Usamos cookies para brindar un mejor servicio. OK Más información

.- Ejércitos Secretos de la OTAN - II


Estados Unidos organizó en Europa atentados falsamente atribuidos a la izquierda para desacreditarla ante los electores


Gladio: Fue una red clandestina que operó en Europa durante la Guerra Fría bajo la dirección de la OTAN, la CIA y el MI6. La operación tuvo como objetivo desacreditar y desplazar del panorama político a movimientos disidentes. Fue desmantelada a comienzos de la década de 1990, aunque no se puede asegurar que los Ejércitos Secretos de la OTAN han sido disueltos. La OTAN nunca ha reconocido oficialmente la red; sin embargo, su existencia está fuera de toda duda…

Tomado de la Red Voltaire, del libro "Les Armées Secrètes de l’OTAN", de Daniele Ganser

La Red Voltaire emprende la publicación seriada de la obra de referencia sobre la actividad de los servicios secretos de la OTAN desde la creación de la alianza atlántica hasta los años 1990. A pesar de ser un trabajo de historiador, esta investigación sobre Gladio es mucho más que un simple tema histórico ya que está íntimamente ligada a nuestra vida diaria. Esa estructura secreta sigue estando activa y los Estados europeos se mantienen aún bajo el tutelaje anglosajón, como lo demuestran las investigaciones parlamentarias sobre los secuestros perpetrados por la CIA desde el año 2001. La comprensión de la política en Europa se hace imposible sin un conocimiento preciso de las redes «Stay-Behind». La primera entrega relata el descubrimiento de Gladio por parte de los magistrados italianos a finales de los años 80.

Daniele Ganser, profesor de historia en la universidad de Basilea (Suiza), presidente de ASPO-Suiza y especialista en relaciones internacionales contemporáneas, ha publicado un libro de referencia sobre «Los ejércitos secretos de la OTAN». Según afirma, a lo largo de 50 años, Estados Unidos organizó en Europa atentados falsamente atribuidos a la izquierda y a la extrema izquierda para desacreditarlas ante los electores. Esa estrategia perdura hoy en día como medio de propiciar el miedo hacia el Islam y de justificar guerras por el petróleo. Sus trabajos acerca de las redes Gladio en Europa y de los ejércitos secretos de la OTAN ligados a los neonazis y otros movimientos fascistas le valieron un gran reconocimiento académico.


Por Daniele Ganser
Red Voltaire


Los ejércitos secretos de la OTAN (I)/Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio…
Los ejércitos secretos de la OTAN (II)/Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…
Los ejércitos secretos de la OTAN (III)/Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando

***

Los ejércitos secretos de la OTAN (IV)/Las cloacas de Su Majestad/por Daniele Ganser
Los ejércitos secretos de la OTAN (V)/La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington
Los ejércitos secretos de la OTAN (VI)/La guerra secreta en Italia

***

Los ejércitos secretos de la OTAN (VII)/La guerra secreta en Francia
Los ejércitos secretos de la OTAN (VIII)/La guerra secreta en España
Los ejércitos secretos de la OTAN (IX)/La guerra secreta en Portugal

***

Los ejércitos secretos de la OTAN (X)/La guerra secreta en Bélgica
Los ejércitos secretos de la OTAN (XI)/La guerra secreta en los Países Bajos
Los ejércitos secretos de la OTAN (XII)/La guerra secreta en Luxemburgo

***

Los ejércitos secretos de la OTAN (XIII)/La guerra secreta en Dinamarca
Los ejércitos secretos de la OTAN (XIV)/La guerra secreta en Noruega
Los ejércitos secretos de la OTAN (XV)/La guerra secreta en Alemania



***

Pestaña presente «Los Ejércitos Secretos de la OTAN - II»

Los ejércitos secretos de la OTAN (XVI)/La guerra secreta en Grecia

***

.- Los ejércitos secretos de la OTAN: Operación Gladio - Primera Parte
.- Los ejércitos secretos de la OTAN: los crímenes de Estado - Segunda Parte

***

.- Gladio: por qué niegan la guerra clandestina - Tercera Parte
.- Gladio: alianza militar y clandestina - Cuarta Parte

***

.- La revelación de la existencia de los ejércitos secretos de la OTAN - Quinta Parte
.- Gladio: la operación de silenciamiento - Sexta Parte

***

.- Los ejércitos secretos de la OTAN - Séptima Parte
.- Gladio: las alcantarillas de su majestad - Octava Parte



LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN (XVI)
La guerra secreta en Grecia/por Daniele Ganser

En 1967, Estados Unidos no vaciló en orquestar el derrocamiento del gobierno legítimo y mayoritario de Grecia por una camarilla militar extremadamente minoritaria para mantener así el orden liberal. Pero el objetivo de Estados Unidos no era impedir que Grecia pasara a la órbita soviética sino conservar el control de los Balcanes. Y con tal de alcanzar ese fin organizó un golpe de Estado que dice mucho sobre lo que Washington entiende por «democracia».

RED VOLTAIRE | BASILEA (SUIZA) | 23 DE AGOSTO DE 2014

Este artículo es la continuación de:

1. «Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia del Gladio…»
2. «Cuando se descubrió el Gladio en los Estados europeos…»
3. «Gladio: Por qué la OTAN, la CIA y el MI6 siguen negando»
4. «Las cloacas de Su Majestad»
5. «La guerra secreta, principal actividad de la política exterior de Washington»
6. «La guerra secreta en Italia»
7. «La guerra secreta en Francia»
8. «La guerra secreta en España»
9. «La guerra secreta en Portugal»
10. «La guerra secreta en Bélgica»
11. «La guerra secreta en los Países Bajos»
12. «La guerra secreta en Luxemburgo»
13. «La guerra secreta en Dinamarca»
14. «La guerra secreta en Noruega»
15. «La guerra secreta en Alemania»

El rey Constantino II y la junta militar griega durante el golpe de Estado de 1967

Bajo las órdenes del dictador fascista Benito Mussolini, las tropas italianas trataron de invadir Grecia en 1940. Pero fueron rechazadas por un masivo movimiento de resistencia popular. Al año siguiente, Hitler, descontento por la derrota del Duce, decidió enviar sus propios soldados. Estos últimos conquistaron Grecia y la pusieron bajo el control de las potencias del Eje. Pero los griegos no habían depuesto las armas y, durante todo el tiempo que duró la guerra, el ejército alemán, obligado a luchar contra una resistencia encarnizada, tuvo muchas dificultades en conservar el control del país.

En Grecia, al igual que en Italia y Francia, los movimientos de resistencia contra la ocupación fascista estaban dominados por la presencia de los comunistas. El Ejército Popular de Liberación (ELAS, siglas en griego) se había fundado por iniciativa del Partido Comunista Griego (KKE) unos meses después de la invasión alemana. En sus filas combatían partisanos provenientes de todas las sensibilidades de izquierda, mujeres y también eclesiásticos, entre los que se hallaban incluso algunos arzobispos. Los comunistas dominaban también el EAM, ala política del ELAS. De los 7 millones de habitantes que contaba Grecia en aquella época, 2 millones eran miembros del EAM y 50,000 eran combatientes activos del ELAS.

El ELAS era el enemigo número 1 de los nazis y su objetivo era, ante todo, recuperar el control del país. En la realización de sus operaciones el ELAS contaba con el respaldo del SOE (Special Operations Executive) británico cuyos oficiales aportaban sus consejos a los miembros de la resistencia griega en el terreno y les proporcionaban armas y municiones. Numerosas amistades surgieron en aquel entonces entre los combatientes del ELAS y los agentes de enlace del SOE. Pero los hermanos tuvieron que separarse bruscamente cuando el primer ministro británico Winston Churchill decidió, en marzo de 1943, suspender el respaldo al ELAS por temor a que, después de la derrota del Eje, Grecia quedara bajo el control de los comunistas. En octubre de 1943, Churchill envió secretamente su ministro de Relaciones Exteriores, Anthony Eden, a ver a Stalin para concluir el reparto de los Balcanes. El acuerdo, sellado en Yalta, dejaba el campo libre en Grecia a estadounidenses y británicos y preveía que Rumania y Bulgaria quedaran bajo control de los soviéticos.

Para reducir la influencia de los comunistas y de los socialistas griegos, Londres preveía reinstalar en el poder al ex rey de Grecia, quien dirigiría el país con ayuda de un gobierno conservador. Una directiva del Foreign Office, el ministerio británico de Relaciones Exteriores, emitida el 20 de marzo de 1943 mencionando aquel cambio, precisa que «el SOE debería volverse sistemáticamente hacia los grupos dispuestos a respaldar al rey y al gobierno y hacer que los movimientos antimonárquicos entiendan bien que el rey goza del respaldo del gobierno de Su Majestad.»

Pero el soberano no era precisamente popular en Grecia, esencialmente porque había optado por la colaboración con el dictador fascista Metaxas. Bajo la inspiración de Hitler y de Mussolini, Metaxas había instaurado, a finales de los años 1930, el saludo fascista –brazo derecho extendido hacia delante– y una policía secreta particularmente brutal. A pesar de ello, Londres proseguía su política de respaldo a los conservadores y, en octubre de 1943, el Foreign Office llegó a considerar «una verdadera política tendiente a atacar y debilitar al EAM con todos los medios disponibles», estrategia que finalmente fue abandonada porque fue juzgada como «susceptible de comprometer las posibilidades de logros en el plano militar y de resultar contraproducente al fortalecer la legitimidad política del EAM».

George Grivas

El cambio de actitud de los británicos fue una verdadera sorpresa para los miembros del ELAS, quienes se convirtieron a partir de entonces en blanco de verdaderas cacerías humanas por parte de ex colaboradores pronazis y de las unidades especiales de la extrema derecha respaldadas por los británicos –como los Grupos X del soldado chipriota George Grivas-. Churchill, quien observaba el terreno a distancia, notó sin embargo que los Grupos X, incapaces de lograr la incorporación popular, no llegaban a más de 600 miembros mientras que el ELAS seguía siendo la principal fuerza de guerrilla en el país.

Fue en ese contexto que el primer ministro británico decidió, a fines de 1944, tomar medidas adicionales para impedir que los comunistas griegos llegasen al poder. Ordenó entonces la creación en Grecia de un nuevo ejército secreto de extrema derecha. Como escribió el periodista Peter Murtagh: «dentro del ejército griego se creó una nueva unidad a la que se llamó Brigada Montañesa Griega, Fuerza de Intervención Helénica o LOK, según su acrónimo en griego (Lochos Oreinon Katadromon)». Concebida como un arma contra comunistas y socialistas, aquella unidad estaba vedada a «todos aquellos cuya sensibilidad política oscilaba entre el conservadurismo moderado y la verdadera izquierda. Bajo la supervisión de los oficiales británicos que aplicaban las órdenes expresas de Churchill, la unidad se creó con monárquicos y antirrepublicanos.»

Alexandre Papagos

El mariscal Alexandre Papagos fue seleccionado para ser el primer director de la LOK y, con el apoyo de los británicos, comenzó a reclutar militantes de extrema derecha y a combatir contra el ELAS. Mientras este Ejército de Liberación Popular se veía obligado a luchar simultáneamente contra el ocupante nazi y también contra la Fuerza de Intervención Helénica, Churchill temía el escándalo que podía estallar si la población británica llegaba a saber que Londres estaba apoyando en secreto a los fascistas que luchaban contra los comunistas griegos. En agosto de 1944, Churchill ordenó por lo tanto a la BBC no hacer «ninguna mención de ningún tipo» del ELAS cuando se hablara de la liberación de Grecia. Pero, semanas más tarde, la resistencia griega logró finalmente vencer al ocupante alemán y Hitler se vio obligado a retirar sus tropas del país. Winston Churchill exigió de inmediato que la resistencia entregara las armas, cosa que el ELAS estaba dispuesto a aceptar a condición de que su último enemigo –la LOK– hiciese lo mismo.

La masacre de la Plaza Syntagma

Al negarse Gran Bretaña a que el ejército secreto entregara sus armas, el EAM organizó en Atenas una gran manifestación democrática para denunciar la injerencia británica en los asuntos políticos de la Grecia de postguerra. La manifestación tuvo lugar el 3 de diciembre de 1944, o sea apenas 6 semanas después de la retirada de las tropas alemanas de ocupación. Los organizadores de la manifestación habían dejado bien en claro su intención de oponerse a los británicos por medios pacíficos ya que la marcha debía dar paso al inicio de una huelga general. Poco después de las 11 de la mañana, un grupo de entre 200 y 600 manifestantes avanzó hacia la Plaza Syntagma, frente a la sede del Parlamento. Al pequeño grupo, que se componía en parte de mujeres y niños reunidos en un ambiente festivo, debía unirse una multitud de 60,000 personas que se había retrasado por causa de una serie de barreras policiales. En momentos en que unos pocos cientos de personas avanzaban hacia la plaza surgió a su paso una hilera de hombres armados conformada por policías y milicianos, entre los que se hallaban al parecer miembros de la LOK. Soldados británicos y policías armados con metralletas habían tomado posiciones sobre los techos de los edificios vecinos. La tensión era evidente.

Se dio orden de «dispararle a esos sarnosos» y la manifestación pacífica se convirtió de pronto en un baño de sangre. Una lluvia de balas cayó sobre los manifestantes, que se dispersaron en todas direcciones. Según testigos, la balacera duró cerca de una hora. Murieron 25 manifestantes, entre ellos un niño de 6 años, y 148 resultaron heridos. Minutos después llegó al lugar el cortejo principal. En una sorprendente muestra de serenidad, los 60,000 manifestantes se reunieron solemnemente alrededor de los cuerpos de sus compañeros asesinados. Las pancartas, empapadas con la sangre de los muertos, exigían el fin de la injerencia británica en los asuntos de Grecia. Numerosos manifestantes agitaban banderas griegas y estadounidenses, otros enarbolaban la bandera roja del socialismo. Raros eran los que aún levantaban la bandera británica.

En Londres, Churchill tuvo que enfrentar la cólera de la Cámara de los Comunes, que exigía explicaciones sobre las atrocidades cometidas en Atenas. Aunque reconoció que los hechos eran «chocantes», el primer ministro británico calificó de estúpida la decisión de llevar tantos niños a un desfile en una ciudad llena de hombres armados. Nunca se investigó el papel del ejército secreto de la extrema derecha en la masacre de la Plaza Syntagma.

Después de aquella demostración de fuerza, los británicos restauraron la monarquía en Grecia y lograron que el ELAS entregara las armas a cambio de una promesa de elecciones nacionales democráticas, que se realizaron en marzo de 1946. Al tomar el Partido Comunista Griego y la centroizquierda la desacertada decisión de boicotear las elecciones, como protesta contra la ocupación británica de su país, la derecha obtuvo una incuestionable victoria. El país vivió a partir de entonces bajo una sucesión de gobiernos títeres de derecha a las órdenes de Londres. Convencido de que Grecia caería fatalmente bajo la autoridad brutal de Stalin si la izquierda griega llegaba al poder, el gobierno siguió ordenando el arresto de los miembros del EAM, muchos de los cuales fueron torturados en los campos de prisioneros de triste recordación, que se construyeron en las islas griegas.

En 1945, la mayoría de los Estados celebraron el fin de la Segunda Guerra Mundial y, para evitar la repetición de aquel trágico conflicto, fundaron la Organización de Naciones Unidas. Pero en Grecia proseguía la lucha y se inició la guerra fría. A fuerza de frustración, una fracción de la izquierda griega decidió retomar las armas y, en el otoño de 1946, emprendió una guerra civil contra los británicos y la derecha local. Extenuado por la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido ya no era capaz de garantizar el control de Grecia y a principios de 1947 pidió por lo tanto ayuda a Estados Unidos. El especialista de la CIA William Blum cuenta que «los responsables de Washington sabían perfectamente que su nuevo “gobierno-cliente” era tan venal y negligente en materia de derechos humanos que hasta los más fervientes anticomunistas estadounidenses estaban escandalizados».

Sin embargo, como la Yugoslavia comunista proporcionaba armas a la izquierda griega y dado que Grecia parecía a punto de caer en el comunismo, el presidente Truman logró, exponiendo su famosa doctrina, convencer al Congreso de que era necesario intervenir en Grecia de forma oficial. Grecia se convirtió así en el primer país invadido por Estados Unidos en el marco de su política de lucha mundial contra el comunismo. Durante las siguientes décadas, Washington utilizó el ejemplo griego para justificar sus invasiones declaradas o clandestinas en Corea, Guatemala, Irán, Cuba, Cambodia, Panamá y en tantos otros países.

En una singular pirueta ideológica, Truman calificó al corrupto gobierno conservador de Atenas de «democrático» y convirtió a sus opositores de izquierda en «terroristas» mientras las tropas estadounidenses desembarcaban en Grecia con armamento pesado. Junto a la Fuerza de Intervención Helénica (LOK) y las demás unidades paramilitares locales, las tropas estadounidenses disponían de efectivos 6 veces más numerosos que los alrededor de 20,000 hombres y mujeres que habían buscado refugio en las montañas griegas.

Cuando Stalin comprendió, en 1948, que la guerra civil en Grecia podía provocar un enfrentamiento entre las dos superpotencias, Yugoslavia fue excluida del bloque soviético y el envío de armas a los partisanos griegos comenzó a disminuir. La situación de los partisanos se agravó aún más a medida que la LOK, ya para entonces bajo control estadounidense, se veía cada vez mejor equipada y ganaba poderío. Secretamente, Estados Unidos emprendió entonces la Operación «Torch» [Nombre derivado del verbo inglés «to torch» que significa «incendiar»], durante la cual miles de litros de napalm fueron lanzados sobre las montañas griegas. A finales de 1948, la resistencia griega que había vencido en su propio terreno a los nazis y, posteriormente, a las tropas británicas, finalmente se inclinó. «La guerra civil terminó en una victoria total de la derecha griega y de su protector estadounidense.»

Konstantin Dovas

El ejército secreto anticomunista LOK no fue desmantelado al final de la guerra civil sino que se mantuvo operativo para controlar a la oposición griega. Cuando Grecia se incorporó a la OTAN, en 1952, «se había convertido en un aliado perfecto, cliente de confianza de Estados Unidos. Era ferozmente anticomunista y estaba muy bien integrada al sistema de la OTAN». De forma clandestina, la CIA y el ejército griego dirigían, entrenaban y equipaban conjuntamente la LOK, que seguía bajo las órdenes del mariscal Alexandre Papagos. El ejército secreto anticomunista era para la CIA una herramienta de primer orden para influir en la vida política del país. La cooperación clandestina entre los servicios secretos estadounidenses, el ejército y el gobierno griego fue confirmada en una serie de documentos confidenciales de cuya existencia no supo la población griega hasta que se produjeron las revelaciones de 1990. Entre aquellos documentos había uno sobre el ejército secreto griego, con fecha del 25 de marzo de 1955 y firmado por el general Truscott, a nombre de la CIA; Konstantin Dovas, jefe del estado mayor del ejército griego; y el primer ministro de Grecia, Alexandre Papagos. El 3 de mayo de 1960, los firmantes confirmaron nuevamente sus compromisos sobre el ejército secreto.

Según el periodista Peter Murtagh, la CIA había hecho de la LOK un programa prioritario en Grecia. «A mediados de los años 1950, la CIA ayudaba al financiamiento y aprovisionamiento de la Fuerza de Intervención [Helénica] e incluso la reestructuró minuciosamente siguiendo el modelo de las unidades de élite estadounidenses y británicas, Delta Force y Special Air Service o SAS. Bajo el mando de la CIA, los miembros de la Fuerza de Intervención recibieron boinas verdes mucho antes de que se creara la unidad [estadounidense] que llevaría ese nombre.»

Al igual que en todos los demás países de Europa Occidental, las relaciones entre los combatientes locales y las fuerzas especiales británicas y estadounidenses eran muy cordiales. Después de seguir un entrenamiento especial en el extranjero, los oficiales griegos se sentían especialmente orgullosos de ser seleccionados para ser miembros de la unidad especial. Murtagh precisa con toda razón que, a través de la CIA, el ejército secreto griego estaba vinculado también a la OTAN y a su comité director stay-behind, el ACC de Bruselas. «La Fuerza de Intervención se convirtió en la rama griega de la red paneuropea de guerrillas creada por la OTAN y la CIA en los años 1950 y controlada desde el cuartel general de la OTAN, en Bruselas, por el ACC, el Comité de Coordinación Aliado [siglas en inglés].»

Paralelamente a su misión de control interno, la LOK fue entrenada también para la función stay-behind clásica. «La red estaba especialmente concebida para actuar como una fuerza “stay-behind” después de la invasión de Europa por parte de los soviéticos. Coordinaría las acciones de guerrilla realizadas en los diferentes países ocupados y garantizaría el enlace con los gobiernos en el exilio. Debía incluir a los agentes de las policías secretas y de los servicios de inteligencia de los países conquistados así como voluntarios civiles. La rama griega de ese programa era llamada también “Operación Sheepskin” [piel del cordero].»

Creada por los británicos desde 1944, la LOK es el más antiguo de todos los ejércitos secretos stay-behind activos en Europa durante la guerra fría.

La existencia del ejército secreto ya había sido revelada en 1987 por el ex agente de la CIA Philip Agee en su libro Dirty Work: The CIA in Western Europe, que le valió a su autor muy duras críticas de parte de la propia CIA y del Pentágono. Sus preocupaciones éticas llevaron a Agee, quien había trabajado para la CIA en Latinoamérica durante los años 1950, a abandonar la agencia estadounidense en 1969 y a dedicarse a partir de entonces a denunciar las operaciones terroristas y las violaciones de los derechos humanos perpetradas por la CIA en numerosos países, revelando el contenido de aquellas operaciones e incluso los nombres de los agentes implicados. Varios años antes de que estallara en Italia el escándalo del Gladio, Agee reveló que «grupos paramilitares dirigidos por agentes de la CIA habían actuado en Europa durante los años 1960». Y ya entonces subrayaba que «de todas las actividades de la CIA, ninguna otra estaba tan directamente vinculada al desarrollo de un potencial de subversión interna».

Según Agee, el papel de la CIA en Grecia fue verdaderamente decisivo. «El agente greco-estadounidense que trabajaba para la CIA reclutó varios grupos de ciudadanos para conformar lo que la CIA llamaba “un núcleo destinado a constituir un verdadero ejército de ciudadanos para contrarrestar la amenaza de un golpe de Estado de la izquierda”. Cada uno de los grupos así creados era entrenado y equipado para operar como una unidad de guerrilleros autónomos, capaces de movilizar hombres y de realizar acciones de guerrilla sin necesidad de más que de una muy ligera, incluso ninguna, supervisión externa.»

El control del ejército secreto quedaba en manos de la CIA y de unos pocos oficiales griegos que gozaban de la confianza de los servicios secretos estadounidenses. «A los miembros de cada uno de esos grupos la CIA les enseñaba procedimientos militares. Según la información disponible, la mayor parte de esas unidades paramilitares se entrenaban en dos campamentos: uno situado en los alrededores de Volos y el segundo cerca del Monte Olimpo. Después de recibir una formación básica, las unidades salían a entrenarse en zonas de difícil acceso del [Monte] Pindo y en las montañas cerca de Florina.»

Al igual que todos los ejércitos secretos que la CIA dirigía en Europa Occidental, aquellas unidades disponían de armamento ligero almacenado en escondites de armas. «Esos grupos de partisanos estaban equipados con armas automáticas y morteros ligeros. Las armas estaban almacenadas en diferentes lugares. La mayor parte del material militar estaba escondido bajo tierra y en cuevas. Cada miembro de los grupos paramilitares conocía el emplazamiento de esos arsenales clandestinos para poder ir allí sin necesidad de recibir instrucciones de sus superiores.»

Debido al gran número de personas implicadas, varios círculos tenían que conocer el secreto, lo cual hacia más difícil mantener la confidencialidad alrededor del ejército stay-behind y de sus vínculos con la CIA. «Se hizo cada vez más difícil mantener el proyecto en secreto. Un agente de la CIA calificó la situación de “pesadilla”», contó Agee antes de agregar: «Que yo sepa, nunca se desmanteló el grupo paramilitar. A los ojos de los altos responsables de la CIA, los grupos que se hallan bajo el mando de la rama paramilitar son como un “seguro” a largo plazo para los intereses de Estados Unidos en Grecia, pueden ser utilizados para apoyar o para dirigir el posible derrocamiento de un gobierno “antipático”. Por supuesto, “antipático” desde el punto de vista de la estrategia estadounidense de manipulación.»

La CIA invirtió millones de dólares en el ejército secreto griego y construyó un verdadero complejo de refugios y de centros de entrenamiento en las cercanías del Monte Olimpo en el noreste del país, donde instructores de la CIA entrenaban a los miembros de la LOK en esquí, salto en paracaídas y buceo. Se crearon unos 800 escondites de armas en todo el territorio griego y se estima que los efectivos del ejército secreto llegaron a ser cerca de 1,500 hombres que, en caso de necesidad, podían reclutar 2,000 más, llevando así el total de esos soldados de élite a cerca de 3,500.

Thomas Karamessines

El agente greco-estadounidense de la CIA que Agee menciona y que tuvo un papel central en la creación y dirección del ejército secreto griego era Thomas Karamessines. Al igual que buena parte de sus colegas de la agencia, Karamessines había trabajado para los servicios secretos estadounidenses conocidos como OSS (Office of Strategic Services) durante la Segunda Guerra Mundial. Su anticomunismo radical y sus raíces griegas le valieron ser enviado a la embajada de Estados Unidos en Atenas en enero de 1946, oficialmente como agregado militar. Durante la guerra civil estableció contactos con responsables de la seguridad británicos y griegos y con miembros de la Fuerza de Intervención Helénica. Al ser creada la CIA, en 1947, para reemplazar la OSS, Karamessines instaló el cuartel general de la agencia en el quinto piso del Tamion Building, que da a la Plaza Syntagma. En unos años, la estación de la CIA llegó a contar un centenar de agentes, en su mayoría greco-estadounidenses como Karamessines. Atenas se convirtió entonces en base de retaguardia de las actividades de la CIA en la península balcánica y en el Medio Oriente, incluyendo Irán.

Como participante activo en las operaciones especiales y en la creación de los ejércitos anticomunistas de la CIA, Karamessines fue trasladado a Roma en 1958. Allí, como jefe de la estación CIA, dirigió el Gladio italiano y la lucha contra los comunistas locales. En 1962, tuvo que abandonar Italia como resultado de rumores que lo vinculaban a la muerte del industrial y presidente del ENI [Ente Nazionale Idrocarburi, que era en aquella época una empresa estatal italiana] Enrico Mattei, ocurrida en extrañas circunstancias.

De regreso a Estados Unidos, el soldado de la sombra Karamessines pasó a encabezar el departamento de operaciones especiales de la CIA como director adjunto de Planes. Y al parecer actuó incluso en territorio estadounidense ya que a raíz del asesinato del presidente Kennedy, en 1963, Karamessines fue acusado de haber hecho desaparecer ciertos indicios y de haber destruido documentos comprometedores.

