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.- Juan Bosch: Análisis


Análisis de Juan Bosch a grandes acontecimientos. "Quien no vive para servir, no sirve para vivir"


Revolución de Abril de 1965: La revolución dominicana tenía causas no sólo profundas, sino además viejas. La falta de libertades de los días de Trujillo y el desprecio a las masas del pueblo volvieron a gobernar el país a partir del golpe de estado de 1963; el hambre general se agravó con la política económica sin sentido del equipo encabezado por Reid Cabral, y la corrupción trujillista resultó a la vez más extendida y más descarada que bajo la tiranía de Trujillo. Se pretendió volver al trujillismo sin Trujillo, un absurdo histórico que no podía subsistir. La clase media y las grandes masas se aliaron en un mismo propósito; barrer ese pasado ignominioso que había renacido en el país y retornar a un estado de ley y de honestidad pública

. Testimonio del expresidente Juan Bosch acerca de la figura del coronel
Rafael Tomás Fernández Domínguez


. Los conflictos con Haití: capítulo XVII del libro 'Crisis de la democracia de América
en la República Dominicana'/Juan Bosch


. La Revolución Constitucionalista. Tres artículos sobre la revolución dominicana/Juan Bosch
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. La República Dominicana: causas de la intervención militar norteamericana del 1965/Juan Bosch

. La Revolución de Abril/Juan Bosch

. Capítulo Oculto del Golpe de Estado/Juan Bosch

***

. La Historia secreta del golpe de Estado de 1963/Juan Bosch

. La Intervención Yanqui en el golpe de Estado de 1963/Juan Bosch

. El problema palestino. Lo que significó para los palestinos la instalación
en su territorio del estado israelí/Juan Bosch


***

. La crisis capitalista en la economía norteamericana/Juan Bosch

. Una lección de la Historia: la unidad de los pueblos centroamericanos/Juan Bosch

. Juan Bosch ofrece nuevos datos sobre la Guerra de Abril de 1965


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. Juan Bosch: mis relaciones con Caamaño

. ¿Quién traicionó al coronel Caamaño/Juan Bosch

. Balaguer y la reelección/Juan Bosch


***

. Juan Bosch analiza carácter burgués de la Revolución de Abril y el preponderante
papel de los militares, en un aniversario más de la gesta patriótica


. Dictadura con Respaldo Popular: lo que será, con quienes debe contarse y los principios generales y de organización/Juan Bosch

. El feudalismo no se conoció en América/Juan Bosch

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. Visión de la Era de Trujillo/Juan Bosch

. Prólogo a un libro necesario. "Cayo Confites. La revolución traicionada"/Juan Bosch

. Para conocer a Haití/Juan Bosch

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. ¿Cómo se formó Haití en territorio de la isla Española?/Juan Bosch

. Brevísima historia de los Austria de España/Juan Bosch

. La Española, víctima de una imprudencia del rey PRUDENTE/Juan Bosch/Juan Bosch

***

. El duvalierismo brota en Haití con su fuerza original/Juan Bosch

. Los últimos 37 años de la historia de Haití/Juan Bosch

. La República Dominicana. Resumen Histórico/Juan Bosch

***

. Dictadura con Apoyo Popular/Juan Bosch

. Mis recuerdos de Che Guevara/Juan Bosch

. Bosch relata la desaparición de Caamaño


***

. Una mentira más/Juan Bosch

. Trujillo: problema de América/Juan Bosch

. Bosch enjuicia obra de John Bartlow Martin, ex embajador EE.UU.


***

. Bosch aporta pruebas para demostrar que Hostos no fue ateo

. Los manuscritos de Juan Bosch ("Movimientos para ocultar durante 90 días
a Juan Bosch tras el descubrimiento de la invasión guerrillera al mando del
ex-coronel Francisco Caamaño Deñó
". Doce manuscritos emitidos en la
clandestinidad y la declaración que hiciera cuando sorpresivamente se
presentó en la Casa Nacional del PRD)


. El último crimen de Trujillo/Juan Bosch



Testimonio del expresidente Juan Bosch acerca de la figura del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez

Yo conocí al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez en el ensanche Ozama, una noche de fines de octubre o principios de noviembre de 1962. Nos reunimos él, llevado por Martín Fernández {[César José Fernández] (Nota de Arlette Fernández así como todas las que siguen)}, hermano de su esposa Arlette, un hermano del coronel [Coronel Caonabo Fernández González, E.N.] y el Lic. Silvestre Alba de Moya [Ministro de Trabajo durante el Gobierno Constitucional del profesor Juan Bosch].

En esos días Fernández Domínguez no tenía aún el grado de coronel, y debo repetir esta noche algo que inmediatamente después de esa reunión les dije a varios miembros de la dirección del Partido Revolucionario Dominicano, entre los cuales algunos deben recordarlo: que Rafael Tomás Fernández era el dominicano que más me había impresionado después de mi vuelta al país. Me impresionó su integridad, su firmeza, que se veía a simple vista como si aquel joven militar llevara por dentro un manantial de luz.

Fernández Domínguez se comportó esa noche muy discretamente; apenas habló. Por lo demás, según pude apreciar después, él no era parlanchín, sino más bien dado a oír cuidadosamente lo que se le decía y analizar lo que oía. Esa noche me preguntó qué pensaba yo de lo que debería ser un ejército. Observen que no me preguntó cuál era mi concepto de las Fuerzas Armadas Dominicanas sino de lo que deberían ser las Fuerzas Armadas de un país como la República Dominicana, y le di mi opinión.

Aquella noche tanto él como yo estábamos seguros de que a mí iba a tocarme la pesada responsabilidad de iniciar la etapa democrático constitucional de la vida dominicana. Así sucedió, y cuando volvimos a vernos yo era Presidente de la República. En esa segunda ocasión me pidió una entrevista que celebramos en mi casa, y en esa oportunidad me preguntó cuándo pensaba yo poner en práctica las ideas de que habíamos hablado acerca del tipo de ejército que debía tener nuestro país. En este momento no puedo recordar con precisión si la próxima vez que nos vimos fue estando el coronel Fernández Domínguez en Constanza, donde daba un curso de antiguerrilla, o si nos vimos en el despacho que yo ocupaba en el Palacio Nacional; lo que sí puedo asegurar es que la tercera o la cuarta de las entrevistas se llevó cabo en el despacho presidencial y en horas de la noche. En esa ocasión él insistió de nuevo en la necesidad de hacer un plan para organizar el ejército dominicano como él creía que debía organizarse y como yo le había dicho que debía hacerse.

En esa entrevista le pregunté su opinión acerca de la oficialidad joven; le pedí que me dijera si creía que sobre esa oficialidad joven podría edificarse un ejército de tipo moderno, respetuoso de la Constitución, cuyos hombres no tuvieran intenciones de dedicarse, mientras llevaran el uniforme, a actividades que no tenían nada de militares. Al responderme, Fernández Domínguez mencionó nombres de unos cuantos oficiales y me dijo que el país podía contar con ellos; además, me dio el de un oficial [Coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez, a quien Rafael tenía como candidato para Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas] que se hallaba fuera del país, a quien consideraba como el líder natural de esos jóvenes oficiales que me había mencionado y como la persona que debía encabezar la tarea de renovación de las Fuerzas Armadas.

Algunas de las personas con quienes él habló de esas entrevistas conmigo debió cometer una indiscreción, y lo creo porque pasado cosa de un mes no volví a ver a Fernández Domínguez, y como quería saber de él pregunté dónde se hallaba, a lo que se me respondió que estaba viajando por Argentina, lugar a donde lo habían enviado sus jefes militares sin informárselo al comandante en jefe, que era el Presidente de la República. Así pues, lo habían mandado bien lejos a cumplir una misión que yo desconocía [Lo enviaron a visitar centros académicos militares a Argentina, Chile y Uruguay, junto al coronel Héctor Lachapelle Díaz y otro oficial, en interés de mantenerlos alejados momentáneamente del país], y en esa misión debió tardar por lo menos dos meses, si no más; y digo que dos meses, si no más, porque me parece recordar que cuando volvió al país estábamos ya en el mes de agosto. Al llegar me lo hizo saber, yo lo mandé a llamar y fue a verme a casa, también de noche.

Yo quería hablar con él de los planes para la reorganización de las Fuerzas Armadas y me dijo que le parecía conveniente esperar la llegada al país del oficial a quien consideraba como el líder natural de la oficialidad joven, y decidí esperar; y así fue como pasaron los últimos días de agosto y muchos de septiembre hasta que llegó el día 24 de ese mes.

Fue en horas de la tarde de ese día cuando me enteré de que había un golpe militar organizado para estallar en la noche, y le pedí al jefe del Cuerpo de Ayudantes, el coronel Julio Amado Calderón, cuyo nombre puedo mencionar porque ya no está en las filas del ejército, que localizara al teniente coronel Fernández Domínguez, y una hora y media después el coronel Calderón me dijo que no se hallaba en la ciudad y que según los informes que le habían dado estaba en Cotuí [Se encontraba en Cenoví, un campo cercano a San Francisco de Macorís, en casa de mis padres] donde un alto oficial de la policía tenía una propiedad. En el acto le ordené al coronel Calderón que mandara a buscar de la manera que fuera necesaria al coronel Fernández Domínguez, quien se presentó en mi casa a las diez de la noche.

Hablé con el coronel Fernández Domínguez en presencia del coronel Calderón y le informé de lo que estaba sucediendo; le dije que debía movilizar inmediatamente a los oficiales en quienes él tenía confianza, que yo me iría al Palacio Nacional, que no iba a ir a ningún otro sitio, que no me asilaría en ninguna embajada, que en el Palacio Nacional estaría, vivo o muerto, esperando que él actuara.

Esa noche, a eso de las 2 de la mañana, se produjo el golpe. Yo quedé preso con Molina Ureña, que está aquí presente esta noche. El Dr. Molina Ureña logró salir de Palacio disimuladamente, después de haber comprobado que todos los esfuerzos que yo hacía para comunicarme con alguien en la calle eran inútiles, y allí estaba cuando uno de los ministros, que era familiar del coronel Fernández Domínguez por vía política, el Lic. Silvestre Alba de Moya, recibió la visita de su señora [Mercedes Fernández de Moya, mi tía, quien realizó tareas importantes durante el desarrollo del movimiento], quien llegó en horas muy tempranas del día 25 con un mensaje del coronel Fernández Domínguez.

Ese mensaje era el siguiente:
Estamos listos para asaltar el Palacio Nacional, somos doce oficiales nada más pero cumpliremos nuestro deber. Pedimos, sin embargo, que se le informe al Partido Revolucionario Dominicano, a fin de que desate una huelga general.
Con la misma persona que había llevado el mensaje la señora del ministro Alba de Moya, le mandé decir al coronel Fernández Domínguez que un ataque hecho al Palacio Nacional con doce hombres era un suicidio, que esa acción no conduciría a nada positivo, pero no quise referirme a su solicitud de pedirle al PRD que desatara una huelga general, cosa que no podría llevarse a cabo porque el PRD
no tenía los contactos ni la autoridad necesaria sobre las pocas organizaciones obreras que había entonces en el país.

Unos días después fuimos sacados del país en un barco de la Marina de Guerra Dominicana doña Carmen y yo, y se nos dejó en un puerto de las Antillas francesas, en el Guadalupe, adonde el barco entró sin solicitar siquiera autorización para hacerlo. De ahí pasamos a Puerto Rico y estando en Puerto Rico llegó allí el coronel Fernández Domínguez, que había sido enviado a España como agregado militar de la Embajada dominicana en Madrid. En los pocos días que pasó aquí antes de ser nombrado agregado militar en España, el joven teniente coronel había organizado un grupo de oficiales constitucionalistas que se convirtió en el núcleo central del movimiento, llamado a estallar el 24 de abril de 1965, pues Fernández Domínguez fue fundamentalmente eso: el creador del Movimiento Militar Constitucionalista que iba a iniciar la Revolución de Abril.

En esa ocasión, cuando él iba hacia España, estuvimos hablando de la situación política del país y de lo que él había dejado hecho en el país y de lo que se propuso llevar a cabo sin éxito a fines del año 1963. Desde España mantuvo el contacto con sus compañeros y volvió a Puerto Rico tal vez en septiembre o en octubre de 1964; tal vez en noviembre, y no mucho más allá porque me parece recordar que en diciembre fue varias veces a casa acompañado de Arlette, su joven y fina esposa.

Quiero aclarar en este momento en que me toca decir cosas desconocidas del pueblo dominicano, que la Revolución Constitucionalista no habría podido hacerse si no hubiera comenzado con el levantamiento de una fuerza militar considerable, no tanto por su número como por su decisión y por sus convicciones políticas de defensora de la constitucionalidad; y ese levantamiento fue la obra de Rafael Tomás Fernández Domínguez. Él fue no solamente el que encendió la chispa histórica de Abril de 1965, sino además el que había construido la base para ese hecho y el que mantuvo encendida la llama de la fe de un grupo de militares desde España y el que le dio el toque final a su obra cuando vino al país en diciembre de 1964 cumpliendo una misión que yo le había encomendado.

El coronel Fernández Domínguez tenía dos de las condiciones que trae al mundo todo aquel que tiene de manera natural las condiciones del líder; primero, era un hombre decidido a jugárselo todo en cualquier momento, y segundo, tenía el don de conocer a los hombres. Estando en Puerto Rico en esos meses finales de 1964 me decía que el movimiento militar se aceleraría si se podía sumar a él al coronel Francisco Alberto Caamaño, de quien decía que tenía dos condiciones que él podía garantizar: su lealtad a cualquiera causa a la que se uniera y un valor que no reconocía límites.

Al volver a Puerto Rico de ese viaje que hizo al país en diciembre de 1964, el joven inspirador y líder del Movimiento Constitucionalista me contaba que en una reunión que tuvo con el coronel Caamaño él le invitó a unirse al grupo que había dejado formado y que el coronel Caamaño le pregunto cuál era la razón de que él le propusiera tomar parte en el levantamiento que se proyectaba, a lo que el coronel Fernández Domínguez respondió: “Porque Ud. es un hombre honesto”.

Esa respuesta del coronel Fernández vino a coronar una actitud que el coronel Caamaño estaba adoptando, para decirlo de alguna manera, desde poco después del golpe, especialmente desde que se dio cuenta de que entre los militares golpistas había muchos que se habían dedicado a actividades no militares. Y efectivamente, tal como lo había esperado Fernández Domínguez, el coronel Caamaño quedó comprometido en el movimiento y cuando éste estalló tres meses o tres meses y medio después de la visita del coronel Fernández Domínguez, al coronel Caamaño le tocó encabezar ese movimiento como su jefe militar.

Lo que hizo aquí el coronel Fernández Domínguez llegó a conocimiento de algunos de sus superiores porque esos jefes no tardaron en nombrarlo agregado militar dominicano en Chile. Fue en Chile donde él entró en contacto con el poeta Manuel del Cabral, que vivía en esos días en aquel país y está aquí con nosotros esta noche para testimoniar acerca de lo que él conoce de las actividades del coronel Fernández Domínguez mientras vivió en Chile. Al pasar para Chile, Fernández Domínguez y yo acordamos una clave para escribirnos y en la exposición de documentos que se presenta en la entrada de este edificio hay algunas copias fotostáticas de las comunicaciones que mantuvimos mientras él se hallaba en Chile y aquí iba creciendo, desarrollándose, el movimiento que él había organizado, hasta que se produjo el estallido del 24 de Abril.

Todavía no sé cómo fue posible que el coronel Fernández Domínguez volara de Santiago de Chile a Puerto Rico tan de prisa como lo hizo a tal punto que su llegada a mi casa me sorprendió y no puedo precisar ahora si esa llegada tuvo lugar el 26 ó el 27 de abril (posteriormente su viuda me aseguró que había sido el 26), pero es el caso que él estaba allí, en Puerto Rico, el día desgraciado en que pisaron tierra los infantes de marina de Lyndon Johnson; y digo que fue desgraciado porque lo fue para mí, que me sentí directamente responsable de ese acontecimiento tan doloroso; me sentí responsable porque si hubiese sospechado en algún momento que los infantes de marina, soldados del mismo cuerpo de las fuerzas militares norteamericanas que estuvo abusando en este país de su poderío ocho años, de 1916 a 1924, iban a retornar otra vez en son de ocupantes armados como consecuencia del levantamiento constitucionalista del 24 de Abril, no me hubiera puesto a trabajar ni siquiera media hora para que se produjera ese levantamiento porque es preferible para cualquier dominicano, y para cualquier ciudadano de un país débil, pequeño y pobre como el nuestro, tener un tirano de su propio pueblo que tener un salvador extranjero.

En este momento tengo presente al coronel Fernández Domínguez de pie ante mí en la casa que nos había prestado en San Juan de Puerto Rico un amigo (José Arroyo Riestra) donde recibíamos a los periodistas que llegaban de todas partes, y especialmente de los Estados Unidos, y las llamadas telefónicas de muchos puntos del mundo, porque desde México, desde Montevideo, desde Londres, París y Canadá o Santiago de Chile llamaban periodistas que pedían declaraciones e informaciones acerca de ese acontecimiento tan increíble como era el envío de la infantería de la marina norteamericana para aplastar con tanques y aviones una revolución democrática, porque ésa era una revolución que estaba haciéndose dentro de los límites de la llamada democracia representativa o burguesa.

Tal vez la suerte de la República Dominicana, que ha sido muy mala durante largos años pero que no puede ser siempre mala (y la suerte, como dijo el padre del materialismo dialéctico, es una categoría histórica que hay que tomar en cuenta); talvez la suerte de la República, repito, quiso que esa revolución fracasara porque a partir de ese fracaso todos los dominicanos sabemos que la próxima revolución de este país no puede ser democrática.

Arlette Fernández y Juan Bosch

Cuando recuerdo aquel barullo de personas, de noticias, de informes, veo allí, siempre delante de mí, al coronel Fernández Domínguez, y al lado de él a Arlette Fernández. Debo hacer un pequeño paréntesis para decir que Fernández Domínguez fue afortunado en varias cosas. Los griegos de la edad heroica, de la edad de Pericles, decían que los amados de los dioses mueren jóvenes, y Rafael Tomás Fernández Domínguez tuvo la fortuna de morir joven como para que pudiéramos recordarlo en la flor de su vida, pero también tuvo la fortuna de tener una compañera de la cual él se sentía justamente orgulloso, pero se sentiría más orgulloso todavía si pudiera saber que este acto en que se le rinde homenaje ha sido la creación de esa compañera que estuvo a su lado en la lucha de aquellos años y sigue estando a su lado y al lado del pueblo.

Probablemente el tercer día después de su llegada a San Juan de Puerto Rico, o sea cuando iba terminando el mes de abril, le dije al coronel Rafael Fernández Domínguez que había una persona que podía traernos a Santo Domingo en un avión y le di su nombre y su dirección. Ese avión tendría que salir de Puerto Rico clandestinamente porque yo estaba atrapado en territorio norteamericano y no iba a poder salir en forma legal hacia la República Dominicana donde al poner pie volvía a ser de manera automática el presidente constitucional, y además, si venía por el aeropuerto de la Capital me cogían ahí las fuerzas de San isidro. El coronel Fernández Domínguez se fue a ver a esa persona; entre los dos visitaron varios lugares desde los cuales el avión podía salir de noche, de manera clandestina, con la seguridad de que no iban a sorprendernos ni al piloto ni a él ni a mí. Él se encargó de arreglar las cosas de forma que pudiéramos llegar o a Neyba o a Constanza... [El coronel Fernández Domínguez encomendó a los señores José Azcárate, Lic. Silvestre Alba de Moya, Martín Fernández, César Fernández Mena y el Dr. Ramón Fernández (Moncho) dirigirse a Neyba y preparar una pista donde pudiera aterrizar en compañía del presidente Bosch. Allí habilitaron una pista que se encontraba en muy malas condiciones próxima a la fortaleza en donde prestaba servicio como comandante de la misma el coronel Caonabo Fernández González, hermano del coronel Fernández Domínguez].

El piloto que debía traemos al país no podía arriesgarse a salir sino era de un sitio que le sirviera de aeropuerto sin que fuera un aeropuerto, y buscando ese lugar pasaron dos días, tres días, cuatro días. Al cuarto día se recibió la noticia de que la persona en quien el coronel Fernández Domínguez confiaba que nos garantizaría el aterrizaje en Neyba ya no estaba en Neyba porque había sido detenida y traída a la Capital, y no fue posible establecer contacto con alguien que pudiera esperamos en Constanza. En ese punto el piloto nos hizo saber que no había posibilidades de hacer el vuelo saliendo de Puerto Rico.

A San Juan de Puerto Rico había llegado el general Rodríguez Echavarría, que había sido secretario de Estado de las Fuerzas Armadas en el gobierno del Dr. Balaguer, el que había terminado en enero de 1961; y en ocasión en que fui con el coronel Fernández Domínguez a un sitio donde se había montado una estación de comunicación con el país, se encontraron allí Fernández Domínguez y Rodríguez Echavarría.

Debo aclarar que la comunicación entre Puerto Rico y Santo Domingo era telefónica, pero algunas de las personas que trabajaban en las compañías telefónicas de los dos países facilitaban la conexión para que no pudieran tomarse las comunicaciones y ni siquiera quedaban registros de las llamadas.

Cuando se dio el golpe que derrocó ese gobierno del Dr. Balaguer, dos oficiales del ejército fueron a detener al general Rodríguez Echavarría, y uno de ellos era Fernández Domínguez, que entonces tenía el grado de mayor. El general Rodríguez Echavarría me había contado en el año 1964 que cuando esos dos oficiales fueron a detenerlo, él le había dicho al de mayor graduación: “¡Muchacho, ten cuidado con esa ametralladora, que se te puede zafar un tiro y matarme!”; y agregó: “Pero cuando le vi los ojos a Rafaelito me di cuenta de que él era el que iba a matarme si yo no me daba preso”. Por cierto, una noche en que se hallaba en casa, allá en Puerto Rico, acompañado de Arlette, estuvimos hablando de los acontecimientos políticos dominicanos, cuando yo explicaba el origen de la campaña que se había hecho, contra Rodríguez Echavarría, y por qué se había hecho, Fernández Domínguez me miró, con aquella mirada a la vez iluminada y triste que tenía, y me dijo: “Profesor, cómo nos engañan”; y dos días después pasó por casa en horas de la mañana y lo único que dijo en esa ocasión fue que los oficiales militares deberían estudiar política, opinión que relacioné con la frase que me había dicho hacía dos noches: “Profesor, cómo nos engañan”.

Cuando llegué con Fernández Domínguez al sitio donde se hacían las comunicaciones con Santo Domingo encontré allí al general Rodríguez Echavarría, y en el acto les pedí a él y a Fernández Domínguez que se saludaran como compañeros de armas y olvidaran el pasado. El coronel Fernández Domínguez, que sabía mandar porque sabía obedecer, se cuadró, saludó, a lo que respondió en igual forma el general Rodríguez Echavarría, y ambos se dieron las manos y sin hablar una palabra del pasado volvieron a actuar juntos en los episodios en que les pedí que lo hicieran. Por ejemplo, los dos fueron a Venezuela, hacia donde los mandé a hacer una gestión, que era la de conseguir la manera de salir ellos y yo desde ese país hacia Santo Domingo, para lo cual le llevaron una carta mía al presidente de Venezuela, Raúl Leoni, que era un amigo mío de muchos años. Esa gestión terminó en un fracaso porque el presidente Leoni dijo que él no podía dar su consentimiento para que se hiciera ese viaje. A ese fracaso se debió que el coronel Fernández Domínguez no pudiera llegar al país antes de lo que llegó.

Debo aclarar también que aun antes de que Rodríguez Echavarría y Fernández Domínguez volaran a Venezuela yo me había convencido de que no iba a ser fácil mi vuelta a la República Dominicana porque el poder norteamericano haría lo imposible para impedirlo a menos que yo aceptara volver para actuar bajo sus órdenes, y por esa razón había resuelto, llamar por teléfono al cuartel general del Movimiento Constitucionalista para pedir que se estableciera un gobierno revolucionario encabezado por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó. Con quien se hizo la comunicación en ese momento fue con Héctor Aristy, que está hoy en el destierro, y cuando Aristy le hizo saber al coronel Caamaño lo que yo decía, el coronel Caamaño respondió que él no podía aceptar eso, que ellos estaban participando en la Revolución para cumplir con un deber y no porque anduvieran detrás de posiciones. Entonces yo pedí que el coronel Caamaño cogiera el teléfono y le dije: “Coronel, yo no lo estoy consultando; le estoy dando una orden, la de que asuma la presidencia del gobierno revolucionario”, a lo que el coronel Caamaño respondió diciendo: “Si se trata de una orden, la cumpliré lo mejor que pueda”; y a seguidas pedí que Héctor Aristy tomara de nuevo el teléfono y le di la lista de los miembros del Gabinete, que encabecé con el del Ministro de las Fuerzas Armadas y seguí con el del ministro de lo Interior y Policía; y al decir: “Ministro de lo Interior y Policía”, el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, que se hallaba a pocos pasos de mí, me hizo una seña con la mano indicándome que no aceptaría ese cargo; pero yo seguí dando la lista de los ministros y así se formó el gobierno del coronel Caamaño, y así vino a quedar ese gobierno con el ministro de lo Interior y Policía en Puerto Rico y no en Santo Domingo, que era donde debía estar [El telegrama figura en Arlette FERNÁNDEZ, Coronel Fernández Domínguez, fundador del movimiento militar constitucionalista, Santo Domingo, Editora Alfa y Omega, 1980, p.62; la respuesta en pp.63-64 de la misma].

(Ahora debo intercalar en estas breves noticias que di en el acto de homenaje al fundador del Movimiento Constitucionalista, que se celebró al conmemorarse el decimocuarto aniversario de su muerte, el episodio de su llegada al país, a lo cual no me referí en esa ocasión. Lo hago porque debo explicar por qué razón ese soldado de la lucha antiimperialista, que cayó víctima de las balas norteamericanas, vino a la República Dominicana en un avión militar de los Estados Unidos. Con la excepción de una parte de la Capital de la República, todo el territorio dominicano se hallaba controlado por las tropas yanquis o las dominicanas que estaban bajo sus órdenes, de manera que no había manera de llegar al país, pero se presentó una oportunidad que no podía ser desperdiciada. Acosado por la opinión pública de los Estados Unidos y también extranjera, el gobierno de Johnson decidió negociar con el de Caamaño para formar un gobierno de transición que sustituyera al Constitucionalista y al llamado Reconstrucción Nacional, que habían inventado Johnson y servidores del Departamento de Estado. Para esa negociación vinieron al país McGeorge Bundy, que era ayudante especial de Johnson para asuntos de seguridad nacional; Cyrus Vance, el mismo que es secretario de Estado de Carter, y no sé que otras personas. Esos dos y Harry Shlauderman, que había sido secretario político de la embajada norteamericana, viajaron a Puerto Rico para entrevistarse conmigo a fin de discutir la posibilidad de que el gobierno de transición estuviera encabezado por Antonio Guzmán, el actual presidente de la República. En la reunión estuvieron presentes el propio Antonio Guzmán y Jaime Benítez, rector de la Universidad de Río Piedras, y yo le pedí a Shlauderman un puesto para el coronel Fernández Domínguez en el avión en que ellos, con la excepción del rector Benítez, volverían a Santo Domingo. Cuando le comuniqué a Fernández Domínguez esa decisión mía me dijo que él no podía llegar al país en un avión de las fuerzas invasoras; entonces le expliqué que él debía hacer ese viaje porque yo no podía usar como mensajero ante el presidente Caamaño a don Antonio Guzmán; el que tenía que llevarle mensaje al coronel Caamaño debía ser tercera persona y sólo podía y debía ser él, que era miembro del gobierno Constitucionalista en su condición de ministro de Interior y Policía; y por último le dije: “Si Ud. puede utilizar las armas del enemigo para derrocarlo, ¿se negaría a hacerlo?”. Al oír esas palabras esbozó una sonrisa y respondió: “Está bien, señor. ¿A qué hora es la salida?”).

El día 19 recibí una llamada desde aquí, desde Santo Domingo, y con ella la noticia de que el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez había sido muerto por balas norteamericanas. Eran algo más de las 12 de la noche y yo me sentí sacudido de adentro afuera. Para mí lo que había caído en tierra dominicana no era un hombre, era una estrella; y no lloré porque en las horas de adversidad los hombres que tienen responsabilidades no pueden llorar. Pedí que se le rindieran honores de general muerto en campaña; después cerré el teléfono y estuve un rato concentrado en mí mismo; luego lo levanté para llamar a Arlette, pero no lo hice. Fue en la mañana del día siguiente cuando hablé con ella y le comuniqué que su marido, tan joven y tan gallardo, había muerto en Santo Domingo.

Le transmití esa noticia con dolor, pero sin pena. No me sentía apenado porque sabía que para Rafael Tomás Fernández Domínguez la carrera militar no significaba ningún privilegio sino una oportunidad que le había brindado el destino y que él aprovecharía a fondo para servirle a su patria. Y me satisface decir esta noche, con la presencia de todos ustedes aquí, que los hombres que saben entregarse a la causa de su pueblo como lo hizo él, no merecen lágrimas; que su caída es un tránsito hacia la inmortalidad, desde la cual los hombres como él le sirven a su pueblo mejor aun que estando vivos (Santo Domingo, D. N. Mayo 19, de 1979).

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Los conflictos con Haití: capítulo XVII del libro 'Crisis de la democracia de América en la República Dominicana'/Juan Bosch
XVII. Los conflictos con Haití / [Tomado del blog de Domingo Núñez Polanco (http://domingonunez.blogspot.com/2012/06/juan-bosch-la-historia-del-conflicto.html)]

Hoy se le llama a Cuba la “Perla de las Antillas”; ese sobrenombre, sin embargo, había sido originalmente dado a la isla Española, antigua Santo Domingo o Saint-Domínguez. En realidad, la altura de sus montañas, la densidad y la riqueza de sus bosques, la abundancia de aguas, la extensión, el número y la asombrosa fertilidad de sus valles justificaba que se le llamara así. Fue un hecho político lo que la degradó a los ojos de los viajeros y los estudiosos; y ese hecho político consistió en la división de la isla en dos países de historia, lengua y origen diferentes: Haití y la República Dominicana. Cuando la isla quedó dividida, dejó de llamarse la “Perla de las Antillas”.

La presencia de Haití en la parte occidental de la isla Española equivalió a una amputación del porvenir dominicano. Lo que era el porvenir visto desde mediados del siglo XVI es, en la segunda mitad del siglo XX, un pasado de más de trescientos años. Así, los dominicanos no podemos escribir nuestra historia ignorando ese pasado, pues todo el curso de la vida de nuestro pueblo en las tres últimas centurias ha sido configurado por ese hecho: la existencia de Haití al lado nuestro, en una isla relativamente pequeña.

La existencia del Pueblo dominicano fue el resultado de la expansión española hacia el oeste; la de Haití, el resultado de las luchas de Francia, Inglaterra y Holanda contra el imperio español. De manera que al cabo de los siglos, los dominicanos somos un pueblo amputado a causa de las rivalidades europeas. Nuestra amputación no se refiere al punto concreto de que una parte de la tierra que fue nuestra sea ahora el solar de otro pueblo; es algo más sutil y más profundo, que afecta de manera consciente o inconsciente toda la vida nacional dominicana. Los dominicanos sabemos que a causa de que Haití está ahí, en la misma isla, no podremos desarrollar nunca nuestras facultades a plena capacidad; sabemos que un día u otro, de manera inevitable, Haití irá a dar a un nivel al cual viene arrastrándonos desde que hizo su revolución. En aquellos años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX, nadie quiso invertir un peso en desarrollar, por ejemplo, la industria azucarera dominicana, por miedo a las invasiones de Haití. El azúcar y el café de Haití habían dejado de fluir a los mercados de Europa y de los Estados Unidos, y aunque ninguna tierra era más apropiada para producirlos que la de Santo Domingo, los capitales para suplir la producción haitiana prefirieron ir a Cuba. El desarrollo de Cuba comenzó entonces; en cambio, el de nuestro país se estancó, primero, y descendió luego, pues la gente más capaz y más acomodada económicamente abandonó la parte española de la isla por miedo a la revolución haitiana.

La isla Española tenía frente a su costa noroccidental una pequeña isla adyacente, La Tortuga; el Gobierno colonial español abandonó La Tortuga porque le era costoso en hombres y en dinero defenderla de incursiones inglesas y francesas, y así fue como La Tortuga pasó a manos de piratas franceses y más tarde a manos del Gobierno francés. Desde La Tortuga, poco a poco, los blancos franceses fueron acomodándose en los pequeños valles fértiles de la parte norte del oeste de la Española; fueron llevando esclavos y organizando plantaciones de caña y de índigo, de manera que cuando España vino a darse cuenta, ya había en su colonia una población de franceses que se consideraban por derecho de conquista colonos franceses, parte del imperio colonial de Francia, sin deber de obediencia al Gobierno español. Al principio, esa colonia francesa de facto se llamaba Saint-Domínguez; después pasó a llamarse Haití. Al principio, España la dejó estabilizarse por indolencia; después, tuvo que reconocer su existencia, y al cabo, en el siglo XVIII, debilitada por su continuo guerrear en Europa, España admitió que Haití era de derecho colonia de un poder extranjero.

He contado con ciertos detalles lo que pasó en la colonia de Haití cuando los esclavos se rebelaron contra sus amos a consecuencia de la agitación que produjo en la colonia la Revolución Francesa; lo hice en mi libro Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo. No voy, pues, a repetirme; pero sucintamente explicaré que de esa rebelión surgió, al comenzar el siglo XIX, la República de Haití, y que ésta tenía ya dieciocho años de vida cuando los dominicanos se declararon independientes de España y protegidos de Colombia. Menos de dos meses después de esa acción política dominicana, los ejércitos de Haití cruzaron la frontera y extendieron su gobierno a toda la isla. Así se explica por qué la República Dominicana, establecida en 1844, surgió en guerra contra Haití y no contra España, que había sido su metrópoli original.

Esa guerra, que en la historia dominicana se conoce con el nombre de “guerra de independencia” —aunque en los días en que se llevaba a cabo se llamaba, con mayor propiedad, “de separación”— fue la culminación de una lucha larga, que se había iniciado desde el siglo XVII, que se mantuvo prácticamente todo el siglo XVIII, y que tuvo a principios del siglo XIX páginas sombrías con las invasiones de Toussaint, de Dessalines y de Cristóbal. Los dominicanos, pues, formaron su sentimiento nacional peleando, primero contra los franceses de la región occidental, y después contra sus herederos, los haitianos.

Me veo en el caso de repetir ahora lo que dije en mi libro sobre Trujillo acerca de la revolución haitiana: ha sido la única revolución en la historia moderna que fue a la vez guerra de independencia —de colonia contra metrópoli—, guerra social —de esclavos contra amos— y guerra racial —de negros contra blancos—. La violencia de esas tres guerras en una resultó devastadora; en términos absolutos, no relativos, los antiguos esclavos destruyeron toda la riqueza acumulada en Haití durante la colonia, y esa riqueza era mucha. Sin embargo —y esto no lo dije en aquel libro porque estaba haciendo el análisis de un problema dominicano, no haitiano— sucede que en cierta medida, el aspecto destructor de la revolución haitiana ha sido continuo; de hecho, Haití ha seguido, a lo largo de su vida independiente, en guerra constante contra todo núcleo humano y social que pudiera convertirse, por cualquier vía, en sustituto de los colonos franceses.

Esa especie de guerra social perpetua, que en su origen fue de negros contra blancos —debido a que los negros eran los esclavos y los blancos los amos—, derivó después hacia la matanza de los mulatos y se ha conservado como lucha sin cuartel de los negros contra los mulatos. Las carnicerías de los tiempos de Soulouque, en que los mulatos eran las víctimas, encogen el ánimo del que estudia la historia de Haití. Ahora bien, sucede que los mulatos eran los que —tal vez por ser hijos de blancos, y por tanto disponían de más medios— se preparaban para ser burócratas, comerciantes, profesionales; formaban élites que al principio no tenían sustancia económica pero que al final adquirían bienes, con lo cual amenazaban convertirse en minorías con poder económico. Al mismo tiempo que esas matanzas, con sus naturales consecuencias de inestabilidad política, retardaban el desarrollo del país, los gobernantes usaban el poder para hacer negocios, para enriquecerse y sacar dinero hacia Europa o —más recientemente— hacia Estados Unidos; de donde resultaba que se expoliaba a un pueblo pobre, se le robaba a la miseria. Y al tiempo que eso iba sucediendo década tras década, la población haitiana crecía, su tierra se erosionaba, los medios del Estado eran cada vez menos de los que se necesitaban para darle al pueblo educación y salud. Fue así como de manera natural, como rueda una bola por un plano inclinado, Haití vino a caer bajo la tiranía de François Duvalier, quien tenía ya años gobernando cuando se estableció en la República Dominicana el régimen democrático que me tocó presidir.

Duvalier corresponde a un tipo psicológico que se halla en las sociedades primitivas; el hombre que a medida que va adquiriendo poder de cualquier clase va llenándose por dentro de una soberbia que lo transforma día a día físicamente, lo envara, le da insensiblemente la apariencia de un muñeco que se yergue y se yergue hasta que parece que va a caerse de espaldas o que va a volar; al mismo tiempo, los párpados bajan, la mirada se torna fría y adquiere un brillo como de hechicería, el rostro se inmoviliza gradualmente y la voz va haciéndose cada vez más imperativa y sin embargo más baja y escalofriante. En esos seres, la conciencia del poder se traduce en transformaciones físicas; crean en torno suyo una atmósfera que es como una emanación de brujos, y como sucede que a esos cambios van correspondiendo otros en el seno de su alma, mediante los cuales se hacen gradualmente insensibles a todo sentimiento humano hasta llegar a ser puros receptáculos de pasiones sin control, esos hombres acaban siendo peligrosos porque se niegan a aceptar que son simples seres humanos, mortales y falibles, y no delegados vivos de las oscuras fuerzas que gobiernan los mundos.

El que desee comprobar la verdad de lo que acabo de decir no tiene sino que tomar una fotografía de François Duvalier hecha en 1955, por ejemplo, y otra hecha en 1964. Son dos hombres diferentes, versión haitiana de los dos Dorian Gray de Oscar Wilde.

En el lado sur de la frontera que divide a la República Dominicana de Haití se ven de tarde en tarde tipos a lo Duvalier; labriegos que eran gente corriente y moliente hasta la hora en que se sintieron poseídos por un poder que ellos llaman “religioso”, y empezaron a dictar recetas, a recomendar curaciones, a crear ritos propios, y con ello comenzaron a cambiar de aspecto hasta convertirse en estampas de caudillos de pueblos de la selva. Son locos con poderío, como en un nivel más alto lo fue Hitler.

Ignoro debido a qué, tan pronto resulté electo Presidente, Duvalier resolvió matarme. Tal vez soñó conmigo e interpretó el sueño como una orden de quitarme la vida; quizá en un acceso de hechicería vudú uno de sus espíritus protectores le dijo que yo sería su enemigo. Es el caso que escogió un antiguo agente del espionaje de Trujillo, que había sido Cónsul de Haití en Camagüey —Cuba— y le encargó mi muerte. Durante toda la campaña política, yo no me había referido ni una sola vez a Duvalier. La Unión Cívica hizo varias declaraciones acerca de su tiranía, y si no recuerdo mal el doctor Fiallo se refirió también a él. Pero yo no lo hice porque no me parecía prudente meter en Santo Domingo problemas ajenos y además, porque si yo resultaba elegido Presidente de la República, no era cuerdo que llegara a esa posición comprometido en el orden internacional por declaraciones hechas al calor de la campaña política. Yo no me había ganado, pues, enemistad de Duvalier; era gratuita, aunque debe presumirse que de origen extrahumano.

Por todo lo que he dicho acerca de la actitud del Pueblo dominicano en relación con la existencia de Haití, y por lo que he relatado brevemente sobre las largas hostilidades entre dominicanos y haitianos, debe presumirse cuál fue la reacción de los dominicanos cuando de buenas a primeras llegó a Santo Domingo, dada a través de una estación de radio, la noticia de que fuerzas policíacas de Duvalier habían asaltado el local de nuestra embajada en Puerto Príncipe, capital de Haití. En una hora, el Pueblo estaba agitado, los partidos políticos se reunían, las estaciones de radio lanzaban boletines al aire y al Palacio Nacional llegaban montones de telegramas denunciando la agresión.

Hacía algunas semanas que en Haití se producían actos de terrorismo contra el Gobierno de Duvalier; éste había solicitado el retiro de la misión militar norteamericana; altos jefes militares eran depuestos y encarcelados; un señor Barbot, que había sido el fundador de la milicia armada de Duvalier —los tonton macutes, asesinos tenebrosos— daba asaltos aquí y allá, en los alrededores de Puerto Príncipe; civiles y militares perseguidos se asilaban en las representaciones diplomáticas de la América Latina, y la dominicana tenía varios asilados. Un día llegó a la embajada de nuestro país un teniente haitiano de apellido Benoit y pidió asilo, que se le concedió, desde luego; al día siguiente, los hombres de Barbot dispararon contra el automóvil de Duvalier, que llevaba a los hijos del dictador a la escuela. La respuesta de Duvalier fue instantánea: mandó asaltar la Embajada dominicana y al mismo tiempo sus matones entraron en la casa de la familia de Benoit, dieron muerte a todos los que había allí —incluyendo la madre de Benoit y una niña— y quemaron la vivienda. Duvalier, pues, había agredido a la República Dominicana en su representación diplomática.

Ese día era domingo, y si no recuerdo mal, estábamos a principios de mayo. De súbito comenzaron a llegar noticias que daban indicios de que Duvalier tenía un plan: familiares de Trujillo estaban arribando a Haití, guardias haitianos armados rodeaban la Embajada dominicana, los correos diplomáticos dominicanos habían sido detenidos antes de llegar a la frontera, el Cónsul nuestro en la villa fronteriza de Belladere, estaba preso.

En la noche hablé por radio y televisión y denuncié ante el pueblo todos esos actos de locura que estaba realizando Duvalier, y mientras en la Cancillería se trabajaba redactando cables a Puerto Príncipe y a la OEA y notas para la prensa, yo elaboraba, después de haber hablado, un plan de acción que podía librar a haitianos y a dominicanos de los peligros que podía desatar sobre ambos países un gobernante que no estaba en sus cabales. El plan era simple y no costaría una gota de sangre: la República Dominicana movilizaría tropas y las concentraría en la frontera del sur, en el punto más cercano a la capital de Haití, y la movilización se haría en tal forma que diera la impresión indudable de que esas fuerzas iban a avanzar por Haití; una vez creado el clima adecuado, la aviación militar dominicana volaría sobre Puerto Príncipe y dejaría caer hojas sueltas en francés pidiendo al pueblo de la capital vecina que evacuara los alrededores del Palacio Presidencial, porque los aviones dominicanos iban a bombardear en un plazo de horas. Yo estaba seguro de que, dado el estado de agitación que había en Haití y la preparación del ambiente que estábamos haciendo en Santo Domingo, Duvalier huiría sin que hubiera necesidad de disparar un tiro.

Pero este plan tenía un punto débil: yo no podía confiárselo a nadie, ni siquiera a los jefes militares que iban a participar en él. Si le decía a alguien que todos los movimientos dominicanos serían aparentes, que no íbamos a llegar a la guerra, no tardaría en saberse, y había que contar con la irresponsabilidad de la mayoría de los líderes de la llamada oposición; uno de ellos, tal vez dos, quizás tres, se plantarían, con toda seguridad, frente a un micrófono y me acusarían de comediante y denunciarían el plan. De hecho, en medio de la crisis, uno de esos líderes dijo que todo aquello lo había inventado yo porque quería figurar en la historia como el conquistador de Haití, valiente majadería, pues el día que los dominicanos hagan la conquista de Haití —si ello fuere posible alguna vez— lo que harían sería comprar a precio alto los problemas de Haití para sumarlos a los problemas dominicanos.

Los campesinos dominicanos dicen, cuando algo no está completamente terminado, que “falta el rabo por desollar”, con lo cual aluden al rabo del cerdo muerto, y en el caso de mi plan había un rabo por desollar: ¿qué podía suceder si el dictador haitiano no emprendía la fuga? No había sino una respuesta: las tropas dominicanas debían avanzar sobre Haití; pero avanzar poco, unos kilómetros, lo suficiente para dar la sensación de que iban a atacar de veras. Yo estaba seguro de que la población haitiana de la región fronteriza no haría resistencia; si se hacía indispensable, la aviación dispararía dos o tres bombas en sitios donde no causaran bajas.

En ese punto, ocurrió un misterio: los generales dominicanos llegaron a decirme que los camiones del ejército no tenían repuestos de llantas, que no estaban en condiciones de transportar las tropas. ¿Quién les había aconsejado que usaran esa coartada? Hasta la noche antes habían estado muy entusiasmados con la movilización, y de pronto, “los camiones militares no servían”.

El embajador Martin fue a verme, alarmado, y era la primera vez que le veía alarmado. La posibilidad de una guerra domínico-haitiana lo había inquietado, sin duda porque había inquietado al Departamento de Estado. En esos mismos momentos, Moscú, Pekín, La Habana y el MPD en Santo Domingo me acusaban de ser un muñeco en manos del “imperialismo yanqui” para agredir a Haití. La situación era tristemente cómica, pues era precisamente el llamado “imperialismo yanqui” el que obstaculizaba la decisión dominicana de resolver el problema haitiano.

De pronto, unos días después, el embajador Martin me visitó en mi casa para decirme que su Gobierno esperaba en pocas horas la salida de Duvalier de Haití; me dijo que ya estaba en el aeropuerto de Puerto Príncipe un avión de la KLM en el cual Duvalier viajaría hasta Idlewild, de ahí a Amsterdam y de Ámsterdam a Argelia, donde Ben Bella le había ofrecido asilo. Le expresé mis dudas al embajador Martin. “Duvalier no se va”, le dije; él me aseguró que sí. Durante el día me visitó otra vez, en la noche me telefoneó dos veces para mantenerme informado de lo que estaba sucediendo en Haití; por la mañana fue a verme a las cinco, convencido de que Duvalier se iría. En todos los casos le respondí lo mismo: “No se va”. Y no se fue.

Pocos días después, por un cubano exiliado me enteré de que en una zona militar, en el interior del país, oficiales dominicanos estaban entrenando haitianos. ¿Cómo era posible que estuviera haciéndose tal cosa sin mi conocimiento? Llamé al Ministro de las Fuerzas Armadas, lo interrogué, me dijo que era verdad y le ordené disolver el campamento. Una cosa era librarse de Duvalier en una coyuntura favorable, a la luz del sol, como debe operar siempre una democracia, y otra cosa era preparar fuerzas de haitianos para lanzarlos a una invasión; esto último era violar el principio de no intervención, lo cual podía quitarnos autoridad si en esa hora convulsa del Caribe algún Gobierno decidía hacer lo mismo con nosotros. A partir de ese momento, decidí esperar una oportunidad propicia para buscarle solución al problema que planteaba la presencia de Duvalier en el Gobierno de Haití.

Sin embargo, he aquí que un buen día, al leer la prensa en las primeras horas de la mañana me enteré de que el general León Cantave había invadido Haití por la costa norte. El general Cantave había estado a verme para pedirme ayuda y yo le había respondido que el Gobierno dominicano no podía hacerlo. ¿De dónde salió la expedición de Cantave; quién la armó, quién la respaldó? Eso era un misterio que debía aclararse. Hice una reunión de jefes militares, les interrogué sobre todas las posibilidades que se me ocurrían; pedí detalles acerca de los tipos de armas que usó Cantave. Nadie sabía nada. De acuerdo con sus informes, Cantave no había salido de territorio dominicano, no había recibido la menor ayuda de las fuerzas armadas dominicanas, y en los depósitos dominicanos no había armas similares a las que había llevado Cantave a Haití.

Algo andaba mal. Si el general Cantave no había salido de Santo Domingo, había salido de alguna de las islas vecinas —Las Bahamas, de bandera inglesa—, y si había salido de esas islas, ¿quién lo ayudaba? Le hice la pregunta, de manera abierta, al embajador Martin. Me respondió que él no sabía, que su Gobierno no sabía, pero que algunos de sus ayudantes presumían que Cantave había contado con la ayuda de Venezuela. Eso me pareció imposible; primero, porque el presidente Betancourt tenía encima las guerrillas comunistas y no iba a autorizar, con esa acción, un acto parecido al de Fidel Castro contra su Gobierno; segundo, porque si Betancourt hubiera tenido que ver en la invasión de Cantave, me lo hubiera hecho saber. “¿Hay en la Florida algún lugar que se llame Venezuela?”, le pregunté riendo al embajador Martin. “No, no lo hay”, respondió él, riendo también.

Pocos días antes del golpe de Estado, quizá tres días antes, me hallaba en mi despacho del Palacio Presidencial cuando a eso de las seis de la mañana me dijo el jefe de los ayudantes militares que los haitianos estaban atacando Dajabón, villa dominicana en la frontera del norte. Efectivamente, en las calles de Dajabón caían balas que procedían del lado haitiano, de la Villa de Juana Méndez —Ouanaminthe, en el patois de Haití—, que queda frente a Dajabón, a menos, tal vez, de dos kilómetros. Cuando la situación se aclaró, unas horas después, se supo la verdad: el general Cantave había entrado en Haití de nuevo y había atacado la guarnición de Juana Méndez. El combate fue bastante largo, con abundante fuego de fusilería y de ametralladoras. ¿De dónde había sacado Cantave, otra vez, armas y municiones?

Al día siguiente, con asombro de mi parte, vi en la prensa una foto de Cantave en un cuartel de Dajabón. Había cruzado la frontera, como la habían cruzado otros haitianos, algunos de ellos heridos; pero Cantave estaba vestido como quien iba a un baile de gala, no como quien llegaba de un combate; y eso indicaba que el general haitiano tenía ropa en Dajabón o en algún lugar cercano. Por primera vez, mis sospechas hallaban un hilo que podía seguirse hasta dar con el ovillo. Hice llamar al Ministro de Relaciones Exteriores y al de las Fuerzas Armadas. “Tenga la bondad de solicitar de la OEA que envíe una comisión para que pruebe sobre el terreno que la agresión a Haití no partió de la República Dominicana”, le dije al primero.

¿Tuvo esa decisión alguna parte en el golpe de Estado? A menudo pienso que sí; pues si la OEA investigaba —y mi plan era que investigara a fondo— yo llegaría a saber qué mano oculta manejaba los hilos de una intriga que nos ponía en ridículo como Gobierno, que restaba autoridad al Presidente de la República, el responsable ante el país y ante los organismos internacionales de la política exterior dominicana, y que nos exponía a los dislates de un tirano que era capaz de todo.

Espero que algún día se aclare el misterio en que están envueltos los repetidos y extraños incidentes domínico haitianos de 1963.

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La Revolución Constitucionalista. Tres artículos sobre la revolución dominicana/Juan Bosch

Introducción

Los tres artículos que se publican en este folleto aparecieron en revistas norteamericanas con algunas modificaciones hechas por los traductores o por los editores, en los textos a en los títulos.

El primero, “Aclaraciones acerca de la Revolución Dominicana”, fue publicado en The New Leader, junio 21, 1965, Vol. XLVIII. Nº 13, bajo el título de “A Tale of Two Nations”, sin el primer párrafo y con algunas variaciones en el texto; el segundo, “Comunismo y Democracia en la República Dominicana”, se publicó en War Peace Report, julio, 1965, Vol. 5, Nº 7, y en Saturday Review, agosto 7, 1965, bajo el título, en ambos casos, de “Comunism and Democracy in The Dominican Republic”, también con algunas variaciones; el tercero, “La Debilidad de la Fuerza”, fue publicado en The New Republic, julio 24, 1965, con el título de “The Dominican Revolution”, mezclado con otro material mío y en forma resumida al grado de que varios párrafos del original quedaron fuera del texto en inglés. Las cuatro revistas mencionadas se publican en la ciudad de New York.

Estos artículos han sido los únicos escritos por mí durante los meses de la crisis dominicana que comenzó con la revolución del 24 de abril. Otros materiales publicados bajo mi nombre han sido, en general, declaraciones a periodistas que a veces las han tomado textualmente y a veces las han distorsionado para servir a sus intereses personales, de empresas o políticos.

Juan Bosch
San Juan, Puerto Rico,
25 de agosto de 1965

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1ro.- Aclaraciones acerca de la revolución dominicana /Juan Bosch

El Embajador John Bartlow Martin ofreció en la revista Life (número del 28 de mayo 1965, Págs.26-30 y 70 C, 70 D y 73) una versión muy personal de lo que él hizo en la República Dominicana como enviado especial del Presidente Johnson durante los días más duros de la crisis de mi país, y de las dos entrevistas que tuvo conmigo en Puerto Rico el día 3 de mayo. Me dirigí por cable a la revista Life solicitándole espacio para dar mi versión de esas dos entrevistas, y recibí, a los cuatro días; una respuesta en que se me decía que Life podría considerar para su publicación una carta mía, hermosa prueba de libertad de expresión que desde luego me hizo sonreír piadosamente.

Cuando el señor Abe Fortas me comunicó por teléfono que el Presidente Johnson iba a enviar a Santo Domingo al Embajador Martin, recibí la noticia con agrado porque creía que el Embajador conocía la situación dominicana y sabría orientarse rápidamente en medio del caos de propaganda mentirosa que estaba lanzándose sobre el mundo acerca de la revolución democrática y constitucionalista de mi país. Pero al hablar con el señor Martin me di cuenta de que aunque había vivido entre los dominicanos más de un año y aunque hablé con él repetidas veces sobre el estado de espíritu revolucionario del pueblo, el Embajador no había logrado comprender la situación dominicana. Era y es un hombre sensible y de buen corazón, un hombre que siente simpatía por los que padecen hambre en la República Dominicana, pero no alcanzó a darse cuenta de cómo es ese pueblo, a qué aspira y por qué lucha.

Comprobar eso no me causó disgusto, como afirma el Embajador Martin cuando dice que yo “did not want to talk to me about events, since I had said publicily that in my judgement his party was fallen under the domination of adventurers and Castro-Communist”.

No puedo explicarme por qué el Embajador Martin escribió esas palabras, pues tan pronto el Rector de la Universidad de Puerto Rico, don Jaime Benítez, me llamó diciéndome que el Embajador Martin se encontraba en su casa y deseaba hablar conmigo (eran las 12.30 de la noche del día 3 de mayo), salí hacia allá sin haber hecho el menor comentario. Sabía que el Embajador Martin había dicho que la revolución constitucionalista se hallaba bajo el control de los comunistas y había oído al Presidente Johnson decir eso mismo, pero eso no me molestó. Al contrario, en mi opinión el Embajador Martin y el Presidente Johnson habían dado un paso en falso puesto que estaban afirmando algo que no podrían probar ni ante su país ni ante el mundo, y ese paso falso los colocaría en posición difícil y acabarían dándonos una ventaja, alguna ventaja, en la lucha que estaba librando el pueblo dominicano.

La acusación de que el movimiento constitucionalista dominicano estaba bajo dominio comunista no podía tardar, puesto que a mi juicio las fuerzas norteamericanas habían ido a Santo Domingo a aplastar ese movimiento, pero eso no podía decirse públicamente. Estoy seguro de que el Presidente Johnson creyó de buena fe que los infantes de marina iban a Santo Domingo a salvar vidas, pero también debo decir que en el momento en que llegaban los primeros infantes de marina a mi país yo sabía que iban a algo más. Como dice Leonard Gross en “The man behind our Latin-American actions(Look, June 15, 1965. Págs. 35 a la 37), hablando del Secretario Thomas C. Mann, “But suddenly, it was a revolution gone wild. Mann concluded that the U. S. has to move, not simply on humanitarian grounds, but against what he perceived as a long-planned, now lightning Communist plot to seize power”.

Desde Puerto Rico, consciente de las fuerzas que estaban moviéndose en Washington, yo le había cablegrafiado al Presidente Johnson advirtiéndole que había sectores trabajando para llevarlo a desembarcar en Santo Domingo más soldados de los que hacían falta para evacuar a los ciudadanos norteamericanos: y sabia que esos sectores usarían para lograr sus fines el argumento de que la revolución había caído bajo control comunista.

