca de las oficinas del IDB de Fock, el barón decidió –el 1º de julio de 1949– cambiar la denominación de su servicio por la de SAZ (Sectie Algemene Zaken), en español Sección de Asuntos Generales, que le parecía menos propensa a levantar sospechas. Van Lynden pensaba también que, después de una invasión, a los soviéticos no les costaría mucho trabajo identificar a los miembros de las antiguas redes de resistencia y de los servicios secretos. Así que se fijó como tarea el reclutamiento de nuevas caras con nombres hasta entonces ignorados, reemplazando a la mayor parte de los ex colaboradores de Somer por perfectos desconocidos.

Mientras ocupó sus funciones, van Lynden insistió en obtener más dinero con que comprar equipamiento técnico para su red stay-behind. Los sistemas de comunicación eran particularmente costosos. El jefe de Estado Mayor Kruls ya había pedido aquel financiamiento en 1946. El dinero llegó finalmente, en 1948, cuando van Lynden ya había sustituido a Somer a la cabeza del SAZ y nuevas tecnologías fueron así desarrolladas en colaboración con el departamento de investigación de la firma Phillips. A cambio de aquella cooperación, van Lynden garantizaba que los técnicos de la empresa neerlandesa implicados en el proyecto no fuesen enviados a los campos de batalla en Indonesia.

Sorprendentemente, el barón que dirigía la red stay-behind SAZ nada sabía de la segunda y más secreta organización que dirigía su compatriota Einthowen, el director del BVD. A tal punto que fueron los británicos quienes informaron a van Lynden, durante un viaje del barón a Londres, que existía en los Países Bajos una segunda red stay-behind paralela bajo las órdenes de Einthoven. Muy sorprendido, el barón recomendó inmediatamente coordinar los dos ejércitos secretos para evitar posibles complicaciones. Su recomendación fue escuchada: el SAZ de van Lynden y la red stay-behind de Einthoven se fundieron en una sola para formar el ejército secreto I and O (Intelligence and Operations), designación bajo la cual se reveló su existencia en 1990. Pero las dos ramas siguieron funcionando por separado. La red SAZ fue rápidamente rebautizada unidad I mientras que la de Einthoven se convertía en unidad O. Según algunas fuentes internas, a Einthoven –que seguía su propio plan secreto– le molestaba tener que trabajar con el SAZ de van Lynden y mientras estuvo a la cabeza de la unidad O la cooperación entre la sección Inteligencia y la sección Operaciones fue más bien excepcional.

Conforme a lo decidido en secreto con los británicos, la misión fundamental de I and O era hacer el papel de stay-behind en caso de ocupación de los Países Bajos. «La impresión general era que todos [británicos y neerlandeses] estábamos atravesando tiempos difíciles y que los británicos resolverían el problema gracias a su experiencia en la materia», recuerda un ex agente neerlandés. Dentro de la red stay-behind de los Países Bajos existía una división de tareas. La unidad I de van Lynden debía encargarse de recoger la información de inteligencia y de transmitirla desde las zonas ocupadas así como del manejo de las bases de exilio y de las operaciones de evacuación de la familia real, del gobierno y de los agentes del aparato de seguridad, incluyendo el personal de I and O. La unidad O de Einthoven debía, por su parte, ocuparse de la realización de las misiones de sabotaje y de guerrilla, fortalecer las redes de combatientes locales y crear un nuevo movimiento de resistencia. Pero también tenía como misión alertar a la población, en tiempo de paz, sobre la amenaza que representaban los comunistas. La unidad O se entrenaba, por lo tanto, para la realización de las operaciones especiales, utilizando para ello armas y explosivos y disponía de sus propios escondites de armas. La mayoría de los costos que generaba la red stay-behind se cubrían con un presupuesto secreto del ministerio de Defensa y el control de los gastos lo realizaba personalmente el presidente del Algemene Rekenkamer (equivalente neerlandés del Tribunal de Cuentas).

Mientras se mantuvo en el cargo, van Lynden buscó afanosamente un lugar de exilio donde, en caso de invasión, su SAZ pudiese llevar al gobierno neerlandés y una serie de personalidades previamente escogidas. Inglaterra, que había sido un refugio seguro durante la Segunda Guerra Mundial, ya no ofrecía las mismas garantías de seguridad en caso de nuevo conflicto. Van Lynden prosiguió la búsqueda por mucho tiempo y decidió finalmente que, en Europa, sólo el Reino Unido y la Península Ibérica presentaban condiciones aceptables. En América, puso en su lista la colonia de Curazao, en las Antillas Neerlandesas, así como Estados Unidos y Canadá. A principios de los años 1950 viajó varias veces a Estados Unidos. El lugar que buscaba no podía estar cerca de una instalación estratégica, como una zona industrial o militar, que pudiese ser blanco de los soviéticos. Aunque se ignora el lugar preciso, se sabe que van Lynden halló finalmente donde instalar su base y que se emprendió la duplicación de importantes documentos del ejecutivo neerlandés para almacenarlos allí. El cuartel general de la red stay-behind de los Países Bajos en Estados Unidos se había instalado con el consentimiento de la CIA. Un ex responsable neerlandés recuerda la reticencia de la agencia estadounidense en cuanto al asunto: «Hablaremos de eso cuando llegue el momento», fue según él la respuesta en los primeros contactos. «Pero nosotros insistimos en hablar de aquello inmediatamente. Al cabo de unos meses, la CIA finalmente aceptó darnos lo que pedíamos», lo cual dio lugar a la creación en Estados Unidos de un centro de mando del Gladio neerlandés.

Van Lynden estableció también un refugio en España, donde reinaba en aquel entonces el dictador Franco. «Si él hubiese aceptado, habríamos construido nuestra base en la casa misma de Franco», recuerda un ex guerrero de la sombra. El comandante stay-behind van Lynden convenció a su homólogo Einthoven de realizar aquella misión. Disfrazado de turista, Einthoven viajó a España en 1959 y estableció allí una base con ayuda de los contactos del ex embajador de los Países Bajos en Madrid, W. Cnoop Koopmans. Los elementos disponibles al respecto son muy fragmentarios, pero parece que contactos similares se establecieron con Canadá y Gran Bretaña. Los preparativos con vista a una evacuación en caso de que el país fuese invadido se tomaban muy en serio y para ello se movilizaron especialmente navíos y aviones. «Yo recuerdo que hacia 1950 tuve que inspeccionar una buena cantidad de yates para verificar si estaban en condiciones de navegar», declaró un ex miembro de la la Marina de Guerra neerlandesa y ex oficial stay-behind después de las revelaciones de 1990.

Como símbolo de las estrechas relaciones con los británicos, la Rosa de los Tudor figuraba en las insignias del SAZ junto a la divisa de Somer: «Jamás cejaremos». «No teníamos ninguna intención de librar la próxima guerra bajo las órdenes de los británicos» , subrayó sin embargo un ex guerrero holandés de la sombra, orgulloso de su independencia. «Van Lynden era muy inteligente. Nunca habrían podido deshacerse de él. Como tampoco pudieron hacerlo después los americanos cuando empezaron a tener un papel preponderante, a fines de los años 1950. Pero van Lynden comprendía que era necesario cierto consenso entre las partes y, para él, el papel de los jefes era decidir hasta qué punto estaban dispuestos a cooperar, defendiendo a la vez su soberanía». En reuniones altamente secretas del ACC y del CPC, los órganos de coordinación y mando stay-behind de la OTAN, el Gladio neerlandés I and O trató siempre de aparecer como una entidad dotada de dos ramas que trabajaban en perfecta coordinación. Los neerlandeses estaban acostumbrados a trabajar bajo el control del MI6 y de la CIA. En efecto, al terminar la guerra, el Reino Unido y Estados Unidos habían formalizado su colaboración con los Países Bajos mediante la creación de un foro tripartita bautizado TCH, en el que cada país disponía de un asiento. Paralelamente a la creación de ese comité secreto de coordinación, se había fundado –el 17 de marzo de 1948– el CCUO cuya función era preparar en tiempo de paz al Reino Unido, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo y Francia para una eventual invasión soviética. En abril de 1951, las funciones del CCUO pasaron al CPC, que estaba profundamente integrado a la OTAN y en cuyo seno los servicios secretos de los Países Bajos disponían también de un asiento.

Mientras dirigió el Gladio neerlandés, van Lynden promovió activamente los contactos entre los servicios secretos europeos y sus ejércitos secretos e insistió en la necesidad de establecer una cooperación en el marco del establecimiento de vías internacionales de exfiltración y evacuación. Con esa perspectiva, estando ya a la cabeza del ejército en los Países Bajos, el barón viajó incansablemente a través de toda Europa durante muchos años. Sabiendo que diferentes servicios de seguridad apreciaban sus esfuerzos, asumió voluntariamente el papel de primer secretario de CPC. Pero los británicos, que desconfiaban de aquel hombre –cuyas ideas les parecían demasiado liberales– obstaculizaron su nombramiento. En 1957, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos representados por van Leyden fundaron el Six Powers Lines Committee, que ejercía las mismas funciones de coordinación que el CPC pero ocupándose en específico de las vías internacionales de comunicación y evasión. El Six Powers Lines Committee se convirtió después en el ACC, fundado en París en 1958. Este nuevo comité se encargó de la coordinación de los ejercicios internacionales del Gladio, que se realizaban con las diferentes redes nacionales en la mayor clandestinidad. Ante la posibilidad de una invasión, el ACC disponía de una base en Estados Unidos y de otra en Gran Bretaña desde donde podían ser activadas y dirigidas las unidades presentes en los territorios ocupados. Manuales impresos por el ACC indicaban a los soldados stay-behind los procedimientos comunes a seguir para las operaciones especiales, la elaboración de mensajes cifrados, las técnicas de salto de frecuencia así como los procedimientos de salto en paracaídas. La presidencia del ACC se renovaba cada 2 años. A través del TCH, del CPC y del ACC, la red Gladio neerlandesa I and O se mantenía por lo tanto en contacto permanente con la CIA y el MI6.

Durante los años 1950, la CIA y el MI6 realizaron numerosas operaciones clandestinas conjuntas, como la que provocó en 1953 la caída del gobierno de Mossadegh, quien había comenzado a redistribuir parte de los ingresos del petróleo a la población iraní. Al mismo tiempo, ambos servicios de inteligencia temían que los comunistas europeos y los servicios secretos soviéticos hiciesen lo mismo en Europa Occidental y daban gran importancia a los ejércitos secretos creados en el Viejo Continente. En 1953, la CIA ordenó a van Lynden la realización de ciertos cambios para hacer que sus unidades fuesen más profesionales. «Es una serie de recomendaciones impresas en gruesos volúmenes azules» que fueron entregados al barón, según recuerda un ex agente. «Van Lynden estudió los documentos cuidadosamente. Contenían información sobre las estrategias de toma del poder que los soviéticos habían aplicado en Europa Oriental. Los ejemplos mostraban el tipo de personas en el que los soviéticos se interesaban especialmente. Era evidente que esos individuos no podían ser reclutados como agentes secretos. Partiendo de ese razonamiento, van Lynden se separó entonces de cierto número de agentes que habían sido reclutados por Somer.»

Pero van Lynden no sólo tuvo que enfrentar las presiones de la CIA. Otras emanaron de los propios servicios de seguridad neerlandeses. En febrero de 1951, el general Kruls, quien había contribuido grandemente a la creación del Gladio en los Países Bajos, como superior de Somer y de van Lynden, fue apartado debido a una serie de divergencias con el ministro de Defensa H. L. Jakob sobre la acción futura y la organización del ejército neerlandés. Para sorpresa y descontento de un importante número de militares, fue el general B.R.P.F. Hasselman quien fue nombrado como sucesor de Kruls en el puesto de jefe del Estado Mayor del ejército neerlandés. Van Lynden detestaba personalmente a Hasselman. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, eran notorias las opiniones pro alemanas de Hasselman. Después de 1945 corrieron rumores de que Hasselman había traicionado a su propio estado mayor antes de la invasión de 1940. Después de la capitulación de los Países Bajos, Hasselman había colaborado con los nazis y exigido a otros oficiales, entre ellos a van Lynden, que hicieran lo mismo. Pero el barón se negó constantemente. En el marco de una operación de consolidación de la ocupación alemana, un gran número de oficiales del ejército neerlandés fueron deportados a campos de prisioneros. Fue en el campo de Stanislau que van Lynden y Hasselman se encontraron. Este último aceptó nuevamente cooperar con los alemanes, lo cual le valió una posición predominante entre los prisioneros. Después de la guerra, Hasselman fue degradado y excluido del ejército por haber colaborado con el enemigo. Pero apeló la decisión y, para sorpresa general, incluso logró ascender en la jerarquía militar, lo cual trajo cierto descrédito al ministerio de Defensa neerlandés.

Benjamin Richard Pieter Frans Hasselman (1898-1984). Fue jefe de estado mayor de las fuerzas armadas y presidente del Comité Militar de la OTAN.

Al enterarse de la nominación de Hasselman, en 1951, la caballería neerlandesa, a la que pertenecía van Lynden, decidió que ninguno de sus miembros aceptaría darle la mano al general, a pesar de que este último era de hecho su superior. En su condición de jefe de sección, van Lynden estaba obligado a tratar con su nuevo comandante en el marco de reuniones protocolares. Van Lynden estaba tan incómodo que llegó incluso a pensar en la posibilidad de dimitir. Finalmente decidió participar en aquellas reuniones, pero Hasselman fue lo bastante inteligente como para no tratar de estrecharle la mano. Durante los años subsiguientes, Hasselman obstaculizó repetidamente el ascenso de van Lynden. Aquello provocó conflictos internos y Fock tuvo que intervenir, en su condición de secretario general del ministerio de Asuntos Generales. «Hablé entonces con Hasselman en un tono bastante directo y abrupto», contó Fock años más tarde. El resultado fue un distanciamiento entre los dos responsables.

A pesar de las luchas intestinas que se libraban dentro del ministerio de Defensa, van Lynden se mantenía concentrado en su misión. «Todavía recuerdo la invasión de Hungría, en 1956», dijo un ex agente del ejército secreto de los Países Bajos al referirse a una de las operaciones más célebres de las fuerzas soviéticas. «Aquel día, van Lynden entró en la oficina, donde reinaba una atmósfera confusa y febril. Y dijo en tono sereno: “Ya hace años que venimos tratando de construir eso. ¿Por qué están entonces todos ustedes tan nerviosos?” En realidad, yo creo que teníamos que haber estado en condiciones de operar a partir de 1956.»

Pero van Lynden no siempre dio muestras de tanto autocontrol. Cuando se supo, en 1961, que el agente británico George Blake trabajaba en realidad para los soviéticos desde principios de los años 1950, no fue sólo en Londres que la noticia sembró el pánico. Lo mismo sucedió en las filas del ejército secreto neerlandés. «Van Lynden se quedó aterrado cuando se enteró», recuerda un ex soldado stay-behind. En efecto, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Blake había pasado meses en La Haya participando en operaciones especiales, en el marco de la cooperación reforzada establecida entre los servicios británicos y neerlandeses. Durante aquel periodo, Blake había tenido acceso a la villa Maarheeze de Wassenaar, el cuartel general de los servicios secretos internos y de la rama I de la red stay-behind neerlandesa. Van Borssum Buisman, posteriormente nombrado a la cabeza del Gladio en los Países Bajos, se había entrevistado con el espía. «Blake conocía el emplazamiento de las instalaciones y la identidad de los miembros» del ejército secreto neerlandés, dijo un ex agente en condiciones de anonimato. Desde su exilio moscovita, Blake desmintió personalmente esas alegaciones en una conversación que sostuvo, en 1992, con varios ex agentes del SAZ: «Nunca tuve información sobre esas actividades [stay-behind]. Y los soviéticos nunca me hicieron preguntas sobre ese tema. Así que no tienen [los miembros neerlandeses del Gladio] de qué preocuparse. El nombre de van Borssum Buisman no me recuerda absolutamente nada.»

Después de haber dirigido el SAZ o rama I de la organización I and O durante 14 años, van Lynden dimitió en marzo de 1962. A pedido de la reina, fue destinado nuevamente al Palacio Real. El barón murió en 1989, a los 76 años.

En el momento más álgido de la crisis de los misiles del Caribe, en 1962, el mando de la red stay-behind neerlandesa I and O fue reestructurado y se nombró un nuevo director para cada una de sus ramas. Después de 14 años a la cabeza de la rama O, Louis Einthoven, quien ya contaba 66 años, dejó el BVD y pasó a retiro. Murió 12 años más tarde. El general de división De Boer se convirtió en su sucesor en abril de 1962. El general De Boer recibió del jefe del estado mayor van den Wall Bake, la orden expresa de armonizar las relaciones entre los servicios I y O, que se habían deteriorado bajo la dirección de Einthoven. Dos años más tarde, el ministerio de Defensa nombró una comisión presidida por el doctor Marius Ruppert para averiguar si De Boer había logrado su objetivo. Junto a Ruppert, también formaban parte de la comisión Fock y el almirante Propper.

En 1965, el parlamentario y consejero de la corona Ruppert presentó su informe sobre el estado de la colaboración entre los dos ejércitos secretos. Había descubierto cosas muy interesantes. Debido a la pobre cooperación entre las dos ramas de la red stay-behind neerlandesa, Ruppert sugería la creación de un cargo de «Coordinador de I and O» y proponía ocupar él mismo ese cargo. También recomendaba el reemplazo de De Boer a la cabeza de la sección O y nuevamente se proponía a sí mismo para ocupar el cargo. Por orden del primer ministro J. Zijlstra, Ruppert fue nombrado entonces a la cabeza de la rama O de la red stay-behind neerlandesa, cargo que ocupó hasta 1975. Cuando fue llamado a dar explicaciones, como consecuencia de las revelaciones de 1990, Fock reconoció haber formado parte de aquella comisión secreta pero dijo que no se acordaba de los temas abordados en aquella época. Sólo recordaba encuentros regulares en la villa de Ruppert, en la localidad de Zeist.

Las maniobras de Ruppert provocaron un verdadero terremoto en el SAZ, la rama I de la red stay-behind. Aprovechándose de su doble función como comandante de la rama O y coordinador de I and O, Ruppert favoreció a sus propios servicios en detrimento de la sección I, lo cual dio lugar a la aparición de un profundo resentimiento entre las dos ramas de la organización. Ruppert dio a la rama O un papel predominante en el seno del ACC y del CPC, los dos comités del mando stay-behind de la OTAN. La cooperación entre las dos secciones del Gladio en los Países Bajos dejó por lo tanto mucho que desear a lo largo de varios años. Las tensiones disminuyeron únicamente con la nominación de un nuevo coordinador en lugar de Ruppert. A partir de entonces, el cargo fue ocupado generalmente por ex oficiales de la marina quienes, al pasar a retiro a los 55 años, tenían así la posibilidad de hacer una segunda carrera menos oficial. En 1975, fenómeno bastante poco común en la historia de las redes stay-behind, el sucesor de Ruppert a la cabeza de la sección O fue el socialista Th.J.A.M. van Lier. Al final de la guerra, van Lier había sido diputado laborista antes de pasar a dirigir el servicio secreto ilegal Albrecht, función que le valió ser arrestado ulteriormente. Se estima que bajo la dirección de van Lier, el presupuesto anual de I and O se elevaba a unos 3 millones de florines. Pero los servicios se desarrollaron rápidamente mientras se intensificaba la cooperación entre las dos secciones. Se ignora quién asumió el mando del Gladio neerlandés entre los años 1980 y 1990. Y, en efecto, es que no se ha levantado el secreto sobre la identidad de los comandantes porque son personas que probablemente siguen vivas y que aún ejercen alguna responsabilidad.

Al igual que la sección O, la sección I también sufrió profundas modificaciones en 1962. Como sucesor de Somet y van Lynden, van Borssum Buisman asumió sus funciones a la cabeza del servicio en marzo de 1962. Con su bigote y su cabello rubios, este alto oficial de caballería era para muchos el prototipo del holandés. Durante la Segunda Guerra Mundial había sido oficial de enlace entre los servicios secretos neerlandeses BI (Bureau Inlichtigen) y la organización de resistencia OD (Ordedienst), dirigida por P.J. Six. En febrero de 1944 fue capturado por el enemigo e internado sucesivamente en varias cárceles alemanas. Fue torturado varias veces sin que revelara nunca la identidad de los miembros de la resistencia neerlandesa. Condenado a muerte por los nazis, logró saltar del tren en marcha que lo llevaba a Alemania. Herido, logró volver a su país y ponerse nuevamente en contacto con Six, todo lo cual le valió que algunos alemanes lo consideraran el mejor agente secreto de los Países Bajos.

Garrelt van Borssum Buisman (1915-1991). Dirigió el Gladio neerlandés de 1962 a 1970.

Después del armisticio, van Borssum Buisman no renunció a la actividad clandestina. Fue enviado por algún tiempo a Ceilán, donde esperó en vano con su unidad de élite para ser desplegado en Indonesia. De regreso a los Países Bajos, el primer comandante de la sección I, Somer, lo reclutó para la red stay-behind. Bajo la dirección de van Lynden, Buisman ocupó el cargo de comandante segundo del SAZ. Entre sus principales funciones se hallaba la elaboración de rutas de evasión entre los Países Bajos y la España franquista a través de Bélgica y Francia. Buisman reclutaba y formaba agentes a lo largo de sus itinerarios, a menudo neerlandeses que vivían en Francia o franceses que habían vivido en los Países Bajos. Asumió el mando de la sección I hasta que se retiró, en mayo de 1970. Falleció en febrero de 1990, a los 77 años. Al descubrirse la existencia de los ejércitos secretos, en 1990, se reveló que el sucesor de Buisman había sido un tal J.W.A. Bruins, quien dirigió el servicio desde mayo de 1970 hasta diciembre de 1981. No se dieron a conocer los nombres de los últimos comandantes del I&O, que posiblemente siguen vivos.

Durante los ejercicios, los agentes tenían que utilizar su nombre de código para comunicar entre sí. «El entrenamiento tenía que hacerse únicamente durante nuestro tiempo libre», explicó un ex agente del ejército secreto. «Con nuestro instructor, elaborábamos un programa específico. Había que ir a diferentes lugares de formación. No era el tipo de cosa que se improvisa así en el granero. El entrenamiento no podía hacerse a intervalos regulares, porque podía levantar sospechas», agregó. A veces había problemas de motivación: «El problema es que había que prepararse para algo que podía suceder cuando más en una decena de años», recordaba un ex miembro del Gladio. «Así que la motivación había que mantenerla como una especie de fe. Sobre todo en los periodos de distensión y de coexistencia pacífica. En esos momentos era especialmente difícil. El otro bando [los comunistas] también practicaba una guerra sicológica. Había que mantener la vigilancia de los instructores a través de una información factual [sobre los peligros del comunismo] que ellos le transmitían después a sus agentes en el terreno.»

La misteriosa sección O era la más confidencial de las dos ramas que componían la red I and O. Hoy en día existe aún muy poca información sobre ella. «La diferencia entre I y O es que O no debía tener ninguna “existencia”. Era algo muy distinto», explicó un ex responsable a raíz de las revelaciones de 1990 sobre el Gladio. Durante los entrenamientos del ejército secreto neerlandés, los agentes de la sección O expresaban cierto sentimiento de superioridad ante sus colegas de la sección I, con quienes se negaban incluso a compartir durante las veladas que seguían a las sesiones de trabajo. «Se consideraban a menudo como la crema de la crema, [como] la gente a quien se le daría el trabajo serio en caso de ocupación». Para disimular al máximo la existencia de la sección O, todos los contactos con representantes del Estado neerlandés eran a través de agentes de la sección I, lo cual no era del agrado de estos últimos. La rama O se financiaba en parte con fondos privados, sobre todo de firmas transnacionales, y de la CIA. Pero también recibía fondos públicos que figuraban en el presupuesto de I. Los poquísimos funcionarios del ministerio de Defensa que tenían conocimiento de la existencia de la sección I estimaban erróneamente, lo que indignaba a van Lynden, que aquel ejército secreto era demasiado oneroso. «Aquello (O) se parecía un poco a un monasterio de la Edad Media», comenta un ex agente de la sección I. «No estaban autorizados a verse y todo el mundo se quedaba obedientemente sentado en su celda.»

Si la sección O necesitaba una prensa, explosivos o cualquier otra cosa, era a través de I que tenía que conseguirlo. En ese caso, se le informaba a I el lugar donde había que entregar el material, que generalmente venía de Inglaterra. Un camión militar transportaba entonces el cargamento hasta un lugar previamente establecido, donde los agentes de la sección O tomaban posesión del envío. Ante cualquier problema eran los servicios secretos oficiales neerlandeses los que pagaban los platos rotos ya que no se podía reconocer oficialmente la existencia de I ni la de O. Durante los años 1980, varios escondites de armas de la red stay-behind fueron descubiertos de forma accidental en diferentes lugares de los Países Bajos. En 1983, el ministro de Defensa J. de Rujiter tuvo que dar explicaciones ante las cámaras de televisión por el descubrimiento de un misterioso almacén de armas en Rozendaal. Pidió a los periodistas algún tiempo para realizar una investigación interna y sus servicios le proporcionaron los detalles. Así que todo el mundo en el BVD trató de enterarse de cuáles de sus colegas disponían de ese tipo de escondites de armas y la versión que se dio a los empleados del servicio fue que los verdaderos responsables eran una unidad secreta llamada I, lo cual era una mentira más ya que todo aquel armamento pertenecía en realidad a la unidad de acción clandestina y sabotaje O.