Karamessines se ocupó de que la CIA no sólo financiara sino de que también controlara el servicio de inteligencia militar KYP, a pesar de que este solía recurrir a la tortura. «Gracias a nuestros objetivos comunes, y por supuesto al dinero que nosotros proporcionábamos, colaborar con ellos era bastante fácil», recuerda un ex agente de la CIA que había estado estacionado en Grecia. «Los hombres del KYP se las arreglaban bastante bien para hacer hablar a los comunistas y a todo el que flirteaba con los soviéticos.»

Los agentes griegos grababan las comunicaciones radiales de los búlgaros y los rumanos y enviaban las cintas grabadas a Estados Unidos, donde las descifraban los expertos de la NSA. Espiando a la oposición griega, el KYP y la CIA reunieron no menos de 15 toneladas de datos y elaboraron 16.5 millones de expedientes sobre los ciudadanos griegos clasificados como amenaza para el Estado. Cuando el almacenamiento de aquellos archivos comenzó a convertirse en un serio problema, la CIA proporcionó al KYP un sistema informático. Ironía de la historia, la primera democracia moderna –Estados Unidos– regaló a la primera democracia de la Antigüedad –Grecia– los primeros ordenadores destinados al control de la población. El jefe del KYP se mostró particularmente entusiasta ante aquella nueva máquina. Posando con orgullo junto al imponente aparato, declaró: «Los griegos pueden dormir tranquilos porque esta maravilla de la tecnología americana nunca duerme.» Para demostrar la eficacia del sistema, presionó un botón marcado «enemigo del país»… y la máquina le entregó el expediente personal de un periodista presente en la ceremonia, poniendo en una embarazosa situación a los agentes del KYP.

Con la izquierda y los comunistas griegos bajo control de la CIA y de la oligarquía local, a través de la LOK y del KYP, la única amenaza que quedaba para el equilibrio del poder provenía de las elecciones democráticas. Laughlin Campbell, el jefe de la estación CIA de 1959 a 1963, temía una victoria de la izquierda en las elecciones nacionales de octubre de 1961. Así que numerosos electores fueron obligados, a través de la amenaza o a cambio de dinero, a votar según las directivas del KYP. En algunas localidades, los candidatos que gozaban del respaldo del ejército y de la CIA obtuvieron una cantidad de votos superior a la cantidad de personas en edad de votar. Todo funcionó conforme a lo previsto y la Unión del Centro, tan temida por su inclinación a la izquierda, obtuvo solamente un tercio de los sufragios y 100 escaños en el Parlamento. Su líder, Georgios Papandreu, denunció el fraude electoral y logró que se creara una comisión independiente y que se abriera una investigación que confirmó sus acusaciones. Papandreu prometió entonces al gobierno una lucha sin tregua.

Georgios Papandreu. No confundir con su nieto proestadounidense

Con un verdadero respaldo popular, Papandreu tuvo el coraje de desafiar a la CIA y el KYP y, en 1963, obligó al primer ministro proestadounidense Constantinos Karamanlis a presentar su renuncia. Las tensiones se acentuaron con las elecciones de 1963, cuando la Unión del Centro obtuvo un 42% de los sufragios y 138 escaños en el Parlamento. A la cabeza del primer partido de la Unión, Papandreu fue nombrado primer ministro en febrero de 1964. Por primera vez desde la ocupación alemana, la derecha griega se veía a punto de perder gran parte de su peso político. Papandreu tenía en sus manos las riendas del poder por 4 años, lo cual «estremeció el establishment conservador. Para muchos, incluyendo a ciertos consejeros de primera importancia, aquello permitía presagiar una toma inminente del poder por parte de los comunistas, cosa que estaban muy decididos a contrarrestar». Había que derrocar al primer ministro Georgios Papandreu.

Jack Maury, quien había sustituido a Campbell a la cabeza de la estación CIA en Atenas, recibió orden de deshacerse de Papandreu. A Maury le gustaba hacer alarde de su poder: vestía trajes ostentosos, portaba enormes alianzas y conducía un escandaloso automóvil estadounidense «más grande que el del embajador», como él mismo solía subrayar. Conspiró secretamente con el rey Constantino y con oficiales monárquicos y conservadores del ejército griego y, en 1965, obtuvo la renuncia de Georgios Papandreu por prerrogativa real. El periodo que siguió a aquel golpe de Estado silencioso estuvo caracterizado por una secuencia de gobiernos efímeros y por los esfuerzos clandestinos del KYP, aconsejado por el agente, Constantinos Plevris, tendientes a condicionar el clima político.

Varios atentados se produjeron por entonces en el país. En 1965, una explosión destruyó el puente de Gorgopotamos en el preciso momento en que la clase política en su conjunto conmemoraba la resistencia contra el fascismo. Se trataba de un hecho altamente simbólico ya que los griegos estaban particularmente orgullosos de haber impedido que los alemanes destruyesen aquel puente durante la ocupación. El atentado dejó 5 muertos y un centenar de heridos, muchos de gravedad. «Después de todo, estábamos oficialmente entrenados para el terrorismo», comentó posteriormente un agente implicado en operaciones stay-behind, subrayando así el poderoso respaldo del que habían gozado aquellos hombres.

Alexandre Matsas

Aquel respaldo provenía de la administración del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson, quien ya se había ocupado de hacerle saber al gobierno griego que las decisiones sobre la cuestión de Chipre se tomaban en Washington. En el verano de 1964, el presidente Johnson había convocado al embajador griego Alexandre Matsas a la Casa Blanca y le dijo que los problemas de Chipre tenían que resolverse dividiendo la isla en dos zonas, una griega y otra turca. Matsas se negó, provocando así la cólera de Johnson: «Óigame bien, señor embajador. No me importan ni el Parlamento ni la Constitución de ustedes. Estados Unidos es un elefante. Chipre es una pulga. Grecia es otra pulga. Si dos pulgas siguen molestando al elefante, el elefante puede aplastarlas con un golpe de trompa ¡de una vez y por todas!»

Como subrayaba Johnson, el gobierno griego tenía que someterse a las órdenes de la Casa Blanca. «Los griegos se benefician ampliamente con los dólares de Estados Unidos, señor embajador. Si su primer ministro sigue hablándome de Democracia, de Parlamento y de Constitución, puede ser que no le quede mucho tiempo por delante a él, ni a su Parlamento, ni a su Constitución.»

Ofendido, Matsas trató de protestar: «Yo no puedo tolerar este tratamiento». Pero Johnson prosiguió: «No olvide usted repetirle a su viejo Papa-no-sé-qué lo que acabo de decirle. No olvide decírselo. ¿Me oye usted?». Matsas envió un cable al primer ministro Georgio Papandreu. Cuando la NSA interceptó el mensaje, sonó el teléfono de Matsas. Era el presidente Johnson: «¿Usted quiere tener problemas, señor embajador? ¿De verdad quiere que yo me ponga molesto? Esa fue una conversación privada. No se suponía que usted repitiera los términos que yo utilicé ante usted. Tenga cuidado.» Clic. Fin de la llamada.

Andreas Papandreou, el hijo del primer ministro, observaba con cierto asco el juego de manipulaciones y la guerra secreta que tenían lugar en su país. Luego de haberse relacionado con un movimiento trotskista en sus tiempos de estudiante, Andreas había salido de Grecia para irse a Estados Unidos en los años 1930, huyendo de la represión del régimen dictatorial de Metaxas. Había adquirido la nacionalidad estadounidense y emprendido una brillante carrera como economista y profesor universitario, dirigiendo el departamento de Economía de la Universidad de California, en Berkeley. Durante la Segunda Guerra Mundial había servido en la marina estadounidense y, después de 1945, la CIA se acercó a él para que se uniera al buró político de la zona mediterránea. Cuando entendió, a fines de 1950, el papel que Estados Unidos estaba desempeñando en Grecia, rompió relaciones con la CIA y volvió a su país natal, donde se convirtió en uno de los más enérgicos detractores de la política estadounidense. Con un estilo demagógico que recuerda el de Castro, el joven Papandreu arremetía en sus inflamados discursos contra la injerencia de Estados Unidos en los asuntos de Grecia, contra la OTAN, contra la corrupción del rey, contra los partidos conservadores y las élites griegas en general.

El Pentágono y la CIA montaron en cólera al ver que un segundo Papandreu se atrevía a desafiar la presencia estadounidense en Grecia. Para el periodista Peter Murtagh, «es difícil de imaginar el odio que sentían la derecha conservadora y la CIA por el hijo del primer ministro». En 1964, Andreas Papandreu, quien asumía funciones ministeriales, descubrió que el KYP espiaba regularmente las conversaciones de los miembros del gobierno y transmitía a la CIA la información que obtenía por aquella vía. Lleno de cólera, revocó a dos altos responsables del servicio sustituyéndolos por otros dos agentes considerados confiables a los que ordenó poner fin a toda forma de cooperación con la CIA. Sin embargo, como contó el propio Papandreu, el nuevo director del KYP «volvió disculpándose y explicando que no podía hacerlo. Todo el equipamiento era estadounidense y controlado por la CIA o por griegos que a su vez estaban a las órdenes de la CIA. Ya no era posible establecer la diferencia entre los dos servicios. Estaban construidos siguiendo la misma estructura y cada responsable tenía su homólogo. En concreto, formaban una única agencia.»

Andreas Papandreu

Como Andreas Papandreu seguía desafiando al KYP, Norbert Anshutz, el adjunto del jefe de misión de la embajada de Estados Unidos, se reunió con él y le aconsejó anular las órdenes que había dado al KYP. Papandreu se negó y ordenó al representante estadounidense que saliera inmediatamente de su despacho, a lo cual Anshutz –muy molesto– respondió advirtiéndole que aquello «tendría consecuencias».

El golpe de Estado militar se produjo en la noche del 20 al 21 de abril de 1967, un mes antes de las elecciones en las que todos los sondeos –incluyendo los de la CIA– preveían una victoria de la Unión del Centro, la alianza de izquierda de Georgios y Andreas Papandreu. La LOK desencadenó el golpe, basado en el «Plan Prometeo», un programa concebido por la OTAN y destinado a concretarse en caso de insurrección comunista. Si había oposición, las instrucciones del plan eran muy claras: «Aplastar sin la menor vacilación toda resistencia del enemigo.»

Hacia la medianoche, la LOK tomó el control del ministerio de Defensa, que –en una muestra de admiración por los estadounidenses– había sido designado como «el Pentágono». Los hombres de la LOK sólo encontraron una débil resistencia y, bajo las órdenes del coronel Costas Aslanides –un experimentado paracaidista– se apoderaron del edificio. Con el Pentágono ya ocupado por los golpistas se dio paso a la segunda etapa del plan: aprovechando la oscuridad de la noche, fuerzas blindadas penetraron en la capital y, bajo las órdenes del general Stylianos Pattakos, rodearon la sede del Parlamento, el Palacio Real, los edificios de la radio y los centros de comunicaciones. A la cabeza de su columna de tanques, el general Pattakos siguió el mismo itinerario que habían recorrido los alemanes cuando conquistaron Atenas, en abril de 1941. De vez en cuando, los blindados se detenían y oteaban los alrededores en busca de indicios de una posible resistencia. Resistencia que no encontraron. Atenas dormía.

Aquella noche Georgios Papandreu, quien ya por entonces contaba 78 años, también dormía en su modesta casa de paredes blancas en Kastri, a pocos kilómetros de la capital. Como en todos los golpes de Estado, el plan era espantosamente simple. Varios hombres armados tocaron a su puerta, arrestaron a Papandreu y se lo llevaron en uno de los dos vehículos militares enviados para rodear su casa. En el mismo momento, 8 hombres irrumpieron en el domicilio de Andreas Papandreu. Siete de ellos portaban fusiles con bayoneta calada y el octavo una metralleta. En medio de la confusión, Andreas logró escaparse por el techo pero uno de los soldados finalmente lo obligó a rendirse apuntando su arma a la cabeza de su hijo de 14 años. Siguiendo los planes extremadamente precisos trazados de antemano, en las siguientes 5 horas escuadrones militares arrestaron a más de 10,000 ciudadanos y los condujeron a «centros de recepción».

Un año después, el coronel Yannis Ladas, entonces director de la policía militar griega y con 47 años de edad, subrayó con orgullo en una entrevista la precisión y rapidez con las que se había aplicado el plan de la OTAN. «En sólo 20 minutos, todos los políticos, todos los individuos, todos los anarquistas que figuraban en los listados fueron capturados (…) era un plan muy simple, un plan diabólico.»

Al despertarse en la mañana, la población griega notó primero que los teléfonos estaban interrumpidos, antes de darse cuenta de que los militares habían tomado el poder. A las 6 de la mañana, el coronel Georgios Papadopulos anunció a través de los medios de prensa que había tomado el poder en defensa de la democracia, de la libertad y la felicidad. Once artículos de la Constitución fueron suspendidos. En lo adelante, los ciudadanos podían ser arrestados de inmediato, sin orden de arresto, y enviados ante un tribunal militar. Se prohibieron las manifestaciones y huelgas y se congelaron las cuentas bancarias. El hombre fuerte de Atenas, el coronel Georgios Papadopulos, era oficial de enlace del KYP con la CIA desde 1952 y en su servicio lo consideraban como el hombre de confianza de Maury, el jefe de la estación CIA.

Pero en Washington no todos aprobaban los brutales métodos de la CIA. Unos días después del golpe, el senador Lee Metcalf criticó duramente a la administración Johnson y denunció la Junta griega ante el Congreso calificándola de «régimen militar de colaboradores y simpatizantes del nazismo (…) que gozan del respaldo estadounidense». Una semana después del golpe de Estado, el embajador de Estados Unidos en Atenas, Philip Talbot, se quejó a Maury calificando la operación realizada por Estados Unidos de «violación de la democracia». La respuesta de Maury fue corta: «¿Cómo se puede violar a una puta?»

Debido a la implicación de la Fuerza de Intervención Helénica (LOK), el golpe de Estado militar en Grecia ha sido calificado de «golpe Gladio». Pero, además de Grecia, existe sólo un país donde los ejércitos secretos anticomunistas perpetraron un golpe de Estado: Turquía. En Italia, la red Gladio realizó un «golpe silencioso» en junio de 1964, la operación «Piano Solo» durante la cual el general De Lorenzo, el hombre de confianza de la CIA, entró en Roma con tanques, transportes de tropas blindados, jeeps y lanzagranadas mientras las fuerzas de la OTAN efectuaban grandes maniobras militares en la región. El resultado de la operación fue la renuncia de los ministros socialistas. El historiador estadounidense Bernard Cook ha subrayado con toda razón que «Piano Solo se parece al Plan Prometeo aplicado por el coronel Georgios Papadopulos en 1967 para instaurar un gobierno militar en Grecia. Destinado a desestabilizar Italia y contrarrestar el avance de la izquierda, ese plan no era otra cosa que una “copia conforme de Gladio”».

Collin, un experto en cuestiones militares, coincide en que «el proyecto de De Lorenzo era similar, por sus aspectos técnicos, al que permitió al coronel Papadopulos tomar el poder en Grecia unos años después».

La junta militar griega consolidó su poder generalizando los encarcelamientos y la tortura, prácticas que no se habían visto en Europa Occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de las personas arrestadas en las horas posteriores al golpe de Estado fueron trasladadas a prisiones civiles o militares. Comunistas, socialistas, artistas, profesores universitarios, periodistas, estudiantes, mujeres implicadas en la política, eclesiásticos así como sus familias y amigos fueron torturados. Se les arrancaban las uñas, se les golpeaban los pies a bastonazos hasta que se les desgarraba la piel y se les rompían los huesos. A las mujeres les introducían objetos cortantes en la vagina. A muchos detenidos les metían trapos sucios –a menudo con orina o excrementos– en la garganta para asfixiarlos, les insertaban en el ano tubos con los que se les inyectaba agua a muy alta presión, se les aplicaban choques eléctricos. «Aquí todos somos demócratas», afirmaba el inspector Basil Lambro, jefe de la policía secreta de Atenas. «Todos los que son traídos aquí hablan. Usted no va a echarnos a perder nuestras estadísticas», agregaba. Aquel torturador exponía claramente la situación a sus víctimas: «Nosotros somos el gobierno. Ustedes no son nada. El gobierno no está solo. Está respaldado por los estadounidenses.»

Si estaba de humor para ello, Lambro hacía incluso su análisis geopolítico: «El mundo se divide en dos bandos: los rusos y los estadounidenses. Nosotros somos los estadounidenses. Alégrese de que lo hayamos torturado un poco. En Rusia lo habrían matado.»

La derecha italiana y sus combatientes secretos estaban admirados ante la eficacia con la que los griegos, con la ayuda de la CIA, habían vencido a la izquierda. En abril de 1968, los coroneles griegos invitaron a unos 50 fascistas italianos, entre los que se hallaba el célebre Stefano Delle Chiaie, a viajar a Grecia para que vieran aquello con sus propios ojos. Cuando regresaron a Italia, los miembros italianos del Gladio pasaron a un nivel superior en materia de violencia y comenzaron a poner bombas en lugares públicos. Aquellos atentados, que mataron y mutilaron a cientos de personas, fueron imputados a los comunistas italianos. Fueron entonces los militares de la junta griega los que quedaron impresionados al ver con qué eficacia sus camaradas italianos habían sido capaces de poner a su país al borde del golpe de Estado y, el 15 de mayo, Papadopulos les envió un mensaje de felicitación: «Su Excelencia, el primer ministro, constata que los esfuerzos emprendidos desde hace algún tiempo en Italia por el gobierno griego comienzan a dar frutos.»

La dictadura militar acabó en una implosión debido a la ausencia casi total de apoyo popular cuando los coroneles se embarcaron en una aventura imperialista al financiar –en 1974– un golpe de Estado en Chipre con vistas a sustituir el legítimo gobierno del arzobispo Makarios por un régimen títere que debía permitir la anexión de la isla. En vez de aquello, lo que sucedió fue que las tropas turcas invadieron la isla como respuesta al golpe. Todo ello provocó violentos enfrentamientos que dejaron miles de muertos y que finalmente dieron lugar a la división de la isla entre el norte turco y el sur griego. Los coroneles fueron arrestados y juzgados. Papadopulos fue condenado a muerte por alta traición en 1975, pena posteriormente conmutada a cadena perpetua. Se votó la abolición de la monarquía mediante un referéndum y se adoptó una nueva Constitución.

Después de su liberación, Andreas Papandreu pasó varios años en el exilio, en Canadá y Suecia. Volvió a Grecia con la caída de la dictadura de los coroneles y retomó su carrera política. Fundó el Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK, siglas en griego) que ganó las elecciones en 1981. Fue nombrado primer ministro y formó el primer gobierno socialista de la Grecia de postguerra. Aquel mismo año el país se convirtió en miembro pleno de la Comunidad Europea. Pero Papandreu mantuvo el mismo estilo radical y amenazó varias veces con retirarse de la OTAN. Nunca llegó a concretar aquella amenaza pero, 6 meses antes de su muerte, durante las revelaciones sobre el Gladio italiano, Andreas Papandreu fue el primer ex jefe de gobierno que confirmó la existencia de un ejército secreto del mismo tipo en su propio país. Fue precisamente esa revelación lo que determinó la envergadura internacional del escándalo y puso en una posición extremadamente embarazosa a los responsables políticos del continente.

En efecto, el 30 de octubre de 1990, Andreas Papandreu declaró en una entrevista concedida al diario griego Ta Nea que en 1984, siendo él primer ministro, había descubierto la existencia en Grecia de un ejército secreto que seguía órdenes de la OTAN y había ordenado desmantelarlo. El ex ministro de Defensa Nikos Kuris confirmó que el ejército secreto creado en Grecia se había mantenido activo durante la guerra fría. «Nuestro proyecto de estructura clandestina comenzó en 1955», afirmó «con la conclusión de un acuerdo entre el jefe de los servicios secretos griegos y la CIA». «Cuando supe de la existencia de ese pacto inaceptable (…) se lo informé a Andreas Papandreu (…) y se dio la orden de disolver Sheepskin.»

A finales de 1990, varias voces se hicieron oír desde las filas de la oposición socialista para exigir la apertura de una investigación parlamentaria. Pero el gobierno conservador que se hallaba en el poder y el nuevo Partido Demócrata rechazaron aquel reclamo. El ministro de Defensa Yioannis Varvitsiotis tuvo que reconocer ante el Parlamento que la información que Papandreu había proporcionado era exacta y que la CIA y comandos locales habían, efectivamente, montado una red secreta en el marco de una operación llamada Sheepskin, que al parecer había sido «desmantelada en 1988».

El ministro griego de Orden Público, Yannis Vassiliadis, indicó sin embargo que la policía no iba a dedicarse a investigar «fantasías» sobre supuestos vínculos entre la operación Sheepskin y los actos de terrorismo perpetrados en el territorio nacional. Como muchos de sus homólogos europeos, el ministro insistió en la función stay-behind del ejército secreto griego, desmintiendo categóricamente todo intento de control de la política interna: «Sheepskin era uno de los planes concebidos por la OTAN en los años 1950 y nacido de la idea de que cuando un país es víctima de una ocupación enemiga es preferible que disponga de una red de resistencia organizada. Preveía que se repartieran por todo el territorio escondites de armas y agentes que formarían el núcleo combatiente de la guerrilla. En otros términos, era un acto defendible en nombre del interés nacional.»

Como a pesar de todo la oposición seguía reclamando una investigación oficial, el ministro de Defensa Varvitsiotis subrayó que no había ninguna necesidad de abrir una investigación parlamentaria sobre el ejército secreto porque él mismo iba a arreglar aquel delicado asunto dentro de su ministerio. Y confió aquella investigación potencialmente explosiva a un general que había servido en la OTAN y como agregado militar en Washington. Incluso antes de que terminara la redacción del informe sobre el stay-behind en Grecia, Varvitsiotis pudo así garantizar a sus colegas que «el gobierno no [tenía] absolutamente nada que temer».

Daniele Ganser

Este artículo es el capítulo 16 del libro Les Armées secrètes de l’OTAN
© Publicado en francés por Editions Demi-lune (2007).


Ir Arriba




LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN: OPERACIÓN GLADIO - Primera Parte
por Daniele Ganser

Cuando el juez Felice Casson reveló la existencia de Gladio, comenzaron apenas a vislumbrarse los alcances de los servicios secretos de la OTAN. La estructura secreta continúa operando hasta nuestros días; realiza misiones de las que no necesariamente se enteran los parlamentos de los países. Los atentados organizados por los regímenes se imputan a la oposición para desmantelarla. “Había que actuar contra los civiles, la gente del pueblo, las mujeres, los inocentes; la razón era muy simple: se suponía que tenían que forzar a aquella gente a recurrir al Estado para pedir más seguridad”, reconoció uno de los “soldados clandestinos”

7 DE DICIEMBRE DE 2009

Tomado de la Red Voltaire / Primera parte

El 31 de mayo de 1972 un auto bomba estalló en un bosque cercano al pueblo llamado Peteano, en Italia, dejando un herido grave y un muerto entre la policía uniformada italiana. Los carabineros habían llegado al lugar después de recibir una llamada telefónica anónima. Al inspeccionar un auto Fiat 500 allí abandonado, uno de los carabineros levantó el capó, provocando así la explosión.

Dos días después, una nueva llamada telefónica anónima reclamaba la autoría del atentado en nombre de las Brigadas Rojas, grupúsculo terrorista que trataba en aquel entonces de romper el equilibrio del poder en Italia mediante la realización de tomas de rehenes y de asesinatos de altos personajes del Estado. La policía se volvió inmediatamente hacia la izquierda italiana y encarceló a cerca de 200 comunistas. Durante más de 10 años los italianos vivieron convencidos de que el acto terrorista de Peteano había sido obra de las Brigadas Rojas.

Posteriormente, en 1984, Felice Casson, un juez italiano, decidió reabrir el caso ya que le intrigaban toda una serie de irregularidades y falsificaciones cometidas alrededor del drama de Peteano. El juez Felice Casson descubrió que la policía no había investigado el lugar de los hechos. También notó que el informe que había concluido en aquel entonces que los explosivos utilizados eran los mismos que utilizaban tradicionalmente las Brigadas Rojas era en realidad una falsificación.

Marco Morin, un experto en explosivos de la policía italiana, había proporcionado deliberadamente conclusiones falsas. Morin era miembro de la organización italiana de extrema derecha Ordine Nuovo y, en el contexto de la Guerra Fría, había aportado así su contribución a lo que él consideraba una lucha legítima contra la influencia de los comunistas italianos. El juez Casson logró probar que, al contrario de lo que había concluido Morin, el explosivo utilizado en Peteano era el C4, la sustancia explosiva más poderosa de aquel entonces y que también formaba parte del arsenal de las fuerzas de la OTAN.

“Simplemente quise arrojar una nueva luz sobre años de mentiras y secretos. Eso es todo”, declaró posteriormente el juez Casson a los periodistas que lo interrogaban en su minúscula oficina del Palacio de Justicia, junto a la laguna de Venecia. “Quería que, por una vez, los italianos supieran la verdad”.

El 24 de febrero de 1972, cerca de Trieste, un grupo de carabineros descubre por casualidad un escondite lleno de municiones, armas y explosivo del tipo C4, idéntico al utilizado en Peteano. Los policías estaban convencidos de haber descubierto una red criminal. Años más tarde, la investigación del juez Casson permitió determinar que se trataba en realidad de uno de los cientos de escondites subterráneos creados por el ejército secreto del llamado stay-behind, estructura que responde a las órdenes de la OTAN y que se conoce en Italia por la apelación codificada de Gladio (del latín Gladius, denominación de la espada corta en uso en la Roma de la antigüedad). Casson notó que los servicios secretos del ejército italiano y el gobierno de aquella época se habían esforzado considerablemente por mantener en secreto el descubrimiento de Trieste así como su contexto estratégico.

Al proseguir su investigación sobre los extraños casos de Peteano y Trieste, el magistrado descubrió con asombro, no la mano de la izquierda italiana, sino la de los grupúsculos de extrema derecha y de los servicios secretos del ejército tras el atentado de 1972. La investigación del juez reveló la existencia de una estrecha colaboración entre la organización de extrema derecha Ordine Nuovo y el SID (Servizio Informazioni Difusa), es decir, los servicios secretos del ejército italiano. Ordine Nuovo y el SID habían preparado juntos el atentado de Peteano, y luego habían acusado a los militantes de la extrema izquierda italiana, las Brigadas Rojas.

Casson logró identificar al hombre que había puesto la bomba, un tal Vincenzo Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo. Como era el eslabón final de una larga cadena de mando, Vinciguerra sólo fue arrestado varios años después del momento de los hechos. Confesó y declaró que había gozado de la protección de toda una red de simpatizantes, tanto en Italia como en el extranjero, que habían hecho posible su huida después del atentado. “Es todo un mecanismo que se puso en marcha”, contó Vinciguerra. “Lo cual quiere decir que desde los carabineros hasta el ministro del Interior, pasando por la aduana y los servicios de inteligencia civiles y militares, todos habían aceptado que el razonamiento ideológico justificaba al atentado”.