Si política y psicológicamente me hallaba preparado para las declaraciones que habían hecho el Embajador Martin y el Presidente Johnson, ¿cómo, pues, iba a negarme a hablar con el Embajador por lo que había dicho? ¿Y cuándo y a quién le dije yo que no quería hablar con el Embajador? Me parece que el señor Martin expresó su temor, no mi actitud, al afirmar que yo no quería hablar con él sobre los sucesos de mi país. Bien al contrario, le, saludé con el viejo afecto que tenía por él y que sigo teniéndole. Aunque él piense otra cosa, yo no puedo esperar de un norteamericano que no haya estudiado a nuestros pueblos otro tipo de reacción, y en este momento histórico de los Estados Unidos, con la ignorancia del pueblo norteamericano acerca de los problemas políticos del mundo y con su ignorancia especifica acerca de la diferencia que hay entre comunismo y democracia, espero siempre que de cada millón de norteamericanos, cinco acaso, sepan ver la luz de la verdad bajo la negra niebla del miedo.

El Embajador Martin comenzó nuestra primera entrevista explicando que en la República Dominicana estaba todo perdido; no había nada que hacer allí y nadie podría hallar solución alguna al caos reinante. Le dije que si ésa era la situación, pusiera a mi orden un avión para ir yo a Santo Domingo.

No, imposible; le matarían”, respondió.

Pero si tantos dominicanos están muriendo, poco importa que muera yo”, dije.

Señor Presidente, Ud. no comprende la situación. A mí me han disparado sus hombres, los de Wessin y Wessin y la propia infantería de Marina. Aquello es un caos. Si Ud. va lo matarán, y Ud. es el líder; Ud. no debe morir”.

Yo esperaba esa respuesta. El martes 27 de abril, el segundo secretario de la Embajada Norteamericana en Santo Domingo había dicho a gritos a varios altos directivos del Partido Revolucionario Dominicano que yo no podría volver a mi país. “Nosotros no consentiremos que Bosch vuelva aquí”, habían sido sus palabras. El sábado primero de mayo, dos días antes de esa entrevista con el señor Martin, cuando el señor Fortas me había dicho por teléfono que en diez minutos más la infantería de marina recibiría la orden de atacar a las fuerzas constitucionalistas, yo le había respondido a Fortas que a mi juicio en ese momento sólo había una solución a mano, que era mi llegada en Santo Domingo, y le había pedido un avión para el viaje, y el señor Fortas no había dado indicios de que su gobierno accedería a mi solicitud.

Pero volvamos a mi entrevista con el Embajador Martin. El Embajador siguió hablando del control de los comunistas sobre las fuerzas revolucionarias dominicanas. Era inútil tratar de aclararle la situación. El señor Martin no sabía que cincuenta años antes en México hubo una revolución similar, y no había sido comunista; que ese era el tipo de revolución que conocíamos todos los latinoamericanos; que las revoluciones comunistas obedecen a otro esquema, en el cual lo primero que hacen los comunistas es tomar el poder y ya desde él desatan la revolución. Un funcionario ruso jamás caería en la trampa de confundir una revolución comunista con una democrática, pero un funcionario norteamericano de hoy no cree que pueda haber revoluciones democráticas, y esa diferencia se debe a que los funcionarios rusos estudian política; conocen a los comunistas del mundo y saben quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos, mientras que los funcionarios norteamericanos son generalmente personas llevadas a los cargos por capacidad burocrática, por amistad con sus superiores o por compromisos de partido, y no necesitan estudiar política; sus fuentes de información son caprichosas y sus juicios con mucha frecuencia dependen de causas emocionales, subjetivas, no objetivas. Y generalmente no saben quiénes son demócratas en América y quiénes no lo son; en principio, sospechan que todo el que habla de libertad y justicia social es comunista.

Por último, el miedo al comunismo; que es propagado tan continuamente en los Estados Unidos, sin que se explique con seriedad qué es y cómo actúa el comunismo, que lógicamente un hombre como el Embajador Martin tenía que pensar que en Santo Domingo había una revolución comunista dado que esa revolución no respondía a lo que él y millones de norteamericanos creen que es una revolución.

En Norteamérica se ha generalizado la idea de que un golpe de estado militar es una revolución y en términos de sociología un golpe de estado es un desorden, no una revolución. Una revolución es algo mucho más profundo; es el estallido de un pueblo contra sus opresores tradicionales. Los latinoamericanos conocemos muchas revoluciones; ha habido países, como Venezuela y México, donde ha habido más de una, y desde luego docenas de golpes militares que no han sido revoluciones. Por otra parte, en los Estados Unidos se ha generalizado también la idea de que Fidel Castro engañó a los cubanos y a las dos Américas y él sólo, por su única y personal capacidad de simular, convirtió a Cuba en comunista. Es fácil advertir este concepto en el artículo de Leonard Gross, ya mencionado, cuando reproduce las siguientes palabras de Thomas C. Mann: “Look at Cuba. There were only 12 people in the begining, and yet they took it over”.

Si el señor Mann quiere decir con eso que en Cuba había sólo 12 comunistas y que aún siendo tan pocos tomaron el poder en esa isla, hay que recordarle al señor Mann que el partido comunista cubano, organizado oficialmente desde 1925 y de manera no oficial mucho antes, era el más numeroso, el mejor organizado y el mejor dirigido de la América Latina mucho antes de que Fidel Castro llegara a las costas cubanas a fines de 1956. Ese partido comunista cubano era la única fuerza política verdaderamente organizada y capaz que había en Cuba al finalizar el año de 1958. Cuando Batista huyó de su país, pues los partidos democráticos, a pesar de que tenían grandes simpatías, eran tenazmente perseguidos y muchos de sus líderes se hallaban en el exilio, cosa que no sucedía con los líderes comunistas. Sin ese fuerte partido comunista cubano Fidel Castro no hubiera podido declarar que Cuba era un estado comunista, puesto que sin millares de buenos comunistas que ocuparan los cargos burocráticos, militares y diplomáticos y además la dirección de todas las industrias y de todos los sindicatos no era posible mantener un gobierno comunista.

John Bartlow Martin sabía, porque había sido Embajador norteamericano en Santo Domingo durante más de un año, que en mi país no había comunistas suficientes ni para administrar un buen hotel, mucho menos el país. Pero el Embajador Martin no tenía preparación suficiente para distinguir entre una revolución democrática y una revolución comunista. Si el pueblo estaba armado y disparaba aquí y allá, eso era comunismo. Un ruso hubiera comprendido en el acto que esa era una típica revolución democrática sin orden alguno, es decir, todo lo contrario de lo que son las revoluciones comunistas, que se controlan rígidamente desde antes de estallar. En verdad, no había manera de entenderse con el señor Martin. Según él mismo explicó, llevaba ya tres días sin comer y sin bañarse y durante tres noches había dormido en el piso de la Embajada norteamericana en Santo Domingo. Era evidente que el señor Martin había sido sometido por alguien muy inteligente a un tercer grado psicológico. El Embajador Martin llegó a decirme esa noche de nuestra primera entrevista que había cabezas cortadas por el pueblo y hasta me señaló los lugares en que esas cabezas estaban clavadas; me habló de paredones y de toda suerte de crímenes. Espero que el Embajador Martin se haya convencido ya de que nada de eso era cierto.

Desde que se produjo el desembarco de infantes de marina en San Isidro yo había pensado que los Estados Unidos se habían metido de sopetón, sin calcular las consecuencias de ese acto, en un serio problema que rebasaría las fronteras dominicanas y norteamericanas y que al gobierno de los Estados Unidos le iba a ser difícil hallar una salida de ese problema. La revolución dominicana quedaba ahogada por el peso de un poder militar superior, pero la imagen norteamericana en el mundo democrático, y especialmente en la América Latina, quedaría rota por largos años. El gobierno de Johnson pagaría por ese error y sólo tendría ante si dos caminos; o el respaldo al gobierno constitucional dominicano, lo cual causaría una sensación de alivio y hasta de alegría en todos los sectores democráticos latinoamericanos, o la ocupación militar, con gobierno militar, de la República Dominicana, por muchos años. Esto último suponía que el gobierno de los Estados Unidos tomara la responsabilidad de hacer frente a las consecuencias de su intervención en nuestro país, que se hiciera cargo de todos los males que esa intervención acarrearía a la República Dominicana; que si era un poder lo suficientemente fuerte para intervenir militarmente lo fuera también para pagar el precio político que se derivaba del uso de la fuerza militar. Pues había llegado la hora en que el pueblo dominicano se había hecho adulto, y lo había probado con su sangre, y ya no era posible gobernar a los dominicanos desde Washington a través de dominicanos dóciles. O ese nuevo país que había nacido con la revolución de abril se gobernaba directamente con militares norteamericanos, o se le dejaba que se gobernara a sí mismo.

Sin entrar en esas explicaciones, porque el estado de ánimo del Embajador Martin —su cansancio, su falta de baño y de comida— no lo permitía; porque ya era tarde y porque una conversación entre tres —el Rector Benítez, el Embajador Martin y yo— no permite hablar largo, le dije al señor Martin que yo no compartía su opinión de que no había solución para lo que él llamaba “el caos dominicano”. Había una de las dos salidas que acabo de explicar. Pero para él no había ninguna. Y nos despedimos pasadas las dos de la mañana sin aclarar nada. El Rector Benítez llevó al señor Martin a un teléfono desde donde el Embajador pudiera llamar al Presidente Johnson. Ni esa noche ni al día siguiente me dijo el señor Martin que el Presidente le había pedido que viajara a Puerto Rico para hablar conmigo; eso he venido a saberlo al leer el artículo del Embajador a Martin en Life. Por esa razón, al retirarse él a hablar con el señor Johnson no le di ningún mensaje para el Presidente.

Fue diez horas después, durante el día -en nuestra segunda entrevista que celebramos en la casa de un matrimonio norteamericano amigo del Rector Benítez-, cuando el Embajador Martin y yo hablamos del Dr. Rafael Molina Ureña. El Embajador Martin da esta segunda y última conversación como celebrada en la noche anterior, lo cual ofrece una idea de la confusión de sus recuerdos, explicable por el estado de agotamiento en que se hallaba.

Cuando llegué a esa segunda entrevista, a eso de las once de la mañana del 3 de mayo, el Embajador Martin me preguntó qué pensaba yo.

Hoy se reunirá el Congreso para elegir un Presidente”, le dije: y no quise explicarle que yo había pedido la reunión del Congreso y la elección del nuevo Presidente porque ya no me quedaba duda de que con el control de todos los aeropuertos y los puertos del país en sus manos, los norteamericanos no permitirían que yo pudiera retornar a Santo Domingo.

...“¿Quién será el nuevo Presidente?”, preguntó el señor Martin.

El coronel Caamaño, y en su defecto, el coronel Fernández Domínguez”.

No puede ser. Nosotros no aceptaríamos un militar”, dijo el señor Martin.

Sucedía sin embargo que pocos días antes el Embajador Tappley Bennet en persona había formado una junta de tres coroneles, la llamada junta de San Isidro, que estuvo a punto de ser reconocida por el gobierno norteamericano según informaron cables de Washington publicados en la prensa de Puerto Rico, y que no llegó a funcionar como gobierno porque a pesar de que fuentes oficiales de los Estados Unidos dijeron que Wessin y Wessin y sus tropas habían liquidado el movimiento revolucionario y estaban limpiando la ciudad de Santo Domingo de bolsillos de “insurgentes”, Wessin y Wessin y los tres coroneles no habían podido salir de San Isidro, y de acuerdo con la tradición constitucional dominicana, el gobierno debe estar establecido en la ciudad de Santo Domingo.

Habría de suceder también que la noche del mismo día en que el Embajador Martin estaba diciéndome que su gobierno no reconocería a un militar como presidente dominicano, el propio señor Martin estaría invitando al general Antonio Imbert Barrera a encabezar un gobierno con el apoyo de Washington.

El Embajador Martin llamó a Washington y habló con alguien antes de que se mencionara el nombre del Dr. Molina Ureña. El Dr. Molina Ureña había sido el Presidente de la Cámara de Diputados durante el gobierno constitucional que yo presidí, y era la única persona, en la línea de la sucesión constitucional a la presidencia de la República, que se hallaba en Santo Domingo al estallar la revolución; por esa razón le tocó ser el Presidente Constitucional provisional, y fue él quien decretó que la Constitución de 1963 estaba vigente y quien el día 25 de abril convocó al Congreso para que se reuniera el día 26. El Congreso se reunió y votó una ley de amnistía general para los delincuentes políticos, de manera que los autores de los bombardeos y ametrallamientos aéreos de la ciudad de Santo Domingo quedaban comprendidos en esa Ley de amnistía, lo cual, desde luego, no modificó su decisión de seguir matando al pueblo.

El Dr. Molina Ureña, como varios de los líderes civiles y militares de la revolución, se asiló en una embajada latinoamericana el martes 27 de abril. De esto hablaron mucho los círculos oficiales de los Estados Unidos; esos asilamientos se presentaron en unos casos como la prueba de que los jefes democráticos de la revolución comprendieron que ésta había caído en manos de los comunistas y abandonaron sus puestos de lucha, y en otros casos se presentaron como explicación de por qué los comunistas habían acabado tomando el control de la revolución; según los partidarios de esta última explicación, al buscar asilo en embajadas los líderes democráticos dejaron en las calles un vacío que los comunistas llenaron.

Lo que no han querido decir esos círculos oficiales es la verdad; y la verdad es que los funcionarios de la Embajada norteamericana en Santo Domingo amenazaron a los directores democráticos de la revolución, a los civiles y a los militares, con todo el poder de los Estados Unidos, y los acusaron con tanta violencia que muchos de ellos se creyeron perdidos. El comportamiento de algunos funcionarios diplomáticos norteamericanos destacados en Santo Domingo durante la revolución de abril recuerda vivamente el de los funcionarios diplomáticos norteamericanos destacados en México en los trágicos días del asesinato del Presidente Madero, pero es necesario aclarar que en el caso dominicano ese comportamiento fue mucho más duro e intervencionista que en el México de 1913. Este no es lugar para dar las pruebas de lo que acabo de decir, pero esas pruebas abundan.

Cuando el Embajador Martin y yo hablábamos ese día 3 de mayo en un agradable hogar norteamericano de Trujillo Alto, en las vecindades de Río Piedras y en compañía del Rector don Jaime Benítez, el Dr. Molina Ureña estaba asilado en la Embajada de Colombia, en Santo Domingo. Para él, como para los que se hallaban en la vieja ciudad sacudida por la revolución ningún sitio podía ser grato. La infantería de marina norteamericana estaba allí, disparando sus ametralladoras calibre .50 contra todo el “rebelde” que se movía; uno de los “jeeps” de los infantes llevaba pintadas estas palabras: “Rebel Hunter”; los infantes consideraban imperdonable que un dominicano protestara de su presencia en aquellas tierras que no era la de ellos; aunque algunos periodistas norteamericanos y casi todos los periodistas europeos y sudamericanos que habían llegado a Santo Domingo comenzaban a decir la verdad, todavía las estaciones de radio controladas y numerosos diarios de los Estados Unidos hablaban de sacerdotes fusilados, de monjas violadas, de iglesias quemadas por las hordas comunistas de los “rebeldes”. ¿No me había dicho el mismo Embajador Martin, horas antes, que había cabezas cortadas expuestas en varios sitios de la capital dominicana? ¿No había aparecido el día anterior en los periódicos de todo el mundo noticias como la de un barco que había sido cañoneado por baterías norteamericanas cuando llegaba de Cuba cargado con armas para los revolucionarios? ¿No se publicaban fotos de granadas chinas “cogidas a los rebeldes” y no se esparcían por todas partes detalles del misterioso submarino ruso apresado por la marina de los Estados Unidos y no llenaban las ondas del mundo entero las increíbles fábulas de La Voz de las Américas?

Yo, que estaba fuera del alcance de los disparos, podía establecer con sangre fría la diferencia que había entre lo que era la guerra psicológica desatada por el poder militar más grande de la tierra y la verdad de lo que estaba pasando en mi país. Pero los que estaban allá, en la línea de fuego, ¿cómo se sentirían? ¿No estarían pensando, acaso, que ellos habían iniciado una revolución democrática sólo para que cayera en manos comunistas? Ellos no podían creer que la democracia norteamericana dijera mentiras para aplastar una revolución democrática, pues ellos habían creído siempre que la democracia era una sola y que todos los demócratas de todos los países luchan por los mismos principios. Yo conocía a esos hombres y sabía que eran inocentes en los vaivenes de la política y por eso mismo no se daban cuenta de que en la democracia norteamericana, como en la de todos los países democráticos, abundan los funcionarios que no creen en la democracia.

Es el caso que cuando el Embajador Martin me afirmó que los Estados Unidos no aceptarían un gobierno presidido por Caamaño —y era muy importante que los Estados Unidos reconocieran el nuevo gobierno dominicano, pues sólo con ese reconocimiento podíamos lograr el de los demás países de América—, yo respondí diciendo que teníamos la posibilidad de devolver al Dr. Molina Ureña a su cargo de Presidente constitucional. Entonces se produjo un cambio de opiniones que duró unos diez minutos. El Embajador Martin sostenía que no era posible sacar al Dr. Molina Ureña de la Embajada. Y yo decía que si la infantería de marina quería hacerlo, podía hacerlo. Al fin, el señor Martin telefoneó a Washington y volvió para decirme que él creía que podía lograrse el restablecimiento del Dr. Molina Ureña. Fue entonces cuando me preguntó: “¿Would you return to advise and assist in rebuilding the country?”.

La pregunta era demasiado extraña. La noche anterior el Embajador Martin me había dicho francamente, con el pretexto de que mi vida corría peligro, que no podía volver a mi país; dos días antes el señor Fortas había respondido con el silencio a mi petición de un avión para ir a Santo Domingo; siete días antes el Sr. Arthur Bresenzky (ignoro si escribo el nombre correctamente), segundo secretario de la Embajada de los Estados Unidos en la República Dominicana había dicho a gritos que yo no podría volver a mi tierra. Por otra parte, ¿con quién hablaba el Embajador Martin por teléfono? ¿Sería con el Subsecretario Mann? La forma de la pregunta era cuidadosa e implicaba saber si yo iría a mi país después de establecido y afirmado el gobierno del Dr. Molina Ureña, no en ese mismo momento.

De mi respuesta podía depender que el plan que estábamos comenzando a discutir fracasara o tuviera éxito. Me había sido fácil darme cuenta, durante esos días dramáticos, de que lo que menos podía gustarle al señor Mann era la idea de que yo pudiera volver a mi país. Respondí: “No, no puedo. Si retornara, yo sería el Presidente”. Con lo cual quería darle a entender al Embajador Martin que yo no iría para no crear una situación difícil al posible gobierno del Dr. Molina Ureña.

El embajador Martin volvió a telefonear a Washington y la noticia de que yo no volvería a Santo Domingo debió ser recibida con agrado porque la negociación avanzó después rápidamente. Hubo una llamada de Washington para el Embajador Martin y éste comenzó a tomar apuntes. Poco después se acercó a mí y al Rector Benítez y empezó a dictar condiciones: yo tendría que dirigir al pueblo dominicano un mensaje cuyos puntos eran tales y cuales; en el primero, yo tenía que declarar que la revolución había caído en manos comunistas y debía por tanto justificar el desembarco de fuerzas militares norteamericanas. Desde luego, aunque el señor Martin dijo cuáles eran los puntos restantes, no los pude oír, tan asombrado me hallaba.

Para explicar mi asombro debo decir que yo conocía al Embajador Martin, sabía que era un hombre sensible, capaz de comprender sentimientos y actitudes que frecuentemente no comprenden los funcionarios diplomáticos de su país; me sentía amigo suyo y me siento amigo suyo, pues tengo el hábito de conservar mis sentimientos de amistad más allá de todo choque de ideas o intereses, y sabía a ciencia y conciencia que Martin respetaba mi derecho a ser digno y mi decisión de conservarme digno por encima de todo. ¿Cómo, pues, hallarle explicación a su proposición de que declarara que la intervención era legítima, que la fantástica carga de falsedades propagada contra la revolución constitucionalista dominicana era legítima? Colocado en circunstancias opuestas, yo nunca le hubiera propuesto al Embajador Martin nada parecido.

Mi asombro creció de punto cuando al decirle al señor Martin que no podía decir eso, que yo era un líder dominicano y el líder político de esa revolución —que se había hecho para que yo volviera al poder en mi país—, el señor Martin respondió que yo tenía que hacer esa declaración.

Me perdona, Embajador, yo no soy funcionario norteamericano y por tanto a mí no se me puede dictar desde Washington lo que debo hacer. Comprendo que Ud. defienda los puntos de vista de su país, pero yo tengo que defender los del mío”, le dije.

En ese momento intervino el Rector Benítez. En esas negociaciones, como en las conversaciones con el señor Fortas, como en negociaciones más importantes que se llevaron a cabo después, el Rector Benítez intervenía siempre a tiempo para romper puntos muertos, y en todos los casos lo hizo con una altura de miras y un don de expresión tan adecuado que se ganó siempre mi admiración. Rápido, vigilante, ágil para interpretar la diferencia esencial entre la psicología norteamericana y la latinoamericana, siempre leal al mismo tiempo a su nacionalidad norteamericana y a su temperamento y a su sensibilidad latinoamericanos, el Rector Benítez actuó en todo momento con honestidad, capacidad y brillantez. El Rector Benítez acabó convenciendo al Embajador Martin de que yo tenía razón.

Pasaba de la una de la tarde cuando me senté a escribir el mensaje para el pueblo dominicano, en el cual, desde luego, protestaba de la intervención norteamericana en mi país. A eso de las dos entregué el original al Embajador Martin y me despedí de él. Al día siguiente me informaban de Santo Domingo que horas después de habernos separado, el Embajador Martin estaba conferenciando con el general Antonio Imbert y le había pedido que formara una junta de gobierno; dos días después me daban detalles de cómo el Embajador Martin invitaba a prominentes ciudadanos dominicanos a la casa de Imbert y trataba de convencerlos de que aceptaran ser miembros de la junta en formación.

En cuanto a mí, directamente o por medio del Rector Benítez, no supe más del Embajador Martin. Se desvaneció al despedirnos, y cuando tuve noticias de él fue a través de su artículo en Life; un artículo escrito muy deprisa, a juzgar por los olvidos y las confusiones en que abunda.

Puerto Rico,
11 de junio de 1965

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2do.- Comunismo y democracia en la República Dominicana. El Departamento de Estado norteamericano hizo publicar una lista de 53 comunistas dominicanos; después, una de 58; al fin, una de 77/Juan Bosch

Cuando yo era Presidente de la República Dominicana calculaba que en Santo Domingo había entre 700 y 800 comunistas y estimaba que las personas que tenían simpatía por el movimiento comunista podían oscilar entre 3,000 y 3,500. Esos 700 u 800 comunistas se dividían en tres grupos, de los cuales, en mi opinión, el más grande era el Movimiento Popular Dominicano, con tal vez entre 400 y 500 miembros en todo el país; le seguía el Partido Socialista Popular con algunos menos —de 300 a 400—, y un número que en mi opinión no llegaba a 50 se hallaba infiltrado en el Movimiento 14 de Junio, algunos en puestos directivos y otros en niveles más bajos.

Debo aclarar que en el año 1963 en la República Dominicana había mucha confusión política, y algunos millares de personas, sobre todo jóvenes de la clase media, no sabían aún a ciencia cierta qué eran y qué querían ser, si demócratas o comunistas. Pero eso había sucedido en casi todos los países donde hubo dictaduras prolongadas, una vez pasaron esas dictaduras; y cuando transcurrió cierto tiempo y el panorama político se aclaró, mucha gente que había comenzado su vida pública como comunista se pasó al campo democrático. En 1963, la, República Dominica necesitaba que se le diera tiempo al sistema democrático para aclarar la confusión; y desde cierto punto de vista se disponía de ese tiempo, puesto que 700 u 800 comunistas, divididos en tres grupos, no podían de ninguna manera, ni aún con armas en la mano, tomar el poder o siquiera representar una amenaza de que podrían tomarlo.

Ahora bien, si no había comunistas suficientes para tomar el poder, había en cambio un fuerte sentimiento opuesto a que los comunistas fueran perseguidos, y el origen de ese sentimiento estaba en que durante su larga tiranía, Trujillo había acusado siempre a todos sus adversarios de ser comunistas, y los adversarios de Trujillo eran o muertos o torturados o perseguidos sin piedad; de manera que anticomunismo y trujillismo acabaron siendo términos equivalentes en el lenguaje político dominicano, y como trujillismo significaba crimen, anticomunismo pasó también a significar crimen. Por otra parte, los organismos de represión del país —la policía y las fuerzas armadas— eran en 1963 los mismos, y con los mismos hombres, que habían sido bajo Trujillo. Si yo los usaba contra los comunistas, ese aparato de terror hubiera acabado actuando como lo había hecho en los tiempos de Trujillo, yo hubiera terminado en prisionero suyo y al final esas fuerzas desatadas hubieran destruido a las nacientes fuerzas democráticas dominicanas; pues para esos hombres, según habían aprendido de Trujillo, no había distinción entre demócratas y comunistas, y todo el que se opusiera a sus violencias y a su corrupción era un comunista y debía ser aniquilado.

Esta presunción mía era correcta, según lo probaron los hechos. Desde la misma madrugada del 25 de septiembre, día del golpe contra el gobierno que yo encabezaba, comenzó la policía a perseguir y apalear sin misericordia a todos los demócratas no comunistas que según los jefes militares podían hacer resistencia al golpe de estado. En todo el país se sabía que en el Partido Revolucionario Dominicano no había un solo comunista infiltrado, y sin embargo los líderes y miembros de ese partido eran perseguidos bajo la acusación de ser comunistas. El propio jefe de la policía insultaba a los prisioneros llamándoles comunistas. Muchos líderes del Partido Revolucionario Dominicano fueron deportados, y —dato curioso— aunque se les permitió volver al país a numerosos comunistas que estaban en Europa, Rusia y Cuba cuando se produjo la caída de mi gobierno, no se les dio entrada de nuevo a los líderes del Partido Revolucionario Dominicano, y si alguno pudo volver fue deportado de nuevo inmediatamente. Durante los 19 meses del gobierno de Donald Reid fueron encarcelados, deportados, golpeados en forma bárbara miles de demócratas del PRD y centenares del Partido Social Cristiano y del Movimiento 14 de junio; los locales de esos tres partidos fueron asaltados o destruidos por la policía. Todos los vehículos, escritorios, maquinillas y otros efectos de valor del Partido Revolucionario Dominicano fueron robados por la policía, un robo que alcanzó a un cuarto de millón de dólares. En los meses de mayo y junio de 1964 llegó a haber en las cárceles dominicanas, a un mismo tiempo, más de 1,000 miembros del Partido Revolucionario Dominicano acusados de ser comunistas.

Esa furia “anticomunista” desatada contra los demócratas dominicanos fue un factor de importancia en el estallido de la revolución de abril, pues el pueblo combatió para reconquistar su derecho a vivir no sólo mejor sino también bajo un orden legal, no policial, y si hubiera sido yo quien hubiera desatado esa furia, la revolución hubiera sido hecha contra el régimen democrático que yo encabezaba, no a favor de la democracia.

No hacía falta ser un genio político para darse cuenta de que si comenzaba un estado de persecución “anticomunista” a la manera clásica de un país educado por la tiranía, los policías y los militares perseguirían también, y sin duda más severamente, a los demócratas de todos los partidos. Tampoco hacía falta ser un genio político para comprender que lo que se necesitaba en la República Dominicana no era estimular desde el gobierno los hábitos hacia la persecución y el crimen que se hallaba en el fondo del alma de policías y soldados; lo que se necesitaba era fortalecer la democracia demostrándoles a todos los dominicanos y aún a esos mismos policías y soldados, que lo que más les convenía a ellos y al país era vivir bajo el orden legal de la democracia.

Ahora bien, en el panorama dominicano había una fuerza que en mi opinión determinaba el fiel de la balanza política, en lo que se refiere al punto de las ideologías y doctrinas, y esa fuerza era el Movimiento 14 de junio.

Ya he dicho que de acuerdo con mis cálculos en el Movimiento 14 de junio había una infiltración de menos de 50 comunistas, algunos de ellos en puestos directivos y otros en niveles más bajos. Pero debo advertir que en la dirección de ese partido, y en todos sus niveles, había mayoría abrumadora de jóvenes no comunistas y había muchos fuertemente anticomunistas.

¿Cómo se explica que hubiera comunistas junto con no comunistas y con anticomunistas? Lo explica una razón: el Movimiento 14 de Junio era, en toda su extensión y en todos sus niveles, de un nacionalismo intenso, y ese nacionalismo se manifestaba sobre todo en términos de vivo antinorteamericanismo.

Es fácil comprender por qué la juventud dominicana de la clase media era tan nacionalista. Esa juventud quería a su país, deseaba verlo moral y políticamente limpio, deseaba que se desarrollara, y pensaba que Trujillo era quien impedía la moralización, la libertad y el desarrollo de su patria. Ahora bien, no es tan fácil comprender por qué su nacionalismo se manifestaba en términos de antinorteamericanismo.

Sencillamente, por sentimiento de frustración. Esa juventud, que no había podido deshacerse de Trujillo, pensaba que Trujillo estaba en el poder debido al respaldo de los Estados Unidos. Para ellos, los Estados Unidos y Trujillo eran socios, ambos culpables a partes iguales de lo que sucedía en la República Dominicana, y por tanto su antitrujillismo se convirtió naturalmente en antinorteamericanismo.

No discuto aquí si tenían razón o no la tenían; sólo expongo el caso. Yo sabía que en los Estados Unidos había personajes que apoyaban a Trujillo y otros que lo atacaban. Pero los jóvenes dominicanos que vivían en el país sabían lo primero y no sabían lo segundo, pues Trujillo se encargaba de dar la mayor publicidad posible a cualquier manifestación, por pequeña que fuera, del respaldo que le ofreciera directa o indirectamente un ciudadano de los Estados Unidos, lo mismo si se trataba de un senador que de un turista anónimo, y en cambio impedía de manera escrupulosa que a Santo Domingo llegara la menor noticia de un ataque que le dirigiera cualquier norteamericano. Así, los jóvenes dominicanos sabían que Trujillo tenía defensores en los Estados Unidos, no enemigos.

Por otra parte, Trujillo alcanzó a crear en el pueblo dominicano una imagen de unidad entre sociedad y gobierno sólo comparable a la que han producido en sus países los regímenes comunistas. Durante más de 30 años en la República Dominicana no sucedió nada, ni podía en verdad suceder nada, sin una orden expresa de Trujillo. Esa imagen se generalizó en la mente de los jóvenes, y ellos pensaban que tampoco en los Estados Unidos podía suceder nada sin una orden del que gobernaba en Washington. Así, para ellos, cuando un senador, un periodista o un hombre de negocios norteamericano expresaba públicamente su apoyo a Trujillo, el senador, el periodista y el hombre de negocios estaba hablando por orden del Presidente de los Estados Unidos. Todavía hoy es alto el número de dominicanos de la clase media que piensa que todo lo que dice un ciudadano de los Estados Unidos lo está diciendo su gobierno.

El fiel de la balanza política dominicana estaba en el vivo antinorteamericanismo del Movimiento 14 de junio, en el cual se agrupaban los jóvenes más vehementes y hasta más capacitados técnicamente —no políticamente—, pues era en ese sentimiento antinorteamericano donde más efecto podía hacer la prédica comunista, y además era en esa juventud nacionalista donde los comunistas podían formar los líderes que necesitaban. Los comunistas decían a esos jóvenes que la democracia que yo encabezaba recibía órdenes de Washington, igual que las había recibido Trujillo, para aniquilar a la juventud nacionalista bajo la acusación de que era comunista. Mi gobierno tenía que evitar a toda costa que los jóvenes nacionalistas perdieran la fe en la democracia. Poco a poco, a medida que pasaban los días y se afirmaba en la República Dominicana un estado de ley con amplias libertades democráticas, los miembros del Movimiento 14 de Junio no comunistas o anticomunistas iban ganando terreno ante los comunistas, pues podían probarles a sus amigos y compañeros con ejemplos evidentes y diarios que el gobierno que yo presidía no recibía órdenes de Washington, ni para perseguirlos ni para otros fines, y además, que no seguía los métodos de Trujillo en ningún terreno. En dos o tres años más el sector democrático pero nacionalista –y antiamericano, no hay que olvidarlo– del Movimiento 14 de Junio hubiera acabado con la influencia comunista en sus filas y hubiera terminado siendo una firme columna de la democracia dominicana.

Yo sabía que si en el país se establecía un gobierno que no fuera elegido por el pueblo, constitucional y respetuoso de las libertades públicas, ese gobierno cometería el grave error de proclamarse anticomunista y pronorteamericano, y que empezaría persiguiendo a todos los demócratas bajo la acusación de que eran comunistas; en pocas palabras, el nuevo gobierno se presentaría ante el pueblo con los atributos de Trujillo. Como sería de esperar, los comunistas achacarían ese nuevo gobierno a maniobras norteamericanas, y los consabidos “periodistas” norteamericanos les darían la razón; en consecuencia, la autoridad de los comunistas crecería en el Movimiento 14 de junio y en otros círculos de la juventud. Conservar a esa juventud para la democracia, era, pues, mantener en equilibrio la balanza política dominicana. Toda medida que rompiera el equilibrio representado en el Movimiento 14 de Junio conduciría al desastre, y cualquier político dominicano sensato podía darse cuenta de lo que digo. Lo malo es que en el año 1963 no había políticos dominicanos sensatos, por lo menos en el número que necesitaba la República Dominicana. Los apetitos de poder contenidos durante un tercio de siglo se desbordaron y los políticos se dedicaron a conspirar con los militares de Trujillo y con los norteamericanos que se prestaban a ese juego. El resultado inmediato fue el golpe de septiembre de 1963, pero el resultado tardío fue la revolución de abril de 1965 y el imperdonable traspié de la intervención militar de los Estados Unidos en Santo Domingo.

En 1963, los comunistas dominicanos eran tan escasos en número y tan débiles en organización, que cuando se estableció el Partido Social Cristiano se presentó como militantemente anticomunista y persiguió a los comunistas con palos y piedras —y hasta tiros— en las calles sin que los comunistas pudieran hacerle frente. Sin embargo, los socialcristianos no tardaron en darse cuenta de que la mejor fuente de jóvenes de que disponía el país era el Movimiento 14 de Junio, y entonces cesaron en su lucha callejera contra los comunistas y se dedicaron a predicar contra el “imperialismo norteamericano” y contra las injusticias del sistema social dominicano; y cuando demostraron con esa prédica que no eran un partido pronorteamericano y que reclamaban reformas en las estructuras del país, comenzaron a recibir adhesiones de jóvenes que habían sido miembros del Movimiento 14 de Junio y de muchos otros que no se habían definido aún en el campo político, pero tenían ya idea clara de lo que deseaban ser: nacionalistas y demócratas. Sin que hubiéramos cambiado ideas sobre el punto, los líderes socialcristianos acabaron comprendiendo que la clave del porvenir político dominicano estaba en asegurarles a los jóvenes nacionalistas una democracia digna y constructiva.

Eso que los socialcristianos comprendieron ya en 1963 lo hubieran comprendido otros sectores políticos si se le hubiera dado tiempo a la democracia dominicana. Pero no se le dio. Los círculos dominicanos y de los Estados Unidos que se conocen como de extrema derecha, se lanzaron sobre la democracia dominicana con una ferocidad digna de otro destino bajo la consigna de que el gobierno que yo presidía era débil con los comunistas.

Este es el momento de analizar con brevedad la debilidad y la fuerza, sí es que estos dos términos significan conceptos contrapuestos. Por lo visto hay dos maneras de encarar los problemas políticos; una es usando la inteligencia y otra es usando la fuerza. Según esto, la inteligencia es débil, y el uso de la inteligencia, señal de debilidad.

Yo pienso que una materia tan compleja como es la que se refiere a las ideas y a los sentimientos políticos debe ser tratada con inteligencia. Pienso también que la fuerza es un concepto que expresa valores diferentes, según se esté en los Estados Unidos o en la República Dominicana. En los Estados Unidos, el uso de la fuerza quiere decir aplicación de la ley sin crímenes, sin torturas, sin exilios, sin barbarie; en la República Dominicana quiere decir todo lo contrario: no se aplica ley alguna sino que se ponen en acción todos los instrumentos de la tortura, sin excluir el asesinato. Cuando un policía dominicano dice de una persona que es comunista, está diciendo que él, el policía, tiene todo el derecho —y hasta el deber— de apalearla, dispararle y matarla. Y como ese policía no sabe distinguir entre un demócrata y un comunista, es muy posible que al disparar y matar esté disparando y matando a un demócrata. Son muchos los centenares de demócratas muertos por la policía dominicana en los últimos años debido a que eran “comunistas”.

No es fácil cambiar la mentalidad de la gente que se enrola como policía en la República Dominicana si no se da tiempo para lograrlo. Cuando los colonos norteamericanos colgaran en Salem a unas mujeres bajo la acusación de que eran brujas, los que la colgaron creían absolutamente que eran brujas, y sin embargo, hoy no se encontraría un norteamericano en uso de su razón que crea que eran brujas. Cuando a un policía dominicano se le dice que debe perseguir a un joven porque es comunista, él cree con toda su alma que su deber es matarlo.

El problema que se le planteaba al gobierno que yo presidía era escoger entre el uso de la inteligencia y el uso de la fuerza mientras transcurría el tiempo necesario para que los jóvenes exaltados y los policías aprendieran a distinguir entre la democracia y el comunismo; y si escogía el uso de la fuerza, el gobierno dejaría de ser democrático en una o dos semanas, porque el crimen policial se hubiera derramado por el país. Y si alguien opina que en ese tiempo necesario para el aprendizaje los comunistas podían ganar fuerza y tomar el poder, yo digo y aseguro que no podían hacerlo. Sólo la dictadura podía proporcionarles a los comunistas argumentos para progresar en la República Dominicana. Bajo un régimen democrático, la conciencia democrática hubiera progresado más que ellos, como de hecho lo hizo.

Si se me permite seguir hablando en términos de inteligencia y de fuerza, pienso que mis ideas acerca de la inteligencia y la fuerza se aplican al propio comunismo en su lucha por la conquista del poder. Ningún partido comunista, en ningún país del mundo, ha podido llegar al poder sólo porque haya sido fuerte; ha necesitado además tener un líder inteligente, de capacidad por encima del nivel corriente. Los comunistas dominicanos no tenían en 1963 fuerza suficiente y no tenían un líder capaz de llevarlos al poder.

En 1963, el comunismo dominicano estaba en su infancia y se hallaba, como el comunismo venezolano en 1945, dividido en grupos que no podían unirse fácilmente. Sólo la larga dictadura de Pérez Jiménez pudo crear el ambiente adecuado para que los diferentes grupos comunistas de la Venezuela de 1948 se unieran en un solo partido, y la falta de un liderazgo de capacidad reconocida ha evitado que a pesar de la fuerza actual que posee, el comunismo venezolano haya podido alcanzar el poder.

¿Cuántos comunistas hay en Francia, cuántos en Italia? Pero ni el comunismo francés ni el italiano han tenido líderes capaces de llevarlos al poder. En el caso dominicano, ni hay fuerza ni hay inteligencia.

Yo no puedo esperar que hombres como Wessin y Wessin, Antonio Imbert o Jules Dubois sepan estas cosas, piensen en ellas y actúen en consecuencia. Pero lógicamente tenía derecho a esperar que en Washington hubiera quien conociera la trama política dominicana y el papel que podían jugar los comunistas en mi país. Por lo visto, yo estaba equivocado. En Washington conocen del problema dominicano sólo lo que Informan Wessin y Wessin, Antonio Imbert y Jules Dubois.

La falta de conocimiento adecuado equivale a una anulación del poder de la inteligencia, sobre todo en el campo político, y eso es de malos resultados. Cuando la inteligencia queda anulada, su puesto lo ocupa el miedo, y hoy se ha esparcido por los países de América un miedo al comunismo que nos lleva a todos a matar la democracia por temor de que la democracia sea la máscara del comunismo.

Me parece que hemos llegado al punto en que consideramos que la democracia es incapaz de resolver los problemas de nuestros pueblos. Y si en verdad hemos llegado a ese punto, no tenemos nada que ofrecerle a la humanidad. Estamos negando nuestra fe, estamos destruyendo las columnas del templo que durante toda la vida ha sido nuestro amparo.

Estamos no; digo mal. Están otros. Porque a pesar de todo lo que ha sucedido, yo sigo creyendo que la democracia es el hogar de la dignidad humana.

San Juan, Puerto Rico,
18 de junio, 1965.

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3ro.- La debilidad de la fuerza/Juan Bosch

Al entrar en su tercer mes, la revolución dominicana, que había estado durante dos meses circunscrita a la capital de la república, comenzó a extenderse por el interior del país. Esto era inevitable, dado que una revolución no es una simple operación militar que pueda ser contenida por fuerzas militares dentro de límites determinados. Era inevitable, pero es inexplicable que en Washington nadie se diera cuenta de ello. Al embotellar la revolución dentro de una parte de la ciudad de Santo Domingo, el gobierno de los Estados Unidos hizo cálculos en términos de fuerza: los revolucionarios son tantos hombres con tales armas, y por tanto podemos dominarlos e inmovilizarlos con tantos hombres y tal equipo.

Llegar a conclusiones en términos de fuerza es fácil, sobre todo hoy, y sobre todo en los Estados Unidos, donde una batería de computadores electrónicos da las respuestas adecuadas a problemas de esa índole en pocos minutos y tal vez en pocos segundos. Pero una revolución es un hecho histórico que no ofrece posibilidad de cálculos de esa naturaleza, porque escapa a las definiciones aritméticas. Una revolución tiene su origen en fenómenos peculiares de su medio social, económico y político, y tiene su fuerza en el corazón y en el cerebro de las gentes. Ninguno de esos dos factores de una revolución puede ser medido por computadores electrónicos.

La de Santo Domingo fue —y es— una típica revolución democrática a la manera histórica de la América Latina y se originó en factores sociales, económicos y políticos que eran y son al mismo tiempo dominicanos y latinoamericanos. Para situarla en el contexto latinoamericano, su patrón más cercano en el tiempo es la revolución mexicana de 1910, aunque no debía ni debe esperarse que fuera exactamente igual a esa revolución de México. En términos históricos, nada es igual a nada.

A pesar de que habían transcurrido cincuenta y cinco años desde que estalló la revolución mexicana hasta que comenzó la dominicana, y a pesar de que en ese largo tiempo —más de medio siglo— se han extendido por el mundo los estudios políticos, sociales, económicos e históricos, los Estados Unidos actuaron ante la revolución dominicana de 1965 en forma casi igual a como hicieron ante la revolución mexicana de 1910. En 1965 se ha aducido el peligro comunista como razón de la intervención militar en Santo Domingo; en 1910 no podía usarse ese pretexto para desembarcar tropas en Veracruz porque entonces no existía el peligro comunista. ¿Por qué la actuación ha sido tan parecida? Porque tradicionalmente el mundo oficial norteamericano se ha opuesto a las revoluciones democráticas en la América Latina.

Con la excepción de los años de Kennedy, la política exterior norteamericana en la América Latina ha sido la de entenderse con los grupos de poder y la de usar la fuerza para respaldar a esos grupos. Durante los años de Franklin Delano Roosevelt se abandonó el uso de la intervención armada, pero no se abandonó el apoyo a los grupos dominantes, y todavía en el caso de la revolución cubana de 1933 se hicieron presentes los buques de guerra norteamericanos en aguas de Cuba como un recordatorio ominoso. Fue John Fitzgerald Kennedy quien transformó los viejos conceptos y puso en práctica una nueva política, pero desaparecido él, volvió a imponerse el criterio de que el poder se ejerce sólo a través de la fuerza.

Esta idea parece no ser correcta. La fuerza como expresión única de poder tiene sus límites: es un instrumento idóneo cuando se enfrenta a la fuerza, pero no lo es cuando se enfrenta a fenómenos que tienen su origen en las bases más profundas de las sociedades. Stalin pudo haber tenido razón al decir, durante la última guerra mundial, que esa guerra sería ganada por el país que fabricara más motores; pues la lucha de 1939-1945 fue llevada a cabo entre poderes militares organizados, y el poder de cada uno de ellos se medía en términos de fuerza, de divisiones, de cañones, de bombas.

Pero una revolución no es una guerra, y hasta se conocen revoluciones que se han hecho sin que haya mediado un disparo de fusil. Tradicionalmente, las revoluciones las han perdido los más fuertes. Las trece colonias americanas eran más débiles que Inglaterra, y le ganaron la revolución de Independencia; el pueblo francés era más débil que la monarquía de Luis XVI y le ganó la revolución del siglo XVIII; Bolívar era más débil que Fernando VII, y le ganó la revolución de América del Sur; Madero era más débil que Porfirio Díaz y le ganó la revolución de 1910; Lenin era más débil que el gobierno ruso, y le ganó la revolución de 1917. Todas las revoluciones triunfantes a lo largo de la historia, sin una sola excepción; han sido más débiles que los gobiernos combatidos por ellas. Una revolución, pues, no puede medirse en términos de poderío militar; hay que apreciarla con otros valores.

Para saber si una revolución es verdaderamente una revolución y no un mero desorden o una lucha de caudillos por el poder, hay que estudiar sus causas, la posición que han tomado en ella los diferentes sectores sociales, y determinar su tiempo histórico. En Washington nadie estudió estos aspectos de la revolución dominicana. En Washington se recibieron noticias de que el sábado 24 de abril, a mediodía, había habido cierta inquietud en algunos cuarteles de Santo Domingo y en el pueblo; un poco más tarde se supo que el jefe del ejército había sido hecho preso por sus subalternos, y en el acto se pensó en desembarcar fuerzas militares norteamericanas en el pequeño país antillano. Eso lo dijo el propio Presidente Johnson al afirmar en una conferencia de prensa que “as a matter of fact, we landed our people in less than one hour from the time the decision was made. It was a decision we considered from Saturday until Wednesday evening”. (The New York Times, Friday, June 18, 1965. Pág. 14 L).

Desde el sábado, pues, el gobierno de los Estados Unidos consideró necesario desembarcar tropas en Santo Domingo; y ese día el gobierno de los Estados Unidos no sabia qué clase de revolución estaba desarrollándose o iba a desarrollarse en la República Dominicana. Es evidente que la actitud del gobierno norteamericano era la de defender el status-quo dominicano, sin tomar en cuenta la voluntad del pueblo dominicano. La reacción en Washington fue, pues, la habitual; el grupo dominante en la República Dominicana estaba amenazado y había que defenderlo.

Ese grupo dominante era sin duda pronorteamericano, pero también era antidominicano, y en grado sumo. En 19 meses de gobierno, el régimen predilecto de Washington había desmantelado la economía dominicana, había establecido un sistema de corrupción no visto en el país desde el siglo pasado y además se burlaba todos los días de las esperanzas del pueblo en una solución democrática. Cuando los revolucionarios tomaron en la mañana del domingo día 25 de abril el Palacio Nacional, hallaron allí montones de carteles de propaganda para la campaña política de Donald Reid Cabral, que había resuelto continuar en el poder mediante elecciones amañadas.

La revolución dominicana de abril no fue un hecho improvisado. Era un acontecimiento histórico cuyos orígenes podían verse con claridad. En realidad, esa revolución estaba en marcha desde fines de 1959, y fue manifestándose gradualmente, primero con una organización clandestina de jóvenes de la clase media que fue descubierta a principios de 1960, después con la muerte de Trujillo en mayo de 1961, más tarde con las elecciones de diciembre de 1962 y por último con la huelga de mayo de 1964. El golpe de estado de septiembre de 1963 no podía detener esa revolución. Fue una ilusión de gente ignorante en achaques de sociología y de política pensar que al ser derrocado el gobierno que yo presidí la revolución quedaba desvanecida. Fue una ilusión creer, como consideraron los que formulan en Washington la política dominicana, que una persona de buena sociedad y de los círculos comerciales era el hombre indicado para dominar la situación dominicana. Fueron precisamente el uso de la fuerza y la frivolidad del favorito de Washington —Donald Reid Cabral— los factores que aceleraron el estallido de la revolución de abril.

La revolución dominicana tenía causas no sólo profundas, sino además viejas. La falta de libertades de los días de Trujillo y el desprecio a las masas del pueblo volvieron a gobernar el país a partir del golpe de estado de 1963; el hambre general se agravó con la política económica sin sentido del equipo encabezado por Reid Cabral, y la corrupción trujillista resultó a la vez más extendida y más descarada que bajo la tiranía de Trujillo. Se pretendió volver al trujillismo sin Trujillo, un absurdo histórico que no podía subsistir. La clase media y las grandes masas se aliaron en un mismo propósito; barrer ese pasado ignominioso que había renacido en el país y retornar a un estado de ley y de honestidad pública.

Veamos ahora el punto que toca al tiempo histórico. Lo que le da carácter peculiar a la historia de Santo Domingo es lo que en otras ocasiones he llamado su “arritmia”. Los acontecimientos dominicanos suceden en un tiempo que no corresponde al tiempo histórico general de la América Latina. El momento histórico en que se hallaba la República Dominicana en abril de 1965 era el equivalente de 1910 en México, y es curioso que los Estados Unidos actuaran sobre Santo Domingo, en cierto sentido, como lo hicieron sobre México en 1910, aunque alegaran para ello que en Santo Domingo estaba en marcha una segunda Cuba.

Pero en Santo Domingo no podía estar en marcha en abril de 1965 una segunda Cuba como no podía producirse en México de 1910. Lo que había estallado en la República Dominicana en abril de 1965 era —y es— una revolución democrática y nacionalista; y el 1965 era el momento histórico exacto para que los dominicanos iniciaran su revolución democrática y nacionalista. En 1965, una revolución democrática no debe ser, y no puede ser, una mera lucha por las libertades públicas. Eso equivaldría a combatir para conquistar solamente una democracia política, y ningún pueblo latinoamericano de hoy puede conformarse con una democracia que no ofrezca al mismo tiempo que libertades políticas, la igualdad social y la justicia económica. Por otra parte, el nacionalismo es un sentimiento que se origina en la necesidad vehemente de hacer progresar en todos los órdenes el propio país, en la necesidad de afirmar la conciencia nacional en el campo económico, en el político y en el moral, y toda revolución verdadera, sobre todo si es democrática, tiene un alto contenido de nacionalismo. Para no equivocarse en el caso de la revolución dominicana de 1965 bastaba con situarla en su tiempo histórico. Eso hubiera servido también para evitar el costoso error político de considerar que era una revolución comunista o en peligro de derivar hacia el comunismo.

El precio que pagarán los Estados Unidos por ese error será alto, y a mi juicio lo veremos en nuestro propio tiempo. Un índice de la magnitud del error es el tamaño de la fuerza usada originalmente para embotellar la revolución. Los Estados Unidos, que en el mes de abril tenían en Vietnam 23 mil hombres, desembarcaron en Santo Domingo 42 mil. Para los funcionarios de Washington, los sucesos de la República Dominicana eran de naturaleza tan peligrosa que se prepararon como si se tratara de llevar a cabo una guerra de la que dependía la vida misma de los Estados Unidos. Siempre recordaré como un síntoma de esa enorme equivocación un detalle de la densa propaganda hecha por el departamento de guerra psicológica, el del famoso submarino ruso capturado en el puerto de la vieja capital dominicana. Ese submarino desapareció misteriosamente tan pronto llegaron a Santo Domingo los primeros periodistas norteamericanos independientes, pero sigue navegando en las aguas del rumor interesado.

La fuerza de los Estados Unidos se usó en el caso de la revolución dominicana de una manera absolutamente desproporcionada. Un pueblo pequeño y pobre que estaba haciendo el esfuerzo más heroico de toda su vida para hallar su camino hacia la democracia fue ahogado por montañas de cañones, aviones, buques de guerra, y por una propaganda que presentó ante el mundo los hechos totalmente distorsionados. La revolución no fusiló una sola persona, no decapitó a nadie, no quemó una iglesia, no violó a una mujer; pero todo eso se dijo, y se dijo en escala mundial; la revolución no tuvo nada que ver ni con Cuba ni con Rusia ni con China, pero se dio la noticia de que 5 mil soldados de Fidel habían desembarcado en las costas dominicanas, se dio la noticia de que había sido capturado un submarino ruso y se publicaron “fotos” de granadas enviadas por Mao Tse-tung.

La reacción norteamericana ante la revolución dominicana fue excesiva, y para comprender la causa de ese exceso habría que hacer un análisis cuidadoso de los resultados que puedan dar la fe en la fuerza y el uso ilimitado de la fuerza en el campo político, y convendría hacer al mismo tiempo un estudio detallado del papel de la fuerza cuando se convierte en sustituto de la inteligencia. En el caso de la revolución dominicana, el empleo de la fuerza por parte de los Estados Unidos comenzó a tener malos resultados inmediatamente, no sólo para el pueblo dominicano sino también para el pueblo norteamericano. Con el andar de los días, esos resultados serán peores para los Estados Unidos que para Santo Domingo.

Pero mantengámonos ahora dentro del límite estrecho de los daños causados a Estados Unidos en Santo Domingo. Por de pronto, la revolución dominicana, que hubiera terminado en el propio mes de abril a no mediar la intervención de los Estados Unidos, quedó embotellada y empezó a generar fuerzas que no estaban en su naturaleza, entre ellas odio a los Estados Unidos. Ese odio no se extinguirá en mucho tiempo. El nacionalismo sano de la revolución irá convirtiéndose a medida que pasen los meses en un sentimiento antinorteamericano envenenado por la frustración a que fue sometida la revolución. Y es una tontería insigne considerar que el nacionalismo de los pueblos pequeños y pobres puede ignorarse, desdeñarse o doblegarse. La más poderosa de las armas nucleares es débil al lado del nacionalismo de los pueblos pequeños y pobres. El nacionalismo es un sentimiento profundo, casi imposible de desarraigar del alma de las sociedades una vez que aparece en ellas, y ese sentimiento, según lo demuestra la historia, lleva a los hombres a desafiar todos los poderes de la tierra. Ahora bien, cuando el nacionalismo democrático es ahogado o estrangulado, pasa a ser un fermento, tal vez el más activo, para la propagación del comunismo. Estoy convencido de que el uso de la fuerza de los Estados Unidos en la República Dominicana producirá más comunistas en Santo Domingo y en la América Latina que toda la propaganda rusa, china o cubana.

Por de pronto, será difícil convencer a los dominicanos de que la democracia es el mejor de los sistemas. Ellos estaban pagando vidas y sangre por su democracia, y la democracia norteamericana presentó su lucha, tremenda y heroica, como obra de bandidos y comunistas. La fuerza, en su caso, fue empleada para impedirles que alcanzaran su democracia. Para muchos norteamericanos esto no es y no será cierto, pero yo estoy exponiendo aquí lo que sienten y sentirán por largos años los dominicanos, no las intenciones norteamericanas.

Debido a que la fuerza nunca es tan fuerte como creen quienes la usan, los Estados Unidos tuvieron que recurrir en Santo Domingo a un expediente que les permitiera usar la fuerza sin exponerse a las críticas del mundo; y eso explica la creación de la junta cívico-militar encabezada por Antonio Imbert. Esa junta, como es de conocimiento general, fue la obra del Embajador John Bartlow Martin, es decir, de los Estados Unidos; y pocas veces en la historia reciente se ha cometido un error tan costoso para el prestigio de los Estados Unidos como el que se cometió al poner en manos del señor Imbert parte de las fuerzas armadas dominicanas y al proporcionarles como justificación para sus crímenes el argumento de estar combatiendo el comunismo en Santo Domingo. Las matanzas de dominicanos y extranjeros —entre los últimos, un sacerdote cubano y uno canadiense— realizadas por las fuerzas de Imbert con el pretexto de que estaban aniquilando a los comunistas, quedarán para siempre en la historia dominicana cargadas en la cuenta general de los Estados Unidos y en la particular del señor Martin. Esas matanzas fueron hechas mientras estaban en Santo Domingo las fuerzas norteamericanas; y además el Embajador Martin sabía quién era Imbert antes de invitarlo a encabezar la junta cívico-militar. La tiranía de Imbert fue establecida a ciencia y conciencia, y después de la tiranía de Trujillo no había excusa que pudiera justificar el establecimiento de la de Imbert.

La revolución no fusiló a nadie ni decapitó a nadie; pero las fuerzas de Imbert han fusilado y decapitado a centenares, y aunque a esos crímenes no se les ha dado la debida publicidad en los Estados Unidos, figuran en los expedientes de la Comisión de los Derechos Humanos de la OEA y de las Naciones Unidas, con todos sus horripilantes detalles de cráneos destrozados a culatazos, de manos amarradas a la espalda con alambres, de cadáveres sin cabezas flotando en las aguas de los ríos, de mujeres ametralladas en los “paredones”, de los dedos destruidos a martillazos para impedir la identificación de los muertos. La mayor parte de las víctimas fueron miembros del Partido Revolucionario Dominicano, un partido reconocidamente democrático, pues la función de la llamada democracia de Imbert es acabar con los demócratas en la República Dominicana. Parece un sangriento sarcasmo de la historia que los crímenes que se le achacaron a la revolución sin haberlos cometido, hayan sido cometidos por un falso gobierno creado por los Estados Unidos sin que eso conmueva a la opinión norteamericana.