«Mientras que I era un servicio políticamente independiente, O era conocido como más orientado ideológicamente», atestiguó un ex agente neerlandés, sugiriendo que la sección O era un grupo anticomunista armado, como el SDRA 8 en la vecina Bélgica. Pero eso no quiere decir que O fuese un grupo que realizaba acciones anticomunistas ilegales, afirmó uno de sus ex miembros. «Basábamos nuestro combate en la defensa de los valores inscritos en la Constitución» agregó. El especialista neerlandés en operaciones stay-behind Paul Koedijk descubrió que las unidades O se habían especializado, en tiempo de paz, en lo que llamaban operaciones de «inmunización» de ciudadanos neerlandeses. «Estaba muy claro contra qué había que inmunizar a los ciudadanos: el comunismo en todas sus formas.» En el marco de su lucha ideológica, la sección O desplegaba una propaganda de calumnias e inventaba historias destinadas a desacreditar a los comunistas y tenía, por lo tanto, su propia de red de imprentas. «La opinión que compartían los miembros de la sección O era que una ocupación soviética sería en muchos sentidos peor que la [ocupación] de los nazis», recuerda un ex agente, «porque incluso los pocos valores que aún respetaban los alemanes, como la familia y la religión, se verían amenazados bajo una ocupación soviética. Nosotros esperábamos cambios radicales».

A finales de 1990, cuando el primer ministro italiano Giulio Andreotti reveló la existencia en toda Europa Occidental de una serie de ejércitos secretos anticomunistas, el escándalo llegó hasta los Países Bajos. Un ex miembro del Gladio neerlandés bromeó: «Nosotros también estamos sorprendidos de haber podido trabajar durante tanto tiempo sin que nadie nos molestara». En una carta dirigida al Parlamento el 13 de noviembre de 1990, el primer ministro demócrata cristiano Ruud Lubbers –en el cargo desde 1982– confirmaba que los Países Bajos disponían, en efecto, de un ejército secreto, un «grupo conformado de civiles y militares», y que aquel ejército seguía activo. Lubbers afirmaba que «esa organización no ha estado nunca bajo el control de la OTAN» y, mencionando la función clásica de las redes stay-behind, precisaba que «los contactos con otros países miembros de la OTAN, algunos de los cuales habían creado estructuras similares, se limitaban, en lo que concierna a los neerlandeses, a estudiar cómo podían alcanzarse los objetivos fijados». Parlamentarios de la mayoría y de la oposición estuvieron de acuerdo en que aquella carta no proporcionaba una explicación válida. Algunos recordaban el descubrimiento, en los años 1980, de misteriosos escondites de armas que contenían granadas, fusiles semiautomáticos, armas automáticas, municiones y explosivos y solicitaron un complemento de información sobre su posible relación con el ejército secreto. Otros parlamentarios reprocharon al gobierno el no haber informado la existencia de aquella organización a la comisión parlamentaria a cargo de los servicios de inteligencia y seguridad, a pesar de que sus miembros estaban obligados a mantener el secreto.

Relus ter Beek (1944-2008). Como ministro laborista de Defensa, organizó la disolución oficial del Gladio.

Poco tiempo después, Lubbers y su ministro de Defensa Relus Ter Beek informaron por lo tanto, por vez primera, a la Comisión sobre la red stay-behind I&O y, horas después, el primer ministro se presentó ante el Parlamento. Confirmó que los arsenales clandestinos descubiertos en los años 1980 pertenecían, en efecto, al ejército secreto. Subrayó que la organización stay-behind neerlandesa era responsable ante el primer ministro, o sea él mismo, y ante el ministro de Defensa, Ter Beek. «Los sucesivos primeros ministros y ministros de Defensa siempre prefirieron no poner al tanto a los demás ministros ni al Parlamento». El primer ministro se enorgulleció del hecho que cerca de 30 ministros hubiesen sabido proteger el secreto, mientras que varios miembros del Parlamento veían en ello esencialmente una violación de la Constitución de los Países Bajos. Muchos diputados no rechazaban el principio mismo de los preparativos stay-behind en previsión de una situación de urgencia, pero no podían aceptar el hecho de haber sido engañados. El laborista Maaseik van Draa declaró en nombre de su grupo: «Necesitamos más aclaraciones sobre el tipo de estructuras de que se trata y en qué medida han colaborado o aún colaboran con la OTAN». Ton Frinking, de la mayoría demócrata-cristiana también pidió más información sobre los vínculos de la red Gladio con la OTAN. Precisó que recientemente había oído a los belgas reconocer públicamente que habían presidido la última conferencia secreta stay-behind. «La pregunta es: ¿Qué significa concretamente esa presidencia belga?», preguntó Frinking.

Lubbers tuvo que reconocer que el ejército secreto de los Países Bajos seguía siendo miembro de aquel comité clandestino de la OTAN encargado de la coordinación de las redes stay-behind de Europa Occidental. Hans Dijkstal, de la oposición liberal, declaró: «Lo que me inquieta no es tanto que haya existido algo así o que todavía exista. El verdadero problema es que el Parlamento no lo haya sabido hasta la tarde de ayer». Cuando algunos parlamentarios quisieron conocer la lista de miembros del ejército secreto, Lubbers les respondió que él mismo no la conocía. Algunos estimaron que esa respuesta contradecía sus anteriores declaraciones, en las que acababa de confirmar su propia responsabilidad y la del ministro de Defensa en la supervisión de los ejércitos secretos. Pero Lubbers subrayó que era tan grande la necesidad de mantener aquello en secreto que hubiese sido «extremadamente peligroso que el primer ministro (…) tuviese que investigar personalmente sobre cada uno de ellos». Ante las insistentes preguntas de los parlamentarios, Lubbers se vio obligado a reconocer que varios miembros del ejército secreto neerlandés habían participado hacía poco en un entrenamiento en Cerdeña, en el cuartel general del Gladio italiano.

I and O, la red stay-behind neerlandesa fue disuelta oficialmente en 1992. Pero este documento del ministerio neerlandés de Asuntos Generales demuestra que la rama O fue financiada a través de la Fundación Quia Oportet (que significa en latín «Por si acaso») desde 1992 hasta 2002.

No hubo, en definitiva, investigación parlamentaria ni informe público y no fue hasta abril de 1992 que el ejército secreto neerlandés fue finalmente desmantelado. El ministro de Defensa Relus Ter Beek dirigió a los guerreros de la sombra una carta agradeciéndoles los servicios prestados al país.

Pero los fantasmas del pasado resurgieron en 1993, cuando un tribunal de La Haya condenó a un hombre de 38 años a 3 años de cárcel. Comparecían junto a él un mayor del ejército neerlandés, de 44 años, quien también fue encontrado culpable de haber chantajeado en 1993 a Nutricia, un fabricante de alimento para bebés, por una suma de 5 millones de florines. Los abogados defensores subrayaron que los acusados eran miembros de la organización stay-behind creada por los servicios secretos de los Países Bajos y en otros países de Europa. El mayor afirmó en su defensa que, en el pasado, los agentes stay-behind arrestados por la policía se hallaban bajo la protección de un acuerdo existente entra las instancias judiciales y el ministerio de Defensa y que, en virtud de ese acuerdo, estaban al abrigo de toda acción judicial. Afirmó también que muchas misiones del Gladio habían fracasado en el pasado sin que ninguno de los implicados fuese enviado a los tribunales, señalando así que los miembros neerlandeses del Gladio habían actuado fuera de todo control o marco legal. El oficial no precisó de qué tipo de misiones hablaba.
El Gladio ha muerto, ¡Viva el Gladio!

En este memorándum de la Dirección de Operaciones del Ejército neerlandés, fechado en abril de 1998, se indica que ante la posibilidad de un «conflicto a gran escala» se han tomado medidas para garantizar el funcionamiento del stay-behind, identificado como I and O.

En el momento de la redacción del documento hacía 7 años que la URSS se había desintegrado y hacía 6 años que el Gladio estaba oficialmente disuelto.


Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 11 del libro Les Armées secrètes de l’OTAN
© Publicado en francés por Editions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (XII)
La guerra secreta en Luxemburgo/por Daniele Ganser

Como ya han podido ver nuestros lectores, retomamos durante el verano la publicación por episodios del importantísima estudio del profesor Daniele Ganser sobre el Gladio. El artículo de hoy, sobre Luxemburgo, se basa únicamente en la declaración, en 1990, del primer ministro Jacques Santer. Hemos agregado una actualización sobre las revelaciones de RTL y el juicio contra los autores de atentados con bombas.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 2 DE AGOSTO DE 2013

Jacques Santer, presidente del gobierno de 1984 a 1989 y posteriormente primer ministro del Gran Ducado de Luxemburgo de 1995 a 1999, se vio obligado a dimitir por un escándalo de nepotismo y corrupción. En el año 2000 entró a formar parte del consejo de administración del General Mediterranean Holding, perteneciente al agente británico Nadhmi Auchi.

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»
10. «La guerra secreta en Bélgica»
11. «La guerra secreta en los Países Bajos»


Luxemburgo es por mucho el más pequeño de los 3 países que componen el Benelux. Al igual que Bélgica y los Países Bajos, también fue invadido y ocupado por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, contrariamente a Bélgica –país donde el Senado nombró una comisión investigadora– y los Países Bajos –donde varios investigadores realizaron estudios sobre el tema–, existe hoy en día muy poca información sobre la red stay-behind creada en Luxemburgo.

Como subrayó ante el Parlamento el primer ministro Jacques Santer, el 14 de noviembre de 1990 y en respuesta a una interrogación prioritaria presentada por el diputado Charles Goerens –del Partido Demócrata–, los países pequeños también fueron incorporados a la red continental del ejército stay-behind. Al igual que en Bélgica y en los Países Bajos, la idea tenía su origen en las experiencias vividas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando redes similares habían tratado, con muy relativo éxito, de luchar contra la ocupación alemana en el Gran Ducado. Al crearse la OTAN, en 1949, Luxemburgo se unió a la alianza atlántica, que a partir de entonces comenzó a coordinar las redes clandestinas.

«El término “Gladio” designa la estructura italiana. La apelación utilizada dentro de la OTAN es “stay-behind”», explicaba el primer ministro al referirse a la terminología de los ejércitos secretos ante los atónitos parlamentarios.
«Ese término describe el principio de una organización destinada a activarse tras las líneas del frente durante un conflicto armado, por consiguiente en caso de ocupación del territorio por parte del enemigo. Ese concepto fue concebido por la OTAN. La idea nació de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, cuando se establecieron redes similares durante los periodos de ocupación, por lo tanto en un medio particularmente difícil y vigilado por el enemigo.»
Nunca más debía encontrarse un país mal preparado ante una guerra y una posible ocupación, explicaba el primer ministro para justificar la lógica de la red secreta:
«Para evitar en el futuro esa falta de preparación se decidió elaborar las bases de ese tipo de organización sin esperar a que se produjese la guerra.»
Aunque algunos parlamentarios consideraban que el ejército secreto que la OTAN dirigía por debajo de la mesa había actuado en violación de la soberanía nacional de los Estados europeos, el primer ministro Santer, quien presidió después la Comisión Europea, afirmó que nunca había sido así:
«Todos los países de Europa Central miembros de la OTAN participaron en esos preparativos y Luxemburgo no podía sustraerse a esa solidaridad internacional. Cada Estado miembro estaba autorizado a definir sus propias estructuras. Por lo tanto, aunque la OTAN haya iniciado y coordenado la red stay-behind, cada país conservaba la dirección de su propio componente nacional.»
Esto implica que la organización stay-behind de Luxemburgo también se hallaba bajo la coordinación de la OTAN y que participó por ende en las reuniones secretas de los comités ACC y CPC, incluyendo la conferencia del ACC que se reunió en Bruselas el 23 y el 24 de octubre de 1990, bajo la presidencia del general Van Calster.

No fueron revelados los nombres ni las matrículas de los agentes miembros del ejército secreto en Luxemburgo. El primer ministro se limitó a confirmar que la organización había sido dirigida por el Servicio de Inteligencia del Gran Ducado:
«Los agentes de esa red stay-behind eran reclutados por los servicios secretos sobre la base de la voluntariedad y en función de criterios vinculados a su profesión y lugar de residencia.»
El primer ministro daba a entender que el Gladio creado en Luxemburgo también había sido equipado con el sofisticado sistema de comunicación Harpoon durante los años 1980:
«Esas personas, que recibían sus instrucciones por radio, estaban destinadas a efectuar misiones clandestinas por su cuenta y riesgo dentro de una zona controlada por el enemigo.»
Santer no se extendió mucho sobre el papel que el MI6 y la CIA habían desempeñado en Luxemburgo, pero confirmó que en caso de guerra el ejército secreto debía colaborar con unidades de fuerzas especiales, o sea posiblemente con los SAS británicos y los Boinas Verdes estadounidenses.
«El objetivo de su misión era informar a la OTAN sobre la situación política y militar de la región, organizar vías de evacuación fuera de los territorios ocupados y dar apoyo a las fuerzas especiales del ejército.»
Precisamente en momentos en que el público se enteraba de que los ejércitos secretos no habían sido una simple precaución sino más bien un instrumento utilizado para sembrar el terror, el primer ministro insistió en que la «misión debía realizarse en caso de invasión y ocupación del territorio por parte del enemigo». Jacques Santer sabía que en muchos países, y sobre todo en la vecina Bélgica, pero también en Italia, en Grecia, en Turquía, en Francia, España y Portugal, se estaban acumulando pruebas que demostraban la responsabilidad de los combatientes stay-behind en atentados y en otros actos de terrorismo tendientes a influir en el clima político. Así que precisó:
«En lo que concierne a Luxemburgo, está claro que las misiones se limitaban únicamente a las formas de asistencia a las autoridades de la OTAN anteriormente mencionadas. Las actividades de esas personas –y así fue desde el principio– se limitaban a prepararse para sus misiones y, sobre todo, a entrenarse para moverse en un medio hostil y coordinar sus esfuerzos con los de los países aliados.»
Al no existir una investigación independiente, las palabras del primer ministro fueron tomadas como buenas, aunque una buena cantidad de parlamentarios deploró que los representantes de los electores no hubiesen sido informados sobre aquellos preparativos de guerra secreta. Santer se limitó a abordar muy superficialmente la cuestión del control parlamentario de aquel tipo de estructura existente en el seno mismo del Estado, excluyendo además la idea de que ese tipo de control fuese posible. El primer ministro, quien había sido él mismo parlamentario desde 1974 hasta 1979, compartía la concepción –muy extendida entre los servicios secretos– de que los parlamentarios tienen tendencia a hablar demasiado y que son de hecho incapaces de guardar un secreto. Aún con la mejor voluntad del mundo, hubiesen acabado revelando lo que debía mantenerse en secreto. «Es inútil insistir en el secreto que exige la naturaleza misma de esas operaciones», declaró Santer ante los representantes del pueblo, sin precisar bajo el control de qué autoridad civil se hallaba el ejército secreto.

Como conclusión de su breve alocución, el primer ministro afirmó que ni él ni ninguno de sus ministros habían sido informados de la existencia de la red clandestina de la OTAN en el país:
«Puedo jurar que nunca tuve conocimiento de su existencia. Y no creo que ningun miembro del gobierno haya podido adivinarla. No puedo asociar razonablemente a mis predecesores a esta declaración porque no he tenido tiempo de consultar con ellos antes de responder.»
Aquella explicación no convenció a todos los parlamentarios. Aquella confesión significaba, en efecto, que un ejército secreto había operado en Luxemburgo a espaldas y fuera de todo control no sólo del Parlamento sino también del gobierno. El primer ministro fue incapaz de ofrecer una respuesta satisfactoria a esta delicada pregunta y reprochó indirectamente a la OTAN el hecho de haber creado un ejército secreto en el país:
«En conclusión, repito que es únicamente en el marco de acuerdos entre los aliados que Luxemburgo contribuyó a través de su único servicio de inteligencia a construir la red en cuestión bajo la égida de la OTAN.»
Santer quiso convencer al Parlamento de que la red no había utilizado en ningún momento sus armas y explosivos ni había estado implicada en actividades ilegales en tiempo de paz ya que «¡la red de Luxemburgo nunca tuvo implicación militar y nunca fue utilizada con otros fines que aquellos que motivaron su creación!» El primer ministro subrayó que «el principio mismo de una organización secreta de resistencia patriótica prevista ante la hipótesis de una ocupación del territorio por parte del enemigo no debe ser cuestionado» e informó al Parlamento que, lógicamente, había «ordenado a los servicios secretos disolver inmediatamente la red stay-behind, en espera a que los países de la OTAN definan una nueva estrategia adaptada a una Europa radicalmente transformada».

La historia de la red Gladio en Luxemburgo sigue siendo hoy en día misteriosa y fragmentada. La cantidad y la naturaleza exactas de las armas depositadas en los escondites así como la localización de estos últimos nunca fueron reveladas, como tampoco lo fueron las fechas ni los términos de los acuerdos de cooperación existentes entre la red stay-behind y la OTAN, la CIA y el MI6. Ante las numerosas preguntas que seguían sin respuesta desde que Santer hizo aquellas declaraciones, el parlamentario Jean Huss –del Partido Verde Alternativo– y los demás miembros de su coalición pidieron primeramente que se abriera un debate público en el seno del Parlamento y, posteriormente, solicitaron la formación de una comisión parlamentaria investigadora encargada de investigar el tema. Ambas solicitudes fueron rechazadas por mayoría de votos.

Actualización

La Brigada Móvil, fuerza de élite de la gendarmería del Gran Ducado.
En 2005 y 2006, el canal de televisión RTL transmitió una serie de reportajes sobre 18 atentados no aclarados ocurridos en Luxemburgo entre el 30 de mayo de 1984 y el 25 de mayo de 1986. Los hechos no provocaron ninguna muerte de forma directa pero varias personas implicadas o presentes durante los hechos murieron accidentalmente. Los periodistas cuestionaron al director general de la Policía y señalaron que los hechos estaban relacionados con otros casos vinculados al Gladio en otros Estados europeos.

En respuesta a una carta del Fiscal General, Robert Biever, una Comisión parlamentaria presentó, el 7 de mayo de 2008, un informe sobre el papel del Servicio de Inteligencia en la investigación (Ver documento adjunto).

El 30 de noviembre de 2012, el semanario D’Lëtzebuerger Land publicó el texto íntegro de una conversación que había tenido lugar en 2007 entre el primer ministro y Marco Mille, jefe del servicio de inteligencia. A través de ese documento se supo que, durante la guerra fría, 300 000 de los 500 000 habitantes de Luxemburgo habían estado bajo vigilancia pero que sus expedientes habían sido destruidos posteriormente. Sin embargo, 17 000 fichas «destruidas» fueron descubiertas poco después, al igual que un centro de archivos secretos en el castillo de Senningen.

Finalmente, en febrero de 2013 se inició el juicio contra 2 policías, Jos Wilmes y Marc Scheer, que habían sido miembros de la Brigada Movil. Rápidamente se comprobó que el entonces ministro de Justicia, Luc Frieden, y el director general de la Policía, Pierre Reuland, habían hecho correr rumores sobre supuestas sospechas de pedofilia para desacreditar al Fiscal General y habían recurrido además a escuchas ilegales y presiones sobre los investigadores. Un testigo acusa a Ben Gielben, ex jefe de la Brigada Móvil de ser la persona que puso las bombas. La operación parece haber sido supervisada por el príncipe Jean de Nassau. El juicio está pospuesto para septiembre de 2013.
El actual ministro de Finanzas y aspirante al cargo de primer ministro, Luc Frieden, ministro de Justicia en el momento de los hechos, se presentó ante las cámaras de RTL,el 11 de junio de 2013, para desmentir la responsabilidad que se leatribuye en el caso de los atentados con bombas.

DOCUMENTOS ADJUNTOS

Informe de la Comisión de parlamentaria de Control del Servicio de Inteligencia del Estado (7 de julio de 2008)
(PDF - 204.4 KB)

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 12 del libro Les Armées secrètes de l’OTAN.
© Publicado en francés por Editions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (XIII)
La guerra secreta en Dinamarca/por Daniele Ganser

Ya se había publicado el libro de Daniele Ganser sobre los ejércitos secretos de la OTAN cuando el gobierno de Dinamarca reconoció finalmente la existencia del Gladio en ese país. Pero lo hizo para minimizar la importancia del hecho y presentarlo como uno de los tantos incidentes que caracterizaron la guerra fría. Si no existe hoy en día prueba alguna de la continuación de aquel sistema, lo cierto es que tampoco ha podido comprobarse su disolución definitiva.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 15 DE AGOSTO DE 2013

Arne Sejr (1922-2008). Ex miembro de la resistencia contra el nazismo, dirigió La Firma, una sección danesa del Gladio.

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»
10. «La guerra secreta en Bélgica»
11. «La guerra secreta en los Países Bajos»
12. «La guerra secreta en Luxemburgo»


El nombre codificado del ejército stay-behind en Dinamarca era «Absalón». Como dice el proverbio latino, Nomen est nomen («El nombre es un presagio»). Ese nombre reflejaba la misión anticomunista confiada a la red clandestina: Absalón fue un obispo danés de la Edad Media que venció a los rusos espada en mano. La imponente estatua ecuestre de bronce que representa a Absalón revistiendo una armadura, monumento que aún puede verse en Copenhague, suscitó renovado interés en noviembre de 1990, cuando la prensa danesa reveló que «El grupo “Absalón”, conformado por la CIA y respaldado por la OTAN, se preparaba para la toma del poder por los comunistas en Dinamarca».

Quedan muchas zonas oscuras en la historia de Absalón ya que, al enterarse de la existencia de la red, el Parlamento danés decidió discutir el asunto a puertas cerradas y sin publicar ningún tipo de informe oficial. Según un ex miembro anónimo de la organización, el ejército secreto fue creado como consecuencia del trauma que había dejado la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial y su núcleo no contó más 360 hombres. Al igual que en todas y cada una de los operaciones de la gran operación stay-behind, [en Dinamarca] la red debía extenderse en caso de ocupación. «La organización fue naturalmente concebida según el modelo de los movimientos de resistencia. Se componía de 12 distritos estructurados en células aunque no tan estrictamente coordinadas como durante la guerra», reveló a la prensa danesa el ex guerrero danés de la sombra. «Cada distrito contaba hasta una treintena de miembros en su primer círculo.»

Según varias fuentes anónimas, la red stay-behind danesa estuvo durante muchos años bajo la dirección de un tal E. E. Harder. «Harder tenía como sobrenombre “Bispen”», palabra que significa «obispo» en danés, lo cual era una referencia a Absalón, según el testimonio de un ex agente. Además de dirigir el ejército secreto danés, Harder se mantenía en estrecho contacto con la OTAN. Trabajó en el cuartel general de la alianza atlántica desde 1966 hasta 1970, año en que la OTAN tuvo que instalarse en Bélgica, luego de ser expulsada de Francia por el general de Gaulle. En Valenciennes [la sede de la OTAN en Francia], y posteriormente en el nuevo cuartel general de la OTAN en Bruselas, el director Harder era mantenido constantemente informado sobre los detalles de la operación stay-behind de la alianza atlántica.

Harder era un hombre conocido por sus opiniones políticas, muy a la derecha, y con quien muchos pensaban que era mejor no relacionarse. En 1990, al responder a las preguntas de la prensa, Erik Ninn Hansen, miembro del Partido Conservador y ex ministro de Defensa de Dinamarca entre 1968 y 1971, trató de marcar la distancia con el comandante stay-behind. «Varios grupos fueron creados al término de la Segunda Guerra Mundial. Es posible que Absalón haya estado vinculado al movimiento de resistencia», respondió prudentemente a los periodistas. «También recuerdo muy bien numerosas conferencias de prensa que dio Harder. Pero no crean que yo sentía la menor simpatía por sus ideas, eso es totalmente falso. Él era demasiado nacionalista para mi gusto. Nunca me imaginé que Absalón fuese tan influyente y jamás se me ocurrió que él pusiese colaborar con los servicios secretos.» Harder, por su parte, rechazó todos los pedidos de entrevista que le llegaron al descubrirse la existencia de los ejércitos secretos, en 1990.