Vinciguerra subrayaba, con toda razón, el agitado contexto histórico en que se había producido el atentado de Peteano. A fines de la década de 1960, con el surgimiento de la revolución pacifista y los movimientos estudiantiles de protesta contra la violencia y contra la guerra de Vietnam en particular, el enfrentamiento ideológico entre la derecha y la izquierda se había intensificado, tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos.

La inmensa mayoría de los ciudadanos comprometidos con los movimientos sociales de izquierda recurría a formas de protesta no violentas, como manifestaciones, actos de desobediencia civil y, sobre todo, debates con moderadores. En el seno del parlamento italiano, el poderoso Partido Comunista (Partito Communisto Italiano, PCI) y en menor medida el Partido Socialista (Partito Socialisto Italiano, PSI) simpatizaban con ese movimiento.

Los movimientos sociales de izquierda se oponían a la política de Estados Unidos, a la guerra de Vietnam y sobre todo a la repartición del poder en Italia ya que, a pesar de disponer de una importante mayoría en el parlamento, el PCI no había recibido ningún ministerio y se le mantenía así al margen del gobierno. La derecha italiana estaba perfectamente consciente de que aquello constituía una injusticia flagrante y una violación de los principios básicos de la democracia.

Fue en aquel contexto de Guerra Fría y de lucha por el poder que los extremistas recurrieron al terrorismo en Europa Occidental. Los grupos terroristas de izquierda más notorios fueron los comunistas italianos de las Brigadas Rojas así como la Rote Armee Fraktion alemana o RAF (Fracción Ejército Rojo). Fundadas por varios estudiantes de la universidad de Trento que no tenían ningún conocimiento en cuanto a técnicas de combate, las Brigadas Rojas contaban entre sus miembros a Margherita Cagol, Alberto Franceschini y Alberto Curcio.

Al igual que los miembros de la RAF, éstos estaban convencidos de la necesidad de recurrir a la violencia para cambiar la estructura del poder vigente, que les parecía injusto y corrupto. Al igual que las acciones de la RAF, las de las Brigadas Rojas no tenían como blanco a la población civil, sino a determinados individuos que consideraban representantes del “aparato del Estado”, como banqueros, generales y ministros, a los que secuestraban y a menudo asesinaban. Las acciones de las Brigadas Rojas, que tuvieron lugar principalmente en la Italia de la década de 1970, dejaron 75 muertos.

Debido a su poca capacidad estratégica y militar y a su inexperiencia, los miembros de las Brigadas Rojas acabaron siendo arrestados mediante redadas y, posteriormente, juzgados y encarcelados.

Al otro extremo del tablero político de la Guerra Fría, la extrema derecha también recurrió a la violencia. En Italia, su red incluía a los soldados clandestinos del Gladio, los servicios secretos militares y organizaciones fascistas como Ordine Nuovo. Al contrario del que practicaba la izquierda, el objetivo del terrorismo de derecha era sembrar el terror en todas las capas de la sociedad mediante atentados dirigidos contra grandes multitudes y destinados a provocar la mayor cantidad posible de muertos para acusar posteriormente a los comunistas.

El juez Casson logró determinar que el drama de Peteano formaba parte de ese esquema y entraba en el marco de una serie de crímenes que había comenzado en 1969. Durante aquel año, cuatro bombas habían estallado poco antes de la navidad en varios lugares públicos de Roma y Milán. El saldo había sido de 16 muertos y 80 heridos, en su mayoría campesinos que iban a depositar en el Banco Agrícola de la Piazza Fontana de Milán lo que habían recaudado en el día a través de sus ventas en el mercado. Conforme a una estrategia maquiavélica, la responsabilidad de aquella masacre fue atribuida a los comunistas y a la extrema izquierda; se escamotearon las pistas y se realizó inmediatamente una ola de arrestos.

La población en su conjunto tenía muy pocas posibilidades de descubrir la verdad ya que los servicios secretos militares se esforzaron por enmascarar el crimen. En Milán, una de las bombas no había llegado a estallar, debido al mal funcionamiento del mecanismo de relojería, pero en los primeros actos de disimulación los servicios secretos la hicieron estallar en el lugar de los hechos y varios componentes de artefactos explosivos fueron depositados en la casa de Giangiacomo Feltrinelli, célebre editor conocido por sus opiniones de izquierda.

“Según las estadísticas oficiales, entre el 1 de enero de 1969 y el 31 de diciembre de 1987 se registraron 14 mil 591 actos de violencia con motivos políticos”, afirma el senador Giovanni Pellegrino, presidente de la Comisión Investigadora Parlamentaria sobre Gladio y el terrorismo, al recordar la violencia del contexto político de aquel periodo de la historia reciente de Italia. “Quizás no resulta inútil recordar que aquellas ‘acciones’ causaron la muerte a 491 personas, así como heridas y mutilaciones a otras 1 mil 181.

“Cifras dignas de una guerra, sin parangón en Europa”. Después de los atentados de la Piazza Fontana, en 1969, y de Peteano, en 1972, otros actos de terrorismo volvieron a ensangrentar el país. El 28 de mayo de 1974, en Brescia, una bomba dejó ocho muertos y 102 heridos entre los participantes en una manifestación antifascista. El 4 de agosto de 1974, un atentado a bordo del tren Italicus Express, que enlaza Roma con Munich, mató a 12 personas e hirió a 48. El punto culminante de aquella ola de violencia se produjo en una soleada tarde, el 2 de agosto de 1980, en el día de la fiesta nacional de Italia, cuando una explosión de gran potencia devastó el salón de espera de los pasajeros de segunda clase en la estación de trenes de Bolonia, matando a 85 personas e hiriendo o mutilando a otras 200. La masacre de Bolonia es uno de los mayores atentados terroristas que haya sufrido Europa en todo el siglo XX.

Contrariamente a los miembros de las Brigadas Rojas, que acabaron todos en la cárcel, los terroristas de extrema derecha lograron escapar después de cada atentado, ya que, como señala Vinciguerra con toda razón, todos gozaron de la protección del aparato de seguridad y de los servicios secretos del ejército italiano. Años más tarde, cuando al fin se estableció el vínculo entre el atentado de la Piazza Fontana y la derecha italiana, se le preguntó a Franco Freda, miembro de Ordine Nuovo, si al cabo del tiempo creía haber sido manipulado por personajes que ocupaban altos cargos, generales o ministros.

Freda, admirador declarado de Hitler, que había publicado Mein Kampf en italiano gracias a su pequeña estructura personal de edición, respondió que, según sus conceptos, todo el mundo es más o menos manipulado: “Todos somos manipulados por otros más poderosos que nosotros”, declaró el terrorista. “En lo que me concierne, admito haber sido una marioneta movida por ideas, pero en ningún caso por los hombres de los servicios secretos, ni aquí (en Italia) ni en el extranjero. En otros términos, yo mismo escogí mi lucha y la desarrollé según mis ideas. Eso es todo”.

En marzo de 2001, el general Giandelio Maletti, exjefe del contraespionaje italiano, dejó entrever que además de la red clandestina Gladio, de los servicios secretos militares italianos y de un grupúsculo de terroristas de extrema derecha, las matanzas que desacreditaron a los comunistas italianos recibieron también la aprobación de la Casa Blanca y de la CIA. Al comparecer como testigo en el juicio contra los terroristas de extrema derecha acusados de estar implicados en los atentados de la Piazza Fontana, Maletti declaró: “La CIA, siguiendo las directivas de su gobierno, quería crear un nacionalismo italiano capaz de obstaculizar lo que consideraba un deslizamiento hacia la izquierda y, con ese objetivo, pudo utilizar el terrorismo de extrema derecha”. “Uno tenía la impresión de que los americanos estaban dispuestos a todo para impedir que Italia se inclinara hacia la izquierda”, explicó el general, antes de agregar: “No olviden que era Nixon quien estaba a la cabeza del gobierno y Nixon no era un tipo cualquiera, (era) un político muy hábil pero un hombre de métodos poco ortodoxos”. Retrospectivamente, el general de 79 años expresó críticas y amargura: “Italia fue tratada como una especie de protectorado. Me avergüenza que todavía estemos siendo objeto de un control especial”.

Durante las décadas de 1970 y 1980, el parlamento italiano, en cuyo seno los partidos comunista y socialista ostentaban una parte importante del poder, manifestó creciente inquietud ante aquella ola visiblemente interminable de crímenes que ensangrentaban el país sin que se lograra identificar a los autores ni a quienes los ordenaban.

Aunque ya en aquel entonces circulaban entre la izquierda italiana los rumores de que aquellos misteriosos actos de violencia eran una forma de guerra secreta que Estados Unidos había desencadenado contra los comunistas italianos, no existían pruebas que permitiesen probar aquella teoría que parecía traída por los pelos. Sin embargo, en 1988 el Senado italiano creó una comisión parlamentaria especial de investigación presidida por el senador Libero Gualteri, cuyo nombre era más que elocuente: “Comisión parlamentaria del Senado italiano encargada de investigar sobre el terrorismo en Italia y las razones por las cuales los individuos responsables de las matanzas no han podido ser identificados: El terrorismo, los atentados y el contexto político-histórico”.

El trabajo de la comisión resultó extremadamente difícil. Los testigos se negaban a declarar. Hubo documentos destruidos. La propia comisión, que se componía de representantes de los partidos de izquierda y de derecha, se dividió al abordar la cuestión de la verdad histórica en Italia y en lo tocante a las conclusiones que debían ser o no reveladas al público.

Al mismo tiempo, basándose en el testimonio de Vincenzo Vinciguerra –el terrorista de Peteano– y en los documentos que había descubierto, el juez Casson comienza a entrever la naturaleza de la compleja estrategia militar que se había utilizado. Comprende poco a poco que no se trataba simplemente de terrorismo, sino de terrorismo de Estado, financiado con el dinero de los contribuyentes. Obedeciendo a una “estrategia de la tensión”, el objetivo de los atentados era instaurar un clima de tensión en la población.

La extrema derecha y sus partidarios en el seno de la OTAN temían que los comunistas italianos adquiriesen demasiado poder y es por ello que, en un intento de “desestabilizar para estabilizar”, los soldados clandestinos de los ejércitos del Gladio perpetraban aquellos atentados, que atribuían después a la izquierda. “Para los servicios secretos, el atentado de Peteano era parte de lo que se llamó la estrategia de la tensión”, explicó públicamente el juez Casson en un reportaje de la BBC dedicado al Gladio. “Es decir, crear un clima de tensión para estimular en el país las tendencias sociopolíticas conservadoras y reaccionarias”.

A medida que se aplicaba esta estrategia en el terreno, se hacía necesario proteger a los instigadores ya que comenzaban a aparecer pruebas de su implicación. Los testigos ocultaban ciertas informaciones para proteger a los extremistas de derecha. Vinciguerra, un terrorista que, al igual que otros que habían estado en contacto con la rama Gladio de los servicios secretos militares italianos fue muerto por causa de sus convicciones políticas, declaró: “Había que actuar contra los civiles, contra la gente del pueblo, contra las mujeres, los inocentes, los anónimos desvinculados de todo juego político. La razón era muy simple. Se suponía que tenían que forzar a aquella gente, al pueblo italiano, a recurrir al Estado para pedir más seguridad. A esa lógica política obedecían todos esos asesinatos y todos esos atentados que siguen sin castigo porque el Estado no puede inculparse a sí mismo ni confesar su responsabilidad en lo sucedido”.

El horror de ese diabólico plan sólo va apareciendo, sin embargo, de forma progresiva y quedan aún muchos secretos por revelar hoy en día. Además, el paradero de todos los documentos originales sigue siendo desconocido. “Después del atentado de Peteano y de todos los demás que siguieron”, declaró Vinciguerra en el juicio que se hizo en su contra, en 1984, “nadie debiera dudar ya de la existencia de una estructura activa y clandestina, capaz de elaborar en la sombra ese tipo de estrategia de matanzas”. Una estructura que, según el propio Vinciguerra, “está imbricada en los propios órganos del poder”.

Existe en Italia una organización paralela a las fuerzas armadas, que se compone de civiles y de militares y de vocación antisoviética, es decir, destinada a organizar la resistencia contra una eventual ocupación del suelo italiano por parte del Ejército Rojo”. Sin mencionarlo por su nombre, ese testimonio confirmó la existencia del Gladio, el ejército secreto y stay-behind creado por orden de la OTAN. Vinciguerra lo describió como “una organización secreta, una superorganización que dispone de su propia red de comunicaciones, de explosivos y de hombres entrenados para utilizarlos”. El terrorista reveló que esa “superorganización, a falta de invasión soviética, recibió de la OTAN la orden de luchar contra un deslizamiento del poder hacia la izquierda en el país. Y eso fue lo que hicieron, con el apoyo de los servicios secretos del Estado, del poder político y del ejército”.

Más de 20 años han transcurrido desde el revelador testimonio del terrorista arrepentido que, por vez primera en la historia italiana, estableció un vínculo entre la red stay-behind Gladio, la OTAN y los atentados con bombas que enlutaron el país. Y sólo ahora, al cabo de todos estos años, después de la confirmación de la existencia del ejército secreto y del descubrimiento de los escondites de armas y de explosivos, los investigadores e historiadores logran interpretar por fin el sentido de las palabras de Vinciguerra.

Pero, ¿son dignas de crédito las palabras de ese hombre? Los hechos que se produjeron después del juicio parecen indicar que sí. El ejército secreto fue descubierto en 1990 y, como para confirmar indirectamente que Vinciguerra había dicho la verdad, el apoyo del que había gozado hasta aquel entonces por parte de las altas esferas le fue bruscamente retirado. Contrariamente a lo sucedido con otros terroristas de extrema derecha, que habían sido puestos en libertad después de haber colaborado con los servicios secretos italianos, Vinciguerra fue condenado a cadena perpetua. Pero Vinciguerra no fue el primero en revelar la vinculación entre el Gladio, la OTAN y los atentados.

Tampoco fue el primero en hablar de la conspiración del Gladio en Italia. En 1974, durante una investigación sobre el terrorismo de extrema derecha, el juez de instrucción Giovanni Tamburino había sentado un precedente al inculpar al general Vito Miceli, el jefe del SID, los servicios secretos militares italianos, por haber “promovido, instaurado y organizado, con la ayuda de otros cómplices, una asociación secreta que agrupaba civiles y militares y cuyo objetivo era provocar una insurrección armada para modificar ilegalmente la Constitución y la composición del gobierno”.

El 17 de noviembre de 1974, durante su propio juicio, el general Miceli, exresponsable del Buró de Seguridad de la OTAN, reveló, furioso, la existencia del ejército Gladio y lo describió como una rama especial del SID: “¿Disponía yo de un super SID a mis órdenes? ¡Por supuesto! Pero no lo monté yo mismo para tratar de dar un golpe de Estado. ¡No hice más que obedecer las órdenes de Estados Unidos y la OTAN!”

Gracias a los sólidos contactos que tenía del otro lado del Atlántico, Miceli no salió malparado. Fue liberado bajo fianza y pasó seis meses en un hospital militar. Hubo que esperar 16 años más hasta que, bajo la presión de los descubrimientos del juez Casson, el primer ministro italiano Andreotti revelara ante el parlamento italiano la existencia de la red Gladio. Al enterarse, Miceli montó en cólera. Poco antes de su muerte, en octubre de 1990, Miceli no pudo seguir conteniéndose: “¡Yo fui a la cárcel porque me negaba a revelar la existencia de esta superorganización secreta y ahora Andreotti se para delante del parlamento y lo cuenta todo!”

En la cárcel, Vinciguerra, el que había puesto la bomba de Peteano, explicó al juez Casson que, en su misión de debilitamiento de la izquierda italiana, los servicios secretos militares y la red Gladio habían contado con la ayuda no sólo de Ordine Nuovo, sino también de otras organizaciones de extrema derecha muy conocidas, como Avanguardia Nazionale: “Detrás de los terroristas había mucha gente que actuaba en la sombra, gente que pertenecía o colaboraba con el aparato de seguridad. Yo afirmo que todos los atentados perpetrados después de 1969 eran parte de una misma estrategia”.

Ir Arriba



LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN: LOS CRÍMENES DE ESTADO - Segunda Parte
por Daniele Ganser

La Operación Gladio al descubierto: militares y paramilitares de extrema derecha italiana, con la anuencia de la OTAN, asesinaron a disidentes políticos de izquierda y emprendieron acciones terroristas para justificar la embestida militar contra la oposición. También se aliaron con la mafia para asesinar periodistas y políticos

14 DE DICIEMBRE DE 2009

Tomado de la Red Voltaire / Segunda parte

Vincenzo Vinciguerra, miembro de Ordine Nuovo, contó como él mismo y sus camaradas de extrema derecha habían sido reclutados para ejecutar las acciones más sangrientas con el ejército secreto Gladio: “Avanguardia Nazionale, al igual que Ordine Nuovo, eran movilizados en el marco de una estrategia anticomunista, que no emanaban de grupúsculos que gravitaban en las esferas del poder, sino del poder mismo y que formaba parte de las relaciones de Italia con la alianza atlántica”.

El juez italiano Felice Casson, investigador del caso, se alarmó ante aquellas revelaciones. Para erradicar la gangrena que carcomía el Estado, siguió la pista del misterioso ejército clandestino Gladio que había manipulado la clase política durante la Guerra Fría y, en enero de 1990, pidió permiso a las más altas autoridades del país para extender sus investigaciones a los archivos de los servicios secretos militares, el Servizio Informazioni Sicurezza Militare (SISMI), nuevo nombre del SID (Servizio Informazioni Difusa) desde 1978.

En julio de aquel mismo año, el primer ministro Giulio Andreotti lo autorizó a consultar los archivos del Palazzo Braschi, sede del SISMI en Roma. El magistrado descubrió allí, por vez primera, documentos que demostraban la existencia en Italia de un ejército secreto cuyo nombre de código era Gladio, que estaba a las órdenes de los servicios secretos militares y cuyo objetivo era la realización de operaciones de guerra clandestina.

Casson encontró también documentos que demostraban la implicación de la alianza militar más grande del mundo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y de la última superpotencia existente, Estados Unidos, en los actos de subversión así como sus vínculos con la red Gladio y con grupúsculos terroristas de extrema derecha en Italia y en toda Europa occidental. Para el juez Casson, el hecho de disponer de tales informaciones representaba un peligro, cosa de la cual él estaba enteramente consciente ya que en el pasado otros magistrados italianos que sabían demasiado habían sido asesinados en plena calle: “Desde julio hasta octubre de 1990, yo fui el único que sabía (de la Operación Gladio), lo cual podía acarrearme una desgracia”.

Pero la temida desgracia no tuvo lugar y Casson logró resolver el misterio. Basándose en los datos que había descubierto se puso en contacto con la comisión parlamentaria que presidía el senador Libero Gualteri, encargada de investigar sobre los atentados terroristas. Gualteri y sus pares se inquietaron ante los descubrimientos que les comunicó el magistrado y reconocieron que había que agregarlos al trabajo de la comisión ya que explicaban el origen de los atentados y las razones por las cuales se habían mantenido impunes durante tantos años. El 2 de agosto de 1990, los senadores ordenaron al jefe del ejecutivo italiano, el primer ministro Giulio Andreotti, “informar en 60 días al parlamento sobre la existencia, la naturaleza y el objetivo de una estructura clandestina y paralela sospechosa de haber operado en el seno de los servicios secretos militares con el fin de influir en la vida política del país”.

Al día siguiente, el 3 de agosto, el primer ministro Andreotti se presentó ante la comisión parlamentaria y, por primera vez desde 1945, confirmó, como miembro en funciones del gobierno italiano, que una organización de seguridad que actuaba bajo las órdenes de la OTAN había existido en Italia. Andreotti se comprometió ante los senadores a entregarles un informe escrito sobre aquella organización en un plazo de 60 días: “Presentaré a esta comisión un informe muy detallado que he pedido al ministerio de Defensa. (El informe) tiene que ver con las operaciones preparadas por iniciativa de la OTAN ante la hipótesis de una ofensiva contra Italia y la ocupación de la totalidad del territorio italiano o de una parte del mismo. Según lo que me han indicado los servicios secretos, esas operaciones se desarrollaron hasta 1972. Se decidió entonces que ya no eran indispensables. Proporcionaré a la comisión toda la documentación necesaria, tanto sobre el tema en general como sobre los descubrimientos del juez Casson en el marco de las investigaciones sobre el atentado de Peteano.”

Giulio Andreotti, que tenía 71 años en el momento de la audiencia, no era un testigo cualquiera. Su comparencia ante la comisión le dio la oportunidad de sumergirse nuevamente en su larguísima carrera política, probablemente sin equivalente en Europa occidental. A la cabeza del partido demócrata cristiano (Democrazia Cristiana Italiana o DCI), que actuó durante toda la Guerra Fría como baluarte contra el PCI (Partito Communisto Italiano), Andreotti gozaba del apoyo de Estados Unidos. Conoció personalmente a todos los presidentes estadunidenses y, a los ojos de muchos observadores italianos y extranjeros, fue el político más influyente de la Primera República Italiana (1945-1993).

A pesar de la poca duración que caracterizó a los gobiernos de la frágil Primera República Italiana, la habilidad de Andreotti le permitió mantenerse en el poder gracias a numerosas coaliciones convirtiéndose así en un personaje inevitable en el Palazzo Chigi, la sede del gobierno italiano. Nacido en Roma en 1919, Andreotti se convirtió en ministro del Interior a los 35 años, antes de imponer un verdadero récord al ocupar siete veces el sillón de primer ministro y obtener sucesivamente no menos de 21 carteras ministeriales, entre ellas la de ministro de Relaciones Exteriores, que le fue confiada siete veces. Sus partidarios lo comparaban con Julio César y lo llamaban el Divino Giulio mientras que sus detractores lo veían como el arquetipo del tramposo y lo llamaban el Tío. Se cuenta que su película de gángsters preferida era Goodfellas, por la frase de Robert De Niro: “No delates nunca a tus socios y evita hablar de más”. La mayoría de los observadores está de acuerdo en que fue su talento como estratega lo que permitió que el Divino Giulio lograra sobrevivir a las numerosas fechorías e intrigas del poder en las que muy a menudo estuvo directamente implicado.

Al revelar la existencia de la Operación Gladio y de los ejércitos secretos de la OTAN, el Tío había decidido finalmente romper la ley del silencio. Al derrumbarse la Primera República, al final de la Guerra Fría, el poderoso Andreotti, que no era ya más que un anciano, fue arrastrado ante numerosos tribunales acusado de haber manipulado las instituciones políticas, de haber colaborado con la mafia y de haber ordenado en secreto el asesinato de opositores políticos. “La justicia italiana se ha vuelto loca”, exclamó en noviembre de 2002 el primer ministro Silvio Berlusconi cuando la Corte de Apelación de Perugia condenó a Andreotti a 24 años de cárcel.

El 9 de mayo de 1978 Aldo Moro es asesinado. Su cadáver fue colocado dentro del maletero de un coche y abandonado en Via Caetani, en pleno centro de Roma

Mientras que los jueces recibían amenazas de muerte y había que ponerlos bajo protección policial, los canales de televisión interrumpían la transmisión del futbol para anunciar que Andreotti había sido encontrado culpable de haber encargado al padrino de la mafia Gaetano Badalamenti el asesinato, en 1979, del periodista de investigación Mino Pirelli, para evitar que se supiera la verdad sobre el asesinato del presidente de la República Italiana, el demócrata cristiano Aldo Moro. La iglesia católica trató de salvar la reputación del Divino Giulio. Ante la gravedad de los hechos, el cardenal Fiorenzo Angelini declaró: “Jesucristo también fue crucificado antes de resucitar”. A pesar de todo, Andreotti no acabó sus días tras las rejas. Los veredictos en su contra fueron anulados en octubre de 2003 y el Tío fue puesto nuevamente en libertad.

Durante sus primeras revelaciones sobre la Operación Gladio ante los senadores italianos, el 3 de agosto de 1990, Andreotti puso especial énfasis en precisar que “esas operaciones prosiguieron hasta 1972” para protegerse a sí mismo de posibles repercusiones. En efecto, en 1974, cuando era ministro de Defensa, el propio Andreotti había declarado oficialmente en el marco de una investigación sobre varios atentados cometidos por la extrema derecha: “Yo afirmo que el jefe de los servicios secretos descartó varias veces de forma explícita la existencia de una organización secreta de cualquier naturaleza o envergadura”. En 1978, Andreotti también había prestado testimonio en el mismo sentido ante los jueces que investigaban el atentado perpetrado en Milán por la extrema derecha.

Cuando la prensa italiana reveló que el ejército secreto Gladio, lejos de haber sido disuelto en 1972, seguía estando activo, la mentira de Andreotti no pudo seguir sosteniéndose. Durante las semanas siguientes, en agosto y septiembre de 1990, contrariamente a lo que acostumbraba a hacer, el primer ministro se comunicó profusamente con el extranjero, trató de ponerse en contacto con numerosos embajadores y se entrevistó con ellos. Como el apoyo internacional tardaba en llegar, Andreotti, que temía por su cargo, pasó a la ofensiva y trató de subrayar la importancia del papel de la Casa Blanca y de otros muchos gobiernos de Europa occidental que no sólo habían conspirado en la guerra secreta contra los comunistas, sino que habían participado en ella activamente. Al tratar de dirigir la atención hacia la implicación de otros países, Andreotti recurrió a una estrategia eficaz, aunque bastante arriesgada.

El 18 de octubre de 1990, Andreotti envió urgentemente un mensajero del Palazzo Chigi a la Piazza San Macuto, donde sesionaba la comisión parlamentaria. El mensajero entregó al secretario de recepción del Palazzo Chigi el informe titulado Un SID paralelo- el caso Gladio. Un miembro de la comisión parlamentaria, el senador Roberto Ciciomessere, supo por casualidad que el informe de Andreotti había sido entregado y que estaba en manos del secretario del Palazzo Chigi. Al echar un vistazo al texto, el senador quedó grandemente sorprendido al comprobar que Andreotti no se limitaba a proporcionar una descripción de la Operación Gladio, sino que, en contradicción con su propia declaración del 3 de agosto, reconocía que la organización seguía estando activa.

El senador Ciciomessere pidió una fotocopia del informe, que le fue denegada con el pretexto que, según el procedimiento en vigor, el presidente de la comisión, el senador Gualtieri, tenía que ser el primero en conocer el contenido del informe. Pero el senador Gualtieri nunca llegó a leer aquella primera versión del informe de Andreotti sobre la red Gladio. Tres días después, cuando iba a guardarlo en su portadocumentos para llevarlo a su casa y leerlo allí durante el fin de semana, Gualtieri recibió una llamada del primer ministro informándole que éste necesitaba inmediatamente el informe “para volver a trabajar algunos pasajes”.

Gualtieri sintió cierta incomodidad, pero finalmente aceptó de mala gana devolver el documento al Palazzo Chigi, luego de hacer varias fotocopias del mismo. Los métodos poco habituales a los que recurrió Andreotti provocaron un escándalo en toda Italia y no hicieron más que agravar las sospechas. Los periódicos publicaron titulares como “Operación Giulio”, en referencia a la Operación Gladio, y entre 50 mil y 400 mil ciudadanos indignados, inquietos y furiosos participaron, respondiendo al llamado del Partido Comunista (Partito Communisto Italiano, PCI), en una marcha por el centro de Roma, una de las manifestaciones más importantes de aquel periodo, bajo la consigna: “Queremos la verdad”. Algunos desfilaron disfrazados de gladiadores.