La mancha de esos crímenes no caerá toda sobre Imbert, que al fin y al cabo es un ave de paso en la vida política dominicana; caerá también sobre los Estados Unidos y, por desgracia, sobre el concepto genérico de la democracia como sistema de gobierno. O yo no conozco a mi pueblo, o va a ser difícil que a la hora de determinar responsabilidades los dominicanos de hoy y de mañana sean indulgentes con los Estados Unidos y duros solamente con Imbert. En general, va a ser difícil salvar a los Estados Unidos de responsabilidad en todos los males futuros de Santo Domingo, aún de aquellos que se hubieran producido naturalmente si la revolución hubiera seguido su propio curso.

El pueblo dominicano no olvidará fácilmente que los Estados Unidos llevaron a Santo Domingo el batallón nicaragüense “Anastasio Somoza”, el émulo centroamericano de Trujillo; que llevaron a los soldados de Stroessner, los menos indicados para representar la democracia en un país donde acababan de morir miles de hombres y mujeres del pueblo, peleando por establecer una democracia; que llevaron a los soldados de López Arellano, que es para los dominicanos una especie de Wessin y Wessin hondureño. En todos los textos de historia dominicana del porvenir figurará en forma destacada el bombardeo a que fue sometida la ciudad de Santo Domingo durante 24 horas los días 15 y 16 de junio.

Todos estos puntos a que me he referido a la ligera son consecuencias del uso de la fuerza como instrumento de poder en el tratamiento de los problemas políticos. Una apreciación inteligente de los sucesos de Santo Domingo hubiera evitado los males que ha producido y producirá el uso de la fuerza que se desplegó en el caso dominicano.

Para la sensibilidad de los pueblos de la América Latina, para su experiencia como víctimas tradicionales de gobiernos de fuerza, todo empleo excesivo e injusto de la fuerza provoca sentimientos de repulsión. Desde el punto de vista de los latinoamericanos, los Estados Unidos cometieron en Santo Domingo el peor error político de este siglo. El presidente Johnson dijo que los infantes de marina de su país habían ido a Santo Domingo a salvar vidas, pero lo que puede asegurar el que conozca la manera de sentir de los latinoamericanos es que esos infantes de marina destruyeron en todo el Continente la imagen democrática de los Estados Unidos. Es que parece estar en la propia naturaleza de la fuerza destruir en vez de crear, y cuando se usa en forma excesiva e inoportuna, la fuerza tiende a destruir a quien la usa.

Una revolución puede detenerse con la fuerza, pero sólo durante cierto tiempo. En muchos sentidos, las revoluciones son terremotos históricos incontrolables, sacudimientos profundos de las sociedades humanas que buscan su acomodo en la base de su existencia. Y la revolución dominicana de abril de 1965 fue —y es— una revolución auténtica. Por lo menos eso creen los que tienen razones para conocer la historia, las fallas, las angustias y las esperanzas dominicanas, es decir, los dominicanos que las hemos estudiado y estamos vinculados al destino de aquel pueblo por razones tan justas y tan honorables como puede estar vinculado el mejor de los norteamericanos al destino de los Estados Unidos.

Puerto Rico.
29 de junio de 1965
Sin referencias de impresión

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La República Dominicana: causas de la intervención militar norteamericana del 1965/Juan Bosch

Al cumplirse veinte años de la última intervención armada de Estados Unidos en la República Dominicana, que se inició el 28 de abril de 1965, los dominicanos que luchamos por la liberación de nuestro país debemos hacernos una pregunta que hasta ahora nadie ha hecho.

Al formularla la concibo así: ¿Qué fines perseguía en verdad el gobierno del presidente Lyndon B. Johnson cuando éste dio la orden de iniciar la operación intervencionista? ¿Qué había detrás de la agresión militar de que fue víctima el movimiento constitucionalista iniciado el día 24 de abril de ese año? ¿Qué llevó a los altos funcionarios del gobierno de Johnson y al propio Johnson a decir que habían resuelto enviar tropas a la República Dominicana porque el levantamiento militar y popular del 24 de Abril era comunista y Estados Unidos no podía tolerar la implantación de otro gobierno como el de Cuba en América Latina, y sobre todo en la región del Caribe? ¿Era cierto que los altos funcionarios del gobierno estadounidense y el propio jefe de ese gobierno creían en la naturaleza comunista del levantamiento constitucionalista de una parte de las Fuerzas Armadas dominicanas o actuaron con ese pretexto pero por otras razones?

En el libro Dictadura con Respaldo Popular (Publicaciones Max, Santo Domingo, segunda edición, febrero de 1971, pp. 78 y siguientes), yo hacía referencia a los muchos años de la lucha antitrujillista y daba nombres de personas que se habían destacado en ella, “sin embargo”, decía, “esa lucha sólo tuvo éxito cuando el gobierno de los Estados Unidos, en tiempos del presidente Eisenhower, decidió organizar a la todavía dispersa oligarquía dominicana a fin de que ésta matara a Trujillo y tomara el poder”.

Con un salto sobre un párrafo que no tiene nada de documental, copio a seguidas lo que seguía, que eran datos precisos nunca antes dichos en el país y nunca desmentidos a pesar de que fueron publicados en julio de 1969 en la revista Ahora, que era en esos años la más importante y en consecuencia la publicación no diaria de más circulación en el país; y lo que seguía era esto: “El encargado de realizar ese trabajo fue un coronel retirado de apellido Reed, quien llegó a Santo Domingo y se puso en contacto con algunos comerciantes importadores de artículos norteamericanos e ingleses. A través de uno de esos comerciantes, Reed alquiló una casa en las vecindades del hipódromo Perla Antillana; desde esa casa se dominaba el palco donde se sentaba Trujillo cuando iba a presenciar alguna carrera. En esa ocasión el dictador iba a ser cazado con un rifle de mira telescópica, pero el plan fracasó porque por alguna razón desconocida Trujillo dejó de ir al hipódromo”.

El episodio que conté con esas palabras ocurrió a mediados de 1960 y el comerciante que gestionó el alquiler de la casa desde la cual iba a dispararse contra Trujillo fue Antonio Martínez Francisco, cuyo nombre no mencioné en 1969 porque todavía a esa altura del tiempo eran muchos los protegidos de Trujillo que mantenían vigencia militar en el país y yo no debía exponer a Martínez Francisco al peligro de ser eliminado por uno de ellos, sobre todo si se toma en cuenta que fue él, Martínez Francisco, quien me dio detalles sobre la actividad del coronel Reed, si bien debo decir que a Reed lo había conocido en Washington en la ocasión en que pasé por esa ciudad de viaje hacia Europa, y él, sin ofrecerme datos concretos, me dijo que en 1960 había estado en la República Dominicana para darle cumplimiento a órdenes que había recibido de funcionarios del gobierno de su país. Dicho eso, paso ahora a copiar los párrafos del libro que seguían a los datos referidos.

“A través de Antonio Martínez Francisco, el coronel Reed le propuso al general Rodríguez Reyes que encabezara un complot cuya finalidad sería matar a Trujillo. El general Rodríguez Reyes se negó a organizar el complot o a participar en cualquier tipo de acción contra “el jefe”, y Reed y sus amigos dominicanos temieron que Rodríguez Reyes los denunciara; sin embargo, el hombre que poco más de dos años después iba a caer en Palma Sola no los denunció”.

“Los trabajos de Reed en la República Dominicana se prolongaron hasta muy avanzado el año de 1960. En ese tiempo el coronel retirado norteamericano conoció a mucha gente, y de una manera o de otra fue conectando a esa gente, de modo que cuando salió del país ya estaba prácticamente formado el núcleo de lo que iba a ser el sector llamado a dirigir a la oligarquía nacional en el campo político”.

“Lo que podríamos llamar “el plan Reed” operaba a favor de una ola antitrujillista que estaba siendo estimulada por la crisis económica que se había desatado en los Estados Unidos en 1957 y se había profundizado en Santo Domingo debido a los gastos suntuosos de la Feria de la Paz y se agravó a causa del bloqueo del régimen trujillista acordado en San José de Costa Rica en agosto de 1960. En el orden político, la crisis se manifestaba al nivel de todas las capas sociales. La juventud de la mediana y la alta pequeña burguesía, impresionada por el asesinato de los invasores del 14 de Junio, se organizaba clandestinamente; la escasa burguesía nacional estaba asustada por la magnitud de la crisis económica; los obreros y los campesinos pobres sufrían por la falta de trabajo y el encarecimiento de la vida; una parte de la baja pequeña burguesía y del proletariado de las ciudades comenzó a ser organizada por los líderes del MPD, que habían llegado de Cuba. Trujillo reaccionó con violencia ante esa ola de actividades contra su régimen que se extendía por todo el país; mató a centenares de luchadores, entre ellos a las hermanas Mirabal; llenó de presos la cárcel de La Victoria, inició la persecución del sacerdocio católico; apretó de manera despiadada las tuercas de su régimen, cuya estabilidad confió a la maquinaria de terror que dirigía Johnny Abbes García”.

“El coronel Reed se fue del país y, al mismo tiempo que él, se fueron a los Estados Unidos algunos de los oligarcas que habían estado trabajando con él. Pero el plan norteamericano no quedó abandonado. La Radio Swan fue puesta a la orden de algunos dominicanos; periódicos y revistas de Norteamérica recibieron instrucciones de destacar las noticias desfavorables al sistema de Trujillo; algunos jóvenes de los que trabajaban en Santo Domingo fueron protegidos y sacados del país cuando se tuvieron pruebas de que Abbes García había ordenado su detención, y los funcionarios del consulado general de los Estados Unidos en el país –pues las relaciones diplomáticas habían quedado suspendidas después de la Conferencia de San José de Costa Rica– siguieron haciendo contacto con los grupos oligárquicos. Esta situación duró, por lo menos, hasta el día en que el gobierno norteamericano abandonó completamente el plan de organizar el asesinato de Trujillo”.

“Ese abandono se produjo cuando ya Kennedy estaba en el poder. La invasión de Cuba había terminado en el fracaso de Bahía de Cochinos y era altamente peligroso sumarle a ése un nuevo fracaso en la explosiva zona del Caribe. En el caso de Bahía de Cochinos, Kennedy había salvado la cara diciendo que él cargaba con la responsabilidad de los hechos, ¿pero cómo hubiera podido salvarla de nuevo si Trujillo salía inesperadamente diciéndole al mundo que había descubierto un complot para matarlo y presentaba pruebas de que ese complot estaba dirigido desde Washington? ¿No había sido una acusación similar —la de que él había tratado de matar a Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela— la que se había usado para acordar en la Reunión de Costa Rica el bloqueo de la República Dominicana? Dada la naturaleza policíaca del gobierno de Trujillo la conjura podía ser descubierta en cualquier momento y la Casa Blanca podía quedar ante el mundo como un nido de mentirosos empedernidos que al mismo tiempo organizaba expediciones contra Fidel Castro porque era comunista y planes de asesinato de Trujillo porque era un fanático anticomunista”.

“La retirada de Reed no detuvo, sin embargo, la marcha de los acontecimientos que iban a desembocar en la muerte de Trujillo. Hasta el momento no se han presentado pruebas de que los que intervinieron en el atentado del 30 de mayo de 1961 tuvieron contacto con Reed o con los norteamericanos que permanecieron en Santo Domingo después de la salida del coronel retirado. Sólo se sabe que un norteamericano, el dueño del colmado Wimpy —si es así como se escribe el nombre de ese comercio—, introdujo en el país algunas de las armas que se usaron en esa ocasión. De todos modos, si los conjurados tuvieron esos contactos, el hecho no le resta méritos a lo que hicieron, pues enfrentarse al dictador para matarlo no era un juego de niños. Por otra parte, cualquiera persona puesta en su lugar habría actuado de manera insensata si hubiera rechazado la ayuda que podían ofrecerle los yanquis. En la situación en que se encontraban ellos y el país, toda ayuda era buena aunque procediera del infierno”.

“Desde el punto de vista político, lo que tuvo importancia trascendental en esa ocasión no fue que los conjurados del 30 de mayo contaran con la ayuda norteamericana, si es que la tuvieron; lo realmente importante fue que el gobierno de los Estados Unidos, encabezado entonces por el demócrata John F. Kennedy, se aprovechó de la profunda crisis económico-política del país —la más seria que había conocido el país desde el año 1916— para darle a la oligarquía, que todavía era políticamente incapaz de tomar los mandos del país, la consistencia organizativa necesaria a fin de que a la muerte de Trujillo pudiera tomar el poder y lo usara en perjuicio del pueblo y en beneficio, sobre todo, de los intereses norteamericanos”.

“En los sucesos que se han dado en Santo Domingo a partir de la muerte de Trujillo puede verse con claridad absoluta y con detalles nítidos cuál es el papel que juegan los Estados Unidos en la formación y la consolidación de los frentes oligárquicos. Fueron ellos los que formaron el frente oligárquico dominicano entre 1960 y 1961, y en ese frente, como en todos los de América Latina, ellos pasaron a ser, desde el primer momento, el miembro más poderoso. Como representante político de ese frente formaron la Unión Cívica Nacional, cuya organización fue planeada en Washington con la participación de Donald Reid (Cabral) y (José Antonio) Bonilla Atiles. El primer vehículo de propaganda de la Unión Cívica fue una estación de radio de New York que estaba al servicio del gobierno norteamericano”.

Lo que dije desde París en artículos escritos en el mes de julio de 1969 vino a ser confirmado por el periodista Víctor Grimaldi al darles publicidad en el diario La Noticia del 19 de abril de este año (1985) a documentos oficiales del gobierno de Estados Unidos que consultó en la Biblioteca John F. Kennedy de Boston y en los archivos del Consejo Nacional de Seguridad de Lyndon B. Johnson, en Austin, Texas. En esa publicación Grimaldi dice que “el presidente demócrata John F. Kennedy estaba de acuerdo con su antecesor, el presidente republicano Dwight Eisenhower, en el sentido de que la tiranía trujillista podría provocar una resistencia que diera paso a un movimiento revolucionario similar al de Fidel Castro (en Cuba). Por tanto, tal como lo revelan los documentos oficiales norteamericanos, Kennedy también comprometió al gobierno de su país en los planes para eliminar a un “anticomunista a ultranza” como Trujillo con el propósito de que el fanatismo de ultraderecha no facilitara los planes de los simpatizantes de Fidel Castro que pudieran haber en el país (República Dominicana) por aquella época”.

Trujillo fue muerto el 30 de mayo de 1961, y Víctor Grimaldi halló en la Biblioteca John F. Kennedy documentos que “revelan que el 5 de mayo (de ese año) se reunió el Consejo Nacional de Seguridad para analizar la situación de la República Dominicana, Haití y Cuba”. Ese día, refiere Grimaldi, el teniente general Earle G. Wheeler le envió al mayor general Chester Clifton Junior, ayudante militar del presidente Kennedy, un memorando —el número DJSM-546-61— que decía: “Si las circunstancias de la República Dominicana requieren el uso de fuerzas de los Estados Unidos, los planes requeridos están en las manos de las unidades que participarán, y las fuerzas están listas. Los comandantes apropiados de las fuerzas asignadas del Comando del Atlántico han sido alertados de que puede haber problemas en la República Dominicana”, y luego describe esas fuerzas diciendo que incluían 14 destructores, un Phibron con un batallón menos una compañía y un escuadrón de aviones de combate.

Esos documentos revelan que veinticinco días antes de que Trujillo fuera muerto a tiros mientras salía de la ciudad de Santo Domingo en dirección hacia San Cristóbal el presidente Kennedy estaba listo para actuar militarmente en la República Dominicana si los acontecimientos que esperaba se darían en este país requerían de una intervención armada de Estados Unidos, y revelan también que lo que haría el demócrata John F. Kennedy seguía la misma línea de acción que había establecido su antecesor inmediato, el general Dwight Eisenhower, cuyo gobierno dirigió el acuerdo de San José de Costa Rica mediante el cual el gobierno de Trujillo fue económica y diplomáticamente aislado del resto de los Estados de las dos Américas por haber tramado el asesinato del presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt. El 3 de junio, tres días después de la muerte de Trujillo, el gobierno de Kennedy envió a las costas dominicanas nada menos que 40 unidades navales; y en noviembre de ese año, cuando Ramfis, el hijo de Trujillo, y un grupo de altos oficiales de su confianza se negaban a salir del país tras haber dado muerte a los sobrevivientes de la conjura que culminó en la muerte del dictador, John F. Kennedy envió otra flota a la cabeza de la cual se hallaba nada menos que el portaviones Intrepid.

Lo que un observador, que no tiene que ser necesariamente muy sagaz, puede sacar en claro de la identidad de actuación ante el caso dominicano de un gobierno estadounidense republicano y otro demócrata se resume en pocas palabras; esos dos gobiernos, el de Eisenhower y el de Kennedy, fueron en su política exterior, por lo menos en la región del Caribe y hasta cierto punto en el Sudeste Asiático, partidarios de la aplicación de la Doctrina Truman pero no pudieron ejecutarla como lo haría Johnson lo mismo en el Caribe que en Viet Nam. Kennedy trató de aplicar esa llamada doctrina en Cuba y fue derrotado por la decisión de los cubanos, no porque dispusieron de más elementos de guerra que los invasores llevados por el gobierno norteamericano a Bahía de Cochinos; Johnson la puso en práctica en la República Dominicana pero fracasó de manera humillante cuando quiso ejecutarla en Viet Nam, y fracasó a tal punto que su empeño en mantener la guerra en la antigua Indochina le costó el poder puesto que no se atrevió a presentar su candidatura presidencial para un segundo período dada la oposición del pueblo de los Estados Unidos a esa guerra y al gobernante norteamericano que la llevaba a cabo. Conviene tener presente que también Nixon fue partidario de la aplicación en la política exterior de su país de la Doctrina Truman, que ha sido en resumen la de llevar la guerra sin limitación alguna a cualquier país que se proclame socialista lo mismo si está situado en tierras del Nuevo Mundo, como sucedía con Chile, que si se halla en los confines de África, como es el caso de Angola y Etiopía; y naturalmente, el más empecinado en la aplicación de lo que dictaminó Harry S. Truman cuando proclamó, el 12 de marzo de 1947, la llamada Doctrina de la Guerra Fría, nombre con que la bautizaron los periodistas de varias partes del mundo, es Ronald Reagan, para quien la misión de Estados Unidos es destruir el socialismo dondequiera que se establezca o se tema que lo haga, y destruirlo mediante el uso del poderío militar, tal como hizo él en Granada.

De este breve resumen con que expongo, no juicios sino hechos, brota una comparación con lo que estuvieron haciendo los gobiernos norteamericanos antes de la Segunda Guerra Mundial y desde fines del siglo pasado cuando usaban sus fuerzas armadas para arrastrar a países militar y económicamente débiles a su hegemonía económica; esto es, lo que varias generaciones de latinoamericanos han conocido con el nombre de imperialismo. En la etapa imperialista los gobiernos estadounidenses usaban su poder militar para explotar las riquezas naturales y el trabajo humano de países pequeños, lo mismo si estaban cerca de su territorio —Cuba, Nicaragua, Haití, la República Dominicana, Puerto Rico, Panamá—, como si se hallaban a distancias de varios días de navegación, que era el caso de Guam, Hawai y Filipinas. La explotación requería previa ocupación militar, que en algunos casos acabó siendo ejercida por una mezcla de tropas metropolitanas y policías o soldados naturales del territorio ocupado como sucedió en Puerto Rico, territorio español en el Caribe que ha sido convertido en una colonia aunque toda su población tenga la ciudadanía norteamericana, incluyendo entre los ciudadanos al gobernador de la isla, o en un Estado de la Unión, como es el caso de Hawai.

Tenemos, pues, que en los años del imperialismo llegaban primero los soldados, casi siempre miembros de la Infantería de Marina, y tras ellos los banqueros, los comerciantes; los agentes económicos de la intervención militar, a los que seguían los agentes religiosos, pastores de iglesias protestantes, y los agentes culturales que tenían a su cargo demostrar que en ningún pueblo de la Tierra se vivía con más holgura y seguridad que en Estados Unidos, el paraíso de los ambiciosos donde cualquiera podía hacerse millonario.

Ahora, en la época de las empresas transnacionales no hay necesidad de tomar por medio de las armas un territorio dado porque los llamados inversionistas de dólares tienen a su servicio gobiernos interesados en que se instalen en sus países; ahora la agresión militar se lleva a cabo por miedo, un miedo pavoroso a que el comunismo se expanda por las porciones del mundo desde las cuales puede penetrar en Estados Unidos o puede cercar la tierra del dólar y esterilizarla de tal manera que en ella se acaben los multimillonarios.

Ocurre, sin embargo, que la intervención se ejecuta por miedo al comunismo pero se afirma mediante la instalación de empresas industriales, bancarias, comerciales que se hacen al favor del poder militar interventor y del debilitamiento del poder político del país ocupado. Ese es el caso de la República Dominicana, que fue ocupada por las Fuerzas Armadas estadounidenses por miedo a que en el país se estableciera el comunismo y acabó siendo convertida en una neocolonia suministradora de trabajo asalariado barato, de facilidades para montar negocios, lo mismo industriales como la Gulf and Western o la Falconbridge que financieros como el Bank of America, el City Bank o el Chase Manhattan Bank.

En la etapa que podría denominarse de invasión de empresas capitalistas norteamericanas en un país que ha sido agredido militarmente el gobierno estadounidense se convierte en el agente introductor de las empresas, y en algunos casos ese gobierno es representado por los funcionarios más altos. Así, por lo menos, sucedió en la República Dominicana, donde la Gulf and Western Incorporated, que figura en la conocida lista de Fortune en lugar destacado entre las 500 multinacionales más importantes de Estados Unidos, fue introducida por recomendación directa del presidente Johnson ante el presidente Joaquín Balaguer cuando los dos jefes de Estado se reunieron en Punta del Este, Uruguay, en el mes de abril de 1967. La Gulf and Western inició sus negocios en el país comprando las instalaciones del Central Romana a su propietaria, la South Porto Rico Sugar, y en menos de diez años se había convertido en una potencia industrial, comercial y financiera dueña de negocios de todo tipo entre los cuales estaban, además de la producción y venta de azúcar y furfural, de frutos tropicales, de cemento, grandes instalaciones turísticas con aeropuerto propio, zonas francas y una firma financiera.

La Gulf and Western Industries es un ejemplo de empresa neocolonial establecida mediante el uso del poder estatal de su país de origen, pero es necesario decir que el poder estatal norteamericano no se mantiene en la República Dominicana alimentado únicamente por el peso en la economía de Estados Unidos que tienen empresas como ésa; se mantiene primordialmente por la autoridad que impone el poderío militar de aquel país sobre las Fuerzas Armadas dominicanas. Para la generalidad de las personas, tanto en nuestro país como en los de Europa, América Latina y Estados Unidos, la intervención armada de 1965 terminó cuando las tropas norteamericanas retornaron a sus cuarteles en Puerto Rico y Norteamérica, y sin embargo no sucedió así porque la reorganización de las fuerzas militares dominicanas fue impuesta por los interventores y los que quedaron en las posiciones de mando de esas fuerzas fueron hombres escogidos entre los que habían demostrado lealtad a los principios ideológicos del Pentágono cuyos representantes aquí serían los miembros de la Misión Militar norteamericana. Naturalmente, en casos similares hay siempre excepciones y las hubo también en la República Dominicana, pero en número muy limitado.

El ejercicio de la autoridad militar de Estados Unidos en nuestro país ha tenido muchas manifestaciones y a seguidas vamos a exponer algunas de las más ostensibles porque las que se han hecho de manera encubierta aparecerán en público sólo cuando sea posible examinar sin limitaciones los documentos secretos que se guardan en los archivos del Pentágono y del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense.

De las actuaciones conocidas, la más importante fue la misión encabezada por el general Dennis McAuliffe, jefe del Comando Sur (Zona del Canal, Panamá) del Ejército de Estados Unidos, formada por él y por varios coroneles que llegaron al país a cumplir órdenes del presidente Antonio Guzmán, quien, tomó posesión de la presidencia de la República el 16 de agosto de 1978 y se proponía retirar a los numerosos jefes militares que en la noche del 16 al 17 de mayo de ese año habían puesto en ejecución un plan para sustraer la documentación de las elecciones que se habían celebrado el día 16. Los documentos habían sido llevados a la Junta Central Electoral donde estaba haciéndose el conteo de los votos emitidos y las noticias en que se daba cuenta de ese conteo eran transmitidas por estaciones de radio, razón por la cual pasada la media noche empezó a conocerse que los resultados estaban siendo favorables al candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano, el señor Antonio Guzmán, y a eso de las 3:30 de la mañana entraron al local de la Junta Central Electoral fuerzas militares que se apoderaron de la documentación y la llevaron a lugares controlados por ellos.

A raíz de ese hecho se declaró en la jefatura de la Policía que el ganador de las elecciones había sido el presidente Joaquín Balaguer, quien mantenía el poder desde hacía años con apoyo político, económico y militar de cuatro gobiernos norteamericanos: los presididos por Johnson, Nixon, Ford y Carter. El Dr. Joaquín Balaguer había sido elegido presidente en el año 1966 con el beneplácito del gobierno de Johnson, quien le dio toda suerte de respaldo incluyendo el envío desde Miami en aviones que aterrizaban en la base aérea de San Isidro, a 15 kilómetros de la ciudad de Santo Domingo, cargados de urnas llenas de votos falsos; en las elecciones de 1970 no figuró el Partido mayoritario de la oposición, el Partido Revolucionario Dominicano, debido a que el gobierno no ofrecía garantías de ninguna especie a los activistas electorales de ese partido, y en las de 1974 el PRD se retiró 24 horas antes por la misma razón; pero en las de 1978 la situación había cambiado porque el PRD había abandonado del todo, desde fines de 1973, su línea de oposición a la Gulf and Western y en general a la política de entrega de las tierras y las minas del país a empresas norteamericanas, y con ese abandono pasó a ser la organización política favorita del gobierno de Estados Unidos, que estaba encabezado en 1978 por Jimmy Carter. Carter en persona dirigió el operativo político y militar destinado a sacar del poder al Dr. Balaguer y llevar a él a Antonio Guzmán y en poco tiempo consiguió que el Dr. Balaguer accediera a reconocer la victoria electoral de Guzmán si a él se le atribuía la victoria en cuatro provincias donde su partido había perdido las elecciones, con lo cual él pasaba a tener mayoría de un asiento en el Senado.

En el orden político, Carter aceptó la propuesta de Balaguer y con él la aceptó Guzmán, pero tanto Carter como Guzmán se reservaron el uso del poderío militar norteamericano para mostrarlo en el momento mismo en que Guzmán pasara a ser presidente de la República Dominicana, y así se hizo con el envío del general McAuliffe y varios coroneles del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos cuya misión fue ejecutar, pidiéndoles a los afectados que las aceptaran, las órdenes de retiro de varios generales y coroneles dominicanos considerados políticamente adictos al Dr. Balaguer, Posiblemente con esa operación se inició una nueva etapa en el uso del poderío militar estadounidense en condición de instrumento de dominación política en países neocoloniales.

La supervisión de la situación militar y política del país por parte del Pentágono ha estado a cargo, desde agosto de 1978, del propio general McAuliffe, quien volvió a la República Dominicana poco después de su primera visita; del general Robert B. Tanguy, comandante de la División Aérea Sur de la Aviación y vicecomandante en jefe del Comando Sur con asiento en Panamá. El general Tanguy se reunió con el presidente Guzmán el 9 de septiembre de 1979. El 29 de enero de 1980 llegó el mayor general Robert L. Schweitzer, director de Estrategias, Planes y Políticas del Ejército, quien en declaraciones a la prensa dominicana dijo que había venido a brindar apoyo para combatir la subversión comunista y para “fortalecer con nuestros amigos de la República Dominicana las acciones políticas, sociales, económicas y militares que podamos hacer juntos frente a esa amenaza comunista”, y afirmó que Estados Unidos “sabe bien la posición estratégica que tiene la República Dominicana, especialmente porque está ubicada entre el Canal de la Mona y el Paso de los Vientos y ésa es una razón por la que todos los barcos que se dirigen al Canal de Panamá necesitan pasar por aquí”.

Apenas mes y medio después, el 14 de marzo, llegó el almirante y general de cuatro estrellas Harry D. Train, jefe de la flota, y también él hizo declaraciones sobre el peligro del “avance del comunismo”; el 12 de mayo vino el teniente general Wallace Nutting, nuevo jefe del Comando Sur del Ejército con sede en Panamá; el jefe de la Fuerza Aérea del mismo Comando, el general James Walters, se reunió el 30 de septiembre con el presidente Guzmán; el 1º de junio de 1981 llegó, en condición de enviado especial del presidente Reagan, el teniente general retirado Vernon Walters, conocido como agente político-militar al que se le atribuye estar muy versado en los problemas políticos y militares de la región del Caribe.

El general Robert L. Schweitzer volvió al país al comenzar el mes de agosto de 1983 en calidad de presidente de la Junta Interamericana de Defensa y se entrevistó con el presidente Jorge Blanco; menos de dos meses después, el 27 de septiembre, vino acompañado de varios oficiales el mayor general William E. Masterson, vicecomandante en jefe del Comando Sur y comandante de la División Aérea de ese Comando en Panamá; el 19 de marzo de 1984 llegó el almirante Ralph Hedge, jefe de la Fuerza Naval de Estados Unidos en el Caribe, y un año después, el 19 de marzo de 1985, llegó el jefe de la Flota Atlántica y del Comando Naval de Estados Unidos, almirante Wesley McDonald, quien declaró en rueda de prensa que Estados Unidos intervendría militarmente el país si el gobierno dominicano lo solicitaba y si las circunstancias del momento lo aconsejaban; reafirmó el respaldo militar norteamericano a la República Dominicana e hizo los consabidos señalamientos anticomunistas. El presidente Jorge Blanco, a quien el militar estadounidense no había visitado, por lo menos públicamente, visitó el portaviones Nimitz, en el cual viajaba el almirante McDonald.

Aunque parezca innecesario, debo decir que las visitas de los jefes militares mencionados en estas páginas fueron acompañadas de exhibiciones de poder naval y aéreo porque en la mayoría de los casos vinieron al país en transportes de guerra que eran aviones o portaviones, fragatas y destructores armados de cohetes, todo lo cual se ha estado haciendo para dejar en el ánimo de los militares dominicanos, y por lo menos de una parte de nuestro pueblo, la idea de que el poderío militar de Estados Unidos es invencible.

En resumen, lo que surge de un análisis de las causas que dieron origen a la intervención armada de Estados Unidos en la República Dominicana iniciada el 28 de abril de 1965 con el pretexto de que en nuestro país se había producido un levantamiento comunista es la convicción de que con esa acción Estados Unidos dejó atrás la etapa del imperialismo impulsado por razones económicas que había sido su política de penetración y dominación mundial desde fines del siglo pasado hasta mediados del actual y pasó a actuar en el terreno militar en forma de agresión armada defensiva por miedo a la instauración del comunismo en territorios que el capitalismo norteamericano consideró desde los tiempos de Monroe reservas destinadas a ser usadas por él.

La Revolución Rusa no alarmó a los capitalistas estadounidenses mientras no apareció en uno de esos territorios que habían sido considerados reservas para ser explotadas por ellos. La alarma primero y el miedo después a ese sistema social, político y económico que reemplaza al capitalismo apareció en Estados Unidos cuando quedó instalado en Cuba, y aun desde antes, puesto que fueron las sospechas de que la Revolución Cubana era comunista lo que provocó la formación de la fuerza expedicionaria llamada a penetrar en Cuba por Bahía de Cochinos.

El miedo del gobierno de Eisenhower al establecimiento de un régimen comunista en Cuba llevó al gobierno revolucionario cubano a apoyarse en la Unión Soviética, primero económicamente y después en la ayuda militar, única manera de sobrevivir a las amenazas políticas y las medidas económicas que le llegaban de Estados Unidos y por fin a la convicción de que por órdenes del presidente Eisenhower la CIA estaba organizando una fuerza armada de cubanos que habían pasado a vivir en Estados Unidos.

La expansión del llamado comunismo, que en realidad es socialismo y puede tardar hasta cien años en pasar a ser comunismo, aterra a los capitalistas de Estados Unidos y con ellos a sus representantes políticos a tal punto que una isla minúscula del Caribe como es Granada le pareció al gobierno del presidente Reagan un continente gigantesco lleno de cohetería y toda suerte de armas imbatibles destinadas a aniquilar no sólo el poderío sino la población entera de Norteamérica. En la República Dominicana, donde el año 1965 no había cien comunistas, el miedo de Johnson y de todos los altos funcionarios de su gobierno dio lugar a la intervención armada cuyas causas se estudian en estas páginas, pero esa intervención creó una fecha histórica, y con ella una bandera de lucha por la liberación nacional alrededor de la cual se organizan los mejores hijos del pueblo.

En el escudo de esa bandera figuran los mártires de 1965 y dos nombres de jefes militares que entraron en la historia nacional: Francisco Alberto Caamaño y Rafael Fernández Domínguez.

A ellos dedica el autor estas páginas.

Santo Domingo, R. D.
18-19 de abril, 1985.
Editora Alfa y Omega, 1985, primera edición.

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La Revolución de Abril/Juan Bosch

I
Los hechos que tienen importancia en la vida de un pueblo no pueden verse aislados, y por esa razón no podemos hablar de la Revolución de Abril aislándola del resto de la historia dominicana como si ésta hubiera comenzado el día antes del 24 de abril de 1965. Es más, la Revolución de Abril no puede analizarse ni siquiera a partir del 25 de septiembre de 1963, fecha en que se dio el golpe de Estado que derrocó el gobierno constitucional de ese año.

Podemos decir que el golpe de 1963 fue el antecedente inmediato de la Revolución de Abril, pero para juzgar correctamente el estallido de 1965 habría que ir mucho más atrás porque todos los acontecimientos históricos tienen raíces múltiples y algunas de ellas nacen mucho tiempo antes de lo que se ve a simple vista. Esto que acabamos de decir es lo que explica que a la hora de analizar cada momento de la historia debemos partir del conjunto de los hechos anteriores.

Una de las raíces del 24 de Abril se encuentra en la ocupación norteamericana de 1916, pero sucede que esa ocupación militar de 1916 tuvo su origen en otros acontecimientos, y todos ellos tienen sus raíces en la falta de un desarrollo económico, y por tanto social, que le diera al pueblo dominicano la base material indispensable para mantener la independencia del Estado y con ella la seguridad del régimen político propio del sistema en que nos propusimos vivir.

Durante mucho tiempo el pueblo dominicano ha pretendido vivir organizado como una sociedad capitalista sin que llegara a serlo. Eso es lo que explica que comenzara su vida política con una revolución burguesa, que es así como debe ser calificado el movimiento del 27 de febrero de 1844. Esa revolución burguesa no iba cuajar ni en todo el siglo pasado ni en los primeros dos tercios de éste porque no se formó la clase social que debía impulsarla, sostenerla y beneficiarse de ella. Lo cierto es que la revolución burguesa dominicana existió como un fantasma en la mente de la pequeña burguesía que se levantó contra los haitianos en el 1844, contra Báez en 1857, contra los españoles en el 1863 y aparentemente contra el Triunvirato el 24 de abril de 1965. La existencia fantasmal de esa revolución en la mente de la pequeña burguesía nacional compensaba la imposibilidad de que se estableciera un Estado burgués real en un país que no podía ofrecerle a ese tipo de Estado las bases materiales sin las cuales no podía sostenerse. Fue la ocupación militar norteamericana de 1916, ocurrida 72 años después del 27 de febrero de 1844, la que creó esas bases materiales necesarias, absolutamente indispensables, para que en la República Dominicana comenzara a desarrollarse una clase burguesa, y sólo una clase burguesa podía hacer la revolución burguesa que no pudieron hacer ni los trinitarios de Juan Pablo Duarte ni los azules de Gregorio Luperón.

Las bases materiales

Las bases materiales de que estamos hablando sin mencionarlas eran las que debían crear las condiciones para que se mantuviera con vida el Estado burgués.

¿Cuáles eran ellas? En primer lugar, las comunicaciones. El país no estaba comunicado y por tanto no era un país sino un conjunto, no precisamente homogéneo, de varios países pequeñísimos que se distinguían hasta en la manera de hablar la lengua española. Un campesino del Sur no hablaba igual que uno del Cibao y éste no hablaba como los llamados pororós de la región de Yamasá. El país no estaba unido ni en lo geográfico ni en lo económico ni en lo social ni en lo político. Por ejemplo, la región de la Línea Noroeste era a principios de este siglo un territorio autónomo bajo el control de algunos jefes de armas encabezados por Desiderio Arias. El general Arias y sus seguidores controlaban la aduana de Monte Cristi y con los fondos que recibían de esa aduana fortalecían su poder militar comprando armas en Haití, de manera que en el aspecto práctico, si no legal, y dentro de límites muy pequeños, el general Arias era el jefe de un Estado que tenía bajo sus órdenes a una población y disponía de una fuerza armada para hacer respetar esas órdenes y recaudaba dinero con que mantener funcionando el aparato militar y el burocrático civil de su pequeño Estado.

El caso de la Línea Noroeste era excepcional porque otras regiones no llegaban al grado de autonomía que ella tenía; pero sucedía que el aislamiento de las diferentes partes del país impedía que el poder del Estado nacional llegara a todos los lugares con la rapidez y la fuerza necesaria para imponer la autoridad pública en todas partes cuando era necesario hacerlo, y esa incapacidad se traducía en una situación de anarquía latente que se convertía en activa con mucha frecuencia, en forma de levantamientos armados que a menudo eran de pocos hombres pero en número suficiente para quebrantar la paz pública y alarmar al país o a una región.

Por ejemplo, antes de que se inaugurara el trencito que viajaba de Sánchez a La Vega era difícil llegar al corazón del Cibao desde cualquier punto del Sur a menos que se tomara el camino de San Juan de la Maguana a Constanza y de ahí a La Vega, de donde podía irse a San Francisco de Macorís o a Moca, haciendo toda la ruta a lomo de mulo o caballo. Desde la Capital podía irse al Cibao, también en caballo o mulo, por la vía de Cotuí y La Vega o por Puerto Plata, adonde se llegaba en buque o goleta, y después de haber sido inaugurado a fines del siglo el tren de Puerto Plata a Santiago, se podía ir de este último punto a otros del Cibao usando bestias de silla. De todos modos, el transporte de cargas o personas de una región del país a otra cualquiera era costoso e inseguro, entre varias razones, porque no se sabía en qué lugar una recua cargada de telas o de tabaco o cacao iba a tropezar con un cantón guerrillero. (Recua era un número de caballos o mulos superior a tres que se dedicaban al transporte de mercancías entre dos o más sitios, digamos, de la Capital a San Cristóbal o de Moca a Puerto Plata; y cantón era el punto en que se reunía un grupo de gente armada durante un tiempo más o menos largo, pero siempre de más de un día).

Con la excepción de los pocos kilómetros de carreteras que se habían hecho en el gobierno de Ramón Cáceres, el país estaba incomunicado excepto en los dos sitios donde había trenes, y un viaje por las regiones donde no había aquellos pocos kilómetros de carreteras o esos trenes era toda una hazaña, sobre todo si se hacía en épocas de lluvia. Esa situación empezó a cambiar cuando el gobierno militar norteamericano comenzó a construir las carreteras del Este y del Sur, y la del Cibao, que llegaba hasta la frontera haitiana por la Línea Noroeste. Antes de eso en la mayor parte del territorio nacional se vivía como 200 ó 300 años antes, en los días en que la sociedad que ocupaba la porción Este de la isla no se había organizado en Estado ni soñaba hacerlo.

El gobierno militar norteamericano que construía esas carreteras no lo hacía porque quisiera hacerles un servicio a los dominicanos sino porque dos de ellas penetraban en Haití y Haití estaba ocupado también por las fuerzas de los Estados Unidos; la del Este recorría la zona de los ingenios azucareros en los que había inversiones yanquis, y por último, sólo si disponíamos de buenas carreteras podríamos convertirnos en compradores de automóviles y camiones fabricados en los Estados Unidos y de gasolina hecha con petróleo de Pennsylvania.

Una burguesía

Ahora bien, lo que tiene importancia para el análisis histórico que estamos haciendo no es quiénes construyeron esas vías de comunicación sino el hecho de que ellas eran indispensables para que en la República Dominicana pudiera establecerse un Estado real, no fantasmal; un Estado capaz de tener el dominio de su territorio y de la población que lo habitara; pero debemos aclarar que por sí solas, las carreteras no formaban la base material para la existencia de un Estado que pudiera acercarse a lo que debe ser un Estado burgués. Era necesario que se hicieran otras cosas, y el gobierno militar norteamericano las hizo cuando formó una fuerza armada que tendría la capacidad militar indispensable para asegurar el funcionamiento continuo, y en todos los puntos del país, del aparato del Estado.

El país había tenido ejércitos, pero pequeños, que no podían hacerles frente a levantamientos armados capaces de desatar ataques simultáneos en diferentes lugares, y naturalmente, ninguno podía tener esa capacidad antes de que se construyeran las vías que debían poner en comunicación a las diferentes regiones. En el siglo pasado, la más eficiente de todas las organizaciones militares que había conocido la República fue la que creó Ulises Heureaux, y en este siglo lo fue la que formó el gobierno de Ramón Cáceres; pero ninguna de las dos podía tener la rapidez de movimientos y la capacidad de penetración en todas las regiones del país que tuvo la Policía Nacional Dominicana, creación de los interventores norteamericanos que el pueblo bautizó con el nombre de la Guardia, quizá porque así era como le había llamado a la Guardia Republicana de los días del presidente Cáceres.

La Guardia que crearon los ocupantes militares de 1916-1924 vino a ser el ejército que el país no había tenido. No hablamos de su posición ideológica o política ni de su conducta sino de su capacidad para moverse por todo el país y por tanto para hacerse sentir como instrumento militar del Estado en cualquier rincón, por alejado que estuviera de los centros urbanos.

Sin que se cumplieran esas condiciones no era posible que se desarrollara una burguesía dominicana puesto que no podía haber sociedad burguesa nacional donde no había un Estado nacional, y tendrían que pasar muchos años antes de que sobre las bases materiales creadas por la ocupación militar norteamericana de 1916 pudiera establecerse un Estado burgués. En los Estados Unidos y en Europa la burguesía creó sus Estados, pero aquí el Estado fue una creación de los hateros, y al reaparecer después de la anexión a España, fue obra de la pequeña burguesía; de ahí la debilidad congénita que lo llevó de tumbo en tumbo a ser anulado en 1916 por el poder militar norteamericano y a quedar convertido en 1930 en un servidor de Rafael Leónidas Trujillo que se valdría de él para hacer al mismo tiempo y en 31 años la acumulación originaria y la acumulación capitalista que en otros países habían sido hechas a lo largo de 200 y más años por las burguesías de los Estados Unidos y de Europa.

En la República Dominicana hay quien cree que la existencia de una burguesía comercial constituye toda una burguesía, y no es cierto. Políticamente hablando, una burguesía está formada por sectores dedicados a todas las actividades económicas: a la comercial, a la industrial, a la financiera; pero también tiene sectores técnicos, profesionales, políticos, y en el orden ideológico, militares, pues sin militares que piensen, sientan y actúen como burgueses no puede tener vida el Estado burgués.

II
Nueve años antes de que desembarcaran en el puerto de Santo Domingo los infantes de marina norteamericanos que iban a iniciar la etapa histórica de la ocupación militar, se publicaba en España (porque en el país no había imprenta que pudiera hacerlo) un Directorio y Guía de la República Dominicana en cuya página 127 hallamos estas cifras acerca del producto nacional del año 1905: “Para comprar en el extranjero la importación... $3,000,000”; para “pagar los derechos de importación... $2,000,000; consumo de comestibles y artículos nacionales durante un año, a diez centavos diarios por cabeza, 600,000 habitantes... $2,190,000. Total, $7,190,000. De esos estimados el autor sacaba las siguientes conclusiones: “Tenemos, pues, que los habitantes de la República han tenido que producir, para cubrir sus gastos, y sin computar ganancia alguna, $7,190,000, y agregaba: “El valor del trabajo intercambiado dentro del país asciende, por este cálculo, a $2,190,000, y el de enviado al extranjero y pagado en derechos de importación a $5,000,000, total en que calculamos sin escudriñar mucho, el verdadero valor de las exportaciones conque fueron cubiertas esas sumas”.

¿Qué exportamos ese año de 1905? Azúcar, 33 mil toneladas métricas; 80 mil quintales de tabaco; 278 mil de cacao; 21 mil 300 de café; 400 mil racimos de guineos; 1 mil 433 galones de ron; 7 mil cajetillas de cigarrillos; 190 quintales de almidón y 92 de maíz; 2 mil 355 reses; 666 caballos; 15 mulos; 3 burros; plátanos, 14 mil millares; cueros de reses, 822 mil y de chivos 158 mil; cera, miel de abejas, cabuya, cocos secos, pencas de palma, cana, conchas de carey, rabos de vacas, madera de 17 tipos. Con esos renglones de exportación, y en esas cantidades, nuestro comercio exterior no podía ser más pobre, y el interior no podía ser más rico que el exterior. La medida de la pobreza del último la dan los precios de las tierras fértiles de que se hablaba en las páginas 130 y 131 del Directorio, en las cuales se leen estas palabras: “Por doscientos pesos oro americanos puede obtenerse en la República la propiedad, absolutamente libre de todo impuesto, de una caballería de tierra donde se producirían a maravilla todos los frutos tropicales... La caballería dominicana consta de 1,200 tareas... (Ese precio es de los) más altos, porque hemos querido referirnos a terrenos próximos a embarcaderos o a vías de comunicación económica. Existen en todo el país terrenos inmejorables, en cuanto a sus condiciones de fertilidad, que se venden hasta a cuarenta pesos oro americano la caballería” (o sea, a menos de 17 centavos la tarea en el primer caso y a menos de 4 centavos la tarea en el segundo).

Bajo desarrollo social

Pero podían conseguirse buenas tierras sin comprarlas, y el autor del Directorio lo explica diciendo que “Uno de los medios más expeditos y económicos de adquirir la propiedad de terrenos adaptables a la agricultura y la pecuaria, consiste en la compra de unos cuantos pesos de los llamados terrenos comuneros, grandes extensiones de tierras indivisas, cuyos títulos de propiedad no representan su valor, sin acciones del terreno”. Y agrega: “En una porción de terreno comunero valorada en dos mil pesos oro, el tenedor de una acción de diez, por ejemplo, está legalmente capacitado para consagrar a los cultivos que desee toda la parte de aquella que esté desocupada, y para aprovechar en su propio beneficio como copropietario, todo lo que exista en dichas tierras, excepción hecha, naturalmente, de aquello que se deba a labores de otro u otros de los demás copropietarios”.

Desde esos tiempos estaban liberadas de impuestos las empresas industriales, y el autor del Directorio (que era una persona conocida y cónsul general de la República en España durante muchos años) lo explica diciendo en la página 247 de su libro que el azúcar no pagaba ningún derecho de exportación y que “De ventajas muy análogas gozan las diversas fábricas de jabón, de fósforos, de cigarrillos, de velas, esteáricas, de sombreros de paja, de zapatos, de licores, de medias y calcetines de algodón, de fideos, refinerías de petróleo”, lista muy exagerada en todos sentidos puesto que en el mismo párrafo se dice que salvo la industrial del azúcar, todas las demás “están todavía en período de ensayo, si se tiene en cuenta su relativo desarrollo”.

En cuanto a la “refinería de petróleo”, basta ver la fotografía que aparece en el Directorio (pág. 247) para darse cuenta de que no había tal refinería ni cosa parecida, aunque a los dominicanos de 1905 debió parecerles algo fenomenal el conjunto de tres edificaciones de madera con techos dobles de zinc y tres tanques corrientes que se ven en esa foto rodeados de vegetación rústica debido a que la supuesta refinería se hallaba en pleno campo. A partir del grabado de la fabulosa refinería, el Directorio se dedica a hablar de las maderas dominicanas y de las fortunas que ganarían explotándolas los capitalistas extranjeros que quisieran dedicarse a ese negocio.

Estimar los habitantes del país en 600 mil para 1905 era un tanto arriesgado porque el autor del Directorio no podía partir de una base sólida para hacer cálculos de población dado que desde el siglo XVIII no se había hecho censo general, y sin embargo su estimación no estaba lejos de la verdad puesto que el empadronamiento de 1920, hecho por el gobierno militar norteamericano, dio un total de 895 mil; de ellos, 31 mil vivían en el municipio de la capital. Para ese año de 1920 teníamos, pues, 18 habitantes por kilómetro cuadrado, y de haber tenido en 1905 los 600 mil que decía el autor del Directorio habrían sido 12 por kilómetro cuadrado. En cualquiera de los dos casos, 18 ó 12 personas por kilómetro cuadrado era una población demasiado pequeña para que pudiera producirse en ella el alto grado de división del trabajo que se requiere para que una sociedad como la nuestra pudiera ser llamada capitalista. Es más, si para 1920 los habitantes de la Capital eran 31 mil, hay que pensar que en 1905 no podían ser más de 20 mil, y como en ambos casos se incluían los vecinos de la zona rural, hay que convenir en que la ciudad propiamente dicha tenía en esos años menos población de la que indican esas cifras; y es fácil imaginarse qué tipo de actividad económica podía haber donde el mercado consumidor era tan pequeño. Más aún, para el año 1920 la capital de la República no tenía todavía acueducto ni se habían hecho planes para construirlo, entre otras razones, porque, ¿de dónde iba a salir el dinero necesario para hacerlo?

Esa era la situación del país, objetivamente hablando, desde el punto de vista del desarrollo social, y ese escaso desarrollo social era un reflejo del escaso desarrollo material. El nivel de ese desarrollo era tan bajo que la poca población que teníamos vivía en gran parte incomunicada como explicamos en el artículo anterior, y a la vez que ese escaso desarrollo material se reflejaba en un pobre desarrollo social, éste contribuía a mantener el estado de atraso material. Esta brevísima y somera descripción de lo que era la República Dominicana en los primeros años del siglo XX debería ser suficiente para explicarnos la no existencia de una burguesía si entendemos por tal no a unos cuantos comerciantes aislados entre sí sino a toda una clase que tiene varios sectores y por tanto varias manifestaciones socio-económicas y políticas, tal como lo enseñó Marx, de manera tan magistral, en Las Luchas de Clases en Francia de 1848 a 1850.

Ejército y Estado

La falta de una burguesía llevó al fracaso a la revolución burguesa dominicana de 1844, a la de 1857, a la de 1863, a la que se produjo a la muerte de Ulises Heureaux. El último episodio de esa revolución iba a darse en abril de 1965, y sería aplastado por el poderío norteamericano. Pero debemos tener presente que los Estados Unidos pudieron actuar en esa ocasión como lo hicieron porque en 1965 la burguesía dominicana no había cuajado aún en el orden político, si bien ya estaba en el camino de hacerlo, y en consecuencia el Estado burgués no se había desarrollado al extremo de que pudiera resistir la embestida yanqui.

Al abandonar el país en julio de 1924, las tropas norteamericanas dejaron echadas las principales bases materiales para la existencia real, no fantasmal, de un Estado burgués dominicano. Fundamentalmente, esas bases eran un sistema de comunicaciones extendido por las regiones más importantes, un ejército de tierra formado por oficiales profesionalizados y clases y soldados contratados para servir durante un tiempo dado por un salario establecido, un sistema impositivo que garantizaba la recaudación de los fondos necesarios para mantener el funcionamiento del Estado en su doble aspecto civil y militar.

Pero esas bases materiales de un Estado burgués tenían que ser usadas por una burguesía que todavía no se había formado. Los ingenios azucareros eran en su mayoría propiedad de extranjeros y los contados que no lo eran se manejaban como si lo fueran porque formaban parte de un conglomerado que funcionaba para provecho de capitalistas no dominicanos, pues si bien la economía nacional recibía de ellos algún beneficio en forma de ingresos para los dueños de colonias de caña y de jornales para los contados dominicanos que trabajaban en otras tareas (carreteros, agentes de orden, empleados, de oficinas y bodegas) y en cierta actividad comercial en La Romana, San Pedro de Macorís y Barahona, el grueso de los pagos en salarios y sueldos iba a manos de extranjeros (haitianos, cocolos, norteamericanos y puertorriqueños) que trataban de vivir haciendo las mayores economías posibles para llevárselas a sus países cuando volvieran a ellos una vez acabada la zafra. No había, pues, una burguesía industrial azucarera, salvo en el caso de los tres ingenios de los Vicini, que para 1916 y aún para 1920 se consideraban italianos y enviaban a Italia una parte importante de sus beneficios, si no la mayor. Todavía en 1937 los 13 ingenios del país usaron, entre empleados y obreros, 23 mil personas, de las cuales 22 mil no eran dominicanas. En ese año había algún que otro establecimiento industrial, pero el número mayor eran talleres artesanales, y lo demuestra el hecho de que los 1 mil 329 negocios censados como industrias tenían en promedio 7 personas trabajando a pesar de que entre ellos se hallaban los ingenios azucareros, cada uno de los cuales tenía en promedio 1 mil 800.

En 1924, al irse del país, los ocupantes norteamericanos dejaron echadas las bases materiales del Estado burgués, pero no había una burguesía que pudiera aprovecharlas. Para integrar una burguesía dominicana faltaban aún la burguesía industrial, la financiera, la técnica, la política y la militar. Esta última es la que forma la raíz y el tronco de un Estado burgués, así como el ejército proletario es el que forma la raíz y el tronco del Estado socialista.

III
En Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, Engels dice que “como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase… es por regla general, el Estado de la clase más poderosa, y de la clase económicamente dominante, que, con la ayuda de él [el Estado, nota de JB], se convierte también en la clase políticamente dominante”, y explica que con ese dominio político adquiere “nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida”.

Como dijimos en el artículo anterior, al irse del país en julio de 1924, los ocupantes militares norteamericanos dejaron echadas las bases materiales que se necesitaban para que pudiera tener existencia real, no imaginaria, un Estado burgués dominicano. En el año 1924 y los que le siguieron hasta que se presentó, a fines de 1929, la crisis mundial del capitalismo, ese Estado sólo podía ser el instrumento de poder económico y político de los terratenientes y los comerciantes puesto que todavía no había burguesía industrial dominicana, y en ese momento empezó a surgir en el panorama político el hombre que iba a sustituir en el control del Estado a esa inexistente burguesía industrial, y más tarde a la también inexistente burguesía financiera; y pudo surgir porque la ola de la gran crisis lo halló situado en el mando de la fuerza armada del país, y en todas partes la fuerza armada es, como habíamos dicho antes, la que forma la raíz y el tronco de un Estado, sea burgués o sea socialista. Estamos hablando, como debe suponerlo el lector, de Rafael Leónidas Trujillo, a quien iba a tocarle adquirir, con la ayuda del poder del Estado, “nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida” dominicana.

En el caso de Trujillo se reprodujo, aunque siguiendo vías diferentes, el de los hijos de los reyes absolutos, que heredaban la corona y con ella la autoridad sobre el Estado, lo que los convertía en fuerzas políticas tan poderosas que podían, como dijo Engels, actuar con independencia de las clases que mantenían luchas entre sí. Esos hijos de los reyes absolutos actuaban dentro de un contexto histórico dado y Trujillo lo hizo favorecido por circunstancias históricas que se dieron en la República Dominicana debido a que en un momento determinado coincidieron en la República Dominicana las fuerzas generadas por su propio atraso material, con sus consecuencias de atraso social, cultural y político, y las que impulsaban a los Estados Unidos en su impetuosa carrera imperialista. Para que se comprenda lo que acabamos de decir hay que explicar que antes de un año de haber tomado posesión de la República, el poder interventor decidió, mediante Orden Ejecutiva Nº 47 del 7 de abril de 1917, crear la Guardia Nacional Dominicana, y esa Guardia iba a ser el huevo en que se empollaría la futura dictadura de Rafael L. Trujillo.

La guerra mundial de 1914

El 9 de diciembre de 1919, Rafael L. Trujillo, que había cumplido poco antes 27 años, enviaba una carta a C.F. Williams, coronel comandante de la Guardia, en la que solicitaba un puesto de oficial en ese cuerpo, y nueve días después se le nombraba segundo teniente con un sueldo mensual de 75 pesos, cantidad que sería aumentada a 100 al comenzar el año 1920. En junio de 1921 la Guardia Nacional pasó a llamarse Policía Nacional Dominicana y el segundo teniente Trujillo entró como cadete en la recién fundada Escuela Militar de Haina donde estaría hasta diciembre de 1921; de ahí pasaría a prestar servicios en San Pedro de Macorís y poco después en Santiago, y se hallaba en esa ciudad en octubre de 1922, cuando fue ascendido a capitán según nombramiento firmado por el presidente provisional de la República, Juan Bautista Vicini Burgos.