En 1978, o sea unos años después del escándalo del Watergate y de la intervención de la CIA en Chile –intervención que provocó la muerte del presidente socialista Salvador Allende y la llegada de Pinochet al poder–, el ex director de la CIA William Colby publicó un libro destinado a tratar de mejorar la imagen de la CIA, el servicio de inteligencia estadounidense. En aquel libro, Colby confesaba que él mismo había participado en su juventud en la creación de redes stay-behind en Escandinavia, mientras estuvo destacado en la estación CIA de Estocolmo. «La situación era diferente en cada país escandinavo. Noruega y Dinamarca eran aliados de la OTAN, Suecia se mantenía apegada a su neutralidad, que le había permitido atravesar dos guerras mundiales, y Finlandia estaba obligada a observar cierta deferencia hacia la Unión Soviética, su vecino inmediato», contaba Colby. «Así que en algunos de esos países los gobiernos formarían ellos mismos sus propias redes stay-behind para activarlas desde el exilio con vistas a continuar la lucha», escribía el ex director de la CIA refiriéndose así a Noruega y Dinamarca. «Había que coordinar la acción de esas redes con los planes de la OTAN, dirigir sus antenas de radio hacia los futuros destinos del exilio y ocultar el equipamiento proporcionado por la CIA en escondites bajo la nieve, con vista a su futura utilización. En cuanto a los otros países», o sea la Suecia neutral y Finlandia,
«la CIA tendría que arreglárselas sola o, en el mejor de los casos, contar con la ayuda “extraoficial” de agentes locales ya que los responsables de los gobiernos de esos países prohibían toda colaboración con la OTAN y la menor sospecha provocaría un escándalo entre la prensa comunista local, los diplomáticos soviéticos y los lealistas escandinavos que esperaban que una política de neutralidad o de no alineamiento les permitiese no tener problemas ante una Tercera Guerra Mundial».
«El Berlingske Tidende puede hoy revelar que Absalón es la rama danesa de la red internacional Gladio. La confirmación viene de un miembro de Absalón que ha preferido conservar el anonimato», anuncio un diario danés en 1990. La fuente, que el diario designaba como Q, confirmaba las revelaciones que Colby había hecho en su libro. «La versión de Colby es rigurosamente exacta. Absalón fue creada a principios de los años 1950», declaraba el testigo Q. También según Q, la red se componía únicamente de hombres con ideas muy conservadoras y cuyo anticomunismo estaba por lo tanto fuera de toda duda. «Colby era miembro laico de la organización católica mundial Opus Dei. El Opus Dei desempeñó un papel crucial en la creación de la red Gladio en toda Europa y sobre todo en Dinamarca», afirmaba Q.
«El jefe del Gladio era Harder, quien no era precisamente católico. Pero no abundan los católicos en Dinamarca y el núcleo duro del Gladio danés se componía sobre todo de ex miembros de la resistencia [de la Segunda Guerra Mundial], de ex prisioneros de los campos de Tysk Vestre Faengsel, de Froslevlejren, de Neuengamme y de la Brigada danesa.»
Los periodistas daneses se pusieron nuevamente en contacto con Colby, a fines de 1990, y descubrieron que los secretos del Gladio seguían bajo la más estricta custodia. Ya con 70 años de edad, el ex director de la CIA, residente en Washington, se puso a la defensiva: «No sé absolutamente nada de la organización danesa. Nunca estuve en contacto con ellos. No me parece. En todo caso, no me acuerdo». Los periodistas insistieron: «¡Pero usted escribe en su libro que usted construyó organizaciones por cuenta de la CIA en 4 países!» A lo que Colby contestó: «Ya no me acuerdo si hablé de 4 o de 3 países o de otra cantidad. Todo lo que supe en aquel entonces seguramente lo supe a través de fuentes secundarias. Pero el libro es fiel, fiel a lo que yo sabía en aquella época.» Al periodista danés que insistía y que parecía evidentemente poco dispuesto a creer en la amnesia de Colby, el ex director de la CIA acabó contestándole: «La gente le está dando demasiada importancia a esa historia. El peligro de invasión soviética era real para mucha gente en aquella época y la cooperación con los movimientos de resistencia en Noruega o en Francia eran el modo más natural de organizar la defensa del país.» Colby se negó, sin embargo, a comentar las sospechas de posible implicación de la red en operaciones terroristas y de acondicionamiento del clima político. Cuando un segundo grupo de periodistas insistió en querer obtener al menos el nombre de un contacto de la CIA en Dinamarca, Colby reveló que «su contacto en Dinamarca» para la Operación Gladio era Ebbe Munck, figura central de los servicios secretos daneses y veterano de la resistencia que había emprendido después una carrera como diplomático y se había convertido en uno de los consejeros de la reina Margarita de Dinamarca.

Como en todos los países vinculados a la Operación Gladio, el ejército secreto de Dinamarca estaba integrado a los servicios secretos militares FE (Forsvarets Efterretningstjeneste). Según una fuente anónima, los cuadros de mando del ejército clandestino eran oficiales militares:
«el 95% eran militares. También había numerosos miembros de las Unidades Territoriales. Por otro lado, la Federación de Oficiales de la Reserva también representaba una cantera muy útil en caso de necesidad».
Parece que algunos responsables políticos cuidadosamente seleccionados habían sido informados de la existencia del ejército secreto ya que, como subrayaba Q,
«existían contactos muy estrechos con el Partido Popular. El basamento ideológico era fuertemente anticomunista. Éramos daneses dotados de un fuerte sentimiento nacional basado en la ideología cristiana. Para nosotros era capital que pudiera organizarse un movimiento de resistencia sin esperar uno o 2 años, como había sucedido en 1940».
El ejército secreto, como explicaba Q, tenía una doble función: actuar en caso de invasión o de toma del poder por parte de los comunistas daneses –aún sin intervención del Ejército Rojo– y recoger información sobre las organizaciones de izquierda:
«Estábamos en plena guerra fría y una invasión rusa o un golpe de Estado de los comunistas daneses eran para nosotros amenazas reales e inminentes».
A pesar de su orientación conservadora, Absalón no reclutaba a cualquier militante de extrema derecha, según un ex agente:
«No todo el mundo podía ser miembro. Tuvimos, por ejemplo, el caso del activista de extrema derecha Hans Hetler que quería ser miembro. Pero nosotros no lo queríamos. Era un ex colaborador [de la ocupación alemana] y creíamos que no reunía las cualidades requeridas.»
El ex director de la CIA William Colby tenía razón en indicar que, como todos los ejércitos secretos, el stay-behind danés Absalón tenía también sus propias reservas. «Cierto número de escondites de armas fueron diseminados a través de Dinamarca. No daré la cantidad exacta pero puedo decir que había menos de una decena», declaró el ex miembro del Gladio identificado como Q. «Había dos en grandes bosques, en Bribskov y en Dronninglund Storskov. No diré cómo fueron escondidas ni si están allí todavía». Al contrario de lo que se vió en Italia, aquellas armas nunca fueron utilizadas en la realización de operaciones de terrorismo en territorio danés. «Eso nunca sucedió en Dinamarca. Nunca utilizamos aquellas armas. En cambio, sí participamos en ejercicios militares. Uno de ellos tuvo lugar en la frontera norte de la OTAN, en Tromso [Noruega]», precisó Q.

Durante aquellas maniobras internacionales, los oficiales de la red Absalón se entrenaban en la realización de misiones clandestinas y de operaciones especiales con agentes de los demás stay-behind europeos, de la OTAN, de la CIA y del MI6. Por otra parte, como descubrió con asombro la prensa danesa, el ejército secreto Absalón participó también en operaciones particularmente sensibles del otro lado de la cortina de hierro, en los países comunistas de «Europa Oriental». Así lo confirmó el agente Q:
«Absalón tenía todo tipo de funciones. Ante todo tenía que mantenerse listo en caso de una posible invasión rusa o de que los comunistas tomaran el poder. Pero también tenía que recoger información sobre las organizaciones de izquierda así como datos de inteligencia en Europa Oriental».
Cuando se conformó el ejército secreto, después de la Segunda Guerra Mundial, las unidades tuvieron fácilmente a su disposición armas y explosivos. «Aquella abundancia era resultado de una distribución desigual de las armas después de la liberación de Dinamarca. En aquella época, algunas unidades militares habían recibido grandes cantidades de armamento proveniente de Suecia mientras que no se había entregado nada a los comunistas», explicó Q, quien también dio a entender que la CIA también hizo llegar posteriormente equipamiento suplementario al stay-behind danés. «Yo no excluyo la posibilidad de que se haya entregado después equipamiento suplementario. Se trataba probablemente de material americano.»

Esa alegación fue confirmada en 1991 por los titulares de la prensa danesa, «La CIA envió armas a Dinamarca», que se basaban en un documento hallado en los archivos nacionales de Estados Unidos. Se trataba de una nota de puño y letra del general G. C. Steward, quien había sido en los años 1950 responsable de la ayuda militar estadounidense a Europa. El documento estaba fechado el 10 de febrero de 1953 y dirigido al jefe del Military Assistance Advisor Group (MAAG) en Copenhague. En aquella época, el MAAG disponía de toda una flota de barcos destinados al transporte de material de guerra. El memorándum de Steward se titulaba: «Ayuda de la CIA por abastecimientos especiales a Dinamarca a través del MAAG». El documento no contenía precisiones sobre el tipo de equipamiento que se enviaba a Dinamarca ni a qué grupo. «El gobierno danés ha desmentido hasta ahora todas las alegaciones de que la CIA creó, a principio de los años 1950, una red de escondites de armas y de hombres destinada a combatir una invasión soviética en Dinamarca», resaltó la prensa danesa. En febrero de 1991, el ministro de Defensa Knud Enggaard volvió a emitir un desmentido bastante mal concebido: «El gobierno no tiene conocimiento de la existencia de ese tipo de organización en Dinamarca.»

Como la mayoría de sus colegas europeos, los miembros del ejército secreto danés viajaban secretamente a Estados Unidos para seguir una formación especial, probablemente en los centros de entrenamiento para las operaciones especiales de la CIA o en el cuartel general de las fuerzas especiales, en Fort Bragg. «Varios miembros del Gladio danés parecen haber participado en programas de entrenamiento de la CIA para misiones de inteligencia y sabotaje en Estados Unidos», reveló un diario danés sin precisar el lugar exacto de aquellos ejercicios secretos.

Además de con la CIA, Absalón mantenía también un estrecho vínculo con la OTAN. Los servicios secretos daneses FE, además de dirigir Absalón, garantizaban también la conexión entre la red stay-behind y la OTAN, según el esquema ya observado en Italia, Bélgica y Francia, donde los servicios de inteligencia del ejército coordinaban la cooperación entre el ejército secreto y mando de las fuerzas especiales de la alianza atlántica. Parece que Eric Fournais, director del FE de 1963 a 1973, desempeñó un papel preponderante en Absalón. Cuando dejó la dirección de ese servicio, en 1973, fue nombrado coordinador de los servicios de inteligencia de la OTAN en Bruselas, función que ocupó hasta 1977. Un ex miembro de Absalón precisó: «Fournais estaba también muy presente en el seno de Absalón». El comandante del Gladio Harder, quien había trabajado en el cuartel general de la OTAN de 1966 a 1970 y había garantizado entonces personalmente el contacto entre la OTAN y Absalón, fue por lo tanto muy probablemente reemplazado por Fournais a comienzos de los años 1970. «Cuando Fournais alcanzó las altas esferas sustituyó a Harder como agente de enlace entre Absalón y la OTAN», confirmó Q.

En 1990, cuando la prensa lo interrogó sobre las declaraciones de Q, Fournais desmintió nerviosamente haber tenido ningún tipo de contacto con el ejército de extrema derecha afirmando a la vez que la OTAN no tenía nada que ver con operaciones stay-behind:
«Los servicios secretos militares y yo nos manteníamos a distancia de Absalón. Absalón no tenía ningún contacto con la OTAN ni con los servicios secretos militares daneses. Si oí hablar de Absalón fue porque los responsables políticos insistieron para que nosotros [los servicios secretos daneses] mantuviésemos un ojo en los grupúsculos de extrema derecha. Pero nunca vigilamos a Absalón ni investigamos sobre ese organismo. Hubiese sido ridículo.»
En efecto, habría resultado bastante extraño ver a Fournais, el jefe de los servicios secretos militares, investigando a Fournais, el miembro de Absalón, para señalar sus actividades ilegales.

Dentro del FE, el ejército stay-behind se hallaba bajo la tutela del Departamento de Operaciones Especiales (SO), dirigido por Gustav Thomsen. «El FE tenía un servicio de operaciones especiales cuyas tareas eran desconocidas incluso para los otros miembros del personal», declaró un ex guerrero danés de las sombras. «Si había que poner micrófonos en algún lugar, el SO ponía el material. El jefe del SO era Gustav Thomsen». También el agente Q confirmó que el stay-behind danés se relacionaba con los servicios secretos militares a través del SO: «No tengo intenciones de citar nombres. Pero así es. Era allí [en el SO] donde nos poníamos en contacto». El ex comandante del SO Gustav Thomsen fue más reacio a hablar de los secretos de Estado. En 1990, declaró:
«Me retiré en 1975. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ya no recuerdo nada.»
Como el parlamento danés no creyó necesario abrir una investigación sobre el tema, los detalles sobre el entrenamiento y las operaciones que realizaron el SO y Absalón durante la guerra fría siguen siendo esencialmente desconocidos. Pero algunos afirman que sus operaciones secretas incluyeron vigilar a los comunistas daneses y a otras organizaciones de izquierda así como la elaboración de expedientes personales. En virtud de lo declarado por fuentes anónimas, la prensa local escribió que
«Absalón tenía esencialmente como misión reunir información sobre las organizaciones de izquierda».
Hacia finales de los años 1950, el agente del FE Arne Sejr fue centro de un verdadero escándalo de envergadura nacional cuando se descubrió que escuchaba y espiaba a Alfred Jensens, uno de los principales líderes comunistas de Dinamarca. Esa operación, al igual que otras más realizadas en suelo nacional parece haberse realizado con el apoyo del SO y de Absalón, aunque ya en aquella época el ejército secreto «hacía todo lo posible para escapar a la atención de los medios». Después de una fase de inactividad a principios de los años 1950, todo parece indicar que las operaciones internas se intensificaron a lo largo de la siguiente década. Parece que Harder, el comandante de la red, tuvo algunas dificultades «en hacer funcionar correctamente Absalón durante los años 1950. No fue hasta 1960 y 1961 que la máquina se puso en marcha», declaró Q.
«Eso sucedió después de que 18 miembros del Gladio danés fueron a una reunión en el cuartel general de la OTAN, que estaba entonces en Valenciennes.»
Como el ejército secreto actuaba en la más completa clandestinidad, se borraba toda huella de su paso. Sólo una vez oyó hablar la población de las operaciones internas de Absalón: en 1974. Aquel año, Absalón trató inútilmente de impedir que un grupo de universitarios liberales integrara el consejo de administración de la universidad de Odense, que ya le parecía demasiado inclinado a la izquierda. Cuando se supo la verdad sobre las intrigas de Absalón, la prensa se desencadenó contra aquella «organización mística subterránea». Nadie logró, en aquella época, sacar a la luz los vínculos existentes entre la OTAN, la CIA y la red internacional. Parece que, como resultado del escándalo de la universidad de Odense, Absalón renunció a las operaciones secretas y comenzó a crear organizaciones que le servirían de fachada para promover su propia ideología. «Aquello [la operación de Odense] llevó a Absalón a renunciar a interferir en la sociedad. En vez de ello, se creó un nuevo organismo llamado Pindsvinet [erizo] para difundir legalmente las ideas de Absalón en el debate público», contó el agente Q, precisando que se había recurrido al erizo como símbolo para ilustrar los lazos ideológicos que la organización mantenía con la OTAN:
«Pindsvinet es el nombre de una operación concebida por el general Eisenhower pero es también el emblema de la alianza atlántica. A partir de 1981, la Defensa Nacional de Dinamarca también adoptó el erizo como emblema.»
Cuatro años más tarde se produjo otro escándalo en el que estuvo implicado el ejército secreto danés. En 1978, al descubrirse en Noruega un inmenso escondite de armas, el ministro de Defensa Rolf Hansen no tuvo más remedio que confirmar ante el Parlamento que se había conformado en el país un ejército secreto bajo la égida de la OTAN. En la vecina Dinamarca, la red stay-behind Absalón se vio entonces en una posición incómoda ya que las revelaciones que tenían lugar en Noruega amenazaban también su propia cobertura.

Según el agente Q, los efectivos del ejército secreto danés se redujeron considerablemente durante los años 1978 y 1979. El jefe del Gladio danés, Harder, y su asistente Fleming Norgaard se refugiaron entonces en España. «Ya estábamos todos un poco viejos», comenta el agente Q. Según ese testigo, Absalón fue reemplazado, en 1978, por una nueva organización conformada con nuevos agentes. Para Nils Gleditzch, del Instituto de Investigación para la Paz –organismo internacional con sede en Oslo–,
«resulta algo sorprendente que ningún ciudadano de ningún Estado miembro de la OTAN haya aprovechado aquella oportunidad para interrogarse sobre la situación en su propio país».
Como subraya el agente Q, Flemming Norgaard, el brazo derecho de Harder, desempeñaba un papel clave dentro de la red Absalón, sobre todo por «sus importantes actividades de recogida de fondos». En 1990, varios periodistas daneses que lograron encontrarlo en Francia quisieron conocer su reacción ante las declaraciones del agente Q. Norgaard reconoció que había sido miembro de Absalón y que disponía de una excelente red de contactos internacionales y de respaldo en el seno del partido conservador danés. «Svenne era la eminencia gris. Viajaba constantemente», declaró el agente Q.
«Nadie sabía con exactitud lo que él hacía. Pero las personas más expuestas son raramente las más influyentes.»
En 1990, cuando salió a la luz la existencia del Gladio italiano, la red clandestina danesa seguía activa. El ministro de Defensa Knud Enggaard no tuvo por lo tanto más remedio que presentarse ante un Folketing (el Parlamento danés) tan atónito como curioso. El 21 de noviembre, el ministro afirmó en su primera alocución pública sobre el ejército secreto danés que ninguna organización «de ningún tipo» había sido creada nunca por la CIA en el país con el respaldo de la OTAN. Y después, para gran confusión de los parlamentarios, dijo:
«Toda otra información relativa a una operación de los servicios secretos concebida bajo la hipótesis de una ocupación enemiga está clasificada como confidencial, e incluso altamente confidencial, y me es por lo tanto imposible decir más sobre ello al Parlamento danés.»
El diputado Pelle Voigt, quien fue el primero en mencionar el asunto, juzgó la respuesta del ministro de Defensa «contradictoria y una confirmación indirecta de que Dinamarca también tenía su propia red secreta».

Al interrogar a varios ex ministros, los periodistas descubrieron que estos no tenían muchas ganas de hablar del delicado asunto. Erling Brondum, quien había sido ministro de Defensa de 1973 a 1975, declaró en 1990: «Ha pasado tanto tiempo. El nombre de Absalón no me recuerda absolutamente nada». Ni corta ni perezosa, la prensa recordó de inmediato que en 1974 el propio Brondum había mencionado ante el parlamento el nombre de «Absalón», el mismo que ahora decía no recordar mientras negaba los presuntos vínculos entre el stay-behind danés y el ministerio de Defensa. El socialdemócrata Poul Sogaard, ministro de Defensa de 1978 a 1982, parecía tener mejor memoria y declaró claramente:
«Yo me acuerdo muy bien de Absalón. Era un círculo de oficiales militares. (…) Si al ejército le hacía falta tal o más cuál equipamiento, Absalón ponía los fondos para comprarlo. Eso fue lo que me explicó el general Andersen.»
Sin embargo, el general Andersen, quien según Sogaard estaba implicado en la conspiración, desmintió aquella afirmación y declaró a la prensa:
«A Poul Sogaard debe estar fallándole la memoria. El nombre de Absalón no me recuerda absolutamente nada.»
El ministro de Defensa Enggaard logró que el tema de la red stay-behind se debatiera sólo de forma interna por parte de la Comisión parlamentaria encargada de supervisar el trabajo de los servicios secretos, Comisión cuyos archivos se clasifican por lo tanto como altamente secretos y son inaccesibles para el público. Así que sólo algunos diputados recibieron información sobre el asunto mientras que la población era mantenida en la ignorancia.

«Todos los ministros tenían conocimiento de las actividades de Absalón. Eso es seguro en un 200%. Nosotros teníamos un hombre en la cúpula del ministerio que estaba él mismo en contacto con el primer ministro», subrayó el ex agente Q. «Teníamos razón en hacer lo que hacíamos. Pero, después de tantos años, es tiempo ya de revelar ciertos detalles en nombre de la Historia.»
Actualización

En 2002, el ex ministro de Defensa Hans Haekkerup reconoció en sus Memorias la participación de su ministerio en la creación del Gladio en Dinamarca.

En 1999, a pedido del parlamento, el ministerio de Defensa de Dinamarca creó una comisión de control sobre los servicios secretos (Politiets Efterretningstjeneste). Después de la publicación del libro de Daniele Ganser, la Comisión entregó su quinto informe, dedicado a las actividades del Gladio en Dinamarca, de 1945 a 1989.

Según ese informe, las actividades de espionaje de los anglosajones en suelo danés se iniciaron inmediatamente después del fin de la Segunda Guerra Mundial. También inmediatamente tuvieron lugar a una serie de negociaciones ante la situación de pánico que siguió a la toma del poder por parte de los comunistas en Checoslovaquia. Aquellas negociaciones no prosperaron hasta 1951, en un contexto de rivalidad entre el Reino Unido y Estados Unidos. A la cabeza del Gladio danés se hallaban Arne Sejr y Erik Husfeldt.

La complicación que marcó aquellos inicios explica la existencia de varias redes, entre las que figuraba Firmaet (la Firma), junto a Absalón.

La Comisión logró comprobar que fue el Gladio quien instaló dispositivos de escucha en el apartamento del líder comunista Alfred Jensen, como revelara el ex primer ministro Jens Otto Krag.

En 2005, Peer Henrik Hansen publicó Firmaets største bedrift - Den hemmelige krig mod de danske kommunister (Ediciones Høst & Søn). Al año siguiente, el mismo autor se basó en ese trabajo para hacer un artículo para el International Journal of Intelligence and CounterIntelligence, «"Upstairs and Downstairs" - The Forgotten CIA Operations in Copenhagen».
Daniele Ganser

Documentos adjuntos

Informe de la Comisión del ministerio de Justicia danés sobre las actividades de los servicios secretos en el seno del Gladio [Documento ha sido removido de us página (original en danés)].
(PDF - 1.2 MB)

Este artículo es el capítulo 13 del libro Les Armées secrètes de l’OTAN.
© Publicado en francés por Editions Demi-lune (2007).


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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (XIV)
La guerra secreta en Noruega/por Daniele Ganser

Noruega es el único Estado miembro del Gladio que llegó a ordenar la realización de un estudio oficial sobre la red de «resistencia anticomunista». Pero el estudio no debía ir más allá del año 1970 para no poner en peligro el sistema. Noruega convenció así a su opinión pública de que era el Estado noruego, y no la OTAN, quien controlaba el ejército secreto. Una manera de legitimar su existencia y de enterrar el asunto.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 3 DE OCTUBRE DE 2013

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»
10. «La guerra secreta en Bélgica»
11. «La guerra secreta en los Países Bajos»
12. «La guerra secreta en Luxemburgo»
13. «La guerra secreta en Dinamarca»


En abril de 1940, los ejércitos de Hitler invadieron Noruega y la ocuparon durante 5 años, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como en otros países de Europa Occidental, el trauma de aquella experiencia modificó la noción de seguridad de los noruegos y llevó a la creación de una red stay-behind después del fin de la guerra. Los noruegos que construyeron esa organización en su mayoría habían visto como las tropas alemanas barrían sus desorganizadas redes de resistencia y temían que la guerra fría desembocara en una invasión soviética. «No se trataba de saber si había o no que instaurar una organización stay-behind en Noruega sino de fijar un calendario para las operaciones», explican Ronald Bye y Finn Sjue, dos autores especialistas del Gladio noruego, al describir cómo se pensaba en aquella época.

La propia OTAN había convertido la creación de la red en una prioridad. Si bien la señal de inicio no se dio durante el periodo 1947/1948, fue ciertamente en 1949, en el momento de la adhesión a la OTAN, que comenzó el proceso de creación de la red stay-behind en Noruega. En efecto, para ser admitido en la alianza atlántica, el país aspirante tenía que dotarse previamente de instrumentos de «guerra no convencional o haber tomado medidas en ese sentido», explican Bye y Sjue, quienes refieren la existencia de un documento sin fecha titulado Directiva OTAN/SACEUR sobre la guerra no convencional.

Vilhelm Evang (1909-1983).

Vilhelm Evang, quien dirigía los servicios secretos noruegos después de finalizar la guerra, y Jens Christian Hauge, el primer ministro de Defensa de la Noruega de postguerra, fueron los artífices –simultáneamente– de la construcción de la red stay-behind y de la creación del Norwegian Intelligence Service (NIS). Evang, un científico nacido en Oslo, se había unido al pequeño servicio de inteligencia noruego en el exilio de Londres, en 1942. Hauge, por su parte, había dirigido la resistencia militar durante la ocupación alemana. A su regreso a Noruega, en 1946, Evang creó el NIS, órgano que dirigió durante 20 años. La comunidad de inteligencia estadounidense desconfiaba de Evang debido a su notoria simpatía por los partidos de izquierda y porque había sido miembro del movimiento «Mot Dag» en los años 1930.

En 1966, Evang tuvo que abandonar el servicio a causa del caso Lygren. Para suavizar su salida del servicio, el ministro de Defensa lo asignó al cuartel general de la OTAN en Francia con el cargo de Representante Militar Nacional. Allí sirvió hasta 1969, primeramente en París y posteriormente en Bruselas. Finalmente se jubiló y murió en 1983, a los 74 años.