En la Piazza del Popolo, el líder del PCI, Achille Occhetto, anunció a la multitud que aquella marcha obligaría al gobierno a revelar las tenebrosas verdades que había mantenido en secreto durante tantos años: “Estamos aquí para obtener la verdad y transparencia”.

El 24 de octubre, el senador Gualteri tuvo de nuevo en su poder el informe de Andreotti sobre el “SID paralelo”. Dos páginas habían desaparecido y esta versión final ya no tenía más que 10. El parlamentario la comparó con las fotocopias de la primera versión y notó inmediatamente que varios fragmentos sensibles sobre las conexiones internacionales y la existencia de organizaciones similares en el extranjero habían sido suprimidos. Además, todas las menciones relativas a la organización secreta, que anteriormente aparecían en presente, lo cual sugería que seguían existiendo, aparecían ahora en pasado. Estaba claro que la estrategia de Andreotti consistente en enviar un documento y recuperarlo después para modificarlo antes de reenviarlo de nuevo no podía engañar a nadie.

Los observadores coincidieron en que aquella maniobra atraería obligatoriamente la atención hacia los fragmentos eliminados, es decir, sobre la dimensión internacional del caso, lo cual tendría como resultado que se disminuyera la culpabilidad del primer ministro. Sin embargo, la ayuda del extranjero no llegó.

En la versión final de su informe, Andreotti explicaba que Gladio había sido concebido en los países miembros de la OTAN como una red clandestina de resistencia destinada a luchar contra una posible invasión soviética. Al terminar la guerra, los servicios secretos del ejército italiano, el Servizio di Informazioni delle Forze Armate, predecesor del SID, había firmado con la CIA “un acuerdo sobre la organización de la actividad de una red clandestina postinvasión”, acuerdo designado con el nombre de stay-behind, en el que se renovaban todos los compromisos anteriores que implicaban a Italia y Estados Unidos.

La cooperación entre la CIA y los servicios secretos militares italianos, como precisaba Andreotti en su informe, se encontraba bajo la supervisión y la coordinación de los centros encargados de las operaciones de guerra clandestina de la OTAN: “Una vez que se constituyó esa organización secreta de resistencia, Italia estaba llamada a participar (…) en las tareas del CPC (Clandestine Planning Committee), fundado en 1959, que operaba en el seno del Supreme Headquarters Allied Powers Europe, el cuartel general de las potencias europeas de la OTAN (…) En 1964, los servicios secretos italianos se integraron también al ACC (Allied Clandestine Committee)”.

El ejército secreto Gladio, como reveló Andreotti, disponía de considerable armamento. El equipamiento proporcionado por la CIA había sido enterrado en 139 escondites distribuidos en bosques, campos e incluso en iglesias y cementerios. Según las explicaciones del primer ministro italiano, esos arsenales contenían “armas portátiles, municiones, explosivos, granadas de mano, cuchillos, dagas, morteros de 60 milímetros, fusiles sin retroceso calibre .57, fusiles con mirillas telescópicas, transmisores de radio, prismáticos y otros tipos de equipamiento diverso”. Además de las protestas de la prensa y de la población contra las acciones de la CIA y la corrupción del gobierno, las escandalosas revelaciones de Andreotti también dieron lugar a una verdadera fiebre en la búsqueda de escondites de armas.

El padre Giuciano recuerda el día en que los periodistas invadieron su iglesia en busca de los secretos enterrados del Gladio, movidos por intenciones ambiguas: “Me avisaron después del mediodía cuando dos periodistas de Il Gazzettino vinieron a preguntarme si yo sabía algo sobre depósitos de municiones aquí, en la iglesia. Empezaron a cavar en este lugar y rápidamente encontraron dos cajas. Pero el texto indicaba buscar también a unos 30 centímetros de la ventana. Así que retomaron sus excavaciones por allí. Apartaron una de las cajas ya que contenía una bomba de fósforo. Los carabineros salieron mientras que dos expertos abrían la caja. Todavía había otra más, que contenía dos metralletas. Todas las armas estaban nuevas, en perfecto estado. Nunca habían sido utilizadas”.

En contradicción con lo que el terrorista Vinciguerra había indicado en la década de 1980, Andreotti afirmaba insistentemente que los servicios secretos militares italianos y los miembros de Gladio no tenían absolutamente nada que ver con la ola de atentados que se había producido en Italia. Según Andreotti, antes de ser reclutado, cada miembro de Gladio era sometido a exámenes intensivos y tenía que “ajustarse rigurosamente” a la ley que regía el funcionamiento de los servicios secretos con el fin de probar su “fidelidad absoluta a los valores de la Constitución republicana antifascista”.

El procedimiento tenía también como objetivo garantizar la exclusión de todo aquel que ocupara alguna función administrativa o política. Además, según afirmaba Andreotti, la ley estipulaba que “los elementos preseleccionados no tuviesen antecedentes penales, no tuviesen ningún compromiso de tipo político y no participaran en ningún tipo de movimiento extremista”. Al mismo tiempo, Andreotti señalaba que los miembros de la red no podían declarar ante la justicia y que sus identidades así como otros detalles sobre el ejército secreto eran secreto militar. “La Operación, debido a sus modalidades concretas de organización y de acción –tal y como estaban previstas por las directivas de la OTAN e integradas en su estructura específica–, debe prepararse y ejecutarse en el más absoluto secreto”.

Las revelaciones de Andreotti sobre el “SID paralelo” sacudieron Italia. A muchos les costaba aceptar la idea de un ejército secreto dirigido por la CIA y la OTAN en Italia y en el extranjero. ¿Podía ser legal una estructura de ese tipo? El diario italiano La Stampa fue particularmente duro: “Ninguna razón de Estado puede justificar que se mantenga, que se cubra o se defienda una estructura militar secreta compuesta de elementos reclutados con base en criterios ideológicos –dependiente o, como mínimo, bajo la influencia de una potencia extranjera– y que sirva de instrumento para un combate político. No existen, para calificar eso, palabras que no sean alta traición o crimen contra la Constitución”.

En el Senado italiano, representantes del Partido Verde, del Partido Comunista y del Partido de los Independientes de Izquierda acusaron al gobierno de haber utilizado las unidades de Gladio para practicar una vigilancia territorial y perpetrar atentados terroristas con el objetivo de condicionar el clima político. Pero el PCI estaba sobre todo convencido de que, desde el comienzo de la Guerra Fría, el verdadero blanco de la red Gladio no había sido un ejército extranjero, sino los propios comunistas italianos. Los observadores subrayaban que “con ese misterioso SID paralelo, fomentado para contrarrestar un imposible golpe de Estado de la izquierda, estuvimos corriendo sobre todo el peligro de vernos expuestos a un golpe de Estado de la derecha (…) No podemos creer eso (…) que ese super SID haya sido aceptado como una herramienta militar destinada a operar “en caso de una ocupación enemiga”. El único verdadero enemigo fue y ha sido siempre el partido comunista italiano, es decir, un enemigo interno”.

Decidido a no asumir solo aquella responsabilidad, el primer ministro Andreotti se presentó ante el parlamento italiano, el mismo día que entregó su informe final sobre Gladio, y declaró: “A cada jefe de gobierno se le informaba la existencia de Gladio”. Sumamente embarazosa, esa declaración comprometió entre otros a los exprimeros ministros, como el socialista Bettino Craxi (1983-1987), Giovanni Spadolini, del Partido Republicano (1981-1982), entonces presidente del senado; Arnaldo Forlani (1980-1981), quien era en 1990 secretario de la DCI, y Francesco Cossiga (1978-1979), en aquel entonces presidente de la república.

Al verse de pronto en el ojo de la tormenta, debido a las revelaciones de Andreotti, las reacciones de estos altos dignatarios fueron confusas. Craxi afirmaba que nunca se le había informado la existencia de Gladio, hasta que le pusieron delante un documento sobre Gladio firmado de su puño y letra en la época en que él era primer ministro. Spadolini y Forlani sufrieron similares ataques de amnesia, pero también tuvieron que retractarse de sus declaraciones iniciales. Spadolini provocó la hilaridad de todo el mundo al precisar que había que distinguir entre lo que él sabía como ministro de Defensa y lo que le informaban como primer ministro. Francesco Cossiga, presidente de la república desde 1985, fue el único que reconoció plenamente su papel en la conspiración.

Durante una visita oficial en Escocia, anunció que estaba incluso “feliz y orgulloso” de haber contribuido a la creación del ejército secreto como encargado de asuntos de Defensa en el seno de la DCI, en la década de 1950. Declaró que todos los miembros de Gladio eran buenos patriotas y se expresó en los siguientes términos: “Yo considero como un gran privilegio y una prueba de confianza (…) el haber sido escogido para esa delicada tarea (…) Tengo que decir que estoy orgulloso de que hayamos podido guardar ese secreto durante 45 años”. Al abrazar así la causa de la organización implicada en actos de terrorismo, el presidente tuvo que enfrentar, a su regreso a Italia, una tempestad política y exigencias de renuncia y de destitución por alta traición provenientes de todos los partidos. El juez Casson tuvo la audacia de llamarlo a comparecer como testigo ante la comisión investigadora del Senado.

Pero el presidente, que visiblemente ya no estaba tan “feliz”, se negó de forma colérica y amenazó con cerrar toda la investigación parlamentaria sobre Gladio: “Reenviaré al parlamento el acta que extiende sus poderes y, si (el parlamento) la aprueba de nuevo, reexaminaré el texto para determinar si reúne las condiciones para presentar un rechazo (presidencial) definitivo de su promulgación”. Como aquella amenaza no tenía ninguna justificación constitucional, los críticos empezaron a cuestionar la salud mental del presidente. Cossiga renunció a la Presidencia en abril de 1992, tres meses antes del término legal de su mandato.

En una alocución pública pronunciada ante el Senado italiano el 9 de noviembre de 1990, Andreotti subrayó nuevamente que la OTAN, Estados Unidos y numerosos países de Europa occidental, como Alemania, Grecia, Dinamarca y Bélgica, estaban implicados en la conspiración stay-behind. Como prueba de sus alegaciones, reveladores datos confidenciales fueron entregados a la prensa. La publicación política italiana Panorama divulgó íntegramente el documento El SID paralelo- el caso Gladio, que Andreotti había entregado a la comisión parlamentaria.

Cuando las autoridades francesas trataron de negar su propia implicación en la red internacional Gladio, Andreotti contestó implacablemente que Francia también había participado secretamente en la última reunión del comité director de Gladio, el ACC, que se había desarrollado en Bruselas sólo unas pocas semanas antes, los días 23 y 24 de octubre de 1990, ante lo cual, un poco incómoda, Francia tuvo que reconocer su participación en la operación. A partir de entonces, se hacía imposible desmentir la dimensión internacional de la guerra secreta. El escándalo no tardó en extenderse por toda Europa occidental.

Después, siguiendo las fronteras de los Estados miembros de la OTAN, se propagó rápidamente por Estados Unidos. La comisión del parlamento italiano encargada de investigar sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en su país concluyó: “Aquellas matanzas, aquellas bombas, aquellas operaciones militares fueron organizadas, instigadas o apoyadas por personas que trabajan para las instituciones italianas y, como se descubrió más recientemente, por individuos vinculados a las estructuras de la inteligencia estadunidense”.

Ir Arriba



GLADIO: ¿POR QUÉ NIEGAN LA GUERRA CLANDESTINA? - Tercera Parte
por Daniele Ganser

Los recientes secuestros perpetrados en Europa y el escándalo de los vuelos secretos ordenados por la administración de Bush demuestran la vigencia del “gobierno de las sombras”, instaurado por la OTAN, la CIA y el Servicio de Inteligencia Secreto. Dieciséis miembros de la alianza militar atlántica avalaron ese régimen extralegal y la guerra clandestina desarrollados durante la Guerra Fría en el occidente europeo

8 DE FEBRERO DE 2010

Tomado de la Red Voltaire / Tercera parte

La existencia del gobierno de las sombras, instituido por Estados Unidos y Gran Bretaña en el conjunto de países aliados, quedó fehacientemente demostrada durante las investigaciones judiciales y parlamentarias realizadas en las décadas de 1980 y 1990. A pesar de ello, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y el MI6 (Servicio de Inteligencia Secreto) lo siguen negando hoy en día. Y es que Washington y Londres no ven en ello una etapa histórica, sino un dispositivo actual. Esto último ha quedado demostrado con los recientes secuestros perpetrados en Europa y con el escándalo de los vuelos secretos de la CIA que marcaron la era de George Bush. Si los ejércitos secretos de la OTAN siguen siendo un secreto militar, es porque se mantienen activos.

Cuando se producen las revelaciones sobre la red Gladio, en 1990, la OTAN, que es la alianza militar más grande del mundo, contaba con 16 países miembros: Alemania, Bélgica, Canadá, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Holanda, Portugal, Gran Bretaña, Turquía y Estados Unidos, país que asume el papel de comandante.

Ante las revelaciones del primer ministro italiano Giulio Andreotti (Contralínea 161), la reacción de la alianza atlántica fue de confusión y de temor por su imagen cuando se estableció el vínculo entre los ejércitos stay-behind y los atentados, actos de tortura, golpes de Estado y otras operaciones terroristas que se habían cometido en varios países de Europa occidental.

El lunes 5 de noviembre de 1990, al cabo de un largo silencio que había durado cerca de un mes, la OTAN negó categóricamente las alegaciones de Andreotti sobre la implicación de la alianza atlántica en la Operación Gladio y sus vínculos con los ejércitos secretos. El principal vocero de la OTAN, Jean Marcotta, afirmó desde el cuartel general del Supreme Headquarters Allied Powers Europe (SHAPE), en Mons (Bélgica): “La OTAN nunca ha previsto recurrir a la guerrilla o a operaciones clandestinas. Siempre se ha ocupado de cuestiones exclusivamente militares y de la defensa de las fronteras de los países aliados”.

Posteriormente, el martes 6 de noviembre, otro vocero explicó que el desmentido del día anterior era falso. Este otro vocero sólo proporcionó a los periodistas un breve comunicado en el que se precisaba que la OTAN nunca comentaba asuntos que eran secreto militar y que Marcotta debió haberse mantenido en silencio. La prensa internacional criticó amargamente aquellas contradicciones en la estrategia de relaciones públicas de la alianza militar: “Mientras que verdaderos sismos sacuden el continente entero, un vocero de la OTAN hace un desmentido: nada sabemos de Gladio ni de las redes stay-behind. Y ahora un lacónico comunicado viene a desmentir el desmentido “incorrecto” y nada más.

Mientras se producía el derrumbe de la credibilidad de la OTAN, los titulares de los diarios eran: “Unidad clandestina de la OTAN, sospechosa de vínculos con el terrorismo”; “Red secreta de la OTAN, acusada de subversión. La comisión descubrió que Gladio, brazo armado clandestino de la OTAN en Italia, se había convertido en un refugio de fascistas que combatían el comunismo mediante atentados terroristas que debían justificar un endurecimiento de las leyes”; “La bomba que estalló en Bolonia provenía de una unidad de la OTAN”.

Un diplomático de la OTAN, que insistió en conservar el anonimato, justificó ante los periodistas: “Ya que se trataba de una organización secreta, no espero que abunden las respuestas, aunque ya haya acabado la Guerra Fría. Si hubo vínculos con organizaciones terroristas, ese tipo de información debe estar enterrada muy hondo. Y si no es el caso, ¿qué hay de malo en preparar el terreno para la resistencia en caso de que los soviéticos atacaran?”

Según la prensa española, inmediatamente después del fiasco de la operación de comunicación del 5 y 6 de noviembre, el secretario general de la OTAN, Manfred Worner, convocó a los embajadores de la alianza atlántica para una reunión a puertas cerradas sobre Gladio, el 7 de noviembre. El SHAPE, órgano de mando del aparato militar de la OTAN, coordinaba las acciones del Gladio. Eso fue lo que reveló el secretario Manfred Worner durante una entrevista con los embajadores de las 16 naciones aliadas de la OTAN”, reportó la prensa española. “Worner habría pedido tiempo para realizar una investigación sobre las causas del desmentido formal” que la OTAN había publicado el día anterior. “Eso es lo que habría anunciado a los embajadores del Consejo Atlántico reunidos el 7 de noviembre, según ciertas fuentes”.

El más alto oficial de la OTAN en Europa, el general estadunidense John Galvin, había confirmado que las alegaciones de la prensa eran en gran parte correctas, pero que había que mantener el secreto. “En aquella reunión a puertas cerradas, el secretario general de la OTAN precisó que los altos oficiales interrogados (se refería al general John Galvin, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa) habían indicado que el SHAPE coordinaba las operaciones que realizaba el Gladio. En adelante, la política de la OTAN será negarse a hacer cualquier comentario sobre los secretos oficiales”.

Según fuentes que han solicitado el anonimato, el Buró de Seguridad de la OTAN estaba directamente implicado en la Operación Gladio. Con sede en el cuartel general de la OTAN, en Bruselas, el misterioso Buró de Seguridad es parte integrante de esa organización desde la creación de la alianza atlántica, en 1949. Su misión consiste en coordinar, supervisar y aplicar las políticas de seguridad de la OTAN. El director de Seguridad es el principal consejero en esa materia del secretario general, dirige el Servicio de Seguridad del cuartel general y es responsable de la coordinación general de la seguridad en el seno de la OTAN.

Pero lo más importante es que preside el Comité de Seguridad de la alianza atlántica, órgano que reúne regularmente a los jefes de los servicios de seguridad de los países miembros de la OTAN para discutir sobre cuestiones de espionaje, terrorismo, subversión y otras amenazas, entre ellas el comunismo en Europa occidental, que pudieran representar un peligro para la OTAN.

En Alemania, el investigador Erich Schmidt Eenboom reveló que los jefes de los servicios secretos de varios países de Europa occidental –sobre todo los de España, Francia, Bélgica, Italia, Noruega, Luxemburgo y Gran Bretaña– se habían reunido varias veces a finales de 1990 para elaborar una estrategia de desinformación que debía contrarrestar las numerosas revelaciones sobre Gladio.

Aquellas reuniones se desarrollaron al parecer en el muy secreto Buró de Seguridad. “El hecho que las estructuras clandestinas de Gladio fuesen coordinadas por un comité internacional de seguridad que se componía únicamente de representantes de los servicios secretos”, resalta el diario portugués Expresso, “plantea otro problema: el de la soberanía nacional de cada uno de los Estados”. Durante la Guerra Fría, ciertos servicios de inteligencia actuaban fuera de todo marco democrático. “Parece como si varios gobiernos europeos hubiesen perdido el control de sus servicios secretos” mientras que la OTAN mantenía, por su parte, relaciones particularmente estrechas con los servicios secretos militares de cada uno de los Estados miembros. “Es evidente que la OTAN aplica un principio de confianza restringida. Según esa doctrina, ciertos gobiernos no son lo suficientemente activos en la lucha contra el comunismo, así que no es de utilidad informarlos sobre las actividades del ejército secreto de la OTAN”.

Bajo el título “Manfred Worner habla sobre el Gladio”, la prensa portuguesa publicó detalles suplementarios sobre la reunión del 7 de noviembre. “El secretario general de la OTAN, el alemán Manfred Worner, explicó a los embajadores de los 16 países aliados de la OTAN la función de la red secreta –que fue creada en la década de 1950 con el fin de organizar la resistencia ante la eventualidad de una invasión soviética”.

Tras las puertas cerradas, “Worner confirmó que el comando militar de las fuerzas aliadas, el SHAPE, coordina las actividades de la Red Gladio, instaurada por los servicios secretos de los diferentes países de la OTAN, a través de un comité creado en 1952 y presidido actualmente por el general Raymond Van Calster, jefe de los servicios secretos militares belgas”. Posteriormente se supo que se trataba del Allied Clandestine Committee. Según el diario, “la estructura se creó en Italia antes de 1947, más tarde redes similares se crearon en Francia, Bélgica, el Reino Unido, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Noruega y Grecia. El secretario general reconoció también que el SHAPE había proporcionado “informaciones falsas”, negando la existencia de esa red secreta, y sin explicar las numerosas contradicciones en las que se enredaron numerosos gobiernos al confirmar o negar la realidad sobre las redes Gladio en sus respectivos países”.

En medio de la tormenta, la prensa trató repetidamente de obtener una explicación, o al menos algún comentario, de la más alta autoridad civil de la alianza atlántica, el secretario general de la OTAN, Manfred Worner. Pero, conforme a la política de la alianza que consistía en no pronunciarse sobre secretos militares, Worner rechazó todos los pedidos de entrevistas. El término “secretos militares” focalizó la atención de los periodistas, que empezaron entonces a buscar exresponsables de la OTAN ya retirados que pudiesen expresarse con más libertad sobre el caso. Joseph Luns, un exdiplomático de 79 años que había ocupado las funciones de secretario general de la OTAN desde 1971 hasta 1984, concedió una entrevista telefónica a varios reporteros desde su apartamento en Bruselas. Afirmó no haber sido informado nunca de la existencia de la red secreta, hasta que se había enterado, en fecha reciente, a través de la prensa: “Yo nunca había oído hablar de eso a pesar de que ejercí algunas responsabilidades en el seno de la OTAN”.

Luns admitió, sin embargo, haber sido puesto al tanto “de forma limitada” en ocasión de operaciones especiales y estimó como “poco probable pero no imposible” que Gladio hubiera podido existir sin que él lo supiera. “El único organismo internacional que ha funcionado es la OTAN, simplemente porque se trata de una alianza militar y porque nosotros estábamos al mando”, respondió un día el presidente estadunidense Richard Nixon.

Hacía notar, con toda razón, que aunque la OTAN tenía su sede europea en Bélgica, su verdadero cuartel general estaba en Washington, en el Pentágono. Desde la creación de la alianza atlántica, el comandante en jefe de la zona Europa, el supreme allied commander europe (saceur), que ejerce sus funciones desde su cuartel general, el SHAPE, con sede en Casteau (Bélgica), fue siempre un general estadunidense. Los europeos podían, por su parte, nombrar al más alto responsable civil, el secretario general. Pero, desde la nominación del general Dwight Eisenhower como primer saceur, la más alta función militar en Europa estuvo sistemáticamente en manos de oficiales estadunidenses.

Thomas Polgar, oficial de la CIA en retiro, confirmó, después de que se descubriera la existencia de los ejércitos secretos en Europa occidental, que la coordinación de dichos ejércitos estaba a cargo de “una especie de grupo de planificación de guerra no convencional” vinculado a la OTAN. Sus palabras fueron confirmadas por la prensa alemana cuando ésta subrayó que, durante todo el periodo de la Guerra Fría, ese departamento secreto de la OTAN estuvo bajo control estadunidense. “Las misiones de los ejércitos secretos son coordinadas por la Sección de Fuerzas Especiales, que se encuentra en un ala altamente vigilada del cuartel general de la OTAN en Casteau”, reportó un diario alemán. “Una puerta gris de acero que se abre como la caja fuerte de un banco y mediante una combinación cifrada impide el acceso de toda persona no autorizada”.

Los oficiales de los demás departamentos invitados a penetrar allí tienen que presentarse en una ventanilla oscura en la que son sometidos a un control. La Sección de Fuerzas Especiales está bajo la dirección de oficiales británicos y estadunidenses exclusivamente, y la mayoría de los documentos que allí circulan llevan la inscripción “american eyes orly” (únicamente para el personal americano).

Para contrarrestar la influencia de los partidos comunistas en ciertos países de Europa occidental, la OTAN había emprendido, desde su creación al término de la Segunda Guerra Mundial, una guerra secreta no convencional. Según los descubrimientos de la investigación parlamentaria belga sobre el Gladio, esa lucha comenzó incluso antes de la fundación de la alianza atlántica, bajo la coordinación, a partir de 1948, del Clandestine Committee of the Western Unión (CCWU). Según la prensa, todas las “naciones (participantes en Gladio) eran miembros del CCWU y asistían regularmente a reuniones a través de un representante de sus servicios secretos. Éstos estaban generalmente en contacto directo con las estructuras stay-behind”.

En 1949, al firmarse el Tratado del Atlántico Norte, el CCWU fue secretamente incorporado al nuevo aparato militar internacional y operó, a partir de 1951, bajo la nueva apelación del Comité de Planificación y Coordinación (CPC). En aquella época, el cuartel general europeo de la OTAN se encontraba en Francia y el CPC tenía su sede en París. Como antes lo había hecho el CCWU, el comité se encargaba de la planificación, la preparación y la dirección de las operaciones de guerra no convencional que realizaban los ejércitos stay-behind y las Fuerzas Especiales. Sólo los oficiales que disponían de autorizaciones emitidas por el nivel superior estaban autorizados a penetrar en la sede del CPC donde, bajo la vigilancia de los expertos de la CIA y del MI6, se reunían varias veces al año los jefes de los servicios secretos de los Estados de Europa occidental para coordinar las operaciones de guerra clandestina que se desarrollaban en toda la parte occidental del continente.

En 1966, cuando el presidente de la república francesa Charles de Gaulle expulsó a la OTAN de Francia, el cuartel general europeo de la alianza atlántica tuvo que mudarse de París a Bruselas, lo cual provocó la cólera del presidente de Estados Unidos Lyndon Johnson. En el más absoluto secreto, el CPC también se mudó para Bélgica, como se reveló gracias a la investigación sobre el Gladio belga. La histórica expulsión de la OTAN del territorio francés ofreció entonces una primera imagen real de los oscuros secretos de la alianza atlántica. Para Philip Willan, especialista en operaciones secretas, “la existencia de protocolos secretos de la OTAN, que implicaban a los servicios secretos de los países firmantes y que tenían como objetivo evitar que los comunistas tuviesen acceso al poder, se divulgó por vez primera en 1966, cuando el presidente De Gaulle decidió retirarse del comando conjunto de la OTAN y denunció esos protocolos como una violación de la soberanía nacional”.

Si los documentos originales de los protocolos anticomunistas secretos de la OTAN siguen siendo confidenciales, las especulaciones sobre su contenido no dejaron de multiplicarse como consecuencia del descubrimiento de la existencia de los ejércitos secretos stay-behind. En un artículo dedicado al Gladio, el periodista estadunidense Arthur Rowse escribió que “una cláusula secreta del tratado inicial de la OTAN de 1949 estipulaba que todo país candidato a la adhesión tenía que haber instaurado anteriormente una autoridad de seguridad nacional encargada de dirigir la lucha contra el comunismo por grupos clandestinos de ciudadanos”.

Un especialista italiano en servicios secretos y operaciones clandestinas, Giuseppe de Lutiis, descubrió que en el momento de su integración a la OTAN, en 1949, Italia firmó, además del Pacto Atlántico, una serie de protocolos secretos que estipulaban la creación de una organización no oficial “encargada de garantizar el alineamiento de la política interna italiana con la del bloque occidental por todos los medios necesarios, incluso en caso de que la población llegara a manifestar una inclinación divergente”.