¿Cómo se explica que en plena ocupación militar norteamericana apareciera de buenas a primeras un presidente provisional dominicano con la autoridad necesaria para ascender a capitán a un segundo teniente de la Policía Nacional?

Se explica porque esa ocupación militar que desintegró el Estado llamado República Dominicana no se produjo por razones estratégicas o políticas sino económicas. La primera guerra mundial había empezado en 1914 y sus campos de batalla fueron desde el primer momento los países europeos productores de azúcar de remolacha, lo que determinaba un alza inevitable, más temprano o más tarde, del precio del azúcar no sólo en Europa sino también en los Estados Unidos.

Esa alza se produciría porque en medio de una guerra los hombres se dedican a matar y a morir, no a producir, a menos que se trate de armas, municiones o todo aquello que los soldados estén necesitando. Naturalmente, junto con el azúcar subirían los precios de los demás frutos del Trópico (el café, el cacao y el tabaco); y subieron, como lo demuestra el hecho de que las exportaciones dominicanas de 1914 fueron de 10 millones 589 mil dólares y las de 1915 subieron a 15 millones 209 mil, o sea, prácticamente la mitad más; pero faltaban cuatro años para llegar al alza espectacular a que se llegaría en los años 1919 y 1920, las que provocarían lo que en nuestro país, Cuba y Puerto Rico se llamó la Danza de los Millones. En 1919, con importaciones de 22 millones 19 mil dólares exportamos 39 millones 602 mil (el saldo favorable fue de 17 millones 583 mil), y en 1920 las exportaciones subieron a 58 millones 731 mil (casi 9 veces lo que habíamos exportado en 1905) y las importaciones fueron de 46 millones 526 mil, de manera que el saldo favorable fue de 12 millones 205 mil, que sumado al del año anterior daba 29 millones 789 mil, 1 millón 707 mil más que el total de los años anteriores a 1919.

Todo ese auge económico fue visto con anticipación por las firmas norteamericanas que negociaban con azúcar, café, cacao, tabaco, y fueron las perspectivas de ganar millones de dólares con los productos dominicanos, y especialmente con el azúcar, las que se usaron en los Estados Unidos para conseguir que con justificación en los desórdenes políticos provocados por el atraso material, y por tanto social y político del país, y con supuestas amenazas a la seguridad norteamericana y al canal de Panamá, se enviaran a Santo Domingo los infantes de marina.

Ahora bien, el auge que había culminado en la Danza de los Millones terminó abruptamente cuando en el año 1921 la exportación bajó más de 30 millones en comparación con la de 1920 y por primera vez desde que se llevaban datos del comercio exterior, la balanza comercial fue desfavorable, y no por poco dinero sino por 3 millones 971 mil dólares. Al año siguiente las exportaciones bajarían a 15 millones 231 mil, esto es, sólo 22 mil dólares más de lo que habíamos exportado en 1915. Los números eran elocuentes: A partir de las bajas que se hicieron sentir a principios de 1921, la ocupación de la República Dominicana pasaba a ser un mal negocio para los capitalistas norteamericanos que la habían propuesto y en consecuencia dejó de tener interés para el gobierno de los Estados Unidos. Por un lado la crisis económica podía provocar en Santo Domingo acontecimientos embarazosos para los políticos de Washington, y por el otro, el pueblo dominicano reclamaba en manifestaciones públicas la salida de los ocupantes, pero al mismo tiempo estaban reclamándola gobiernos, periodistas, escritores de casi toda la América Latina, de manera que tanto en el país como en el exterior estaba creándose un ambiente de descrédito para los intereses yanquis.

Los ascensos de Trujillo

Al comenzar el año 1922, la presencia de la infantería de Marina de los Estados Unidos en Santo Domingo era un motivo de preocupación para los gobernantes norteamericanos. En ese momento Rafael L. Trujillo, segundo teniente de la Policía Nacional Dominicana, de 30 años cumplidos, no podía darse cuenta de hacia adonde lo llevarían los acontecimientos políticos que se derivarían de la crisis económica en que iba hundiéndose el país y de la campaña internacional contra la ocupación militar que estaban llevando a cabo intelectuales como Fabio Fiallo y Max Henríquez Ureña y líderes obreros como José Eugenio Kunhardt.

En el mes de mayo de 1922 hizo viaje a Washington un abogado que representaba en el país a los más importantes intereses norteamericanos. Se trataba de Francisco José Peynado, persona de reconocida habilidad y muy discreta, quien, dadas sus conexiones en los círculos de poder económico de los Estados Unidos, debía entrar en contacto con políticos prominentes que tuvieran acceso a personajes como el secretario de Estado, Charles Evans Hughes, puesto que en poco tiempo fue aprobado el llamado Plan Hughes-Peynado cuya aplicación determinaría la restauración del Estado dominicano y la subsiguiente salida de la fuerza militar interventora. En pocas palabras, la médula del plan consistía en la creación de una especie de comité con poderes de decisión formado por los jefes de los partidos políticos dominicanos cuya función principal sería escoger a un presidente provisional de la República. Ese presidente provisional tendría el encargo de convocar a elecciones en menos de dos años, y las fuerzas de ocupación militar saldrían del país cuando tomaran posesión de sus cargos el presidente de la República y los senadores y diputados elegidos.

El 15 de septiembre (1922), por la Orden Ejecutiva Nº 800, el gobernador militar de Santo Domingo estableció que “la única fuerza armada encargada del mantenimiento del orden público, de vigilar por la seguridad de las instituciones del gobierno de la República Dominicana, de ejercer las funciones de Policía general del Estado y de velar por la ejecución de las leyes de la República” era la Policía Nacional Dominicana; de manera que por mandato del poder ocupante, que actuaba, naturalmente, cumpliendo órdenes de sus superiores, la Policía Nacional pasaba a tener las atribuciones que en todas partes del mundo tiene el ejército, atribuciones que se basan en la posesión del monopolio de la fuerza y por tanto en el monopolio de la violencia organizada de la sociedad. Cinco semanas después (el 21 de octubre) tomaba posesión de su cargo el presidente provisional.

Ese mismo día 21 de octubre Vicini Burgos nombró a los altos jefes de la Policía Nacional y a varios capitanes, primeros y segundos tenientes. Entre los capitanes se hallaba Rafael L. Trujillo, que no había pasado todavía a ser primer teniente. Menos de dos años después (en septiembre de 1924), Trujillo sería ascendido a mayor y el 6 de diciembre, a teniente coronel, jefe de Estado Mayor, comandante auxiliar de la Policía Nacional. Siete meses y medio más tarde Rafael L. Trujillo, pasaba a ser coronel comandante de la Policía Nacional Dominicana; el 13 de agosto de 1927 era ascendido a general de Brigada y el 17 de mayo de 1928 la Ley Nº 928 convertía la Policía Nacional en Ejército Nacional. Al llegar a esa posición, en las manos de Trujillo cayó, de hecho, el poder del Estado, y si algo sucedía, le caerían también en las manos las formalidades que le dan legalidad a ese poder.

IV
La más grande de las crisis conocidas en la historia del capitalismo fue la que estalló el último miércoles de octubre de 1929, que se conoce con el nombre de Miércoles Negro. Esa crisis mencionada en los libros de economía como la Gran Depresión, fue políticamente devastadora en todo el mundo, pero estaba llamada a ser de importancia histórica en la República Dominicana, donde sus primeros efectos iban a coincidir con los de hechos políticos que podrían ser calificados de casuales, en la medida en que se dieron al mismo tiempo que la crisis y sus efectos o que produjeron sus efectos en esa oportunidad, pero pedimos que si se toman por casuales se tenga en cuenta aquella afirmación marxista de que el azar, o sea, la casualidad, es una categoría histórica.

¿Cuáles fueron esos hechos? El primero de ellos fue la reelección del presidente Horacio Vásquez, que a pesar de que había sido elegido en 1924 para gobernar hasta el 16 de agosto de 1928 aceptó la tesis de que su mandato debía ser prolongado por dos años más, lo que se consagró mediante la redacción de una nueva Constitución, la de 1927; pero antes de que terminara el tiempo de la prolongación aceptó ser propuesto para que se le reeligiera por cuatro años, esto es, por un período que iría del 16 de agosto de 1930 al 16 de agosto de 1934. Tanto la llamada prolongación como la propuesta reelección eran manifestaciones típicas del proceso que en países de escaso desarrollo clasista, como era entonces la República Dominicana, lleva al hombre que encabeza las fuerzas sociales desde la jefatura del Estado a sustituir, con el respaldo de esas fuerzas, a la clase gobernante que todavía no se ha formado.

La propaganda reeleccionista iba en aumento y estaba creando una fuerte agitación política que se hallaba en su etapa culminante en los días finales de ese mes de octubre de 1929 debido a que Horacio Vásquez, que para entonces estaba cumpliendo los 70 años, había enfermado a tal punto que debió salir hacia los Estados Unidos para ser sometido a tratamiento médico, e inició su viaje en el momento mismo en que empezaba la Gran Depresión. Al volver al país, el 5 de enero de 1930, los efectos de la crisis se hacían sentir fuertemente en las débiles estructuras políticas dominicanas.

Otro de los hechos sería la ejecución del plan político que iba a poner en manos de Rafael L. Trujillo lo que en el artículo anterior calificamos de las formalidades que le darían legalidad al poder que sobre el aparato del Estado tenía él desde que había pasado a ser el jefe de la fuerza armada del país, que a partir del 17 de mayo de 1928 cambió su nombre de Policía Nacional Dominicana por el de Ejército Nacional.

Del poder militar al poder político

¿Cuál fue ese plan político que pondría en manos de Trujillo las formalidades llamadas a darle legalidad al poder efectivo que tenía en sus manos? Fue el que podríamos bautizar con el nombre de Movimiento Cívico, puesto que así quedó nombrada en la historia de aquellos días la mascarada de levantamiento armado que se inició en Santiago el 23 de febrero de 1930, cuando un grupo de hombres, manejando fusiles que estaban en desuso desde el 1916, tomó la fortaleza de Santiago sin que la guarnición que debía defenderla disparara un tiro.

Aparentemente, el jefe político de ese movimiento era el abogado Rafael Estrella Ureña y el jefe militar era su tío José Estrella, que había tomado parte en varias asonadas de las que se conocieron en el país antes de la ocupación militar norteamericana de 1916; pero en realidad había un jefe militar y político a la vez que dirigía el movimiento en las sombras del anonimato, por lo menos para la generalidad de los dominicanos, y ése era Rafael L. Trujillo, de quien la guarnición de Santiago había recibido órdenes de entregar la fortaleza San Luis sin combatir. Una orden igual le fue dada a un destacamento del Ejército que fue enviado a tomar posiciones entre la Capital y lo que hoy es Villa Altagracia y entonces se llamaba Sabana de los Muertos. Si los militares no dispararon sus armas tampoco tenían necesidad de usar las suyas los hombres del Movimiento Cívico, que entraron en la Capital a bordo de camiones y de automóviles. El sólo grito de “Abajo el gobierno” bastó para derrocar el del presidente Vásquez, que se había asilado en la Embajada de los Estados Unidos después de haber nombrado a Rafael Estrella Ureña secretario de Estado de lo Interior y Policía, que de acuerdo con la Constitución era el llamado a suceder al jefe del Estado en caso de renuncia, muerte o inutilidad de éste.

Estrella Ureña iba a durar cinco meses y medio en su cargo de presidente de la República, pues el papel que le tocaba desempeñar en el plan político que debía culminar el 16 de agosto de ese año consistía en servir de puente para que el poder de hecho que como jefe del Ejército tenía Trujillo sobre el aparato del Estado quedara legalizado al recibir el título de presidente constitucional. Ese título fue alcanzado con una mascarada electoral celebrada el 16 de mayo, que hizo pareja con la mascarada de levantamiento armado llevada a cabo el 23 de febrero. Para dejar bien establecido ese carácter de mascarada debemos decir que nueve días antes de las elecciones, en protesta por la intervención de los militares en el proceso con actuaciones partidistas en favor de la candidatura Trujillo-Estrella Ureña, todos los miembros de la Junta Central Electoral renunciaron a sus cargos. Un día antes de los comicios la Alianza Nacional Progresista, que era la fuerza política opuesta a Trujillo, retiró a sus candidatos de las elecciones, y cuando después del 16 de mayo la Alianza presentó ante la Suprema Corte de Justicia una demanda de nulidad de esas elecciones, hombres armados se apoderaron en pleno día de toda la documentación en que se basaba la denuncia, hecho que se llevó a cabo en presencia de los jueces y del público que se hallaba en el alto tribunal. Pero es el caso que desde el punto de vista formal, y por tanto legal, Rafael L. Trujillo pasó a ser presidente de la República y con la autoridad del cargo iba a convertirse en empresario y beneficiario principal de la instalación del capitalismo industrial y financiero nacional que el país no había conocido en toda su historia.

Ahora bien, esa tarea sería llevada a cabo por Trujillo pero el costo que pagaría el pueblo dominicano serían 31 años de opresión, hambre, sufrimiento de todos los tipos, lo cual era natural si tomamos en cuenta que tal como había dicho Marx en el conocido capítulo XXIV de El Capital, “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”; En tanto conglomerado humano, nosotros habíamos sido empujados, sin contar con nuestra voluntad, hacia el campo del sistema capitalista, que se hallaba en estado de formación cuando Colón descubrió la isla en que iba a establecerse la República Dominicana, pero el capitalismo sólo había funcionado aquí de manera aislada en su aspecto mercantil, y aun así era sumamente débil, a tal punto que la gran mayoría de los comerciantes dominicanos no habían pasado nunca, antes de 1930, del nivel de los altos y los medianos pequeños burgueses. Salvo 3 ingenios de azúcar que no figuraban entre los mayores y que habían pasado a manos dominicanas por herencia, todos los demás eran propiedad de extranjeros, como lo era casi todo el comercio más fuerte; no había una sola industria nacional que produjera para el consumo en el país que empleara un número de obreros que llegara a 50, y no había un banco nacional ni se hallaba en ninguna parte un dominicano que supiera cómo funcionaba un establecimiento bancario.

La doble contradicción

En los países avanzados de Europa la burguesía fue haciéndose de capitales y con ellos iba acumulando lo que en el trabajo titulado Carlos Marx llamaría Engels “la riqueza social y el poder social”, y sería mucho tiempo después, “al llegar a cierta fase”, cuando conquistaría también el poder político con el cual iba a convertirse “a su vez, en clase dominante frente al proletariado y a los pequeños campesinos”. Engels afirma que si se comprende ese proceso “—siempre y cuando se conozca suficientemente la situación económica de la sociedad en cada época” (y explica que de esos conocimientos “carecen en absoluto nuestros historiadores profesionales”) “se explican del modo más sencillo todos los fenómenos históricos, y asimismo se explican con la mayor sencillez los conceptos y las ideas de cada período histórico, partiendo de las condiciones económicas de vida y de las relaciones sociales y políticas de ese período...”.

En el caso de la República Dominicana y del papel que jugó en ella la tiranía trujillista hay que partir de una contradicción que se daba en 1930 entre el país y el mundo capitalista del cual era formalmente parte. Esa contradicción consistía en que mientras el mundo en que nos hallábamos insertados era tan avanzado en términos de desarrollo industrial, social, que en algún punto se había pasado al socialismo trece años antes, (concretamente, en Rusia, un país de 60 millones de habitantes), para 1930 nosotros no habíamos entrado aún en la etapa del capitalismo industrial nacional, de manera que hubiera sido un contrasentido que nuestro desarrollo económico y político esperara, para iniciarse, a la formación de una burguesía dominicana que pudiera tomar el poder político a través del control de Estado después de haber acumulado “riqueza social y poder social”. En este país el proceso tenía que llevarse a cabo al revés o no se haría nunca, y al revés significaba empezar tomando el control del Estado para con el uso del poder político pasar a formar una burguesía capaz de darnos sustancia capitalista aunque para eso fuera necesario hacernos chorrear sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza. Sólo así podía resolverse la contradicción entre el país y el mundo capitalista, pero puesto que no teníamos desarrollo capitalista, y eso nos distanciaba de los centros mundiales del capitalismo y también de lugares que sin llegar a ser centros mundiales del sistema se hallaban mucho más avanzados que nosotros y en consecuencia derivaban de sus relaciones económicas con esos centros ventajas que nosotros no podíamos alcanzar, era necesario que para resolver aquella contradicción se incurriera en una de métodos.

Esa contradicción de métodos, ¿cómo podía resolverse? Empezando el desarrollo del capitalismo nacional por donde más alto había llegado el del capitalismo mundial, que era por la formación de monopolios en las principales ramas de la actividad económica. Eso lo hizo Trujillo apoyándose en el poder del Estado, y de esa monopolización se derivó el hecho de que la burguesía trujillista, la primera que llegó al gobierno del país, quedara reducida a Trujillo y sus familiares y allegados y que a pesar de su debilidad cuantitativa fuera poderosa y eficiente para alcanzar sus fines propios.

V
Cuando Trujillo empezó su carrera de creador de monopolios no lo hizo pensando que estaba resolviendo una doble contradicción cuya existencia ignoraba por completo; ni lo hacía porque creyera que con el uso de los poderes que tenía a sus órdenes en su condición de jefe del Estado iba a cumplir un papel histórico. Nada de eso. Lo hizo porque se proponía ser el dominicano más rico de todos los tiempos. Ni por esos días ni en los últimos de su vida llegó él a darse cuenta de que había pasado a ser un burgués; el más completo, en todos los órdenes, de los contados burgueses que había dado el país, y en un sentido estrictamente cualitativo, el único de ellos, puesto que ninguno antes que él había sido un capitalista que operaba en todos los campos del sistema (el terrateniente, comercial, el industrial, el financiero). Trujillo actuaba con una idea clara de lo que quería y de cómo podría conseguirlo, sin que le perturbaran en los más mínimos escrúpulos morales o de otra índole. Pero además de eso, Trujillo resumió en su persona a toda la burguesía histórica puesto que aplicó en la República Dominicana métodos de la acumulación originaria que habían puesto en práctica los conquistadores ingleses de la India doscientos años antes sin que tuviera la menor idea de que habían existido, siquiera, esos conquistadores ingleses, y aplicó métodos de acumulación capitalista que habían usado las burguesías de los Estados Unidos y de Francia en el siglo pasado, a pesar de que no estaba enterado de su existencia.

Sabemos que lo que estamos diciendo va a ser tomado por algunos autocalificados marxistas de este país como elogios a Trujillo, lo que se explica porque esos supuestos marxistas ignoran que un sistema económico-social, cualquiera que sea, se reproduce constantemente en las ideas y la manera de actuar de millones de personas que no saben por qué piensan y actúan como lo hacen, fenómeno parecido al que podemos ver repetido en los autores de varios inventos de orden práctico hechos al mismo tiempo en lugares diferentes del mundo, verbigracia, el caso del cinematógrafo, inventando en Francia por los hermanos Lumiere y en los Estados Unidos por Tomás Edison.

El propósito de establecer un monopolio surge de manera natural en la mente de cualquier hombre que a la vez que aspire a enriquecerse tenga a su disposición la suma de los poderes de un Estado, incluyendo, claro está, el mando de una fuerza militar, y que ejerza esos poderes en un territorio donde abunde un producto de uso general, como es el caso de la sal; y por tanto no debemos sorprendernos de que al disponer de fuerzas militares en la India los ingleses organizaran en aquel subcontinente el monopolio de la sal y que casi doscientos años después Trujillo hiciera lo mismo en la República Dominicana, donde además de sal marina la había también mineral o sal gema y él era el jefe del Estado y el comandante real y efectivo de la fuerza armada.

Los monopolios de Trujillo

Los monopolios trujillistas fueron creados por más de una razón. Una de ellas era la falta de conocimiento de los dominicanos en cuanto se relacionaba con las actividades económicas y otra era la incapacidad del país, dado su estado general y habitual de pobreza, para disponer de capitales de inversión. La competencia era normal en el campo del comercio, pero cuando se entraba en el de las industrias salvo las más elementales, como la fabricación de pan, fideos y jabón, que por otra parte requerían de muy poco capital y de escaso personal, en la República Dominicana no había quien conociera lo que los ingleses llaman el "know-how" indispensable para montar una industria y para administrarla.

En cuanto a la formación teórica o práctica de personal capaz de manejar un banco, para que nos hagamos cargo de la situación del país en los años de 1930 diremos que fue después de la muerte de Trujillo cuando se estableció (en 1963) el primer banco comercial dominicano, y para fundarlo sus promotores le dieron al Banco Popular de Puerto Rico el 20 por ciento de las acciones a cambio de que el banco puertorriqueño les facilitara personal que pudiera formar a los futuros ejecutivos de la empresa; y agregaremos que para que el comercio nacional aceptara sin reservas depositar su dinero en el banco que iba a fundarse, se le puso el nombre de Banco Popular Dominicano, con lo cual se conseguía dar la impresión de que se trataba de algo así como una sucursal del Banco Popular de Puerto Rico, lo que no era difícil dado que en el de Santo Domingo trabajaban varios puertorriqueños (los que se trajeron para formar el cuerpo de empleados); de manera que como puede comprender el lector, no sólo no se disponía de personal dominicano capaz de administrar un banco sino que además, todavía para 1963 los comerciantes del país rechazaban la idea de confiarle su dinero a una institución bancaria que no fuera extranjera.

En el terreno de todos los tipos de negocios, Trujillo fue un monopolista consumado no sólo porque él quería serlo o prefería serlo sino también porque el medio económico-social lo requería y porque la posesión de la suma de los poderes del Estado le proporcionaba los medios indispensables para hacer respetar sus monopolios.

¿Cuáles eran esos medios? En primer lugar, los cuerpos legisladores, o sea, el Senado y la Cámara de Diputados; con ellos a su disposición hacía pasar cuantas leyes necesitara para legalizar sus empresas monopolistas. En segundo lugar, la fuerza pública, y muy especialmente el aparato militar, que tenía la encomienda de hacer cumplir las leyes y de manera singular aquellas cuyo cumplimiento eran de interés para Trujillo, como por ejemplo, la ley que prohibía sacar sal de las salinas marinas del país, pues si esa disposición legal no se cumplía a rajatabla Trujillo no podía establecer el monopolio de la sal mediante la explotación de la única mina de piedras de sal o sal gema que había en la República Dominicana. En tercer lugar el poder judicial, que es, en el aparato del Estado, el que tiene la capacidad de decidir acerca de la aplicación de las leyes.

Antes habíamos dicho que dada la pobreza general de los dominicanos, era difícil que alguien dispusiera de capitales de inversión para establecer industrias, pero Trujillo reunió esos capitales mediante el uso de los métodos de la acumulación originaria, cosa que pudo hacer porque el Estado le había proporcionado los medios que debía usar para llevar adelante ese tipo de acumulación, y llamamos la atención del lector hacia el hecho de que en la medida en que su fortuna aumentaba gracias a la aplicación de esos métodos, aumentaba también su poder político, que estaba vinculado, especialmente en los primeros años de vida de su dictadura, a la capacidad que tuviera Trujillo para resolver problemas económicos personales de muchos dominicanos, especialmente de miembros de las capas de la pequeña burguesía que por sí mismos o por sus familiares y amigos podían ser en un momento factores de importancia en episodios políticos.

Algunos de los monopolios trujillistas se mantuvieron desde el día en que fueron organizados o pasaron a manos de Trujillo hasta el desmantelamiento de la dictadura, que fue llevado a cabo después de la muerte del dictador; así sucedió, por ejemplo, con el de la sal y el de los cigarrillos. Otros se hallaban en proceso de desarrollo y respondían a un nivel alto dentro de las actividades de gran capitalista en que Trujillo tomó parte; tal fue el caso de los ingenios de azúcar; de 14 que había en el país, él se adueñó de 10 y después estableció 2, lo que indica que al morir iba camino de convertirse en el propietario monopólico de la industria azucarera nacional.

Una contradicción

Con Trujillo vivió la República Dominicana una experiencia que debería ser analizada seriamente para sacar a la luz las enseñanzas que hay en ella. Esa experiencia se expresó en la forma siguiente: El dictador introdujo en el país el capitalismo industrial nacional (y también el financiero) y desde ese punto de vista fue el poder que impulsó la etapa más importante del desarrollo capitalista que había conocido nuestra historia, y como tal le tocó ser el más poderoso promotor del desarrollo de las fuerzas productivas que había tenido el país a partir de los tiempos en que comenzó la decadencia de nuestra industria azucarera.

Pero como para desempeñar ese papel necesitó fundar su emporio económico en la existencia de una cadena de monopolios, al mismo tiempo que impulsaba el desarrollo de las fuerzas productivas en un aspecto lo impedía en otro muy importante. Trataremos de explicar inmediatamente a qué se debía esa contradicción.

En el sistema capitalista, el combustible que hace andar el motor del desarrollo es la ambición de los aspirantes a ser ricos. Esa aspiración es el producto y a la vez el origen subjetivo del sistema, puesto que sin patronos no sería posible crear la empresa capitalista. Se acepta como un principio fundamental del marxismo que el trabajador es la más valiosa fuente de las fuerzas productivas, y sabemos que el capitalismo existe porque entre los patronos y los obreros se lleva a cabo un acuerdo mediante el cual los últimos les venden a los primeros su fuerza de trabajo; luego, hay que reconocer que sin la existencia de la burguesía no habría capitalismo, y que es ella quien organiza la producción apoyándose en que el dinero de que dispone la convierte en propietaria de los medios que se requieren para producir cualquier tipo de mercancía; y ése, precisamente, es el privilegio original del cual salen todos los demás que tiene su clase. Ahora bien, para llegar a la categoría de burgués en un país como la República Dominicana, y de manera muy especial en los tiempos de Trujillo, había que partir de un nivel dado en el orden social porque salvo en el caso de los comerciantes ricos, que eran los menos, no había posibilidad de disponer de dinero de inversión para ningún tipo de negocio industrial; y en el caso de los comerciantes, un estudio de los directorios de propaganda hechos en este siglo (la Guía de Enrique Deschamps, del año 1906; el Libro Azul, de dos puertorriqueños anónimos, 1920, y el Álbum de Oro, de los cubanos Monteagudo y Escámez, de alrededor de 1935, únicos en toda la historia del país), nos demuestra que la mayoría de los comercios que teníamos en el año 1906 habían desaparecido en el 1920 y de los que había en 1920 quedaban muy pocos cuando se publicó el Álbum de Oro quince años después.

Las fuerzas productivas de la República Dominicana eran sumamente débiles para los primeros años de la dictadura trujillista, y si Trujillo impulsó su fortalecimiento al establecer un emporio industrial que iba desde la fabricación de cemento y de harina de trigo hasta la creación de una línea aérea internacional, lo hizo porque monopolizó todos los negocios en que intervenía, y con su cadena de monopolios impidió el desarrollo de la burguesía nacional, lo que fue una manera de obstaculizar el desarrollo de las fuerzas productivas del país.

VI
Las revoluciones verdaderas, auténticas, estallan cuando la violencia concentrada de la sociedad impide el desarrollo de las fuerzas productivas. Si el estallido se produce en el momento histórico en que hay que barrer un sistema económico y social que se ha sobrevivido a sí mismo, o sea, que ha durado más allá de lo que le correspondía al tipo de fuerzas productivas que estaban en la base de su existencia, la revolución se presenta con un poder demoledor de todo lo viejo al que nada ni nadie puede resistir, pero al mismo tiempo aparece con un impulso creador de la nueva sociedad que la hace invencible no importa cuánta sea la capacidad de violencia que puedan poner en acción sus enemigos. Eso es lo que explica que la Revolución Francesa, a la que Engels llamaba la Gran Revolución, pudiera enfrentarse a la coalición de todos los poderes europeos, incluyendo entre ellos a Inglaterra, que no era un Estado feudal ni cosa parecida, y que por el hecho de ser el país económica y políticamente más avanzado de los pocos capitalistas que había a fines del siglo XVIII, debió haber sido el aliado de la Francia revolucionaria y no el más ardiente de sus enemigos. La Francia de la Gran Revolución les respondió a esos enemigos con las armas de la guerra y se hizo respetar de todos ellos.

La de Francia fue la revolución burguesa, la de las fuerzas productivas del capitalismo que no podían desarrollarse en todas sus posibilidades porque el poder político seguía estando en manos de la nobleza feudal a través de los reyes absolutos, y como tal revolución burguesa, aparece en la historia como el modelo de todas las que hizo la burguesía. Pero es un modelo si la vemos desde el punto de vista cualitativo, porque a la hora de medir la cantidad de poder destructor y al mismo tiempo de poder creador que ella generó, esa revolución sólo puede ser igualada por la Rusa, que no fue burguesa sino proletaria. Hay muchas formas de manifestación de la revolución burguesa. La de los Estados Unidos se hizo en dos etapas, la primera de ellas en el siglo XVIII y con carácter de guerra de independencia; la segunda, con el de una guerra civil llevada a cabo en la segunda mitad del siglo XIX entre los estados industriales del Norte y los estados algodoneros del Sur.

La revolución burguesa de España tuvo numerosos episodios, la mayor parte de ellos en el siglo pasado y otra parte en este siglo XX, pero su culminación tuvo lugar bajo el aspecto de un levantamiento fascista que comenzó en el año 1936 y se prolongó en la larga dictadura de Francisco Franco, que vino a terminar con la muerte del dictador en noviembre de 1975.

En países como los de la América Latina, donde no se conoció el feudalismo y por tanto la burguesía no podía formarse, como sucedió en Europa, en el seno de ese sistema económico-social, la revolución burguesa tomó las formas más inesperadas y en algunos casos todavía hoy se halla en proceso de desarrollo como podemos verlo en los ejemplos de Haití, Guatemala, El Salvador y otros.

De La Trinitaria a la Restauración

En el caso de la República Dominicana, la pequeña burguesía trinitaria se organizó con el fin de establecer aquí un Estado burgués, pero esa tarea requería como paso previo indispensable la independencia del país, y la conquista de la independencia significaba a su vez un levantamiento armado contra las autoridades militares y civiles haitianas; en suma, que el establecimiento del Estado burgués tenía que ser necesariamente el resultado de una guerra de independencia, algo similar, aunque en una medida mucho más pequeña, a lo que habían hecho las colonias inglesas de América del Norte; esto es, una revolución burguesa bajo la forma de una lucha independentista.

La lucha se llevó a cabo y nació la República Dominicana, pero el pueblo no pudo organizarse políticamente como sociedad burguesa. ¿Por qué? Porque no tenía en su seno una burguesía. La Revolución Francesa fue hecha por una burguesía que venía desarrollándose dentro de la sociedad feudal desde hacía por lo menos cuatro siglos; la guerra de independencia de las colonias inglesas de Norteamérica fue iniciada por burgueses y oligarcas esclavistas cuyos antepasados procedían de Inglaterra de donde habían salido para fundar una sociedad capitalista en el Nuevo Mundo; la revolución burguesa cubana fue iniciada en 1868 con la declaración de libertad de sus esclavos, medida con la cual afirmaron, actuando, su posición ideológica burguesa. Pero en la República Dominicana no teníamos burgueses sino una pequeña burguesía en la que se mezclaban por lo menos tres capas, la alta representada por Juan Pablo Duarte, la mediana representada por Pedro Alejandro Pina y la baja representada por Francisco del Rosario Sánchez; y una pequeña burguesía no podía hacer la revolución burguesa así como un niño de diez años no puede desempeñar el papel de un hombre adulto.

El segundo episodio de la revolución burguesa dominicana fue el levantamiento de Santiago que tuvo lugar el 7 de julio de 1857, cuya justificación política se hizo en un manifiesto de corte claramente burgués, en el cual se afirmaba que el segundo gobierno de Báez había sido el peor del país ya que además de haber hecho todo lo malo que habían hecho los anteriores “quitaba al pueblo el fruto de su sudor, porque en plena tranquilidad pública, mientras el aumento del trabajo del pueblo hacía rebosar las arcas nacionales de oro y plata, mientras disminuidos los gastos públicos, no por disposiciones del gobierno, sino por circunstancias imprevistas... había dado en emitir más papel moneda, y no sólo en emitirlo, sino que no satisfecho con sustraer por ese medio, e indirectamente, parte de la riqueza pública, había sustraído directamente, y en gran cantidad, el resto del haber del pueblo” (Siempre que usaron la palabra pueblo, los organizadores de ese movimiento revolucionario querían decir comerciantes, o sea, se referían a ellos mismos, altos y medianos pequeños burgueses del sector mercantil).

El intento de revolución burguesa de 1857 acabó en un fracaso cuando, incapacitados para derrotar a Báez, que usó contra ella a las capas más bajas de la pequeña burguesía, sus jefes se vieron obligados a reproducir la alianza de los trinitarios y los hateros que había hecho Duarte en 1843. En virtud de esa alianza, retornó al país Pedro Santana, que se hallaba exiliado en Saint Thomas, recibió el mando de las fuerzas revolucionarias, tomó la Capital y se quedó con el poder. Como saben todos los dominicanos que han estudiado la historia del país, el resultado de la vuelta de Santana a la jefatura del Estado fue la entrega de éste a España en el penoso episodio histórico llamado la Anexión.

El movimiento de 1857 fracasó porque era una revolución burguesa iniciada y llevada adelante por la pequeña burguesía comercial del Cibao, de manera que en cierto sentido fue una repetición del fracaso de los trinitarios originado en causas semejantes.

El tercer intento de hacer una revolución burguesa en nuestro país se llevó a cabo al mismo tiempo que se llevaba a cabo la guerra de la Restauración. El nombre de esa guerra nos indica que lo que se perseguía con ella era restaurar el Estado burgués llamado República Dominicana, pero además, en todos los documentos redactados por los líderes políticos que iniciaron y sostuvieron la lucha contra el poder español resplandece la ideología burguesa de sus autores, pequeños burgueses con mayor base doctrinaria que los que formaron la Trinitaria, salvo quizá Juan Pablo Duarte, pero en fin de cuentas pequeños burgueses que pensaban como burgueses y sin embargo no podían actuar como tales.

Hubo un cuarto intento de hacer una revolución burguesa dominicana; un intento que comenzó con la muerte de Ulises Heureaux y terminó con la de Ramón Cáceres. Si vemos la historia de manera superficial nos parecerá que lo que acabamos de decir no tiene sentido, ¿pues cómo se explica que un propósito semejante se mantuviera tanto tiempo, desde mediados de 1899 hasta fines de 1911? Pero es el caso que se mantuvo porque aunque fueran personalistas a tal punto que tenían los nombres de sus caudillos (horacistas y jimenistas), los dos partidos políticos que se disputaban a tiros el poder en todos esos años eran ideológicamente burgueses, y en el caso de los jimenistas o bolos, su fundador, Juan Isidro Jiménes, era un típico comerciante burgués, el único que tuvimos en todo el siglo XIX y los primeros años del XX. Estúdiense las medidas de gobierno de Ramón Cáceres y se verá que todas ellas se dirigían, en un grado que no se había conocido antes, a organizar el país como un Estado burgués.

Naturalmente, Cáceres tenía que fracasar, y pagó ese fracaso con su vida, porque a pesar de que intentó hacerlo, no pudo echar las bases materiales indispensables para la existencia de un Estado burgués, tarea que llevaría a cabo el gobierno de la ocupación militar norteamericana de 1916 como explicamos al comenzar esta serie de artículos.

El último intento sería el de la Revolución de Abril, y ése fue el que estuvo más cerca de ser una revolución burguesa; primero, porque ya existían las bases materiales de un Estado burgués, más firmes que las que habían dejado los ocupantes militares de 1916-1924 puesto que Trujillo las había ampliado cuantitativa y también cualitativamente; y segundo, porque en esa ocasión se produjo un estallido de las fuerzas productivas nacionales cuyo desarrollo había sido obstaculizado por la tiranía, que no toleraba la formación de burgueses dado que eso ponía en peligro el aspecto monopolista del capitalismo trujillista.

Trujillo fue a la vez el jefe militar, económico y político del país; cada una de esas tres jefaturas fortalecía a las otras dos, pero las tres se debilitarían si se debilitaba una de ellas. Así lo entendía Trujillo, y de ahí el control de acero que mantenía sobre las fuerzas armadas, sobre la economía del país, que manejaba a través de los monopolios y a través de las instituciones del Estado, que era en última instancia el poder decisivo en todos los aspectos de la vida nacional.

Los aspirantes a burgueses que no pudieron satisfacer sus aspiraciones bajo el régimen trujillista creían en la democracia representativa, que, aunque para ellos no tuviera reacción con el sistema capitalista, era y es la proyección política de ese sistema; pero sus ilusiones quedaron destruidas con el golpe de Estado de 1963. Así pues ese golpe pasó a ser, subjetivamente, un elemento obstaculizador del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas; de ahí que con él se provocara el último y a la vez el más fuerte intento de revolución burguesa conocido en la historia de nuestro país.

El próximo intento será el primero de la revolución proletaria dominicana.

Imprenta Mercedes, 1981, segunda edición.
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Capítulo Oculto del Golpe de Estado/Juan Bosch
(Publicado en Política: teoría y acción, en septiembre de 1983)

La Historia Secreta del Golpe de Estado de 1963 es un conjunto de tres discursos que el profesor Bosch dijo a través de Tribuna Democrática los días 25, 26 y 28 de septiembre de 1970, al cumplirse siete años del golpe militar que derrocó el gobierno que él presidía, y se publica ahora en POLITICA: Teoría y Acción porque en los trece años que han pasado desde entonces han entrado en la mayoría de edad muchos dominicanos, por lo menos, unos 750 mil, que no conocieron esa historia cuando fue dicha y publicada en varios periódicos hace ahora trece años. Al ponerla a disposición de esta revista para que la publicara en ocasión del cumplimiento de los veinte años del golpe de 1963, el profesor Bosch le hizo algunas pequeñas correcciones pero ninguna de ellas en la descripción de los hechos y sus causas sino sólo en consideraciones políticas sobre la parte que jugó en esos acontecimientos el presidente Kennedy.

Queremos llamar la atención de los lectores sobre un aspecto de ese trabajo que consideramos muy importante, y es que en él se dijo por primera vez que el golpe de Estado de 1963 fue ordenado por la Misión Militar norteamericana, y se dan los datos comprobatorios de esa afirmación, y sin embargo, todavía hoy, a veinte años de aquel día, los políticos dominicanos, y especialmente los del PRD, se refieren a ese episodio de nuestra historia achacándoles la decisión de dar el golpe a los jefes militares dominicanos.

Hay muchos dominicanos, y yo diría que una mayoría de dominicanos, que han estado creyendo durante siete años que los autores del golpe de 1963 fueron los militares que firmaron el documento mediante el cual se declaró derrocado el gobierno que el pueblo había elegido nueve meses y cinco días antes. Pero sucede que muchos de esos militares no tuvieron nada que ver con el golpe. Sus firmas aparecen en la proclama porque estaban en el Palacio Nacional la noche del 25 de septiembre, no porque tomaran parte en los acontecimientos. Es más, algunos llegaron al Palacio sin saber qué era lo que estaba sucediendo allí, cosa, por ejemplo, que le pasó al general Belisario Peguero; otros firmaron la proclama mientras decían que ese golpe era un error que iba a costarle muy caro al país, y tal fue el caso del general Renato Hungría; otros la firmaron porque creyeron que si no lo hacían perderían sus rayas y hasta sus uniformes.

El ex-general Elías Wessin-Wessin declaró hace algún tiempo, mientras se hallaba en los Estados Unidos, que fue él quien derrocó al gobierno constitucional de 1963, y que si tuviera que hacerlo otra vez lo haría de nuevo; pero el ex-general no fue ni el autor ni el jefe del golpe. A él lo llevó al Palacio Nacional el ex-general Atila Luna, a las tres de la mañana, cuando ya la suerte de la República había sido resuelta por otros, y lo mismo que hicieron otros, puso su firma en la proclama sin llegar a darse cuenta de lo que iba a significar la noche del 25 de septiembre en la historia dominicana. Al hacer esas declaraciones que hizo, el ex-general Wessin y Wessin estaba ganando indulgencias con camándula ajena, si bien esas indulgencias no lo eran, y más bien eran todo lo contrario.

Una Historia Desconocida

La historia desconocida del golpe va a ser contada ahora, al cabo de siete años, porque hizo falta todo ese tiempo para que yo fuera reuniendo los detalles, algunos de los cuales estaban guardados en el mayor secreto, como si fueran oro en polvo. Pero en esa historia no voy a referirme a los antecedentes políticos, que reservo para otra ocasión; voy a hablar de los hechos, tal y como éstos se produjeron.

A mediados del año 1963 recibí una llamada telefónica de Juan M. Díaz, un dominicano que vive en New York desde hace por lo menos treinta y cinco años; me dijo que quería verme y llevarme una persona y que se trataba de algo urgente. Le respondí que fuera a mi casa a medio día, y cuando fue me presentó a su amigo: era el ex-general haitiano León Cantave, un hombre alto, claro para ser haitiano, de pelo blanco, que había sido jefe del ejército de Haití en los primeros años del régimen de Duvalier. Díaz y Cantave iban a pedirme que les facilitara medios, armas y una base en territorio dominicano para preparar una expedición contra el gobierno de Duvalier.

Antes que ellos, otros haitianos me habían pedido lo mismo, y entre ésos recuerdo al padre Jacinto, a Pierre Rigaud, a Louis Dejoie; a todos los cuales les había respondido lo mismo que les dije ese día a Juan M. Díaz y al ex-general Cantave: que el gobierno que yo presidía no podía intervenir en los asuntos de otro país porque el día que lo hiciera no tendría autoridad moral para impedir que otro gobierno interviniera en los asuntos dominicanos. "Nosotros", les dije, "estuvimos preparados en el mes de abril para actuar contra Duvalier porque éste invadió con su policía la Embajada dominicana en Haití, y eso se considera en todas partes del mundo como una agresión contra la soberanía del Estado al cual pertenece la Embajada; pero no podemos entrar en actividades ocultas y conspirativas contra Duvalier, porque eso sería intervenir en los asuntos políticos de los haitianos y además es contrario a los principios de un gobierno democrático, pues en el régimen democrático no se hacen ni deben hacerse cosas ocultas.

En el sistema democrático, el pueblo debe estar enterado de lo que haga su gobierno". Debo decir que me sorprendió la rapidez con que Juan M. Díaz y Cantave aceptaron lo que les decía. De hecho, no trataron de convencerme de que debía complacerlos, y se fueron, y yo me quedé pensando en lo rara que parecía su actitud, porque viajar desde New York hasta Santo Domingo para plantear un asunto tan importante e irse sin hacer esfuerzos para conseguir lo que habían venido a buscar era algo que no me parecía normal. Pero como ustedes verán, lo que pasaba era que esa visita tenía un propósito secreto, pues al ex-general Cantave no le hacía falta que yo le dijera que sí ni le importaba que le dijera que no. Por detrás de él había una fuerza poderosa, mucho más poderosa que la del presidente de la República Dominicana. Lo único que necesitaba esa fuerza era usar la visita del ex-general Cantave a mi casa, sin importarle lo que yo le hubiera dicho. Y así fue.

A principios de julio recibí una nota de un haitiano en la que me decía que deseaba verme para explicarme por qué había abandonado el campamento de Sierra Prieta. Me quedé sorprendido al leer la nota, porque no tenía la menor idea de que había un campamento de haitianos en Sierra Prieta, que como ustedes saben está cerca de Villa Mella, y por lo tanto cerca de la Capital. Le mandé decir al haitiano que fuera a verme en la noche, y al hablar con él me enteré de que allí, en Sierra Prieta, había unos 70 u 80 haitianos haciendo ejercicios militares y prácticas de tiro bajo el mando del ex-general Leon Cantave y de algunos ex-oficiales haitianos; y me enteré de algo asombroso, increíble: que eso estaba haciéndose con el conocimiento del ministro de las Fuerzas Armadas dominicanas, el general Elby Viñas Román.

Esa misma noche hice citar a los generales Viñas Román y Renato Hungría. Este último era jefe de Estado Mayor del Ejército. Cuando les pregunté si era verdad que en Sierra Prieta había haitianos haciendo entrenamiento militar, el general Viñas Román contestó que sí, y al preguntar yo que quién había autorizado eso me respondió que él había dado las órdenes porque el ex-general Cantave le había dicho que yo había aprobado esa medida, pero que si yo no estaba de acuerdo con lo que estaba haciéndose daría inmediatamente las órdenes para que los haitianos abandonaran el lugar.

"Claro, general", le dije. "Yo no puedo aprobar nada parecido a eso, y en lo sucesivo, antes de lanzarse a tomar decisiones de naturaleza política, espere órdenes mías y no se atenga a lo que le diga en nombre mío cualquier persona, y mucho menos un extranjero". El general Viñas Román dijo que así lo haría y nunca más volví a oír noticias de haitianos que se entrenaban en nuestro país. Pero ahora, al cabo del tiempo, después de haber hecho las debidas averiguaciones, estoy en condiciones de decir que una semana después del día en que el general Viñas Román me dijo que no volvería a actuar como lo había hecho, el ex-general Cantave estaba de nuevo en Sierra Prieta, entrenando haitianos, entre los cuales había una mayoría de cortadores de caña de los ingenios y algunos soldados de Duvalier que habían cruzado la frontera huyendo del dictador de Haití.

Entre esos supuestos desertores había espías de Duvalier. Por medio de esos espías, Duvalier se hallaba enterado al día de lo que estaba pasando en Sierra Prieta, a pocos kilómetros de la Capital dominicana. Lo que sabía Duvalier en Puerto Príncipe lo sabían aquí los agregados militares de los Estados Unidos, y lo sabía el embajador norteamericano John Bartlow Martin, que después de la intervención de su país en el nuestro escribió un libro enorme lleno de mentiras destinadas a ocultar su papel en esos hechos; pero no lo sabía el presidente de la República Dominicana. Esa vez no apareció un haitiano que me informara de lo que estaba sucediendo, porque los responsables del engaño habían tomado todas las medidas para que yo no supiera la verdad.

Las Guerrillas de Cantave

Como una prueba de carácter político, no documental, de que el plan estaba dirigido desde Washington, voy a dar estos datos: En la noche del 2 de agosto, Cantave y los haitianos que estaban entrenándose en Sierra Prieta fueron embarcados en camiones que tomaron el camino de Dajabón, adonde llegaron temprano el día 3; y ese día 3 los Estados Unidos anunciaron oficialmente que cerraban la misión de la AID en Haití. Esta medida tenía como finalidad hacerles saber a los antiduvalieristas de Haití que los Estados Unidos rompían totalmente con Duvalier, y que por tanto el ataque que iban a llevar a cabo inmediatamente Cantave y sus hombres contra el gobierno de Duvalier tenía el apoyo norteamericano. Los hombres de Cantave fueron llevados hasta la bahía de Manzanillo, en el lugar donde desemboca el río Masacre. Iban con uniformes y zapatos nuevos y con las armas que se les habían cogido en junio de 1959 a los expedicionarios que habían venido de Cuba por Constanza, Estero Hondo y Maimón, con el propósito de derrocar a Trujillo.

Al amanecer del 5 de agosto, los haitianos penetraron en su país a través de unas siembras de cabuya propiedad de una firma norteamericana, llamada Plantación Delfín, donde les tenían preparados camiones y “yipis”. La prensa de los Estados Unidos comenzó a publicar noticias en las que se decía que en el norte de Haití había sublevaciones contra el gobierno de Duvalier y que desde cierto lugar del Caribe habían llegado varias expediciones. Sinceramente les digo que yo no podía sospechar que ese ataque había salido de la República Dominicana. Es más, el Embajador Martin estuvo a verme —recuerdo que era de noche— y cuando le pregunté de dónde creía él que habían salido las fuerzas que estaban atacando Haití me respondió que creía que de Venezuela, a lo que yo le respondí con una pregunta, que fue ésta: "¿Es que en la Florida hay algún lugar que se llame Venezuela?". La Florida, como ustedes saben, es territorio norteamericano, un estado de los Estados Unidos, que es lo mismo que si dijéramos una provincia.

El embajador Martin era —y debe seguir siéndolo— un hombre sin sentido del humor, y sin embargo al oírme se echó a reír. Ahora, cuando sé la verdad, me doy cuenta de que se reía porque le resultaba gracioso engañar al presidente del país ante el cual él representaba al presidente del suyo. Sólo que John Bartlow Martin, como les sucede a tantos en el mundo, no alcanzaba a darse cuenta de que a menudo el que cree que engaña a los demás está engañándose a sí mismo, y que en una actividad tan complicada como es la política, por el camino del engaño se llega indefectiblemente a la tragedia, como iba a suceder en la República Dominicana, para desgracia de John Bartlow Martin y de su país.

El día 16 de agosto se cumplían cien años de haber comenzado la guerra de la Restauración. Esa guerra, llevada a cabo contra España, es un acontecimiento histórico de gran importancia para nuestro pueblo, y aunque nosotros no estábamos en condiciones de hacer grandes fiestas, porque la situación del país no permitía que hiciéramos gastos, el gobierno quiso darle a ese día la categoría que merecía, y entre los actos destinados a conmemorar el primer siglo del comienzo de la guerra se hallaba la inauguración de una escuela en Capotillo. Fue en ese punto, llamado en aquella época Capotillo Español, donde comenzó la lucha cien años antes, bajo la jefatura de Santiago Rodríguez. Verdaderamente, era una pena para el país que a los cien años del histórico 16 de agosto de 1863 los niños del lugar donde había empezado la guerra de la Restauración no tuvieran escuela. Pero ese día se inauguró una, con la presencia del presidente de la República y el ministro de Educación, Buenaventura Sánchez, así como de otras autoridades.

Lo más lejos que yo tenía en ese momento era que la gente de León Cantave, que había sido derrotada por las fuerzas de Duvalier hacía menos de diez días, había cruzado la frontera muy cerca de ese punto y estaba operando en territorio de Haití. Efectivamente, al ser derrotado Cantave volvió a nuestro país y se acantonó en Don Miguel, a la vista de la frontera haitiana; allí estableció su campamento en una finca que tenía siembra de tabaco. Yo noté en esa ocasión un exceso de militares y cuando pregunté a qué se debía se me explicó que estaban tomándose precauciones porque se habían recibido noticias de que había un complot para matarme. No había tal complot. Lo que sucedía era que al atardecer del día anterior, 15 de agosto, un grupo de la gente de Cantave había cruzado la frontera y se había internado en Haití, en dirección hacia un lugar llamado Mount-Organisé, y los militares, que no me habían informado de nada, tenían temor de que pudiera pasar algo que sacara a la luz el plan, razón por la cual no querían que estuviera en Capotillo más tiempo del necesario. Hay que darse cuenta de que todo lo que estaba haciéndose se hallaba dirigido por extranjeros; que unos cuantos señores extranjeros planeaban lo que los soldados dominicanos debían hacer, y que éstos lo hacían sin el conocimiento del presidente de la República; y en cambio, Duvalier estaba al tanto de los menores detalles de esos movimientos y creía, con razón, que era yo quien daba las órdenes. Duvalier conocía los planes tan detalladamente que en la noche anterior cambió la tropa que tenía en Mount-Organisé, porque tenía el temor de que entre esa tropa hubiera gente combinada con Cantave.

Los hombres de Cantave fueron derrotados fácilmente y volvieron a territorio dominicano; esa vez entraron por la Trinitaria. Ese 15 de agosto, una organización internacional de abogados que estaba establecida en Suiza, es decir, a miles de kilómetros de la República Dominicana y de Haití, hizo unas declaraciones muy fuertes contra Duvalier que fueron publicadas ese mismo día en varios países de América, transmitidas por agencias norteamericanas de noticias. En esas declaraciones se explicaba que Duvalier era un tirano, que se mantenía en el poder gracias a su organización de asesinos llamada Tonton-macutés; que en Haití no había la menor libertad ni para las personas ni para las organizaciones. Todo eso era verdad, pero cuatro años después vino a saberse que esa organización internacional de abogados recibía dinero de los servicios secretos de los Estados Unidos; de manera que la publicación de ese documento, justamente el día en que fue lanzado el segundo ataque de las gentes de Cantave contra Duvalier, es otra prueba indirecta de quienes eran los que estaban dirigiendo las operaciones de Cantave en territorio dominicano.

Unos días después del 15 de agosto, Cantave envió otro grupo a Haití. Ese grupo llegó a Ferrier, muy cerca de la frontera, mató al síndico y volvió a su campamento en nuestro país. Mientras tanto, desde varios lugares del Caribe llegaban a Santo Domingo exiliados haitianos que iban a reunirse con Cantave. En total, el ex-general haitiano llegó a reunir, entre el 20 y el 25 de agosto, 210 hombres.

En la noche del 26 de este mes un avión pesado de transporte dejó caer cerca de Dajabón una importante cantidad de armas, entre las cuales había morteros, bazucas, ametralladoras calibre 30, rifles M-1, que eran entonces los mejores que tenía el ejército norteamericano, y ametralladoras de mano M-3. El avión que trajo esas armas a nuestro país venía del campamento Ramey, en Puerto Rico, una de las grandes bases militares de los Estados Unidos en el Caribe. Mientras tanto, los agentes políticos que trabajaban con el embajador John Bartlow Martin, organizaban la acción política que debía debilitar al gobierno dominicano, tales como aquellas conocidas manifestaciones cristianas, y el propio embajador, queriendo meterme en una trampa, me propuso el 16 de agosto, en Santiago, que procediera sin pérdida de tiempo a cambiar de política; que expulsara a los comunistas y usara mano dura con los trujillistas. Cuando me habló así le miré de tal manera que él comprendió que había metido la pata y comenzó a pedirme excusas y a explicar que él no quería darme órdenes, que sólo estaba dándome consejos como amigo, no como embajador. Yo me levanté sin responderle y me fui a atender a unos amigos que habían llegado a saludarme.

Ese mismo día se celebraron varias concentraciones “dizque” cristianas en diferentes lugares del país y el cónsul norteamericano en Santiago, a quien la gente le llamaba don Pancho, llegó a la casa de Antonio Guzmán, donde me hospedaba, y protestó en alta voz ante el embajador, el Nuncio Clarizio y otras personalidades por la forma excesivamente violenta en que se atacaba al gobierno en esos mítines. El cónsul don Pancho fue sacado del país al reventar la revolución de 1965, y por la forma en que actuó el 16 de agosto de 1963 y por esa sacada del país en 1965 se ve que no estaba de acuerdo con los planes de sus jefes o que no se le habían comunicado esos planes.

Hablo de estas cosas no por el gusto de recordar asuntos desagradables, porque los políticos que viven pensando en lo que pasó y no en lo que está pasando o va a pasar se vuelven resentidos, y los resentidos no están en capacidad de dirigir a nadie. Estoy haciendo la historia secreta del golpe de Estado de 1963 para que el pueblo conozca los hechos y pueda hacer juicios correctos, y sobre todo para que los jóvenes dominicanos que están entrando o van a entrar en la vida política queden enterados de todo lo que puede suceder en un país como el nuestro, donde un poder extranjero está en capacidad de tomar decisiones que comprometen la vida misma del gobierno dominicano, en lo nacional y en lo internacional, sin que nadie en el gobierno se entere de lo que está pasando. En toda esta historia, que duró tres meses, no hubo una persona, campesino, obrero, empleado público, dirigente del PRD o de otro partido, que se me acercara a darme una información sobre los movimientos de Cantave; nadie, excepto el haitiano que me contó a principios de julio que él había salido del campamento de Sierra Prieta. Es más, preocupado, por las acusaciones de Duvalier, llamé a algunos militares y les pedí que vigilaran a los hombres de Duvalier; que metieran en Haití gente práctica en los sitios fronterizos para que observaran si Duvalier hacía movimientos de tropas.

La OEA celebraba reuniones y mandaba comisiones que se veían conmigo, y yo hablaba con los comisionados en la forma más inocente, sin tener la menor idea de que cualquiera cosa que dijera podía tomarse como una referencia a las fuerzas de Cantave, que seguían acantonadas en territorio dominicano, cuando lo cierto era que yo ignoraba de manera absoluta que Cantave y sus 210 hombres tenían una base en nuestro país.

El Derrocamiento

Debo decir con toda franqueza que no creo que las dos cosas —los ataques contra Haití y las concentraciones cristianas— fueron planeadas con el fin de tumbar al gobierno constitucional. Al repasar los hechos de aquellos días con los informes que tengo ahora llego a la conclusión de que la utilización del territorio dominicano para tratar de derrocar a Duvalier comenzó como un plan aislado cuyo único propósito era acabar con el régimen de Duvalier, que había sacado de Haití a la misión militar norteamericana, cosa que los yanquis no podían tolerar.