Durante su estancia en Londres, Evang estableció estrechos contactos en el seno de la comunidad de inteligencia británica. Al igual que varios oficiales del MI6, estaba convencido de que Noruega no debía ser nuevamente víctima de una ocupación enemiga sin haberse preparado antes para ello. En el marco de la creación de la red stay-behind, Evang se reunió, en febrero de 1947, con un agente del MI6 que disponía de «sólidos contactos en la Defensa y en el ejército» –es posible suponer que este agente fuese en realidad el director del MI6 en persona, Sir Steward Menzies– a quien Evang presentó el proyecto stay-behind para Noruega. Evang y Menzies estaban convencidos de que la Unión Soviética y la expansión del comunismo eran amenazas reales. «Esas consideraciones llevaron a los ingleses a interesarse de cerca por las estrategias de defensa en los países ocupados por el enemigo», escribió Evang en su diario.
«Parece que los Países Bajos, Francia y Bélgica se han dado a la tarea de concebir la organización de un ejército clandestino siguiendo un modelo más o menos definido.»
Junto al MI6 británico, la CIA estadounidense también participó activamente en el proceso que condujo a la creación del ejército secreto noruego. Ya en 1946, Evang envió al mayor Kaj Martens a Nueva York para establecer contactos con la inteligencia estadounidense. Posteriormente, en 1947, ya en vísperas de la creación de la CIA, Evang viajó personalmente a Estados Unidos, probablemente para discutir sobre la guerra clandestina con Frank Wisner, el director de la Oficina de Coordinación Política de la CIA (OPC), encargado de la constitución de las redes stay-behind en Europa Occidental. Al igual que en Italia, la CIA suplantó al MI6 a medida que iba creciendo el poderío estadounidense y que se debilitaba el Imperio británico. «La cooperación con Estados Unidos era, ampliamente, el aspecto más desarrollado de las relaciones exteriores del NIS», observa el investigador noruego Olav Riste. Representantes de los servicios secretos noruegos, británicos y estadounidenses se reunieron en Londres, en 1948, para coordinar sus operaciones secretas. Un memorándum de los servicios de inteligencia relata que se decidió entonces:
«establecer en Noruega un aparato encargado de transmitir información de inteligencia por radio o a través de cualquier otro medio de comunicación al cuartel general aliado situado dentro o fuera de las fronteras del territorio nacional, en caso de ocupación parcial o total de este último.»
Esa nota de servicio subraya que el NIS tenía el orgullo de anunciar, a la CIA y al MI6, que en el marco de una operación bautizada como SATURN ya se había creado un ejército secreto con esas características.
«El coronel Evang pudo informar a nuestros aliados que un aparato capaz de garantizar tales funciones se hallaba casi en estado operativo y a su disposición.»
Un agente de la inteligencia noruega, Alf Martens Meyr, estaba a cargo de garantizar el enlace con la CIA. Por cierto, la CIA le pagaba y, según el ex agente de los servicios secretos Christian Christensen, incluso «dirigió la mayoría de las operaciones de la inteligencia noruega durante los años 1950 y 1960. También se supo que Martens Meyer y sus colaboradores mantenían contactos regulares con agentes secretos de la CIA y del MI6 en las embajadas de Estados Unidos y de Gran Bretaña en Oslo», escribieron los periodistas Bye y Sjue en los años 1990.

Como en otros países, la principal inversión del ejército secreto era la compra de radiotransmisores. En mayo de 1948, Evang envió al ministro de Defensa Hauge una carta confidencial en la que pedía fondos para la compra de 50 radiotransmisores para el stay-behind noruego. «Los radiotransmisores serán depositados en lugar seguro y serán utilizados únicamente si ciertas partes del territorio son invadidas por una potencia extranjera», especificaba Evang. Y también subrayaba que el ejército secreto creado bajo la égida de la OTAN podía activarse en el país, incluso sin que se produjese la supuesta invasión, ante la hipótesis de un golpe de Estado de parte de los comunistas noruegos:
«En caso de golpe de Estado interno, los transmisores individuales podrán activarse con una autorización especial del Estado Mayor.»
Evang indicaba que «los preparativos de la creación de la red están muy avanzados» y precisaba, al referirse a los operadores de los sistemas de radio:
«proyectamos reclutar individuos que no participaron en ese tipo de actividades clandestinas durante la última guerra y que no están identificados como operadores de radio.»
El ministro de Defensa se quedó encantado con aquellas noticias sobre la operación altamente secreta y respaldó el pedido de fondos.

Al referirse a las funciones internas del ejército secreto, Evang explicaba a Hauge cómo se había hecho la selección de los grupos de personas que trabajaban en ciertas industrias, con el consentimiento de industriales noruegos y bajo la supervisión del NIS, para entrenarlos, situarlos como centinelas y luchar así contra «las actividades subversivas de las quintas columnas (comunistas) en ciertos sectores». En octubre de 1948, probablemente consciente del peligro que podían representar aquellos grupos armados privados sobre los que no existía ningún tipo de control parlamentario, Evang presentó al ministro de Defensa un informe en el que precisaba que los grupos se componían de colaboradores leales y disciplinados.

Cuando Noruega ratificó el Tratado del Atlántico Norte, en abril de 1949, se imprimieron afiches especiales que denunciaban las maniobras de las quintas columnas y se expusieron en todos los locales del ejército. Aquellos afiches exhortaban a los oficiales a colaborar con la policía y con los servicios secretos en el marco de medidas preventivas contra agentes de las «quintas columnas», a los que se definía como «noruegos o extranjeros que realizan, por cuenta de una potencia extranjera, actividades ilegales de inteligencia, actos de sabotaje, asesinatos, etc… en el territorio nacional». Después de la entrada de Noruega a la OTAN, se hicieron listas de ciudadanos noruegos y de extranjeros a los que había que arrestar y encarcelar en caso de crisis, listas conservadas por la Policía de Seguridad.

Jens Christian Hauge (1915-2006). Jefe de la red de resistencia Milorg durante la Segunda Guerra Mundial. Era miembro de la OSS (servicio de inteligencia estadounidense). Después de la guerra fue ministro de Defensa (de 1945 a 1952) y ministro de Justicia (en 1955). Tuvo un papel importante en el abastecimiento destinado al programa nuclear israelí y en la entrada de Noruega a la OTAN. Prosiguió su carrera en la industria de defensa y energía, donde dirigió la firma Statoil. Fue miembro del Grupo de Bilderberg.

Hauge había sido nombrado ministro de Defensa en 1945. Aunque sólo tenía 30 años en el momento de su nominación, esta se explica por el importante papel que Hauge había tenido en la Resistencia. Hauge era un ferviente partidario del ejército stay-behind. Al exponer al parlamento su plan para la reconstrucción de las fuerzas armadas de Noruega, en el otoño de 1946, declaró:
«Sabemos, gracias a nuestra experiencia adquirida durante la guerra, que la decisión para continuar el combate, incluso después de la derrota y la ocupación, es un elemento esencial de la estrategia de defensa de un pequeño país como el nuestro.»
Hauge decidió que la principal estación de radio que el NIS utilizaba en la región de Oslo debía servir de principal canal de comunicación para la red stay-behind noruega y ordenó la instalación de una estación de reserva en el interior del país.

El 25 de octubre de 1948, el ministro de Defensa impuso una directiva gubernamental que establecía oficialmente la existencia del stay-behind en Noruega. Aquel mismo mes, en una carta altamente secreta dirigida al jefe del Estado Mayor –el general de división Ole Berg–, Hauge ordenaba al general pasar al nivel de preparación «FO 4». El general Berg sabía exactamente de qué se trataba. Durante la Segunda Guerra Mundial, «FO 4» era el nombre de la sección del Alto Mando militar noruego en el exilio que se encargaba de preparar y ejecutar operaciones de sabotaje y otras misiones clandestinas realizadas conjuntamente con el SOE británico en territorio ocupado. La orden de Hauge precisaba:
«Las autoridades noruegas libres deben ser capaces de organizar acciones de sabotaje y de guerrilla contra objetivos militares estratégicos en las zonas de Noruega susceptibles de ser temporalmente ocupadas por el enemigo (infraestructuras industriales y de comunicación, almacenes militares, unidades, etc…»

«Esas medidas deberán ser imperativamente integradas a la lucha armada en Noruega. El aparato debe, por lo tanto, ser mantenido con un alto nivel de preparación en tiempo de paz.»
Basándose en su propia experiencia, Hauge optó por pequeñas unidades operacionales de 2 a 4 hombres que debían disponer de escondites secretos de armas de fuego, explosivos, radiotransmisores y equipamiento diverso. Los guerreros de la sombra debían reclutarse entre los miembros del ejército noruego y la Guardia Nacional. Debían tener imperativamente un buen conocimiento de su zona de operaciones. Los veteranos de la resistencia militar noruega sólo debían intervenir como instructores ya que podían ser fácilmente identificados y eliminados por un invasor que dispusiese de informantes locales. En función de lo quería Hauge, una red radial independiente y secreta debía garantizar la comunicación en el seno del stay-behind. La operación SATURN avanzó rápidamente y se alcanzó enseguida el nivel de preparación FO 4. A partir de aquel momento el stay-behind noruego fue rebautizado como «Rocambole», nombre abreviado como ROC. «La “filosofía” subyacente de la red ROC era la herencia de las lecciones aprendidas, sólo años antes, durante la ocupación alemana», resumió el historiador Olav Riste.

En septiembre de 1952, el ministro noruego de Defensa hizo una declaración sobre el ejército secreto que confirmaba la definición y funciones de la red stay-behind en Noruega. La nota de servicio especificaba:
«Rocambole es una organización militar rigurosamente secreta, bajo el mando directo del comandante en jefe de la Defensa (del estado mayor), cuyo papel es efectuar misiones específicas de particular importancia militar en territorio noruego en caso de ocupación de este.»

«Es imperativo que cada una de las acciones emprendidas obedezca a una orden directa del jefe del estado mayor y que sea realizada por un pequeño número de elementos aguerridos especialmente organizados, entrenados y equipados para esa misión.»
En caso de guerra, ROC tenía, según el documento del ministerio de Defensa, que desempeñar 3 tareas:
«1- Destrucción de blancos materiales mediante explosivos o por otros medios.

2- Protección temporal de las instalaciones y vías de comunicación en el marco de la liberación de determinada región.

3- Otras misiones como la organización de grupos clandestinos más importantes, recepción de personal y de material aerotransportados, [misiones de] reconocimiento, tareas específicas de inteligencia, acciones de guerrilla, asesinatos, etc.»
Aunque no se mencionaban en el citado documento, las operaciones de vigilancia interna «en caso de golpe de Estado», como las imaginaba Evang, o las misiones «tendientes a contrarrestar las actividades subversivas de las quintas columnas (comunistas)» debían muy probablemente formar parte de las atribuciones del ejército secreto.

En 1950, el ROC instaló su cuartel general en un edificio de Smestad y se diseminaron escondites de armas a través de todo el país mientras que se retenía un bunker perteneciente al gobierno, situado en la calle Cort Adeler en el centro de Oslo, para almacenar allí el equipamiento de la organización. Jens Nordlie, quien había luchado en la Resistencia junto al ministro Hauge, fue seleccionado para ser el primer jefe del stay-behind en Noruega. Ya en 1949, Nordlie se había reunido en Londres con varios responsables del MI6, con los que había acordado acelerar la constitución del ejército secreto ROC y confirmado el objetivo de «crear antes de fin año 15 unidades de 5 hombres». Los británicos le habían dado todo el equipamiento necesario, lo cual incluía principalmente radiotransmisores y explosivos. En caso de guerra y ocupación de Noruega, Gran Bretaña debía servir a la red stay-behind de base de retaguardia. Parece que los noruegos estuvieron al principio algo renuentes a entregar así a los británicos los nombres de todos los agentes del ROC, lo cual equivalía a poner la organización bajo control extranjero.

El ROC también colaboraba muy estrechamente con la CIA. Con el consentimiento del ministro de Defensa, los cuadros del ejército secreto se reunían regularmente con el estadounidense Harold Stuart, miembro del Consejo de Seguridad Nacional. Intercambiaban información y dinero y sería razonable pensar que la CIA también tenía en su poder la lista de agentes del ROC.

Un informe solicitado a finales de 1949 muestra que 9 jefes de unidades y 7 operadores de radio ya habían terminado su formación. Los escondites estaban preparados con suficiente armamento y equipamiento como para garantizar a los grupos clandestinos 12 meses de autonomía. En 1952, la red ROC disponía de 32 unidades de 5 miembros cada una y los planes preveían llegar a un mínimo de 40 unidades, o sea un núcleo de 200 hombres. Hauge agradeció a Nordlie los progresos alcanzados pero se preguntaba si no había demasiadas unidades ROC estacionadas en el extremo norte del país, sobre todo en la región de Finnmark, limítrofe con la Unión Soviética. En marzo de 1952 escribió a Nordlie:
«Es probablemente para servir intereses extranjeros, por ejemplo, con la perspectiva de ataques aéreos contra la Unión Soviética a través del Finnmark, que estamos tan fuertemente implantados en esa región.»

«Si tenemos en cuenta el interés más general del ROC, tengo tendencia a pensar que podríamos obtener resultados mucho mejores en el sur de Noruega. Siguiendo esa lógica, deberíamos tener cuidado de no malgastar nuestros recursos asignando demasiadas tropas al Finnmark.»
El ministro de Defensa sabía muy bien el interés estratégico que tenía el norte de Noruega para Londres y Washington. En efecto, durante todo el periodo de la guerra fría, Noruega vigiló 192 kilómetros de frontera con la URSS, en una región muy despoblada y helada durante la mayor parte del año. A los ojos de la OTAN, el país tenía una importancia estratégica comparable a la de Turquía en el sur ya que se extendía hacia el este más allá de la neutral Finlandia y se hallaba por ende más cerca de Moscú que cualquier otro país de la alianza. Podía, por lo tanto, servir de puesto de escucha y de base para el despegue de los aviones espías de la CIA y, al menos teóricamente, para los bombarderos de la OTAN, como indicaba Hauge en su carta. Pero, para el ministro de Defensa, los preparativos para la resistencia ante una invasión extranjera eran más útiles en el sur del país, más densamente poblado.

Hauge no estaba enteramente satisfecho con la manera como se financiaba el ejército secreto. Estimaba que Noruega estaba asumiendo una parte demasiado importante de los costos. Según los términos del acuerdo entre las tres partes implicadas en la creación de la red ROC, Estados Unidos y Gran Bretaña debían proporcionar gratuitamente los equipos de radio mientras que Noruega pagaba el 50% del resto del material y corría con los gastos del entrenamiento de sus combatientes. Hauge llegó a la conclusión de que
«en esas condiciones, las operaciones del ROC servian más los intereses de los Aliados que los de Noruega».
El ministro de Defensa calculó que su país estaba pagando en realidad dos tercios de los gastos que ocasionaba la organización stay-behind mientras que la CIA y el MI6 financiaban el resto. Pero se dio cuenta sobre todo de que los gastos del ROC representaban más de la mitad del presupuesto total del NIS, el servicio de inteligencia noruego. Así que, en una nota sin fecha de 1950, sugirió que, además de los equipos de radio, Estados Unidos y Gran Bretaña –que tanto interés parecían tener en aquella red stay-behind noruega– deberían asumir también la totalidad del costo de todo el equipamiento. Como compensación, Noruega se encargaría de pagar por sí misma a los agentes del ROC y se encargaría también del entrenamiento. Parece que Washington y Londres aceptaron aquella sugerencia de Hauge porque a partir de entonces se redujo la factura de los noruegos. Para el año 1952, el costo total de funcionamiento de la red Rocambole se elevó 1,500 millones de coronas, monto que se dividió a partes iguales entre los 3 servicios implicados: el NIS, la CIA y el MI6. Los costos anuales parecen haberse estabilizado posteriormente porque 13 años más tarde, en 1965, la tercera parte que debía Noruega se elevaba a 600,000 coronas.

Como en los demás países de Europa occidental, la información sobre el ejército secreto anticomunista llegaba solamente a las personas estrictamente implicadas. Durante la creación de ROC, varias reuniones internas se desarrollaron, al menos una por semana, en presencia del director Jens Nordlie y a menudo también en presencia de Evang, el jefe del NIS. A partir del final del otoño de 1950, los representantes locales de la CIA y del MI6 participaron también en esas conferencias. Los contactos con el ministro de Defensa seguían siendo muy ocasionales y casi siempre en forma de discusiones informales entre este último y Evang o Nordlie. Ni siquiera la policía noruega, comparable al FBI estadounidense, fue informada de la existencia de la red stay-behind y, al igual que en todos los demás países implicados, el parlamento –representante del pueblo noruego– nunca oyó hablar de aquel ejército secreto.

En octubre de 1951, durante una de las reuniones del ROC, se habló de la transmisión de la información al ministro de Defensa así como a Londres y Washington. Nordlie sugirió presentar a Hauge solamente un breve resumen de las actividades del stay-behind noruego a intervalos regulares «porque seguramente que él está ya tan sobrecargado de trabajo que no tiene tiempo de leer un informe tan detallado». Se decidió entonces que la CIA y el MI6 recibirían regularmente informes detallados sobre el ejército secreto, sobre todo para que los servicios secretos anglosajones pudieran tener una idea de «la seriedad y el profesionalismo desplegado en la distribución de unas 30 toneladas de material». Sin embargo, el ministro Hauge solamente tendría acceso a los informes íntegros si lo pedía expresamente, si no tendría que conformarse con un resumen. En enero de 1952, Hauge presentó su renuncia. Se ignora hasta dónde fueron informados sus sucesores en el ministerio de Defensa sobre la altamente secreta red ROC.

En abril de 1949, 12 países –entre ellos Noruega– firmaron el Tratado del Atlántico Norte. En lo adelante, la acción del ejército secreto noruego fue estrechamente coordinada por el departamento de Operaciones Especiales de la alianza atlántica. Los archivos del ministerio de Defensa de Noruega sobre el ROC confirman que en agosto de 1951, el comandante supremo de la OTAN en Europa (SACEUR) creó el CPC, o sea el comité encargado de planificar las operaciones clandestinas y de dirigir la red stay-behind europea.

En abril de 1952, al director del NIS Evang se le informó que el SACEUR había ordenado al CPC convocar a los representantes de los servicios secretos de los países miembros [de la OTAN]. Como todos los jefes de los servicios de inteligencia europeos, Evang recibió por lo tanto una invitación a viajar a París el 7 de mayo para participar en una reunión de información sobre la situación de la red stay-behind y una discusión sobre las relaciones entre el ROC y el CPC, posiblemente en presencia del SACEUR de aquel entonces, el general estadounidense Matthew Ridgway.

Antes de la reunión, Evang se puso en contacto con su homólogo de Dinamarca para definir una posición común ante los temas que pensaban que iba a plantearles la OTAN. Se pusieron de acuerdo en que harían saber claramente al CPC que los ejércitos secretos ROC y Absalón intervendrían únicamente «ante la posibilidad de una ocupación total o parcial y duradera». Estaba totalmente excluido que se utilizara la organización en el marco de lo que Evang llamaba el «combate normal», definición vaga con la cual se refería quizás a la agitación política interna o a posibles proyectos de golpe de Estado. A Evang le preocupaba especialmente la amenaza que podía representar para la soberanía de Noruega un CPC bajo control estadounidense, preocupación que reflejó en las notas que tomó durante aquella reunión:
«Se decidió además que el stay-behind sea ante todo un instrumento a la disposición de los gobiernos nacionales, donde quiera que estos se encuentren, y que su función primaria era constituir un núcleo con vista a reconquistar zonas provisionalmente abandonadas al enemigo.»
En los escritos del noruego [Evang] también puede leerse:
«Somos nosotros quienes tenemos que garantizar que en último lugar sean efectivamente los respectivos gobiernos quienes ejerzan el control [sobre los ejércitos secretos]. Es evidente que eso sólo será posible mediante el control de las comunicaciones y si la identidad de los operadores es totalmente desconocida para todos, con excepción de un pequeño número de responsables en el país interesado. Ese punto de vista no debe sin embargo ser expresado en las reuniones internacionales.»
En noviembre de 1952, el puesto de mando de las operaciones de guerra secreta de la OTAN –CPC– sometió a la aprobación de los jefes de los servicios secretos nacionales un documento que enumeraba toda una serie de actividades de «guerra no convencional» que los servicios de inteligencia y los ejércitos stay-behind debían realizar a nivel nacional encargándose de garantizar su planificación y preparación. En tiempo de paz, especificaba el documento, el CPC asumiría el papel de coordinador, en estrecha colaboración con el SACEUR. Durante la «fase de acción», que estipulaba probablemente varios niveles de alerta –desde el golpe de Estado interno hasta la invasión del territorio por los soviéticos–, el SACEUR asumiría el mando de las secciones de los servicios secretos nacionales puestas a la disposición de la OTAN, entre las que se hallaban las redes stay-behind. Los representantes de Noruega temían que su ejército secreto se convirtiera en un instrumento de Washington o de Londres, así que el NIS insistió en lograr que el gobierno de Oslo conservara «el derecho a encargarse de la situación política en Noruega bajo cualquier circunstancia» así como «el derecho soberano de supervisar y dirigir el esfuerzo de guerra clandestino que juzgase necesario para conservar el control político en Noruega».

La mayoría de los agentes de los servicios secretos noruegos no podían aceptar la idea de la presencia de un ejército secreto de la CIA en su país bajo la autoridad de un SACEUR estadounidense. Lo anterior se pone de manifiesto en una nota interna del NIS fechada en enero de 1953:
«Durante la última guerra, el gobierno noruego se refugió fuera de las fronteras del país, pero siempre conservó sus poderes constitucionales y pudo así ejercer sus funciones gubernamentales a pesar de la ocupación enemiga. Basado en esa experiencia, el gobierno noruego tiene la intención de conservar la dirección política del país, incluso en las zonas ocupadas.»
Esto demuestra que la idea de que el SACEUR estadounidense, o sea el comandante supremo de las fuerzas de la OTAN [que siempre ha sido un militar estadounidense. Nota de RV.], asumiese el control del ejército secreto noruego en caso de crisis era ampliamente impopular. El memorándum del NIS señalaba lo siguiente:
«El principio de una subordinación del movimiento de resistencia a un general estadounidense y a un grupo internacional de oficiales provocaría un escándalo en el país si llegara a divulgarse antes de una posible ocupación; después de una invasión, sería un argumento de peso para la propaganda enemiga».
A pesar de las reservas expresadas por Oslo en aquel momento, la CIA y el MI6 desarrollaron al cabo de los años una influencia considerable sobre el ejército secreto noruego. En 1955, Harbitz Rasmussen, alto responsable del ROC, dirigió al director del NIS –Evang– una nota informándole que copias de los expedientes personales de los agentes de Rocambole habían llegado a Londres y Washington. Además, la CIA y el MI6 habían obtenido también toda la información necesaria para comunicarse por radio con las redes stay-behind y controlarlas. Rasmussen, quien deploraba tal situación, subrayaba que aquellos datos estaban en sobres sellados y sugería a Evang que emprendiese un trámite tendiente a recuperar aquellos sobres y ponerlos bajo «control estrictamente noruego» en Londres y Washington, en las embajadas de Noruega en ambas capitales.

No se sabe, porque no se han hallado pruebas de ello, si Evang logró tal cosa o no. Lo que sí se sabe con toda certeza es que la confianza del propio Evang en Estados Unidos cayó en picada en 1957, lo cual provocó una grave crisis entre el NIS noruego, por un lado, y la CIA y la OTAN, dominada esta última por Estados Unidos. Evang se enteró aquel año de que un miembro estadounidense del cuartel general de las Fuerzas de la OTAN en el norte de Europa «mostraba gran interés por la inteligencia militar en general y había traducido en su servicio datos sobre ciudadanos noruegos, específicamente sobre pacifistas y personas que se oponen a la OTAN». Las autoridades noruegas arrestaron a aquel ciudadano estadounidense y descubrieron que el mismo individuo había espiado también a altos representantes del Estado, actividad de la cual rendía cuentas a un oficial del SHAPE. Aquella nueva provocación encolerizó a Evang, quien exigió entonces que se abordara el tema como cuestión prioritaria en la próxima reunión del CPC en París, el 19 de noviembre de 1957.

Fue por lo tanto en un clima particularmente tenso que los directores de los servicios secretos europeos se reunieron aquel día en la avenida Deloison, en el parisino barrio de Neuilly. El coronel Blaer, oficial británico encargado de presidir la reunión, abrió el encuentro explicando que el NIS «estaba extremadamente preocupado por ciertos actos de los agentes de Kolsas. Eso concierne a SB [stay-behind], Psywar [guerra sicológica] y el contraespionaje.» Evang tomó entonces la palabra y lanzó una severa advertencia a la OTAN:
«Todo iba bien hasta que supimos, el año pasado, que agentes de AFNORTH seguían trabajando en los programas Psywar y E and E (Evasión y Escape) y que, en ese marco, hacían también listas negras de personalidades influyentes».
Después de esa explicación, Evang señaló:
«Para que altos personajes de la sociedad noruega aparezcan en tales listas tiene que haber algún problema en algún lugar. También mi gobierno toma este asunto muy en serio y he recibido la orden de no participar en ningún programa internacional si han de mantenerse tales acciones.»
Evang estaba realmente preocupado y advirtió que Noruega abandonaría el CPC si la OTAN insistía en violar clandestinamente la soberanía de sus miembros.
«En lo que concierna a Noruega, nuestro interés por el programa del CPC como tal ha venido disminuyendo constantemente desde 1954 ya que no le vemos ningún futuro. Nuestra concepción es desarrollar una red stay-behind destinada a ser utilizada en nuestro territorio para liberarlo en caso de ocupación».
El brigadier Simon, responsable del Departamento de Proyectos Especiales del SHAPE y del CPC trató de tranquilizar a los representantes noruegos. Pronunció un desmentido clásico y convincente donde admitía que el estadounidense en cuestión había trabajado para una sección de los Proyectos Especiales pero negó que hubiese actuado así por orden de sus superiores. Evang sostuvo que él no estaba en un error y dejó planear la amenaza noruega de retirarse del CPC hasta tanto la situación no regresara a la normalidad. La OTAN y la Casa Blanca se sorprendieron cuando lo vieron concretar su amenaza. Varios altos responsables de la alianza atlántica le escribieron tratando de convencerlo de que trajera nuevamente al NIS a la mesa del CPC. El 14 de octubre, Evang se reunió con un general estadounidense que finalmente logró convencerlo. Sin embargo, para volver al Comité, Evang exigía una carta de excusa con los siguientes puntos:
«a) el asunto tenía que haber sido resuelto,

b) el SHAPE prometía poner fin a toda actividad de ese tipo,

c) el CPC tenía que pedir el regreso de Noruega».
Al recibir Noruega dicha carta, su red ROC se reincorporó al comité director de la red stay-behind poniendo fin así fin a la crisis.