El historiador italiano especializado en el Gladio, Mario Coglitore, ha confirmado también la existencia de esos protocolos secretos de la OTAN. Después de las revelaciones de 1990, un exoficial de inteligencia de la OTAN, que puso énfasis en conservar el anonimato, llegó a afirmar que esos documentos protegían explícitamente a los miembros de la extrema derecha, considerados útiles en la lucha contra los comunistas. Truman, presidente de Estados Unidos, y el canciller alemán Adenauer al parecer “firmaron un protocolo secreto durante la adhesión de la República Federal Alemana (RFA) a la OTAN, en 1955, en el que se estipulaba que las autoridades de Alemania Occidental se abstendrían de emprender acciones judiciales contra reconocidos extremistas de derecha”.

El general italiano Paolo Inzerilli, quien dirigió el Gladio en su país desde 1974 hasta 1986, subrayó que los “omnipresentes americanos” controlaban el CPC secreto que se hallaba a cargo de la coordinación de la guerra clandestina. Según el general Inzerilli, el comité había sido fundado “por orden del comandante en jefe de la OTAN en Europa. Era (el comité) el intermediario entre el SHAPE, el cuartel general de las potencias aliadas en Europa y los servicios secretos de los Estados miembros para las cuestiones de guerra no convencional”.

Estados Unidos controlaba el CPC, con sus vasallos británicos y franceses, y constituía junto a estos últimos una comisión ejecutiva en el seno del comité. “Las reuniones se sucedían al ritmo de una o dos al año en el cuartel general del CPC, en Bruselas, y los asuntos del orden del día se debatían entre la Comisión Ejecutiva y los responsables militares”, testimonió Inzirelli.

“La coordinación entre las acciones de nuestra red stay-behind y las de las estructuras clandestinas análogas en Europa la hacía el CPC del SHAPE, el cuartel general de las potencias aliadas en Europa”, explicó el general italiano Gerardo Serravalle. Predecesor del general Inzirelli, el general Serravalle había tenido bajo sus órdenes el Gladio en Italia, entre 1971 y 1974. Serravalle contó que “durante la década de 1970, los miembros del CPC eran los oficiales responsables de las estructuras secretas de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo, Holanda e Italia. Esos representantes de las redes clandestinas se reunían cada año en una de las capitales europeas”.

Altos responsables de la CIA asistían a cada una de esas reuniones. “Siempre había representantes de la CIA en las reuniones de los ejércitos stay-behind”, recuerda Serravalle. “Pertenecían a la estación CIA de la capital donde se desarrollaba la reunión y no participaban en las votaciones. La directiva SHAPE desempeñaba el papel de referencia oficial, por no decir de doctrina para las redes stay-behind”, explica el general Serravalle en su libro dedicado al Gladio. Precisa también que las grabaciones del CPC, que él mismo pudo consultar pero que siguen siendo confidenciales, “abordan (sobre todo) el entrenamiento de los miembros del Gladio en Europa, cómo activarlos desde el cuartel general secreto en caso de ocupación del conjunto del territorio nacional y otras cuestiones técnicas como, por citar la más importante, la unificación de los diferentes sistemas de comunicación entre las bases stay-behind”.

Ir Arriba



GLADIO: ALIANZA MILITAR Y CLANDESTINA - Cuarta Parte
por Daniele Ganser

La Operación Gladio –desarrollada por la OTAN como guerra clandestina en contra de los comunistas durante la Guerra Fría– tejió una red de complicidades en Europa. Al descubierto, la coordinación que el Allied Clandestine Committee efectuó respecto de las redes stay-behind en Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y Estados Unidos. Pese a las evidencias, la alianza militar atlántica niega la existencia de los ejércitos clandestinos

5 DE ENERO DE 2010

Tomado de la Red Voltaire / Cuarta parte

En forma paralela al Comité de Planificación y Coordinación (CPC) ­–como se le renombró al Clandestine Committee of the Western Unión­–, un segundo puesto de mando secreto que funcionaba como un cuartel general stay-behind fue creado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a principios de la década de 1950 bajo el nombre de Allied Clandestine Committee (ACC).

Al igual que el CPC, el ACC estaba en contacto directo con el comandante en jefe de la zona Europa, el supreme allied commander europe (saceur). Éste, a su vez, estaba bajo control estadunidense. Según las conclusiones de la investigación parlamentaria belga sobre la Operación Gladio, el ACC fue creado en 1955 y se encargó de “la coordinación de las redes stay-behind en Bélgica, Dinamarca, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Gran Bretaña y en Estados Unidos”. Según el informe sobre la investigación belga, en tiempo de paz, las funciones del ACC “incluían la elaboración de directivas destinadas a la red, el desarrollo de sus capacidades secretas y el establecimiento de bases en Gran Bretaña y Estados Unidos.

En caso de guerra, se suponía que debía preparar acciones stay-behind (ejércitos secretos) conjuntamente con el Supreme Headquarters Allied Powers Europe (SHAPE); a partir de ahí, “los organizadores tenían que activar las bases clandestinas y preparar las operaciones”. El comandante del Gladio italiano, el general Inzirelli, afirma que “las relaciones en el seno del ACC eran totalmente diferentes” a las que existían en el CPC. “La atmósfera era claramente más relajada y amigable que en el CPC”. El ACC, fundado en cumplimiento de “una orden expresa del saceur al CPC”, al parecer “se convirtió en una ramificación” de este último.

Parece que ese organismo sirvió sobre todo como un foro donde se compartía la experiencia del Gladio entre los jefes de los servicios secretos: “El ACC era un comité esencialmente técnico, un foro donde uno podía intercambiar información y experiencias, mencionar los medios disponibles o en estudio, compartir sus conocimientos sobre las redes, etcétera”. El general Inzirelli recuerda: “Nos hacíamos favores mutuamente. Cada uno de nosotros sabía que si le hacía falta un experto en explosivos, en telecomunicaciones o en represión para una operación, podía dirigirse sin problemas a un colega extranjero ya que los agentes habían recibido el mismo entrenamiento y utilizaban el mismo tipo de equipamiento”.

Los radiotransmisores llamados Harpoon eran parte del equipamiento de todos los miembros del ACC. La firma alemana AEG Telefunken los había concebido y fabricado a mediados de la década de 1980, por orden del comité de dirección de Gladio, a 130 millones de marcos, para reemplazar un sistema de comunicaciones que se había hecho obsoleto. El sistema Harpoon podía transmitir y recibir mensajes radiales codificados a una distancia de 6 mil kilómetros, permitiendo así la comunicación entre las redes stay-behind que se encontraban a ambos lados del Atlántico. “El único equipamiento que tienen en común todos los miembros del ACC es el famoso radiotransmisor Harpoon”, reveló Van Ussel, un miembro del Gladio belga que había utilizado ese equipo personalmente en la década de 1980, cuando era un miembro activo de la organización.

Según Van Ussel, “ese sistema se utilizaba regularmente para transmitir mensajes entre las bases y los agentes (en particular durante los ejercicios de comunicación por radio), pero estaba destinado sobre todo a la transmisión de información de inteligencia en caso de ocupación”. El ACC disponía de bases en todos los países europeos, incluyendo una en el Reino Unido. Desde esas bases se podían activar y dirigir las unidades presentes en los territorios ocupados. Al parecer, el ACC editaba manuales destinados a los miembros de Gladio. Estos manuales indicaban los procedimientos comunes a seguir en la realización de acciones clandestinas, las comunicaciones radiales codificadas y el salto de frecuencia, así como el abastecimiento por vía aérea y los aterrizajes.

El ACC tenía un sistema de presidencia rotativa con un mandato de dos años. En 1990, dicha presidencia estaba en manos de Bélgica. La reunión del ACC que tuvo lugar durante los días 23 y 24 de noviembre se desarrolló bajo la presidencia del general de división Raymond Van Calster, jefe del SGR, los servicios secretos militares belgas. El general Inzirelli recordó que “al contrario del CPC, el ACC no tenía una dirección establecida y permanente. La presidencia del comité se asumía por dos años y rotaba entre todos los miembros por orden alfabético”. Por esa razón, el ACC no estaba sometido “al mismo dominio de las grandes potencias”. Inzirelli afirmó que él prefirió trabajar en el ACC en vez de hacerlo en el CPC, bajo control de los estadunidenses: “Tengo que reconocer, por haberlo presidido yo mismo durante dos años, que el ACC era un comité verdaderamente democrático”.

OTAN niega la guerra clandestina

En el marco de toda investigación exhaustiva sobre la Operación Gladio y las redes stay-behind, salta a la vista la importancia de las transcripciones y grabaciones de las reuniones del CPC y del ACC como fuentes esenciales. Desgraciadamente, a pesar de los años transcurridos desde el descubrimiento de esa red altamente secreta, las autoridades de la OTAN se han limitado, al igual que en 1990, a oponer el silencio o el rechazo a las exigencias del público en ese sentido. Al realizar nuestra propia investigación, durante el verano de 2000, cuando nos pusimos en contacto con el servicio de archivos de la OTAN para solicitar acceso a informaciones suplementarias sobre Gladio, esencialmente sobre el CPC y el ACC, recibimos la siguiente respuesta: “Después de haber verificado en nuestros archivos, no existe huella alguna de los comités que usted menciona”.

Cuando insistimos, el servicio de archivos nos respondió: “Le confirmo nuevamente que los comités que usted menciona nunca han existido en el seno de la OTAN. Además, la organización que usted llama ‘Gladio’ nunca ha formado parte de la estructura militar de la OTAN”. Llamamos entonces al Buró de Seguridad de la OTAN, pero nunca pudimos hablar con su director. Ni siquiera pudimos conocer su identidad, clasificada como “confidencial”. La señora Isabelle Jacobs nos informó que era altamente improbable que lográsemos obtener respuestas a nuestras preguntas sobre un tema tan sensible como el Gladio y nos aconsejó que transmitiéramos nuestro pedido por escrito a través de la embajada de nuestro país de origen.

Fue así que, después de que la Misión Suiza de Observación en Bruselas transmitiera a la OTAN nuestras preguntas sobre el caso Gladio, el embajador de Suiza Anton Thalmann nos respondió que sentía informarnos que “ni yo ni mi personal tenemos conocimiento de la existencia de los comités secretos de la OTAN que menciona usted en su carta”. Nuestras preguntas eran: “¿Cuál es el vínculo entre la OTAN, el CPC y el ACC? ¿Qué papel desempeñan el CPC y el ACC? ¿Qué vínculo existe entre el CPC, el ACC y el Buró de Seguridad de la OTAN?” El 2 de mayo de 2001 recibimos una respuesta de Lee McClenny, director del servicio de prensa y comunicación de la OTAN.

En su carta, McClenny afirmaba que “ni el ACC ni el CPC aparecen en la documentación de la OTAN, confidencial o no, que he consultado”. Y agregaba: “Además, no he podido encontrar a nadie que trabaje aquí que haya oído hablar de esos comités. Ignoro si tales comités han existido alguna vez en la OTAN, lo que sí es seguro es que no es el caso hoy en día”. Nuevamente insistimos y preguntamos: “¿Por qué el vocero de la OTAN Jean Marcotta negó categóricamente, el 5 de noviembre de 1990, todo vínculo entre la OTAN y el Gladio, palabras que fueron desmentidas dos días después por un segundo comunicado?” La respuesta de Lee McCleny fue: “No estoy al corriente de la existencia de vínculos entre la OTAN y la Operación Gladio. Además, no encuentro a nadie con el nombre de Jean Marcotta en la lista de voceros de la OTAN”. Se mantenía el misterio.

Opacidad y abusos de la CIA

La CIA, la agencia de inteligencia más poderosa del mundo, no se mostró más inclinada a cooperar que la mayor alianza militar del mundo si se trataba de abordar la delicada cuestión del Gladio y de los ejércitos stay-behind. Fundada en 1947, dos años antes de la creación de la OTAN, la principal tarea de la CIA durante la Guerra Fría consistió en combatir el comunismo a lo largo y ancho del planeta mediante la realización de operaciones secretas, cuyo objetivo era extender la influencia de Estados Unidos. El presidente Nixon indicó una vez que “acciones clandestinas” eran para él “aquellas actividades que, aunque están destinadas a favorecer los programas y políticas de Estados Unidos en el extranjero, se planifican y ejecutan de forma tal que el público no vea en ellas la mano del gobierno americano”.

Historiadores y analistas políticos han descrito posteriormente de forma detallada la manera como la CIA y las Fuerzas Especiales estadunidenses influyeron en la evolución política y militar de numerosos países de América Latina, mediante guerras secretas y no declaradas. Entre los hechos más destacados podemos citar el derrocamiento del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, en 1954; el fracasado desembarco en Bahía de Cochinos, en 1961, que debía provocar la destitución de Fidel Castro; el asesinato de Ernesto Che Guevara en Bolivia, en 1967; el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, y la instalación en el poder del dictador Augusto Pinochet, en 1973; así como el financiamiento de los contras en Nicaragua, después de la Revolución Sandinista de 1979.

Además de esas acciones en el continente suramericano, la CIA intervino también en numerosas ocasiones en Asia y en África, derrocando el gobierno de Mossadegh en Irán, en 1953; apoyando la política de apartheid en Sudáfrica, lo cual condujo al encarcelamiento de Nelson Mandela; ayudando a Bin Laden y Al-Qaeda en Afganistán, durante la invasión soviética de 1979; y apoyando al líder khmer rojo Pol Pot desde la bases que había conservado en Cambodia, después de la derrota estadunidense en Vietnam, en 1975. Desde un punto de vista estrictamente técnico, el departamento de operaciones secretas de la CIA corresponde a la definición de organización terrorista que hace el Federal Bureau of Investigation (FBI). El “terrorismo” es, según el FBI, “el uso ilegal de la fuerza o de la violencia contra personas o bienes con el fin de intimidar y obligar a un gobierno, una población civil o un segmento de esta última a perseguir ciertos objetivos políticos o sociales”.

A mediados de la década de 1970, cuando el Congreso de Estados Unidos descubrió que la CIA y el Pentágono habían extendido sus propios poderes casi más allá de todo control, sobrepasándolos incluso en numerosas ocasiones, el senador estadunidense Frank Church hizo, con bastante buen tino, el siguiente comentario: “La multiplicación de los abusos cometidos por nuestros servicios de inteligencia es reveladora de un fracaso más general de nuestras instituciones fundamentales”. El senador Church presidía una de las tres comisiones del Congreso que recibieron la misión de investigar los actos de los servicios secretos estadunidenses y cuyos informes, presentados a mediados de la década de 1970, constituyen hoy en día una referencia autorizada en lo tocante a las guerras secretas de Washington.

Sin embargo, el impacto de las investigaciones del Congreso estadunidense fue limitado y los servicios secretos siguieron abusando de sus prerrogativas, con el apoyo de la Casa Blanca, como quedó demostrado durante el escándalo del Irángate, en 1986. Aquello llevó a la historiadora Kathryn Olmsted a plantearse la siguiente “pregunta crucial”: “¿Por qué, después de haber emprendido su investigación, la mayoría de los periodistas y miembros del Congreso renunció a desafiar al gobierno secreto?”

Mientras se desarrolla en Estados Unidos el debate sobre la existencia o no de un “gobierno de la sombra”, el fenómeno Gladio prueba que la CIA y el Pentágono han operado repetidamente fuera de todo control democrático durante la Guerra Fría, e incluso después del derrumbe del comunismo, sin tener nunca que rendir cuentas sobre sus intrigas. Durante una entrevista concedida a la televisión italiana en diciembre de 1990, el almirante Stanfield Turner, director de la CIA de 1977 a 1981, se negó a hablar del escándalo Gladio. Cuando los periodistas, que tenían en mente la gran cantidad de víctimas de los numerosos atentados perpetrados en Italia, trataron de insistir, el exjefe de la CIA se quitó el micrófono con furia y gritó: “¡Dije que cero preguntas sobre Gladio!”, poniendo así fin a la entrevista.

Miembros de la CIA reconocen Gladio

Exoficiales de la CIA de menos rango aceptaron hablar de los secretos de la Guerra Fría y de las operaciones ilegales de la agencia estadunidense. Entre ellos, Thomas Polgar, quien se retiró en 1981, al cabo de 30 años de servicio. En 1991, Polgar prestó testimonio contra la nominación de Robert Gates a la cabeza de la CIA, reprochándole el hecho de haber enmascarado el escándalo del Irángate. Interrogado sobre los ejércitos secretos en Europa, Polgar explicó, refiriéndose implícitamente al CPC y al ACC, que la coordinación de los programas stay-behind estaba en manos de “una especie de grupo de planificación de guerra no convencional vinculado a la OTAN”.

En sus cuarteles generales secretos, los jefes de los ejércitos secretos nacionales “se reunían cada dos o tres meses, siempre en una capital diferente”. Polgar subraya que “cada servicio nacional lo hacía con mayor o menor celo”, aunque admite que “en la década de 1970 en Italia, algunos fueron incluso más lejos de lo que exigía la carta de la OTAN”. El periodista Arthur Rowse, excolaborador del Washington Post, dio a conocer “las lecciones de Gladio” en un ensayo dedicado al tema: “Mientras el pueblo estadunidense siga ignorando todo ese oscuro capítulo de las relaciones exteriores de Estados Unidos, eso no incitará realmente a las agencias responsables de esta situación a cambiar de comportamiento. El fin de la Guerra Fría no cambió gran cosa en Washington. Estados Unidos (…) sigue esperando con impaciencia un verdadero debate nacional sobre los medios, los objetivos y los costos de nuestras políticas federales de seguridad”.

Especializados en el estudio de las operaciones clandestinas de la CIA y de los secretos de la Guerra Fría, los investigadores del instituto privado e independiente de investigación National Security Archive, de la universidad George Washington, presentaron a la CIA, el 15 de abril de 1991, un pedido basado en la Freedom of Information Act (Foia). Según los términos de esta ley sobre la libertad de información, todos los servicios del gobierno estadunidense están obligados a justificar ante la ciudadanía la legalidad de sus actos. Malcolm Byrne, vicedirector de investigación del National Security Archive, solicitaba a la CIA el acceso a “todos los archivos vinculados (…) a las decisiones del gobierno estadunidense, tomadas probablemente entre 1951 y 1955, sobre el financiamiento, el apoyo o la colaboración con todo ejército secreto, con toda red o con cualquier otra unidad, creados con el objetivo de resistir ante una posible invasión de Europa occidental por parte de potencias bajo dominio comunista o de realizar operaciones de guerrilla en países de Europa occidental ante la hipótesis de que éstos se encontraran bajo el control de partidos o de regímenes comunistas, de izquierda o que gozaran del apoyo de la Unión Soviética”.

Byrne agregaba: “Le ruego que incluya usted en su búsqueda todo documento que mencione actividades conocidas bajo el nombre de ‘Operación Gladio’, en particular en Francia, en Alemania y en Italia”. Byrne precisaba, con toda razón, que “todos los documentos obtenidos como consecuencia de este pedido ayudarán a dar a conocer al público la política exterior de Estados Unidos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, así como el impacto del conocimiento, análisis y adquisición de datos de inteligencia en la política estadunidense de la época”. Pero la CIA se negó a cooperar, y el 18 de junio de 1991, presentó la siguiente respuesta: “La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de archivos que respondan a los criterios de su pedido”. Byrne trató de reclamar ante la negativa de la CIA a proporcionarle información sobre Gladio, pero su gestión fue impugnada.

La CIA fundamentó su negativa a cooperar invocando dos dispensas que permiten bloquear la aplicación de la ley sobre la libertad de información y que sirven prácticamente para cubrir cualquier cosa ya que excluyen cualquier documento “clasificado como confidencial en virtud de una decisión tomada por el Ejecutivo en interés de la defensa nacional o de la política exterior” (Dispensa B1) o a título de las “obligaciones inherentes al estatus del director de proteger la confidencialidad de las fuentes y métodos de inteligencia, tales como la organización, las funciones, nombres, títulos oficiales, ingresos y número de los empleados de la agencia, conforme a la National Security Act de 1947 y a la CIA Act de 1949” (Dispensa B3).

Los responsables europeos no navegaron con más fortuna cuando trataron de enfrentarse al gobierno secreto. En marzo de 1995, una comisión del Senado italiano presidida por Giovanni Pellegrino, comisión que había realizado una investigación sobre Gladio y sobre los atentados perpetrados en Italia, presentó a la CIA un pedido Foia. Los senadores italianos pedían acceso a todos los archivos vinculados a las Brigadas Rojas y al secuestro de Aldo Moro para aclarar si, en el marco de su programa de intromisión en los asuntos de Italia, la CIA había infiltrado el grupo terrorista de extrema izquierda antes de que éste asesinara al exprimer ministro italiano y líder de la democracia cristiana italiana Aldo Moro, en 1978.

La CIA se negó a cooperar y rechazó, en mayo de 1995, todos los pedidos de acceso presentados, agregando que dicho rechazo “no confirmaba ni negaba la existencia o la inexistencia en los archivos de la CIA de los documentos solicitados”. La prensa italiana subrayó lo embarazoso de aquel rechazo y tituló: “La CIA rechaza pedido de asistencia de la comisión parlamentaria. Secuestro de Moro, secreto de Estado en Estados Unidos”.

El segundo pedido de información sobre Gladio, proveniente de un gobierno europeo, fue presentado a la CIA por el gobierno de Austria en enero de 2006, como consecuencia del descubrimiento de varios escondites de armas “altamente secretos” que la CIA había preparado para el Gladio en montañas y bosques de aquel país, a pesar de la neutralidad de Austria. Representantes del gobierno estadunidense respondieron que Estados Unidos correría con los gastos ocasionados por el desenterramiento y la recogida del equipamiento de las redes. La investigación austriaca estuvo a cargo de los servicios del ministro del Interior Mickael Sika, quien presentó su informe final sobre los depósitos de municiones de la CIA el 28 de noviembre de 1997 al declarar: “No es posible llegar con certeza a ninguna conclusión en lo tocante a los escondites de armas y el uso al que estaban destinadas”.

Por lo tanto: “Para aclarar totalmente el caso, sería necesario disponer de los documentos vinculados a éste, especialmente los que se encuentran en Estados Unidos”. Un miembro de la comisión, Oliver Rathkolb, de la Universidad de Viena, presentó entonces un pedido con base en la Foia cuyo objetivo era obtener acceso a los archivos de la CIA. Pero en 1997, el comité de divulgación de la agencia opuso un nuevo rechazo que invocaba nuevamente las dispensas B1 y B3, dejando así a los austriacos con la amarga impresión de que la CIA no estaba obligada a rendir cuentas ante nadie.

Siendo ésta la única posibilidad de obtener acceso a los archivos vinculados al Gladio, nosotros mismos presentamos a la CIA un pedido Foia el 14 de diciembre de 2000. Dos semanas más tarde, recibimos una respuesta evasiva a nuestro pedido vinculado a la Operación Gladio: “La CIA no puede confirmar ni negar la existencia o la inexistencia de documentos que correspondan a su pedido”. Al invocar las dispensas restrictivas B1 y B3, la coordinadora encargada de la información y de las cuestiones vinculadas al respeto de la vida privada, la señora Kathryn I Dyer, nos negó el acceso a las informaciones sobre la Operación Gladio. Nosotros hicimos oposición a aquella decisión y señalamos que: “Los documentos retenidos deben publicarse en virtud de la ley Foia sobre la libertad de expresión, ya que las cláusulas B1 y B3 sólo pueden aplicarse a las operaciones de la CIA que siguen siendo secretas”.

Seguidamente demostrábamos que el Gladio no se encontraba ya en ese caso, precisando los datos que ya habíamos recogido anteriormente durante nuestras investigaciones, y concluimos: “Si usted, señora Dyer, invoca en este contexto las cláusulas restrictivas B1 y B3, está usted privando a la CIA de la posibilidad de expresarse sobre informaciones relativas al caso Gladio, [informaciones] que de todas maneras serán reveladas, decida o no la CIA intervenir”.

En febrero de 2001, la CIA nos respondió: “Su apelación ha sido aceptada y se tomarán disposiciones para que la examinen los miembros del comité de divulgación de la agencia. Usted será informado de la decisión que se tome”. Al mismo tiempo, la CIA precisó que aquella comisión procesaba los pedidos en función de la fecha en que habían sido presentadas y que “en este momento, tenemos alrededor de 315 apelaciones por examinar”. Nuestro pedido sobre la red Gladio quedaba así en espera, debajo del montón. En el momento en que redactamos este libro (Nato’s secret armies), la comisión seguía sin dar respuesta.

Después de la OTAN y la CIA, la tercera organización en orden de importancia implicada en la operación stay-behind era el MI6 británico (Servicio Secreto). En 1990, el MI6 no adoptó posición alguna sobre el caso Gladio, debido a una legendaria obsesión por el secreto. La existencia misma del MI6 no fue admitida oficialmente hasta 1994, con la publicación de la Intelligence Services Act, que estipulaba que la misión de ese servicio consistía en obtener información de inteligencia y ejecutar acciones secretas en el extranjero.

Mientras que el Ejecutivo británico y el MI6 se negaban a hacer cualquier comentario, Rupert Allason, miembro del partido conservador, redactor del Intelligence Quarterly Magazine bajo el seudónimo de Nigel West y autor de varios libros sobre los servicios británicos de seguridad, confirmó, en noviembre de 1990, en pleno apogeo del escándalo Gladio y en una entrevista telefónica concedida a la Associated Press: “Estábamos, y seguimos estando todavía, fuertemente implicados (…) en esas redes”.

West explicó que Gran Bretaña “participó, claro está, junto a los estadunidenses, en el financiamiento y la dirección” de varias redes y que también participaba en el marco de la colaboración entre el MI6 y la CIA: “Son las agencias de inteligencia británicas y estadunidenses las que dieron origen al proyecto”. West afirmó que, a partir de 1949, el accionar de los ejércitos stay-behind había sido coordinado por la Estructura de Comando y Control de las Fuerzas Especiales de la OTAN, en cuyo seno, el Special Air Service (SAS) desempeñaba un papel estratégico.

“La responsabilidad de Gran Bretaña en la creación de las redes stay-behind en toda Europa es absolutamente fundamental”, reportó la BBC, con cierto retraso, en su edición vespertina del 4 de abril de 1991. El presentador de noticias John Simpson acusó al MI6 y al Ministerio de Defensa británico de no divulgar toda la información que tenían sobre el tema en momentos en que las revelaciones sobre Gladio han provocado que se descubriera la existencia de ejércitos stay-behind en otros países europeos –en Bélgica, Francia, Holanda, España, Grecia y Turquía. Hasta en países neutrales como Suecia y Suiza–. La cuestión dio lugar a un debate público. En ciertos casos se han abierto investigaciones oficiales.

“En cambio, nada se ha hecho todavía en Gran Bretaña. Sólo hemos tenido los acostumbrados comunicados del Ministerio de Defensa que no quiere comentar las cuestiones de seguridad nacional”. Simpson declaró que después de la caída del Muro de Berlín, los británicos habían podido conocer, con una mezcla de horror y fascinación, los complots y las operaciones de terrorismo urdidos por la Stasi, la Securitate y otros servicios secretos de Europa oriental. “¿Es posible que nuestro bando haya cometido actos comparables? ¡Nunca!”, comentó con ironía antes de llamar la atención hacia los servicios de seguridad de Europa occidental: “Pero ahora empiezan a aparecer informaciones sobre los abusos que pudieran haber cometido la mayoría de los servicios secretos de los miembros de la OTAN”.