Los Estados Unidos tenían desde hacía 30 años el compromiso internacional, establecido en tratados aprobados por su gobierno y por su Senado, de no intervenir en los asuntos políticos de otros países de América; pero desde 1954 habían hallado la manera de violar esos tratados organizando expediciones secretas, como fue la de Castillo Armas, que derrocó el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, y la de Bahía de Cochinos, llamada a tumbar el de Fidel Castro en Cuba en abril de 1961. Pero la expedición de Castillo Armas fue organizada en Nicaragua y Honduras con el conocimiento y la ayuda de los gobiernos de Nicaragua y Honduras, y la de Bahía de Cochinos se organizó en Guatemala y en Nicaragua también con el conocimiento y la ayuda de los gobiernos de Guatemala y Nicaragua; y en el caso de la de Cantave no se podía contar con la ayuda del gobierno constitucional dominicano porque ese gobierno respetaba sus compromisos y sus principios, y esos compromisos y esos principios estaban regulados precisamente por tratados internacionales iguales a los que habían firmado los norteamericanos, en virtud de los cuales nuestro país no podía intervenir en la vida política de otro.

Los que decidían la política latinoamericana de los Estados Unidos comprendieron rápidamente que el gobierno que yo presidía no se prestaría a hacer el papel que habían hecho los de Honduras y Nicaragua en 1954 y los de Guatemala y Nicaragua en 1961; por eso organizaron ocultamente el campamento de Cantave en Sierra Prieta, y volvieron a organizarlo más ocultamente todavía después que yo di órdenes, a mediados de julio, de que fuera disuelto; y por eso mantuvieron en secreto todas las actividades de Cantave y de sus hombres en territorio dominicano, desde julio hasta que el gobierno fue derrocado el 25 de septiembre.

Mi impresión es que la organización de las fuerzas políticas opuestas al gobierno fue una consecuencia de los fracasos de la acción militar de Cantave, y que en ningún momento se pensó usarlas para derrocar al gobierno. A mi juicio, lo que se perseguía era colocar al gobierno en posición de debilidad, de tal modo que si yo descubría la verdad sobre Cantave y sus hombres no pudiera tomar ninguna medida contra los que estaban en ese juego sucio. Lo que el embajador John Bartlow Martin llamaba consejos de amigo era parte del plan para debilitar políticamente al gobierno. Ahora bien, los acontecimientos se presentaron de tal manera que al final hubo que derrocar al gobierno para evitar que el presidente Kennedy quedara desacreditado ante todos los jefes de Estado del mundo por lo que su gobierno estaba haciendo en la República Dominicana, pues hasta ese momento nunca se había hecho nada semejante a lo que estoy contando.

Las Guerrillas y el Embajador Martín

Martin es un típico oportunista. Sin tener la menor experiencia ni la menor capacidad para el cargo, logró su nombramiento de embajador en Santo Domingo a través de Adlai Stevenson, hombre muy débil, a quien Kennedy llamaba "mi mentiroso oficial", porque era a él a quien se le encargaba decir en las Naciones Unidas las mentiras que tenía que decir para defender el gobierno de su país. Stevenson fue el "mentiroso oficial" no sólo de Kennedy, sino también del sucesor de Kennedy, el señor “Trujijohnson”. A Martin todo lo que se refería a Haití le quitaba el sueño. Una vez, estando yo en mi oficina del Palacio con el ministro de Relaciones Exteriores, señor Ernesto Freites, Martin entró allí pálido como un papel, cayéndose como si estuviera borracho y gritando como un loco. Yo le miré fijamente y le dije estas palabras: "Embajador, usted olvida que está hablando con el presidente de la República". Martin volvió en sí, se puso a secarse un sudor que empezó a salirle de pronto por la cara y pidió perdón. Lo que lo había vuelto loco, según dijo, eran los problemas con Haití.

Pero en el mes de agosto estaba otra vez loco con los problemas de Haití, pues una tarde se presentó en mi casa a decirme que tenía buenas noticias para mí; que Duvalier saldría de Haití dentro de pocas horas; que ya había un avión esperándolo en el aeropuerto de Puerto Príncipe y que había pedido autorización para hacer un aterrizaje en New York, de donde seguiría hacia Francia y de ahí a Argelia. A las ocho de la noche me llamó para pedirme una entrevista urgente; fue a casa y lo que hizo fue repetir lo que había dicho en la tarde. En esa ocasión le dije que a mi juicio Duvalier estaba engañando a todo el mundo y que sólo debía creerse esa patraña cuando efectivamente llegara a Francia. Martin se fue, y oigan esto: a las 12 de la noche llamó para confirmarme lo que me había dicho ya dos veces, y lo que es más asombroso, volvió a llamarme a las 2 y 30 de la mañana para reconfirmarlo, lo que indica que el problema lo tenía fuera de sí debido a que la conciencia le reprochaba algo; y por último, el colmo de los colmos, se presentó en mi casa, manejando él mismo un “yipi”, a las cuatro y media de la mañana, para decirme que Duvalier saldría de Puerto Príncipe media hora después, a las cinco. El embajador podía quedarse despierto la noche entera excitado con una noticia que no tenía el menor fundamento, porque al día siguiente disponía de todo el tiempo para dormir a pierna suelta; pero yo, que tenía que trabajar como un mulo, y que desde el principio estaba convencido de que la noticia era absurda, no disponía del día para dormir.

Sin embargo, en la cabeza del embajador no entraban esas ideas, porque él actuaba, sin darse cuenta, a impulsos de su alma atormentada por el papel bastante turbio que estaba jugando. Es el caso que el embajador Martin creía que la presencia de Cantave y de sus hombres en territorio dominicano, hecho que él conocía muy bien y del cual nunca me habló, ni directa ni indirectamente, había provocado una crisis en el régimen de Duvalier, y que éste, debido a esa crisis, iba a huir de Haití. Yo no disponía de tantos elementos de juicio como Martin, porque no tenía la menor idea de que Cantave y su gente estuvieran en Santo Domingo, y mucho menos en la frontera haitiana; pero estaba seguro de que las noticias del embajador carecían de fundamento y de que Duvalier seguiría en Haití hasta el día de su muerte. Pero el embajador, que para tranquilizar su alma necesitaba que Duvalier desapareciera antes de que su juego quedara al descubierto, veía ya sus deseos convertidos en realidad, fenómeno sicológico frecuente en las personas de mentes débiles, y a veces caía en sospechas porque pensaba que yo sabía lo que él estaba haciendo, y entonces escribía en sus notas, según dice él mismo, que yo le pedía a Kennedy que nombrara otro representante en su lugar.

La alegría del embajador debida a la idea de que Duvalier iba a desaparecer y el miedo de que yo pidiera su salida del país tenían un mismo origen; y sucedía que ni la alegría ni el miedo estaban fundamentados en la realidad; pues ni Duvalier desaparecería ni yo pensaba pedirle a Kennedy que me enviara otro embajador, simplemente porque no tenía la menor noticia de cuáles eran sus actividades secretas en relación con Haití, o lo que es lo mismo, en la política internacional dominicana. Así iban pasando los días, hasta que llegó el mes de septiembre, y con él el día 22, fecha en la cual los jefes norteamericanos de la operación Cantave lanzaron al ex-general haitiano por última vez a través de la frontera. Volviendo al golpe del 25 de septiembre de 1963 diré que al cabo de mucho tiempo de investigar, de buscar la causa secreta de ese hecho, estoy en condiciones de decir que durante los meses de agosto y septiembre de aquel año el general Viñas Román viajó varias veces a Dajabón sin informarme adónde iba y a qué iba, y que fue él quien le transmitió a Cantave la orden, que a su vez habían dado los miembros de la misión militar norteamericana en el país, de que el próximo ataque a Haití debía ser por Juana Méndez y que la fecha de ese ataque debía ser el 22 de septiembre.

Juana Méndez queda frente a Dajabón y tan cerca de esta ciudad dominicana que necesariamente el ataque a una provocaría pánico en la otra. De acuerdo con mis noticias, Cantave se oponía al ataque a Juana Méndez, pero se le hizo saber que si no se producía ese ataque en la fecha señalada, su campamento sería destruido. En ese campamento había haitianos que habían llegado de New York, enviados por organizaciones que recibían fondos de la CIA, y volvieron a New York después del último fracaso de Cantave. La fecha fijada fue el 22 de septiembre, y la hora para cruzar la frontera, las 10 de la noche. El día 20 comenzó en Santo Domingo la huelga de los comerciantes. Ese día era viernes. El plan de los que habían organizado la huelga era que ésta continuara el sábado 21, y como el ataque a Haití sería el domingo en la noche, y se suponía que el lunes 23 se estaría peleando en Juana Méndez, si la huelga seguía el lunes el gobierno dominicano se vería en una situación de debilidad tan grande que no podría hacer el menor movimiento en relación con el ataque a Haití que estaría llevándose a cabo desde territorio dominicano.

La situación estaba llamada a empeorar porque los autores secretos del plan habían maniobrado de tal manera que el propio viernes día 20, en medio de la huelga de los comerciantes, los trabajadores de Haina y de otros ingenios del gobierno anunciaron una huelga que comenzaría el lunes día 23, a las 7 de la mañana, es decir, a la hora en que Cantave y sus hombres estarían atacando Juana Méndez, a la vista de los habitantes de Dajabón. Pónganse ustedes a pensar un momento en cuál era realmente el estado general de confusión del país, cuando resultaba que los trabajadores del azúcar, y más propiamente los de los ingenios del gobierno, la gente a quien más debía interesarle que el gobierno constitucional de 1963 se mantuviera en el poder, caían en hacerles el juego, de la manera más inocente, a los que estaban colocando al gobierno entre la espada y la pared. La mayoría del comercio de la Capital había cerrado el viernes, y el mismo viernes, en horas de la noche, los trabajadores azucareros anunciaban que la huelga de ellos comenzaría el lunes día 23.

Por suerte, aunque el comercio al por mayor, o al menos su mayoría, siguió la huelga el sábado, el comercio al detalle, tanto de telas como de comestibles, abrió sus puertas el sábado temprano. Las estaciones de radio que habían estado incitando a la huelga desde el amanecer del viernes habían sido silenciadas mediante el procedimiento de cortarles la corriente eléctrica, cosa que pudo hacerse porque todas ellas le debían dinero a la Corporación Eléctrica, y algunas le debían varios meses de corriente. Por otra parte, mucha gente del pueblo protestaba por el cierre de los comercios, y los detallistas, por su posición de explotados y por su contacto permanente con el pueblo se daban cuenta de que la huelga no tenía justificaciones sociales ni económicas, que era un movimiento de tipo político en el cual ellos no tenían ningún papel que jugar poniéndose frente al pueblo.

El sábado, pues, la huelga había fracasado, a pesar de que ese día los periódicos daban la noticia de que el lunes comenzaría la huelga de los trabajadores de los ingenios del gobierno. El mismo sábado apareció en espacio pagado un artículo contra el gobierno, escrito por el Dr. Balaguer, desde New York, verdaderamente demoledor. Unos diez meses antes yo había estado en New York, como presidente electo, y había ido a visitar al Dr. Balaguer, a quien le dije en esa ocasión que él mismo podía escoger la fecha de su retorno al país y que me avisara para ofrecerle las garantías del caso. En el mes de junio, según creo recordar, el viceministro de la Presidencia me comunicó que el Dr. Balaguer había pedido varias veces que se le enviara su pasaporte diplomático, al cual tenía derecho por ley, y que su petición no había sido atendida, y di órdenes inmediatas para que se enviara a la Presidencia el pasaporte y que tan pronto llegara, el propio viceministro, señor Fabio Herrera, fuera a la casa de las hermanas del Dr. Balaguer para entregarlo a una de ellas. Así se hizo. Como todos los dominicanos, fueran cuales fueran sus ideas políticas, el Dr. Balaguer tenía derecho a vivir en su país, y no era el gobierno el que podía decidir sobre eso; era la Constitución de la República la que garantizaba el derecho de cualquier ciudadano a entrar en el territorio nacional y salir de él cuando quisiera.

El embajador Martin, el hombre más mentiroso que he conocido en toda mi vida, refiere que yo había dado orden para que los miembros del Consejo de Estado no salieran del país, y para probarlo dice que Donald Reid debía ir a los Estados Unidos a llevar una hija que debía ser sometida a tratamientos médicos, y que yo lo impedí. Pues, bien, eso, como el 90 por ciento de lo que dice Martin, es una charlatanería; pero una charlatanería que tiene su explicación. En días pasados le explicaba a cierta persona que si un compañero o amigo suyo comienza de buenas a primeras a hablar mal de él, a decir mentiras sobre él, a calumniarlo, a tratar de desacreditarlo, debe averiguar qué cosa mala contra él hizo esa persona; pues sucede que el que hace algo malo, comete una traición, actúa contra un amigo y compañero o se va con los enemigos de ese amigo, es generalmente una persona débil de mente o de carácter, que no tiene suficiente fortaleza mental o suficiente carácter para reconocer que ha actuado mal contra un amigo y compañero, para confesarlo y decidirse a actuar en lo sucesivo correctamente, y entonces el movimiento natural de su alma es volverse contra ese amigo y compañero a quien traicionó y tratar de desprestigiarlo, porque así él mismo acaba convenciéndose de que lo malo que hizo estuvo bien hecho. Ese fue el caso del embajador Martin; pero al embajador Martin se le fue la mano y dijo tantas y tantas mentiras que se desacreditó en su propio país.

La causa de esas mentiras fue que Martin engañó al gobierno dominicano. Para encubrir la verdad, para que yo no tuviera autoridad moral si algún día decía la verdad; para no quedar en su país como lo que es, Martin pretendió desacreditarme escribiendo un libro lleno de falsedades. Entre ellas está el cuento de que yo había prohibido la salida del país de los miembros del Consejo de Estado. Si yo hubiera sido hombre capaz de rebajarme a perseguir a alguien, el pueblo dominicano tendría pruebas de eso, porque aquí todo se sabe; y si yo hubiera sido capaz de solicitarle alguna vez a un juez que hiciera tal o cual cosa en perjuicio de un acusado, el pueblo entero lo sabría, porque o bien el juez o bien su secretario o bien un empleado del tribunal lo hubieran dicho. Ni yo le hubiera coartado jamás al Dr. Balaguer el derecho de vivir en su país ni le hubiera coartado nunca al Dr. Reid Cabral el derecho a salir del país.

La Causa Secreta del Golpe

Pero volviendo a los haitianos de Cantave, causa secreta del golpe del 25 de septiembre, ellos habían cruzado la frontera a las 10 de la noche del domingo día 22. A las seis de la mañana del lunes día 23 de septiembre, hallándome en mi oficina del Palacio Nacional, se me acercó el coronel Julio Amado Calderón, jefe del Cuerpo de Ayudantes, para decirme que la radio estaba informando que desde Haití se estaba disparando sobre Dajabón, y que la población de esa ciudad dominicana abandonaba el lugar a toda prisa. Lo que sucedía en realidad en ese momento era que Duvalier, avisado por sus espías, esperaba el ataque a Juana Méndez y sus fuerzas rompieron fuego contra las de Cantave a las 5 de la mañana, y muchos de los tiros que disparaban las fuerzas de Duvalier llegaban a Dajabón.

Inmediatamente hice llamar al general Viñas Román y le pedí que convocara a una reunión de los altos jefes militares. En esa reunión sólo hablé yo, porque los altos jefes militares no decían nada. Me resultó sospechoso que ante la noticia de que Dajabón estaba siendo atacada ninguno de ellos demostrara la menor preocupación, pero así fue. Esa falta de interés en militares dominicanos ante la noticia de que estaba produciéndose un ataque a una ciudad dominicana era algo para mí increíble, pero yo no podía imaginarme, ni por asomo, la verdad de los hechos. Todavía hoy, al cabo de siete años, y conociendo como conozco ahora uno por uno los detalles de aquellos sucesos, me sigue pareciendo increíble lo que sucedió. Me doy cuenta de que lo que se hace en el terreno militar puede guardarse en secreto, porque la organización militar está preparada para eso; pero lo que me parece increíble es que los miembros de la misión militar norteamericana tuvieran tanta autoridad sobre los jefes militares dominicanos como para convencerlos de que debían actuar sin darle a entender nada al presidente de la República.

En la reunión con los jefes militares pedí que salieran hacia Dajabón algunos aviones, pero que tuvieran mucho cuidado con lo que hacían; que no se produjera ninguna provocación ni ningún movimiento que pudiera costarle la vida a un militar dominicano; ordené imprimir inmediatamente hojas sueltas en francés para ser tiradas desde el aire amenazando a Duvalier con medidas enérgicas si no detenía el ataque, y además hacer radiaciones en español, francés y patuá diciendo más o menos lo mismo; por último, le pedí al Dr. Héctor García Godoy, ministro de Relaciones Exteriores, que reuniera el cuerpo diplomático para informar a todos los representantes extranjeros de lo que estaba sucediendo.

A las once de la mañana fue a verme un dirigente del PRD para decirme que según le habían informado, los sucesos de ese día obedecían a un plan para tumbar al gobierno; estaba simulándose un ataque haitiano a nuestro país para poder decirles a los soldados que yo estaba llevándolos a una guerra contra los haitianos; pero ese dirigente tampoco sabía nada sobre la participación de Cantave y de sus hombres en el plan, porque no me mencionó ese punto, y como yo no sabía nada, no le hice preguntas sobre él. Tampoco sabían una palabra el jefe del Cuerpo de Ayudantes ni sus hombres; no la sabía el jefe de la Seguridad Nacional; y lo que es más, los propios militares que actuaban en Dajabón, los que tenían el contacto directo con Cantave, ignoraban el verdadero plan político que se ocultaba tras la operación. Peor aun, y seguramente al oír esto ustedes se asombrarán tanto como yo me asombré cuando supe la verdad: el propio general Viñas Román ignoraba el plan. El se había prestado a recibir órdenes de "la misión militar norteamericana a espaldas del presidente de la República, lo cual desde luego es algo incalificable; pero no tenía la menor idea de que estaban utilizándolo para tumbar al gobierno.

El jefe militar que sabía lo que iba a suceder era el jefe de la aviación, general Atila Luna, pues era en él en quien confiaban en realidad los miembros de la misión militar yanqui, especialmente el coronel Luther Long, agregado aéreo. El domingo, es decir, el día anterior a la reunión de que he hablado hace un momento, el general Luna había enviado un piloto a Barahona con un sobre cerrado en el que se explicaba el plan, pero eso vine a saberlo yo en 1965, es decir, un año y ocho meses después de haberse producido el golpe de 1963. El mismo lunes día 23 llegó al país, por San Isidro, el comandante de la marina yanqui William E. Ferrall. Todavía a esta hora ignoro cuál fue el papel de Ferrall en los hechos, pero me imagino, y sería un inocente si creyera que él no estaba al tanto de la trama.

Mientras tanto, el gobierno estaba haciendo un papel ridículo ante la OEA, porque estábamos acusando a Haití de atacar nuestro país, y yo creía absolutamente que era así, cuando la verdad era que Haití estaba solamente defendiéndose de un ataque que había sido hecho desde nuestro país, y además un ataque que era el cuarto en dos meses. En la tarde de ese lunes día 23 mandé buscar varias veces al general Viñas Román, que no dio señales de vida. Mucho tiempo después supe que había ido a Dajabón, donde Cantave y sus hombres, menos los muertos y los prisioneros, habían vuelto derrotados.

En las primeras horas del martes 24, día de las Mercedes, al leer El Caribe hallé una larga descripción de lo que había pasado en Dajabón el día antes. La había escrito el periodista Miguel A. Fernández, quien por lo que leí tampoco sabía que Cantave y sus gentes habían pasado a Haití desde territorio dominicano. El periodista decía en un párrafo lo siguiente: "Oficiales del Ejército dominicano expresaron que la República Dominicana no tuvo nada que ver con el ataque. Esto fue confirmado por el propio León Cantave"; y más adelante agregaba que Cantave "Se negó a contestar cuando se le preguntó de qué punto partieron los rebeldes esta Madrugada, alegando que ello es estrictamente confidencial" y que "cuando cualquier país protege o ayuda a un movimiento como el de esa naturaleza, no se puede denunciar". Pero sucedía que en la página 12 de ese ejemplar de El Caribe había una foto de Cantave, tomada en el momento en que bajaba de un avión militar dominicano que lo había traído a la base de San Isidro, y cuando vi a aquel hombre tan bien vestido, con dos maletines en la mano, me di cuenta inmediatamente de que él había partido hacia Haití desde territorio dominicano, puesto que no era posible que hubiera estado peleando en Haití con ropa tan buena, con corbata y con maletines de buena clase.

Deduje que Cantave se había cambiado de ropa al entrar derrotado en tierra dominicana, y que por lo tanto había dejado esa ropa y esos maletines en territorio nuestro antes de entrar en Haití; en consecuencia, él había partido para Haití desde algún lugar de nuestro país. En ese momento me di cuenta de que se me había estado engañando; de que alguien había estado jugando de la manera más irresponsable con el destino de la República, y que ese alguien no eran los militares dominicanos, porque los jefes militares del país no eran capaces de inventar y de llevar a cabo un plan semejante.

Tomé inmediatamente las medidas del caso y a media mañana ya estaba enterado de que en la noche anterior había habido movimiento de altos oficiales en el Palacio Nacional, donde estaba el Ministerio de las Fuerzas Armadas, y que en las reuniones había tomado parte el coronel Luther Long. A medio día pude localizar al general Viñas Román, a quien le mostré la fotografía de Cantave que apareció en El Caribe, y le dije que esa fotografía demostraba que había salido de suelo dominicano, a lo que respondió que a él le parecía lo mismo; inmediatamente llamé al ministro García Godoy y le pedí que se dirigiera a la OEA solicitando una investigación de los hechos acaecidos el día anterior en la frontera de Dajabón.

Poco antes de morir, el Dr. García Godoy hizo en la revista Ahora una larga historia sobre esa petición mía, pero por lo visto había olvidado que después de ese momento no hablamos más del asunto, porque esa misma noche quedé preso en el Palacio Nacional. El cable enviado por el ministro García Godoy al Embajador dominicano ante la OEA, o la llamada telefónica —porque ignoro si el ministro García Godoy se comunicó con él por cable o por teléfono— fue lo que determinó el golpe de Estado, dado la noche del 24 al 25, pues los servicios norteamericanos en nuestro país interceptaban todas las comunicaciones, y al interceptar ésa el embajador Martin y la misión militar se dieron cuenta de que la increíble historia de las invasiones de Cantave, los tres meses de campamentos y los movimientos secretos iban a ser conocidos en todo el mundo; que ese conocimiento iba a producir un escándalo enorme en los Estados Unidos y en muchos otros países porque hasta ese día no se había dado en el mundo el hecho de que un gobierno amigo, que tenía relaciones diplomáticas y consulares con el de otro país, en este caso el de la República Dominicana, se dedicara a organizar un campamento de extranjeros armados con la finalidad de que esos extranjeros atacaran un país fronterizo sin que el jefe del Estado del país donde se estableció el campamento supiera una palabra de lo que estaba sucediendo.

Del escándalo que produciría el conocimiento de tales hechos iba a salir muy mal parado el prestigio de John F. Kennedy puesto que a él iba a tocarle ser el primer gobernante del mundo que sería acusado de haber cometido un desafuero semejante, de haber ordenado la ejecución de una violación tan escandalosa de las normas que gobiernan las relaciones entre los Estados y sus jefes. Así pues, para salvar el prestigio de Kennedy y de los altos funcionarios de su gobierno que pusieron en práctica el plan de las guerrillas haitianas del ex-general León Cantave, incluyendo entre ellos al embajador Martín, se tumbó el gobierno de la República Dominicana, que había sido elegido diez meses antes con una mayoría aplastante de votos sobre el partido que ocupó el segundo lugar en las elecciones de 1962, y ese derrocamiento condujo a la Revolución de abril de 1965, con todos sus muertos y sus sufrimientos, a la intervención militar de los Estados Unidos y al río de sangre que ha seguido corriendo aquí desde entonces.

Esa es la historia secreta del golpe del 25 de septiembre de 1963. Muchos de los datos de esa historia secreta están en el libro llamado Papa-Doc, de los escritores Bernard Diederich, neozelandés casado con una haitiana, que vivió largo tiempo en Haití y vive ahora en México, y su colaborador Al Burt, norteamericano; los demás los recogí yo de boca de revolucionarios haitianos que tomaron parte en los movimientos de Cantave, a los cuales conocí en Puerto Rico, en 1965 y 1966, y en Francia; otros los he obtenido aquí, después de volver al país en abril de este año.

A cualquiera que haya dicho o diga que yo conocí los hechos antes, pídanle que presente las pruebas; y si no las presenta, juren que está hablando mentira.

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La Historia secreta del golpe de Estado de 1963/Juan Bosch

Un día como hoy, hace dieciocho años, fue derrocado el gobierno que presidía el autor de estas líneas, y aunque he explicado en discursos de radio que se publicaron en varios periódicos y también en numerosas declaraciones de radio, de televisión y de prensa escrita las causas inmediatas del golpe de Estado que destruyó a ese gobierno, son muchas las personas que se refieren a los sucesos del 25 de septiembre de 1963 sin tomar en cuenta lo que he dicho, y quiero hacer provecho de que hoy se cumplen dieciocho años de aquel golpe militar para dejar en claro ciertas ideas fijas, pero confusas, que repiten de tarde en tarde algunos supuestos historiadores y analistas cargados de pasiones políticas.

En la versión de los acontecimientos que di hace diez años expliqué que tardé mucho tiempo en conocer la verdad, porque el golpe del 25 de septiembre estuvo rodeado de un gran misterio. Nadie decía una palabra sobre las razones que lo provocaron y aunque yo tenía sospechas bien fundadas de que había una relación directa entre él y los ataques a Haití que llevaba a cabo un grupo guerrillero haitiano comandado por el ex general León Cantave, no tenía datos concretos, objetivos, que me permitieran relacionar esos ataques armados al país vecino con el derrocamiento del gobierno que me tocó presidir; y no los tenía, entre otras razones, porque el embajador John Bartlow Martin me decía que los ataques procedían de Venezuela, y yo no podía concebir la idea de que el representante del presidente Kennedy me hablara mentira, sin ninguna necesidad de hacerlo porque nunca le pregunté de donde salían Cantave y sus guerrilleros.

Tampoco podía concebir que esos ataques partieran de territorio dominicano dado que pocos meses antes les había ordenado al ministro de las Fuerzas Armadas y los jefes del Ejército, de la Aviación y de la Marina que disolvieran un campamento de haitianos anti-duvalieristas que Cantave había organizado en Sierra Prieta, cerca de la Capital. Y no podía imaginarme que al desmantelar ese campamento los que lo ocupaban iban a ser llevados a la Línea Noroeste, donde lo reorganizaron, y desde allí empezaron los ataques armados, el primero de los cuales fue llevado a cabo en la noche del 5 de agosto sobre la ciudad de Juana Méndez —en francés, Ouanaminthe—. Ese ataque fue hecho usando como base una finca de cabuya llamada Plantación Dauphin, propiedad de un norteamericano.

El campamento de Sierra Prieta había sido montado a espaldas mías y lo mismo se hizo con el de la Línea Noroeste. Las armas, entre las cuales había bazucas, la ropa, las medicinas, las municiones y los vehículos usados en Sierra Prieta y en la Línea eran traídos al país desde la base Romey, situada en Puerto Rico; y las noticias de los ataques que difundían la Associated y la United Press eran elaboradas en una habitación del hotel Jaragua, pero el embajador Martin, que sabía todo eso muy bien, me hacía creer que el territorio dominicano no tenía nada que ver con la existencia, y mucho menos con las acciones de las guerrillas de Cantave.

El día 23 de febrero era lunes y yo había ido al Palacio Nacional muy temprano, como lo hacía siempre. A eso de las 6 de la mañana me hicieron una llamada de Radio Televisión Dominicana para informarme de que en Dajabón estaban cayendo tiros procedentes de Juana Méndez. Las dos ciudades, separadas por el río Masacre, quedan a poco más de dos kilómetros la una de la otra, por lo cual creí lo que me decían y en el acto di órdenes de que llamaran a Palacio a los jefes militares para que desayunaran conmigo. Cuando me comunicaron que ellos me esperaban en el comedor me presenté allí y les dije lo que me habían informado. Nadie hizo comentarios, pero a mí me sorprendió la mirada de asombro que los invitados cambiaban entre sí.

¿A qué se debían esas miradas? La pregunta que me hacía sería respondida por mí mismo muchos años después. Mientras tanto, al día siguiente, leyendo El Caribe, supe que los tiros haitianos que caían en Dajabón no estaban, en realidad, dirigidos a Dajabón sino que se disparaban para repeler un ataque que estaban haciendo desde el amanecer, a la guarnición de Juana Méndez, los guerrilleros del ex general Cantave. La noticia aparecía en primera página, fechada el lunes en Dajabón, ilustrada con fotos de guerrilleros haitianos sanos y de otros heridos así como de parte de su armamento, y además de varias de Cantave, una de ellas tomada mientras bajaba la escalera del avión que lo había llevado de Dajabón a San Isidro.

Esa última foto me llamo la atención porque en ella se veía al ex general haitiano correctamente vestido, con corbata y un maletín Sansonite en la mano derecha. Al ver esa foto me dije: “Este hombre tenía ropa en Dajabón; luego, los ataques a Haití no salían de Venezuela sino de territorio dominicano”.

¿Tenía yo la razón? ¿Y cómo no había de tenerla si era evidente que con esa ropa de paseo o de salones Cantave no podía haber entrado en Haití en la noche del domingo al lunes con el plan de atacar a tiros la guarnición de Juana Méndez?

En ese momento tomé la decisión de aclarar de una vez por todas el misterio de las actividades de León Cantave sin que tuviera la menor sospecha de que por detrás de sus incursiones guerrilleras en Haití estaba el gobierno de los Estados Unidos, y con él sus representantes en la República Dominicana, el embajador John Bartlow Martin y Fritz Long, jefe de la misión militar norteamericana. Y no tenía sospechas porque en la historia mundial no se había dado nunca el caso de que un gobierno organizara en un país amigo fuerzas guerrilleras extranjeras sin consultar para nada al jefe del Estado de ese país amigo, que era ante la OEA, ante las Naciones Unidas y ante todos los gobiernos el responsable, por mandato constitucional, de la política internacional de su país.

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La Intervención Yanqui en el golpe de Estado de 1963/Juan Bosch

Es posible que algunos lectores del artículo titulado La Historia Secreta del golpe de Estado de 1963 que publico el Listín Diario el 25 de este mes se hayan preguntado por qué razón el gobierno de John F. Kennedy organizo un campamento de guerrilleros para tumbar, nada menos que con acciones de armas, al dictador de Haití. ¿Era que Francois Duvalier había hecho algo que ponía en peligro la seguridad de Estados Unidos?

Nada de eso, pero desde 1959 había entrado en relaciones con Polonia y el 1 de enero de 1962 recibió al Encargado de Negocios de ese país socialista, cosa que alarmó al Departamento de Estado. Un año y dos meses y medio después llegó a la capital de Haití una misión comercial de Checoslovaquia, que fue recibida también por Duvalier. A partir de ese momento las relaciones entre los gobiernos de Kennedy y de Duvalier empezaron a hacerse difíciles, y como es habitual en ellos, los planeadores de la política exterior de Estados Unidos comenzaron a escoger candidatos para sustituir a Duvalier, cuyo periodo presidencial debía terminar en mayo de 1963.

El dictador de Haití no tardó en enterarse de la selección que estaban haciendo los funcionarios diplomáticos norteamericanos y respondió pidiendo la retirada del jefe de la misión militar yanqui. El 10 de abril Duvalier descubrió un complot militar en el que se hallaban comprometidos varios oficiales que sin la menor duda tenían apoyo de la embajada de Estados Unidos, y a fines de ese mes pidió la salida de Haití de 30 militares norteamericanos que prestaban servicio como instructores del ejército, la aviación y la marina haitianos; y a partir de ese día empezó a ser planteada la destrucción del gobierno de Duvalier, que no podía ser derrocado con maniobras políticas porque su jefe tenía ya control absoluto de las fuerzas militares haitianas y por tanto controlaba el poder político.

Naturalmente, no era ninguna cosa nueva que un gobierno norteamericano decidiera el derrocamiento del de otro país. En ese terreno, la experiencia de Estados Unidos tal vez ha roto las cuentas mundiales. Y hacia muy poco tiempo que el mismo presidente Kennedy que se proponía tumbar a François Duvalier había enviado a Cuba la expedición de Bahía de Cochinos, organizaba por su antecesor Ike Eisenhower con el pretexto de que Cuba enviaba guerrillas a otros países, argumento que le pareció legitimo a Kennedy cuando puso en ejecución los planes de Eisenhower si bien se contradecía con lo que estaba haciendo en el caso haitiano puesto que Duvalier no había lanzado guerrillas contra ningún país.

Ahora bien, Kennedy modificó en parte el plan de Eisenhower al despachar hacia Guatemala, para adiestrarlos allí, a los cubanos que formarían las fuerzas destinadas a desembarcar en Bahía de Cochinos, y al sumar a la conspiración contra Cuba a los gobiernos de Guatemala y de Nicaragua, el primero encabezado por Manuel Ydígoras Fuentes y el segundo por Luis Somoza. Pero para atacar Haití escogió el territorio dominicano sin que el jefe del Estado de este país tuviera la menor idea de lo que se proponía hacer el presidente Kennedy.

Sería bueno que al llegar aquí el lector se detuviera un momento y se preguntara si el señor Kennedy creía que la República Dominicana era parte de los Estados Unidos, y por serlo estaba bajo la jurisdicción de las autoridades norteamericanas, puesto que de no ser así no hay manera de explicarse lo que hizo el gobierno que él presidía; pero además sería bueno que se preguntara en virtud de qué poderes divinos John F. Kennedy se creía autorizado a hacer lo que él mismo condenaba en forma tan contundente cuando creía que lo hacía Fidel Castro.

Tenemos, pues, que lo se proponía el gobierno de los Estados Unidos era sacar del gobierno de Haití al dictador François Duvalier porque creía que Duvalier estaba iniciando una política de relaciones con países socialistas, comenzando con Polonia y Checoslovaquia, pero lo que hizo para derrocar a Duvalier resultó en el derrocamiento del gobierno dominicano de 1963, que no había hecho nada de lo que hizo el de Haití y que además no había violado en lo más mínimo los principios de la llamada democracia representativa, ninguno de los cuales era respetado en el vecino país.

¿Por qué sucedió lo contrario de lo que habían planeado los funcionarios norteamericanos encargados de ejecutar la política exterior de su gobierno? Porque en el caso concreto a que vengo refiriéndome el gobierno de Kennedy elaboró un plan de acción clandestino; quiso actuar no como un gobierno sino como una asociación secreta. Ese carácter secreto del plan induce a pensar que su autor fue la CIA, lo que no significa que no fuera aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado y el Pentágono. Hace diez años yo pensaba que el presidente Kennedy no lo conocía, pero después de haber leído varias obras sobre el funcionamiento de los centros de poder político de Estados Unidos llegue a la conclusión de que el plan que se hizo para derrocar a Duvalier con ataques guerrilleros no podía llevarse a cabo sin la aprobación de presidente.

El golpe de 1963 no fue planeado pero hubo que darlo para salvar a John F. Kennedy del escándalo internacional que hubiera sido inevitable pues como habíamos dicho, lo que hizo el gobierno presidido por él no lo había hecho ningún otro en la historia: organizar campamentos guerrilleros en el territorio de un Estado amigo ocultándole esa actuación al jefe de ese Estado; pero además, hacerlo mientras se presentaba ante el mundo como el campeón armado que luchaba contra los que apoyaban guerrillas en otros países. Para colmo de males, el prestigio de Kennedy, que había quedado muy herido con el fracaso de Bahía de Cochinos, iba a quedar peor aún si se conocía la razón del golpe de Estado que se había dado en la República Dominicana.

Y como se pensó que al estudiar los hechos la OEA iba a decir la verdad sobre el lugar de donde salían las guerrillas de Cantave que atacaban Haití, se ordenó la desaparición inmediata del gobierno que yo presidía para que la OEA no se viera obligada a hacer la investigación que se había solicitado el día 24 de ese mes de septiembre de 1963. Es más, el gobierno que había pedido esa investigación desapareció antes aún de que los funcionarios de la OEA tuvieran tiempo de conocer el cable del ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Héctor García Godoy.

En resumen, el golpe de 1963 fue una consecuencia de la intervención norteamericana en nuestro país.

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El problema palestino. Lo que significó para los palestinos la instalación en su territorio del estado israelí/Juan Bosch

PRIMERA PARTE
El Estado de Israel, que ocupa hoy el territorio de la antigua Palestina, partes de los territorios del Líbano, Siria, la Transjordania y la Península de Sinaí, no es, como han dicho algunos interesados, un producto de la historia; es un producto del sistema capitalista, tal como éste vino a desarrollarse en el siglo XIX.

Aunque había nacido en el último tercio del siglo XVIII, allá por el año 1765, la industria mecanizada, es decir, la industria que funciona a base de máquinas, comenzó su verdadero desarrollo en los primeros 25 ó 30 años del siglo pasado, y ese desarrollo requería una reorganización del mundo apropiada a las necesidades del crecimiento de la industria, lo que equivale a decir una reorganización del mundo apropiada al crecimiento del poderío económico, político y militar de Inglaterra, que era el país donde había nacido la industria moderna. Las máquinas fueron el producto del desarrollo del sistema capitalista, pero a su vez, gracias a la invención de la máquina de vapor el sistema capitalista iba a renovarse y a dar nacimiento dentro de él a un capitalismo más avanzado, y para el año 1838 ese capitalismo avanzado estaba viendo la necesidad de meter entre África y Asia una cuña que debía ser un país puesto bajo la protección de Inglaterra.

Según puede ver todo el que lea el libro El Problema Palestinense escrito por Edmundo Rabbat, Mustafá Kamil Yassen Y Aicha Rateb, páginas 54 y 55, ya en el 1840 Lord Shaftesbury recomendaba “la separación del mundo árabe, entre su parte africana y su parte asiática, por medio de la creación de un Estado”; y agregan los autores del libro que acabamos de mencionar: “Un memorando del 25 de septiembre de 1840, dirigido a Palmerston (que era entonces el ministro de Relaciones Exteriores de Inglaterra, cuyo busto está aquí, me parece que en la avenida Abraham Lincoln, porque tuvo intervención en los problemas políticos y militares dominicanos y haitianos en la época de nuestra independencia), contenía ya un plan de colonización de Palestina”. Además, ese libro nos entera de que en cartas que datan de agosto de 1840 y de febrero de 1841, Palmerston daba instrucciones a su embajador en Turquía de favorecer el establecimiento de los judíos en Palestina para impedir toda tentativa de Mohamed Alí de realizar la unión de Egipto y Siria.

Los autores de ese libro llegan a decir que un Consulado inglés que fue establecido en el año 1838 en Jerusalén, daba protección a los judíos que vivían en esa ciudad, que fue la capital del Estado judío hace 2,900 años cuando ese Estado fue fundado por David, según puede verse en la página 321 de la edición que hizo en 1967 la editorial española CID de nuestro libro 'David, biografía de un rey' [A fin de que no haya confusiones aclaremos desde ahora, y no después, que ese Estado fundado por David hacia el año 1000 antes de Cristo no fue verdaderamente duradero; y no lo fue, primero, porque acabó dividiéndose en dos reinos: el de Israel y el de Judá, que se mantuvieron en guerra durante años; después, porque Israel fue ocupado por el reino de Damasco en el siglo VIII antes de Cristo; luego, porque en ese mismo siglo pasó a ser un país vasallo de Asiria, a la que tenía que pagarle tributos, y cuando un país paga tributo a otro país ya no es un Estado; es un territorio dependiente, pero no un Estado; y por fin, porque en el año 721 antes de Cristo, Israel, no ya el Estado fundado por David sino el país donde estuvo ese Estado, pasó a ser territorio asirio y después pasó a ser territorio babilonio. De lo que fue el reino de David y Salomón lo que quedaba hacia el siglo VII antes de Cristo era Judá, un pequeño territorio situado entre los filisteos y el Mar Muerto, que fue también ocupado por los asirios, aunque no totalmente dominado por ellos debido a que lo impidió el levantamiento de Josías y la guerra de los medos contra Asiria cuya capital, la gran ciudad de Nínive, fue tomada y destruida por los medos. De todos modos, la suerte de los asirios no benefició a Josías, que murió hacia el año 609 en combate con los egipcios, quienes avanzaron para ocupar el territorio de Judá y el de los filisteos o filistinos, palabra de la que procede Palestina, que le iba a dar nombre a toda la región comprendida entre Gaza y el Líbano; (entre, nh) el Mar Mediterráneo y el río Jordán y el Mar Muerto].

Mientras tanto, bajo los reyes caldeos, Babilonia se hacía rápidamente poderosa y llegó a un acuerdo con los medos para repartirse Asiria. En ese acuerdo Palestina, que era parte de Asiria, quedó como zona de los caldeos, quienes se la arrebataron a Egipto; pero como los palestinos se levantaban una y otra vez contra los caldeos, éstos al fin asolaron la región, tomaron Jerusalén y la destruyeron, hecho que se produjo hacia el año 587, es decir, en el siglo V antes de Cristo.

Gran parte de la población palestina y de la de Judá o Judea fue llevada a Babilonia. El pueblo judío no se extinguió pero el Estado de Israel había dejado de existir hacía tiempo, y tras una serie de guerras que se prolongaron a lo largo de los siglos, Palestina pasó a manos de los griegos que gobernaron a Egipto después de la muerte de Alejandro, de los seléucidas que gobernaron la región después de los griegos ptoloméicos, y por fin cayó en poder de los romanos en el siglo I antes de Cristo (Hay que tomar en cuenta que en la era cristiana contamos siglo I, II, III, IV, V hasta éste en que nos hallamos que es el XX, pero que antes de Cristo contamos al revés, es decir: V, IV, III, II, I; partimos del número más alto al más pequeño; por ejemplo, del siglo X antes de Cristo al IX antes de Cristo, al VIII antes de Cristo, al VII, VI, V, IV, III, II, I. Las dos maneras de contar el tiempo son como dos escaleras, una que baja y otra que sube, y las dos se unen en el nacimiento de la era cristiana).

Bajo el gobierno de Julio César los sumos sacerdotes de Judea pasaron a ser ciudadanos romanos y recibieron el título de procuradores de Judea, y Octavio, el sucesor de Julio César, le dio a Herodes el título de Rey de Judea y le proporcionó fuerzas militares romanas para que pudiera reconquistar Jerusalén, que se hallaba en manos de los partos (Los partos eran árabes). Así, bajo protección romana, Herodes gobernó desde Jerusalén a partir del año 37 antes de Cristo; y a su muerte el reino fue dividido entre tres de los varios hijos que tuvo con sus diez o doce mujeres (Sabemos de diez o doce oficiales, pero les aseguramos que no conocemos a fondo la vida íntima de Herodes). Uno de esos hijos fue Herodes Antipas, que no heredó el título de rey sino que fue designado tetrarca de Galilea (tetrarca era un título de origen griego y no romano), y fue él el que examinó a Jesús por petición de Poncio Pilatos, que era el procurador o gobernador de Jerusalén. Como Jesús era galileo, Pilatos quiso que lo juzgara el tetrarca de esa región de Palestina. Poco después, en el año 44, toda la Palestina pasó a ser una provincia romana gobernada por un procurador romano. Hubo varios levantamientos judíos y en el año 67 el emperador Vespasiano llegó a Palestina con su hijo Tito, que también fue emperador; pero no llegó solo: llegó con 60 mil soldados romanos. En el año 70, Jerusalén cayó en manos de Tito y la ciudad y el templo fueron destruidos por tercera vez, y para el año 73 quedaba eliminada toda clase de resistencia al poder romano y Palestina entera pasó a ser provincia del Imperio Romano con el nombre de Judea. A partir de ese momento, los procuradores pasaron a llamarse legados. En el año 132 se construyó en el lugar donde había estado Jerusalén la colonia Aelia Capitolina, con templos dedicados a los dioses romanos, y como esa decisión originó la rebelión de Bar-Kojba, los romanos actuaron con una dureza indescriptible: destruyeron todas las aldeas y mataron medio millón de personas.

Estamos contando todo esto para que ustedes vean cómo había desaparecido totalmente el Estado judío en Palestina, y no solamente había desaparecido como un Estado nacional, es decir, como una organización política, sino que también había desaparecido desde el punto de vista religioso porque ya había sido destruido tres veces lo más sagrado para los judíos, que era el templo de Jerusalén, que había levantado Salomón de acuerdo con los planos que le dejó David, y con el dinero que le dejó David para construirlo. El país había sido ocupado por numerosos, no uno, ni dos, ni tres, sino por numerosos imperios, y además en el orden religioso la ciudad de Jerusalén había dejado de ser la capital del judaísmo puesto que los romanos después de destruirla, establecieron allí una ciudad romana con templos y dioses romanos; entre esos templos había uno dedicado al emperador porque en Roma el emperador se adoraba como si fuera un dios.

Cuando Constantino el Grande se convirtió al cristianismo, cosa que sucedió en el siglo III, hizo construir en Jerusalén la iglesia del Santo Sepulcro. Ese dato indica que en el siglo III, Jerusalén había dejado de ser la capital de la religión judaica y había pasado a ser una ciudad de religión cristiana. Elena, la madre de Constantino, mandó levantar en Belén la iglesia de la Natividad en el lugar donde estuvo el establo en que nació Jesús, y mandó levantar en Jerusalén la Iglesia de la Asunción. Todos esos hechos indican que ya el judaísmo había desaparecido en Palestina, a pesar de que en el año 352 hubo una rebelión judía en Galilea que fue aplastada por Galo. En cuanto a rebeliones, sabemos que las hubo aun en tiempo de Cristo; pero muchas de ellas eran limitadas. Por ejemplo, había tribus que se levantaban por razones religiosas y otras veces por cualquiera otra causa; digamos porque mataban a un miembro de tal tribu y esa tribu respondía matando a miembros de la tribu del matador.

Bajo el gobierno de Constantino, la provincia de Judea fue unida a Arabia. Ustedes saben que la religión mahometana considera a Jerusalén como uno de los tres lugares santos de los árabes, no mientras era territorio judío sino cientos de años después, cuando era provincia del Imperio de Bizancio, allá por los años 634, 636 de la era cristiana, y desde entonces fue territorio árabe, hasta que en mayo de 1948 se estableció allí el Estado de Israel. Pero como dijimos al comenzar esta charla, ese Estado es el producto del sistema capitalista tal como éste vino a desarrollarse en el siglo XIX. Ya estuvimos hablando de que desde 1838 Inglaterra estableció en Jerusalén un Consulado que tenía la misión de ofrecer protección a los judíos que hubiera en la ciudad, y nos referimos a los planes ingleses, expuestos en el 1840, de formar en Palestina un Estado que fuera una cuña colocada entre los árabes de África y los árabes de Asia. Y ahora debemos decir que en el año 1839 el judío inglés Mosés Montifiori, que seguramente debió ser hijo de algún judío italiano porque su apellido quiere decir los montes de las flores, y que tenía el título de Sir, un título de nobleza de Inglaterra, propuso un plan de colonización judía en Palestina, y fue a base de ese plan de Sir Mosés Montifiori que se hizo en 1856 la primera plantación de naranjos en la región.

En el 1870, Charles Netter fundó una escuela agrícola en la colonia de judíos llamada Mileve Israel. y el Barón Edmond de Rothschild, de la familia de los grandes banqueros judíos que estaban establecidos en Inglaterra y en Francia, compró tierras y organizó en el sur de Palestina una siembra de viñedos (El viñedo es la planta de la cual sale la uva, y con la uva se hace el vino. Fíjense que la palabra viñedo y la palabra vino se parecen mucho). Toda esa actividad, organizada por grandes figuras del judaísmo inglés del siglo pasado respondía a un plan de expansión del capitalismo industrial inglés, que era entonces el que se hallaba a la cabeza del desarrollo industrial del sistema capitalista.

No es cierto, como dice Michel Bar-Zohar en su libro 'Israel: el nacimiento de una Nación', que el sionismo nació el 19 de diciembre de 1894 en el tribunal militar de París mientras era juzgado el capitán Alfred Dreyfus, judío francés acusado por su jefe inmediato de haber vendido a los alemanes secretos militares. Dreyfus fue condenado a cadena perpetua en La Cayena. La Cayena queda en la Guayana Francesa, y ese lugar era conocido en el mundo entero como el presidio más espantoso de la Tierra. Michel Bar-Zohar cuenta lo siguiente:

Entre los periodistas (que se hallaban presenciando aquel juicio), un hombre es presa de una emoción intensa. Es vienés, escritor y publicista enviado especial en París del Neue Freie Presse (que era un periódico de Austria). Es un judío austriaco, el doctor Theodoro Herzl. Republicano, francófilo ferviente (es decir, que admiraba mucho a Francia), siente que todo un mundo se derrumba en el proceso Dreyfus. Bruscamente descubre la verdad: los judíos no tendrán jamás paz, seguridad ni respeto mientras estén dispersos entre las otras naciones. Su única salvación es encontrar una patria, un hogar para ellos. Ese hogar existe desde siempre: es Palestina. Herzl decide escribir un libro, El Estado Judío, en el que expone su idea, la creación de un Estado hebreo. Al año siguiente el libro es publicado en varias lenguas y suscita una emoción indescriptible en los medios judíos.

Hasta aquí llega el autor de la biografía de Ben Gurión, que tiene ese título de Israel: el nacimiento de una Nación.

Decíamos que lo que cuenta Michel Bar-Zohar no es verdad, porque el sionismo no nació de golpe debido a una emoción que sacudió el alma de Theodoro Herzl. En la naturaleza que nos rodea y en la mente de los hombres los hechos se dan como resultado de un proceso que va cubriendo etapas; todo, hasta el relámpago que vemos iluminando las nubes negras y desatando truenos que parecen cadenas de cañonazos, todo eso es resultado de un proceso. Nada se produce instantáneamente. Cuando Herzl estuvo en París enviado por un periódico austriaco para informar del juicio contra Dreyfus, que fue el juicio más célebre en su época, ya había colonias judías en Palestina; las había desde hacía muchos años. Es más, Theodoro Herzl no había nacido todavía cuando los colonos judíos sembraban naranjos en Palestina siguiendo los planes trazados por Sir Mosés Montifiori. Lo que hizo Herzl fue publicar dos años después del juicio de Dreyfus un libro titulado El Estado Judío, en el cual se le dio forma orgánica a una idea y a una práctica que tenían muchos años de vida, y es posible que la condena de Dreyfus (absolutamente injusta porque el que le vendió secretos militares a Alemania no fue él sino su jefe, que era un coronel del ejército francés) estimulara a Herzl a escribir su libro, pero no es verdad que ese libro le surgió de repente en el fondo del cerebro cuando oyó la condena de Dreyfus. Las ideas que Herzl expresó venían desarrollándose desde hacía tiempo, gradualmente, en muchas mentes judías y en otras no judías, pero el que las ordenó en un conjunto fue Herzl; en vez de hablar de enviar judíos a Palestina para formar colonias de agricultores, habló de crear un Estado Judío en Palestina. Es más, Herzl llegó hasta a señalar las fronteras de ese Estado cuando dijo estas palabras: "Debemos tener acceso al mar en razón del porvenir de nuestro comercio exterior. Debemos igualmente poseer una gran superficie de tierra para introducir nuestros cultivos modernos en gran escala”. Y más adelante decía que la consigna que los judíos debían lanzar era la de "la Palestina de David y Salomón”.

Pero a medida que pasaba el tiempo, su idea de la creación de un Estado judío en Palestina iba teniendo éxito entre la población judía de Europa y América, y con ese éxito las ambiciones de Herzl crecían también, y ya en los últimos tiempos no le parecía suficiente la Palestina de David y Salomón y quería una Palestina que fuera desde el río de Egipto, es decir, el río Nilo, hasta el Eufrates. Los judíos llegaron efectivamente hasta el río Nilo, hasta cerca del Nilo, puesto que llegaron hasta el Canal de Suez en el 1967; lo que nos parece un poco difícil es que puedan llegar hasta el Eufrates aunque podemos estar seguros de que hay muchos de ellos, si no una mayoría de ellos, que están alimentando ese sueño. Hace tres o cuatro días, por ejemplo, hubo en Jerusalén manifestaciones contra el gobierno actual de Israel porque las fuerzas judías van a retirarse unos pocos kilómetros del Canal de Suez. Centenares de jóvenes, de muchachos y muchachas, se pararon frente a las oficinas del primer ministro, jefe del gobierno, con un conejo en la mano, y eso en Israel es una manera de llamarle cobarde al primer ministro porque allí el conejo es el símbolo de la cobardía.

En sus primeros pasos como ideólogo del sionismo, Herzl pensó que el Estado judío podía establecerse en la América del Sur, y hubo sionistas que hablaron de establecerlo en la Argentina y en el Brasil... y hasta en Uganda. Uganda es el país africano donde gobierna "Papacito” Amín, que fue sargento de la guardia inglesa y ahora le pone telegramas a la reina de Inglaterra diciéndole que él va para Londres y le exige que ella vaya al aeropuerto a esperarlo. Pero el primer congreso sionista, que se celebró en la ciudad suiza de Basilea en el 1897, es decir, un año después de haber sido publicado el libro de Herzl, señaló concretamente a Palestina como el lugar para formar el Estado judío, y señaló el método para penetrar en Palestina y quedarse allí diciendo que debía hacerse mediante una (y ahora leo las palabras de Herzl) "colonización racional de Palestina por medio del establecimiento de labradores, artesanos e industriales judíos”, cosa que precisamente venía haciéndose desde hacía muchos años, desde antes de que él naciera, porque Theodoro Herzl nació en el año 1860 y ya en Palestina había labradores (quiero decir, agricultores) y artesanos judíos.

El segundo congreso sionista, celebrado en 1899, decidió fundar el Banco Colonial judío, que tendría su sede en Londres y que se dedicaría a financiar el establecimiento de negocios agrícolas, industriales y comerciales en Palestina y en Oriente. Lo que planeaban los sionistas era comprarle la Palestina al gobierno turco y el propio Herzl le dijo al sultán Abdul-Hamid: "Si Su Majestad nos diera la Palestina podríamos comprometemos a regularizar completamente las finanzas de Turquía. Para Europa constituiríamos en la región un sector de la muralla contra Asia; seríamos el centinela avanzado de la civilización contra la barbarie. Nos mantendríamos, como Estado neutral, en relación constante con toda Europa, que debería garantizar nuestra existencia".

Observen que eran exactamente, aunque con otras palabras, el plan de Lord Palmerston y la idea de Lord Saftesbury; es decir, "la separación del mundo árabe entre su parte africana y su parte asiática, por medio de la creación de un Estado", sólo que ni Palmerston ni Saftesbury llegaron a decir que el Estado sería judío. Eso vino a decirlo Herzl cincuenta años después en su proposición al sultán Abdul- Hamid, quien le respondió a Herzl, con la dignidad propia de un jefe de Estado, de esta manera: "El Imperio Turco no me pertenece a mí sino al pueblo turco. Yo no puedo distribuir ningún pedazo del mismo. Que los judíos se guarden sus millones. Cuando mi Imperio sea repartido podrán tener Palestina por nada. Pero es únicamente nuestro cadáver lo que será dividido. Yo no aceptaré una vivisección" (vivisección significa cortar a un ser humano o animal estando vivo). Efectivamente, fue después de que el Imperio Turco era un cadáver cuando los judíos pudieron adueñarse de Palestina, no antes.

El 17 de agosto de 1903, el gobierno inglés le escribió a Herzl, que iba a morir en el 1904, ofreciéndole el territorio africano de Uganda para que estableciera en él el Estado judío, lo que quiere decir que ya los ingleses aceptaban la tesis de que el Estado fuera judío aunque no estuviera situado donde ellos pensaban sino en Uganda. Herzl convocó el sexto congreso sionista para estudiar la propuesta inglesa y las conclusiones de ese congreso fueron las siguientes: "La organización sionista se atiene firmemente al principio fundamental del programa de Basilea, a saber, la creación de una patria garantizada por el derecho público para el pueblo judío en Palestina, y declina, como finalidad y como medio, toda acción colonizadora fuera de Palestina y los países colindantes".

Esas palabras "acción colonizadora" revelan que los líderes judíos comprendían de una manera clara que lo que ellos iban a hacer en Palestina era colonizarla. Herzl se oponía a la infiltración que era un método de penetración en territorio palestino seguido de manera individual por muchos judíos. Herzl murió, como dijimos hace un rato, en 1904, a mediados de ese año, y no pudo detener esa penetración que siguió dándose después de su muerte. Irse a Palestina era lo que los judíos llamaban la aliyah, el sueño de los jóvenes sionistas. Uno de los jóvenes que hicieron la aliyah fue David Ben Gurión, que iba a ser el primer jefe de gobierno del Estado de Israel.