¿Representa un importante riesgo para la seguridad de un país el hecho de aceptar en su territorio la presencia de un ejército secreto dirigido en parte por sus propios servicios secretos militares y en parte por potencias extranjeras con intereses propios y muy específicos vinculados a los objetivos de la guerra fría? O, por el contrario, ¿garantiza ese tipo de ejército la seguridad del Estado ante las amenazas que pueden pesar sobre él? Esas eran las preguntas que quitaban el sueño a los comandantes de la red stay-behind noruega durante la guerra fría y también las que plantearon una buena cantidad de observadores en Europa a raíz de la revelación de la existencia de la organización clandestina, en 1990. El éxito de la operación dependía de una confianza total en la integridad y la lealtad de quienes financiaban aquello: Estados Unidos y el Reino Unido. «¡Tenemos que confiar en nuestros aliados!», aconsejaba el comandante stay-behind noruego Sven Ollestad, incluso después de la crisis del CPC. Pero las operaciones de desestabilización y manipulación política que la CIA y el MI6 realizaban en el marco de la guerra fría y más allá de esta llevaban a ciertos responsables noruegos a desconfiar.

«La atmósfera era tensa» en el cuartel general del stay-behind noruego en Oslo, que se hallaba en la intersección de Gronlandsleiret y Platous Gate, según cuentan los historiadores Bye y Sjue, cuando se discutió sobre el control total e independiente que los aliados querían ejercer sobre la red clandestina. Pero
«el jefe, el teniente coronel Sven Ollestad, ya se había formado su propia opinión sobre el asunto y había ordenado transmitir al MI6 el código de seguridad nacional que permitía activar el conjunto de la red stay-behind».
Al renunciar de aquella manera al control del ejército secreto noruego se acababa de renunciar a toda una parte de la soberanía nacional, lo cual provocó una ola de «enérgicas protestas de parte de los más cercanos colaboradores [de Ollestad]». Protestas que fueron ignoradas.

En el agitado contexto del fin de los años 1960, caracterizado por el «flower power», los movimientos no violentos, las protestas estudiantiles y las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, los periodistas noruegos tenían tendencia a poner en duda la palabra de Estados Unidos. Y en diciembre de 1967 publicaron un documento interno de la OTAN altamente secreto y no fechado.
«En caso de desórdenes internos que puedan obstaculizar la misión de las tropas estadounidenses, como una insurrección militar o un amplio levantamiento popular contra el gobierno del país que las acoge, [el ejército estadounidense] debe recurrir a todos los medios para poner fin a esos desórdenes con el uso de sus propios recursos.»
Aquel documento se refería especialmente a Europa Occidental y, en particular, a Noruega, Grecia, Turquía, Alemania Occidental, Francia, Italia, los Países Bajos, Luxemburgo y Dinamarca. Estados Unidos temía que las grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam llevaran a los gobiernos y pueblos de los países de Europa Occidental a volverse en su contra y a convertirse en una amenaza para el trabajo de las fuerzas estadounidenses y la OTAN. Firmado por el general estadounidense J. P. McConnell, vicecomandante de las fuerzas estadounidenses en Europa, el documento explicaba bastante sutilmente que, en ciertas circunstancias particulares, Estados Unidos podía verse llamado a intervenir en un país europeo miembro de la OTAN para poner fin a desórdenes internos, incluso sin el consentimiento del gobierno de dicho país:
«Si esas acciones resultasen insuficientes, si el gobierno en cuestión pidiese ayuda o si el comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en Europa llegase a la conclusión de que el gobierno es incapaz de poner fin a los desórdenes, entonces las tropas estadounidenses podrán tomar las medidas que él crea necesarias, por iniciativa propia o en cooperación con el gobierno interesado».
Queda por precisar si aquellas operaciones implicaban la intervención de los ejércitos stay-behind bajo el mando de la OTAN.

Aquella muestra del desprecio de la Casa Blanca y del Pentágono por la soberanía de las naciones extranjeras no pudo menos que fortalecer la desconfianza de varios agentes de la red stay-behind noruega hacia la OTAN, la CIA y el MI6. El clima de tensión internacional que reinaba en el CPC no tardó en transmitirse al ACC, el otro centro de mando stay-behind. Al igual que todos los demás ejércitos secretos de Europa, el ROC también participaba en las reuniones del ACC, que aparece en varios documentos noruegos bajo la denominación de «Allied Clandestine Co-operation Groups» (ACCG). El historiador noruego Riste observa que los documentos del ACC especifican «en al menos 6 ocasiones: “el mando y la dirección quedarán permanentemente en manos de los servicios clandestinos nacionales”», mientras que los archivos noruegos se muestran más críticos: «se expresaron temores en cuanto a la superioridad del ACCG SHAPE» sobre la soberanía noruega.

Héroe de la Segunda Guerra Mundial, Sven Blindheim (1916-2013) luchó como miembro de la red Milorg. Después de la guerra se convirtió en instructor del Gladio y creó la rama finlandesa. Asqueado ante la evolución del stay-behind, dejó los servicios de inteligencia y se hizo historiador. En 1977 fue condenado a prisión con remisión condicional por revelar secretos militares en su entrevista al diario Ny Tid.

Como la mayoría de las redes Gladio de Europa, el ejército secreto noruego cooperaba estrechamente con los SAS británicos y los Boinas Verdes estadounidenses; los miembros del Gladio incluso se entrenaban en Estados Unidos e Inglaterra. El mayor Sven Blindheim, alto responsable del ROC, sirvió él mismo numerosos años como instructor en la «Nursery», el centro de formación para operaciones especiales de Fort Monkton, en Gran Bretaña, donde también fueron enviados los miembros italianos del Gladio. En 1952, Blindheim y el coronel Sven Ollestad habían seguido los entrenamientos Gladio en Estados Unidos, con toda seguridad junto a los Boinas Verdes, en el centro de Fort Bragg.

Para Bye y Sjue, según las notas tomadas por Blindheim, «lo que la CIA enseñaba se basaba en “10 mandamientos clandestinos”» que confirman explícitamente la vocación simultáneamente militar y política de los ejércitos secretos. Después de insistir en la naturaleza clandestina de la operación, la doctrina stay-behind establecida por la CIA especifica que:
«1- Las operaciones clandestinas son un instrumento de combate militar y político.

2- El objetivo de una organización stay-behind es garantizar permanentemente una capacidad operativa de sabotaje, espionaje, guerrilla, evacuación y exfiltración en regiones y países que pudiesen caer bajo control soviético y comunista.»
Para ser capaz de realizar aquellas misiones, la red tenía que ser perfectamente confiable:
«3- El principio de confidencialidad es sagrado. Cada eslabón debe saber lo menos posible sobre el conjunto de la estructura y debe ser imposible que cada individuo logre saber absolutamente nada sobre el resto de la organización y las demás personas implicadas.

4- Las unidades de una red stay-behind deben funcionar independientemente unas de otras y los “encuentros” deben tener lugar únicamente en el cuartel general [, incluyendo el ACC y el CPC, los dos comités stay-behind dentro del SHAPE y la OTAN].

5- Antes de planear el reclutamiento de un candidato, utilice todas las fuentes de información y verificación disponibles: policía, escuelas, clubs, empleadores, amigos, conocidos, vecinos, escuchas, registros de su domicilio. Es imperativo realizar una vigilancia continua y de larga duración sobre el candidato antes de cualquier reclutamiento.»
Todavía no se sabe si instructores y miembros de las fuerzas especiales estadounidenses y británicas viajaron a Noruega para entrenar allí a los soldados del ejército secreto ROC, como hicieron –por ejemplo– en Bélgica o en la neutral Suiza. Según el historiador Riste, los servicios secretos noruegos se mostraban
«desconfiados ante las proposiciones que podían permitir que los británicos y los estadounidenses interfirieran con su trabajo en el territorio nacional. Eso tenía que ver, entre otras cosas, con una oferta de asistencia de las fuerzas especiales estadounidenses estacionadas en Alemania o de unidades del Special Air Service británicos (SAS) cuyas misiones incluían específicamente el apoyo a los movimientos de resistencia en los países de la OTAN.»
Tampoco se sabe con precisión en qué medida la sustitución, en 1966, del director del NIS Evang –jefe bastante mal visto en Washington debido a su pasado como izquierdista y sus críticas al CPC– por el coronel Johan Berg influyó en la cooperación con la CIA, el MI6 y los comités CPC y ACC de la OTAN. Pero sí parece que se establecieron vínculos más estrechos con los servicios secretos noruegos.

Fue en 1978 que la clandestinidad del Gladio noruego se vio más gravemente afectada, cuando un policía que investigaba sobre un contrabando de alcohol descubrió por pura casualidad un importante escondite de armas subterráneo del ROC que contenía al menos unas 60 armas, entre ellas numerosos fusiles automáticos, 12,000 cartuchos, explosivos y material de comunicación sofisticado. El policía, que nada sabía de la red stay-behind, incluyó en su informe todo lo que había descubierto y la información llegó a oídos de los periodistas. «Si el policía hubiese estado al tanto del secreto se habría enterrado el asunto», analizó en 1990 Nils Gleditzch, del Instituto de Investigación por la Paz de Oslo. El propietario del terreno donde habían sido descubiertos la destilería y el escondite de armas del stay-behind fue identificado. Se trataba de un tal Hans Otto Meyer, agente de los servicios secretos noruegos. El hombre fue arrestado pero, para sorpresa de los investigadores, su explicación de que el arsenal había sido creado allí por los servicios secretos para ser utilizado por una célula de resistencia acabó siendo confirmada.

Rolf Hansen (1920-2006).

Como el escándalo iba en aumento, el Parlamento noruego decidió meterse en el asunto y se quedó atónito cuando el ministro de Defensa Rolf Hansen le comunicó que una red secreta de resistencia había sido creada al término de la Segunda Guerra Mundial. Según las explicaciones del ministro, la organización había nacido de grupos privados que posteriormente habían sido puestos bajo control de los servicios secretos. Consciente de que la situación era delicada, Hansen aseguró que «la red noruega no estaba subordinada ni a la OTAN ni a ninguna potencia extranjera, excluyendo toda conexión con la CIA. Se negó, sin embargo, a entrar en detalles, declarando que las actividades de la organización debían seguir siendo secretas».

Lo menos que se puede decir sobre aquellas declaraciones de Hansen, en 1978, es que eran inexactas. Lo más fuerte que se puede decir es que eran mentira. Sin embargo, en el contexto de la guerra fría, la mayoría de los diputados prefirió creer las declaraciones del ministro y no vio motivos para abrir una investigación o exigir que se desmantelara la red. Así que el caso fue rápidamente enterrado.

William Colby (1920-1996) hizo toda su carrera en la inteligencia estadounidense. En 1973, el presidente Nixon lo nombró director de la CIA, título que conservó bajo la administración de Gerald Ford y hasta la nominación de George H. Bush a la cabeza de la agencia.

Casualmente fue precisamente aquel mismo año, en que Hansen había negado ante el Parlamento toda implicación de la CIA en la operación secreta, que apareció la prueba más contundente en contradicción con las declaraciones del ministro: las memorias del ex director de la CIA William Colby. En su libro, destinado a redorar la imagen de la CIA, Colby contaba con orgullo cómo él mismo había contribuido a la formación del ejército en el norte de Europa, o sea en Noruega, entre 1951 y 1953, cuando era un joven agente asignado a la embajada de Estados Unidos en Estocolmo. «La situación era diferente para cada país escandinavo», explicaba el ex director de la CIA. «Noruega y Dinamarca eran aliados de la OTAN, Suecia quería mantener la neutralidad que le había permitido atravesar dos guerras mundiales y Finlandia estaba obligada a observar cierta deferencia hacia la Unión Soviética, su vecina inmediata. Así que, en algunos países, los gobiernos tenían que conformar ellos mismos sus propias redes stay-behind con vista a activarlas desde el exilio para continuar el combate», precisaba el ex director de la CIA, en referencia a Noruega y Dinamarca.

«Había que coordinar la acción de esas redes con los planes de la OTAN, dirigir sus antenas de radio hacia los futuros destinos del exilio y ocultar el equipamiento proporcionado por la CIA en escondites bajo la nieve, con vista a su futura utilización», explicaba Colby, antes de abordar el caso de Noruega y Finlandia:
«En cuanto a los demás países, la CIA tendría que arreglárselas sola o, en el mejor de los casos, contar con la ayuda “extraoficial” de agentes locales ya que los responsables de los gobiernos de esos países prohibían toda colaboración con la OTAN y la menor sospecha provocaría un escándalo entre la prensa comunista local, los diplomáticos soviéticos y los lealistas escandinavos que esperaban que una política de neutralidad o de no alineamiento les permitiese no tener problemas ante una Tercera Guerra Mundial».
Como resultado del descubrimiento del escondite de armas, en 1978, y de las confesiones de Colby publicadas aquel mismo año, el secreto del que se había rodeado el ejército secreto noruego había volado en pedazos, amenazando además toda la red europea en su conjunto. «Resulta realmente sorprendente que ningún ciudadano de ningún Estado miembro de la OTAN haya aprovechado aquella ocasión para interrogarse sobre la situación en su propio país», comentó Nils Gleditzch en 1990.

En noviembre de 1990, cuando –a raíz de las revelaciones italianas– el ejército secreto noruego ROC se vio nuevamente en medio de los debates, el vocero del ministerio de Defensa –Erik Senstad– respondió a las preguntas de la prensa con una única y lacónica frase:
«Lo que declaró Hansen sigue siendo de actualidad.»
Mientras que la población se debatía entre estupefacción y desaprobación, algunos oficiales del ejército regular estimaron que la clandestinidad del ejército stay-behind era, para ellos, perfectamente justificable, incluso desde un punto de vista democrático. En 1990, el contralmirante Jan Ingebristen confirmó a la prensa que el ejército secreto seguía existiendo en 1985, fecha en la que él mismo había renunciado a sus funciones como director del servicio de inteligencia del Mando de la Defensa noruega. Ante las críticas del público, el general sostuvo que era juicioso y lógico que la existencia de las unidades stay-behind se mantuviese en secreto y que fuese únicamente por obra de la casualidad que la población, los medios de prensa y el Parlamento se hubiesen enterado de que existían:
«No hay en ello nada de sospechoso. Se trata de unidades destinadas a mantenerse detrás de las líneas enemigas en territorio ocupado y es por lo tanto necesario que se mantengan altamente secretas.»
Los periodistas noruegos Ronald Bye y Finn Sjue quisieron saber más sobre el Gladio noruego. A falta de una investigación parlamentaria, decidieron entonces interrogar al mayor número posible de ex soldados de la sombra y miembros de los servicios secretos. El fruto de aquel trabajo se publicó en 1995 bajo el título El Ejército Secreto Noruego. Historia del Stay-Behind.

La población noruega, bien informada y por lo tanto particularmente crítica, no pudo aceptar la idea de que un ejército secreto vinculado a la CIA hubiese existido en su país, y sobre todo fuera de todo control parlamentario, y se elevaron voces de denuncia contra aquella situación. Para no perder totalmente la confianza de la población, el ministerio de Defensa tomó la decisión inédita y juiciosa de emprender un proyecto de investigación. Los historiadores Olav Riste y Arnfinn Moland, del prestigioso Instituto de Investigación sobre la Defensa de Oslo, recibieron el encargo especialmente delicado de investigar sobre la historia del ejército secreto noruego hasta 1970 y fueron, para ello, autorizados a consultar todos «los archivos y fuentes orales que puedan presentar algún interés para su trabajo», conforme a lo que precisaban los términos del proyecto. Antes de su publicación, el manuscrito fue sometido al ministerio de Defensa para que este controlara la información que iba a divulgarse y la desclasificara, de ser necesario. El texto sólo sufrió algunos cortes menores.
Actualización

Al ser detenido, Anders Behring Breivik no opuso resistencia alguna y se presentó como miembro del Gladio, declaración que nunca se mencionó durante su juicio.

La única información que existe sobre el Gladio noruego es la que aparece en los trabajos aquí mencionados.

Pero el 22 de julio de 2011 se produjo frente a la oficina del ministro de Estado, en el centro de Oslo, una poderosa explosión que dejó 8 muertos. Dos horas después, uno o varios asesinos abatieron un total de 69 jóvenes que participaban en un campamento de verano del Partido Laborista, en la isla de Utoya. La policía demoró más de 90 minutos en intervenir. A su llegada, los agentes arrestaron a un hombre vestido de policía, Anders Behring Breivik, quien se rindió sin oponer resistencia y dijo ser miembro de la red stay-behind anticomunista. Evaluado al principio como mentalmente perturbado, Breivik fue finalmente considerado responsable de sus actos y sometido a juicio. Fue condenado a la pena máxima en Noruega: 21 años de cárcel. Persisten, sin embargo, numerosos puntos no aclarados sobre sus posibilidades reales de haber cometido él solo todos los hechos que se le imputan.

El 9 de mayo de 2011, Noruega había anunciado su intención de retirarse de la coalición de la OTAN que emprendió la guerra contra Libia. Noruega daba así la señal de retirada e Italia tomó inmediatamente una decisión similar.
Daniele Ganser

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LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (XV)
La guerra secreta en Alemania/por Daniele Ganser

Si bien la existencia del Gladio alemán durante la etapa anterior a la incorporación de Alemania a la OTAN está perfectamente documentada gracias al trabajo de August Zinn, el entonces primer ministro del Estado de Hesse, la acción de esa red a partir de 1955 ha sido objeto de grandes mentiras de Estado. A pesar del descubrimiento de escondites de armas por aquí y por allá, la policía federal nunca investigó seriamente la cuestión y el gobierno federal siempre protegió su secreto.

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 31 DE OCTUBRE DE 2013

Este artículo es la continuación de:
1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»
10. «La guerra secreta en Bélgica»
11. «La guerra secreta en los Países Bajos»
12. «La guerra secreta en Luxemburgo»
13. «La guerra secreta en Dinamarca»
14. «La guerra secreta en Noruega»


Klaus Barbie (1913-1991). Después de desempeñar un importante papel en el asalto contra el gueto de Ámsterdam, Klaus Barbie es nombrado jefe de la Gestapo en la ciudad francesa de Lyon, donde logra capturar, torturar y asesinar al legendario jefe de la Resistencia francesa, Jean Moulin. Al terminar la guerra, Barbie es buscado por las Naciones Unidas, pero la CIA lo recluta en secreto para crear el Gladio alemán. Al ser acusado en Alemania, Barbie es enviado a Bolivia, en 1951. Allí se convierte rápidamente en jefe de los servicios de inteligencia y hombre fuerte del país, donde captura y asesina al Che Guevara. Sin embargo, después de un cambio de régimen, es arrestado y expulsado hacia Francia, donde será finalmente juzgado y condenado a cadena perpetua. Muere de cáncer en la cárcel.

El 27 de febrero de 1933, hacia las 21 horas, estalla un incendio en el Reichstag –el Parlamento alemán– en Berlín. Aunque los bomberos logran salvar parte del edificio, el Parlamento y la democracia alemana no sobreviven al atentado. Adolf Hitler, del Partido Nacional Socialista (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, NSDAP, nombre comúnmente abreviado como «nazi»), nombrado canciller apenas un mes antes del incendio, acusa de inmediato al Partido Comunista Alemán (Kommunistische Partei Deutschlands, KPD). Al día siguiente, junto al ministro del Interior Wilhelm Frick y el ministro a cargo de las fuerzas de policía Hermann Goering, miembros ambos del NSDAP, el canciller Hitler ordena sin dilación el arresto de unos 4,000 opositores políticos y periodistas que criticaban su régimen, muchos de ellos miembros del Partido Comunista y del SPD, Partido Socialdemócrata.

Un mes después del misterioso incendio, de la marginación de los comunistas y del arresto de gran número de socialistas, el Parlamento alemán adoptó por mayoría, y a pesar de las protestas de los pocos socialistas que quedaban, una nueva ley de crucial importancia (Gesetz zur Behebung der Not von Volk und Reich) que de hecho abolía el Parlamento y transfería todos los poderes al ejecutivo encabezado por Hitler. Aquel mismo mes se crearon en Alemania los primeros campos de concentración, a los que fueron enviados, en abril de 1933, más de 25,000 opositores políticos arrestados por las fuerzas especiales de Hitler –las Schutzstaffel o SS– y por la policía secreta del régimen, la Gestapo. Marinus van der Lubbe, un comunista que había sido arrestado en el lugar de los hechos durante la noche del incendio del Reichstag, fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado. Ya antes del inicio mismo del juicio contra van der Lubbe, una investigación de los británicos había llegado a la conclusión de que los militantes del NSDAP habían provocado ellos mismos el misterioso incendio para apoderarse del control total del Estado. A principios de 1933, Hitler y sus numerosos partidarios convirtieron así Alemania en una dictadura dirigida por el Fuhrer y su partido nazi. Seis años más tarde, Hitler declaraba la Segunda Guerra Mundial, que provocó una devastación sin precedentes y la muerte de 60 millones de personas. Fueron aquellas las horas más sombrías de la historia de la Humanidad. Cuando el Ejército Rojo tomó finalmente Berlín e izó la bandera de la URSS en lo alto del Reichstag, Hitler –ya vencido– se suicidó. En Berlín, era el 30 de abril de 1945.

«La instauración de las organizaciones stay-behind en los países de la OTAN comenzó inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial», según confirmó en 1990 el informe oficial del gobierno alemán. Después de la derrota de Alemania, en 1945, el caos del final de la guerra proporcionaba, según la visión de los estadounidenses, las condiciones ideales para la creación de una red stay-behind. En su calidad de fuerza ocupante, las tropas de Estados Unidos compartían el control del territorio con los ejércitos de Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética. La prioridad era reunir un gran número de individuos visceralmente anticomunistas con experiencia en la realización de acciones de guerrilla y en el manejo de armas y explosivos. Es por ello que, en el mayor secreto, Estados Unidos reclutó ex nazis y los incorporó a la red stay-behind alemana. En el momento del escándalo que desencadenó Andreotti, en 1990, el canal de televisión privado RTL conmocionó a la opinión pública alemana al revelar en un reportaje sobre el Gladio que ex miembros de la temida Waffen-SS de Hitler, los mismos que habían exterminado a los comunistas bajo el III Reich, habían sido después miembros de la red stay-behind alemana.

Un documento del estado mayor estadounidense titulado Overall Strategic Concepts (Conceptos Estratégicos Generales) y fechado el 28 de marzo de 1949 subrayaba que Alemania
«disponía de un excelente potencial en hombres entrenados para conformar las unidades clandestinas y las reservas del ejército secreto [unidades stay-behind]. Una resistencia eficaz puede y debe organizarse.»
Por orden del Pentágono, el Counter Intelligence Corps (CIC) –que acababa de crearse– recibió entonces la tarea de buscar a los antiguos nazis para juzgarlos en Nuremberg mientras reclutaba simultáneamente a los partidarios de la extrema derecha incorporándolos a las filas del ejército secreto anticomunista. Aquella práctica no fue revelada hasta 1986, cuando el Departamento de Justicia estadounidense dio una conferencia de prensa –quizás la más importante desde el escándalo del Watergate– en la que reconoció que el CIC había reclutado a un alto dignatario nazi inmediatamente después del fin de la guerra. Un largo estudio de 600 páginas compilado por Allan Ryan para el Departamento de Justicia de Estados Unidos confirmaba que el oficial de las SS y responsable de la Gestapo Klaus Barbie había sido reclutado en 1947 por el CIC, que posteriormente lo había ayudado a escapar a las acciones legales por crímenes de guerra, antes de organizar su huida de Europa hacia Argentina a través de una red clandestina.

No fueron precisamente las cualidades morales de Klaus Barbie las que movieron a los agentes de los servicios secretos estadounidenses a salvarlo sino más bien su experiencia y su potencial utilidad para la creación de la red stay-behind alemana. La prensa británica reportó en 1990 que:
«Entre los que fueron reclutados y a su vez reclutaron [a otros] durante los primeros años del programa figuraba un ex Obersturmführer de las SS, Hans Otto, así como otros personajes de menor envergadura. Pero el reclutado más valioso de aquella operación fue Klaus Barbie quien trabajó [a su vez] en el reclutamiento de ex nazis y de miembros de la organización fascista Bund Deutscher Jugend (BDJ).»
En 1943 y 1944, Klaus Barbie había ordenado la ejecución de al menos 4,000 personas, miembros de la Resistencia y judíos, así como la deportación de otras 15,000 hacia los campos de concentración y de exterminio, lo cual le había valido el sobrenombre de «Carnicero de Lyon». Poco después del fin de la guerra, Barbie fue hallado culpable de crímenes contra la humanidad y condenado a muerte en ausencia por un tribunal francés al cabo de un juicio en el que los testigos lo describieron como un torturador sádico que aterrorizaba a hombres, mujeres y niños con su fusta y su perro pastor alemán.