Fuerzas clandestinas en toda Europa

En Italia, una comisión parlamentaria recibió la misión de investigar las acciones de un ejército secreto creado por el Estado con el objetivo de resistir en caso de invasión soviética. La investigación ha permitido descubrir la existencia de fuerzas armadas clandestinas similares en toda Europa. Pero el grupo italiano, conocido bajo el nombre de Gladio, es sospechoso de haber participado en una serie de atentados terroristas”.

La BBC no logró obtener de los responsables del gobierno ninguna reacción sobre el escándalo Gladio. La confirmación oficial de la implicación del MI6 sólo llegó años más tarde y en un contexto más bien sui generis: en un museo. En julio de 1995, se inauguró en el Imperial War Museum de Londres una nueva exposición permanente titulada “Las guerras secretas”. “Todo lo que usted puede ver en esta exposición es parte de los secretos mejor guardados de este país”, se aseguraba a los visitantes en la entrada. “Por vez primera se revelan al público. Y lo más importante, todo es verídico… la realidad es mucho más increíble y apasionante que la ficción”.

En una de las vitrinas dedicadas al MI6, un discreto comentario confirmaba que: “Los preparativos con vistas a una Tercera Guerra Mundial incluían la creación de comandos stay-behind equipados para operar detrás de las líneas enemigas en caso de invasión soviética en Europa occidental”. En la misma vitrina se exhibía una gran caja llena de explosivos con la siguiente explicación: “Explosivos concebidos especialmente por el MI6 para ser escondidos en territorios susceptibles de pasar al enemigo. Podían mantenerse enterrados durante años sin sufrir la menor alteración”.

Junto a un manual sobre técnicas de sabotaje destinado a los comandos stay-behind se podía leer: “En la zona británica de ocupación en Austria, oficiales de la Marina Real fueron destacados especialmente para preparar escondites de armas en regiones de montaña y colaborar con agentes reclutados en el terreno”.

Varios exoficiales del MI6 interpretaron aquella exposición como una señal de que podían hablar en adelante sobre la Operación Gladio. Meses después de la inauguración, los exoficiales Giles y Preston, ambos de la Marina Real, los únicos agentes del MI6 cuyos nombres se mencionaban en la exposición junto a una fotografía tomada “en los Alpes austriacos, 1953-1954”, confirmaron al escritor Michael Smith que a finales de la década de 1940 y principios de la década de 1950 estadunidenses y británicos habían reclutado unidades stay-behind en Europa occidental en previsión de una invasión soviética.

Giles y Preston fueron enviados a Fort Monckton, no lejos de Portsmouth, en Inglaterra, donde los miembros del Gladio compartían el entrenamiento de los hombres de SAS (fuerzas especiales británicas) bajo la dirección del MI6. Se les entrenaba en codificación [de mensajes], uso de armas de fuego y operaciones secretas. “Teníamos que hacer ejercicios, salir en medio de la noche y simular voladuras de trenes sin que nos descubriera el jefe de la estación de trenes”, recuerda Preston. “Nos acercábamos a rastras y hacíamos como si pusiéramos cargas explosivas en el lado derecho de la locomotora”.

Giles recuerda haber participado en operaciones de sabotaje contra trenes británicos en servicio como, por ejemplo, el ejercicio que tuvo lugar en la estación de Eastleigh: “Poníamos ladrillos en las locomotoras para simular las cargas de explosivo plástico. Recuerdo hileras e hileras de vagones enteramente recubiertos de una espesa capa de nieve, detenidos en medio de las nubes de vapor. Había patrullas de soldados con perros. En un momento dado, los guardias se acercaron. Tuve entonces que esconderme entre los cilindros de las locomotoras y esperar que pasaran. También quitábamos la tapa de los tanques de aceite de los ejes para echarles arena. Como consecuencia [los ejes] se recalentaban al cabo de algunas decenas de kilómetros”.

A los dos agentes no parecía preocuparles que se tratara de trenes públicos en servicio: “No era problema mío”, explicó Giles, “sólo estábamos jugando. Yo tuve que recorrer Greenwich durante 10 días para aprender a cumplir misiones de seguimiento de personas y a despistar a quienes estuviesen siguiéndome a mí, la realidad concreta de la labor del espía”, cuenta Preston. Posteriormente, los dos agentes fueron enviados a Austria con la misión de reclutar agentes y entrenarlos y supervisaron la red de “búnkeres subterráneos llenos de armas, ropa y material” que montaban “el MI6 y la CIA” para uso del Gladio austriaco. Al visitar el cuartel general del MI6 al borde del Támesis, en Londres, en 1999, no fue una sorpresa enterarse de que el MI6 tiene por regla no hablar nunca de secretos militares.

Ir Arriba



LA REVELACIÓN DE LA EXISTENCIA DE LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN - Quinta Parte
por Daniele Ganser

Una larga serie de descubrimientos revelaron la existencia de los ejércitos secretos de la OTAN, coordinados en cada país de Europa occidental y en otras latitudes por una organización clandestina conocida como Gladio. Los gobiernos no tuvieron más que reconocer a regañadientes y poco a poco la presencia local de una estructura supranacional

12 DE ENERO DE 2010

Tomado de la Red Voltaire / Quinta parte

Los periodistas extranjeros reunidos en el club de la prensa de Roma en el verano de 1990 se quejaban de la cobardía de sus redacciones ante el delicado caso Gladio, dado a conocer en las vísperas, y su dimensión internacional. Efectivamente, el primer ministro italiano Giulio Andreotti había confesado el 3 de agosto de ese año ante el Senado de su país sobre la existencia de un ejército secreto stay-behind creado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en toda Europa occidental.

La reveladora alocución de Andreotti tuvo lugar el día después del 2 de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por el dictador iraquí Sadam Husein. En París, Londres y Washington, jefes de redacciones y consejeros militares temían que aquel escándalo viniera a perturbar los preparativos para la guerra del Golfo.

El 2 de agosto, en Nueva York, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, “espantados por la invasión de Kuwait”, habían impuesto en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la anuencia de China y Rusia, la adopción de la resolución 660, que ordenaba “la retirada inmediata e incondicional de todas las fuerzas iraquíes de las posiciones ocupadas el 1 de agosto de 1990”.

En Occidente y en el mundo entero, los medios de difusión estaban entonces focalizados en la “crisis del Golfo” y relataban cómo Estados Unidos, bajo la presidencia de George Bush padre, había emprendido la mayor operación militar desde la Segunda Guerra Mundial a la cabeza de una coalición de países a la que pertenecían Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Holanda para liberar Kuwait de la ocupación iraquí en el marco de una operación bautizada como Tormenta del Desierto, en enero y febrero de 1991. Las grandes cadenas televisivas tenían así simultáneamente dos extrañas historias que poner a la disposición del público: una guerra limpia en el Golfo Pérsico y el escándalo del Gladio en Europa, que finalmente optaron por silenciar.

Giulio Andreotti

De Grecia el escándalo pasó después a Alemania donde, el 5 de noviembre un parlamentario verde, Manfred Such, que se había enterado del escándalo a través del diario alemán TAZ, emplazó solemnemente al gobierno de Helmut Kohl a expresarse sobre las sospechas de existencia de estructuras del tipo Gladio en Alemania. Mientras que en el Ministerio de Defensa alemán se reflexionaba sobre la forma más conveniente de encarar aquel emplazamiento, el canal privado de televisión RTL provocó la indignación pública al revelar, en un reportaje especial dedicado a Gladio, que exmiembros de las SS hitlerianas habían formado parte de la rama alemana de la red y que, en muchos otros países, partidarios de la extrema derecha habían sido enrolados en el ejército secreto anticomunista.

La tensión aumentó todavía más cuando el vocero del gobierno alemán, Hans Klein, trató de explicar de forma confusa que “el Gladio alemán no era, como se ha dicho, un comando secreto o una unidad de guerrilla”, y agregó que no podía mencionar detalles debido a que el asunto era secreto militar. Las declaraciones de Klein provocaron un escándalo entre los socialdemócratas y los verdes de la oposición, quienes vieron en ellas un trampolín dada la cercanía de las elecciones federales.

Hermann Scheer

El parlamentario socialdemócrata Wilfried Penner, miembro de la Comisión Parlamentaria de Control (PKK) de los servicios secretos alemanes, precisó que nunca había oído hablar de la red secreta de la OTAN ni “de sus ramificaciones mafiosas” y que “este asunto tenía que ser tratado públicamente, a la vista de todos”. Burkhard Hirsch, responsable de los servicios secretos en el seno del gobierno y miembro de la PKK, se declaró también “extremadamente inquieto” ya que “si algo puede permanecer en secreto durante tanto tiempo, y pueden confiar en mi larga experiencia, es porque hay algo podrido”. Las voces que se elevaban desde las filas del SPD exigiendo una investigación oficial se callaron rápidamente cuando el gobierno democratacristiano reveló que los ministros socialdemócratas también habían mantenido el secreto durante los años que estuvieron en el poder. A pesar de las protestas de los verdes, la cuestión se zanjó a puertas cerradas.

En Bélgica, en la noche del 7 de noviembre, el ministro socialista de Defensa Guy Coeme confirmó a una población espantada que en su país también había existido un ejército secreto vinculado a la OTAN. En una referencia implícita a las matanzas registradas en Brabante –durante la década de 1980, hombres vestidos de negro habían abierto fuego sobre los clientes de varios supermercados causando numerosos muertos–, el ministro agregó: “Quiero descubrir ahora si existe un vínculo entre las actividades de esa red secreta y la ola de atentados que ensangrentó nuestro país durante los últimos años”.

Enfrentando las cámaras de la prensa, el primer ministro belga Wilfried Martens, visiblemente preocupado, declaró: “Soy primer ministro desde hace 11 años, pero siempre ignoré la existencia de una red de ese tipo en nuestro país”. Los periodistas señalaron que el primer ministro, “de ordinario tan sosegado ante cualquier circunstancia”, parecía esta vez “cualquier cosa menos relajado”. El parlamento belga decidió entonces formar una comisión especial encargada de investigar sobre la red stay-behind de Bélgica. Un año después, luego de haber obtenido el desmantelamiento de la red, dicha comisión presentó un valioso informe público de no menos de 250 páginas.

Los parlamentarios belgas lograron descubrir que el ejército clandestino de la OTAN seguía estando activo. Supieron que el ACC (Allied Clandestine Committee), que se componía de los generales que comandaban los ejércitos stay-behind de numerosos países de Europa occidental, se había reunido en el mayor secreto en su cuartel general de Bruselas el 23 y 24 de octubre de 1990. Aquel consejo se había desarrollado bajo la presidencia del general Raymond Van Calster, jefe del Servicio General de Inteligencia (SGR, por sus siglas en francés), los servicios secretos militares belgas.

Van Claster montó en cólera cuando varios periodistas lograron seguir la pista hasta él y lo contactaron repetidamente por teléfono. La primera vez mintió a la prensa al negar categóricamente, el 9 de noviembre, haber presidido la reunión internacional del ACC y al afirmar que Gladio era una cuestión estrictamente italiana. Más tarde admitió que una red secreta había sido efectivamente instaurada en Bélgica después de la Segunda Guerra Mundial “con el fin de recoger datos de inteligencia ante la hipótesis de una invasión soviética”. Desmintiendo enérgicamente todo “vínculo directo con la OTAN”, el general se negó a entrar en detalles, aunque afirmó solemnemente: “No tenemos nada que esconder”.

En Francia, el gobierno del presidente socialista Francois Mitterrand trató de restar importancia al asunto anunciando. A través de un representante prácticamente desconocido, dijo que el ejército secreto ha “estado disuelto desde hacía mucho tiempo [en nuestro país]”. El general Constantin Melnik, jefe de los servicios secretos franceses entre 1959 y 1962, hizo correr además, a través del diario más importante de Francia, el rumor de que el Gladio francés había “sido probablemente desmantelado inmediatamente después de la muerte de Stalin en 1953 y no debía existir ya bajo la presidencia de De Gaulle [es decir, después de 1958]”.

La prensa francesa se alineó detrás del gobierno, que en aquel entonces se encontraba en plenos preparativos para la guerra del Golfo, y se cuidó de hacer preguntas demasiado delicadas. Fue así como un escándalo que ocupaba los titulares de primera plana en todos los diarios de Europa sólo se reflejó en una pequeña nota en los diarios parisinos.

Implacablemente, el primer ministro italiano Andreotti echó por tierra la mentira francesa al declarar el 10 de noviembre de 1990 que Francia había participado también en la última reunión de la jefatura de Gladio, el ACC, celebrada en Bélgica el 23 de octubre de 1990. Después de aquella revelación, el ministro francés de Defensa Jean-Pierre Chevenement, ante aquella situación embarazosa, trató de limitar los daños y afirmó que el ejército secreto francés se había mantenido pasivo: “Según las informaciones de que dispongo, nunca tuvo más función que la de mantenerse a la espera y cumplir una función de enlace”.

En respuesta a un periodista de radio que le preguntaba si se iba a producir en Francia una tormenta política similar a las Italia y Bélgica, el ministro se entregó a varias especulaciones sobre las actividades terroristas o de otro tipo del ejército secreto antes de contestar con toda calma: “No lo creo”. La prensa subrayó que el gobierno estaba haciendo todo lo posible por evitar que la población viera en Gladio una “abominación nacional”.

En Gran Bretaña, varios voceros del ministerio de Defensa se turnaban día tras día dando invariablemente a la prensa casi la misma respuesta: “Lo siento pero nunca abordamos cuestiones de seguridad” o “se trata de una cuestión de seguridad, por lo tanto no la abordaremos”, o quizás: “No nos dejaremos arrastrar al terreno de la seguridad nacional”. Mientras que los diarios seguían publicando día tras día titulares sobre el escándalo del Gladio, el ministro británico de Defensa Tom King se aventuró a abordar con desenfado el inquietante asunto: “No sé detrás de qué quimera están corriendo ustedes. La cosa parece terriblemente apasionante, pero me temo que soy un completo ignorante en la materia. Estoy mucho mejor informado sobre el Golfo”.

En el contexto de los preparativos para la operación Tormenta del Desierto y la guerra contra Irak, al parlamento británico le pareció que no era urgente crear una comisión o abrir un debate parlamentario sobre Gladio y prefirió respaldar al gobierno del primer ministro John Major. En el verano de 1992, no se había proporcionado aún ninguna versión oficial sobre Gladio.

En Holanda, el primer ministro Ruud Lubbers, en el cargo desde 1982, decidió reaccionar ante el delicado problema con el envío al parlamento, el 13 de noviembre, de una carta en la que confirmaba la existencia de un ejército secreto similar en el país y subrayó que “esa organización nunca estuvo bajo el control de la OTAN”. Posteriormente, Lubbers y el ministro de Defensa de Holanda, Relus Ter Beek, informaron a puertas cerradas al comité encargado de las cuestiones vinculadas a la inteligencia y la seguridad en el seno del parlamento sobre ciertos detalles sensibles del Gladio holandés. “Los sucesivos jefes de gobierno y ministros de Defensa estimaron siempre que era preferible no involucrar en el secreto a los demás miembros del gabinete ni al parlamento”, declaró Lubbers ante los diputados, agregando que estaba orgulloso de que una treintena de ministros hubieran sido capaces de mantener aquello en secreto.

Mientras los parlamentarios denunciaban el peligro que implicaba la existencia de un ejército secreto cuya existencia era desconocida para el parlamento y para la inmensa mayoría de la ciudadanía, se decidió que la red secreta no sería objeto de ninguna investigación parlamentaria ni informe público alguno. “El problema no es tanto que tal cosa [el Gladio] haya podido o pueda existir aún hoy en día”, declaró el miembro de la oposición liberal Hans Dijkstal, “sino más bien que el parlamento no haya sido informado de nada antes de ayer en la noche”.

En el vecino Luxemburgo, el primer ministro Jacques Santer se presentó ante el parlamento el 14 de noviembre de 1990 y confirmó que un ejército secreto creado por iniciativa de la OTAN había existido también en su país. “Las actividades de esas personas se limitaban, y así fue desde su origen, a entrenarse para su misión, es decir, aprender a reaccionar individualmente en un entorno hostil o a coordinar los esfuerzos con los países aliados”, insistió Santer.

El reclamo de Jean Huss, un representante del partido verde alternativo que demandaba en primer lugar que se abriera un debate parlamentario sobre la cuestión y la posterior creación de una comisión investigadora parlamentaria, fue sometido a votación y rechazado por la mayoría de los parlamentarios.

Cuando la prensa internacional anunció que “en Portugal, una radio de Lisboa reportó que células de la red asociada a la Operación Gladio fueron utilizadas durante la década de 1950 en la defensa de la dictadura de derecha de Salazar”, el gobierno en funciones emitió un desmentido oficial. El ministro portugués de Defensa, Fernando Nogueira, declaró el 16 de noviembre de 1990 que nunca había tenido conocimiento de la presencia de una red Gladio de ningún tipo en Portugal y afirmó que no se disponía en el Ministerio de Defensa ni en la Comandancia de las Fuerzas Armadas “de ninguna información sobre la existencia o las actividades de una ‘estructura Gladio’ en Portugal”.

Un general retirado desmintió la versión del gobierno y confirmó en la prensa, de forma anónima, que un ejército paralelo existía también en Portugal y que “dependía del Ministerio de Defensa, del Ministerio del Interior y del Ministerio de Asuntos Coloniales”. En la vecina España, país que, al igual que Portugal, había vivido la mayor parte de la Guerra Fría bajo el yugo de una dictadura de derecha que reprimía la oposición política mediante el terror y la tortura, Alberto Oliart, ministro de Defensa a principios de la década de 1980, calificó de “pueril” el hecho de preguntarse si la España franquista también había tenido un ejército secreto de extrema derecha, ya que “aquí, Gladio era el gobierno mismo”.

En Dinamarca, ante la presión pública, el ministro de Defensa Knud Engaard se dirigió al parlamento, el Folketing, el 21 de noviembre, para desmentir que alguna organización “de cualquier naturaleza” hubiese sido creada en el país por la OTAN y sostenida por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). “Como las informaciones relativas a una operación montada por los servicios secretos ante la hipótesis de una ocupación del país son confidenciales, incluso altamente confidenciales”, subrayó el ministro, “me resulta imposible hablar de ellas ante el parlamento danés”. Pelle Voigt, que había traído el caso de Gladio al parlamento, hizo notar que “la respuesta del ministro de Defensa era contradictoria y confirmaba indirectamente que Dinamarca también tenía su red clandestina”. Esto dio lugar a una discusión a puertas cerradas en el seno de la comisión del parlamento danés encargada de controlar la acción de los servicios secretos.

Cuando la prensa de Noruega empezó a interpelar al gobierno sobre el tema del Gladio, la respuesta que recibió fue la más corta que se haya ofrecido nunca sobre ese tema. “Las palabras de Hansen siguen siendo exactas”, declaró el vocero del ministerio de Defensa Erik Senstad, refiriéndose así a una intervención del ministro de Defensa Rolf Hansen ante el Parlamento, intervención que databa de 1978 y en la que el ministro no tuvo más remedio que reconocer la existencia en Noruega de un ejército secreto, que ya había sido descubierto. El contralmirante Jan Ingebristen, quien había renunciado a su cargo de jefe de la inteligencia militar noruega en 1985, provocó la indignación de la población al justificar el secreto que rodeaba la existencia de aquellos ejércitos. “No hay en ello nada sospechoso. Si esas unidades están destinadas a actuar clandestinamente en territorio ocupado, es un imperativo que se mantengan en secreto”.

En Turquía, la elite del poder reaccionó ante el escándalo del Gladio el 3 de diciembre a través del general Dogan Beyazit, presidente del Departamento de Operaciones del ejército turco, y del general Kemal Yilmaz, comandante de las Fuerzas Especiales, quienes confirmaron en la prensa la existencia de un ejército secreto creado por la OTAN y dirigido por el “Departamento de Operaciones Especiales”, con la misión de “organizar la resistencia ante la posibilidad de una ocupación comunista”.

Mientras los generales trataban de convencer a la opinión de que los miembros del Gladio turco eran todos buenos “patriotas”, los periodistas y el exprimer ministro Bulent Ecevit revelaron que el ejército secreto, bautizado contraguerrilla, estaba implicado en actos de tortura, atentados y asesinatos, así como en los sucesivos golpes de Estado que habían caracterizado la historia reciente de Turquía. El ejército se negó a responder las preguntas del parlamento y de los ministros civiles y el ministerio de Defensa turco le advirtió a Ecevit que “¡hubiera hecho mejor en cerrar el pico!”

Mientras la contraguerrilla [turca] proseguía varias operaciones, el propio Departamento de Estado estadunidense señalaba en su informe de 1995 sobre los derechos humanos que “fuentes confiables en el seno de organizaciones humanitarias, representantes de la comunidad kurda y kurdos presentes en el lugar afirman que el gobierno autoriza, incluso organiza, el asesinato de civiles”. El informe precisaba que “las asociaciones de defensa de derechos humanos refieren una tesis generalizada y creíble según la cual un grupo de contraguerrilla vinculado a las fuerzas de seguridad estuvo cometiendo “matanzas secretas”.

Ir Arriba



GLADIO: LA OPERACIÓN DEL SILENCIAMIENTO - Sexta Parte
por Daniele Ganser

Una vez confirmada la existencia de los ejércitos secretos de la OTAN, inició una soterrada operación para minimizar las informaciones y, finalmente, sacar el tema de los medios de comunicación

18 DE ENERO DE 2010

Tomado de la Red Voltaire / Sexta parte

Cuando la periodista estadunidense Lucy Komisar trató de extender la investigación de las milicias clandestinas reconocidas por gobiernos de Europa a Estados Unidos, descubrió rápidamente que, en cuestión de secretos militares, su propio gobierno no era mucho mejor que los generales turcos. “El Pentágono se negó a decirme si Washington seguía proporcionando fondos o algún tipo de ayuda al Departamento de Operaciones Especiales. En realidad, esquivaron todas mis preguntas sobre ese tema”. Komisar recibió siempre respuestas evasivas: “Los representantes que pude ver me respondieron que no sabían nada o que los hechos eran demasiado recientes como para que hubiese algo en los archivos o que yo estaba describiendo una operación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) sobre la que nada podían decirme”. Un historiador del Pentágono le respondió: “Ah, ¿usted quiere hablar de la organización ‘stay-behind’? ¡Eso es confidencial!”

Pero el problema de la contraguerrilla turca no tardó en reaparecer. El 3 de noviembre de 1996, un automóvil negro marca Mercedes chocó con un tractor en una autopista, cerca del apartado pueblo de Susurluk, más de 150 kilómetros al sur de Estambul. Un dirigente de la contraguerrilla turca, un alto responsable de la policía y un miembro del Parlamento resultaron muertos en el accidente. Muchos vieron en ello la prueba concreta de la profunda implicación del gobierno en la guerra sucia de la contraguerrilla y miles de personas salieron a la calle para protestar contra el “Estado de Susurluk” y exigir que se liberara el país “del control de las pandillas”.

En enero de 1998, el primer ministro Mesut Ylmaz tuvo que informar ante millones de teleespectadores sobre las conclusiones de los siete meses de investigación parlamentaria sobre el escándalo de Susurluk. “Esto es la anatomía de un escandaloso caos”, comenzó el primer ministro, antes de reconocer que un “escuadrón de la muerte se había mantenido en el seno del Estado” mientras que “todos los órganos del poder tenían conocimiento de la situación”.

Como consecuencia de la profusión de revelaciones acusadoras en toda Europa occidental, el escándalo del Gladio fue objeto de debate en el Parlamento Europeo el 22 de noviembre de 1990. La Comunidad Europea se componía en aquel entonces de 12 miembros, y todos se veían afectados por el escándalo. Los 12 habían establecido entre sí una estrecha cooperación y se disponían a instaurar el mercado común, que debía garantizar la libre circulación de personas, bienes y servicios y capitales. Sin embargo, las cuestiones de seguridad y de defensa seguían estando en manos de cada uno de los Estados miembros, ya que éstos seguían siendo soberanos en ambos aspectos.

“Señor presidente, damas y caballeros, una exigencia de orden moral y político se plantea a la nueva Europa que poco a poco estamos construyendo”, así abrió el debate aquel día el eurodiputado Falqui. “Esta Europa sólo podrá sobrevivir basándose en la verdad y en la perfecta transparencia de sus instituciones ante las oscuras intrigas contra la democracia que han marcado la historia, incluso la historia reciente, de muchos países europeos”. Subrayó Falqui que no habría “futuro alguno si no disipamos ese sentimiento de haber vivido en lo que pudiéramos llamar un doble Estado, abierto y democrático por un lado, por el otro clandestino y reaccionario. Es por ello que tenemos que conocer la naturaleza y el número de redes Gladio a las que dieron abrigo los Estados miembros de la Comunidad Europea”.

El eurodiputado belga Dury (socialista) compartía aquellas preocupaciones al declarar a sus colegas parlamentarios: “Lo que nos inquieta en el caso Gladio es que tales redes hayan podido existir a espaldas y fuera de todo control de las instituciones políticas democráticas. Ése es, a mi entender, el principal problema subsistente”. Dury concluyó que la historia de los ejércitos secretos debía ser investigada: “Estamos, por nuestra parte, convencidos de la necesidad de arrojar luz sobre todo este asunto para definir todas sus implicaciones y poner fin a los abusos que pudiesen perdurar y afectar a otras organizaciones, así como prevenir las posibles tentaciones que pudiesen haberse suscitado”.

Según el eurodiputado belga, la investigación tenía que abordar también el papel de la OTAN, “aunque en lo tocante a su responsabilidad y la del SHAPE (Supreme Headquarters Allied Powers Europe), no creo que se pueda hablar de conspiración”, indicó. “Me parece, a pesar de todo, que tenemos que mantenernos especialmente vigilantes y atentos si queremos que se sepa toda la verdad. Bien sabemos que ciertos miembros de Gladio son también miembros de los comités de la OTAN”. Y concluyó: “Arrojar luz sobre este tipo de zonas oscuras constituye precisamente la obligación que nos confiere nuestro mandato democrático”.

“Señor presidente, el sistema Gladio operó durante 40 años bajo distintos nombres”, declaró ante sus colegas el parlamentario griego Ephremidis. “Operó en la clandestinidad y razonablemente podemos atribuirle una responsabilidad en todos los actos de desestabilización, de provocación y de terrorismo cometidos en nuestros países a lo largo de cuatro décadas, actos en los que seguramente se encuentra implicado de forma directa o indirecta”. Ephremidis denunció enérgicamente la red stay-behind en su conjunto y sobre todo “el hecho que (esa red) haya sido instaurada por la CIA y la OTAN (Organización del Tratado Atlántico Norte), las cuales, con el pretexto de defender la democracia, pisotearon esta última y la utilizaron en aras de sus funestos propósitos”.