Se estima que para el año 1903, es decir, cuando se reunió el sexto congreso sionista, el último a que asistió Herzl, la población judía en Palestina era de 60 mil almas, y esa población fue aumentando, aunque despacio; dio un salto en 1906, cuando los infiltrados judíos empezaron a establecerse en el Valle del Jordán, donde estaban las tierras más ricas de Palestina, pero para 1914 se calculaba que los judíos establecidos en Palestina no pasaban de 85 mil. Ese año de 1914 fue cuando comenzó la Primera Guerra Mundial. En esa Primera Guerra Mundial participó un cuerpo judío al lado de los ingleses. Dicen que el que a "buen árbol se arrima buena sombra lo cobija", y ellos se arrimaron a los ingleses con ese cuerpo militar. Naturalmente el inicio de la guerra no paró la infiltración judía en Palestina, que todavía era territorio turco y por tanto territorio enemigo de los ingleses. Sin embargo, la guerra provocó una salida grande de judíos de Palestina porque cuando terminó en el año 1918 había solamente 56 mil judíos y cuando comenzó cuatro años antes había 85 mil. Esa disminución se explica por la persecución turca a los que viviendo en territorio de Turquía eran partidarios de los enemigos de ese país.

Los judíos ayudaron a los ingleses en la guerra no solamente con ese cuerpo militar que se llamaba Zion Mules Corp, es decir, un cuerpo montado en mulos, una especie no de caballería sino de mulería judía, sino que en el año 1917 formaron la Legión judía y además ayudaron de muchas otras maneras. Por ejemplo, el químico Weizman, que iba a ser el primer presidente de Israel, trabajó en Londres para el gobierno inglés y logró mejorar el trinitrotolueno convirtiéndolo en un explosivo muchas veces más poderoso que lo que había sido hasta entonces y que todos los que estaban siendo usados en la guerra, y se cree que los inventos de Weizman jugaron un papel importante en la decisión del gobierno inglés de ofrecerle su respaldo a la idea de establecer una nación judía en Palestina.

Además de la influencia que pudo tener Weizman en esa decisión, se sabe que en ella pesó grandemente la posibilidad de que el movimiento sionista norteamericano, alentado por la actividad de Inglaterra en favor de la creación del Estado judío, presionara al gobierno norteamericano para llevarlo a participar en la guerra del lado de los aliados, como sucedió en el mismo año en que Lord Balfour envió a Lord Rothschild la histórica carta que se conoce con el nombre de Declaración Balfour. Debemos aclarar, sin embargo, que la entrada de los Estados Unidos en la guerra tuvo efecto siete meses antes de que Lord Balfour enviara su carta al banquero Rothschild, lo cual, naturalmente, no significa que los sionistas norteamericanos no conocieran la posición del gobierno inglés sobre el problema judío con mucha anticipación, antes, incluso, de que se produjera, al comenzar el año 1917, el bloqueo marítimo de Inglaterra, que fue el pretexto de que se valió el gobierno norteamericano para justificar su declaración de guerra a Alemania, hecho que tuvo lugar el 6 de abril de ese año 1917.

El pueblo norteamericano era opuesto a tomar parte en la guerra, pero el número de judíos que había en los Estados Unidos era altísimo y entre ellos se habían organizado muchos grupos sionistas. Sería una tontería nuestra pensar que la decisión de enviar a Lord Rothschild la carta de Lord Balfour fue obra exclusiva de este último. Esa fue la obra del llamado Gabinete de Guerra inglés, que estaba formado por los primeros ministros de los territorios ingleses, incluyendo al primer ministro de Inglaterra; y recordemos que en esos tiempos, los territorios ingleses eran enormes y riquísimos; que entre ellos estaban Australia, Nueva Zelandia, la India, Canadá, África del Sur, Rodesia, y estamos hablando de los importantes, no de los que no tenían gobiernos propios como las islas inglesas del Caribe o los protectorados africanos, entre los cuales los había de tanta categoría como Egipto.

Decíamos que el pueblo norteamericano se oponía a tomar parte en la guerra, y para que ustedes vean cómo nos han engañado siempre les contaremos que hoy mismo (26 de agosto) leíamos en The New York Times del domingo un artículo de una señora que ha muerto de 89 años y una semana antes de morir terminó ese artículo en el cual contó cómo actuaba la democracia norteamericana (que en esa ocasión era democrática dos veces porque el país estaba gobernado por el Partido Demócrata bajo la presidencia de Woodrow Wilson, el democrático presidente que ordenó la ocupación militar de Haití y de nuestro país). A todos los que se oponían a la entrada de los Estados Unidos en la guerra se les perseguía; eran apaleados, llevados a la cárcel, sacados de sus empleos y trabajos. Esa señora y un grupo de amigos de ella fundaron la Liga de la Defensa de los Derechos Humanos, que fue la primera organización de su tipo que hubo en los Estados Unidos.

SEGUNDA PARTE
El pueblo norteamericano se oponía a entrar en la guerra y los ingleses querían presionar al gobierno de Wilson para que tomara parte en la guerra. Se habían usado todas las oportunidades para llevar a los norteamericanos a la guerra, como la que se presentó cuando un submarino alemán hundió el Lusitania, un buque yanqui de pasajeros, hecho que sucedió en el año 1915, y cuando otro submarino alemán hundió un buque francés en que viajaban muchos norteamericanos; sin embargo fue el bloqueo marítimo de Inglaterra, hecho por submarinos alemanes, lo que le sirvió a Wilson de pie para declarar la guerra a los llamados Imperios Centrales, es decir, el Imperio Alemán, el Austrohúngaro y el Turco.

¿Por qué fue ese bloqueo determinante en la declaración de guerra de los Estados Unidos? Ustedes van a comprenderlo cuando sepan que en el año 1913 la balanza comercial norteamericana era favorable en 690 millones de dólares, lo que significa que entre lo que compraban y vendían a otros países había una diferencia a su favor de 690 millones de dólares; y que en el año 1916 la balanza había pasado a ser favorable en 3 mil millones de dólares, y 3 mil millones de dólares, que hoy nos parecen nada, eran en aquellos días una cantidad de dinero fantástica; era tanto dinero que la mente humana no lo concebía. Y ese enorme beneficio en el comercio internacional de los Estados Unidos procedía fundamentalmente de las compras que hacían Francia e Inglaterra en Norteamérica. Esos dos países estaban dedicados únicamente a la guerra, de manera que no tenían capacidad para producir nada que no fueran equipos militares, y sus hombres, fueran obreros o fueran intelectuales, o estaban en las trincheras o estaban preparándose para ir a ellas; y en los años de esa guerra, la mujer de los grandes países industriales no tenía aún, como la tuvo en la Segunda Guerra Mundial, preparación para ir a las fábricas a ocupar los puestos que dejaban vacíos los hombres que iban a los campos de batalla. No olvidemos que la Primera Guerra Mundial fue una verdadera hecatombe, en la que tomaron parte más de 60 millones de hombres, de los cuales murieron en las trincheras muchos millones.

En esa Primera Guerra Mundial participaron todos los grandes países capitalistas y. algunos que sin llegar a grandes, estaban en camino de serlo. En ella, el Japón peleó al lado de los aliados contra Alemania, Austria y Turquía. El propósito de los grandes países capitalistas era repartirse las materias primas de las partes más atrasadas del mundo, pero como las materias primas no están en el aire, no flotan sino que están en la tierra, y la tierra se halla repartida en países, había que tomar parte en la guerra para cuando ella terminara, tener posiciones tomadas que les permitieran participar en la distribución de esos países coloniales que se haría, sin duda alguna, al terminar la guerra, o para participar en el reparto de las zonas de influencia que harían posible la explotación de esas regiones sin necesidad de ocupar físicamente los territorios que iban a ser explotados. En el caso de nuestro país hubo ocupación física, ocupación militar. Los Estados Unidos nos ocuparon en el segundo año de la guerra, un año antes de entrar en ella, para explotarnos como productores de azúcar, como hemos explicado muchas veces, y en plena guerra le compraron a Dinamarca, Saint Thomas y las Islas Vírgenes, además de que ya habían ocupado Haití y Nicaragua.

En ese momento histórico, lo más importante para Norteamérica era controlar las zonas de influencia comercial para crear lo que iba a llamarse después la Zona del Dólar, que iba a funcionar en oposición a la Zona de la Libra Esterlina, que era la moneda que corría en todo el Imperio inglés. Al terminar ese segundo año de la guerra, el balance comercial era de 3 mil millones, y claro, el gobierno norteamericano no iba a perder un dólar de esos, de manera que los sionistas norteamericanos realmente no iban a tener necesidad de hacer mucho esfuerzo para llevar al gobierno norteamericano a la guerra. Treinta y ocho años después tampoco tendrían que hacer muchos esfuerzos para que el gobierno de Truman sustituyera al gobierno inglés como protector supremo del sionismo, pues ya para esa época, es decir, para el año 1945, los Estados Unidos habían sustituido a Inglaterra en la jefatura mundial del sistema capitalista, y ese sistema fue el padre y la madre y el hermano mayor del movimiento sionista.

La carta de Lord Balfour a Lord Rothschild decía: "El gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo que pueda para facilitar la puesta en práctica de ese objetivo". Al final le decía a Lord Rothschild que "hiciera conocer esa carta a todos los organismos sionistas", es decir, a la federación de organismos sionistas que estaban establecidos especialmente en Europa y en los Estados Unidos. Lloyd George, que fue el primer ministro del gobierno en el cual Lord Balfour era ministro de Relaciones Exteriores, dijo mucho más tarde, en un libro titulado 'La verdad sobre los tratados de paz', que todos los miembros del gobierno inglés pensaban (y aquí empiezo a leer sus palabras) "que cuando llegase la hora de otorgar instituciones representativas a Palestina, si los judíos habían sabido sacar provecho de la ocasión ofrecida por la idea del Hogar Nacional para llegar a ser una mayoría entre los habitantes, Palestina se convertiría en un Estado judío independiente".

Más claro no canta un gallo. Esa y no otra era la forma en que estaban pensando los gobernantes ingleses en el momento mismo en que el general Allenby lanzaba sus fuerzas sobre Palestina y poco más de un mes antes de que tomara a nombre de Inglaterra la ciudad de Jerusalén (Ya ustedes saben que Jerusalén fue tomada en el mes de noviembre de 1917 por Allenby). Y si este testimonio del jefe del gobierno inglés en cuyo nombre habló Lord Balfour no nos bastara, tenemos el del general Jean Christian Smuts, que en su condición de primer ministro del gobierno de Sudáfrica, que era entonces parte del Imperio Inglés, pertenecía al gabinete de guerra del Imperio Británico en el momento en que Lord Balfour hizo conocer su declaración de apoyo al plan de que los judíos se establecieran en Palestina. En un discurso que pronunció el 13 de noviembre de 1919 en Johannesburgo, la capital de Sudáfrica, el general Smuts dijo estas palabras: “En las próximas generaciones vais a ver levantarse allí en Palestina una vez más el gran Estado judío”.

Creemos que no hay necesidad de presentar nuevos argumentos para convencerlos a ustedes de que desde el momento mismo en que el sionismo se organizó, lo hizo con el propósito bien definido de establecer un Estado judío en Palestina y que ese plan contó de antemano con el apoyo de Inglaterra, que era entonces el país capitalista por excelencia, el jefe del sistema capitalista en el mundo, y ese apoyo se explica porque por razones históricas que trataremos de explicar brevemente, los judíos habían producido una verdadera élite, una crema también mundial de grandes capitalistas especialmente en el campo de las finanzas, en el cual venían actuando desde hacía siglos, primero como prestamistas de reyes y gobiernos y después como banqueros de comerciantes e industriales y también de gobernantes.

¿De dónde salió esa élite, esa crema mundial judía de grandes capitalistas, especialmente en el campo de las finanzas? Salió de la última diáspora. ¿Qué quiere decir diáspora? Esa palabra quiere decir dispersión, y aplicada al caso concreto de la historia a que estamos refiriéndonos en estas charlas, significa dispersión de los judíos, es decir, se refiere al hecho de que los judíos fueron sacados de Palestina y tuvieron que ir a vivir a otros países, o lo que es igual, fueron dispersados. Así, sepan que cada vez que ustedes oigan la palabra diáspora deben darle solamente ese sentido. La primera diáspora fue la del destierro a Babilonia, que duró desde el año 597 al 538 antes de Cristo, es decir, unos 60 años, al cabo de los cuales los judíos volvieron a Palestina y muy especialmente a Jerusalén; la segunda diáspora es muy prolongada y no tiene fecha de iniciación. Algunos consideran que comenzó con la destrucción de Jerusalén por las fuerzas romanas bajo el mando de Tito, pero eso no parece cierto porque se sabe que hacia el siglo II antes de Cristo había judíos establecidos en varios lugares del Mediterráneo que se dedicaban al comercio y sobre todo al comercio de la moneda; había judíos en la propia Roma dedicados a ese negocio.

Parece que a raíz de la destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70 de nuestra era y los años del dominio romano, los judíos seguían saliendo del país y se dedicaban en Alejandría, en Roma y en las ciudades grandes del Mediterráneo al comercio de dinero. Los romanos prohibieron a los judíos ir a Jerusalén. A medida que los judíos fueron penetrando en los países europeos comenzaron a ser vistos como extranjeros peligrosos porque el cristianismo se extendía rápidamente por esos países y los judíos no eran cristianos; y peor aún, a los judíos se les acusaba de haber dado muerte a Cristo. Pero el odio religioso tenía una base de otro tipo: era el comercio de dinero a que se dedicaban muchos judíos. Ese comercio los convertía en objetivos del odio popular porque cobraban muy caro por el dinero que prestaban, pero además resultaba que al mismo tiempo que ellos les prestaban dinero a las gentes del pueblo se convertían en amigos de los reyes y los nobles que cuando necesitaban dinero lo conseguían prestado de los judíos ricos.

Ahora bien, para asegurarse el cobro de esos préstamos que ellos les hacían a los reyes, a los príncipes, a los nobles (incluso se dice que el dinero para el viaje del descubrimiento de América fue proporcionado a la reina Isabel la Católica por judíos de España), esos judíos reclamaban que se les autorizara a hacer el cobro de los impuestos, y el cobro de los impuestos era cosa que no les agradaba ni a los nobles ni a los pueblos; así fue como en muchos países se fue creando un distanciamiento entre los pueblos y los judíos en el cual se mezclaban las luchas de los explotados contra los explotadores con los odios religiosos, y como el desarrollo político era en esos siglos casi inexistente porque entonces las ideologías se expresaban en términos religiosos y no en términos políticos, en vez de unirse los explotados cristianos y los explotados judíos (que los había, y eran la mayoría de los judíos como ha sucedido siempre en todos los pueblos), unos y otros se dejaban engañar por los explotadores judíos y cristianos que siempre se entendían para hacer negocios y repartirse los beneficios en las alturas en que vivían.

Cuando decimos que las ideologías de aquellos tiempos se expresaban en términos religiosos y no políticos nos referíamos a que los capitalistas que fueron formándose en el seno de la sociedad feudal eran políticamente más avanzados que los señores feudales y que los siervos feudales, pero ese avance no se manifestaba en términos políticos sino en términos religiosos; es decir, dentro del cristianismo, por ejemplo, se formaba una secta religiosa más avanzada que la religión de los más atrasados, y esa secta religiosa nueva trataba de conquistar el poder y entraba en guerra contra la parte de la población políticamente más atrasada que defendía la religión en los valores anteriores. Muchas de esas cosas están sucediendo hoy en el mundo y tenemos el ejemplo del padre Camilo Torres en Colombia, y tenemos el ejemplo de muchos sacerdotes que políticamente son más avanzados que otros. Así vino a suceder que cuando comenzó la formación del capitalismo dentro del seno de la sociedad feudal, los judíos, pero especialmente los judíos pobres, tuvieron que irse a vivir a barrios para ellos solos, barrios que a veces tenían que ser amurallados, es decir, tenían que hacerse cercas de piedras para que sus habitantes pudieran defenderse de los ataques de las poblaciones cristianas.

Esos barrios judíos se llamaban ghettos, palabra de origen italiano que se usa hoy para referirse a barrios donde viven razas consideradas inferiores, como es el caso de los negros en los Estados Unidos. Había otra palabra que se relacionaba con esa y que ya no se usa. Era la palabra progrom, que significa ataque, destrucción y saqueo de un ghetto judío por parte de cristianos, generalmente azuzados por las autoridades que necesitaban distraer la atención del pueblo por razones políticas o porque querían quedarse con los bienes de los judíos e inventaban, cada vez que la situación económica o política se les ponía difícil, cualquier argumento que pudiera sublevar a las masas cristianas o católicas, como por ejemplo, la noticia de que varios judíos habían sido sorprendidos comiéndose un niño cristiano o sacándole la sangre para bebérsela o que unos cuantos judíos se habían robado la hostia sagrada de tal iglesia o que habían quemado una imagen de la virgen tal o de Jesús.

A veces las matanzas de judíos llevadas a cabo en los progroms eran impresionantes, y aunque los progroms fueron desapareciendo en los países de Europa a medida que iba avanzando la conciencia política de las masas, siguieron llevándose a cabo en algunas partes, como en Rusia, y aunque sea difícil de admitir, esa persistencia de los progroms y en general de la discriminación violenta contra su pueblo, llevó a muchos intelectuales judíos a elaborar lo que podríamos llamar una ideología del aislamiento y diferenciación que los separaba de los pueblos mientras otros, como fue el caso de Marx, respondieron buscando la verdad profunda acerca de lo que dividía a cristianos y judíos y encontraron que esa era una división falsa y concebida para engañar a los pueblos; que lo que realmente dividía a la gente no era la religión sino el lugar que cada quien ocupa en las relaciones de producción.

Así por ejemplo, en Inglaterra, el país más desarrollado del mundo dentro del sistema capitalista, un judío como Disraeli (Benjamin... Benjamin Disraeli, nh) llegó a ser en el siglo pasado jefe del gobierno, es decir, primer ministro, y un banquero como Rothschild llegó a Lord del reino, es decir, fue declarado noble. En otro país donde el capitalismo se desarrollaba rápidamente, los Estados Unidos, muchos judíos pasaron a ocupar posiciones de mando en la banca, las industrias, el comercio y varias actividades, especialmente, en las que forman o ayudan a formar la opinión pública. Debemos insistir especialmente en el caso de los comerciantes judíos de dinero que se dedicaban a ese negocio ya en tiempos de Roma, en la provincia capital del imperio Romano y en tiempos de los reyes ptoloméicos en Alejandría.

Recordemos a los cambistas, esto es, a los que compraban y vendían monedas, a los peregrinos que iban al templo de Jerusalén, a quienes Jesús echó de allí a latigazos. Pues bien, el manejo de ese negocio durante siglos formó entre los judíos expertos banqueros y financistas, como la venta de joyas formó entre ellos grandes capitalistas joyeros. En pocas palabras, a medida que la sociedad occidental se desarrollaba y entraba en la era capitalista y el capitalismo se desarrollaba a su vez, entre los judíos fueron desarrollándose habilidades y mentalidades capitalistas que pasaron a asociarse de manera natural y lógica con los grandes capitalistas no judíos, porque tal como aclaró Marx, las sociedades no primitivas se dividen en clases, y tal como dice la gente del pueblo desde tiempo inmemorial, siglos antes de que naciera Marx, cada oveja busca su pareja.

Digamos que no todos los judíos que se destacaron se hicieron capitalistas. La necesidad de sobrevivir en un mundo que los perseguía y la división del trabajo que se va dando en cada sociedad a medida que aumenta el número de sus miembros y la vida se va haciendo más compleja debido al desarrollo de las fuerzas productivas, llevó a muchos judíos a hacer esfuerzos gigantescos para destacarse en sus medios respectivos, porque un judío que se destacaba como médico o como matemático o como músico o como político se ponía a salvo de la persecución y sobre todo de la discriminación injuriante. Eso es lo que explica que en la historia de Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Rusia y otros países haya tantos judíos que conquistaron nombres famosos, que entre ellos surgieron sabios en todas las ciencias y figuras mundiales en todas las actividades. Pero hay que convenir en que el mayor número de los judíos que se destacaron lo hicieron como capitalistas o como ideólogos del sistema capitalista, y hay que convenir también en que la mayor parte de la masa judía de la diáspora siguió a esos capitalistas y a esos ideólogos del sistema capitalista. Ahí es donde hay que ir a buscar la fuerza original y actual del sionismo. Hay que buscarla en el hecho de que es una organización que defiende y expande violentamente lo que se llama el status quo, es decir, lo que está establecido, el sistema en que vive, y lo defiende con todas las armas, las ideológicas y las de hierro.

La semana pasada mencionamos el caso del segundo congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, organización de categoría histórica porque ella fue la que estableció el primer Estado socialista que conoció la humanidad, de manera que dentro de 50 ó 100 años, cuando la mayoría de los países del mundo sean socialistas, hecho que nadie podrá evitar, ese partido será reconocido en todas partes como lo han sido durante 1,900 años los apóstoles del cristianismo, esto es, como los propagandistas de una nueva era. Pues bien, el segundo congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, que se celebró en Bruselas entre el 17 de julio y el 10 de agosto de 1903, casi al mismo tiempo que se celebraba el congreso sionista de ese mismo año, fue de importancia excepcional porque en él quedó definida la forma en que debían organizarse los partidarios rusos del marxismo para poder alcanzar el poder, y en la tarea de lograr esa definición los miembros del congreso quedaron divididos en dos grupos; uno llamado mayoría que en ruso se dice bolchevique, y otro llamado minoría que en la misma lengua se dice menchevique.

Pues bien, entre los mencheviques estaba un sector formado principalmente por judíos marxistas que exigían que el congreso los reconociese como los únicos representantes de los trabajadores judíos, y eso significaba nada más y nada menos que para esos marxistas judíos la sociedad no estaba dividida en clases como lo habían demostrado Marx y Engels sino en nacionalidades, la cual era la tesis capitalista no expresada todavía en esa época de manera organizada por ninguna doctrina. Esa sería precisamente la tesis que iba a justificar la guerra de un país rico contra uno pobre para quitarle sus riquezas arrebatándole la soberanía a fin de poder arrebatarle, a través de la dependencia política, sus materias primas, su comercio, y pagarle a bajo precio su mano de obra. La actitud de esos judíos marxistas rusos es una prueba de hasta qué punto muchos judíos, aun llamándose revolucionarios eran en realidad partidarios del sistema -y hablamos del sistema capitalista- que aparentemente deseaban o se proponían derrocar. Todavía hoy miles de soviéticos de origen judío luchan por salir del país donde nacieron y se formaron para irse a Israel. Eso demuestra que habiendo nacido socialistas y habiéndose formado en un ambiente socialista, realmente son partidarios a rajatabla del capitalismo, y eso, el capitalismo, es lo que les atrae de Israel.

El sionismo nació como una expresión ideológica y práctica del capitalismo en el mismo momento en que en Europa se desarrollaban las organizaciones nacientes del socialismo, de manera que si vemos los acontecimientos del Cercano Oriente desde el punto de vista marxista tenemos que concluir en que lo que está sucediendo en esa región es un reflejo a nivel internacional de la lucha de clases que se lleva a cabo en todo el mundo, y eso y no otra cosa es lo que explica el papel que han jugado, y siguen jugando en los acontecimientos del Cercano Oriente, los Estados Unidos, de parte de Israel, y la Unión Soviética y otros países socialistas, de parte de los pueblos árabes. Esa lucha, cuando se lleva a cabo de parte de un país rico y poderoso contra uno pobre y débil, tiene un nombre, o mejor dicho dos nombres, se llama imperialismo por un lado y por el otro se llama colonialismo.

Israel está llevando a cabo en el Cercano Oriente una lucha imperialista con el propósito de colonizar a los pueblos de la región a partir de la base que ha establecido en Palestina. Si se vuelven los ojos atrás se puede comprobar lo que decimos recordando que desde el primer momento los judíos se prepararon para esa lucha organizándose como se organiza una empresa económica que persigue un fin político. Comenzaron reuniendo dinero para comprar tierras en Palestina o consiguiendo que las compraran banqueros como los Rothschild; después organizaron un banco que no podía tener un nombre más significativo, Banco Colonial judío, que cosa de medio siglo más tarde pasaría a ser el Banco Nacional de Israel. Para capitalizar ese banco, es decir, para proporcionarle fondos, se creó el Fondo Nacional Judío y casi 30 años después, en el 1929, se organizó en la ciudad suiza de Zurich la Agencia Judía, cuya función consistía en dirigir desde el punto de vista económico, pero con criterio político, las actividades de los judíos que se hallaban en Palestina.

TERCERA PARTE
En algún libro cuyo título no recuerdo ahora, leí este razonamiento: Los grandes terratenientes árabes de Palestina, muchos de ellos absentistas (palabra que significa personas que viven ausentes de sus tierras o de sus negocios) les vendieron sus propiedades a los judíos sin que éstos los forzaran en ningún sentido, y en la mayoría de los casos los judíos pagaron esas tierras en más de lo que valían. Bien, aceptemos eso como verdad irrebatible, pero se trata de una verdad dentro de un concepto capitalista de la moral pública y privada, no dentro de un concepto humanitarista y por tanto de justicia auténtica. A millones y a cientos de millones y a miles de millones de personas se les ha hecho creer que la moral capitalista es la moral verdadera y por esa razón hay enormes cantidades de gente que consideran que es absolutamente moral que el que tiene algo lo venda, sobre todo si quien lo compra lo paga en algo más de lo que vale, y que es absolutamente moral que el que dispone de dinero compre lo que necesite o lo que le guste sin tomar en cuenta para nada a los demás. En el caso concreto de las tierras, que son bienes de producción con los que se ganan la vida, aun dentro del sistema capitalista, los que trabajan en ella aunque sean trabajadores que reciben un salario injusto, el propietario que se las vende a un extranjero está vendiendo un pedazo de su patria que no le pertenece solamente a él, porque al mismo tiempo que esa tierra es suya dentro de la ley fundamental del sistema capitalista que es la que establece la propiedad privada de los bienes de producción, esa tierra es también de las generaciones que no han nacido, puesto que los que van a nacer necesitarán un territorio para tener una patria.

Una patria es el hogar de un pueblo, y un pueblo sin el territorio donde debe vivir y producir no puede formar una patria. Ahora bien, esos grandes propietarios árabes, muchos de ellos absentistas como dijimos hace poco, les vendieron sus tierras a los judíos sin tomar en cuenta lo que iba a sufrir el pueblo de Palestina cuando no tuviera tierras para trabajar en ellas, para producir en ellas lo que tenía que alimentarlo, y lo hicieron sin remordimiento de conciencia porque actuaban de acuerdo con la moralidad capitalista. En esa moral, lo que me deja beneficios económicos es bueno aunque perjudique a otros, y lo que me perjudica económicamente, o sin llegar a perjudicarme no me deja beneficios en dinero, es malo aunque beneficie a mi pueblo o a todo el mundo.

Ustedes recordarán que hace poco dijimos que al terminar la Primera Guerra Mundial, lo que equivale decir al terminar el año 1918, la población judía en Palestina era de 56 mil personas, pero recordemos también que al finalizar ese año de 1918, los ingleses estaban en Palestina desde hacía un año, y que iban a estar ahí hasta el 15 de mayo de 1948, esto es, 30 años más; recordemos que desde el año 1938, los ingleses tenían el propósito de meter una cuña entre los países árabes de África y los de Asia, y que esa cuña iba a ser concebida después como un Estado judío establecido en Palestina, y recordemos por fin que al comenzar el mes de noviembre de 1917 el gobierno inglés por boca de su ministro de Relaciones Exteriores declaró que Inglaterra estaba dispuesta a emplear todos sus esfuerzos para que se estableciera en Palestina un Hogar Nacional judío. Esos puntos que acabamos de recordarles forman una línea clara, coherente; esto es, todos esos puntos están relacionados entre sí como parte de un plan general que había surgido como una idea ochenta años antes y que se había ido realizando a lo largo de ese tiempo a medida que las circunstancias iban permitiéndolo.

A partir del final de la Primera Guerra Mundial resultaría más fácil llevar adelante ese plan porque Palestina había quedado bajo mandato inglés. Según se dice con acierto en el número 70 de 'Les Cahiers de l'Histoire', tal como aparece en la traducción al español del libro 'El Problema Palestinense', páginas 63-64, "Los estados árabes vecinos de Israel no han cesado de temer que la inmigración sea el origen de un engranaje sin fin (que es lo que nosotros llamamos aquí tornillo sin fin) al pedir los judíos tierras para ubicar sus inmigrantes (es decir, los judíos que llegaban a Palestina), y al instalar inmigrantes para poder pedir tierras... Los árabes tenían, pues, fundamentos para considerar la creación del Estado de Israel, no como el comienzo de una era de estabilidad, sino, como el origen de una expansión" (destinada a llevar a Palestina a los judíos de todos los países) como en efecto ha resultado ser.

Golda Meier, quien originalmente se llamaba Golda Meyerson, tenía razón cuando declaró, siendo una jovencita, el 24 de agosto de 1921: "No es a los árabes a quienes los ingleses van a elegir para colonizar Palestina, sino a nosotros". Y efectivamente así fue, y así tenía que ser dado que en ese terreno los ingleses no estaban improvisando; seguían, como dijimos hace poco, una línea adoptada desde hacía 80 años. Para el 1920, los ingleses habían autorizado una entrada anual de 16 mil 500 inmigrantes judíos y para el 1922 la población judía llegaba a ser el 11 por ciento de la población total de Palestina.

En un libro titulado 'Palestine, Loss of a Heritage', cuyo autor es Sami Hadawi, encontramos datos muy precisos y bien organizados, lo que se explica porque Sami Hadawi fue funcionario evaluador de tierras e inspector de mediciones para el pago de los impuestos en el Departamento de Establecimiento en las tierras del gobierno de Palestina de 1937 a 1948, lo que le dio oportunidad de mantenerse bien informado en materia de tierras ocupadas por judíos y por árabes así como del número de judíos que llegaban a Palestina; y dice él que al ocupar los ingleses en 1917 el territorio de Palestina, la población era aproximadamente de 700 mil personas, de las cuales 574 mil eran mahometanas, 70 mil eran cristianas y 56 mil judías; pero que datos de confianza, en los que podía creerse, solamente vinieron a tenerse en el censo hecho el 23 de octubre de 1922 y en el que se hizo el 18 de noviembre de 1931, aunque del último, el de 1931, se excluyeron, o se sacaron para fines de cálculos futuros, los soldados ingleses de ocupación, que eran unos 2 mil 500, y los beduinos del sub distrito de Besheba, que eran 66 mil 553 (Debemos aclarar que los beduinos son los habitantes árabes del desierto, que viven trasladándose constantemente de un sitio a otro). Los datos de ese censo mostraron que de 752 mil 48 habitantes que tenía Palestina en el año 1922, se había pasado en 1931 a 1 millón 33 mil 314, de los cuales eran mahometanos, incluyendo los nómadas, 759 mil 700; judíos, 174 mil 606; cristianos, 88 mil 907, y de otras religiones, 10 mil 101.

Los únicos que habían aumentado más del doble habían sido los judíos, que de 83 mil 790 habían pasado a 174 mil 606; el aumento de la población árabe apenas pasó rozando de la tercera parte. En cuanto a la tierra, los 56 mil judíos que había en el país en el 1918 ocupaban 162 mil 500 acres, cantidad que equivale a un millón 45 mil 528 tareas; pero el total de las tierras llegaba a 6 millones 580 mil 755 acres, o dicho en tareas, 42 millones 375 mil 700.

Ahora bien, esos números y los tantos por ciento de ellos parecen decir una verdad pero no dicen la verdad, porque cuando se habla de tierra lo más importante no es la cantidad; lo más importante es la calidad. Diez tareas de tierra en Moca producen muchas veces más que 200 tareas de tierra en Guayacanes, y me refiero a Guayacanes de la costa Este que queda a unos 10 ó 12 kilómetros de San Pedro de Macorís; y además de la calidad, la tierra tiene más valor si está cerca de una ciudad importante donde hay población que pueda consumir el producto de esa tierra, y si se estudia el mapa de los suelos de Palestina en esa época, se aprecia en el acto que los judíos se adueñaron de las tierras de mejor calidad, aunque cuando las Naciones Unidas planearon en el año 1947 el reparto de Palestina entre los judíos y los árabes, a ellos les tocaron, además de las mejores tierras, la mayor parte de las de Neguev, que eran las más pobres, pero también a los árabes les tocaron esas del Neguev y las de las orillas del Mar Muerto y del Jordán, hasta el Norte de Nablus, y todas esas son tierras de la misma pobre calidad que las de Neguev.

La inmensa mayoría de las tierras destinadas a los árabes, tal vez más del 80 por ciento, era de calidad o mediana o pobre, pero digamos también que calidad mediana o pobre no significa en Palestina tierras improductivas. Esas tierras de Neguev y de la orilla derecha del Jordán produjeron siempre olivos, que es el árbol de la aceituna, de la cual se saca el aceite, y viñedos, es decir, la planta de la uva de la cual se hace el vino. Los grandes propietarios árabes, especialmente los absentistas como dijimos hace poco, iban vendiendo sus tierras a los judíos, y la organización obrera judía llamada Histadruth prohibía que los propietarios judíos, fueran privados o fuera la Agencia judía, emplearan trabajadores no judíos, de manera que la masa del pueblo palestino árabe que no disponía de tierras sino que vendía su fuerza de trabajo quedaba en una situación desesperada. Esa situación dio lugar a explosiones de violencia que se hicieron graves a partir de 1929.

Debemos aclarar que la violencia no detuvo la llegada de judíos a Palestina. En 1939 ya había allí unos 400 mil judíos. Ese mismo año el gobierno inglés reconoció que había ido demasiado lejos en su apoyo a los judíos porque los árabes se levantaban y mantenían un estado de sublevación permanente, y en el Libro Blanco de ese año declaró que no tenía la intención de patrocinar un Estado judío en Palestina sino que Palestina debía convertirse en un Estado independiente, en el cual debían vivir juntos árabes y judíos con iguales derechos y responsabilidades, y fijó la cantidad de emigrantes judíos en 10 mil por año, más 25 mil refugiados por año, durante 5 años.

Pero sucedió que en ese año de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial provocada por el ataque alemán a Polonia, como dijimos en la charla anterior, y sucedió también que Hitler y su partido nazi tenían como base de su doctrina al mismo tiempo que la destrucción de la Unión Soviética, el aniquilamiento de la raza judía, a la que Hitler consideraba la culpable de todos los males de Alemania. La salida de judíos de Alemania, Austria y Checoeslovaquia aumentó enormemente en ese año de 1939 y pasó a convertirse en un torrente humano a partir de la ocupación de Polonia. Una parte de esos judíos iba a otros países, especialmente a los Estados Unidos, pero gran parte iba a Palestina. La enorme matanza de judíos hecha por los nazis en los años de la guerra agravó la situación de los palestinos porque creó un clima mundial de horror hacia los crímenes nazis que se manifestaba en un apoyo general al propósito de establecer un Estado judío en Palestina. De nada valió que en el protocolo de Alejandría, que sirvió de base a la formación de la Liga Árabe, se dijera esta verdad más grande que las pirámides egipcias: "No puede haber mayor injusticia que resolver el problema de los judíos tan injustamente tratados en Europa, mediante otra injusticia causada a los árabes de Palestina".

Para el año 1939, Inglaterra comenzaba a ver con preocupación la situación de Palestina, pero para 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, la corona de reina del sistema capitalista había pasado de la cabeza de Inglaterra a la de los Estados Unidos. La crema mundial judía del sistema capitalista, que había establecido en el siglo pasado su cuartel general en Inglaterra, porque Inglaterra fue desde el siglo XVIII el centro mundial del capitalismo, había ido a establecerse en los Estados Unidos a partir de los años que siguieron el final de la guerra de secesión norteamericana, debido a que después de esa guerra comenzó el violento desarrollo de ese país que iba a llevarlo a la posición de líder del capitalismo mundial, puesto que alcanzó gracias a las dos grandes guerras de 1914-1918 y 1939-1945.

Al terminar la segunda de esas guerras, los judíos norteamericanos se hallaban a la cabeza de grandes industrias, grandes bancos y especialmente dominaban los medios de comunicación de masas como periódicos, estaciones de radio, agencias de publicidad, editoras de libros, cátedras de universidades y colegios, y dominaban también organizaciones de trabajadores y el pequeño comercio de las ciudades más importantes del país, y además la población judía de los Estados Unidos había llegado a ser muy numerosa. Un ejemplo de lo numerosa que llegó a ser la población judía, lo tenemos en el caso de Henry Kissinger. Henry Kissinger era un niño judío alemán y salió huyendo con su familia de Alemania cuando tenía 13 años, durante esa Segunda Guerra Mundial; fue a dar a los Estados Unidos y ahí lo tienen ustedes ahora de Secretario de Estado de ese país. Imagínense si será o no será influyente.

Después de la conferencia de Yalta, en la que tomaron parte el presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, el jefe del gobierno y del partido comunista de la Unión Soviética, Josef Stalin, y Winston Churchill, el jefe del gobierno inglés, Roosevelt se reunió con Abdul Aziz Ibn Saud, que era el rey de Arabia (de su nombre Saud sale el nombre de Arabia Saudita) y era el padre de Faisal, a quien acaba de matar hace poco un sobrino.

La reunión tuvo lugar a bordo del crucero Quincy; en el que viajaba Roosevelt, y según cuenta Leonard Mosley en su libro 'El peligroso juego del petróleo', mientras los dos jefes de Estado hablaban de cultivos y de la cooperación entre los Estados Unidos y la Arabia Saudita para la extracción y comercialización del petróleo, parecían dos viejos amigos. Menos armonía hubo al tratar de la solución del problema palestino. La conversación derivó, entonces, hacia una serie de malentendidos que iban a enturbiar las relaciones entre ambos países en los meses siguientes.

Hasta ahí llega ese párrafo de Mosley, quien sigue diciendo que "Roosevelt prometió, primero de palabra y después confirmándolo por carta, que como presidente nunca llevaría a cabo ninguna acción hostil para los árabes, y que el gobierno de Washington no cambiaría su política palestina sin consultar de antemano tanto a los árabes como a los judíos". Ibn Saud quedó muy contento con esa declaración, pero sucedió que Roosevelt murió dos meses y medio después de haberla hecho, y según dice Mosley "su promesa murió con él"; y en una nota al pie, Mosley explica lo siguiente: Al romper la promesa de Roosevelt el presidente Harry S. Truman usó unas palabras que desde entonces han venido obsesionando, dice Mosley, tanto a los petroleros como a los diplomáticos que intentan negociar con los árabes. Las palabras de Truman que Mosley pone entre comillas son éstas: "Lo siento, señores, pero me debo a cientos de miles de personas que están deseosas de ver el éxito del sionismo. Entre mis electores carezco de cientos de miles de árabes".

Para ganarse el apoyo de los judíos norteamericanos, un apoyo que significaba su elección como presidente de los Estados Unidos, Truman respaldaba la petición judía de que se permitiera la entrada inmediata en Palestina de otros 100 mil judíos. De hecho, ya para ese momento, año de 1947, el poder que decidía en Palestina no era Inglaterra, eran los Estados Unidos. Cuando la Agencia Judía resolvió respaldar a las organizaciones terroristas judías que actuaban en Palestina contra las autoridades inglesas y contra los árabes, desde luego, los ingleses arrestaron a algunos jefes de la Agencia Judía. Eso ocurrió cuando los terroristas judíos volaron el hotel David, donde había varios jefes ingleses. Truman protestó de esa medida mientras al mismo tiempo el Congreso norteamericano se negaba a dar fondos pedidos por los ingleses para cubrir gastos que ellos hacían precisamente en Palestina.

CUARTA PARTE
El desplazamiento de Inglaterra de su papel de país líder del sistema capitalista mundial y la ocupación del lugar que dejó vacío Inglaterra por los Estados Unidos, determinó a su vez un movimiento del bloque socialista para enfrentarse a los Estados Unidos. Todavía la revolución socialista no había triunfado en China ni en ningún país fuera de la Unión Soviética y de la Europa Oriental y Central, y el líder natural de los países socialistas en los que el socialismo había triunfado en los años finales de la Segunda Guerra Mundial era la Unión Soviética. Así pues, en términos de liderazgo hubo un enfrentamiento de tipo político entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que no llegó a manifestarse en hechos porque la Unión Soviética apoyaba la idea de que se estableciera en Palestina un Estado en el que vivieran conjuntamente árabes y judíos, es decir, no un Estado judío ni un Estado árabe sino un Estado para árabes y judíos. En el resto de Europa el enfrentamiento fue más agudo especialmente en el caso del bloqueo de Berlín y tomó el nombre de la guerra fría, pero en esa guerra fría los soviéticos no perdieron de vista la situación que iba creándose en el Cercano Oriente a causa de la cual en 1945 se creó la Liga de Estados Árabes.

Cuando los ingleses se dieron cuenta de que si la guerra fría se extendía al Cercano Oriente ellos no tenían nada que ganar, pero podían perder su ventajosa posición en Egipto, decidieron retirarse de Palestina, y esa decisión precipitó los acontecimientos que iban a dar lugar al nacimiento del Estado de Israel. Sin embargo, desde el mes de noviembre de 1947 en las Naciones Unidas se había hecho un reparto de las tierras que debían ocupar los árabes y de las tierras que debían ocupar los judíos.

Dijimos que la decisión de Inglaterra de retirarse de Palestina precipitó los acontecimientos que iban a dar lugar al nacimiento del Estado de Israel, y ese Estado nació protegido, no ya por Inglaterra sino por los Estados Unidos. Hubo, pues, una traslación de poderes. Así vino a suceder que al heredar el lugar de Inglaterra como jefe del mundo capitalista, los Estados Unidos heredaron también la paternidad del Estado de Israel, que había sido planeado por Inglaterra desde hacía más de 100 años.

Al mismo tiempo que la decisión inglesa de abandonar Palestina colocó a los Estados Unidos en el papel de protectores del Estado de Israel, que iba a nacer el día antes de la retirada de los ingleses, esa decisión prolongó la autoridad de los ingleses en Egipto varios años, por lo menos, hasta el 26 de julio de 1956, es decir, un poco más de ocho años después del nacimiento del Estado de Israel.

En ese 26 de julio de 1956, Nasser declaró la nacionalización del Canal de Suez; y la nacionalización del Canal de Suez fue el fruto de la lucha política entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que eran los dos poderes enfrentados en el Cercano Oriente. Ya no eran Inglaterra y los árabes; ya eran los Estados Unidos y la Unión Soviética en su condición de potencias mundiales. Nasser necesitaba enormes cantidades de dinero para levantar la presa de Assuán, que es la más grande del mundo, y los Estados Unidos se las negaban porque su protegido en el Cercano Oriente era Israel. Estamos hablando de 1956; ya había pasado la guerra de 1948 entre Israel y Egipto, y como país líder de la Liga Árabe, Egipto estaba a la cabeza de la lucha contra Israel. Nasser respondió a la negativa norteamericana nacionalizando el Canal de Suez, y los gobiernos dueños de la compañía que administraba el Canal, que eran Inglaterra y Francia, respondieron a su vez organizando un ataque israelí a Egipto, para lo cual Ben Gurión, jefe del gobierno de Israel, fue llevado en secreto a Francia a fin de decidirlo a que Israel atacara en Egipto, con lo cual se justificaría la intervención inglesa y francesa en el conflicto.

Esa justificación era indispensable porque ni Inglaterra ni Francia podían contar en ese momento con la aprobación norteamericana debido a que por detrás de Nasser estaba el poder soviético, y los Estados Unidos temían que su participación en un ataque a Egipto, aunque fuera encubierta, desatara una nueva guerra mundial.

Ben Gurión, Shimon Perés y Mosé Dayán llegaron a la ciudad francesa de Sevres, en viaje secreto, el 22 de octubre de 1956, y las elecciones norteamericanas, en las cuales el presidente Eisenhower iba como candidato a la reelección, se celebrarían dos semanas después. Cualquier desliz en la política exterior de los Estados Unidos podía significar la derrota de Eisenhower, que equivalía a la derrota del Partido Republicano; y por esa razón lo que hicieran los ingleses y los franceses en Egipto tenía que ser hecho sin que se enterara el gobierno norteamericano; de ahí que el viaje de los líderes israelitas a Francia y el de los altos jefes políticos ingleses y franceses a la ciudad de Sevres para entrevistarse con ellos fueran movimientos hechos con tantas precauciones que ni la CIA se enteró, pero seamos justos y digamos que tampoco se enteraron los servicios soviéticos de contraespionaje. No se enteró nadie; sólo los que actuaron. En esas entrevistas de Sevres se decidió el ataque israelí, inglés y francés a Egipto.

El ataque comenzó con un avance inesperado del ejército israelí iniciado el 29 de octubre en dirección del Canal de Suez por la vía de EI-Arish, donde se estableció el cuartel general israelí, y el día 30, los ingleses y los franceses enviaron un ultimátum a los israelitas y a los egipcios, pero se trataba de un ultimátum que los israelitas estaban esperando porque eso se había planeado en Sevres, y que los egipcios no esperaban porque ellos eran las víctimas de ese plan secreto.

A la una del día 31 de octubre, Nasser rechazó el ultimátum y a las 4 de la mañana del día siguiente empezaron los ingleses a bombardear los suburbios de El Cairo y los alrededores del Canal de Suez. Los ingleses y los franceses habían reunido una fuerza gigantesca para atacar a Egipto; tenían 130 buques de guerra, entre ellos 6 portaviones, 15 cruceros y barcos auxiliares, 9 mil vehículos, 500 aviones, 75 mil hombres; todo eso para actuar como intermediarios que iban a garantizar la paz, pero en realidad era para quedarse con el Canal de Suez a fin de que los barcos ingleses y franceses y los que se les añadieran de las flotas del llamado Mundo Libre pudieran hacer su camino hacia Oriente con una economía de 9 mil kilómetros, como explicamos la semana pasada.

Permítasenos que al llegar aquí hagamos la historia de un episodio personal. Yendo de Cienfuegos, en Cuba, para Amberes, a participar en un congreso de trabajadores del transporte que debía celebrarse parte en Bélgica y parte en Austria, aprovechamos el viaje, que hacíamos en un barco alemán de carga que aceptaba de 10 a 12 pasajeros, para escribir el borrador de una biografía de David que habíamos planeado mientras vivíamos en Chile, allá por el año 1955. La razón del viaje era conseguir que en ese congreso de trabajadores se declarara un boicot a Trujillo, lo que no pudo conseguirse porque los representantes de los sindicatos ingleses se opusieron con el argumento de que Inglaterra compraba en la República Dominicana cacao, azúcar y café, y si ellos aceptaban el boicot el comercio inglés sufriría pérdidas. Esa conclusión tan revolucionaria de los ingleses fue aceptada por el congreso en sus sesiones de Viena, y de Viena nos fuimos a Roma junto con los otros dos delegados dominicanos, y en Roma pasamos en limpio el borrador de la biografía de David.

Ahora bien, estando en Roma se nos ocurrió que no debíamos volver a América sin aprovechar la oportunidad de ver la tierra de David y de comprobar qué cambios se habían operado en ella desde los tiempos bíblicos hasta los actuales. No teníamos dinero para hacer el viaje, pero tuvimos la suerte de encontrar en Roma a una amiga cubana que nos prestó 300 dólares, con los cuales nos fuimos en tren a Bríndisi, que queda situada en la base del tacón de la bota en que termina la península italiana; y de Bríndisi salimos hacia Haifa en un barco llamado el Mesaphia. Íbamos en tercera clase, porque el dinero no daba para ir en segunda, y como en tercera no se disponía de camarote debíamos dormir en cubierta; pero eso sí, de noche nos daban un colchón, lo que nos permitía pararnos al amanecer con cierta agilidad. El Mesaphia estaba anclado en un puerto de la isla de Chipre cuando vimos, por primera vez, aviones militares a reacción. Eran aviones ingleses y franceses que salían de Chipre -donde todavía hay bases inglesas- para ir a bombardear los alrededores de El Cairo; pero de esto último vinimos a enterarnos después de nuestra llegada a Haifa, que fue al día siguiente. Y perdonen el tiempo perdido en hablar de ese episodio personal.

Los planes ingleses y franceses fracasaron por la intervención yanqui. Ya los ingleses no eran el gran poder mundial; el gran poder mundial eran los Estados Unidos, y Eisenhower, temeroso de las complicaciones que podía traer el ataque anglo-francés a Egipto, intervino inmediatamente para ponerle fin. Foster Dulles hizo unas declaraciones muy enérgicas pidiendo que cesaran esos ataques, y los ataques cesaron y cesó también el avance israelí en Egipto. Los Estados Unidos se habían convertido en el líder mundial del sistema capitalista y naturalmente no podían tolerar que por motivos económicos o políticos, unos paisitos como Inglaterra y Francia, se tomaran la libertad de actuar por su cuenta, poniendo en peligro el liderazgo norteamericano.

Ahora vamos a dar un salto atrás para explicarles la clave del conflicto del Cercano Oriente, que se originó con la apropiación, por parte de los judíos, de las tierras de Palestina, con lo cual dejaron al pueblo palestino sin uno de los dos requisitos esenciales de una nación. Esos dos requisitos son pueblo y tierras. Un pueblo asentado sobre un territorio dado forma una nación, y una nación puede constituirse en Estado solamente si reúne esos dos requisitos. Palestina pudo haber pasado a ser un Estado, pero la ocupación inglesa lo impidió, y las infiltraciones judías primero, y las inmigraciones judías después, realizadas unas y otras con apoyo inglés, le arrebataron al pueblo palestino las tierras que ocupaba desde hacía varios siglos; en cambio los judíos, que eran un pueblo sin tierras y por tanto no constituían una nación, se convirtieron en nación al apropiarse de tierras palestinas, y de nación pasaron a Estado, el Estado de Israel, que quedó proclamado un día antes de abandonar las fuerzas inglesas el territorio palestino. Los ingleses evacuaron ese territorio el día 15 de mayo del año 1948 y los israelíes proclamaron la existencia del Estado de Israel en la tarde del día 14.

El pueblo judío no tenía tierras porque desde hacía más de mil quinientos años vivía en medio de otras sociedades. En la 'Historia de Palestina' de Lorand Gaspar (págs. 167 y 168), hallamos una nota que dice lo siguiente: "En 1964, sobre una cifra total de 2 millones 525 mil 600 habitantes de Israel, había 123 mil judíos iraquíes, 61 mil judíos yemeníes y de Adén, 44 mil judíos turcos, 37 mil judíos iraníes, 112 mil judíos marroquíes, 40 mil judíos argelinos y tunecinos, 36 mil judíos egipcios, 39 mil judíos holandeses, 219 mil judíos polacos, 147 mil judíos rumanos, 11 mil 88 judíos rusos, 53 mil judíos alemanes y austriacos, 26 mil judíos checoeslovacos, 29 mil judíos húngaros, 29 mil judíos búlgaros, 11 mil judíos griegos, 8 mil judíos yugoeslavos", y sigue diciendo: "Hay judíos del Cochín (Cochín es la Cochinchina, Vietnam del Sur) y del sur de la India y de Abisinia, muy oscuros de piel, los judíos rubios de ojos azules de Europa Central y del Este, muchos de ellos con una osamenta facial prominente de tipo eslavo (es decir, ruso), judíos de pelo negro y de cráneo dolicocéfalo, de tipo mediterráneo del Norte de África, judíos de tipo fornido de Kurdistán y Bujara, yemeníes delgados y muchos más"; es decir, como ustedes ven solamente faltaban judíos dominicanos. Y decimos que solamente faltaban judíos dominicanos porque conocimos en Israel judíos argentinos, judíos brasileros, judíos chilenos, y asómbrense, también judíos cubanos.

Al adueñarse de las tierras de los palestinos y asentarse en ellas, el pueblo judío pasó a ser nación, y una vez convertido en nación fue llevado a la categoría de Estado con la ayuda principalmente de Inglaterra, que les dio su apoyo durante un siglo a los grandes capitalistas judíos de Europa para que establecieran ese Estado como una cuña metida entre los países árabes de África y de Asia. Después con el apoyo político, económico y militar de los Estados Unidos, que vieron en Israel un aliado insuperable para mantener una base política y militar en la región del Cercano Oriente donde estaba dejándose sentir la penetración soviética.

Veamos cómo fue desarrollándose el proceso de convertir al pueblo judío en nación y cómo después que esa nación pasó a ser Estado usó el poder que tienen los Estados para acabar adueñándose del resto de las tierras palestinas, quitándoles a los árabes palestinos su medio de vida fundamental, pues tratándose, como se trataba, de que el pueblo árabe de Palestina era agricultor y pastor de cabras y de ovejas, si le faltaba la tierra le faltaba la base misma de su vida. Ya hemos dicho que la organización obrera judía llamada Histadruth, que es uno de los engranajes de la organización del Estado de Israel y antes de la existencia del Estado lo era de la Agencia Judía, rechazaba de manera tajante que los inmigrantes judíos les dieran trabajo a personas que no fueran judías, de manera que los árabes que iban perdiendo la tierra donde producían para ir viviendo porque sus propietarios se las vendían a los judíos, o por otras razones, no tenían oportunidad de trabajar ni siquiera como peones de los judíos; pero esa situación iba a agravarse con la creación del Estado de Israel, como veremos dentro de poco.

Por ahora, veamos algunos números que nos ayudarán a comprender la situación. Antes habíamos dicho que en el censo de 1931, 174 mil 606 judíos vivían para ese año en Palestina. En ese momento la población total del país era un millón 33 mil 314. Entonces se estimó que para el 1944 en Palestina habría un millón 739 mil 524 habitantes, de los cuales 528 mil 702 iban a ser judíos; pero resultó que un año antes, en 1943, los judíos eran, no 528 mil 702, sino 539 mil, y la población total un millón 676 mil, de manera que para 1943 los judíos eran poquito menos que la tercera parte de todos los habitantes de Palestina. En 1949, es decir, un año después de haberse constituido el Estado de Israel, los judíos eran 219 mil más que en 1943. En 1954 habían pasado a ser un millón 500 mil y en 1958 eran un millón 800 mil. Como pueden ustedes ver, en 14 años los judíos, ellos solos, pasaron a ser más que todos los habitantes de Palestina que se estimaba iba a haber en 1944, incluyendo entre ellos más de medio millón de judíos (528 mil 702). Como es natural, ese aumento de la población judía requería más tierras, no sólo para la producción judía sino también para sus viviendas. Ahora bien, una vez constituido el Estado de Israel, como dicen los autores de 'El Problema Palestinense' tomándolo de otras publicaciones, ¿se pasó de la etapa de la adquisición a la de la confiscación?

Tan pronto los ingleses abandonaron Palestina los países árabes vecinos atacaron Israel, y al terminar esa guerra, cuando se hizo el armisticio en julio de 1949, Israel sometió a la autoridad militar israelí la Alta Galilea y una gran parte de la región Central; y toda la parte norte de la costa entre Gaza e Isdud pasó también a ser sometida a la autoridad militar israelí, así como la región del Neguev; al sur de Rafah.

En el año 1941, las tierras de judíos en Palestina tenían una superficie de 528 kilómetros cuadrados, y para el 1951 llegaban a 16 mil 324 kilómetros cuadrados. ¿Cómo se obtuvo ese aumento de propiedades judías que alcanzó a casi 18 veces? Pues se obtuvo con las leyes que votó el gobierno judío inmediatamente después de haberse constituido el Estado de Israel, porque la constitución de un Estado autoriza la formación inmediata del gobierno que ha de administrarlo o dirigirlo, y un gobierno a su vez está autorizado a producir leyes en nombre y en defensa de ese Estado, y por eso, señores, es que los procesos políticos van dirigidos a la conquista del poder dentro de los límites del Estado porque el poder, que es ejercido por el gobierno, tiene la capacidad de organizar la vida de un pueblo de acuerdo con los intereses de aquellos que lo gobiernan.