Reinhard Gehlen (1902-1979). Jefe del servicio de inteligencia nazi en el Frente Oriental y general de brigada de la Reichswehr. Supo anticiparse al fin de la Segunda Guerra Mundial acercándose a conspiradores contrarios a Hitler. En el momento de la liberación, se da a conocer a las autoridades estadounidenses al entregarles en microfilms el contenido de sus archivos. Creó, por cuenta de la CIA, el nuevo servicio de inteligencia de la RFA (BND), convirtiéndose en su jefe. Desde ese cargo protege la red Gladio alemana y recluta decenas de miles de ex agentes nazis para la realización de operaciones de sabotaje contra la Unión Soviética. Consiguió para la CIA la parte más importante de la información de inteligencia que esa agencia llegó a tener sobre el bloque del este, información a menudo exagerada. Dimite, en 1963, cuando se descubre que los soviéticos habían penetrado su organización a los más altos niveles.

En la conferencia de prensa de 1986, el Departamento estadounidense de Justicia se abstuvo de mencionar el papel que había desempeñado Klaus Barbie en la creación de la red stay-behind y afirmó que, con excepción de Barbie,
«no existía ninguna otra huella de un caso similar en que un nazi sospechoso de crímenes de guerra haya sido exfiltrado o ni siquiera de cualquier otra persona buscada por el gobierno de Estados Unidos o por el [gobierno] de alguno de sus aliados».
Aquella declaración es en realidad una mentira. El personaje más importante reclutado por el CIC no fue el Carnicero de Lyon sino el general Reinhard Gehlen. Este último había iniciado su carrera en los servicios secretos bajo el III Reich, asumiendo en 1942 el mando del Fremde Heere Ost (FHO, las Tropas Extranjeras del Este) cuya misión era combatir las tropas soviéticas. «Gehlen obtenía la mayor parte de su información perpetrando los peores crímenes de guerra, la tortura, el interrogatorio y haciendo morir de inanición a unos 4 millones de prisioneros soviéticos», descubrió el historiador estadounidense Christopher Simpson al investigar sobre el reclutamiento de nazis por parte de Estados Unidos. Gehlen estaba totalmente consciente de que sus crímenes le habían valido un lugar en la lista negra del NKVD, los servicios especiales de Moscú. Cuando se dio cuenta de que Alemania estaba perdiendo la guerra prefirió entregarse al CIC estadounidense –el 20 de mayo de 1945– para escapar a las represalias de los rusos.

Gehlen había previsto, con toda razón, que la información que había logrado arrancar mediante la tortura a los prisioneros comunistas y soviéticos despertaría gran interés entre los estadounidenses. Así que, con ayuda de varios altos responsables nazis, había transferido minuciosamente a microfilms los registros del FHO sobre la URSS y había conservado los microfilms en cilindros herméticos de acero que había enterrado después en los Alpes austriacos. Después de varias semanas de detención en manos del CIC, Gehlen se puso en contacto con el general estadounidense Edwin Luther Siber y le reveló su secreto. Siber se quedó tan impresionado que se encargó de la carrera de Gehlen en los siguientes años. Lo presentó a los más altos responsables de la inteligencia estadounidense, como el general Walter Bedell Smith, quien encabezaba en aquel entonces los servicios secretos militares de Estados Unidos en Europa y dirigió posteriormente la CIA entre 1950 y 1953. Siber también presentó Gehlen al general William Donovan, el jefe de la Office of Strategic Services (OSS), el servicio secreto competente en caso de guerra, y a sus agentes Allen Dulles, futuro director de la CIA, y Frank Wisner, futuro jefe de la OPC –la Oficina de Coordinación Política de la CIA, que estuvo a cargo de la creación de la red stay-behind en Europa.

Guiados por Gehlen, los estadounidenses recuperaron los microfilms enterrados en Austria y, en agosto de 1945, Siber envió a Gehlen con sus microfilms a Washington para una entrevista. El presidente Truman también quedó muy impresionado, al extremo que puso a Gehlen y a muchos de los colaboradores de este último a la cabeza del primer servicio alemán de inteligencia creado después de la Segunda Guerra Mundial, bautizado incluso como Organización Gehlen (ORG). Como concluyó Simpson,
«a fin de cuentas, Gehlen y varios cientos de oficiales superiores alemanes llegaron a ponerse de acuerdo con los británicos o los americanos [estadounidenses] (…) Pero el general Gehlen se impuso como el más importante de todos.»
Con el respaldo financiero y material de Estados Unidos, el cuartel general del ORG se instaló primeramente en Oberursel, no lejos de Francfort, antes de mudarse a Pullach, cerca de Munich, a un antiguo centro de entrenamiento de las Waffen-SS, donde aún se encuentra hoy en día el Bundesnachrichtendienst (BND), el actual servicio de inteligencia alemán. En el marco de los acuerdos secretos de cooperación entre la CIA y el ORG, el agente James Critchfield fue enviado a Alemania. Critchfield, a quien los alemanes pusieron como sobrenombre «Her Marschall», supervisó el trabajo de los servicios de Gehlen ocupándose permanente de que se le comunicaran los nombres de los 150 principales agentes de la organización, como medio de mantener el servicio de inteligencia alemán bajo control estadounidense.
«Yo estaba estacionado en Augsberg y, como hablaba el idioma fluidamente, me confiaron la dirección de una red de informantes alemanes a la que pertenecía Klaus Barbie y Klaus Barbie era… hee… descubrí después que los franceses lo estaban buscando por asesinato y se lo dije a mis superiores, quienes me respondieron que no buscara problemas: “nos sigue siendo útil por el momento. Cuando no tengamos más nada que sacarle, lo entregaremos a los franceses.” ¡Yo había creído que me merecía un ascenso por haberles hablado de Barbie y me dijeron simplemente que cerrara la boca!»
Gunther Bernau.

El ex agente del CIC Dabringhaus, hoy residente en la Florida, explicaba después cómo antiguos nazis habían preparado escondites de armas stay-behind por orden de los estadounidenses:
«El coronel Gunther Bernau era un agente, un informante que trabajaba para la inteligencia militar en Stuttgart. Nosotros [el CIC] le habíamos proporcionado un alojamiento, un escondite en Ludwigsburg donde nos reuníamos 3 veces por semana para que él me transmitiera información sobre los comunistas. Nos decía todo lo que queríamos saber.»
El objetivo de Estados Unidos era combatir el comunismo a cualquier precio, recuerda Dabringhaus, aunque a él mismo no le impresionaba mucho Bernau:
«Seguramente había tenido mucho influencia en tiempos del nazismo. Un día me senté a su buró y estuve hojeando un álbum de fotos que databan de la guerra. Una de ellas era un magnífico retrato de Adolf Hitler. [Bernau] recibía visitas de varios ex oficiales superiores nazis de la Waffen-SS en su casa de Ludwigsburg y me decía que si algún día necesitaba ayuda le bastaba con una simple llamada telefónica para contactar con 200 ex responsables SS de Hamburgo hasta Munich.»
Según las declaraciones de Dabringhaus, Bernau estaba muy implicado en la creación del ejército secreto alemán:
«Recuerdo que un día me llevó a un lugar preciso donde cavamos y encontramos fusiles, armas cortas, granadas, todo cuidadosamente empaquetado, y me dijo: “tenemos miles así por todo el país”. Aquello me inquietó un poco, así que lo informé a mis superiores, quienes me respondieron: “Estamos al corriente. Ellos trabajan para nosotros, en caso de que los comunistas atraviesen la Cortina de Hierro.”»
Los altos responsables estadounidenses, fieles a su principio de máxima confidencialidad, no informaban al agente del CIC Dabringhaus sobre los detalles del ejército stay-behind. Pero el agente se enteró de lo suficiente como para entender que se trataba de un proyecto altamente secreto en el que participaban gran cantidad de nazis:
«Un ex general, un general SS, Paul Hauser, visitaba regularmente a Bernau. Los dos trabajaban juntos en ciertos proyectos de los que no sabíamos absolutamente nada e incluso se me pedía no tratara de saber nada más. Me imagino que alguno de mis superiores ya dirigía el conjunto de aquellas operaciones.»
Cuando estalló el escándalo del Gladio, en 1990, un ex responsable de la inteligencia de la OTAN explicó, en condiciones de anonimato, que para construir el ejército secreto alemán el departamento de operaciones especiales de la CIA, bajo la dirección de Frank Wisner, había literalmente
«anexado el servicio de espionaje de Hitler dirigido por Reinhard Gehlen. Eso se sabe con seguridad porque Gehlen fue el padre espiritual de la red stay-behind de Alemania, su papel lo conocía perfectamente el canciller Konrad Adenauer, y desde el comienzo mismo.»
Según esa misma fuente anónima de la OTAN, el presidente Truman y el canciller Adenauer habían
«firmado un protocolo secreto en el momento de la adhesión de la RFA a la alianza atlántica en mayo de 1955, protocolo según el cual las autoridades de Alemania occidental se abstendrían de emprender acciones judiciales contra partidarios reconocidos de la extrema derecha. Lo que es menos conocido es que otras personalidades políticas alemanas de primer plano también fueron informadas de la existencia de aquellos planes de resistencia. Entre ellas estaba nada menos que el ministro de Relaciones Exteriores alemán de aquella época, el ex dignatario nazi Hans Globke.»
En 1952 se descubrió en Alemania una de las redes que los estadounidenses habían construido y conformado en gran parte con nazis, el Bund Deutscher Jugend (BDJ) y su rama stay-behind conocida como Technischer Dienst (TD). Klaus Barbie había contribuido activamente a la creación del stay-behind BDJ-TD. Pero el secreto se supo rápidamente. En su edición del 10 de octubre de 1952, bajo el ambiguo título «Saboteadores alemanes traicionan la confianza de los americanos. Apertura de una amplia investigación después de confirmarse el financiamiento y entrenamiento de guerrilleros», el New York Times reportó que «fuentes bien informadas confirmaron ayer que Estados Unidos financiaba y apoyaba el entrenamiento clandestino de jóvenes alemanes, entre los que había un buen número de ex soldados, para formarlos en la realización de operaciones de guerrilla ante la posibilidad de una guerra contra la URSS». El diario estadounidense proseguía: «Las revelaciones que se hicieron ayer en el Parlamento regional de Hesse y los titulares que publican hoy los periódicos alemanes han provocado considerable malestar en el Departamento de Estado y el Pentágono» ante todo porque «se descubrió que los grupos que debían realizar esas operaciones se implicaron en combates políticos. Sus jefes (…) establecieron listas negras de ciudadanos que “liquidar” de cuya fiabilidad podía dudarse en una guerra contra los rusos.» «Se organizaron varias reuniones entre representantes alemanes y americanos» porque «varios socialistas, entre ellos algunos miembros del gobierno, figuraban en la lista junto a comunistas».

Aquel descubrimiento precoz de una parte del stay-behind alemán provocó un gran escándalo a ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, la revista Newsweek anunció el 20 de octubre de 1952 que la CIA había organizado un grupo de «stay-behind» en Alemania. El día 29, el semanario informativo alemán Der Spiegel precisó, con toda razón, que aquellas redes stay-behind existían igualmente en numerosos países de Europa:
«El caso del BDJ ha causado gran inquietud en las diferentes estaciones de los servicios secretos estadounidenses en Europa. En efecto, el “Technischer Dienst” alemán es sólo una de las ramas de una red de partisanos respaldada por Estados Unidos y que se extiende por toda Europa.»
El semanario alemán Der Spiegel precisaba incluso:
«Esa red está muy implantada en Francia, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo, Italia y en la península ibérica. En Francia, la organización fue creada desde 1948 con el respaldo del [ministro del Interior] socialista Jules Moch.»
¿Qué había pasado? ¿Cómo había salido a la luz el secreto?

El 9 de septiembre de 1952, el ex oficial de las SS Hans Otto se había presentado por voluntad propia en la sede de la policía criminal de Francfort, en el Land de Hesse, donde declaró, según los archivos del gobierno alemán «pertenecer a un grupo de resistencia política cuya misión era realizar actos de sabotaje y volar puentes en caso de invasión soviética». Según Otto, a quien no le agradaban las actividades terroristas, «un centenar de miembros de la organización habían recibido una formación ideológica, habían aprendido el uso de armas de fabricación americana, rusa y alemana y habían sido entrenados en tácticas militares. La mayoría de esos hombres eran ex oficiales de la Luftwaffe, de la Wehrmacht o de las Waffen-SS». Según puede leerse en la transcripción de su confesión:
«Aunque oficialmente no era necesario mostrar opiniones neofascistas, gran parte de los miembros se inscribían en esa tendencia. Los medios financieros de la organización venían de un ciudadano americano nombrado Sterling Garwood.»
Otto reveló también que, en lo que llegaba una invasión soviética, el ejército secreto alemán realizaba actos subversivos en el territorio nacional:
«En materia de política interna, la estrategia de la organización apuntaba al KPD [el Partido Comunista Alemán] y el SPD [el Partido Socialdemócrata]».
La «organización» a la que Otto se refería estaba integrada a la red stay-behind alemana pero no representaba el conjunto de la red, ni siquiera en aquella época. La rama había adoptado el engañoso nombre de BDJ, iniciales de la Unión de la Juventud Alemana, cuando la edad media de sus miembros andaba en realidad por los 40 años. Mucho antes del testimonio de Otto, el movimiento se había hecho notar por su anticomunismo radical. Pero lo que se ignoraba hasta aquel momento era que la BDJ había servido de pantalla al Technischer Dienst (Servicio Técnico o TD), una red stay-behind de tipo paramilitar y altamente secreta que se componía de antiguos nazis, financiada por Estados Unidos y equipada con armas y explosivos. Según las estadísticas alemanas, la BDJ, que se extendía a toda la RFA, llegó a contar oficialmente con 17,000 miembros mientras que una investigación del gobierno federal afirmaba que los efectivos del TD no pasaban de 2,000 individuos.

En 1952, el testimonio de Otto dio lugar a una amplia investigación policial que permitió localizar el centro de entrenamiento de la red stay-behind cerca de Waldmichelbach, un pintoresco pueblecito en medio del bosque de Odenwald, que a su vez se halla en el Land de Hesse. Antes de aquella fecha, el entrenamiento de los miembros del Gladio alemán se desarrollaba en la base militar estadounidense de Grafenwohr, en Alemania. Aquel campamento, que los visitantes habituales llamaban «Wamiba», consistía esencialmente en un viejo edificio, un campo de tiro subterráneo y un bunker construido cerca de allí. Todo el conjunto se hallaba en el flanco de una montaña, al abrigo de las miradas y a 500 metros de la carretera más cercana. Los habitantes del pueblo recuerdan «que los americanos hacían regularmente ejercicios de tiro o algo así».

Otto reveló a las autoridades alemanas que los contactos entre el BDJ-TD y la CIA se concretaban la mayor parte de las veces a través del misterioso señor Garwood. Aquel hombre, probablemente un agente de la CIA, entrenaba regularmente a los miembros del TD en el bosque de Odenwald y muy a menudo insistía en el carácter altamente secreto de la red stay-behind y en que no se podía hablar de ella a nadie, bajo ningún pretexto. Sus instrucciones fueron tomadas, según parece, muy en serio. Y cuando surgieron sospechas de que un miembro del TD residente en otro Land –Baviera– «había llenado una planilla de adhesión a otra organización de resistencia», en el Technischer Dienst se habló muy seriamente de la posibilidad de eliminarlo, según contó Otto, no sin cierta repulsión:
«No me parece que esos métodos le plantearan ningún tipo de problema a Garwood.»
«Él nos enseñaba, por ejemplo, a matar sin dejar huellas, simplemente durmiendo a la víctima con cloroformo, sentándola en su propio auto y reintroduciendo los gases de escape [del motor] en el habitáculo a través de un tubo. También nos enseñaba a utilizar la violencia en interrogatorios sin dejar huellas.»
Otto recordaba su propia iniciación en métodos de tortura:
«Comience por vendarle los ojos a la persona que va a interrogar. Haga freír carne en la habitación y aplique un pedazo de hielo en ciertas partes del cuerpo. El contacto del hielo combinado con el olor de la carne le dará [a la persona] la impresión de que la están quemando con un hierro al rojo vivo.»
Otto especificó que Garwood ponía los fondos y la mayoría del equipamiento. En total, cerca de 130 hombres, en su mayor parte antiguos nazis, pasaron por el centro de Wamiba para recibir formación en métodos de interrogatorio, manejo de armas y explosivos, técnicas de emboscadas y asesinato y procedimientos de comunicación por radio. Otto abordó después la cuestión, raramente mencionada pero no menos importante, de la capacidad de los combatientes stay-behind para realizar su misión en caso de invasión soviética. Desde el punto de vista de la estrategia militar es evidente que las posibilidades de supervivencia a largo plazo de una red stay-behind en un contexto de ocupación, y sobre todo de ocupación soviética, son extremadamente bajas. Los oficiales nazis del TD que ya tenían la experiencia de la guerra estaban perfectamente conscientes de ello y Otto subrayó que la mayoría de ellos no estaban nada entusiasmados con la idea de mantenerse detrás de las líneas enemigas tratando de sobrevivir a una ocupación soviética:
«La idea de los americanos era que todos los miembros se quedaran pasivamente detrás de las líneas soviéticas para ser utilizados después como partisanos. Pero Peters [el jefe del TD] nunca hubiese podido concretar ese plan porque, en caso de invasión de los rusos, todos los agentes de la organización habrían tratado a toda costa de irse a occidente.»
El 13 de septiembre de 1952, o sea 2 días después de que Otto terminara sus declaraciones, la base stay-behind de Wamiba fue tomada por asalto y cerrada por la policía alemana. Las oficinas y domicilios de los miembros del TD fueron igualmente sometidos a registro y sellados con vistas a una investigación. Los agentes del stay-behind fueron detenidos. Armas, explosivos y municiones fueron confiscadas al mismo tiempo que toda la documentación de la organización. Uno de los expedientes hallados resultó particularmente interesante. Los investigadores tuvieron la sorpresa de descubrir en él la identidad de las personas que debían ser asesinadas el Día D:
«La lista de proscripción contiene los nombres de los individuos a eliminar. La lista está incompleta porque aún está en fase de elaboración».
El documento precisaba también la identidad del agente encargado de elaborar el listado para el Land de Hesse: Hans Breitkopf. Otto Rietdorf, el agente del TD que había sugerido la expresión «lista de proscripción», explicó: «Encontré el término “proscripción” en la documentación rusa en la que designa disposiciones tomadas contra el oeste. En la acepción rusa se trata de personas de las que hay que ocuparse. Me parece que no hay dudas de lo que eso significa en Rusia.» Rietdorf agregó que la CIA tenía conocimiento de aquella operación: «Gardwood estaba perfectamente al tanto de todo aquello.»

Hans Otto también confirmó que aquellos «informes y expedientes individuales habían sido comunicados a los americanos por el BDJ y el TD».

Los hombres que recogían aquella información eran al parecer un tal «Dr. Walter» y, nuevamente, el señor Gardwood. La investigación oficial alemana sobre aquella primera versión del ejército secreto concluyó con solemnidad y extrema precisión:
«Según este testimonio, el uso de la violencia contra blancos internos estaba previsto en caso de producirse el Día D.»
No se determinó si «D» designaba únicamente el día de la invasión o si se aplicaba a otras situaciones, como sublevaciones populares o una victoria masiva de la izquierda en las elecciones.

En la lista de proscripción de los miembros del Gladio aparecían gran cantidad de comunistas alemanes reconocidos así como socialistas moderados, entre los que se hallaban numerosos responsables políticos muy presentes en el escenario de la época, como Heinrich Zinnkann, ministro del Interior socialista del Land de Hesse; Hans Jahn, presidente del sindicato alemán de los ferrocarriles; Emil Carlebach, reportero del Frankfurter Rundschau, y muchos más. El periodista Leo Muller, specialista del Gladio, cuenta que a raíz del descubrimiento de la lista de proscripción «la sorpresa fue tan grande que las primeras reacciones denotaban escepticismo». El historiador estadounidense Christopher Simpson concluye:
«Los líderes del TD y del BDJ habían hecho de la liquidación de los políticos alemanes considerados “izquierdistas” una de sus prioridades en caso de ofensiva soviética. Para el Technischer Dienst, los comunistas alemanes figuraban, por supuesto, a la cabeza de la lista de personas que había que matar. Venían después los representantes más visibles del SPD de Alemania occidental. El TD tenía previsto asesinar a más de 40 altos responsables del Partido Socialdemócrata, entre ellos a Erich Ollenhauer, quien encabezaba el partido desde 1952.»
Simpson descubrió que Estados Unidos no tenía la menor confianza en la izquierda alemana y que, por consiguiente, entrenó a los agentes secretos del BDJ y les asignó la misión «de penetrar el SPD y de espiar a los líderes del partido para poder eliminarlos más rápidamente cuando llegara el momento».

Como puede comprenderse fácilmente, el Land de Hesse no podía admitir que la Casa Blanca estuviera entrenando y equipando en el mayor secreto a neonazis alemanes con listas secretas de gente que matar, entre las que se hallaban algunos de los ciudadanos más respetables del país. Así que la capital regional –Francfort– se convirtió en teatro de debates particularmente tempestuosos. Las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la RFA, ya de por sí muy delicadas después de la guerra, se deterioraron considerablemente y las posteriores entrevistas entre responsables estadounidenses y alemanes fueron particularmente tensas. El canciller Konrad Adenauer fingió no saber nada de todo aquello mientras que los estadounidenses trataban, por su parte, de limitar los daños. Donnelly, el embajador de Estados Unidos en Bonn, explicó que la organización había sido creada en el contexto de la guerra de Corea y agregó que ya se había previsto de antemano que la red fuese disuelta en los siguientes meses, independientemente del testimonio de Otto. Incluso dijo que el financiamiento ya estaba interrumpido desde agosto de 1952. Pero los miembros del TD se apresuraron a atestiguar que ya habían recibido el financiamiento para el mes de septiembre.

Era un tal Paul Luth, alto responsable del BDJ-TD, que servía de intermediario entre este y la CIA, quien controlaba los flujos de dinero provenientes de Estados Unidos, como se reveló en la investigación. Luth se reunía regularmente con varios estadounidenses a quienes rendía cuentas y, cuando se trataba de cuestiones delicadas, hacía siempre 4 copias de los informes escritos que entregaba a la CIA. Cuando se descubrió el stay-behind alemán, los estadounidenses escondieron a Luth, quien pudo así escapar a la justicia y desapareció sin dejar rastro. Un antiguo compañero de escuela de Luth, Erhard Peters, también ocupaba funciones de primer plano en el ejército secreto. Peters fue nombrado a la cabeza del Technischer Dienst debido a su competencia en el campo de las comunicaciones por radio y en operaciones de guerrilla. Le gustaba que se identificara la red como la «Organización Peters» y, para mostrar su categoría, se había comprado un Mercedes 170 V y un BMW descapotable. Cuando su ejército secreto fue descubierto tampoco fue posible arrestar a Peters porque este invocó «la protección de los americanos», según los términos del informe de la investigación. Luth reapareció posteriormente ante la policía alemana luego de haber «dado a los americanos su palabra de honor de que no revelaría nada». Según su propio testimonio, la Casa Blanca les había ofrecido, a él y a otros nazis implicados en el escándalo TD, la posibilidad de emigrar a Estados Unidos, pero Luth no había aceptado la propuesta. Ante los policías, Peters reconoció haber quemado numerosos expedientes que contenían informes destinados a los estadounidenses sobre las actividades del TD.

Georg August Zinn (1901-1976). Socialista alemán, fue uno de los padres de la Constitución de la RFA. Presidió el Land de Hesse (de 1950 a 1969). En 1952, reveló con precisión la existencia del Gladio alemán y trató de obtener su prohibición.