Al aludir de forma implícita al papel que desempeñó el Gladio griego en el golpe de Estado de 1967, señaló indignado el hecho que “la democracia que se supone disfrutamos no ha sido ni es en realidad otra cosa que una fachada”, y llamó al Parlamento Europeo a realizar una investigación. “Hay que descubrir cada una de las sutilezas del asunto y, para ello, tenemos que formar una subcomisión investigadora encargada de escuchar a los testigos y de dar a conocer toda la verdad para que se tomen todas las medidas necesarias para liberar por fin nuestros países de esas organizaciones clandestinas”.

El parlamentario belga De Donnea (reformador liberal) ofreció, por su parte, una visión muy diferente: “Señor presidente, al término de la Segunda Guerra Mundial, para la mayoría de nuestros Estados estaba plenamente justificada la creación de servicios que tuvieran como misión la preparación de redes de resistencia que pudieran ser activadas en caso de ocupación de nuestro territorio por parte de los ejércitos del Pacto de Varsovia”. Este eurodiputado belga subrayó: “Estamos por lo tanto en deuda con todos aquellos que, mientras la Guerra Fría se prolongaba eternamente, trabajaron en esas redes”. Para De Donnea era evidente que los ejércitos secretos tenían que seguir siendo secretos: “Para mantener su eficacia, esas redes tenían necesariamente que mantenerse en la sombra”, aunque deseaba de todas maneras que salieran a la luz sus supuestos vínculos con actividades terroristas: “Dicho esto, si existen indicios o fuertes presunciones que permiten suponer que esas redes hayan podido actuar de forma ilegal y anormal en ciertos países, es interés de todos averiguar la verdad y castigar a los culpables”.

El diputado flamenco Vandemeulebroucke resumió de manera bastante justa el sentir de numerosos europeos: “Este caso deja un gusto amargo porque se remonta a la creación de la Comunidad Europea y porque pretendemos precisamente instaurar una nueva forma de democracia”. Precisó Vandemeulebroucke que era sobre todo el secreto que rodeaba la operación lo que le inquietaba como parlamentario, ya que “los presupuestos de esas organizaciones clandestinas se mantuvieron también en secreto. No se discutieron nunca en ningún parlamento y queremos expresar nuestra inquietud en cuanto al hecho que (…) resulta evidente que existen órganos capaces de tomar decisiones y de hacer que éstas se apliquen sin verse sometidos a ningún tipo de control democrático”.

El diputado holandés concluyó: “Quiero protestar más enérgicamente contra el hecho que el ejército estadunidense, ya sea a través del SHAPE, de la OTAN o de la CIA, se arrogue el derecho de interferir en nuestra democracia”. Reconoció después que el asunto no entraba dentro del campo de competencia del Parlamento Europeo. “Estoy perfectamente consciente de que no somos competentes en materia de seguridad y de mantenimiento de la paz”, explicó. “Es por eso que la resolución votada pide la creación de una comisión investigadora parlamentaria en cada uno de los 12 Estados miembros para que se sepa la verdad”.

Como consecuencia de los debates, el Parlamento Europeo decidió adoptar una resolución sobre el caso Gladio. La resolución contenía una enérgica denuncia del fenómeno y, en su preámbulo, intentaba describir la operación a través de siete puntos:

1. “Considerando que varios gobiernos europeos han revelado la existencia desde hace 40 años y en varios Estados miembros de la comunidad de una organización que realiza operaciones armadas y de inteligencia paralela”.

2. “Considerando que durante estos 40 años esa organización escapó a todo control democrático y fue dirigida por los servicios secretos de los Estados interesados en colaboración con la OTAN”.

3. “Temiendo que tales redes hayan podido interferir ilegalmente en los asuntos políticos internos de los Estados miembros o que sigan teniendo la capacidad de hacerlo”.

4. “Considerando que en ciertos Estados miembros los servicios secretos militares (o elementos incontrolables en el seno de esos servicios) han estado implicados en graves actos de terrorismo y criminales como se ha probado mediante diversas investigaciones judiciales”.

5. “Considerando que esas organizaciones actuaron y siguen actuando fuera de todo marco legal, no están sometidas a ningún control parlamentario y, en la mayor parte de los casos, sin que sean informados los más altos responsables del gobierno y los garantes de la Constitución”.

6. “Considerando que las diferentes organizaciones ‘Gladio’ disponen de sus propios arsenales y equipamientos militares que les garantizan una fuerza de ataque desconocida, constituyendo así una amenaza para las estructuras democráticas de los países en los que operan y han operado”.

7. “Profundamente preocupado ante la existencia de órganos de decisión y de ejecución fuera de todo control democrático y de naturaleza totalmente clandestina, en momentos en que un fortalecimiento de la cooperación comunitaria en materia de seguridad está siendo el centro de todos los debates”.

Después de aquel preámbulo, la resolución condenaba, en primer lugar, “la creación clandestina de redes de acción y de manipulación y llamaba a abrir una profunda investigación sobre la naturaleza, la estructura, los objetivos y todo otro aspecto de esas organizaciones secretas o de todo grupo disidente, sobre su utilización como forma de injerencia en los asuntos políticos internos de los países interesados, sobre el problema del terrorismo en Europa y sobre la posible complicidad de los servicios secretos de los Estados miembros o de terceros países”.

En segundo lugar, la Unión Europea protestaba “enérgicamente contra el derecho que se han arrogado ciertos responsables del ejército estadunidense que trabajan para el SHAPE o para la OTAN a estimular la creación en Europa de una red clandestina de inteligencia y acción”.

En un tercer punto, la resolución llamaba a “los gobiernos de los Estados miembros a desmantelar todas las redes militares y paramilitares clandestinas”.

Como cuarto punto, la Unión Europea exhortaba “las jurisdicciones de los países en los que la presencia de tales organizaciones militares [estaba] comprobada a determinar con exactitud su composición y su forma de operar y a establecer un listado de todas las acciones que al parecer realizaron con vistas a desestabilizar las estructuras democráticas de los Estados miembros”.

La Unión Europea reclamaba además que “todos los Estados miembros tomen las medidas necesarias, de ser necesario mediante la nominación de comisiones parlamentarias de investigación, con el fin de hacer un listado exhaustivo de las organizaciones secretas en ese contexto y, al mismo tiempo, de controlar sus vínculos con sus respectivos servicios de inteligencia y, de ser el caso, con grupos terroristas y/u otras prácticas ilegales”.

El sexto punto de la resolución estaba dirigido al Consejo de Ministros de la Unión Europea, muy especialmente a los ministros de Defensa, y lo llamaba a “proporcionar toda la información sobre las actividades de esos servicios clandestinos de inteligencia y de acción”.

En el séptimo punto, el Parlamento Europeo pedía “a su comisión competente que escuchara testigos con el fin de aclarar el papel y el impacto de la organización ‘GLADIO’ (sic) y de otras redes similares”.

Como último punto, aunque no menos importante, y aludiendo explícitamente a la OTAN y a Estados Unidos, el Parlamento Europeo “[ordenaba] a su presidente transmitir la presente resolución a la Comisión del Consejo de Europa, al secretario general de la OTAN, a los gobiernos de los Estados miembros y al gobierno de Estados Unidos”.

Mucho ruido para nada. Ni una sola de las ocho medidas que exigía el Parlamento Europeo se ejecutó debidamente. Bélgica, Italia y Suiza fueron los únicos países que nombraron, cada uno, una comisión investigadora parlamentaria y presentaron un informe público sustancial y detallado.

Y, aunque la resolución se puso en conocimiento de los servicios interesados de la Unión Europea, la OTAN y el gobierno estadunidense, ni el secretario general de la OTAN, Manfred Worner, ni el presidente de Estados Unidos, George Bush, padre, apoyaron la apertura de una investigación exhaustiva u ofrecieron explicaciones públicas.

Ir Arriba



LOS EJÉRCITOS SECRETOS DE LA OTAN - Séptima Parte
por Daniele Ganser

En la lucha contra el comunismo, la OTAN cometió actos terroristas en el propio Reino Unido (atentados bajo bandera falsa y asesinatos de republicanos irlandeses), en Europa continental (principalmente en Francia, en los países del Benelux, en los países nórdicos y hasta en la neutral Suiza), así como en África y Asia (por ejemplo, para dirigir la masacre de las poblaciones francófonas que cometieron los Khmers rojos en Cambodia). Los gobernantes siempre supieron de las operaciones clandestinas

25 DE ENERO DE 2010

Tomado de la Red Voltaire / Séptima parte

La verdad definitiva sobre la Guerra Fría no se escribirá nunca porque la historia evoluciona constantemente en función de las sociedades que la hacen y la estudian. Los historiadores de numerosos países están de acuerdo, sin embargo, en que el hecho más importante de aquel periodo fue, desde el punto de vista de los occidentales, la lucha contra el comunismo a escala planetaria.

En ese combate, que marcó la historia del siglo XX como pocos sucesos lo han hecho, la antigua superpotencia colonial británica tuvo que renunciar a su hegemonía en beneficio de Estados Unidos. Este último país utilizó la lucha contra el comunismo para acrecentar su propia influencia década tras década. Después del derrumbe de la Unión Soviética, acontecimiento que puso fin a la Guerra Fría en 1991, el imperio estadunidense garantizó para sí mismo un predominio jamás visto anteriormente en toda la historia.

En Gran Bretaña, el establishment conservador experimentó una profunda conmoción en 1917 cuando, por primera vez en la historia de la humanidad, se produjo la aparición de un régimen comunista en un lejano pero extenso país agrícola. Después de la Revolución Rusa, los comunistas asumieron el control de las fábricas y anunciaron que los medios de producción serían en adelante propiedad del pueblo. En la mayoría de los casos, los inversionistas lo perdieron todo.

En su obra Los orígenes de la Guerra Fría, el historiador Denna Frank Fleming observó que muchos de los cambios sociales que aportó la Revolución de Octubre, como la abolición de los cultos y de la nobleza campesina, “hubiesen podido ser aceptados por los conservadores, en el extranjero, con el paso del tiempo, pero nunca la nacionalización de la industria, del comercio y de la tierra”. El ejemplo de la Revolución Rusa no fue seguido en ninguna parte. “J.B. Priestly dijo un día que la mentalidad de los conservadores ingleses se había cerrado en el momento de la Revolución Rusa y no ha vuelto a abrirse desde entonces”.

Ampliamente ignorada en el oeste, la guerra secreta contra el terrorismo comenzó por lo tanto inmediatamente después de la Revolución Rusa, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos instauraron ejércitos secretos contra los nuevos países satélites de la Unión Soviética. Entre 1918 y 1920, Londres y Washington se aliaron a la derecha rusa y financiaron una decena de intervenciones militares en suelo soviético. Ninguna de ellas logró derrocar a los nuevos dirigentes. Pero sí dieron lugar a que las elites comunistas y el dictador Stalin albergaran profundas sospechas en cuanto a las intenciones del occidente capitalista.

Durante los años subsiguientes, la Unión Soviética reforzó su aparato de seguridad hasta convertirse en un Estado totalitario que no vacilaba en arrestar en su suelo a los extranjeros sospechosos de ser agentes del oeste. Al hacerse evidente que derrocar el régimen comunista en Rusia no era tarea fácil, Gran Bretaña y sus aliados dedicaron sus esfuerzos a impedir que el comunismo se extendiera a otros países.

En julio de 1936, el dictador fascista Francisco Franco intentó un golpe de Estado contra el gobierno de la izquierda española y, en el transcurso de la subsiguiente Guerra Civil, eliminó a la oposición y a los comunistas españoles. Gozó para ello del silencioso apoyo de los gobiernos de Londres, Washington y París. Si no hubo lucha contra el ascenso de Adolfo Hitler al poder, fue en gran parte porque Hitler apuntaba contra el enemigo correcto: el comunismo soviético. Durante la Guerra Civil Española se permitió que los ejércitos de Hitler y de Mussolini bombardearan libremente a la oposición republicana.

Después de haber desencadenado la Segunda Guerra Mundial, Hitler lanzó contra Rusia tres grandes ofensivas, en 1941, 1942 y 1943, que estuvieron a punto de asestar al bolchevismo un golpe fatal. Entre todas las partes beligerantes, fue la Unión Soviética la que pagó el más alto tributo: 15 millones de muertos entre la población civil, 7 millones de muertos entre los soldados y 14 millones de heridos.

Según los historiadores rusos, haciendo caso omiso a los urgentes pedidos de Moscú, Estados Unidos –país que perdió 300 mil hombres en la liberación de Europa y Asia– se puso de acuerdo con Gran Bretaña para no abrir un segundo frente en el oeste, lo cual hubiese obligado a Alemania a movilizar tropas en esa dirección y, por consiguiente, a disminuir el número de efectivos alemanes en el frente ruso. La correlación de fuerzas no se invirtió sino después de Stalingrado, donde el Ejército Rojo finalmente se impuso a los alemanes y comenzó su avance hacia el oeste. Esto explica, también según los historiadores rusos, que los Aliados, temerosos de perder terreno, abrieran entonces rápidamente un segundo frente y, después de desembarcar en Normandía, salieran al encuentro de los soviéticos en Berlín.

Los historiadores británicos atestiguan la existencia de toda una serie de intrigas sucesivas que han influido en la conformación de los demás países y del suyo propio. “La Inglaterra moderna siempre ha sido un centro de subversión –a los ojos de los demás, pero no a los suyos propios”, observó Mackenzie después de la Segunda Guerra Mundial–. “Lo que determina la existencia de ese espejo con dos caras: de un lado encontramos la percepción que existe en el extranjero de una Inglaterra intrigante, sutil y totalmente secreta, y del otro, una imagen de honestidad, de simplicidad y de indulgencia que comparte la mayoría de los súbditos”. Para Mackenzie, la legendaria guerra secreta que practican los británicos tiene su origen “en la historia de las ‘pequeñas guerras’ que conformaron la historia del imperio británico”.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, los estrategas del Ministerio de Defensa británico llegaron a la conclusión de que sus operaciones secretas debían “inspirarse de la experiencia adquirida en la India, en Irak, en Irlanda y en Rusia, es decir, desarrollar una guerrilla con técnicas de combate similares a las del Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés)”.

En marzo de 1938, poco después de la anexión de Austria por parte de Hitler, se creó en el seno del MI6 (Servicio de Inteligencia Secreto de Gran Bretaña) un nuevo departamento, llamado Sección D y encargado de desarrollar operaciones de subversión en Europa. La Sección D comenzó a formar comandos de sabotaje stay-behind en los países que se encontraban bajo la amenaza de agresión alemana. En 1940, cuando parecía inminente la invasión del sur de Inglaterra, la “Sección D se dio a la tarea de diseminar reservas de armas y agentes reclutadores a través de toda Gran Bretaña, sin informarlo a nadie”.

El reclutamiento y la dirección de los agentes stay-behind por parte de los miembros de la Sección D parecían desarrollarse en el mayor secreto: “La apariencia de aquellos desconocidos [los agentes de la Sección D] con sus trajes y sus autos negros, y la misteriosa impresión que dejaban no tardaron en inquietar a la población”, recuerda Peter Wilkinson, un exagente del Special Operations Executive (SOE). Los agentes secretos enfurecían también a “los responsables militares al negarse sistemáticamente a explicar las razones de su presencia o a hablar del contenido de sus misiones y al afirmar únicamente que todo aquello era altamente confidencial”.

Medio siglo más tarde, la exposición del Imperial War Museum de Londres, dedicada a las “guerras secretas”, reveló al público cómo “la Sección D del MI6, conforme a la doctrina stay-behind, también había creado en Inglaterra ejércitos de resistencia bautizados ‘Unidades Auxiliares’, equipados con armas y explosivos”. Esas primeras unidades Gladio de Gran Bretaña “recibieron un entrenamiento especial y aprendieron a operar detrás de las líneas enemigas según la hipótesis de que los alemanes invadiesen la isla. Gracias a una red de escondites secretos y de alijos de armas, debían realizar acciones de sabotaje y de guerrilla contra el ocupante alemán”.

Como nunca se produjo la invasión, no se sabe si aquel plan hubiese funcionado. Pero en agosto de 1940, “un ejército bastante heteróclito” pudo desplegarse a lo largo de los litorales ingleses y escoceses del Mar del Norte, en los lugares más vulnerables a una posible invasión.

La zona de acción de la Sección D del MI6 se limitaba inicialmente al territorio británico. Así fue hasta julio de 1940, cuando el primer ministro británico Winston Churchill ordenó la creación de un ejército secreto bautizado con la denominación de SOE y destinado a “incendiar Europa, apoyando a los movimientos de resistencia y realizando operaciones de subversión en territorio enemigo”.

Un memorando del Ministerio de Guerra, fechado el 19 de julio de 1940, indica que: “El primer ministro ha decido también, después de consultar a los ministerios interesados, que una nueva organización debe crearse inmediatamente con la misión de coordinar todas las acciones de subversión y de sabotaje dirigidas contra el enemigo fuera del territorio nacional”. El SOE se puso bajo el mando de Hugh Dalton, ministro de la Economía de Guerra.

Cuando los alemanes, después de la invasión de Francia, parecían haberse instalado allí por largo tiempo, el ministro Dalton señaló la necesidad de emprender una guerra secreta contra las fuerzas alemanas en los territorios ocupados: “Debemos organizar, en el interior de los territorios ocupados, movimientos comparables al Sinn Fein en Irlanda, a la guerrilla china que lucha actualmente contra Japón, a los irregulares españoles que desempeñaron un papel nada despreciable en la campaña de Wellington o, por qué no reconocerlo, movimientos comparables a las organizaciones que tan notablemente han desarrollado los propios nazis en casi todos los países del mundo”.

Parecía evidente que los británicos no podían darse el lujo de no prestar atención a la vía de la guerra clandestina. Dalton agregó: “Esta ‘internacional democrática’ debe emplear diferentes métodos, incluyendo el sabotaje contra las instalaciones industriales y militares, la agitación sindical y la huelga, la propaganda constante, los atentados terroristas contra los traidores y los dirigentes alemanes, el boicot y los motines”. Era necesario, por lo tanto, establecer, en el mayor secreto, una red de resistencia, recurriendo a los elementos más aventureros del ejército y de la inteligencia británicos: “Lo que necesitamos es una nueva organización que coordine, inspire, supervise y asista a las redes de los países ocupados que tendrán que ser los actores directos. Para ello tendremos que poder contar con la más absoluta discreción, con una buena dosis de entusiasmo fanático, con la voluntad de cooperar con personas de diferentes nacionalidades y con el apoyo incondicional del poder político”.

Bajo la protección del ministro Dalton, el comando operacional del SOE fue puesto en manos del general de división Sir Colin Gubbins, un hombrecito seco y flaco y con bigote, originario de los Highlands, que desempeñaría en adelante un papel determinante en la creación del Gladio británico. “El problema y su solución consistían en estimular y permitir que los pueblos de los países ocupados perjudicaran en la mayor medida posible el esfuerzo de guerra alemán a través del sabotaje, la subversión, negándose a trabajar, realizando operaciones relámpago, etcétera”, describió Gubbins, “y, al mismo tiempo, preparar en territorio enemigo fuerzas secretas organizadas, armadas y entrenadas que solamente debían intervenir en el momento del asalto final”. El SOE era en realidad el precursor de la Operación Gladio, puesto en marcha en medio de la Segunda Guerra Mundial. Gubbins resume este ambicioso proyecto en los siguientes términos: “A fin de cuentas, aquel plan consistía en hacer llegar a las zonas ocupadas un gran número de hombres e importantes cantidades de armas y explosivos”.

El SOE empleaba gran parte de los efectivos de la Sección D y acabó convirtiéndose en una organización de gran envergadura, que contaba en sus filas con más de 13 mil hombres y mujeres y operaba en el mundo entero en estrecha colaboración con el MI6. Aunque realizó varias misiones en el Extremo Oriente, desde bases de retaguardia situadas en la India y en Australia, el principal teatro de operaciones del SOE seguía siendo el oeste de Europa, donde se dedicaba casi exclusivamente a la creación de ejércitos secretos nacionales.

El SOE estimulaba el sabotaje y la subversión en los territorios ocupados y establecía núcleos de hombres entrenados capaces de prestar asistencia a los grupos de resistencia en la reconquista de sus respectivos países. “El SOE fue durante cinco años el principal instrumento de intervención de Gran Bretaña en las cuestiones políticas internas de Europa”, precisa el informe del British Cabinet Office, “un instrumento extremadamente poderoso” ya que era capaz de ejecutar gran cantidad de tareas. “Mientras el SOE estuviese en acción, ningún político europeo podía creer en la renuncia o la derrota de los británicos”.

Oficialmente, el SOE fue disuelto y su dirección dimitió en enero de 1846, es decir, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero Sir Steward Menzies, quien dirigió el MI6 desde 1939 hasta 1952, no tenía intenciones de renunciar a un instrumento tan interesante como el ejército secreto, sobre todo teniendo en cuenta que el director del Departamento de Operaciones Especiales del MI6 aseguraba que las acciones clandestinas de Gran Bretaña iban a proseguir durante la Guerra Fría. El informe del gobierno sobre el SOE, documento que se mantuvo en secreto durante un tiempo, concluyó que: “Es casi seguro que, bajo una u otra forma, habrá que reinstaurar el SOE en una guerra futura”.

Los objetivos a largo plazo del SOE y de su sucesora, la Special Operations Branch (SOB) del MI6, aprobados de forma provisional por el Consejo del Estado Mayor británico el 4 de octubre de 1945, preveían en primer lugar la creación del esqueleto que debía sustentar una red capaz de extenderse rápidamente en caso de guerra y, en una segunda fase, la reevaluación de las necesidades del gobierno británico para sus operaciones clandestinas en el extranjero. “Se decidió preparar esas acciones prioritariamente en los países con posibilidades de ser invadidos durante las primeras fases de un conflicto con la Unión Soviética, aunque no [estuviesen] sometidos aún a la dominación de Moscú.”

Después de la Segunda Guerra Mundial, el oeste de Europa siguió siendo por lo tanto el principal teatro de operaciones de la guerra secreta británica.

Tras la disolución del SOE, el 30 de junio de 1956, una nueva sección designada como “Special Operations” se creó dentro del MI6 y se puso bajo las órdenes del general de división Colin Gubbins. Según el especialista holandés en servicios secretos Frans Kluiters, el MI6 promovía la formación de ejércitos anticomunistas secretos, “mientras que los Special Operations comenzaban a construir redes en Alemania occidental, en Italia y en Austria. Esas redes (organizaciones stay-behind) podían ser activadas en caso de una posible invasión soviética, para recoger información y realizar actos de sabotaje ofensivo”.

Gubbins puso especial cuidado en lograr que los efectivos se mantuvieran en Alemania, Austria, Italia, Grecia y Turquía después de 1945. En efecto, el SOE y sus sucesores “tenían otras preocupaciones políticas, aparte de la derrota de Alemania”. La directiva de 1945, particularmente explícita, “establecía claramente que los principales enemigos del SOE eran el comunismo y la Unión Soviética”, ya que se consideraba que los intereses británicos se hallaban “bajo la amenaza de la Unión Soviética y del comunismo europeo”.

Varios años más tarde, con la esperanza de obtener el apoyo de la representación nacional para continuar las operaciones clandestinas, Ernest Bevin, ministro británico de Relaciones Exteriores, se dirigió al Parlamento el 22 de enero de 1948 para pedir con insistencia la creación de unidades armadas especializadas destinadas a luchar contra la subversión y las “quintas columnas” soviéticas. En aquel entonces, sólo unos pocos parlamentarios sabían que en realidad aquella proposición ya se estaba aplicando.

Washington compartía la hostilidad de Londres hacia los soviéticos. Las dos potencias trabajaban en estrecha colaboración en materia de cuestiones militares y de inteligencia. La Casa Blanca puso en manos de Frank Wisner, director de la Office of Policy Coordination (OPC, el Buró de Coordinación Política de las operaciones especiales de la CIA), la tarea de crear ejércitos secretos stay-behind a través de todo el oeste de Europa, con la ayuda de la SOB del MI6, que dirigía el coronel Gubbins.

Roger Faligot y Remi Kauffer, dos historiadores franceses especializados en servicios secretos, explican que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el MI6 se encargaron primeramente de “neutralizar las últimas unidades clandestinas de las potencias del Eje en Alemania, en Austria y en el norte de Italia”, y reclutaron después a ciertos miembros de las vencidas facciones fascistas, incluyéndolos en sus nuevos ejércitos secretos anticomunistas. “Y fue así, a través del OPC de la CIA y de la SOB del SIS, como los servicios secretos de las grandes democracias que acababan de ganar la guerra trataron después de “reutilizar” algunos de sus comandos contra su antiguo aliado soviético”.

Paralelamente a la del MI6 y la CIA y sus respectivos departamentos de operaciones especiales, la SOB y la OPC, se estableció también una cooperación entre las Fuerzas Especiales de los ejércitos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Las fuerzas especiales (Special Air Service, SAS) británicas y los Boinas Verdes estadunidenses, entrenados especialmente para la realización de misiones secretas en territorio enemigo, realizaron de forma conjunta un gran número de operaciones durante la Guerra Fría, entre ellas la formación de los ejércitos secretos stay-behind. Los exoficiales de la Marina Real Giles y Preston, que habían creado el Gladio austriaco, contaron que los reclutas eran enviados a Fort Monckton, un edificio construido durante las guerras napoleónicas y situado frente al mar en Portsmouth (Inglaterra), donde se entrenaban junto a los miembros del SAS bajo la dirección del MI6.

Giles y Preston participaron personalmente en aquellos ejercicios del Gladio y se entrenaron en uso de códigos secretos, manejo de armas y operaciones clandestinas. Decimo Garau fue uno de aquellos reclutas entrenados por el SAS británico antes de convertirse en instructor del Centro Addestramento Guastatori, una base del Gladio italiano situada en Capo Marragiu, en Cerdeña. “Me invitaron a pasar una semana en Poole, Inglaterra, para entrenarme con las Fuerzas Especiales”, confirmó el instructor Garau después de las revelaciones sobre la existencia del Gladio en 1990. “Hice un salto en paracaídas sobre [el canal de] la Mancha. Participé en el entrenamiento de ellos; todo se desarrolló muy bien entre nosotros. Después me mandaron a Hereford para preparar y realizar ejercicios con los [miembros del] SAS”.

En aquella época, los británicos eran los más experimentados en materia de operaciones secretas y guerra no convencional. Sus fuerzas especiales (SAS) habían sido creadas en el norte de África, en 1942, con la misión de golpear en profundidad detrás de las líneas enemigas. Los más peligrosos adversarios del SAS británico eran sin duda las SS alemanas, fundadas desde antes de la Segunda Guerra Mundial y dirigidas por Heinrich Himmler. Como todas las fuerzas especiales, las SS eran una unidad combatiente de elite, con sus propias insignias –portaban un uniforme negro bien ajustado, una gorra con un cráneo de plata y una daga plateada– y convencidas de su superioridad sobre todos los demás cuerpos del ejército regular. Sus miembros adquirieron además rápidamente la reputación de ser “asesinos fanáticos”. Después de la derrota de la Alemania nazi, las fuerzas especiales de las SS fueron consideradas como una organización criminal y el tribunal de Nuremberg las disolvió en 1946.