Tan pronto constituyeron el Estado de Israel, los judíos pasaron a organizar la incautación o la conquista de las tierras de los árabes mediante varias leyes, de las cuales las tres primeras fueron promulgadas en el año 1948, es decir, el mismo año de la instalación del Estado de Israel. Esas tres leyes fueron la Ordenanza de las Áreas Abandonadas, la Regulación de las Propiedades de los Ausentes y las Regulaciones de Emergencia para el Cultivo de las Tierras no Cultivadas. Por la primera se declararon ausentes a todos los árabes que no se hallaban en sus ciudades o aldeas después del 29 de noviembre de 1947; se estableció que todos los árabes que tenían propiedades en la ciudad nueva de Acre serían clasificados como ausentes aunque nunca hubieran salido a más de 30 metros de la parte vieja de la ciudad. Parece increíble, pero así sucedió. También fueron declarados ausentes todos los que salieron de un lugar de Israel hacia otro dentro del país, y se llegó a colmos como el de que los árabes que fueron de visita a Beirut o a Belén en los últimos días del mandato inglés, aunque la visita durara sólo un día, fueron declarados ausentes, y se nombró al ministro de Agricultura y a un custodio especial para que tomaran posesión de las tierras de esos ausentes, y luego, por ley del 14 de marzo de 1950 se autorizó al custodio a vender las tierras de esos ausentes y se legalizaron todas las distribuciones de tierras propiedades de árabes que se habían hecho hasta ese momento sin autorización legal.

Decía Sami Hadawi (página 54): "Bajo esas regulaciones y leyes las autoridades israelíes legalizaron la toma de las propiedades de los árabes refugiados e hicieron legales las confiscaciones de cualesquiera otras propiedades de árabes, fueran o no fueran refugiados". Y agregaba esta conclusión: "El resultado actual es que todas las tierras agrícolas pertenecientes a refugiados (árabes) han sido vendidas por el custodio israelí, o la (llamada) Autoridad para el Desarrollo, que fue creada especialmente para liquidar los derechos y los intereses de los árabes".

Además de las tierras, la Palestina árabe tenía instalaciones telegráficas, telefónicas, ferrocarriles, acueductos, carreteras, puertos, edificios de gobierno, incluyendo entre ellos escuelas, hospitales, cuarteles de la policía y terrenos públicos y ciudades y aldeas; y los árabes palestinos teman hogares y muebles y negocios, sobre todo comercios, miles de comercios, aunque fueran pequeños; y con la mayoría de todo eso se quedaron los israelíes. En resumen, no es que al pueblo árabe de Palestina le quitaron su tierra y sus bienes. Lo que ha sucedido es algo infinitamente peor, pues si le hubieran quitado su tierra y sus bienes y le hubieran permitido quedarse en lo que durante más de mil 200 años había sido su país, en 20, en 40, en 60 años de trabajo hubiera podido rehacer lo que le habían arrebatado. Pero lo que se hizo con ese pueblo fue arrancarlo de raíz de su patria y lanzarlo fuera de ella, de tal manera que ahora hay fuera de Palestina más de un millón y medio de palestinos, de los cuales una gran cantidad ha nacido en el exilio.

La raíz del conflicto del Cercano Oriente está en ese hecho; en que un pueblo entero fue despojado de su patria natural para que fuera a ocuparlo otro pueblo que estaba fuera de ella hacía más de mil 200 años. Pero si la raíz está en ese despojo, que ha sido un crimen descomunal propio de un sistema que ha reemplazado el sentimiento de la confraternidad humana y el concepto de lo justo por la persecución del beneficio económico, su medida trágica, lo que le da una grandeza dolorosa difícil de medir es que la víctima de ese crimen es un pueblo que forma parte de una hermandad de pueblos que siente en carne propia el puñal que les han clavado a sus hermanos palestinos. Nosotros los latinoamericanos nos damos cuenta de lo que sufren los pueblos árabes con lo que les está sucediendo a sus hermanos de Palestina porque sabemos lo que nos duele el asesinato de un estudiante argentino o la desaparición misteriosa de un combatiente chileno.

Estando en España, allá por el año 1967, doña Carmen y yo fuimos a Córdoba, y naturalmente visitamos ese monumento de belleza increíble que se llama la Mezquita de Córdoba. En la Mezquita de Córdoba se avanza de asombro en asombro por entre columnas de mármoles de todos los colores, verde, rosado, gris, blanco, y de todos los estilos, el dórico, el jónico, el salomónico, y además de todos los tamaños, porque los árabes recogieron esas columnas especialmente de las antiguas ciudades romanas del Norte de África para llevarlas a Córdoba a montar con ellas un verdadero bosque de columnas. Unas son más altas y se les hicieron hoyos para que penetraran más en tierra; otras son más cortas y a esas se les hicieron bases para que quedaran más levantadas, porque en la parte superior, en el final de los capiteles, todas debían estar a la misma altura.

Yendo por entre ese bosque de sorpresas, dejándonos llevar de belleza en belleza, nos dimos de pronto con que en medio de aquella construcción gigantesca que es la Mezquita de Córdoba, había un lugar de donde habían quitado las columnas para fabricar, bajo el techo de la Mezquita, una iglesia católica. El guía que iba acompañándonos nos contó que cuando llevaron allí al emperador Carlos V, que por haber nacido y haberse criado fuera de España era menos fanático que la mayoría de los españoles, miró despaciosamente la iglesia católica y el bosque de columnas que la rodeaba y dijo más o menos estas palabras: "Ustedes han hecho dos cosas malas a la vez; han echado a perder la Mezquita y han echado a perder la iglesia católica".

Todas las mezquitas o templos musulmanes tienen un nicho que está colocado en dirección a la Meca, y ese nicho es el lugar sagrado de una mezquita. Su nombre árabe es el mihrab. Pues bien, paseando por aquel mundo de columnas que nos tenía deslumbrados, doña Carmen y yo desembocamos de pronto en el mihrab de la Mezquita de Córdoba. y nuestra sorpresa fue tal que nos miramos a los ojos. Ese mihrab era la culminación de todo lo bello que habíamos visto en la Mezquita. Las letras y los signos que hay en él están hechos de oro sobre mármol, y despedían una fuerza artística impresionante. Al darse cuenta de que nosotros nos habíamos quedado mudos, el guía, que parecía un árabe, dijo estas palabras:
"Aquí han venido muchos árabes que al llegar a este sitio no han podido seguir caminando y se han echado a llorar".
Y nosotros comprendimos a cabalidad por qué lloraban esos árabes. Lloraban porque al llegar ante el mihrab de la Mezquita de Córdoba veían de manera material, viva, con sus propios ojos, lo que había sido la cultura de ese imperio que al cabo de tantos siglos de haber desaparecido sigue iluminando con el resplandor de un sol naciente el alma de todos los pueblos árabes y sigue uniéndolos tanto como la lengua, tanto como a nosotros los latinoamericanos nos une la lengua española; y lo que no comprenden los judíos que han establecido un Estado judío en Palestina arrancando de allí, como quien arranca un árbol, al pueblo que habitaba esa tierra, y lo que no comprende el gran poder que está detrás de ellos, es que cuando hay pueblos con sentimientos tan profundos de unidad; cuando hay pueblos que sienten el dolor de sus hermanos como si fuera su propio dolor, entonces, aunque se necesiten muchos años de lucha y aunque esa lucha cueste muchas vidas, no hay sobre esta tierra poder alguno que pueda convertir en permanente una injusticia tan repugnante como la que se ha cometido con el pueblo árabe de Palestina.
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La crisis capitalista en la economía norteamericana/Juan Bosch

Los analistas de la economía norteamericana registran 8 recesiones que se han presentado entre el mes de noviembre de 1948 y el mes de diciembre de 1981. En lo que se refiere a la última, mientras se escriben estas líneas se anuncia que está llamada a prolongarse por lo menos durante todo el año 1982 y hay quienes aseguren que seguirá en el 1983. pero si nos atenemos a que llegará hasta diciembre del próximo año tendremos que al terminar el 1982 las recesiones de la economía de Estados Unidos habrán durado en conjunto 9 años en un lapso de 33, hecho que por sí sólo denuncia que en esa economía hay causas permanentes de crisis cuyo origen debe ser identificado y expuesto con precisión para conocimiento de todos los pueblos del mundo dado que una situación de crisis en la economía norteamericana acaba convirtiéndose en una crisis que afecta a la generalidad de los países capitalistas debido al hecho de que el dólar estadounidense es una moneda del comercio internacional del sistema capitalista, pero también afecta a los países socialistas que comercian con los grandes centros capitalistas en una proporción importante para ellos, como ha sido el caso reciente de Polonia y Rumanía.

La cantidad de 9 años de depresiones en un período de 33 años no sería nada extraño si tomamos en cuenta que el llamado Gran Crack de 1929 inició en Estados Unidos una depresión que duró 12 años corridos, desde el momento de su aparición el 24 de octubre del año mencionado hasta 1941, esto es, cuando ya la Guerra Mundial Segunda había cumplido dos años. Lo que llama la atención de la cadena de recesiones de la postguerra es que en 1970 se presentó una característica desconocida en la historia del capitalismo : la presencia en la recesión correspondiente a diciembre de 1969-noviembre de 1970 de dos componentes que en las anteriores habían figurado cada uno de ellos de manera aislada como causas de las recesiones pero nunca los dos a la vez; y a partir de ese momento los dos componentes han seguido apareciendo juntos en las recesiones siguientes, la de noviembre de 1973-marzo 1975, la de enero 1980-julio del mismo año y la que estamos viviendo en el momento en que se escriben estas líneas (mediados de diciembre de 1981).

Esos dos componentes son el estancamiento o depresión y la inflación, y su presencia en la cadena de recesiones ha dado origen a una palabra nueva: esta inflación (en inglés "stanflation") que resume las dos causas, pero la creación de esa palabra definitoria no significa que los economistas norteamericanos o de otros países hayan conseguido aislar los hechos que provocan la conjunción de la depresión y la inflación como causas de la estanflación. Hasta el momento se conocen las causas de la inflación y las de la depresión por separado pero no se sabe cómo unas y otras concurren en un estado de recesión, y sobre todo, se sabe que la recesión comienza con la presencia de una inflación y se agrava al presentarse los aspectos depresivos, pero se ignora cómo se producen los últimos en medios de una inflación.

La estanflación es un mal mucho más grave que la inflación por sí sola o que la depresión por sí sola, y lo es porque los economistas saben cuáles son las medidas que deben aplicarse para superar una situación inflacionaria y cuáles son las que pueden sacar a un país de una depresión, pero cuando eso dos males se presentan de manera simultánea en una recesión, las medidas llamadas a aliviar los efectos de la inflación agravan la depresión y las llamadas a aliviar la depresión agravan la inflación, lo que significa que en realidad no hay fórmula que pueda curar una economía de los daños que le cause una estanflación. No la hay porque los economistas que tienen a su servicio las grandes empresas y el gobierno de Estados Unidos ignoran cuál es el origen de ese mal tan complejo, y sin conocer su origen es difícil adoptar un programa de medidas que pueda curarlo o al menos aliviarlo.

Por de pronto, hay efectos de la situación en que se halla hoy la economía norteamericana que deben ser expuestos en conjunto porque todos ellos son síntomas de una crisis generalizada que se presenta en forma de encadenamiento de recesiones. Uno de esos efectos es el déficit crónico de la balanza comercial, que ha venido pesando sobre el dólar desde hace años, y ha forzado a los Bancos Centrales de varios países capitalistas a hacer compras no previstas de dólares, a veces por miles de millones en un sólo día, para evitar un colapso de esa moneda; ha sido necesario devaluar el dólar dos veces en menos de un año, el 4 de abril de 1972 y el 13 de febrero de 1973; la deuda pública llegó el 22 de octubre de este año (1981) a 1 billón de dólares ( 1,000,000,000. 000, o sea, el billón español, que no debemos confundir con el billón norteamericano, equivalente a sólo 1,000 millones), y sus intereses serán en 1982 de 96,000 millones; pero además en cuatro años más esa deuda habrá llegado a 1,500,000,000,000 ( 1 billón 500,000, millones), porque el gobierno de Reagan se ha confesado incapaz de evitar el incremento del déficit anual del presupuesto, y ese déficit tendrá que ser cubierto con bonos del tesoro y otros medios de pago que acabarán engrosando la deuda pública.

Otro efecto de los males que aquejan a la economía norteamericana es la alta tasa de interés que ha alcanzado el dólar. Esa situación fue creada debido a que los tenedores de dólares en todo el mundo (los euro y petrodólares, que para fines de 1980 tenían en su poder, según estimaciones de algunos expertos en la materia, entre 750,000 y 800,000 millones de dólares) enviaron sus dólares a Estados Unidos para ganar esa alta tasa de interés, que en muchos casos era superior a los beneficios medios de las inversiones industriales, comerciales y financieras que se hacían con ellos, sobre todo en Europa. de hasta 20.5 por ciento en 1981, hecho que tuvo como consecuencia inmediata el debilitamiento de las monedas del sistema capitalista, que tienen al dólar como reserva, y con ese debilitamiento la incapacidad de muchos países de pagar sus importaciones por falta de dólares, lo que ha provocado un apreciable grado de parálisis en el comercio internacional.

Por otra parte, el ingreso de dólares provenientes de varias partes del mundo atraídos a Estados Unidos por la alta tasa de interés que se les ofrecía, provocó efectos contrarios a los que debían esperarse, pues al prestar esos dólares los bancos norteamericanos no podían cobrar por ellos un interés más bajo del que pagan a los dueños de esos dólares que los depositaban a plazo fijo, y por esa causa las industrias que emplean más mano de obra, como la construcción de viviendas, la de automóviles y equipos agrícolas, la de fabricación de acero, tuvieron que traspasar a los compradores de esos bienes y materias primas elaboradas el interés que pagaban por el dinero con que financiaban su producción, lo que tuvo efectos diferentes, según fuera la rama de la actividad industrial que usaba el financiamiento, pues en el caso de la construcción, al bajar ésta empezaron a perder valor los terrenos urbanos y semi-urbanos, baja que se reflejaba lo mismo en la situación de empresas dedicadas a la compra y venta de esos tipos de terrenos que en la de grandes cantidades de propietarios de mediano pasar que se valían de ellos haciendo hipotecas para resolver crisis económicas personales o familiares; y en cuanto a los fabricantes de automóviles, equipos agrícolas, vehículos pesados y acero, esos tenían que traspasar a sus compradores el interés que pagaban por el dinero con que financiaban su producción, lo que los colocaba en situación desventajosa ante sus competidores extranjeros que se aprovechaban- y se aprovechan- de ello para aprovecharse de partes importantes del Mercado norteamericano.

La situación descrita se refleja en un aumento del déficit comercial y a su vez ese déficit debilita la posición del dólar en relación con las monedas de los países que compiten con los productos industriales de Estados Unidos en el territorio norteamericano y en los mercados abastecidos por la industria de ese país, de manera que nos hallamos ante el curioso hecho de que lo que beneficia a los dueños de dólares perjudica a la economía norteamericana. Esta es una contradicción que se ha instalado en el seno de esa economía, pero antes nos hemos referido a otra contradicción que se mantiene también en el seno de la economía capitalista en su variedad estadounidense, y es la de una cadena de depresiones que se dan al mismo tiempo que se desarrolla la inflación.

20 de diciembre de 1981.
33 Artículos de Temas Políticos, Primera Edición, 1988, páginas 119 a 123.

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Una lección de la Historia: la unidad de los pueblos centroamericanos/Juan Bosch

No hay manera de medir la intensidad y la extensión de los vínculos que unen a los pueblos de América Latina, y sin tomar en cuenta esa fuerza unitaria es muy difícil, sino imposible, dar con la fórmula capaz de hacer respetable y eficaz cualquier plan político que se elabore con la intención de aplicarlo en un país latinoamericano. Por ejemplo, la idea de que un peruano se desentienda de lo que sucede en Uruguay o en Nicaragua porque esos países no tienen comercio con Perú carece de validez a la hora de formar un criterio político debido a que un peruano de posición izquierdista se sentirá unido a un nicaragüense o un Uruguayo que compartan esa posición así como un peruano de derechas le ocurrirá lo mismo con nicaragüenses y uruguayos que compartan la suya.

Algo similar sucede en todos los casos de afinidad política. Un boliviano, un angolano, un mexicano de izquierdas se sentían partidarios de los vietnamitas que luchaban en su país contras norteamericanos, coreanos del sur, australianos, neozelandeses y sudvienamitas en los años de 1960 y tantos, y en cambio un boliviano, un angolano, un mexicano de derechas apoyaban con toda su alma a los sudvienamitas y a los aliados que Estados Unidos había llevado a combatir contra los defensores de la independencia de Viet Nam.

Ahora bien, en el caso de los latinoamericanos el sentimiento unitario no requiere, para manifestarse en alguna forma, del estímulo de una Guerra, y por tanto no se limita al terreno político aunque cuando se da en ese campo se define políticamente y entonces pasa a ser dominante en ese sentido. Una música, un cantar, una danza identifican a dos latinoamericanos nacidos en países muy alejados entre sí; los identifican y los unen sin que en ese movimiento de sus almas hacia la unidad juegue un papel la posición política; pero si además de su identificación latinoamericanista se produce también la de carácter político, entonces el vínculo que los une pasa a ser múltiple y por tanto más poderoso que el que es de origen puramente político. Hasta dónde es verdad lo que acaba de decirse lo prueba una experiencia que a personas no latinoamericanas podría parecerles inaplicable o fantasiosa.

A Principios de 1975 el autor de estas líneas se hallaba en el edificio de correos de Barcelona, la capital de Cataluña, cuando se le acercó un anciano y le preguntó dónde podría él tomar un tranvía que lo llevara a Montjuich. Al oírnos hablar el anciano captó en la respuesta una entonación no hispánica y de inmediato interrogó: ”Usted, ¿de dónde es? ¿Es de América?“... "De la República Dominicana", dijimos. Al interlocutor se le iluminaron los ojos y se acercó a nosotros con aire de persona deslumbrada a la vez que exclamaba casi a gritos: “¡ Yo soy de Barranquilla! ¡Somos del mismo mar; somos del mismo mar!”.

Si nos sentimos identificados porque las tierras en que hemos nacido son mojadas por un mismo mar, mucho más nos identifican todas las experiencias culturales que forman el conjunto de la latinoamericanidad, empezando por la lengua. Esos valores culturales pueden parecer subjetivos, pero son subjetivos; tanto lo son que en el caso de la danza podemos verla y en el de la música podemos oírla. Subjetivos son, sin embargo, los hechos históricos a pesar de que sabemos que sucedieron y por tanto fueron objetivos en el momento en que eran ejecutados; y ocurre que esos valores subjetivos, y de manera muy concreta los hechos históricos que llevaron a cabo los pueblos y sus líderes, forman uno de los componentes más fuertes de los vínculos que unen a los latinoamericanos de habla española. Se nombra a Martí o a Bolívar y todos sentimos que se está hablando de dos fundadores de la Patria mayor.

Pero si lo que hemos dicho es verdad para los hijos de los países de la América Hispánica, sean blancos, indios, negros o mestizos, en el caso de los costarricenses, los nicaragüenses, los salvadoreños, los hondureños, los guatemaltecos, es verdad por partida doble porque además de latinoamericanos ellos son centroamericanos, que es una identidad sin menoscabo de la primera. ¿Cómo se explica lo que acabamos de decir?

Se explica porque los cinco países que forman hace poco la zona del Caribe llamada Centroamérica o América Central –ahora con Belice, son seis—fueron durante tres siglos uno solo, la Capitanía General de Guatemala.(También era parte de esa Capitanía la intendencia de Chiapas, que se unió a México poco antes de que las autoridades guatemaltecas tomaran la decisión de separarse de España). Esa pertenencia Tricentenaria Al Reino de Guatemala dejó un rastro bien marcado en el hecho de que la propia Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica Celebran el día de su independencia el 15 de septiembre, que fue la fecha del año 1821 en que Guatemala declaró su separación de España; y Guatemala era, en ese momento, la suma de los cinco países.

Curiosamente, la lucha de Guatemala por su independencia no comenzó en la ciudad de ese nombre, que era la cabeza de la Capitanía General; empezó en la provincia de El Salvador en los primeros días de noviembre de 1811; se produjo en la provincia de Nicaragua el 22 de diciembre y en la de Honduras al comenzar el año 1812, y en los tres casos el movimiento fue aplastado por enviadas desde Guatemala. El 5 de enero de 1822 Guatemala se adhirió al plan de iguala que había proclamado en México el general Agustín de Iturbide cuyos puntos básicos eran los siguientes: México sería una monarquía constitucional y la corona se le ofrecía a Fernando VII, rey de España, pero el país sería independiente de España, y la religión del Estado sería la católica. Al conocer la adhesión guatemalteca a su plan, Iturbide despachó hacia Guatemala un ejército que debió seguir hacia El Salvador porque en esa provincia no fue aceptada la incorporación de la Antigua Capitanía General a Méjico.

Al cabo de un año de luchas en El Salvador el ejército mejicano tuvo que retirarse y el 24 de junio de 1823 se reunió en la ciudad de Guatemala un congreso que el día 1 de Julio proclamó la creación de las provincias Unidas de Centroamérica “libres e independientes de la Antigua España, de Méjico y de cualquiera otra potencia”. El 15 de abril de 1825 fue jurada la constitución de la República Federal Centroamericana formada por cinco estados que eligieron gobiernos, cada uno encabezado por un presidente, y en 1838, con la declaración de independencia de Nicaragua, comenzó la disolución de la República Federal que quedó desintegrada al abandonarla El Salvador en el 1841.

Pero esa disolución no significó la desaparición de la unidad de los pueblos, como quedó demostrado cuando el aventurero norteamericano William Walker se adueñó de Nicaragua y se declaró presidente de ese país. En esa hora de consternación para los nicaragüenses acudieron en su defensa los gobiernos de Costa Rica, El Salvador y Guatemala, todos los cuales mandaron hombres y armas a combatir a los filibusteros de Walker, y lo hicieron con tanto coraje que los echaron de Nicaragua.

La victoria centroamericana se había ganado al finalizar el mes de abril de 1857, y en ella no habían tomado parte los hondureños, pero tres años y medio después William Walker murió en la horca que le levantaron los hondureños en la ciudad de Trujillo. Sólo a los que ignoran el peso de esos hechos en el alma de los pueblos de Centroamérica se le puede ocurrir la peregrina idea de que un nicaragüense comete delito si les da ayuda al pueblo de El Salvador, Costa Rica, Guatemala o al de Honduras.

15 de noviembre de 1981.
33 Artículos de Temas Políticos, Primera Edición, 1988, páginas 163 a 167.

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Juan Bosch ofrece nuevos datos sobre la Guerra de Abril de 1965
(Tomado de http://pld.org.do/portal/blog/documento/20-discursos-y-charlas-radiales-xx/)

I (Vanguardia del Pueblo, Año VI, N° 237, Santo Domingo, Órgano del PLD, 30 de abril de 1980)

Esta noche no voy a hablar en nombre del Partido de la Liberación sino en nombre mío porque voy a referirme a un hecho histórico que sucedió casi nueve años antes de la fundación del PLD.

Hace hoy quince años que comenzó en esta ciudad de Santo Domingo un movimiento militar apoyado por grandes masas civiles cuyo propósito era traerme a la Presidencia de la República para que cumpliera los tres años y cinco meses que faltaban en los cuatro años que debía gobernar de acuerdo con la Constitución, las leyes y el resultado de las elecciones de 1962, en las cuales fui elegido presidente. Yo había tomado posesión del Gobierno el día 27 de febrero de 1963 y el 25 de septiembre de ese mismo año se dio un golpe de Estado, se me hizo preso en el Palacio Nacional, de ahí me sacaron, junto con doña Carmen, para un barco de guerra que nos llevó a una pequeña isla de Francia llamada Guadalupe, donde nos dejaron en libertad, y de Guadalupe pasamos a vivir a Puerto Rico, lugar en el cual estaba el sábado 24 de abril de 1965, día en que comenzó el movimiento que hoy se conoce con el nombre de la Revolución de Abril.

Antecedentes del movimiento

El organizador de ese movimiento fue un joven coronel llamado Rafael Tomás Fernández Domínguez, que murió aquí el 19 de mayo víctima de una bala disparada por uno de los soldados invasores norteamericanos. De la actuación del coronel Fernández Domínguez en la tarea de organizar el levantamiento militar del 24 de Abril he hablado en otras ocasiones, y una referencia mía a la importancia de su actuación debe aparecer tal vez esta semana o en la próxima en un libro dedicado a su memoria [BOSCH, Juan, “Testimonio del expresidente Juan Bosch”, en FERNÁNDEZ, Arlette (Compiladora), Coronel Rafael Fernández Domínguez, fundador del movimiento militar constitucionalista. Datos y testimonios, Santo Domingo, Editora Alfa y Omega, 1980, pp.43-56 (N. del E.)]. Ahora lo menciono porque debo decir que el coronel Fernández Domínguez debió haber estado aquí, en la República Dominicana, en el momento en que comenzó la Revolución de Abril, pero estaba muy lejos, nada menos que en Chile, adonde lo habían mandado como agregado militar porque sus actividades habían sido denunciadas por una persona que antes de hacer eso debió haberse cortado la lengua.

Inmediatamente después del golpe de Estado de 1963, el coronel Fernández Domínguez fue enviado a España en condición de agregado militar en la embajada dominicana de Madrid, pero en diciembre hizo un viaje a Puerto Rico y de Puerto Rico vino al país a reforzar la organización de los militares partidarios de que se repusiera el gobierno constitucional de 1963, y fue en ese viaje cuando enroló en ese grupo al coronel Francisco Alberto Caamaño, que cuatro meses después iba a convertirse en el jefe militar del movimiento. Desde Chile, donde se hallaba el día 24 de abril, el coronel Fernández Domínguez voló a Puerto Rico el día 26, e inmediatamente fue a verme. El coronel Fernández Domínguez está muerto, y por esa razón no puede dar testimonio de lo que yo diga esta noche, pero hay varias personas que sí pueden darlo, y sobre todo una que estuvo a su lado, su señora Arlette Fernández de Fernández, que sobre todo en esos días lo acompañaba todo el tiempo.

A Puerto Rico llegaban a cada momento noticias de lo que estaba sucediendo aquí; de la llegada al Puente Duarte de los tanques que tenía en San Isidro el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas, o CEFA, y de la resistencia que encontraron en ese sitio de parte de los militares revolucionarios y del Pueblo; de la acción de los aviones de guerra que bombardeaban no sólo el puente sino también la ciudad; y cada una de esas noticias era como una puñalada en el corazón del coronel Fernández Domínguez, y por fin llegó la peor de todas: el desembarco de los soldados norteamericanos que tomaron el país como si la guerra fuera contra ellos, con grandes buques, aviones, helicópteros, tanques que parecían casas.

Quisimos pero no pudimos

En ese momento no se podía ni pensar en la posibilidad de venir de Puerto Rico a Santo Domingo en un avión de los que hacen vuelos regulares entre aquella isla y nuestro país, pues el aeropuerto de Punta Caucedo estaba controlado por la aviación militar de San Isidro, que de ninguna manera iba a permitir que un jefe militar o civil de un movimiento constitucionalista pisara tierra dominicana; y eso tenía al coronel Fernández Domínguez desesperado, aunque no lo decía porque era un hombre de pocas palabras. Pero un día fue a verme un amigo piloto, dueño de un avión pequeño, y me dijo que él estaba dispuesto a traerme al país, pero que no podríamos salir de un aeropuerto puertorriqueño sino de un lugar cualquiera en el que hubiera facilidades para que la avioneta cogiera impulso para elevarse, e inmediatamente puse al coronel Fernández Domínguez en contacto con este amigo, y durante dos o tres días el coronel y el amigo, y es posible que alguna otra persona de confianza del amigo, detalle que no puedo precisar, estuvieron visitando de día y de noche lugares desde los cuales pudiera salir el avión en que debíamos venir. En un momento dado se mandó un mensaje diciendo que llegaríamos por la misma Capital y que íbamos a aterrizar en el sitio donde está ahora el Centro Olímpico, y cuando ese plan fracasó el coronel Fernández Domínguez propuso que viniéramos por Constanza, donde había una pista de aterrizaje, o por Neiba donde había otra, y además en este último lugar el jefe militar era un militar del coronel; pero en ese momento llegó a Puerto Rico la noticia de que ese jefe militar de Neiba estaba preso en la Capital. Por fin, la posibilidad de venir de Puerto Rico a Santo Domingo fracasó porque no se halló sitio apropiado para que el pequeño avión de mi amigo pudiera salir de Puerto Rico.

Además del coronel Fernández Domínguez, otros oficiales en activo o retirados fueron a Puerto Rico, entre ellos el general Pedro Rafael Rodríguez Echavarría, que había sido secretario de Estado de las Fuerzas Armadas desde noviembre de 1961 a enero de 1962. El general Rodríguez Echavarría había disuelto el 16 de enero de ese año el Consejo de Estado encabezado por el Dr. Balaguer y había formado una junta cívico-militar bajo la presidencia del licenciado Huberto Bogaert, y dos días después se produjo una huelga en protesta contra la existencia de esa junta. Ese mismo día el general Rodríguez Echavarría fue hecho preso por dos oficiales, uno de los cuales era teniente coronel y el otro era mayor. En el año 1964, estando en Nueva York, el general Rodríguez Echavarría me contó ese episodio de su apresamiento y me refirió que de los oficiales que lo detuvieron, a uno le temblaban las manos mientras le apuntaba con su arma, y el general le dijo que se diera cuenta de que con esa tembladera se le iba a salir un tiro y podía malograrlo, “y entonces me dijo: ‘me di cuenta de que el que iba a matarme si yo no me rendía era el otro’. ‘¿Quién era el otro?’”, pregunté. “Rafael Tomás Fernández Domínguez”, respondió”.

Como yo conocía ese episodio, al ir un día al lugar desde donde se mantenía contacto telefónico con miembros del movimiento constitucionalista de la Capital, acompañado del coronel Fernández Domínguez y encontrar allí al general Rodríguez Echavarría, los llamé a los dos a un lado y les pedí que olvidaran cualquier sentimiento que los separara porque había llegado la hora en que tendrían que actuar juntos al servicio de su patria, y los dos reconocieron que yo tenía razón y se dieron las manos como compañeros de lucha.

Causa de un impedimento

Como para mí era un deber estar en el país en un momento tan difícil de su historia como fue aquel, dispuse un viaje hacía Venezuela del general Rodríguez Echavarría y el coronel Fernández Domínguez, quienes salieron hacia ese país con la misión de conseguir el apoyo del presidente Raúl Leoni, que era en ese momento el jefe del gobierno venezolano y había sido un amigo mío de muchos años y también de mucha intimidad, a fin de que los dos altos oficiales dominicanos y yo saliéramos desde cualquier lugar de Venezuela para la República Dominicana, naturalmente, en avión manejado por el general Rodríguez Echavarría, que era piloto y había sido jefe de la base aérea de Santiago cuando en noviembre de 1961 dio el golpe que sacó del país a Ramfis Trujillo y a sus tíos Petán y Negro.

Cuando volvieron de Venezuela, Rodríguez Echavarría y Fernández Domínguez me llevaron la mala noticia de que el presidente Raúl Leoni no podía autorizar la salida de nosotros desde Venezuela con rumbo a la República Dominicana. En ese momento ya estaban aquí las tropas norteamericanas que había mandado el gobierno de Lyndon Johnson con el encargo de aplastar el movimiento constitucionalista, y era natural que al ocupar militarmente este país, el gobierno yanqui tuviera en cuenta que yo había vivido en Venezuela, donde contaba con muchos amigos, entre ellos el presidente Raúl Leoni, y en consecuencia debía de mantener mucha vigilancia en aquel país para impedir que la Revolución de Abril recibiera desde allí cualquier clase de ayuda a través de mí o de quien fuera.

He contado lo que ustedes han oído ahora, al cabo de quince años del día en que reventó el movimiento revolucionario de 1965, para que ustedes sepan por qué razón no estuve aquí tan pronto comenzó ese movimiento, pero también porqué no estuvieron aquí el coronel Fernández Domínguez, que fue su organizador, el que puso en la tierra de la historia la semilla de ese gran episodio, ni el general Rodríguez Echavarría, que hizo lo posible por venir a servirle a su país.


II (Vanguardia del Pueblo, Año VI, N° 238, Santo Domingo, Órgano del PLD, 7 de mayo de 1980)

Como se ha pedido que con motivo del décimo quinto aniversario de la Revolución de Abril diga algunas cosas que deben decirse para que la historia las conserve, seguiré esta noche con el tema de que hablé anoche porque no me cabe la menor duda de que si no se hacen algunas declaraciones la historia de ese movimiento será falsa, por lo menos en algunos aspectos. Por ejemplo, alguien que ha querido contarla a su manera dijo que inmediatamente después del golpe de Estado de 1963 “fue a verme a Puerto Rico y yo le dije que había que disolver el PRD”, una mentira interesada puesto que lo que dije fue que en ese momento no había que pensar en el Partido sino en los militares; que una compañía de la guardia era mucho más importante que todo el Partido porque si salían a la calle 200 soldados tirando tiros para reponer el gobierno constitucional, el Pueblo entero se iría detrás de ellos. En la ocasión en que contó esa conversación diciendo lo que le dio la gana pero no la verdad, cosa que hizo allá en los primeros meses de 1974, ese señor dijo que él se me insubordinó y que gracias a él no quedó disuelto el PRD; pero la verdad es que aunque yo mandé desde Puerto Rico la consigna de constitucionalidad sin elecciones, la mayoría de los dirigentes perredeístas que no fueron sacados del país se dedicaron a organizar el PRD con fines electorales y por tanto no creían en esa consigna; sin embargo, hubo algunos que no se metieron en la carreta de las elecciones y había que poner a esos hombres a trabajar, para lo cual era necesario un plan y dedicarse inmediatamente a ejecutarlo.

Vuelta a la constitucionalidad sin elecciones

El plan tenía que basarse en lo que le había dicho a esa persona acerca de los 200 soldados y por lo tanto en la consigna de “Constitucionalidad sin elecciones”; y había elementos para eso puesto que se contaba con los oficiales constitucionalistas que había empezado a organizar el coronel Fernández Domínguez antes aún del golpe de Estado, pero también había dirigentes del PRD que podían organizar masas y que podrían organizar otros sectores militares, pero era necesario darle al plan una base desde un punto de vista del Partido. Esto último se consiguió más tarde, al celebrarse la convención nacional del PRD en octubre de 1964. En esa convención fue aprobada una propuesta mía para que se creara una comisión presidencial de cinco miembros que trabajarían bajo las órdenes del presidente del Partido, que era yo, y yo a mi vez le daría cuenta al Comité Ejecutivo Nacional del PRD de lo que hicieran los miembros de esa comisión cuando lo creyera conveniente.

El plan mío era escoger de los cinco a uno para que dirigiera políticamente a los oficiales militares comprometidos, y el escogido fue el Dr. Rafael Molina Ureña, cosa que digo ahora porque él me ha autorizado a decirla. En la ejecución de su tarea, el Dr. Molina Ureña fue más allá de lo que le tocaba hacer, puesto que organizó a un grupo de sargentos y cabos de todas las fuerzas que nunca supieron que además de ellos había varios oficiales constitucionalistas. Debo decir que el Dr. Molina Ureña actuó en todo momento con habilidad y discreción, dos condiciones absolutamente necesarias para llevar a cabo su trabajo con buen éxito, como efectivamente lo hizo.

Sin embargo el hecho de que hubiera dos grupos de militares organizados, uno de oficiales y otro de clases, no significaba que se contaba con todo lo que hacía falta para que el movimiento constitucionalista reventara y triunfara. Se necesitaba también contar con elementos civiles que salieran a la calle a apoyar a los soldados cuando estos comenzaran la lucha. Cualquiera podía pensar que se disponía de muchos elementos civiles porque se contaba con el PRD, que seguía funcionando en el país igual que antes del golpe de Estado; sin embargo, yo sabía dos cosas: una, que en las filas del PRD había hombres y mujeres en los que se podía confiar para apoyar un levantamiento militar; y la otra, que si eso era cierto, también lo era que si el plan era conocido de todos los dirigentes perredeístas o de una parte de ellos que no fueran muy discretos, lo que se hiciera terminaría en un fracaso. Ahora bien, para poner a actuar a los perredeístas capaces de dirigir el movimiento civil había que hacer algunas cosas; la primera de ellas era dar en el PRD con una persona que tuviera sobre todos los perredeístas autoridad política suficiente para que se le aceptara dirigir a los dirigentes que debían hacer trabajos especiales; otra era que si daba con esa persona, tendría que ser discreta, hábil y de sangre fría. Esa persona no se veía en el PRD, razón por la cual tuve que hacerme yo cargo de la tarea de seleccionar y dirigir a los perredeístas que debían organizar la parte civil del movimiento; y por último, había que formar un ambiente político con la consigna de la vuelta a la constitucionalidad, y eso sí podía ser llevado a cabo por la dirección del PRD siempre que sus miembros no se enteraran por nada del mundo de lo que estaba haciéndose en el terreno militar y de lo que estaba organizándose en el terreno civil.

El ambiente político se formó poniendo a actuar a los profesionales, que bajo la dirección, entre otros, del arquitecto Leopoldo Espaillat Nanita, empezaron a hacer reuniones en la Capital, en Santiago y en otros lugares, y a publicar páginas enteras de los periódicos con peticiones de que se tomaran medidas para que el país volviera a la constitucionalidad, o sea, al gobierno constitucional de 1963; y para el trabajo secreto de los civiles fueron seleccionados Mundito y Many Espinal, que se encargarían del campo sindical, y muy especialmente del sindicato POASI; Barón Suero Cedeño, que tenía la misión de seleccionar de entre los perredeístas de la base un número de hombres con condiciones para lo que hiciera falta; Dominguito de la Mota, que sería el correo entre Puerto Rico y el país para traer órdenes y llevar mensajes y noticias, y Gustavo Machado, a quien se le confiaría cualquiera misión que requiriera valor, decisión y mucha discreción. Con esos hombres trabajaron muchos otros, y lo que ellos hicieron no fue sólo lo que se les mandaba hacer, pues Dominguito de la Mota y Barón Suero Cedeño se convirtieron en jefes de comandos, de aquellos que se improvisaron cuando la ciudad fue atacada por tierra, desde el aire y desde el mar. Pero yo no estoy haciendo la historia de ellos ni la mía sino la de aquella parte del movimiento constitucionalista que no se ha hecho pública y que más bien ha sido reformada por algún otro atrevido que ha querido convertirse en el organizador, ejecutor y jefe de la Revolución de Abril.

Complot contra Donald Reid

De esos días hay un episodio que nunca se ha conocido y que voy a relatar ahora. En un momento en que no lo esperaba, allá por febrero de 1965, fue a Puerto Rico Dominguito de la Mota a informarme de que había un complot para matar a Donald Reid, que era el presidente del Triunvirato, y el Triunvirato era el Gobierno que había en el país después del derrocamiento del gobierno constitucional.

El complot se había organizado bien; se sabía del “pe” al “pa” cómo iba a llevarse a cabo y todo estaba listo para la acción cuando Dominguito de la Mota se enteró, corrió a hablar con uno de los que participarían en el hecho y al saber lo que iba a hacerse y cuándo y cómo y dónde, pidió que nadie hiciera nada antes de que él fuera a Puerto Rico a decirme lo que se había planeado; cogió el primer avión para San Juan de Puerto Rico y me llevó la noticia, pero me dijo que tenía sus temores de que los autores del plan actuaran antes de que él volviera a Santo Domingo. Yo le dije que no perdiera tiempo, que viniera con mi orden de que había que abandonar inmediatamente ese plan; que con la muerte de Donald Reid lo que se hacía era arrebatarle al Pueblo la oportunidad de decidir sus destinos él mismo, no por intermedio de tres o cuatros personas. Estoy seguro de que Donald Reid no había sabido hasta hoy que estuvo corriendo peligro de muerte, pero lo corrió, y si está vivo se lo debe al criterio político de Dominguito de la Mota, que se dio cuenta de que un atentado contra la vida del presidente del Triunvirato era algo que echaba por tierra un trabajo de largos meses en el cual estaban comprometidos muchos hombres, unos sabiéndolo y otros sin saberlo. Dominguito de la Mota viajó también a Venezuela donde llevó instrucciones para que mi sobrina Milagros Ortiz de Basanta tomara una serie de medidas relacionadas con mi entrada en el país, que debía hacerse en enero o febrero de 1965 a fin de que al estallar el movimiento yo estuviera aquí. Ese viaje mío a Santo Domingo fue echado a perder cuando al coronel Fernández Domínguez lo sacaron del país y lo enviaron a Chile, hecho del que les hablé ayer.

Yo no podía comprar un billete de avión para venir a Santo Domingo porque el Triunvirato les había hecho saber a todas las compañías aéreas que venían a la República Dominicana que la que me trajera sería multada con una cantidad muy fuerte de dinero; de manera que iba a venir en forma clandestina; y al fracasar el viaje hubo que mandar aquí a una persona de confianza para transmitir órdenes y explicaciones. Esa persona fue un joven dotado de condiciones extraordinarias; de inteligencia clara, sentido político increíblemente maduro y muy avanzado y un valor sereno a toda prueba. Digo esto porque lo conocí bien debido a que estuvo más de un mes viviendo en mi casa de Puerto Rico. Ese joven hizo el viaje escondido en un barco; llegó aquí, cumplió todas sus misiones y murió en los primeros días de la Revolución. Su nombre era Carlos Gómez, y aunque nadie lo recuerde, yo lo tengo siempre presente porque con su muerte la República Dominicana perdió una vida llamada a grandes destinos.

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Juan Bosch: mis relaciones con Caamaño
(Tomado de: Política, teoría y acción, Año I, N° 12, Santo Domingo, Órgano de Difusión teórica del PRD, abril de 1973)

En un artículo que reprodujo la revista ¡Ahora!, Nº 486, de 15 de marzo de este año bajo el título de “Bosch relata la desaparición de Caamaño”, conté mis relaciones con el Héroe de Abril hasta aquel domingo “ya en el mes de octubre (de 1967)” cuando “Caamaño y su familia salieron hacia Madrid” desde Benidorm, donde vivía para esos días. En ese artículo expliqué que al despedirme “me dio un abrazo y me dijo algo que no pude entender. Sin embargo, el abrazo y las palabras se correspondían y tenían una significación especial; no era una despedida simple sino algo más. Fue como si me hubiera dicho que volveríamos a vernos en circunstancias especiales, en otra forma, en otra tierra”, según dije en ese artículo.

Y lo cierto es que no volvimos a vernos, aunque faltó poco para que nos viéramos de nuevo; y nuestras relaciones se reanudaron, aunque de manera irregular y por muy poco tiempo, algunos meses del año 1968. Y a esas relaciones cortas e irregulares es a las que voy a referirme en este artículo. No me sería fácil ahora, a esta distancia de años, decir cuántos días pasaron desde que Caamaño salió de Benidorm hasta que llegó a Londres; pero deben haber sido pocos porque no debíamos ir por el 15 de octubre cuando se presentó en mi casa una persona que llevaba un mensaje de Caamaño. El mensaje iba dentro de un cigarrillo y era muy corto; en él me anunciaba que el portador me entregaría 500 dólares para que los guardara porque él (Caamaño) podría necesitar en cualquier momento que alguien hiciera viaje o cualquiera otra gestión que él pudiera pedirme. Tal vez dos o tres semanas después de eso, a fines de la primera semana del mes de noviembre, tal como dije en el artículo que reprodujo la revista ¡Ahora!, se presentó en Benidorm el capitán Héctor Lachapelle Díaz; y según digo en el mencionado artículo: “Había volado desde Londres hasta Alicante para saber si yo tenía noticias del coronel Caamaño; horas después llegaban a Benidorm el coronel Montes Arache, el Dr. Jottin Cury y doña Chichita de Caamaño, también en busca de noticias. Cury, Montes Arache, Lachapelle y yo estuvimos largo tiempo analizando punto por punto, y con la mayor atención, todas las posibilidades del caso, y nuestra conclusión fue una: el coronel Caamaño se había ido de Europa por su propia voluntad y después de haber preparado con mucha anticipación y con mucho cuidado cada uno de sus pasos. No había temor deque le hubiera sucedido o pudiera sucederle una desgracia. Nuestras dudas quedaron sin aclarar sólo en un aspecto. No sabíamos, ni podríamos averiguarlo por el momento, adonde había ido Caamaño”.

Lo que no dije de esa entrevista en ese artículo es que en vista de que ni Montes Arache ni Lachapelle Díaz ni Jottin Cury tenían medios para moverse por Europa; yo dispuse de los 500 dólares que Caamaño me había mandado unas tres semanas antes y se los entregué para que los usaran a su mejor saber y entender. A partir de entonces no volví a tener noticias de Caamaño, pero el 6 de enero de 1968 (y no puedo olvidar la fecha porque en la noche anterior había nevado en las montañas que están detrás de Benidorm y el día de los Reyes Magos era frío hasta calar los huesos) supe que estaba en Cuba; lo supe por una visita que llegó de Valencia a llevarme un mensaje suyo.

Yo tengo buena memoria, y para algunas cosas, muy buena; pero hay algunas otras en la cual no es buena; por ejemplo, en los títulos de los libros que leo y en las fechas de los acontecimientos de mi vida, sean o no sean importantes. Puedo recordar que el día de la llegada a Benidorm de la visita de que acabo de hablar era 6 de enero porque en ese caso se unieron dos circunstancias: era el día de Reyes y las montañas de Benidorm estaban nevadas. Sin embargo, no podría decir ahora con seguridad si las cosas que voy a referir inmediatamente las dije en esa fecha o en el mes de marzo, cuando volvió a visitarme la misma persona. Creo, sin embargo, que lo que hablé entonces con esa visita fue lo que voy a contar porque parte de la conversación se relacionó con el Dr. José Francisco Peña Gómez y el Dr. Peña Gómez andaba por esos días cerca de España; tal vez estaba en Suecia y creo que estuvo en Benidorm al finalizar el mes de diciembre.

Lo primero que me dijo la visita, de parte del coronel Caamaño, era que él se hallaba en Cuba y que había un cubano interesado en tener una entrevista con el compañero Peña Gómez (que todavía no tenía título de doctor en Derecho); que la entrevista se había arreglado para ser celebrada en París; que Peña Gómez debía entrar en el tren subterráneo (metro) de la Place Marceau a las 3 de la tarde; que cuando fuera bajando las escaleras se le acercaría un hombre y le preguntaría si él fumaba cigarrillos Aurora, a lo que Peña Gómez respondería que no; y que a partir de ese momento el que le hiciera la pregunta se le pondría al lado y seguiría caminando y hablando con él hasta llegar a un punto donde entrarían los dos y el desconocido le daría un mensaje del coronel Caamaño que Peña Gómez debía transmitirme inmediatamente.

No sé si se debe a que de niño leía novelitas de misterio y espionaje, pero es el caso que soy muy desconfiado en todo lo que se relacione con actividades de ese tipo. La cita en el metro de la Place Marceau me pareció una provocación, y eso que yo no sabía entonces, como lo vine a saber después, que el jefe del G-2 cubano en Europa (me parece que se llamaba Hugo Castro), el mismo hombre que arregló el viaje del coronel Caamaño a Cuba, estaba trabajando para la CIA desde antes de ese viaje del coronel Caamaño, de manera que el coronel Caamaño estuvo vendido a la CIA desde antes de pensar, siquiera, en ir a Cuba, porque tan pronto llegó a Londres el Héroe de Abril entró en relaciones con ese jefe del G-2 cubano, que residía en París, ciudad a la cual iba Caamaño con frecuencia.

Mi argumento para no autorizar la entrevista de Peña Gómez en París con el misterioso agente cubano fue el siguiente: “Hazle saber a Francis [el nombre que le dábamos a Caamaño en la intimidad] que Peña Gómez es negro, y sin embargo, si lo mando ahora al Congo, que es un país de negros, allí llamará la atención por la arrogancia de su figura, y con mucha más razón llamará la atención en París, que es una ciudad de gente blanca, y más todavía en la Place Marceau, que está en el corazón de París. Si Peña Gómez va a esa cita, seguramente la CIA lo detectará, y al mismo tiempo se quemarán Peña Gómez y el PRD. No; dile a Francis que no; que no autorizaré esa reunión”.

La persona con quien estaba hablando era de las que no abandonan su posición fácilmente y trató de persuadirme de que tratándose de revolucionarios probados, como eran los cubanos, Peña Gómez no corría ningún peligro de ser descubierto por la CIA pues seguramente los agentes del gobierno de Cuba en París habían tomado todas las precauciones para que eso no pudiera suceder. Pero yo tampoco soy de los que abandonan fácilmente su posición y le expliqué que de quien hay que desconfiar es de los aliados, no de los enemigos, porque del enemigo no se fía uno nunca, o por lo menos no debe fiarse uno jamás. El peligro está en confiar en un aliado, porque el aliado puede ser, sin uno saberlo, agente del enemigo. Discutimos y al fin las cosas quedaron como yo decía: Peña Gómez no iría a París ni a ninguna parte y no tendría entrevistas con ningún miembro del G-2 cubano. Para entrevistas futuras, que Francis mandara un dominicano, no un cubano, fue mi conclusión.

Yo me preparaba ya a decirle adiós a la persona que había ido a verme en esa fría mañana de enero, pero de pronto ella dijo que había un segundo punto que tratar. ¿Cuál era? Era que Francis quería que se le enviara a Argelia a un ayudante que había dejado en Londres y mi visitante me entregó un papel con todos los detalles de la forma en que había de hacerse la operación para embarcar al ayudante de Caamaño. En primer lugar, yo debía llamar a un teléfono de Madrid para preguntar no recuerdo qué, y esa llamada mía indicaría que el ayudante podía trasladarse de Londres a Madrid; ya en Madrid, el ayudante me llamaría con tal y cual nombre y yo haría entonces los arreglos para enviarle el pasaje a Argel, capital de Argelia, y para que se le entregara el papel con las instrucciones de lo que debía hacer al llegar a Argel. Recuerdo nítidamente que en esas instrucciones figuraba el nombre de un café donde el ayudante de Francis debía entrar y el de una bebida que debía pedir en voz alta; después de pedir esa bebida un hombre se le acercaría por el lado derecho y le haría la misma pregunta que se le hubiera hecho en el subterráneo de la Place Marceau a Peña Gómez en caso de que éste hubiera ido a la cita de París.

No puedo encargarme de esas gestiones ni puedo ayudar al ayudante de Francis a viajar a Argelia porque el dinero que Francis me dejó se gastó hace dos meses. Se lo entregué completo a Montes Arache, Lachapelle y Jottin Cury para que pudieran viajar a París y Holanda”, le dije a mi visitante.

Mi visitante quiso darme a entender que quizá lo del dinero pudiera resolverse; que lo importante era que yo hiciera la llamada a Madrid y que se dieran facilidades para que el ayudante de Caamaño pudiera viajar a Argelia. Pero era natural que yo mantuviera en este caso la misma actitud que había mantenido en el caso de la posible entrevista de Peña Gómez con un desconocido en un lugar de París. Cualquiera que fuera mi intervención, pequeña o grande, en el caso de Peña Gómez como en el del ayudante de Caamaño, si la CIA estaba al tanto de los movimientos de Caamaño, el PRD saldría perjudicado sin que ese perjuicio se justificara porque nosotros no estábamos en actividades conspirativas de tipo guerrillero o internacional. Y el instinto me decía, como si supiera en qué andaba el jefe del G-2 cubano en Europa, que por detrás de cualquier movimiento que se relacionara con Cuba debía hallarse necesariamente la CIA. Así, pues, tampoco cedí en ese asunto, y la visita se fue pasado el medio día sin haber logrado lo que había ido a buscar a Benidorm.

Y he aquí que un buen día, en el mes de marzo, probablemente a mediados del mes, la misma persona volvió a presentarse en mi casa de Benidorm y quiso hablar conmigo a solas. Sus acompañantes salieron con doña Carmen a la playa y a recorrer el poblado mientras nosotros dos hablábamos. Sus primeras palabras fueron éstas: “Me voy a Cuba. Voy a ver a Francis y quiero saber qué debo decirle de parte de usted”.

Esa declaración me vino como anillo al dedo porque era mucho lo que yo había pensado en Francisco Caamaño Deñó y en su destino. El Héroe de Abril había salido de la Revolución convertido en un líder, y en términos de ajedrez, el líder es el jugador, no es una ficha del tablero; él es quien mueve las fichas para hacerle frente al adversario. Ahora bien, al irse a Cuba Caamaño se había convertido por su propia voluntad de jugador en ficha que otro jugador podía jugar cuando le conviniera. Por otra parte, la situación mundial estaba cambiando a la carrera y se veía que la ola revolucionaria iba cediendo, por lo menos en la América Latina. ¿Durante cuánto tiempo iba a tener que quedarse Caamaño en Cuba aislado de nosotros y del pueblo dominicano? En aquellos días era difícil preverlo, pero ahora sabemos que iba a mantenerse en ese aislamiento más de cinco años, tiempo suficiente para que la imagen de cualquier líder se destiña a los ojos de su pueblo, sobre todo si no ha sido un líder de actividad prolongada, como no lo fue Caamaño, que pasó por el cielo político nacional con la fuerza de un relámpago, pero también con la velocidad deslumbrante del relámpago. Había llegado, con esa persona que iba a verlo en Cuba, la oportunidad de hacerle saber a Caamaño mis preocupaciones, y no iba a desperdiciarla. Así, pues, le hablé a mi visitante de esta manera: “Dile a Francis que preveo un entendimiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, una especie de acuerdo para llegar a un reparto de influencias en el mundo; explícale cuidadosamente esto que voy a decirte a continuación: que a mi juicio, si hay ese acuerdo entre los dos gigantes, la Unión Soviética les pedirá a los yanquis que no se metan más con Cuba, que la dejen tranquila, que no le envíen más grupos de anti fidelistas a atacar la isla ni a matar a Fidel; que a cambio de eso, ellos, los soviéticos, se comprometerán a obtener de Fidel que no mande más guerrillas a otros países de la América Latina o que cese en su ayuda a las guerrillas que hay ahora en actividad”.

A continuación hice que mi visitante me repitiera esas palabras tal como las había entendido, aunque no fuera tal como yo las había dicho. Mi interés era saber si había captado su sentido. Las repitió y quedé satisfecho; y entonces volví a hablar; y esto fue lo que le dije: “Dile a Francis que se mantenga alerta y que si él advierte señales de ese entendimiento, que se salga de Cuba; que salga por Viet Nam y declare al mundo que él estaba en Viet Nam observando la manera de combatir de los vietnamitas, y que después de eso él y yo nos veremos donde él quiera”.

Ahí terminó la entrevista. La persona que me oyó hablar así está viva y leerá este artículo; se lo enviaré por si tiene que hacer alguna observación, agregar algo que se me haya quedado oculto en los recovecos de la memoria o enmendar cualquier error mío. Pero estoy seguro de que mis palabras fueron en esencia las que están escritas. Esa persona se despidió y no he vuelto a verla. Tampoco volví a ver a Francisco Alberto Caamaño, que moriría cinco años después fusilado en las lomas de Ocoa.
Tal vez iba terminando el mes de mayo, quizá estábamos ya en junio; pero es el caso que un domingo, mientras se hallaban en mi casa Peña Gómez y dos jóvenes dominicanas, llegó una persona desconocida. Era un cubano, que me abrazó con mucha emoción y me entregó una carta, o mejor dicho, dos cartas. Una de ellas era de Caamaño; la otra de Raúl Roa. Además de las cartas, el cubano me dio un recado: para dentro de tantos días (ahora no recuerdo si eran diez, doce o quince) me estaría esperando en Roma un enviado personal de Caamaño. Todavía se hallaba en casa el mensajero cubano cuando llegó otra visita de Madrid con otra carta de muy pocas líneas, que en resumen decía esto: “En estos días van a invitarlo a hacer un viaje fuera de España. No lo haga porque estará vigilado desde que coja el avión”. Por esa razón, quien iba a hacer el viaje a Roma iba ser José Francisco Peña Gómez, y no yo. De ese viaje suyo a Roma ha escrito Peña Gómez más de una vez, de manera que pasaré sobre él de prisa, sin detalles. En cuanto a la carta de Caamaño que me llevó el cubano, se la devolví con una respuesta muy corta y a manos del propio mensajero que me llevó la suya. ¿Por qué se la devolví? Porque no quería que esa carta figurara en mi archivo, que en cualquiera salida mía de Benidorm podía ser registrado por agentes secretos de cualquier país. En esa carta Caamaño me decía que había recibido el recado que le había enviado en el mes de marzo, pero que yo no comprendía la grandeza de alma de la revolución cubana y de sus líderes; que a esos líderes ningún poder de la tierra los haría desviarse de sus planes de ayudar a la revolución latinoamericana hasta el sacrificio total, de ser necesario, de la Revolución Cubana. De esa carta deduje que Caamaño se había sumado con toda el alma a la tesis “foquista” y que no iba a abandonarla, y de ahí que al darle mis instrucciones a Peña Gómez para la entrevista de Roma le dijera que por ninguna razón comprometiera al Partido en ayuda o apoyo a una acción guerrillera, y que si le ofrecían dinero no aceptara, y reclamara, solamente la suma gastada en el viaje de Benidorm a Roma ida y vuelta, pero ni un centavo más. Recuerdo vivamente que cuando me dio cuenta de su misión Peña Gómez me preguntaba cómo sabía yo que le iban a ofrecer dinero y además decía sonriendo: “Profesor, era mucho dinero el que querían darme; era un montón enorme de billetes americanos grandes”.