Para los alemanes, el escándalo vinculado al BDJ-TD no fue únicamente de carácter regional sino que se convirtió en un verdadero asunto de Estado. Pero si Francfort creyó en algún momento que podía contar con la cooperación de Bonn –el gobierno federal–, el hecho es que no tardó en sufrir un desencanto. Al cabo de largas conversaciones con los estadounidenses, los principales responsables de la CDU del gobierno conservador de Adenauer trataron de enterrar el asunto y frenar las investigaciones. El 30 de septiembre de 1952, la Corte Suprema de Karlsruhe decidió –sin consultar o al menos informar a la policía de Francfort– poner en libertad a todos los miembros de la red TD que habían sido detenidos, lo cual provocó un verdadero escándalo entre la población. Los miembros del Gladio fueron por lo tanto liberados mientras que los dos jueces que habían que habían tomado aquella extraña decisión, Schrubbers y Wagner, eran ascendidos. El primer ministro del Land de Hesse, August Zinn, comentó lleno de cólera:
«La única explicación legal de esa liberación es que quizás hayan estimado en Karlsruhe [en la Corte Suprema] que actuaron bajo la dirección de los americanos».
Zinn estaba tan furioso que decidió presentar el asunto al Parlamento federal, a pesar de las enormes presiones de los estadounidenses para evitar que lo hiciera. Fue así que, el 8 de octubre de 1952, el público y la prensa, en Alemania y en el extranjero, supieron por primera vez de la existencia de ejércitos stay-behind nazis financiados por Estados Unidos. «Señor Presidente, señoras y señores», declaró Zinn ante el Parlamento, «después de la entrevista que tuve el pasado 3 de octubre en Francfort con el canciller Adenauer y como resultado de la discusión que acabo de tener esta misma mañana en mi oficina con el señor Reeber, representante del Alto Comisariado americano, tengo que informar a la cámara de los siguientes hechos: el 9 de septiembre de 1952,» –el rostro del presidente era particularmente grave– «la policía criminal alemana supo de la existencia de una organización secreta creada en 1950-1951 por jefes del BDJ y bautizada TD por “Technischer Dienst”». Zinn prosiguió ante un auditorio perplejo:
«La organización estaba concebida como un movimiento de resistencia armada con objetivos políticos, constituido con el consentimiento y la cooperación del presidente del BDJ, Paul Luth. Gerhard Peters era el jefe de esa organización.»
Era la primera vez que políticos oían hablar de la existencia de un ejército secreto stay-behind. Zinn les informó que:
«Esa sección TD del BDJ tenía como misión formar un ejército de partisanos que, según los planes iniciales, debía mantenerse detrás de las líneas enemigas en caso de invasión soviética para realizar actos de sabotaje en territorio ocupado, como la voladura de puentes o ataques contra campamentos.»
Después de aquella somera descripción de las características típicas de una red stay-behind, Zinn mencionó el respaldo aportado por Estados Unidos y la dimensión nacional del ejército secreto anunciando que:
«Según el testimonio de una persona directamente implicada y el material que se ha logrado confiscar, la organización tenía como blancos, dentro de nuestras fronteras, el KPD y sobre todo el SPD. El descubrimiento de la organización dio inmediatamente lugar a detenciones y a la ocupación de documentos el 18 de septiembre de 1952. Pero el 1º de octubre, la Corte Suprema ordenó que los sospechosos fuesen liberados bajo el pretexto de que el ejército secreto había sido creado por orden de varias agencias americanas.»
Las actas de la sesión parlamentaria señalan que se extendió entonces un clamor por toda la sala y que se oyeron exclamaciones de los diputados: «¡Escuchen! ¡Escuchen!» o «¡Increíble!».

Cuando el auditorio se calmó, Zinn prosiguió: «Según el testimonio de un alto responsable del TD, incluso se planificaron asesinatos». El anuncio acentuó la agitación del auditorio y algunos diputados comienzan a dirigirse a sus colegas: «¡Oigan! ¡Oigan! ¡Otra vez!»

Zinn continuó: «Se instaló un centro de entrenamiento en Waldmichelbach, en el bosque de Odenwald (...) Los miembros de la organización eran en gran parte ex oficiales de la Luftwaffe, de la Wehrmacht y de las SS.» De nuevo se agitó el Parlamento ya que todos sus miembros habían conocido la Segunda Guerra Mundial. Los parlamentarios gritaban ahora: «¿Están oyendo? ¡Increíble!»

Zinn explicó que los agentes tenían de 35 a 50 años y que «la organización disponía de un financiamiento considerable, los documentos ocupados sugieren que su presupuesto mensual se acercaba a los 50,000 marcos». Al oír aquello, un diputado gritó: «¿De dónde venía ese dinero?» Zinn respondió que «el dinero llegaba directamente al TD mediante transferencias fraudulentas provenientes de una agencia americana» y agregó que «la misma organización estaba también a cargo de una misión interna (…) Según el testimonio de uno de sus dirigentes, debía proceder a la eliminación de individuos “sospechosos” cuando llegara el Día-D», lo cual provocó nuevas reacciones en la asamblea, donde se oyeron voces que exclamaban: «¡Así que asesinatos! ¡Increíble!» Perfectamente consciente de la verdadera conmoción que sus revelaciones estaban provocando, Zinn continuó en el mismo tono solemne:
«Sobre este punto, hay que señalar que 15 hojas contenían nombres de comunistas mientras que se ocuparon no menos de 80 páginas sobre personalidades de la socialdemocracia (…) el ministro del Interior socialdemócrata del Land de Hesse estaba considerado como sospechoso de mantener vínculos con los comunistas.»
Además de críticas, esta última declaración provocó risas entre los diputados. «Según varios testimonios, una buena cantidad de documentos confidenciales fueron destruidos y otros fueron confiscados por un representante de las autoridades americanas y están, por lo tanto, actualmente inaccesibles. El dinero y las armas eran proporcionados por un americano que también supervisaba el entrenamiento», lo cual provocó una nueva ola de protestas entre los parlamentarios.

Pero Zinn no había terminado aún:
«Es importante señalar que, en el extranjero, organizaciones clandestinas similares han servido de base a actividades ilegales perpetradas en el territorio nacional. Se trata de una experiencia que ya hemos vivido, hace 30 años, en este país y parece que esa organización se inscribe en ese modelo.»
Aquella clara denuncia suscitó la aprobación de los parlamentarios con exclamaciones como: «¡Así es! ¡Exacto!» Zinn prosiguió:
«Esta misma mañana, el señor Reeber, representante de Estados Unidos, estuvo de acuerdo conmigo en que ese tipo de organizaciones constituye el fermento de la instauración del terror en el país, (…) expresó su más sincero pesar y condenó firmemente la existencia de tal red (…) Me garantizó su más plena cooperación para aclarar todo este asunto e identificar todas las ramificaciones para evitar que este fenómeno se repita en el futuro.»
Por supuesto, no por ello fue desmantelado el Gladio alemán, como quedaría comprobado con las revelaciones de 1990. Simplemente se disimularon las huellas en la medida de lo posible. En octubre de 1952, el ex alto comisario estadounidense McCloy precisó claramente que Estados Unidos no estaba procediendo a un rearme de los nazis: «Durante todos estos años que yo he pasado en Alemania, nuestros objetivos y esfuerzos han apuntado siempre a la consolidación de las fuerzas democráticas y a la lucha contra los comunistas y también contra los neo y los pronazis».

McCloy subrayó que:
«Es por lo tanto inconcebible que un responsable americano haya podido respaldar actos como los descritos por el primer ministro Zinn. Esto debe expresarse claramente, en nombre de la verdad y de la amistad.»
A pesar de aquellas bellas palabras, el Parlamento de Hesse encargó al ministro del Interior del Land una profunda investigación sobre el fenómeno. En 1953, el ministro entregó sus conclusiones bajo la forma de un impresionante informe de 3 volúmenes.

Cuarenta años después de aquellos hechos, el ex agente de la CIA Thomas Polgar, jubilado en 1981 al cabo de 30 años al servicio de la agencia, se acordaba todavía muy bien del caso del Gladio alemán. En efecto, a principios de los años 1950, Polgar había estado destacado en Alemania, donde había sido enviado nuevamente a principios de los años 1970 como reemplazante de Ray Cline a la cabeza de la estación CIA en Alemania. Posteriormente, en los años 1990, Polgar testimonió:
«El Bund Deutscher Jugend era una organización política de derecha vagamente afiliada a uno de los partidos del Land de Hesse, en Alemania, y se componía de hombres motivados y firmemente decididos a contribuir a la resistencia clandestina en caso de ocupación de todo o parte del territorio de la RFA por el Ejército Rojo.
Cuando estalló el escándalo hubo un ruido considerable y se estimó que el general Truscott [del ejército de Estados Unidos] tendría que explicar en persona a los elementos implicados lo que había sucedido. Primeramente se explicó la situación al canciller alemán Konrad Adenauer.»
Como ya hemos visto, aquello no bastó para arreglar la situación.
«Después hablamos con el general Matthew Ridgeway, quien era por entonces el comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN, y finalmente con el primer ministro de Hesse Georg Zinn, quien incluso figuraba en la lista. [El general] Truscott le explicó que se trataba de una actividad ilegal pero que, después de todo, no era más que un ejercicio en papel del que él mismo nada sabía y que no debía en ningún caso interpretarse como una señal que pusiese en duda la confianza que nosotros teníamos en el primer ministro Zinn.»
Dieter von Glahn, ex miembro del Gladio. Fundó una orden templaria.

Después de las revelaciones de 1990, Dieter von Glahn aportó la confirmación de que existían células stay-behind no sólo en Hesse sino también en otros Lander alemanes. «Nuestra misión y nuestra organización eran idénticas a lo que hoy se conoce bajo el nombre de Gladio», explicó. Personaje ambiguo del medio anticomunista alemán, Glahn se había escapado de un campo soviético de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. Después del armisticio se había unido al ejército secreto stay-behind incorporándose al BDJ-TD de Bremen, en el norte de Alemania. Según explicó en su autobiografía, publicada en 1994: «En la época de la guerra de Corea, los americanos estaban muy inquietos ante la idea de que la misma situación se repitiese en Alemania». Así que
«decidieron reclutar y constituir una unidad alemana confiable con vista al Día-D, el día de la invasión de Alemania por parte del Ejército Rojo. La unidad tenía que formarse con armamento americano, disponer de sus propios escondites de armas y pasar a la clandestinidad en caso de ofensiva.»
Glahn recordó que «le BDJ no era más que la pantalla, una especie de vitrina legal de la organización anticomunista. La rama clandestina Technischer Dienst u “Organización Peters”, como a veces la llamaba su director, constituía la verdadera unidad combatiente» y estaba presente en gran parte del territorio nacional. «El TD se convirtió por consiguiente en un componente esencial de la defensa antisoviética germano-americana. A los americanos les interesaban ante todo los antiguos elementos del ejército alemán», entre los que se hallaba precisamente él mismo.
«Como yo no escondía mis posiciones anticomunistas, fui reclutado. Así que yo era oficialmente el responsable del BDJ para la ciudad de Oldenburg, en Frisia Oriental. Extraoficialmente, yo dirigía el TD en toda la zona Oldenburg-Bremen-Frisia Oriental [en el noroeste de Alemania].»
Con cierto orgullo, Glahn cuenta en sus memorias que el «FBI alemán», el Bundesamt für Verfassungsschutz (BfV), conocía y cubría las actividades de las redes stay-behind. «Yo colaboraba muy estrechamente con Neubert, del BfV.» Glahn menciona la lucha anticomunista en la que ambos estaban comprometidos: «de noche salíamos regularmente a pegar carteles y tapar los de los comunistas (…) denunciábamos así los vínculos que ciertos hombres de negocios mantenían con los comunistas. Aquello llevaba a menudo a enfrentamientos violentos.» Fue en esa época que «fundé numerosas secciones del BDJ en mi zona», con la ayuda de la CIA que entrenaba a los reclutas en el campamento de Waldmichelbach y en la base estadounidense de Grafenwöhr. «Yo mismo participé varias veces en aquellos entrenamientos. Los hombres, que portaban un uniforme americano parduzco y estaban autorizados a llamarse entre sí únicamente por su nombre de pila, venían de los cuatro puntos cardinales de Alemania pero no podían en ningún caso revelar el lugar de donde eran originarios. Durante 4 semanas estábamos completamente aislados del mundo exterior.» Los miembros del Gladio seguían
«un entrenamiento intensivo con vista al Día-D. En aquella época los americanos preparaban escondites de armas por todo el territorio de la RFA. En mi zona, mi adjunto y yo mismo éramos los únicos que conocíamos la localización exacta del escondite de armas (…) Estaba enterrado profundamente en un pequeño bosque.»
La red stay-behind alemana no era la única que gozaba de la protección de la poderosa CIA. Gracias a esta última, el servicio de inteligencia ORG y su personal lograron enfrentar los descubrimientos de 1952 sin demasiados problemas. El general Reinhard Gehlen se mantuvo en funciones y en 1956 la «Organización Gehlen» cambió aquel nombre por el de «Bundesnachrichtendienst» (BND). Cuando le preguntaron al director de la CIA Allen Dulles si no sentía vergüenza por haber colaborado así con el nazi Gehlen, su respuesta fue:
«Yo ignoro si es un crápula. Usted sabe, hay muy pocos santos en el mundo del espionaje (…) Además, uno no llega ahí para hacer amigos.»
Por cierto, no fue hasta que el gobierno federal del canciller conservador Kurt Georg Kiesinger y del vicecanciller y ministro de Relaciones Exteriores Willy Brandt comenzó a dudar de su servicio secreto BND que este último fue por primera vez objeto de una investigación verdaderamente profunda.

El «Informe Mercker» que se redactó entonces constituía «un documento tan acusador para el BND que todavía hoy sigue siendo confidencial». Al menos eso fue lo que informó la prensa alemana en 1995.
«Su reveladora conclusión sobre el BND: “una organización corrupta”».
Reinhard Gehlen, directamente en el colimador de la investigación gubernamental, ni siquiera fue autorizado a leer el informe. Al leer el documento, los socialdemócratas, quienes por primera vez desde la guerra acababan de entrar al gobierno en la persona de Willy Brandt, se sintieron tan incómodos por la presencia nazi en las altas esferas del ejecutivo que de inmediato despidieron a Gehlen. Después de haber pasado 20 años a la cabeza del servicio de inteligencia alemán, Gehlen fue despedido el Día del Trabajador, el 1º de mayo de 1968. Para no incomodar a la Casa Blanca se escogió como sucesor a Gerhard Wessel, quien había servido en Washington como agregado militar de la RFA después de 1945 y mantenía excelentes relaciones con la CIA y con el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense.

Se ignora si el informe de Mercker, clasificado como confidencial, contenía información sobre las actividades stay-behind del ORG y del BND, aunque eso es lo que parecen indicar las pruebas descubiertas durante las investigaciones realizadas en 1990. Según el sucinto informe que el gobierno alemán presentó sobre el BND y su red stay-behind en diciembre de 1990, en diciembre de 1968 –o sea, sólo unos meses después del informe– se creó un marco legal para las actividades de la red clandestina: «En diciembre de 1968, el jefe de la cancillería federal había mencionado explícitamente en el artículo 16 de las “Directivas generales para el BND” que había que emprender preparativos de defensa». Parece que el gobierno de la época decidió continuar la operación stay-behind, pero ya con bases legales:
«La directiva indica: “El BND procede a los preparativos y planificaciones necesarios para la defensa, cuyas cuestiones generales se acuerdan con el jefe de la cancillería federal”».
El periodista especialista en el Gladio Leo Muller se preguntó en 1990:
«¿Qué lógica antidemocrática subyacía aún en los nuevos stay-behind de los servicios secretos alemanes que fueron descubiertos en 1990?»
¿La salida de Gehlen y la adopción de la nueva ley debilitaron el control de la CIA sobre las redes stay-behind alemanas? Eso está por averiguar. El ex miembro del Gladio Glahn precisa claramente en su libro que la CIA mantuvo el control hasta el último instante:
«Escribo deliberadamente “servicios secretos” en plural porque nosotros fusionamos más tarde con la Organización Gehlen por orden de los americanos.»
Según Glahn, aunque Gehlen fue el hombre clave de la red stay-behind alemana, el mando quedaba en manos de Estados Unidos:
«Esa organización había tomado el nombre de su fundador, el general Gehlen (…) Él había establecido un excelente cuartel general de la inteligencia en Pullach, en los alrededores de Munich (…) El Technischer Dienst, o TD, estaba en contacto permanente con la gente de la Organización Gehlen. En cuanto al Día-D, la decisión en el plano militar era siempre, sin embargo, de los americanos.»
Cuando voló en pedazos la pantalla del ejército secreto alemán, en 1952, a Gehlen y sus colegas se les ofreció asilo en Estados Unidos para que pudieran escapar a la justicia alemana.
«Me propusieron huir a Estados Unidos, al igual que a otros miembros del TD que estaban implicados en una investigación criminal. Lo discutí ampliamente con mi mujer… pero finalmente decidí que no quería ser un emigrante. Mi lugar estaba aquí, en Alemania.»
En mayo de 1955, Alemania se incorporó a la OTAN. Al igual que los demás ejércitos secretos de Europa, la red alemana fue incorporada al programa de guerra no convencional de la alianza atlántica. El informe oficial del gobierno alemán sobre el stay-behind, redactado por Lutz Stavenhagen en 1990, confirmó que
«con el fin de uniformizar sus programas con el mando militar de la OTAN, los servicios de inteligencia que participaban en la operación establecieron en 1952 el Coordinating and Planning Committee (Comité de Planificación y Coordinación) o CPC. Para coordinar su cooperación crearon el 1954 el Allied Coordination Committee (Comité de Coordinación Alliado) o ACC.»
El gobierno alemán confirmó además que el
«BND es miembro regular del CPC y del ACC desde 1959».
En un torpe intento de limitar los daños, el informe oficial afirmaba erróneamente que «los dos comités de coordinación nunca fueron ni forman parte actualmente de la estructura de la OTAN». Sin embargo, precisamente en el mismo momento, la investigación del Parlamento de Bélgica revelaba que el ACC y el CPC habían sido instaurados por el SACEUR [Comandante Supremo] de la OTAN, puesto sistemáticamente ocupado por un general estadounidense, y que estaban en contacto directo con el SHAPE [Supreme Headquarters Allied Powers in Europe] de la OTAN. El informe oficial alemán trató de insistir en la soberanía del ejército secreto alemán declarando: «que el BND haya formado parte de esos órganos no excluye en nada que el stay-behind nunca estuvo integrado a la OTAN ni que siempre haya sido el instrumento del BND. Nunca hubo ni existe hoy ninguna relación de subordinación de los diferentes servicios de inteligencia con el ACC y el CPC.»

«Entre los diferentes servicios existía una cooperación bilateral así como también multilateral cuya coordinación garantizaba el ACC», describía el informe oficial del gobierno alemán al referirse a la dimensión internacional del ejército secreto stay-behind. «Entre esos participantes figuran, junto a Alemania Occidental: Bélgica, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Italia, Luxemburgo, Noruega y los Estados Unidos de América.» Según el informe, la cooperación incluía «entre otras cosas ejercicios conjuntos, la adquisición de un equipamiento de radio estandarizado [los transmisores Harpoon], compartir experiencias en materia de entrenamiento, el establecimiento de una terminología estandarizada en materia de inteligencia». Debido a la presencia entre ellos de gran cantidad de partidarios de la extrema derecha, Stavenhagen prefirió no precisar cifras en lo que se refería al número de miembros del Gladio que habían operado en Alemania durante la guerra fría. «A finales de los años 1950, la organización contaba alrededor de 75 miembros permanentes.», se limitó a indicar. «El número de informantes llegó a veces a 500. En 1983, el personal stay-behind fue igualmente formado en la dirección de los actos de sabotaje contra el invasor y en organización y mando de grupos de resistencia en territorio ocupado.»

Según el informe, el gobierno alemán había sido informado de la existencia del ejército secreto «poco después de 1974 (en el marco de una presentación de estrategia de conjunto de los preparativos de defensa del BND). Podemos suponer, sin embargo, que informaciones sobre las bases de la operación stay-behind pudieron llegar a filtrarse antes de esa fecha.» En lo tocante al legislativo, una comisión del Parlamento, obligada a guardar silencio sobre ciertos secretos, fue puesta al tanto en los años 1980, cuando hubo que buscar créditos para la compra de nuevos equipos de comunicaciones Harpoon:
«En ocasión de la compra de nuevos transmisores de radio, la comisión competente (Vertrauensgremium) fue informada de su utilización por el stay-behind.»
Los transmisores de radio Harpoon habían sido concebidos y producidos por orden del ACC, el centro de mando stay-behind de la OTAN, por la firma alemana AEG Telefunken, filial del grupo Daimler. El servicio de inteligencia BND había servido de intermediario y había comprado los sistemas Harpoon al fabricante por cuenta del ACC, que no debía aparecer en la transacción. El BND había hecho un pedido total de 854 transmisores por un monto de 130 millones de marcos. Conservó equipos por valor de unos 20 millones y revendió el resto a los demás ejércitos stay-behind de Europa Occidental. Último grito de la tecnología en su época, el sistema Harpoon podía enviar y recibir mensajes de radio codificados hasta una distancia de 6,000 kilómetros, así que era capaz de garantizar el enlace entre los diferentes stay-behind y entre ambas orillas del Atlántico.

Durante la guerra fría Alemania estuvo dividida en 2 Estados. Una guerra secreta se libró, por lo tanto, entre el BND de Alemania occidental, respaldado por la CIA, y el MfS (Ministerium für Staatssicherheitsdient), más conocido como Stasi, que dependía del KGB soviético. Los dos servicios realizaban múltiples misiones de espionaje así como intentos de infiltración desde ambos lados del muro de Berlín. Aquellas operaciones eran especialmente fáciles en la medida en que tanto los agentes de la Stasi como los del BND eran todos alemanes y compartían, por lo tanto, el mismo idioma y la misma cultura. La CIA y el MI6, como resultado de sus experiencias respectivas, habían puesto al BND el sobrenombre de «servicio de filtraciones». Incluso llegó a leerse en Der Spiegel, la primera revista informativa de la RFA:
«El KGB y la Stasi de Berlín Este parecen haber logrado poner fácilmente a sus infiltrados en los puestos claves de Pullach [el cuartel general del BND] y obtener así acceso a la lista completa de sus agentes (…) Para sus rivales, el BND no es más que un gran chiste.»
Yuri Ivanovich Drosdov, el general del KGB que logró penetrar el Gladio alemán, estaba absolutamente al tanto de toda la información sobre la red stay-behind.

Cabe preguntarse en qué medida la Stasi, y por lo tanto Moscú, tenía conocimiento de los secretos vinculados a la operación stay-behind. Todo parece indicar que ambos tuvieron conocimiento de ella a finales de los años 1970. En la filtración comprobada más célebre estuvo implicada Heidrun Hofer, una secretaria que trabajaba en el Departamento IV del BND de Munich, el servicio a cargo de la dirección de la red stay-behind. Su puesto le daba acceso a los documentos más confidenciales de la OTAN, incluyendo los clasificados «cosmic». Aunque se desconoce la naturaleza exacta de los datos que transmitió a la Stassi y el KGB, lo que sí se sabe es que comunicó información sobre un centro de mando stay-behind altamente secreto, que se hallaba en la costa atlántica y debía servir de base al gobierno alemán en el exilio. Como consecuencia de la indiscreción de Hofer, hubo que reconstruir aquel centro en otro lugar, lo cual costó 100 millones de marcos.

No fue a propósito que Hofer reveló aquel secreto. Siendo hija de un oficial conservador, había sido específicamente seleccionada como blanco por el KGB, que había enviado a Argentina un agente encargado de entrar en contacto con el círculo de exiliados nazis para dotarse de una buena reputación. A su regreso, el agente debía pedir a Heidrun que se casara con él. El padre de la muchacha apreciaba a aquel «Hans» por sus ideas de extrema derecha, y dio su consentimiento. Después del matrimonio, «Hans» le dijo a Heidrun que él trabajaba para una organización ultraconservadora y la sorprendió mostrando que conocía a la perfección el BND. Excitada ante la idea de participar en una conspiración, Heidrun aceptó revelar información a Hans.

El servicio de contraespionaje del BND demoró bastante en descubrir la existencia del infiltrado del KGB. En diciembre de 1976, agentes del BND tendieron una emboscada en el domicilio de la joven que, sin saberlo, ya llevaba 6 años trabajando para el KGB. Hans logró escapar por una puerta oculta, pero Heidrun fue arrestada y acusada de alta traición. Sólo entonces supo que su marido era un espía de Moscú. La impresión que sufrió fue tan violenta para aquella mujer de convicciones ultraconservadoras que al parecer trató de matarse lanzándose por una ventana en momentos en que el BND la interrogaba en una oficina del sexto piso de su sede en Munich. Sobrevivió con algunas secuelas físicas y desde entonces vivió de una pensión por invalidez. La investigación sobre Hofer se cerró en 1987, por falta de nuevos elementos.

El segundo caso de espionaje que tuvo que enfrentar el BND implicó a un alto responsable ya que se trataba de Joachim Krase, el director adjunto del propio BND, fallecido en 1988. Krase era en realidad un doble agente pagado por la Stasi y, como escribió un periodista británico, había «revelado todo sobre el stay-behind y la Operación Gladio, levantando así un secreto que los rusos conocían desde el principio».

Con la reunificación de Alemania, después de la caída del muro de Berlín, la Stasi fue desmantelada y el BND extendió sus actividades. Documentos del servicio de inteligencia de la RDA, hoy desclasificados, confirman que este estaba extremadamente bien informado sobre la operación stay-behind. Durante las maniobras efectuadas por la OTAN en 1979, unidades de la Stasi interceptaron señales desconocidas y detectaron la presencia de una red paralela. Al cabo de unos años de investigación lograron descifrar el código que utilizaban los agentes del stay-behind del BND y localizar más de 50 puntos repartidos por todo el territorio de Alemania occidental, pero muchos de los cuales estaban concentrados en la zona fronteriza con la RDA y Checoslovaquia.

El general de la RDA Horst Mannchen presentaba a su gobierno informes regulares de la Stasi sobre el Gladio alemán.