Después de la victoria, el SAS también fue desmantelado en octubre de 1945. Sin embargo, como la necesidad de asestar golpes bajos y de realizar operaciones peligrosas iba en aumento a medida que disminuía la influencia de Gran Bretaña en el mundo, el SAS fue restablecido y enviado a luchar tras las líneas enemigas, específicamente en Malasia, en 1947. Desde su cuartel general de Hereford, conocido como “la Nursery”, el SAS preparó en el mayor secreto numerosas misiones como, por ejemplo, la efectuada en 1958 a pedido del sultán de Omán, operación durante la cual los miembros del SAS contribuyeron a reprimir una guerrilla marxista que se había revelado contra la dictadura del régimen. Aquella operación garantizaría el financiamiento del SAS en el futuro ya que, como pudo comprenderlo un oficial del SAS, los miembros de este servicio británico probaron entonces que “podían ser aerotransportados rápida y discretamente hacia una zona agitada y operar de forma totalmente confidencial en un lugar apartado, una carta muy apreciada por el gobierno conservador de la época”.

Aunque su acción armada más célebre sigue siendo el asalto a la embajada de Irán, en 1980, el SAS también participó activamente en la guerra de las Islas Malvinas, en 1982. El despliegue más masivo del SAS desde la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar durante la guerra del Golfo de 1991. En 1996 colaboraron nuevamente con los Boinas Verdes estadunidenses para entrenar y equipar al Ejército de Liberación de Kosovo antes y después de los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte sobre el territorio de aquella provincia, que se encontraba entonces bajo control serbio.

El diputado conservador Nigel West subrayó, con toda razón, que, al igual que los Boinas Verdes estadunidenses: “El SAS británico habría desempeñado un papel estratégico en la Operación Gladio si los soviéticos hubiesen invadido Europa occidental”, dando así por sentada la implicación de las SAS junto a los ejércitos stay-behind creados en Europa. Tanto el SAS británico como los Boinas Verdes estadunidenses colaboraron estrechamente. Fue como prueba de aquella colaboración que los miembros de las Fuerzas Especiales estadunidenses comenzaron a portar, a partir de 1953, la famosa boina verde, proveniente del uniforme de sus modelos británicos. El uso de la boina verde, considerada “extranjera”, molestó a muchos altos oficiales del ejército estadunidense.

Fue sólo cuando el presidente Kennedy, gran partidario de las operaciones secretas y de las Fuerzas Especiales, lo aprobó durante una visita a Fort Bragg, el cuartel general de dichas fuerzas, que la boina vino a ser oficialmente adoptada en Estados Unidos para convertirse rápidamente en el emblema del más prestigioso cuerpo de comandos del país. La admiración de los estadunidenses por el ilustre y glorioso SAS perduró por muchos años. Los boinas verdes acostumbraban incluso a referirse al cuartel general de Hereford como “la casa matriz”, y los oficiales formados en Gran Bretaña gozaban de cierto prestigio a su regreso a Estados Unidos. Por su parte, los británicos se esmeraron en mantener esa alianza, al extremo que en 1962 nombraron al comandante de los Boinas Verdes, el general de división William Yarborough, miembro honorario del SAS.

Lady Thatcher envió el SOE a Cambodia donde este servicio secreto británico entrenó y dirigió a los Khmers Rojos. Éstos masacraron entonces a 1 millón y medio de personas, prioritariamente a los intelectuales que hablaban francés.

Ir Arriba



LAS ALCANTARILLAS DE SU MAJESTAD - Octava Parte
por Daniele Ganser

“Todo el asunto del stay-behind no tenía, a mi modo de ver, otro objetivo que garantizar, en caso de que sucediese lo peor, que un partido comunista llegaba al poder, que hubiese agentes para avisarnos, para seguir de cerca los hechos e informarnos”, tuvo que reconocer Ray Cline, uno de los directores adjuntos de la CIA. Sin embargo, las investigaciones de Ganser revelan que también tenían otros objetivos: el sabotaje y el terrorismo ante cualquier “amenaza” de izquierda

1 DE FEBRERO DE 2010

Tomado de la Red Voltaire / Octava y última parte

En 1988, dos años antes del estallido del escándalo sobre el Gladio, la BBC reveló la existencia de una cooperación entre las fuerzas especiales estadunidenses y británicas. En un documento titulado The Unleashing of Evil, la BBC reveló al público que el británico Special Air Service (SAS) y los Boinas Verdes estadunidenses no habían vacilado en torturar a sus prisioneros en cada una de las campañas desarrolladas desde hacía 30 años en Kenya, Irlanda del Norte, Omán, en Vietnam, Yemen, Chipre y en otros países. Luke Thomson, un exoficial de Boinas Verdes, explicaba ante las cámaras de la BBC que las tropas de elite estadunidenses y británicas seguían un programa de entrenamiento común en Fort Bragg. Basándose en esa declaración, Richard Norton Taylor, el realizador de aquel documental, quien además se distinguió dos años más tarde por sus investigaciones sobre el caso Gladio, concluyó que la crueldad “está finalmente más extendida y más anclada en nuestra naturaleza de lo que nos gusta creer”.

Durante otra operación secreta, los Boinas Verdes entrenaron también a los escuadrones de Khmers Rojos, que participaron en el genocidio cambodiano, después de que se estableciera el contacto por parte de Ray Cline, alto responsable de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y consejero especial del presidente estadunidense Ronald Reagan. Cuando estalló el escándalo del Irangate, en 1983, el presidente Reagan, que quería evitar a toda costa un nuevo escándalo, pidió a la primera ministra británica Margaret Thatcher que los británicos reemplazaran a los estadunidenses.

Margaret Thatcher envió entonces al SAS a Cambodia para entrenar allí mismo a las tropas de Pol Pot. “Fuimos primero a Tailandia, en 1984”, testimoniaron más tarde varios oficiales del SAS. “Trabajábamos con los yanquis. Estábamos muy compenetrados, como hermanos. A ellos no les gustaba aquello más que a nosotros. Les enseñamos un montón de cosas técnicas a los Khmers Rojos”, recuerda el oficial. “Al principio, ellos querían simplemente entrar en las aldeas y acabar con la gente a machetazos. Les dijimos que se calmaran.” El SAS no se sentía muy a gusto en aquella misión: “Muchos de nosotros hubiésemos cambiado de bando a la primera oportunidad. Estábamos tan asqueados. Odiábamos tanto que nos asociaran con Pol Pot. Se lo aseguro, somos soldados, no asesinos de niños”.

“Mi experiencia en las operaciones secretas me ha enseñado que nunca lo son por mucho tiempo”, dijo con una sonrisa el mariscal Lord Carver, jefe del Estado Mayor y futuro comandante en jefe de la Defensa británica. Su observación pudiera aplicarse al Gladio. “Después que usted mete el dedo en el mecanismo, siempre existe el riesgo de que las Fuerzas Especiales empiecen a actuar por su cuenta, como hicieron los franceses en Argelia y quizás más recientemente en el caso del Rainbow Warrior, en Nueva Zelanda”, cuando el Servicio [francés] de Documentación Exterior y de Contraespionaje hundió, el 10 de agosto de 1985, el barco de Greenpeace que trataba de oponerse a los ensayos nucleares franceses en el Pacífico.

El “mecanismo” también designaba, por supuesto, las acciones del SAS en Irlanda del Norte, donde los republicanos irlandeses consideran a los miembros de ese servicio especial británico ni más ni menos que como terroristas. “Hay buenas razones para pensar –acusaban sus opositores– que, incluso desde el punto de vista británico, el SAS creó en Irlanda del Norte más problemas de los que resolvió”.

Al estallar el escándalo del Gladio, en 1990, la prensa británica observó que quedaba “ahora demostrado que el Special Air Service estaba metido hasta el cuello en el proyecto de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y que había servido, con el MI6 (Servicios Secretos de Gran Bretaña), para entrenar guerrilleros y saboteadores”. Los periódicos británicos mencionaron sobre todo una “unidad stay-behind italiana entrenada en Gran Bretaña. Todo parece indicar que aquello duró hasta mediados de la década de 1980 (…) se ha comprobado que los SAS prepararon en la zona alemana ocupada por los británicos una serie de escondites donde se almacenaban armas”.

Las informaciones más importantes sobre el papel que el Reino Unido había desempeñado fueron proporcionadas por la investigación del parlamento suizo sobre el ejército secreto stay-behind helvético, conocido como P26. “Los servicios secretos británicos colaboraron estrechamente con una organización clandestina armada, P26, en el marco de una serie de acuerdos secretos que vinculaban a una red europea de grupos de ‘resistencia’”, reveló un diario a una población suiza estupefacta y convencida de la neutralidad de su país.

El juez Cornu, encargado de investigar el escándalo, describió en su informe La colaboración entre el grupo [P26] y los servicios secretos británicos como “intensa”, ya que estos últimos aportaron su preciada experiencia. Según el informe, los cuadros del P26 participaron en ejercicios regulares en el Reino Unido. Los consejeros británicos, posiblemente del SAS, visitaron campos secretos de entrenamiento en Suiza.” Ironía del destino, los británicos sabían sobre el ejército secreto suizo mucho más que los propios suizos, ya que “las actividades del P26, sus códigos y el nombre del jefe del grupo, Efrem Cattelan, eran de conocimiento de los servicios ingleses, mientras que el gobierno helvético era mantenido en la ignorancia, precisa el informe. Afirma [además] que los documentos relacionados con los acuerdos secretos adoptados entre los británicos y el P26 nunca han sido encontrados”.

Durante las décadas de 1960, 1970 y 1980, los miembros suizos del Gladio se entrenaron en el Reino Unido con los instructores de las Fuerzas Especiales británicas. Según Alois Hurlimann, instructor militar y posiblemente exmiembro del Gladio suizo, el entrenamiento incluía operaciones no simuladas contra activistas del IRA (Ejército Republicano Irlandés), probablemente en Irlanda del Norte. Hurlimann dejó escapar esas revelaciones durante una conversación en el marco de un curso de inglés.

En un inglés aproximativo, Hurlimann explicó que, en mayo de 1984, él mismo había participado en ejercicios secretos en Inglaterra, que incluían la toma por asalto de un depósito de municiones del IRA. Hurlimann agregó que había participado personalmente en aquella misión, portando un traje de camuflaje, y que había comprobado la muerte de por lo menos uno de los miembros del IRA.

Resulta interesante saber que la investigación del juez Cornu permitió descubrir, en 1991, la existencia, en algún lugar de Inglaterra, del centro de mando y de comunicaciones del Gladio, equipado con el sistema Harpoon, extremadamente característico. En 1984, un “acuerdo de cooperación”, que se completó tres años después con un “memorando sobre la asistencia Técnica”, mencionaba de forma explícita “centros de entrenamiento en Gran Bretaña, la instalación de un centro suizo de transmisión en Inglaterra y la cooperación de los dos servicios sobre las cuestiones técnicas”. Desgraciadamente, como señala el juez Cornu, “no logramos encontrar ni el acuerdo de cooperación ni el memorando sobre la asistencia técnica”.

La persona responsable en el seno de los servicios secretos militares suizos declaró que había tenido que “transmitírselos a los servicios secretos británicos en diciembre de 1989 por razones desconocidas, sin conservar la copia”.

“Los cuadros de la organización suiza consideraban a los británicos como los mejores especialistas en la materia”, precisa el informe del gobierno de Berna.

Después del descubrimiento de los ejércitos secretos, a finales de 1990, un exresponsable de la inteligencia de la OTAN que se mantuvo en el anonimato afirmó que “había una división del trabajo entre el Reino Unido y Estados Unidos: los primeros se encargaban de las operaciones en Francia, Bélgica, Holanda, Portugal y Noruega, mientras que los estadunidenses se ocupaban de Suecia, Finlandia y del resto de Europa”. Esta separación de tareas no estuvo exenta de dificultades en todos los países, como lo demuestra el ejemplo italiano. El 8 de noviembre de 1951, el general Humberto Broccoli, uno de los primeros directores del SIFAR, los servicios secretos militares italianos, escribió al ministro de Defensa Efisio Marras sobre las cuestiones relacionadas con la red stay-behind y el entrenamiento de los miembros del Gladio.

Broccoli explicaba que los británicos habían creado estructuras similares en Holanda, en Bélgica y “posiblemente también en Dinamarca y en Noruega”. El general estaba feliz de confirmar que Gran Bretaña “se propone beneficiarnos con su gran experiencia” mientras que los estadunidenses han “ofrecido contribuir activamente a nuestra organización proporcionando hombres, material (gratuito o prácticamente gratis) y quizás incluso hasta fondos”. Broccoli subrayaba también lo juicioso que sería enviar siete oficiales italianos cuidadosamente seleccionados a pasar un entrenamiento especial en Inglaterra, entre noviembre de 1951 y febrero de 1952, ya que esos mismos oficiales podrían transmitir después su experiencia a los miembros del Gladio italiano. El jefe de los servicios secretos militares italianos, Broccoli, pedía al ministro de Defensa, Marras “dar su aprobación a ese programa porque, aunque los británicos no lo saben, yo me puse de acuerdo con los servicios secretos americanos para que Italia participe”.

El entrenamiento Gladio que proporcionaban los británicos no era gratuito. Se trataba en realidad de un lucrativo comercio. Broccoli reconocía que “podemos esperar un costo total de unos 500 millones de liras que no pueden salir del presupuesto del SIFAR y que deberían ser incluidos en el de las Fuerzas Armadas”. Como indicaba el general italiano, el MI6 había ofrecido entrenar a los oficiales del Gladio italiano a condición de que Italia comprara armamento en Gran Bretaña. Al mismo tiempo, sin embargo, la CIA, en algo que se parece mucho a un intento por extender su esfera de influencia, proponía proveer gratuitamente las armas destinadas al Gladio.

A fin de cuentas, los italianos decidieron… no decidir. Enviaron sus oficiales a recibir la prestigiosa instrucción de los centros de entrenamiento británicos y concluyeron simultáneamente con Estados Unidos un acuerdo secreto que les garantizaba un aprovisionamiento gratuito en armas, lo cual no fue del agrado de los británicos. Cuando el general Ettore Musco, quien fue el sucesor de Broccoli a la cabeza del SIFAR, viajó a Inglaterra para visitar Fort Monckton, el recibimiento fue particularmente frío: “En 1953, los británicos, furiosos por haberse dejado engañar, le reprocharon al general Musco que ‘su servicio se haya entregado en cuerpo y alma a los americanos’”.

Italia no fue el único terreno de aquella lucha entre la CIA y el MI6 por extender sus respectivas esferas de influencia. A finales de 1990, después de enterarse de la existencia de la red secreta, el ministro de Defensa de Bélgica, Guy Coeme, explicó que “las relaciones entre los servicios de inteligencia británico y belga se remontaban a los contactos establecidos por el señor Spaak y el jefe de los servicios de inteligencia del Reino Unido [Menzies] y a un arreglo pactado entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica”.

Aquel “menage à trois” tenía también sus inconvenientes ya que el MI6 y la CIA querían garantizar –cada uno por su cuenta– que Bélgica no privilegiara a uno de ellos en detrimento del otro. El jefe del MI6, Steward Menzies, escribió entonces al primer ministro belga de aquella época, Paul Henri Spaak, una carta fechada el 27 de enero de 1949: “He tenido el placer de poder entrevistarme con usted personalmente sobre ciertos temas que atañen a nuestros respectivos países, que considero primordiales y que me han preocupado particularmente en los últimos tiempos”.

Después de esto, Menzies insistía en la necesidad de intensificar la colaboración “sobre la cuestión del Kominforn y de posibles actividades hostiles” y de comenzar “a concebir organizaciones de inteligencia y de acción útiles en caso de guerra”. Más exactamente, “ciertos oficiales deberían viajar al Reino Unido en los próximos meses para estudiar, en colaboración con mis servicios, los aspectos concretos de esas cuestiones”. Muy inquieto ante la idea de que Spaak pudiese preferir tratar con la CIA antes que con el MI6, Menzies subrayó que él mismo había “considerado siempre la participación de los estadunidenses en la defensa de Europa occidental como algo capital”, pero que seguía convencido de que “los esfuerzos de todos, incluyendo los de los estadunidenses, deben inscribirse en un conjunto coherente.

“Por consiguiente, si Estados Unidos tuviese que realizar, conjuntamente [con los servicios belgas] preparativos con vistas a enfrentar una guerra, [a él le parecía] esencial que esas actividades se coordinen con las [suyas]” y que sabía que podía contar con la comprensión del primer ministro belga.

Menzies se refería después al Comité Clandestino de la Unión Occidental, un órgano creado en 1948 que dirigió las operaciones de guerra no convencional hasta que se firmó, en 1949, el Tratado del Atlántico y que la OTAN se hizo cargo de la coordinación de la red Gladio. “Ese tipo de cooperación”, insistía el británico Menzies en su carta al primer ministro belga Spaak, “permitirá, ante todo, evitar complicaciones con los jefes del Estado Mayor de la Unión Occidental”.

“Ya indiqué al jefe de los servicios americanos que estoy dispuesto a elaborar planes para establecer el marco de una profunda cooperación con él sobre esa base, por eso sugiero que todos los proyectos formulados por ellos sean sometidos a Washington antes de ser discutidos en Londres por los servicios americanos y británicos.” Menzies señalaba también que el Gladio belga tenía que equiparse y precisaba que: “Los pedidos en materia de entrenamiento y equipamiento tendrán que ser formulados en breve”.

“Ya ordené la construcción de ciertas instalaciones destinadas al entrenamiento de los oficiales y de personas recomendadas por la dirección de los servicios secretos de ustedes y tendré la posibilidad de conseguir para ustedes el equipamiento actualmente en proceso de fabricación (como los walkie-talkie) que se necesitará en las operaciones clandestinas en un futuro próximo.” Según el jefe del MI6, una parte de aquel material podía ser entregada gratuitamente al Gladio belga mientras que otra parte tendría que ser comprada: “Ese equipamiento especializado podrá ser cedido o alquilado pero, en lo que se refiere al equipamiento más tradicional (como armas ligeras u otro material militar), yo sugiero que las tarifas sean objeto de negociaciones amistosas entre los servicios belgas y británicos”.

Aunque estaba de más decir que la creación del Gladio belga tenía que desarrollarse en el más absoluto secreto, al final de su carta, Menzies precisaba de todas formas: “Sé que es inútil recordarle a usted que este correo tiene que mantenerse altamente confidencial y no debe ser divulgado a terceros sin nuestros respectivos consentimientos previos”.

Alrededor de dos semanas después, Spaak respondió a Menzies con otra carta en la que se felicitaba por recibir la ayuda de los británicos, aunque indicaba que los estadunidenses también se habían acercado a las autoridades belgas sobre el mismo tema y que a él le parecía que era preferible que Washington y Londres arreglaran primero la cuestión entre sí. “Estoy enteramente de acuerdo”, escribía el primer ministro belga, “en que una colaboración entre los tres servicios (británicos, estadunidenses y belgas) sería extremadamente provechosa.” Consciente de la rivalidad existente entre la CIA y el MI6, Spaak agregaba: “Si uno de los dos servicios, el estadunidense o el belga, rechazara esta colaboración, los servicios belgas se verían en una situación extremadamente delicada y difícil. Por eso me parece que se impone la necesidad de negociaciones al más alto nivel entre Londres y Washington para zanjar esta cuestión”.

En Noruega, el jefe de los servicios secretos, Vilhelm Evang, fue simultáneamente el artífice de la fundación de la red stay-behind y de la creación de la primera agencia de inteligencia de ese país, el Norwegian Intelligence Service (NIS). Este graduado de ciencias, originario de Oslo, se había unido al pequeño núcleo encargado de la inteligencia en el seno del gobierno noruego exilado en Londres en 1942. Al regresar a su país, Evang, que había establecido excelentes relaciones con los británicos, fundó el NIS en 1946 y lo dirigió durante 20 años. Sus escritos nos informan que, en febrero de 1947, Evang se reunió con un oficial del MI6 británico cuyo nombre se ignora pero que estaba “bien relacionado con las altas esferas del ejército y la Defensa.

“Las inquietudes de los ingleses los han llevado a interesarse de cerca por las estrategias de defensa en los países bajo ocupación enemiga. Parece que Holanda, Francia y Bélgica han emprendido procesos de instalación de estructuras necesarias para un ejército clandestino.”

En la Suecia vecina, y supuestamente neutral, los británicos desempeñaron, con ayuda de la CIA, un papel preponderante en la formación de los dirigentes del Gladio local. Así lo reveló Reinhold Geijer, un exmilitar de carrera sueco reclutado en 1957 por la red Gladio local, quien dirigió una de sus divisiones regionales durante varias décadas. En 1996, Geijer, ya cerca de los 80 años, contó ante las cámaras del canal sueco TV 4 cómo los británicos lo habían entrenado en Inglaterra con vistas a la realización de acciones clandestinas. “En 1959, después de una escala en Londres, me fui directamente a una granja en el campo cerca de Eaton.

“Mi viaje se desarrollaba dentro de la más absoluta confidencialidad; yo utilizaba por ejemplo un pasaporte falso. Ni siquiera estaba autorizado a llamar por teléfono a mi esposa”, testimoniaba Geijer. “El objetivo de aquel entrenamiento era aprender a utilizar técnicas de buzones seguros para recibir y enviar mensajes secretos, y otros ejercicios al estilo de James Bond. Los británicos eran particularmente exigentes. A mí me parecía que aquello era exagerado.”

A finales de 1990, mientras seguían apareciendo ejércitos secretos por toda Europa occidental y los proyectores estaban enfocados hacia Inglaterra y el papel que ese país había desempeñado por debajo de la mesa, el gobierno de John Major se negaba obstinadamente a hablar del asunto. “Nosotros no hablamos de cuestiones vinculadas a la seguridad nacional”, respondían incansablemente los voceros ante las preguntas de los periodistas británicos. El Parlamento británico no vio la necesidad de abrir un debate público o una investigación oficial sobre el tema, actitud que –en el verano de 1992– inspiró al periodista Hugh O’Shaughnessy la siguiente crítica: “El silencio de Whitehall y la ausencia casi total de curiosidad por parte de los parlamentarios sobre un escándalo en el que Gran Bretaña está tan profundamente implicada resultan extraordinarios”.

La BBC se encargó de concluir: “El papel desempeñado desde Gran Bretaña en la creación de los ejércitos stay-behind a través de Europa [fue] fundamental”. En su edición nocturna del 4 de abril de 1991, la BBC puso énfasis en el aspecto criminal de los ejércitos secretos y señaló: “Cayó la máscara y cubría numerosos horrores”.

La BBC descubrió que, paralelamente a su función stay-behind, los ejércitos secretos habían desempeñado también una labor de manipulación política: “Al igual que la antigua espada, la historia del Gladio moderno es de doble filo.” El documental de la BBC planteaba toda una serie de interrogantes: “¿Era el Gladio, con sus reservas secretas de armas y de explosivos utilizados por sus inspiradores, [un instrumento] de subversión interna contra la izquierda? ¿Fueron los agentes del Gladio culpables de atentados terroristas?” Y ¿cuál fue exactamente el papel de Gran Bretaña? El parlamentario italiano Sergio de Julio declaraba ante las cámaras: “Nosotros tenemos pruebas que demuestran que, a partir de la creación del Gladio, hubo oficiales que fueron enviados a Inglaterra para entrenarse. Ellos estaban encargados de conformar los primeros núcleos de la organización Gladio. Ésa es la prueba de una, digamos, cooperación entre el Reino Unido e Italia”.

El periodista de la BBC Peter Marshall interrogaba después al general italiano Gerardo Serravalle, quien había dirigido el Gladio italiano entre 1971 y 1974, sobre el papel que habían desempeñado los británicos. Serravalle confirmó la existencia de una estrecha colaboración: “Yo invité [a los británicos] porque a nosotros nos habían invitado a visitar sus bases en Inglaterra –las infraestructuras stay-behind– así que yo les devolví la cortesía”. Marshall le preguntó entonces: “¿Dónde se encuentra el centro de la red británica?”. A lo que el general italiano respondió: “Lo siento pero no se lo diré porque eso constituye un secreto militar de su país”. El periodista británico hizo después una pregunta para la que podía razonablemente esperar una respuesta de parte del general italiano: “Pero, ¿se sentía usted impresionado por los británicos?” Serravalle respondió afirmativamente: “Sí, lo estábamos porque es (sic) muy eficaz, extremadamente bien organizado y había excelentes elementos”.

Un año después, la BBC se interesó nuevamente por el caso Gladio al transmitir una excelente serie de tres documentales de Allan Francovich dedicados a ese tema. No se trataba del primer trabajo de ese realizador, quien ya en 1980 había ganado el premio de la crítica internacional en el Festival de Berlín con su film On company business, donde revelaba el lado oscuro de la CIA. Después de su investigación sobre Gladio, Francovich rodó The maltese double cross, donde demostraba la existencia de puntos de contacto entre el desastre del vuelo 103 de la PanAm cerca de Lockerbie, en 1988, y la destrucción por error, aquel mismo año, de un avión de Irán Air por parte del navío estadunidense USS Vincennes. “Son muy pocos los que luchan incansablemente por la verdad, aunque ello implique ponerse en peligro ellos mismos, como hizo Francovich”, recordó Tam Dayell después de la muerte de su amigo, como resultado de una crisis cardiaca sufrida en oscuras circunstancias, en la zona de espera del aeropuerto de Houston, el 17 de abril de 1997.

Basados principalmente en entrevistas, los documentales que rodó Francovich para la BBC se dedicaban casi exclusivamente a las redes Gladio de Bélgica e Italia. Incluían testimonios de participantes tan importantes como Licio Gelli, jefe de la Logia P2; el activista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra; el juez veneciano y “descubridor” del Gladio, Felice Casson; el general Gerardo Serravalle, comandante del Gladio italiano; el senador Roger Lallemand, quien presidió la comisión investigadora del parlamento belga; Decimo Garau, exinstructor de la base del Gladio en Cerdeña; el exdirector de la CIA William Colby y Martial Lekeu, un exmiembro de la Gendarmería belga, por sólo citar unos cuantos.

“Todo el asunto del stay-behind no tenía, a mi modo de ver, otro objetivo que garantizar, en caso de que sucediese lo peor, si un partido comunista llegaba al poder, que hubiese agentes para avisarnos, para seguir de cerca los hechos e informarnos”, explicaba Ray Cline, director adjunto de la CIA desde 1962 hasta 1966, ante la cámara de Francovich. “Es probable que grupúsculos de extrema derecha hayan sido reclutados e integrados a la red stay-behind con el fin de poder prevenirnos si se preparaba una guerra. Desde esa óptica, la utilización de extremistas de derecha, con fines de inteligencia y no políticos, me parece que no plantea ningún problema”, proseguía Cline.

Al día siguiente, la prensa inglesa publicaba lo siguiente: “Era de esos escándalos de los que uno piensa que pueden derribar un gobierno, pero como la amnesia de los telespectadores es lo que es, no queda más que un cintillo en los periódicos al día siguiente”.

Ir Arriba