En 1984, el general Horst Mannchen, director del Departamento III de la Stasi y responsable de las escuchas radiofónicas, comunicó a los ministros del gobierno de la RDA numerosos detalles sobre la red stay-behind del BND.
«Analizando señales de radio secretas del BND que hemos logrado descifrar (…) hemos podido reunir datos fiables sobre una categoría especial de agentes del BND.»
El informe de Mannchen, fechado el 3 de agosto de 1984, explicaba que aquellos elementos especiales del BND, a los que la Stasi llamaba «agentes» (Überrollagenten), se preparaban para una invasión de los ejércitos del Pacto de Varsovia y que habían sido entrenados para la realización de acciones subversivas tras las líneas enemigas. Subrayaba Mannchen que esos agentes secretos «representan un peligro real para las operaciones de las fuerzas del Pacto de Varsovia» y resaltaba por lo tanto la necesidad de identificarlos lo más rápidamente posible para neutralizarlos inmediatamente «en caso de conflicto militar».

En otro informe, fechado el 6 de noviembre de 1984, Mannchen precisaba que en el seno del BND «esos agentes especiales son calificados de “stay-behind”» y que su creación parecía remontarse al programa de defensa desarrollado por la OTAN en previsión de una primera ofensiva de las fuerzas del Pacto de Varsovia. El director del Departamento III explicaba que la red contaba también con mujeres en sus filas y que la Stasi había logrado descifrar toda una serie de señales de radio secretas transmitidas desde el cuartel general del BND a sus agentes stay-behind.
«Estos agentes son hombres y mujeres, ciudadanos de la RFA que viven en territorio de Alemania occidental, en muchos casos a lo largo de la frontera con la RDA y Checoslovaquia. Tienen un buen conocimiento de su zona de operaciones y actúan solos o en grupos de 3 o 4 para efectuar misiones que se les confían en un radio de 40 kilómetros a partir del lugar donde residen. Según las informaciones de las que disponemos, entre 16 y 20 unidades están en contacto regular con el BND. Según varias fuentes en el seno del BND, el número total de agentes pudiera elevarse a 80.»
Mannchen indicaba, a modo de conclusión, que aquellos agentes especiales eran «peligrosos» y que la Stasi debería tratar de identificar a la mayor cantidad de ellos.

En un informe ulterior, la Stasi concluía que los datos reunidos «indicaban claramente que el BND había concedido gran importancia al entrenamiento y la preparación de estos agentes especiales». Las comunicaciones radiales interceptadas por el servicio revelaban también que la red stay-behind alemana estaba muy bien coordinada y que estaba en contacto con los «servicios secretos de la OTAN» en Cerdeña [Italia], en Huy (Bélgica) y en [las ciudades francesas de] Lille y Grenoble. Al espiar las comunicaciones radiales stay-behind del BND, la Stasi supo de la instalación de los nuevos sistemas Harpoon en Alemania occidental y, el 22 de mayo de 1984, indicó que los agentes estaban utilizando ahora un equipamiento de comunicaciones más moderno y eficaz. En un informe muy detallado de 11 páginas sobre la red stay-behind entregado en 1985, la Stasi deploraba que aquel nuevo sistema capaz de enviar señales de radio en menos de 3 segundos hacía la localización de los agentes del BND más difícil para los agentes de la RDA.

Cuando se reveló, en 1990, la existencia de la red alemana, la prensa se interesó especialmente por el equipamiento de la organización secreta y preguntó al gobierno de Bonn si había escondites de armas en Alemania. «Como apoyo a las unidades de resistencia en territorio ocupado, los servicios secretos aliados establecieron escondites de armas en los primeros tiempos de la operación stay-behind. [Los escondites] contenían fundamentalmente piezas de repuesto para los aparatos de radio, medicinas, oro y joyas destinados a posibles transacciones en el mercado negro así como algunas pistolas», así confirmaba el vocero del gobierno alemán las características observadas en otros países. Pero, sorprendentemente, trató de engañar al público afirmando que «esos escondites habían sido desmantelados por las unidades stay-behind del BND antes de 1972, Las pistolas fueron destruidas. Actualmente, el equipamiento y el entrenamiento de los agentes de inteligencia se limitan estrictamente a las misiones de obtención de información y evacuación. Ese equipamiento incluye un transmisor de radio especial pero nunca armas ni explosivos.»

Los periodistas alemanes sospecharon que el vocero del gobierno Lutz Stavenhagen les había mentido al afirmar que todos los escondites de armas habían sido destruidos en 1972. En efecto, misteriosos arsenales habían sido descubiertos en Alemania en los años 1980. El más célebre de aquellos descubrimientos había tenido lugar el 26 de octubre de 1981, cuando varios leñadores habían encontrado por casualidad una importante excavación que contenía armas de fuego y material de combate, cerca de la aldea de Ulzen, en los campos de Luneburg. Aquel sorprendente hallazgo provocó el arresto del guardabosque y militante de extrema derecha Heinz Lembke, quien condujo después los investigadores a una vasta red de no menos de 32 escondites de armas. «Esos escondites fueron atribuidos por principio al militante de extrema derecha Heinz Lembke», comentó en 1991 una fuente anónima en el ministerio de Defensa de Austria.
«Pero aquella seductora explicación tenía un defecto. Además de armas automáticas, los escondites contenían material de guerra química [Arsen y Zyankali] y unos 14 000 cartuchos así como armas antitanque, 156 kilogramos de explosivos, 230 detonadores y 258 granadas de mano. Es increíble que un Estado que tomó importantes medidas antiterroristas no notara el robo o desvío de tal cantidad de material de combate.»
En su artículo titulado «Los ejércitos secretos de la CIA en Europa», el periodista estadounidense Jonathan Kwitny se interesaba por el documento del ministerio de Defensa austriaco, antes de concluir que «el programa stay-behind alemán hubiese podido dar lugar a un segundo escándalo, similar al de 1952, pero nada se dijo finalmente al público.»

Los escondites de armas descubiertos en 1981 habían permitido, en efecto,
«llegar hasta un grupo de jóvenes paramilitares dirigidos por el neonazi Heinz Lembke, quien fue arrestado. Se le describió en aquella época como un extremista desequilibrado que entrenaba clandestinamente sus tropas en medio del bosque.»
Kwitny señalaba, sin embargo, que él no era el único que relacionaba el arsenal de Lembke con la red stay-behind del BND ya que la publicación austriaca también había echado abajo la tesis de que el guardabosque no era más que un extremista perturbado y aislado.
«El responsable de la publicación del ministerio de Defensa austriaco, el general retirado Franz Freistatter, afirma haber supervisado personalmente la redacción del artículo que sugería que Lembke utilizaba los escondites de armas stay-behind para el entrenamiento de sus tropas neonazis. También afirma que cree esas tesis, aunque su autor haya preferido mantenerse en el anonimato.»
El artículo de Kwitny y la publicación austriaca sobre el Gladio parecen indicar con toda razón que los escondites de armas de Lembke pertenecían a la red stay-behind alemana. Entre los documentos ocupados en 1952, cuando se descubrió la organización BDJ-TD, había una directiva relativa de Día-D, el día de la invasión. Aquella directiva indicaba que, en caso de invasión, los campos de Luneburg serían el punto de reunión del stay-behind del norte de Alemania y ordenaba:
«Los responsables de sectores han recibido orden de buscar dónde hay gran cantidad de camiones estacionados. El Día-D, los agentes requisarán esos camiones, por la fuerza si es necesario, y los llevarán después hasta los puntos de reunión especificados por el BDJ en las ciudades y pueblos. De ahí los camiones transportarán a los miembros hasta el punto de reunión del norte de Alemania, situado en los campos de Luneburg.»
Como es de imaginar, el descubrimiento de los escondites de armas de Lembke, en octubre de 1981, provocó un verdadero escándalo en Alemania. Pero el asunto se volvió aún más explosivo cuando varias fuentes sugirieron que los arsenales no habían estado sin uso en espera de una hipotética invasión soviética sino que Lembke había utilizado parte del material para equipar a sus soldados de extrema derecha, quienes a su vez habían utilizado las armas mortales en un atentado con bomba perpetrado en Munich en 1980, un año antes del descubrimiento de los escondites. Aquella teoría rebosante de implicaciones fue emitida por el periodista alemán Harbart, quien estimaba que Gladio era «una espada en manos de extremistas». Harbart explicó que «la investigación sobre el atentado de Munich condujo hasta el guardabosque de Baja Sajonia Heinz Lembke». Harbart está convencido de que el hecho de recurrir a las bombas y a la estrategia de la tensión no se limitó a Italia sino que llegó hasta la propia Alemania.

El bombazo de Munich es el más grave atentado que conoció Alemania después del fin de la Segunda Guerra Mundial. En la noche del 29 de septiembre de 1980, a las 22 horas 20 minutos, una bomba estalló en pleno centro de la popular Fiesta de la Cerveza. Como todos los años, miles de personas se habían reunido para participar en lo que muchos consideran el fin de semana más bello del año. La explosión mató a 13 personas e hirió a otras 213, muchas de gravedad. El hecho conmocionó a todo Munich y toda Alemania. La investigación policial mostró la responsabilidad de activistas de extrema derecha. Y condujo hasta varios grupúsculos neonazis entre los que se hallaba el «Wehrsportgruppe Hoffmann». Según la policía, un miembro de aquel grupo, un tal Gundolf Kohler, de 21 años, había puesto la bomba. Los expertos explicaron que el artefacto –una granada de mano metida dentro de un extintor– había sido concebido con gran habilidad y se llegó a dudar que Kohler hubiese logrado fabricar él solo una bomba tan compleja. Pero nunca fue interrogado porque murió en la explosión.

Ignaz Platzer, un participante en la fiesta que había perdido a sus dos hijos en la explosión, concedió en 1996 una entrevista al diario alemán Suddeutsche Zeitung y señaló que nunca se había realizado una investigación sobre la red de extrema derecha implicada en el atentado. «Ya hace varios años que usted viene pidiendo que se reabra el expediente. ¿Usted no cree que Gundolf Kohler haya sido el verdadero culpable?», le preguntó un periodista. «No. Hay demasiados elementos que tienden a probar lo contrario. ¿Por qué alguien que comete un acto de ese tipo portaría un pasaporte permitiendo así que se le identificara tan facilmente? ¿Por lo menos es seguro que no actuó solo», respondió el padre de las dos víctimas. «Hace tiempo que vengo luchando por descubrir quién se esconde detrás de todo eso. Pero he tenido que acostumbrame a la idea de que nunca recibiré una respuesta honesta.» El periodista le preguntó después: «¿Ha renunciado usted a pedir explicaciones?» A lo que Platzer respondió: «Entendí que insistir sólo me traería problemas.»

Esos problemas provienen quizás del hecho que la investigación sobre el atentado de Munich había seguido la pista de los arsenales de Lembke hasta el ejército stay-behind alemán, que a su vez implicaba a la mayor alianza militar del mundo –la OTAN– y a una de las dos superpotencias de la época –Estados Unidos. E incluso si Estados Unidos, la OTAN y el BND no hubiesen tenido nada que ver con el drama de Munich, el descubrimiento de un ejército secreto vinculado a los movimientos de extrema derecha no habría dejado de dar lugar a interrogantes extremadamente delicadas, como la del control de las instituciones democráticas sobre los combatientes secretos y sus depósitos de armas.

Sólo un día después del atentado de Munich, la policía alemana a cargo de la investigación ya había descubierto que Lembke había proporcionado equipamiento a los activistas de extrema derecha. «El señor Lembke nos mostró diferentes tipos de explosivos, detonadores, mechas lentas, explosivos plásticos y explosivos militares», confesó Raymund Hornle, miembro del Wehrsportgruppe Hoffmann, a los policías que lo interrogaban.
«Dijo que había numerosos escondites con ese tipo de material enterrado en los bosques y que él podía darnos mucho (…) El señor Lembke nos dijo que él entrenaba gente en el uso de los detonadores y explosivos.»
O sea, como demuestran los documentos de la policía, paralelamente al entrenamiento de los miembros del Gladio alemán, Lembke también proporcionaba apoyo a los terroristas de extrema derecha. «Helmuth Meyer me dijo que se podía obtener explosivos a través del señor Lembke», declaró la activista Sibylle Vorderbrugge después del atentado.
«Lembke nos mostró diferentes explosivos (…) nos dijo que había varios escondites de armas en los bosques.»
A pesar de aquellos testimonios, la policía no efectuó ninguna investigación para tratar de hallar los escondites de armas de Lembke, de forma tal que hubo que esperar un año hasta varios leñadores descubrieron accidentalmente uno de aquellos arsenales, lo cual hizo imposible seguir negando su existencia. Pero aún entonces, los investigadores tampoco relacionaron el atentado con los escondites de armas stay-behind.

El 25 de noviembre de 1981, el Dr. Daubler-Gmelin, del SPD, sacó a relucir el tema ante el Parlamento nacional –el Bundestag– al dirigirse al gobierno en los siguientes términos:
«¿Pueden ustedes revelarnos, a raíz del descubrimiento de estos escondites de armas y del arresto del señor Lembke, si actualmente se vislumbra una nueva pista sobre el atentado de Munich?»
La pregunta era pertinente. Pero la respuesta lo fue mucho menos. El secretario de Estado von Schoeler se limitó a contestar:
«No tienen nada que ver.»
Aquella versión oficial tenía como objetivo esconder toda relación con la organización Gladio ya que la existencia del ejército stay-behind tenía que mantenerse en secreto. También contradecía los testimonios de los militantes de extrema derecha interrogados por la policía. Inmediatamente después del descubrimiento de los escondites de armas hallados el 26 de octubre de 1981, la policía alemana registró el domicilio de Lembke y confiscó un cargador de pistola G3 y un juego de mechas lentas correspondiente a la fabricación de bombas. Pero el propio Lembke parecía intocable y no fue arrestado.

Nacido en 1937 en Stralsund, en el este de Alemania, Lembke había pasado un tiempo en la socialista RDA antes de huir al oeste a los 22 años y adquirir cierta celebridad en los círculos de extrema derecha. Se puso a la cabeza de la «Bund Vaterlandischer Jugend» o BVJ (Alianza de Jóvenes Patriotas). Como ideólogo de dicha organización concibió lemas tales como «Un alemán que piensa como judío merece que lo ahorquen». Al igual que el BDJ, declarado ilegal en 1952, la BVJ fue prohibida en 1962. Pero Lembke no renunció a sus convicciones de extrema derecha. En 1968 trató de aspirar a un escaño en el Parlamento regional de Baja Sajonia bajo la etiqueta del NPD. Pero renunció rápidamente a su carrera política para dedicarse al activismo y a la lucha contra los antifascistas alemanes, lo cual le valió ser enviado a los tribunales antes de que una jurisdicción superior lo declarara misteriosamente «no culpable».

No fue sino varias semanas después del descubrimiento de los escondites de armas que Lembke fue finalmente arrestado y encarcelado. Pero fue por otro motivo. Se le acusó de haberse negado a servir de testigo durante el juicio contra su amigo y colega el líder de extrema derecha Manfred Roder, del movimiento terrorista «Deutsche Aktionsgruppen». En la cárcel, Lembke cambió súbitamente de opinión y se declaró dispuesto a declarar sobre Roder, los escondites de armas y todo lo que sabía. Lembke precisó incluso que quería hablar únicamente con el fiscal que lo había interrogado inútilmente en el marco del caso Roder. Se aceptó aquella condición y el fiscal visitó inmediatamente a Lembke en su celda. Este comenzó finalmente a hablar y reveló la localización exacta de los 33 escondites de armas, de los que sólo algunos habían sido descubiertos hasta aquel momento. Lembke le dijo a su interlocutor que le diría al día siguiente quién se suponía que debía utilizar las armas y explosivos. Al día siguiente, el 1º de noviembre de 1981, Lembke apareció ahorcado con una cuerda amarrada al techo de su celda.

A la policía local se le retiró entonces el caso de Lembke, que fue entregado a las autoridades nacionales de Bonn. El ministro del Interior de Baja Sajonia, Mocklinghoff, calificó aquella maniobra judicial de «chanchullo policial». Un año más tarde, el 3 de diciembre de 1982, Bonn decidió cerrar la investigación sin haber relacionado los arsenales secretos con el atentado de Munich y declarando que el caso de Lembke era «un caso privado». En el informe final, los investigadores concluían que «no existe ningún indicio que permita deducir que Lembke tenía intención de perturbar el orden constitucional de la República de Alemania mediante atentados o asesinatos». El texto final se limitaba a reconocer que Lembke vivía probablemente con el temor de una invasión soviética contra la cual tenía intenciones de librar una “guerra de partisanos” y concluía que
«el material de combate fue reunido y enterrado por él a lo largo de años para realizar operaciones de resistencia conforme a la hipótesis de una invasión, a la que él temía».
Para sorpresa general, la corte concluyó finalmente «que las actividades de Lembke no representaban un peligro tan importante como se temió al principio. Sus esfuerzos no estaban en realidad dirigidos contra el orden actual del país.» Al mismo tiempo, el tribunal parece haber tomado conciencia de la estrategia stay-behind al declarar que Lembke había realizado una operación «Werwolf». Aquel término hacía referencia a las redes de tipo stay-behind que los nazis habían dejado tras ellos en numerosos países al final de la Segunda Guerra Mundial. Aquellas redes también disponían de sus propios escondites secretos de armas. El Werwolf, criatura del folklore germánico, es un ser humano que se transforma en un lobo sanguinario que ataca y mata a las personas hasta que sale el sol. La corte descubrió que
«el guardabosque había emprendido además preparativos en caso de que los comunistas llegasen al poder, para que el “Werwolf” pudiese entonces despertarse».
Ya muerto, durante su detención y en las condiciones anteriormente mencionadas, Lembke no pudo comentar aquellas conclusiones. Muchos de sus camaradas de extrema derecha fueron condenados a pagar módicas multas. Entre toda la cantidad de armas halladas en los arsenales subterráneos, sólo se aclaró el origen de 3 de ellas. Provenían de una firma privada que equipaba al ejército alemán y a la OTAN.

El diputado verde Manfred Such.

Como resultado de las conexiones con la extrema derecha y las presuntas implicaciones con el atentado de Munich, Alemania enfrentó muchas dificultades para investigar y aclarar su propia historia en materia de stay-behind. El 5 de noviembre de 1990, Manfred Such, diputado de Los Verdes, presentó al gobierno de Helmut Kohl un pedido oficial sobre las sospechas de que existían estructuras del tipo Gladio en Alemania. El vocero del gobierno alemán, Hans Klein, provocó estupor y cólera entre los parlamentarios al declarar que «el Gladio alemán no era, como se ha dicho, un comando secreto o una unidad de guerrilla» y al agregar que no podía entrar en detalles por razones de confidencialidad.

La declaración de Klein provocó una ola de protestas en las filas de los socialdemócratas y Los Verdes de la oposición. El diputado Hermann Scheer, experto del SPD en temas de defensa, comparó la misteriosa red de extrema derecha con una especie de «Ku-Klux-Klan», más destinado a la realización de acciones antidemocráticas en tiempo de paz que a actuar en caso de invasión soviética. Con vista a aclarar completamente los hechos, Scheer demandó la inmediata apertura de una profunda investigación judicial al más alto nivel de la jerarquía del ejército de la sombra de la OTAN ya que
«la existencia de una organización militar armada y secreta que actúa fuera de todo control gubernamental es totalmente contraria a la ley fundamental y cae, por lo tanto, en el ámbito de la justicia penal».
Scheer insistía en que era urgente que se realizara una investigación «antes de que alguien pueda hacer desaparecer las pruebas»

Las voces del SPD que exigían la apertura de una profunda investigación enmudecieron de inmediato cuando se reveló que sus ministros también habían participado en la conspiración. Ante la cercanía de las elecciones, los socialdemócratas veían con temor el resultado de posibles investigaciones y sólo el partido de Los Verdes, fundado en 1980, persistió en exigir aclaraciones ya que, al no haber participado nunca antes en el gobierno, no podía estar implicado en el asunto. Así que el pedido de Los Verdes de que se discutiese en el Parlamento el tema del stay-behind y sus posibles vínculos con el terrorismo fue rechazado por la alianza CDU/CSU-FDP-SPD, que temía un escándalo de gran envergadura y que decidió por lo tanto, el 22 de noviembre de 1990, que la cuestión se abordaría a puertas cerradas en el seno de la PKK (Parlamentarische Kontrollkommission), la Comisión Parlamentaria de Control, obligada a mantener sus debates en secreto. Fue en ese marco que Volker Fortsch, el último director stay-behind del BND, informó que las unidades secretas iban a ser desmanteladas. Los Verdes, que no estaban representados en aquella importante comisión encargada de controlar las acciones del BND, arremetieron contra ella declarando que todo el mundo sabía perfectamente que la comisión acostumbraba a «cubrir más que aclarar». Cuando algunos periodistas trataron de obtener más información interrogando a Eberhard Blum, el ayudante de Gehlen y director del BND entre 1983 y 1985, este respondió:
«¿Gladio? Nunca hubo tal cosa en Alemania.»
Los Verdes no se dieron por vencidos y presentaron una nueva moción el 29 de noviembre. «A finales del mes de octubre, el actual primer ministro italiano Giulio Andreotti confirmó en un informe al Parlamento la existencia en el seno de la OTAN de un servicio confidencial, conocido bajo el código de Gladio», comenzaba la moción, que contenía además la siguiente interrogante:
«¿Operó en Alemania una organización supranacional de ese tipo vinculada a la OTAN?»
El Dr. Lutz Stavenhaguen, miembro del gobierno de Helmut Kohl y responsable del servicio de inteligencia BND respondió con un breve y categórico «No».

Los Verdes también querían saber:
«¿Cuáles son la naturaleza y el contenido exacto de los acuerdos que el gobierno alemán concluyó en el momento de su adhesión a la OTAN o como consecuencia de ella y que autorizan las acciones de tales organizaciones?»
Nueva negativa de Stavenhaguen: «El gobierno alemán no ha concluido ningún acuerdo de ese tipo».

Los diputados le preguntaron entonces:
«¿Cuál es la naturaleza exacta de las relaciones que ha mantenido o que mantiene la OTAN con ese servicio secreto que operó en Alemania y/o en otros países de la OTAN?».
Respuesta de Stavenhaguen: «Dada la respuesta a la primera pregunta, esta otra es inútil.»

Los Verdes acabaron por preguntar:
«Estará dispuesto el gobierno a informar detalladamente y por propia iniciativa a esta asamblea en cuanto disponga de información pertinente? Y si no lo está, ¿por qué?»
Respuesta: «Sólo será posible responder a esta pregunta cuando esos documentos estén disponibles. La respuesta depende, en efecto, de las condiciones que rodeen la obtención de esos documentos.»

Los Verdes estaban furiosos pero nada podían hacer. El gobierno del canciller cristianodemócrata Helmut Kohl, en funciones desde 1982, había preferido responder con una serie de mentiras antes que poner en peligro sus posibilidades en las primeras elecciones nacionales de la Alemania reunificada, que tendrían lugar el 2 de diciembre de 1990 con la victoria de Kohl.

Inmediatamente después de aquellas elecciones, el lunes 3 de diciembre de 1990, Lutz Stavenhaguen envió a todos los medios de difusión un fax titulado: «Informe del Gobierno sobre la organización Stay-behind del BND». Contradiciendo sus declaraciones anteriores, aquel informe confirmaba que una red secreta stay-behind vinculada a la OTAN había existido en Alemania:
«las unidades constituidas en territorio alemán hasta 1955 por los servicios secretos aliados con vista a recoger información y organizar operaciones de evacuación están bajo control del BND desde 1956.»
El gobierno confirmaba también que el ejército secreto se mantenía activo, aunque precisaba que el 22 de noviembre se había informado a la Comisión Parlamentaria de Control de los detalles importantes:
«En este momento 104 personas colaboran con el BND en el marco de la operación stay-behind.»
El informe concluía:
«Teniendo en cuenta la evolución de la situación política mundial, el BND comenzó desde el verano de 1990 a estudiar el desmantelamiento de la organización stay-behind. En base a acuerdos concluidos con los socios aliados, ese desmantelamiento comenzara hacia abril de 1991.»
Mientras el BND garantizaba al público que el ejército secreto había sido disuelto y que los arsenales clandestinos en el país habían sido desmantelados, el tema volvió a salir a la palestra el 17 de agosto de 1995. Aquel día, Peter Naumann, un neonazi de 43 años con conocimientos de química y experto en explosivos guiaba, ante las cámaras, a un grupo de atónitos policías hasta el emplazamiento de no menos de 13 escondites que, según sus declaraciones, él mismo había preparado en Baja Sajonia y en Hesse durante los últimos 17 años. En aquellos depósitos había armas, municiones y unos 200 kilogramos de explosivos. Naumann confesó a los policías que era amigo de Lembke y que la mayoría de aquellas armas y explosivos venían de las reservas de este último.

Resulta sorprendente comprobar que, a pesar de la presencia de terroristas neonazis en sus filas y de su supuesta implicación en atentados terroristas de extrema derecha, el ejército secreto alemán no fue objeto de ninguna investigación parlamentaria, con excepción de un informe oficial bastante detallado.

«En materia de transparencia democrática, Alemania clasifica en el último lugar entre todos los países europeos», concluyó el periodista investigador Leo Muller en un breve libro publicado en los primeros tiempos del escándalo sobre el Gladio. Aunque otros periodistas, como Ulrich Stoll, reportero de la ZDF, investigaron sobre el Gladio en Alemania, el tema está lejos de estar agotado. Cuando se tuvo acceso a informes desclasificados de la Stasi, en 2002, Stoll declaró: «Las investigaciones sobre el Gladio pueden reanudarse.»

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 15 del libro Les Armées secrètes de l’OTAN
© Publicado en francés por Editions Demi-lune (2007).


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