El cubano (por cierto, persona muy gentil y evidentemente muy sincera) que me llevó la carta de Caamaño a Benidorm y su recado para que viajara a Roma me mandó un mensaje con un dominicano que vivía en Madrid para que nos viéramos donde yo quisiera, y como yo salía en esos días de viaje hacia Francia y Suiza, le mandé decir que podíamos vernos en Barcelona. Cuando llegué a mi hotel en aquella ciudad, allí estaba el cubano. Me dijo que yo debería mandar un hombre a Cuba y le dije que podía hacerlo si se me facilitaba el pasaje, pero él quiso darme dinero para comprar el pasaje y yo no podía aceptar semejante trato; de manera que cuando volvimos a vernos, en Benidorm, precisamente en presencia del Dr. Peña Gómez (pues en ese momento estaban reunidos en mi casa, o mejor dicho frente a mi casa, los compañeros que habían ido a participar en la reunión de la cual salió la llamada Acta de Benidorm), yo le dije con toda franqueza que nosotros como partido no podíamos tener relaciones con el G-2 cubano ni con ningún G-2 del mundo; y ahí terminaron mis relaciones con él y, en cierto sentido, mis relaciones con Cuba y con Caamaño.

Digo que en cierto sentido porque yo seguí haciendo esfuerzos por sacar a Caamaño de Cuba, pero él no respondió a esos esfuerzos; y uso la palabra respondió en términos materiales; esto es, no tuve de él en ningún caso ninguna respuesta. Sus padres estuvieron en Benidorm y vinieron a verme, no recuerdo si en el mes de enero de 1969, preocupados, como es natural, por el destino de su hijo, y les expliqué que no temieran nada porque Francis no podría salir de Cuba con una guerrilla hacia Santo Domingo. Ya para esa época había numerosos síntomas de que se había producido entre la Unión Soviética y los Estados Unidos el entendimiento a que me referí antes, y así se lo dije a doña Nonín y a don Fausto Caamaño. Aproveché después un viaje de Narciso Isa Conde a Cuba para tratar de que Caamaño saliera de la isla hermana y se fuera a Viet Nam, donde podríamos vernos y tratar el caso dominicano; pero según me contó después Isa Conde en París, Caamaño no accedió a tener esa entrevista conmigo. Yo veía en proceso de liquidación la etapa de fervor revolucionario que se había estado viviendo en toda la América a partir del éxito de la revolución cubana y quería que Caamaño volviera al país y se integrara a la lucha política dentro del Partido Revolucionario Dominicano, donde podía desarrollar con toda amplitud sus capacidades de líder; pero él se negó a aceptar la posibilidad, siquiera, de tratar ese tema conmigo. Caamaño no se sintió nunca perredeísta y además, a pesar de que era el producto de una revolución urbana y de masas, se había hecho “foquista” y era “foquista” de corazón, y de ahí no iba a sacarlo nadie como lo demostraron los hechos.

A fines de 1969, cuando retorné de mi viaje a Corea, China, Viet Nam y Cambodia, fue a visitarme en mi casa de París un amigo de mis días cubanos. Ese amigo era el embajador de Cuba en París y acababa de regresar de un viaje a la hermosa isla de Fidel Castro. Era natural que al vernos al cabo de años sin haber cambiado una palabra habláramos de varias cosas, y así lo hicimos; pero de buenas a primeras me dijo él: “Profesor, el Comandante es su amigo; ustedes son amigos viejos. ¿Por qué no le escribe diciéndole cualquier cosa, lo que usted quiera?”.

¿Qué pensé yo al oír lo que decía el embajador cubano? Pensé en el acto en Francisco Alberto Caamaño; pensé en que se me estaba brindando una oportunidad para llegar hasta él y tratarle de alguna manera lo que quería decirle desde hacía tiempo; pero pensé también que Fidel Castro quería que fuera yo quien le diera pie para poder hablar del caso de Caamaño, y por tal razón yo debía hacer una prueba: esperar que el embajador insistiera en la petición. Si insistía, no había duda de que Fidel Castro quería tratar conmigo el problema de la permanencia de Caamaño en Cuba. Y el embajador insistió; no una sino dos veces, al cabo de las cuales le escribí a Fidel diciéndole generalidades sobre el PRD y sobre la situación general del PRD y los planes que teníamos para desarrollarlo como un partido bien organizado. Como respuesta a esa carta me llegó una invitación, transmitida verbalmente por el embajador, para que fuera a Cuba, y la invitación salía directamente de Fidel Castro.

¿Qué tenía yo que hacer ante esa invitación? En primer lugar, tenía que pedirle autorización al Partido para hacer el viaje a Cuba, y en segundo lugar tenía que estar seguro de que ya en Cuba podría ver a Caamaño, y no sólo verlo sino hablar con él tantas veces como fuera necesario para convencerlo de que se fuera a Santo Domingo a trabajar dentro del PRD.

¿Pero cómo podía asegurarme de todo eso con anticipación? De una sola manera: proponiéndole a Fidel que antes de salir hacia Cuba yo debía conocer la agenda de lo que iba a tratar con él y en esa agenda debía haber un punto que era para mí de interés especial: ver a Caamaño y hablar con él y quedar en libertad de decir que lo había visto en Cuba y de qué cosas habíamos hablado. Sin cumplirse esos requisitos no podría ir a Cuba porque desde Cuba saldría hacia Santo Domingo y era absolutamente imposible que llegara a mi país yendo de Cuba y que dijera que no había visto a Caamaño o que él no estaba en Cuba. Nadie en Santo Domingo habría creído que habiendo ido a Cuba no pude ver a Caamaño, porque ya hacía tiempo que en mi país se sabía que Caamaño se hallaba en Cuba. En cambio, mi posición ante el pueblo dominicano habría sido muy diferente (y además, la única que cabía en un hombre como yo) si al llegar allí hubiera dicho: “Vi a Caamaño, lo invité a venir a trabajar en el PRD y se negó o aceptó y vendrá tal día”.

Desde luego, le propuse al embajador cubano, y a través de él a Fidel Castro lo que acabo de decir y esperé la respuesta de Fidel. Esa respuesta llegó, pero ya en el año de 1970, y no era la que yo esperaba; era así: que no me preocupara por la agenda de lo que íbamos a tratar Fidel y yo, que eso sería decidido tan pronto yo llegara a La Habana.

¿Qué podía hacer ante esa respuesta? ¿Aceptarla? De ninguna manera. Por nada del mundo podía ir a Cuba sin tener la seguridad absoluta, dada por el propio Fidel Castro, de que podría ver a Caamaño, podría hablar con él y podría decirle al pueblo dominicano que lo vi y explicarle de qué habíamos hablado. Así, pues, no acepté el mensaje del embajador (es decir, no lo acepté en mi fuero interno, aunque lo oí con la debida cortesía) y me dispuse a esperar la oportunidad propicia para salirme con mi empeño.

Mi acuerdo con el compañero Peña Gómez, secretario general y jefe del PRD dentro del país, era que yo volvería a Santo Domingo después de pasadas las elecciones de 1970, que iban a tener lugar el 16 de mayo; y por esa razón disponía de tiempo suficiente para esperar un cambio en la actitud de Fidel Castro. En el mes de marzo el embajador cubano volvió a repetirme la invitación de viajar a Cuba y volví a repetirle mis condiciones sin lograr el resultado que buscaba. Pero ya para fines de marzo yo veía con claridad que no iba a poder esperar hasta después de las elecciones sin retornar a Santo Domingo, y no quería salir de Europa sin dejar resuelto el problema que representaba para el porvenir político del país y del PRD el caso de Francisco Alberto Caamaño. Por esa razón, a fines de marzo entré en conversación con un dirigente del Partido Comunista Dominicano, que podía ir fácilmente a Cuba y ver a Caamaño y decirle en mi nombre todo lo que yo quería y no iba a poder decirle.

Ese dirigente del PCD salió para La Habana en los últimos días de marzo o en los primeros de abril y llevaba una carta mía para Caamaño en la que le pedía que lo oyera como si se tratara de mí mismo, pues lo que él iba a decirle era lo que no podía decirle yo porque las circunstancias habían cambiado y ya yo no podría verlo en Cuba debido a que tenía que salir para el país lo antes posible. El dirigente del PCD fue a La Habana y vio a Caamaño y habló con él. Desgraciadamente, no pudo hacerlo a tiempo, y el día que llegó a verme en París yo tenía ya dos o tres horas volando en dirección hacia Santo Domingo. Todavía quedó en el aire una posibilidad, y fue la de que yo aceptara la invitación que me hizo el gobierno cubano para que visitara Cuba para la celebración del 26 de julio de ese año de 1970; pero yo estaba ya en Santo Domingo, y en caso de haber viajado a Cuba quizá el Dr. Balaguer, que pretendió no dejarme entrar en el mes de abril, se habría aprovechado de la ocasión para mantenerme fuera del país.

Para mí estaba claro que si se me invitaba a ir a Cuba era porque se aceptaban las condiciones que yo había manifestado. Ahora bien, ¿habría Caamaño aceptado salir de Cuba y venir al país a luchar dentro del PRD?

Eso no podía saberlo yo y posiblemente no lo sabía ni siquiera Fidel Castro. Los hechos ocurridos en febrero de 1973 indican que Caamaño no habría aceptado mi proposición porque creía en sus métodos de lucha, no en los míos, aunque estos fueran los que aconsejaban las circunstancias del país y de América, así como en el 1965 aconsejaron la guerra del Pueblo.

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¿Quién traicionó al coronel Caamaño/Juan Bosch

I (Tomado de Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 116, Santo Domingo, Órgano del PLD, 4 de enero de 1978)
Según El Nacional del 24 de diciembre [en el artículo titulado “Majluta afirma Bosch quiere poner FA (Fuerzas Armadas, nh) contra Peña Gómez”, p.13], “El Lic. Majluta aseguró que Peña Gómez se enteró del desembarco guerrillero de Playa Caracoles porque se lo informó el profesor Bosch la noche antes de que se conociera la información públicamente”; y esas palabras del candidato del PRD a la Vicepresidencia de la República nos obligan a hacer una historia detallada del papel que jugó el Dr. José Francisco Peña Gómez en los hechos que le costaron la vida al coronel Francisco Alberto Caamaño, aunque antes de entrar en esa historia nos detendremos un poco a poner de relieve algunas de las mentiras que dijo el licenciado Majluta en las declaraciones publicadas en El Nacional.

Para que la verdad resalte, cuando se trata de cosas que dicen los mentirosos profesionales, entre los cuales Jacobo Majluta ocupa un lugar que no es el último, no hay mejor método que colocar las palabras del embustero unas al lado de otras. Por ejemplo, ocho párrafos después de haber dicho lo que copiamos al comenzar este artículo, el licenciado Majluta dijo que al producirse el desembarco de Caamaño en Playa Caracoles “[Bosch] estaba completamente fuera de quicio, recuerdo que peleaba con el que tomaba el teléfono, con el guardaespaldas, con el servicio y con todo el mundo”; y esas palabras indican que su autor estaba presente cuando nosotros nos enteramos de que Caamaño había llegado al país, y de la cantidad de detalles que da acerca de nuestra reacción al saber la noticia se deduce que la escena se produjo en nuestra casa, además que en ese lugar, o en el que fuera, había otras personas: el guardaespaldas, el servicio, los que tomaban el teléfono y todo el mundo. ¿Y Peña Gómez? ¿Estaba en ese momento en casa o estaba en la casa de Majluta, donde se había ido a vivir desde que volvió al país el 19 de noviembre de 1972?

Sería bueno que Majluta nos aclarara ese punto y que aclarara si él estaba en nuestra casa, o no estaba en ella, cuando nosotros nos enteramos del desembarco de Caamaño en Playa Caracoles; y a fin de que los lectores sepan a qué atenerse vamos a contar detalladamente todo lo que sucedió, día a día y hora por hora, que pudiera relacionarse de manera directa o indirecta con el coronel Caamaño y su desembarco en tierra dominicana en las primeras horas del 3 de febrero de 1973, y que cada quien saque de ese relato la conclusión que le parezca lógica.

El mensajero de Caamaño

Para esos días el que sabía de Caamaño mucho más que nosotros era el Dr. José Francisco Peña Gómez; sabía tanto que el sábado 20 de enero (1973), apenas dos semanas antes de que el jefe militar de la Revolución de Abril pusiera pie en Playa Caracoles, declaró a El Nacional (en el artículo “Peña Gómez dice es invención”, primera página) que “de acuerdo a las presunciones del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) esa información (sobre la alegada muerte de Caamaño, paréntesis de El Nacional) carece de veracidad y es una de las tantas invenciones que se han propalado sobre el coronel Caamaño”; y agregó que esas invenciones habían sido difundidas “unas veces con el fin de desprestigiar su ilustre figura y otras para justificar actividades represivas, como las movilizaciones que se han hecho en el país so pretexto de que el coronel Caamaño encabezará una invasión”.

Debemos decir, de paso, que en esa oportunidad, como lo seguiría haciendo con el mayor desenfado y a veces de manera desafiante hasta el 18 de noviembre de ese año, día en que un grupo de líderes del PRD abandonó ese partido para fundar el PLD, el Dr. Peña Gómez habló en nombre del PRD sin autorización para hacerlo y sin haber consultado a nadie. Pero como verán los que lleguen hasta el final de esta historia, el Dr. Peña Gómez actuaba así porque tenía su trompo embollado.

Unos días después de esas declaraciones en las cuales Peña Gómez habló mentira al decir que de acuerdo a las presunciones del PRD no era verdad que Caamaño estuviera muerto, puesto que eso lo decía él por su cuenta sin que el PRD supiera siquiera que iba a decirlo, empezamos nosotros a hablar por Radio Comercial, y el jueves día uno, o primero, de febrero, terminamos nuestra charla con estas palabras: “Quisiera poder decirles hasta mañana; pero como deben ustedes haber notado, ya se me hace difícil hablar”. Y así era: estábamos roncos, con la garganta adolorida, y el médico que nos vio al anochecer de ese jueves nos ordenó mantenernos en cama por lo menos hasta el domingo. Según se desprende de lo que declaró más tarde Hamlet Hermann, Caamaño y sus hombres navegaban ese jueves en dirección del país y oyeron y comentaron lo que habíamos dicho a través de Radio Comercial; y debían estar por lo menos frente a la isla Saona a la hora en que el Dr. Peña Gómez fue a vernos cerca del medio día del viernes, para decirnos que el Dr. Emilio Ludovino Fernández, que había llegado al país hacía poco, tenía que darnos un mensaje de mucha importancia; y seguramente la lancha en que viajaba Caamaño debía estar dirigiéndose a la Bahía de Ocoa, en una de cuyas orillas está la Playa Caracoles, a la hora en que llegaron a nuestra habitación los doctores Peña y Fernández, que debió ser entre 8 y media y 9 de la noche.

El mensaje que nos llevó el Dr. Emilio Ludovino Fernández fue éste:
El coronel Caamaño le manda a decir que apoya con toda su alma la línea política que sigue el Partido Revolucionario Dominicano y que usted y el PRD pueden contar con todo su respaldo”.
Nosotros oímos cuidadosamente al mensajero del coronel Caamaño, y mientras él seguía hablando acerca de una persona que había llegado al país en noviembre o diciembre de 1972 con la misión de darnos otro mensaje del coronel Caamaño (persona y mensaje de los que nunca supimos nada), nos decíamos a nosotros mismos que era verdad la información que se nos había dado, a título muy confidencial, de que el Dr. Emilio Ludovino Fernández mantenía relaciones con el jefe militar de la revolución constitucionalista, pero no le dejamos traslucir al Dr. Fernández nada de lo que estábamos pensando. Cinco o seis horas después, el jefe militar de la Revolución de Abril y sus compañeros desembarcaban en Playa Caracoles.

Un mensaje de Peña Jáquez

El sábado día 3 de febrero, poco antes de mediodía, despertamos al ruido de pasos y de un “saludo” dicho en voz baja. Dos amigos entraron en la habitación, se sentaron frente a lo que llamamos los pies de la cama, y uno de ellos dijo que tenía que darnos un recado muy importante; y como los dos eran amigos personales y políticos del coronel Caamaño, y como todavía estábamos bajo la impresión de lo que nos había dicho el Dr. Emilio Ludovino Fernández, pensamos que Caamaño había enviado su mensaje por más de una vía, precaución que debe tomar siempre el que quiera asegurar que un mensaje llegará a su destino, y sin haber despertado completamente dijimos en voz muy baja: “No mencionen nombre; no digan quién los manda”. Uno de los amigos dijo que Toribio Peña Jáquez le había pedido que nos viera y nos hiciera saber que Caamaño estaba en el país.

¿Toribio Peña Jáquez? Nunca habíamos oído mencionar a esa persona, de manera que no había razones para que creyéramos lo que nos mandaba decir, y no podíamos creer su historia de que Caamaño estaba en el país puesto que quince o dieciséis horas antes habíamos recibido un mensaje de Caamaño que nos había llevado una persona a quien sí conocíamos y de quien además sabíamos que mantenía relaciones con Caamaño. No dudamos ni por un segundo de la seriedad del amigo que nos transmitía el recado que le había enviado Toribio Peña Jáquez, pero no podíamos darle fe a lo que éste dijera porque no teníamos ni siquiera una idea vaga de su existencia. ¿Cómo podíamos nosotros saber si lo que decía Peña Jáquez era verdad o era mentira dado que no sabíamos quién era esa persona?

Por otra parte, ni el momento ni las circunstancias en que nos hallábamos eran propicios para pedir información acerca de Peña Jáquez. Si ese mensaje hubiera llegado antes que el que nos llevó el Dr. Fernández, es casi seguro que habríamos preguntado quién era y cómo era Peña Jáquez, ¿pero cómo íbamos a poner lo que nos mandaba decir un desconocido en pie de igualdad con lo que nos había dicho a nombre del coronel Caamaño el Dr. Emilio Ludovino Fernández, a quien conocíamos, con quien habíamos mantenido relaciones mientras nos hallábamos en Europa, y quien además era hermano del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, cuyo recuerdo conservábamos y seguimos conservando con afecto y admiración? ¿Y cómo podía una persona cuerda aceptar como buenos y válidos dos mensajes tan opuestos como el que nos había llevado el Dr. Fernández y el que nos mandaba Peña Jáquez? ¿Era posible que casi al mismo tiempo que nos enviaba desde Cuba la seguridad de su apoyo político el coronel Caamaño estuviera en territorio dominicano?

Los amigos se despidieron y nosotros volvimos a la rutina de todos los enfermos: que a las 12, la cápsula tal; a las 6, esta tableta; a las 8, un alimento; a las 9, a abrir la boca para poner en ella el termómetro; y así pasó el sábado día 3 de febrero y así pasó el domingo día 4. El lunes 5, no más tarde de las 7 de la mañana según recordamos, llegó el Dr. Hugo Tolentino, que iba de paso para la Universidad Autónoma y quería saber sí nosotros sabíamos la noticia, y cuando le preguntamos a qué se refería nos respondió que según se decía en círculos políticos de izquierda el coronel Francisco Alberto Caamaño estaba en el país. Nuestra reacción inmediata fue la de preguntarle si él había recibido algún mensaje del jefe militar de la Revolución Constitucionalista y respondió que no. En consecuencia, sólo nosotros, y nadie más, habíamos recibido un mensaje del coronel Caamaño, y en ese mensaje no se nos había hecho saber ni de lejos que él estaba en el país o que pensara siquiera, entrar en algún momento en territorio dominicano.

II (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 117, Santo Domingo, Órgano del PLD, 11 de enero de 1978, p.4)
El Dr. Hugo Tolentino acababa de salir de nuestra habitación cuando entró en ella el Dr. Antonio Abreu, miembro de la Comisión Permanente del Comité Ejecutivo Nacional del PRD, que nos repitió, en otras palabras, lo que nos había dicho el Dr. Tolentino, pero nos agregó que él había recibido la primera noticia del desembarco de Caamaño a las 5:30 de la mañana y que después la misma noticia le había llegado desde varias fuentes, lo que indicaba que si se trataba sólo de un rumor era un rumor que había que tomar en cuenta porque estaba causando tanta alarma como si fuera verdad. El trabajo en común nos había enseñado a confiar en los juicios políticos del Dr. Abreu, y en esa ocasión apreciamos su criterio en lo que valía y llegamos a la conclusión de que había que reunir cuanto antes a la Comisión Permanente para estudiar el caso, y así se lo dijimos al Dr. Abreu. En pocos minutos los dos nos pusimos de acuerdo en lo que había que hacer: Primero, ir donde X a pedirle que facilitara su casa para la reunión; después, hablar con Peña Gómez, Rafael Alburquerque, Bidó Medina y Cheché Luna para decirles que debíamos reunirnos de urgencia e informarles del punto que íbamos a tratar y del lugar en que celebraríamos la sesión.

Lo que nos llevó a solicitar esa reunión fue el estado de agitación que a juicio del Dr. Antonio Abreu estaba provocando la noticia de que el coronel Caamaño se hallaba en el país al frente de una guerrilla, no la creencia de que la noticia fuera cierta porque nosotros sabíamos que no podía serlo ya que menos de 60 horas antes el Dr. Emilio Ludovino Fernández, en presencia del Dr. José Francisco Peña Gómez, nos había transmitido un mensaje de Caamaño en el cual el jefe militar de la Revolución de Abril ofrecía su respaldo entusiasta a la línea política que manteníamos, que no era precisamente la de prédica de una insurrección guerrillera sino la de llevar al Gobierno a su propia legalidad. ¿O era posible que Caamaño nos mandara a decir una cosa en el momento mismo en que estaba haciendo la opuesta?

Serían las 8:30 de la mañana cuando llegó a casa el Dr. Peña Gómez, a quien no veíamos desde el viernes día 2 en la noche, cuando estuvo en nuestra habitación acompañando al Dr. Fernández. Peña nos encontró en la oficina, donde estábamos leyendo cartas y notas telefónicas que se habían acumulado desde el jueves, a raíz de habernos recogido a causa de la afección a la garganta de que hablamos en el artículo anterior. El Dr. Peña Gómez entró, se sentó y no dijo una palabra acerca de la noticia de que el coronel Caamaño estaba en el país, dato que nos interesa destacar porque los hechos de ese día iban a convertirlo en muy importante; lo que habló se relacionó con el lugar dónde debíamos reunirnos.

Al salir de nuestra casa el Dr. Abreu se había dirigido a la del Lic. Majluta, donde estaba viviendo Peña Gómez, y le había dicho a éste cuál era el lugar de la reunión. Al vernos, Peña dijo que ese sitio le parecía peligroso porque según él, ahí se reunían muchos izquierdistas; y todavía estaba hablando de eso cuando llegó el Dr. Rafael Alburquerque, que había sido informado por el Dr. Abreu de la necesidad de que nos reuniéramos sin perder tiempo y del sitio donde lo haríamos, y como Peña Gómez seguía opuesto a que usáramos ese lugar decidimos entre los tres que la reunión se llevara a cabo en la casa de Majluta y que el Dr. Alburquerque se encargara de ir a la de X para informar a los compañeros Abreu, Bidó Medina y Cheché Luna del cambio de sitio. De paso, Alburquerque se llevó consigo a Peña Gómez para dejarlo donde Majluta, y como nosotros no teníamos automóvil, pasaría a recogernos cuando todos los demás miembros de la Comisión Permanente estuvieran en casa de Jacobo Majluta.

La reunión

Serían las 9:30 cuando llegó el Dr. Alburquerque a buscarnos y detrás de él entraron doña Zaida Ginebra de Lovatón y doña Gracita Díaz viuda de Henríquez, que llegaban a informarnos del estado de creciente agitación que había en la ciudad debido a los rumores de la presencia del coronel Caamaño en el país a la cabeza de una guerrilla. Estábamos oyéndolas, de pie frente al escritorio que usaba nuestro secretario, el Dr. Eligio Cordero, y en ese momento sonó el timbre del teléfono. Normalmente, nosotros dejamos que otra persona levante el teléfono cuando suena el timbre porque en un tanto por ciento que no es pequeño las llamadas son equivocadas y en otro tanto por ciento pueden ser atendidas por otra persona, pero esa vez lo cogimos y al decir “aló” oímos una voz conocida que preguntaba: “Profesor, ¿es usted?”. “Sí”, dijimos; e inmediatamente, con un acento seguro, el que hablaba recomendó: “Salga inmediatamente de su casa, que dentro de media hora irán a hacerlo preso”; y a seguida de esas palabras, el que las dijo colgó el teléfono. Rafael Alburquerque nos esperaba en la puerta, con la llave del automóvil en la mano, pero nosotros no podíamos dar el menor indicio de lo que acabamos de oír, y seguimos hablando con las dos visitantes, que se fueron a las 9.54, dato que recordamos con precisión porque vimos el reloj en el momento en que ellas pisaban el rellano de la escalera. Cinco minutos después salíamos el Dr. Alburquerque y nosotros; sentados en los escalones había algunos estudiantes del colegio Santa Teresita, que queda enfrente de la casa donde vivimos, a quienes saludamos como lo hacíamos siempre, y en el término de la distancia, como se decía en documentos judiciales del siglo pasado, estábamos en el lugar de la reunión.

Tan pronto entramos en la residencia de Majluta nos dirigimos a su habitación, adonde nos siguieron los miembros de la Comisión Permanente que habían ocupado sillas de la sala mientras nos esperaban, y allí, en la habitación matrimonial del dueño de la casa, dimos por empezada la reunión con estas palabras: “Compañeros, hay una corriente muy fuerte de rumores de un desembarco de Caamaño y la Comisión Permanente debe analizar esos rumores y determinar, primero, si son ciertos o no lo son, y segundo, en caso de que lo sean, en qué medida ese hecho puede afectar al Partido y al país. Nuestra opinión es que esos rumores no tienen fundamento porque hace tres días un emisario de Caamaño, el Dr. Emilio Ludovino Fernández, nos solicitó una entrevista por medio del compañero Peña Gómez, y su objetivo era darnos un mensaje del coronel Caamaño en el cual éste nos mandaba a decir que apoyaba totalmente la línea política del PRD, y si Caamaño apoya nuestra línea política mal puede lanzarse a una lucha guerrillera porque no podría contar con nuestra ayuda”.

Cuando llegamos ahí el Dr. Peña Gómez pidió la palabra e informó que el desembarco de Caamaño era cierto porque así se lo había hecho saber Guarionex Lluberes, quien a su vez había recibido la información de militares con quienes mantenía relaciones, y según Peña, Guarionex había agregado que la Guardia estaba acuartelada.

¿Cuándo le había dicho Guarionex Lluberes tal cosa a Peña Gómez? ¿Por qué habiendo estado en nuestra casa hacía menos de hora y media, Peña no nos había mencionado su conversación con Guarionex, que era algo de mucha importancia, y sobre todo algo que nosotros, en nuestra condición de presidente del PRD, debíamos saber con pelos y señales?

Estábamos esperando que el secretario general del PRD terminara de hablar para pedirle que aclarara nuestras dudas, pero esas dudas no iban a quedar aclaradas nunca porque unos minutos después iban a producirse hechos que estaban llamados a separarnos del Dr. Peña Gómez para siempre jamás.

Dos hechos

¿Cuáles fueron esos hechos? El primero de ellos consistió en que estando todavía el Dr. Peña Gómez con la palabra en la boca entraron en la habitación los compañeros Amiro Cordero y Domingo Mariotti con la noticia de que en ese momento la Policía estaba allanando nuestra casa. Sin decir nada y sin el menor apresuramiento, nos dirigimos a la sala, levantamos el teléfono y marcamos el número del nuestro, pero aunque lo intentamos dos o tres veces más no conseguimos la comunicación porque ese número estaba ocupado, de manera que por la vía telefónica no podíamos saber a ciencia cierta si era verdad que la Policía allanaba nuestra casa o si sólo había entrado en ella a hacer alguna pregunta o algo parecido. Volvimos a la habitación donde se celebraba la reunión para decirles a los compañeros que siguieran ellos tratando el punto que nos interesaba porque nosotros íbamos a casa para hacerle frente al ultraje que significaba un allanamiento. A esas palabras respondieron los miembros de la Comisión Permanente, con la excepción de Peña Gómez, que no habló, diciendo que se oponían a nuestra idea, y al cabo de algunos minutos se acordó que Amiro y Mariotti volvieran a la casa a enterarse en detalle de lo que estaba sucediendo y que volvieran a darnos la información que pudieran recoger.

El segundo hecho se produjo inmediatamente después; tan inmediatamente después que no tuvimos tiempo de comenzar de nuevo la reunión, porque estábamos sentándonos cuando Majluta entró en la habitación con la noticia de que la Policía había rodeado la casa; no la nuestra sino la suya, es decir, aquella en la que nos hallábamos. El Dr. Peña Gómez se levantó de un salto con una cara de alarma que no es fácil de olvidar, y le oímos gritar “¡las armas, las armas!”, al tiempo que abría un mueble que estaba cerca de la cama y a seguidas él y Majluta salieron corriendo hacia el pequeño patio de la casa, Peña Gómez con un revólver y el otro con una pistola. ¿Era que iban a combatir a la Policía? No; iban a esconder las armas, pero además de las armas se escondió también el Dr. Peña Gómez, a quien después de ese episodio veríamos una sola vez durante algunos minutos, y nunca más hasta el día de hoy.

En un momento así, ¿qué podía hacerse? Lo pensamos rápidamente y decidimos mantener el control del grupo costara lo que costara. “Compañeros”, dijimos, “vamos a sentarnos en la sala como si estuviéramos en esta casa de visita”; y así lo hicimos todos, con la excepción de Peña Gómez, que se había desvanecido en el aire como si hubiera sido un fantasma y no un ser de carne y hueso.

III (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 118, Santo Domingo, Órgano del PLD, 18 de enero de 1978, p.4.)
Tal vez menos de diez segundos después de haber dicho que debíamos sentarnos en la sala como si estuviéramos de visita estaba cada uno de los cinco miembros de la Comisión Permanente en una silla o un sillón, y a seguidas se nos acercó Majluta para decirnos que la Policía estaba entrando en la casa que se hallaba al lado izquierdo de la suya, y sin detenernos a comentar esa noticia, porque no podíamos perder ni un minuto, tomamos la palabra para decir que debíamos ponernos de acuerdo antes que nada en un punto: cuáles iban a ser los compañeros que quedarían encargados de mantener el contacto con los que tuviéramos que irnos a la clandestinidad. Eso, que era de la mayor importancia, es muy difícil de prever dado que nunca se sabe de antemano en qué circunstancias comienza el episodio de la clandestinidad política. Pero había algo de lo que podíamos estar seguros, y era que si la persecución se había iniciado con la ocupación de nuestra casa, a quien se buscaría en primer lugar sería a nosotros, y por tanto algunos compañeros disponían todavía de tiempo para actuar. ¿Quiénes eran ellos? Pensábamos que Antonio Abreu, Cheché Luna y Bidó Medina, y en ese orden. El compañero Abreu era el secretario de Organización del PRD y eso le permitía hacer un trabajo bueno, y el compañero Luna conocía estrechamente a los que dirigían los organismos perredeístas de los barrios marginados, y pensábamos que ellos debían irse inmediatamente a la Casa Nacional para desde allí decirles a los encargados de mantener el contacto con nosotros lo que se había decidido y además dar la voz de que estábamos rodeados por la policía.

Cuando se está en trances como ése el que los pase debe esforzarse en conseguir que toda la vida se concentre en el cerebro, porque hay que pensar muy de prisa y hay que establecer un dominio total sobre el sistema nervioso a fin de que no asomen a la conciencia ni emociones ni ideas de naturaleza ajena al problema que tenemos por delante y además no debe hacerse ni siquiera un gesto que no sea absolutamente necesario. En momentos así no puede desperdiciarse ni la más mínima cantidad de energía mental. Los compañeros Antonio Abreu y Cheché Luna actuaron como si conocieran esos principios, porque salieron y estuvieron quizá veinte segundos parados en la acera de la casa de Majluta observando con disimulo los movimientos de la Policía, y transcurridos esos pocos segundos bajaron de la acera a la calle. Se iban a cumplir la misión que les tocaba y no sabíamos cuándo volveríamos a verlos.

La primera etapa

Majluta estaba asomado a una ventana de cristales que daba ala calle y lo llamamos para que nos dijera quiénes eran sus vecinos, con cuáles casas colindaba la suya, a qué calles saldríamos si nos íbamos por tal o cual dirección, y una vez enterados de esos detalles le dijimos al Dr. Bidó Medina que para salir esperara el mayor tiempo posible a fin de que pudiera hacerse una idea amplia de todo lo que pasara allí después que el compañero Alburquerque y nosotros nos fuéramos. Quedarse lo exponía a caer en manos de la Policía, que por cierto, al día siguiente, muy temprano, allanó su casa, pero él se mantuvo en la casa de Majluta y el compañero Alburquerque y nosotros nos dirigimos hacia la marquesina, que hacía el papel de garaje. En la marquesina estaba Ramón Lantigua, que había salido de casa con nosotros y que nos acompañaría en casi toda la clandestinidad.

En la clandestinidad hay leyes muy estrictas que deben observarse al pie de la letra, pero la primera etapa no obedece a ninguna regla sino a la necesidad imperiosa de escapárseles a los perseguidores, porque si eso no se logra no podrá haber clandestinidad. Al comenzar la primera etapa de la que nos tocaría vivir a partir de ese mismo día 5 de febrero de 1973 le pedimos al compañero Alburquerque que caminara detrás de nosotros porque como él es más alto nos cubría con su estatura y dificultaba que se vieran nuestras canas, que era el detalle por el cual se nos podía identificar, y como él no podía cubrirnos en un ciento por ciento, nos llevamos de la casa de Majluta un periódico con el cual nos tapamos el cuello moviendo el periódico de tal manera que parecía que estábamos espantando moscas o mosquitos.

Íbamos caminando al azar y tocamos en la primera puerta sin saber quién vivía allí. Si era un amigo, santo y bueno, y si era un enemigo, ¿qué podía pasar? Lo peor, pero lo peor puede sucederle a una persona en cualquier momento, aunque esté durmiendo, y en circunstancias como las que estábamos atravesando no teníamos opción de escoger entre lo bueno y lo malo sino que debíamos darle cara a lo que nos saliera al paso. Afortunadamente quien salió a abrirnos la puerta a la cual estábamos llamando fue una señora de mucho ánimo, que al saber quiénes éramos y al oírnos decir que la Policía nos buscaba se puso a nuestras órdenes con decisión, después nos explicaría que su esposo no simpatizaba con nosotros pero que ella sí y que podíamos contar con ella para lo que fuera necesario.

La señora nos llevó a una habitación bastante grande, con una ventana desde la cual se dominaba la calle, lo que nos daba cierta ventaja de tiempo si la Policía se presentaba porque podíamos disponer por lo menos de un minuto para tratar de irnos por el fondo del patio. El compañero Alburquerque quedó encargado de vigilar a través de esa ventana sin dejarse ver desde afuera y Lantigua pasó a hacer guardia ante la puerta de entrada. Le pedimos a la señora que nos llevara al patio para conocer el camino de retirada y cuando nos acompañaba a verlo nos dijo que Peña Gómez estaba escondido en una habitación. Le dijimos que nos llevara a verlo y nos señaló el sitio donde se hallaba el secretario general del PRD, que sabía que nosotros estábamos en la casa porque la señora se lo había dicho, pero no había salido a vernos. Tampoco nos saludó cuando entramos a la habitación. No le interesaba nada, salvo salir de esa casa en la que pensaba, y eso lo dijo, que corría más peligro desde que habíamos entrado en ella Alburquerque, Lantigua y nosotros. La impresión que nos dio fue la de que se sentía perturbado con nuestra presencia hasta tal punto que quería tirarse por una pared de bloques bastante alta que daba al patio de una casa donde, según nos explicó la señora, había perros bravos; le dijimos que no hiciera lo que se proponía y volvió a su habitación. Unos seis o siete minutos después, estando nosotros en la nuestra, le pedimos a la señora que invitara a Peña a reunirse con nosotros. “¿Peña Gómez? No, pero si él no está; él se fue”, explicó ella. Efectivamente, se había ido sin que supiéramos cuándo ni hacia dónde y sin decirnos siquiera adiós o hasta luego.

Llevaríamos allí diez, tal vez doce minutos, y en vista de que no teníamos noticias de lo que pasaba en la ciudad, el compañero Rafael Alburquerque llamó al Listín Diario para hablar con Rafael Herrera y a Radio Comercial para hablar con José Brea Peña, pero ninguno de los dos estaba en su oficina; y al tiempo que él llamaba nosotros le pedimos a la señora papel y ella nos pasó una mascota en la que escribimos el primero de los mensajes que en los meses de la clandestinidad enviamos a los periódicos. La versión de ese mensaje iba a ser transformada ese mismo día en horas de la tarde, cuando recibimos informaciones de que estaban haciéndose registros policiales en hogares de amigos y se había ordenado el cierre de algunas plantas de radio.

El mentiroso

Pasadas las doce le dijimos al compañero Rafael Alburquerque que ya era hora de que se fuera y respondió que no lo haría porque no podía dejarnos solos; pero nosotros sabíamos que su señora estaba de parto porque él nos lo había dicho cuando llegó a casa en horas de la mañana de ese día, y le insistimos en que debía irse. “Marta debe estar dando a luz”, le explicamos, y se negó de nuevo. A eso de la una tocaron en la puerta. Lantigua preguntó qué hacía. “Abra”, le dijimos pensando que no podía ser la Policía pues de haber sido ella la hubiéramos sentido llegar y tal vez la hubiéramos visto o la hubiera visto Alburquerque, que desde donde estaba sentado dominaba la ventana que daba a la calle.

Lantigua se fue a abrir la puerta y entró Majluta, quien llegaba a informar que la Policía se había ido y que ya se había hecho contacto con la persona encargada de organizar la clandestinidad. “Lo sacaremos de aquí hoy mismo, profesor”, dijo; pero no preguntó por Peña Gómez. ¿Era que no sabía que Peña se había escondido en esa casa o que Peña le había hecho saber que estaba en otro sitio? Lo preguntamos ahora, porque en aquel momento no lo pensamos. Tras de haberse ido Majluta conseguimos convencer al compañero Rafael Alburquerque de que se fuera y lo hizo tan a tiempo que llegó a la clínica donde se hallaba su señora quince minutos antes de que ella diera a luz, según nos contó él cuando volvimos a vernos.

Después de esa visita que nos hizo Majluta nos vimos otra vez ese día, como a las dos y media de la tarde, cuando llegó en un Volkswagen a buscarnos para trasladarnos a otra casa, propósito que no se consiguió porque el amigo a cuya residencia fuimos no estaba en ella y tuvimos que ir adonde otro, persona a quien se alude en El Nacional del 24 de diciembre (1977) en el que aparecen unas declaraciones de Majluta a las cuales nos referimos en el primer artículo de esta serie. La alusión está hecha en el párrafo donde se lee que Majluta “dijo que la primera relación que se hizo con los amigos del PRD en los Estados Unidos durante la clandestinidad de Bosch y Peña Gómez a raíz del desembarco de Playa Caracoles, se hizo a instancias de Bosch… Majluta aseguró que en esa oportunidad el líder del PLD le pidió que realizara contacto con la embajada de los Estados Unidos en el país, mientras lo mantenía escondido en casa de un amigo suyo”.

Nosotros conocemos por lo menos un mentiroso capaz de decir varias mentiras con las mismas palabras, pero Jacobo Majluta no se le queda muy atrás porque en los dos párrafos que hemos copiado dijo mentira y media, cosa que vamos a demostrar en el artículo Nº 4 de esta serie, y no en éste porque no disponemos de espacio para más.

IV (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 119, Santo Domingo, Órgano del PLD, 25 de enero de 1978, p.4.)
Para la mejor comprensión de lo que estamos diciendo vamos a hablar ahora de la media mentira de Jacobo Majluta y después hablaremos de la mentira entera. La media mentira está dicha en las palabras finales de los dos párrafos de su declaración a El Nacional que copiamos en el artículo anterior, aquéllas de “… mientras lo mantenía escondido en casa de un amigo suyo”, es decir, de Majluta. Eso de que Majluta nos mantenía escondidos es bastante insolente porque somos una persona, no una cosa ni un animal a la que alguien puede mantener escondido o amarrado o en libertad. Jacobo Majluta nos había llevado a la casa de un amigo suyo, lo que es algo diferente de que nos mantenía escondidos en tal o cual sitio, y la media mentira consiste en decir que era amigo suyo, escondiendo que era un amigo nuestro, no de Majluta, por lo que accedió a darnos albergue en su casa en circunstancias tan peligrosas como aquellas. ¿Cuál hubiera sido el comportamiento del dueño de la casa, y de su señora, que fue muy gentil con nosotros, si Majluta se les hubiera presentado con un desconocido a quien estaban persiguiendo las fuerzas públicas? El pobre Majluta quiere dar a entender que si el dueño de la casa nos recibió con toda hidalguía fue porque él, Majluta, era un personaje y nosotros un recomendado suyo; y esa manera de presentar los hechos da la medida de la falta de concepto que es propia de individuos como el señor Majluta, mitad mentiroso y poco serio de cuerpo entero.

Habiendo explicado en qué consistía la media mentira de Majluta vamos a demostrar que dijo además una mentira entera, y es aquélla de que “la primera relación que se hizo con los amigos del PRD en los Estados Unidos durante la clandestinidad de Bosch y Peña Gómez a raíz del desembarco de Playa Caracoles, se hizo a instancia de Bosch… Majluta aseguró que en esa oportunidad el líder del PLD le pidió que se realizara contacto con la embajada de los Estados Unidos en el país…”.

Lo que dijo El Nacional en esa ocasión es bastante confuso, pero de la confusión puede sacarse en claro que “a raíz del desembarco de Playa Caracoles”… “el líder del PLD (esto es, nosotros) le pidió (a Majluta, claro) que realizara contacto con la Embajada de los Estados Unidos en el país, y ese contacto fue descrito por Majluta en esa misma declaración como “la primera relación que se hizo con los amigos del PRD en los Estados Unidos durante la clandestinidad de Bosch y Peña Gómez”, y está dicho también en ese párrafo que esa “primera relación” “se hizo a instancia de Bosch”.

La mentira entera

¿Quiénes eran los amigos del PRD en los Estados Unidos? Si teníamos amigos en ese país, no estaban en el gobierno, y si los había en el gobierno, se trataba de amigos del Dr. Peña Gómez, no nuestros ni del PRD. Eso lo sabe bien Jacobo Majluta, que fue el encargado, por orden de Peña Gómez, de mantener durante la clandestinidad el contacto con funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos en Santo Domingo; pero lo sabe mejor aún el Dr. Peña Gómez, que desde el sitio donde se hallaba escondido nos envió el 12 de abril (1973) una carta en la cual nos decía: “Ahora bien, yo realicé un trabajo del más alto nivel en los Estados Unidos que no lo comuniqué a la Comisión Permanente [del PRD] ni a la Secretaría de Relaciones Internacionales [del PRD] porque estaba en juego la posición de un amigo”; y ese trabajo secreto, hecho a espaldas del Partido y del organismo al cual pertenecía Peña Gómez, fue, según se deduce de la misma carta, el envío de otra carta, ésta dirigida a John Crimmins y a Robert A. Hurwitch, que en la época de los hechos a que estamos refiriéndonos era jefe del llamado Escritorio Dominicano del Departamento de Estado, mientras Crimmins, que fue embajador aquí en los años que siguieron a la Revolución de Abril, era subsecretario de Estado para la América Latina; y quien actuó como intermediario para que la carta llegara a Washington fue Jacobo Majluta.

Antes de la clandestinidad, funcionarios de la Embajada norteamericana manifestaron más de una vez que querían entrevistarse con tal o cual dirigente del PRD, y cuando eso sucedía, con la debida autorización de la Comisión Permanente, nosotros aprobábamos que fueran en cada caso por lo menos dos aunque en la solicitud de la Embajada se mencionara sólo uno; y eso se hacía porque en una de sus resoluciones la Comisión Permanente estableció como principio que la posición antiimperialista del PRD no podía significar que no tuviéramos ninguna clase de relación con el gobierno de los Estados Unidos y sus representantes; significaba que debíamos defender nuestra soberanía cada vez que los Estados Unidos pretendieran mermarla o ignorarla, no que nos negáramos a hablar con funcionarios de su gobierno cuando ellos lo solicitaran. ¿No hablaron en París los delegados de VietNam nada menos que con Henry Kissinger al mismo tiempo que los bombarderos norteamericanos mataban miles de vietnamitas todos los días?

En dos de esas entrevistas con miembros de la Embajada había participado Jacobo Majluta, en un caso en que se nos hizo saber que iban a tratarse problemas de la balanza de pagos del país y en otro caso en que la entrevista iba a ser con el embajador Meloy. La primera vez el acompañante de Majluta fue el Dr. Julio César Castaños Espaillat, que era miembro de la Comisión Permanente, y la segunda fue también el Dr. Castaños Espaillat, y además de él y de Majluta participó en esa entrevista el Dr. Antonio Abreu, otro miembro de la Comisión Permanente. El embajador Meloy había pedido de manera insistente que nosotros le hiciéramos una visita en la Embajada, cosa que nos negamos a hacer aunque le enviamos un recado para que supiera que si pedía ser recibido por nosotros en nuestra casa la respuesta sería afirmativa; y como insistiera en hablar con nosotros o en última instancia con personas de la alta dirección del PRD, la Comisión Permanente decidió enviar a dos de sus miembros y con ellos a Jacobo Majluta, por si en la entrevista iban a tratarse problemas económicos del país o de los Estados Unidos, asunto en el cual él podía llevar la palabra a nombre del Partido.

Eso era actuar dentro de la legalidad del PRD, no de manera caprichosa o personal; y lo que hicieron Peña Gómez y Majluta durante la clandestinidad, que no duró tres días sino tres meses, fue todo lo contrario; y si nosotros actuábamos así en tiempos normales, mal podíamos hacerlo personal y caprichosamente, disponiendo, en un momento políticamente crítico como era aquel, que Jacobo Majluta “realizara contacto con la Embajada de los Estados Unidos en el país”. Decir eso es una charlatanería propia de personas que están haciendo el papel de líderes en la política dominicana sin que lleguen a tener la menor idea del respeto que se tiene a sí mismo un líder y del respeto que le tiene a su pueblo. Nosotros fuimos los que le propusimos la creación de la Comisión Permanente cuando planteamos la necesidad de que el PRD fuera reorganizado para hacer de él un verdadero partido político, y nunca desconocimos ni jamás hubiéramos desconocido la existencia y la autoridad de ese organismo, pero Peña Gómez y Majluta formaron una mutual que actuó durante la clandestinidad a espaldas y a escondidas de la dirección del PRD, que estaba a cargo de la Comisión Permanente, de la cual formábamos parte tanto nosotros, por nuestra condición de presidente del Partido, como el Dr. Peña Gómez por su condición de secretario general.

Entre mentira y verdad

El Dr. Peña Gómez volvió de Washington con la misión de conspirar para destruir la Comisión Permanente, tarea que le encomendaron sus amigos norteamericanos, y su compañero de conspiración en Santo Domingo fue Jacobo Majluta, de manera que si nosotros le hubiéramos pedido a Majluta hacer contacto con la Embajada de los Estados Unidos Peña Gómez lo habría sabido, y Majluta no le dijo nada a Peña Gómez eso; si se lo hubiera dicho Peña Gómez habría utilizado esa información para defenderse cuando fue entrevistado en el programa de radio Primera Página, el martes 15 de noviembre (1977), y se le preguntó acerca de la carta que envió en los primeros días de la clandestinidad a Ben Stephansky, tal como quedó dicho en nuestro artículo “Historia de una carta” (Vanguardia del Pueblo Nº 107, p.4).

En esa entrevista de radio Peña Gómez dijo que “el Dr. Franklin Almeyda y el señor Enmanuel Espinal, encontrándome yo oculto en la casa del Dr. Fernández, visitaron la Embajada americana y se entrevistaron con el señor Albert Williams”, y cuando el entrevistador le preguntó si “de esas actividades el profesor Bosch era partícipe” no respondió sí o no; lo que dijo fue: “Bueno, yo recibí un informe escrito de la Comisión Permanente dándome conocimiento de ello”. Efectivamente, los compañeros Almeyda y Espinal fueron a la casa de Williams, no a la Embajada, a llevarle un mensaje de la Comisión Permanente en el cual se le pedía informar a sus superiores que fuera de ese organismo nadie tenía autoridad legal para hablar a nombre del PRD. ¡Qué diferencia con la conducta de Peña Gómez, que hacía “un trabajo secreto del más alto nivel en los Estados Unidos” desconocido hasta el día de hoy por el PRD, con las únicas excepciones de su autor y de Jacobo Majluta!

Si Peña Gómez hubiera tenido conocimiento de que nosotros le habíamos pedido a Majluta ponerse en contacto con la Embajada norteamericana lo hubiera dicho en la entrevista del programa Primera Página o lo hubiera devuelto como una acusación cuando le enviamos nuestra carta el 22 de abril en la que nos referíamos a la carta secreta que les escribió a Crimmins y Hurwitch en la cual le decíamos que no aprobábamos su conducta en muchos casos del episodio de la clandestinidad, porque (y éstas eran nuestras palabras) no “podemos ser antiimperialistas públicamente y acudir en privado a funcionarios del Departamento de Estado cuando nos hallamos en peligro o azotados por el vendaval de una crisis”.

Jacobo Majluta mintió en las declaraciones suyas que publicó El Nacional del 24 de diciembre (1977), pero eso se explica porque Majluta no tiene capacidad moral para distinguir entre la verdad y la mentira.

V (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 120, Santo Domingo, Órgano del PLD,1º de febrero de 1978, p.4)
Majluta ha dicho más de una vez que la Comisión Permanente nos abandonó y que nosotros quedamos bajo su protección; pero los periódicos de esos días hablan por sí mismos. Por ejemplo, en los del día 6 salieron publicados dos mensajes nuestros escritos a mano y los dos le fueron enviados a Majluta minutos después de las nueve de la noche del día 5 con el dueño de la casa donde nos hallábamos y con las instrucciones de que los hiciera llegar en el acto al compañero Fulano de Tal. Majluta no lo sabía, pero ése era el compañero señalado en la reunión que hizo la Comisión Permanente ese mismo día por la mañana en la casa de Majluta como contacto entre nosotros y la Comisión Permanente. Majluta ignora todavía hoy qué curso siguieron esos mensajes e ignora adonde fuimos a dar cuando en altas horas de la noche del 6 al 7 salimos de la casa en que nos hallábamos, y nunca supo que salimos bajo la protección de la Comisión Permanente.

Diciendo mentiras acerca de la Comisión Permanente Jacobo Majluta encubre lo que él y el Dr. Peña Gómez hicieron en los días de la clandestinidad, y al cabo de los años los dos persisten en confundir la verdad en cuanto se relaciona a sus actividades en ese episodio; así, en la entrevista de radio a que nos referimos en el artículo Nº 4 de esta serie (Vanguardia del Pueblo, Nº 119), el Dr. Peña Gómez dijo que él tenía en su poder “correspondencia de la Dra. Milagros Ortiz Bosch de Basanta la cual autorizaba que las comunicaciones que en esta época emitía el PRD se dirigieran, se le mostraran al señor Crimmins en los Estados Unidos”; y la verdad es diferente. He aquí lo que se lee en la primera página de la carta del 12 de febrero de 1973, enviada por la Dra. Ortiz de Basanta a Nueva York. El párrafo 1 dice: “El origen del desembarco es para nosotros oficialmente desconocido, no sabemos (quienes son) sus integrantes, ni mucho menos las personalidades que lo componen”; pero el Dr. Peña Gómez no aceptaba lo que decía el Departamento Internacional del PRD, en cuyo nombre hablaba la Dra. Ortiz de Basanta, y decía que el desembarco era el de una guerrilla encabezada por el coronel Francisco Alberto Caamaño, y después afirmaría: “…lo dije en la República Dominicana y lo dije en los Estados Unidos”, y diría, siempre en la entrevista de radio que hemos mencionado, que hizo la revelación “de la presencia del coronel Caamaño” por el periódico Última Hora “y también en los Estados Unidos”, pero no aclara que lo último fue mediante carta enviada a Ben Stephansky y a funcionarios del Departamento de Estado.

¿Cómo y por qué lo sabía?

La página 2 de la carta de la Dra. Ortiz de Basanta comienza diciendo: “La orientación política nacional y de las seccionales del extranjero deben ser tomadas de las comunicaciones del compañero Juan Bosch y los comunicados de la Comisión Permanente que se publican día tras día en los periódicos”; y agrega esta recomendación, que debe ser leída cuidadosamente para que se vea de qué manera deforma el Dr. Peña Gómez la verdad: “Con este material ustedes deben preparar con fotostáticas y todos los recortes (de periódicos) sobre la persecución al Partido, los documentos que necesitan para entrevistarse con personalidades que beneficien la causa”. El tercer párrafo de la carta comienza así: “Al embajador Crimmins envíenle una copia de los documentos que les estamos ordenando realizar y dejen la entrevista para una segunda oportunidad, pues esto tendrá que estudiarlo la Comisión Permanente y el propio Juan Bosch”.

Como puede ver el más ciego, la Dra. Ortiz de Basanta, en su condición de directora del Departamento Internacional del PRD, autorizaba a la Seccional del PRD en Nueva York a enviarle al embajador Crimmins la propaganda que debía hacerse en defensa de los altos dirigentes del PRD que estaban perseguidos aquí; y eso no autorizaba al Dr. Peña Gómez a enviarle nada al embajador Crimmins. Lo que hacía Peña era actuar a escondidas y contra la línea política trazada por la Comisión Permanente. ¿De dónde salía el poder de Peña Gómez para enviarles a funcionarios norteamericanos cartas secretas, cuyo contenido se desconoce todavía hoy, cinco años después de haber sido escritas? ¿Por qué tenía que comunicarle a Ben Stephansky que quien se hallaba en las lomas de Ocoa era el coronel Francisco Alberto Caamaño y alegar después, como lo dijo en el programa Primera Página que hacía todo eso como “parte de una labor que realizaba un sector del Partido Revolucionario Dominicano”? ¿En qué parte de los estatutos del PRD figuraba la existencia y se describía el funcionamiento de esos sectores?

El Dr. Peña Gómez inventó ese “sector” porque no puede explicar la conducta que siguió entre noviembre de 1972 y comienzos de mayo de 1973. El 20 de enero, o sea, trece días antes del desembarco de Playa Caracoles, él se había desmentido en declaraciones a El Nacional que el coronel Caamaño hubiera muerto, noticia que había difundido la agencia UPI (Prensa Unida Internacional); luego, él sabía que el coronel Caamaño vivía; ¿y cómo y por qué lo sabía? El 25 de ese mes, exactamente una semana antes de la llegada de Caamaño al país, había dicho en Puerto Plata que en las calles de la Capital iban a cantar las metralletas; ¿y cómo y por qué lo sabía? En los días de la clandestinidad nos mandó a decir que esa frase había sido producto de una exaltación emocional, pero entonces, ¿por qué lo había dicho en New Jersey a comienzos de noviembre de 1972?

La reunión de New Jersey tuvo lugar en la casa Nº 563 de la avenida Jersey esquina a la calle Nº 2, el sábado 11 de noviembre después de las 7 de la noche. En esa reunión el dirigente perredeísta Pedro Koury le preguntó al Dr. Peña Gómez si Caamaño estaba vivo, a lo que Peña respondió con estas palabras: “El coronel Caamaño está vivo y es una reserva para la revolución que encabezará el PRD”; y a seguidas dijo estas otras: “En febrero sonará la metralla y ustedes tendrán un gran papel que jugar en esa revolución. Allá se necesitará dinero, mucho dinero y hasta sangre”. Algunos de los presentes se ofrecieron como voluntarios para venir a combatir a esa revolución que se anunciaba con tres meses de anticipación, y Peña les dijo: “Por ahora no necesitamos gente. Tenemos de más”. ¿Cómo y por qué sabía Peña Gómez que en el país habría un movimiento revolucionario en el mes de febrero? ¿Cómo y por qué sabía que el PRD iba a encabezar una revolución y que Caamaño era la reserva de esa revolución?

A la luz de lo que estamos diciendo se aclaran como a un sol de medio día las palabras que Hamlet Hermann escribió en el mes de mayo de 1973, mientras se hallaba detenido en San Isidro, que fueron las siguientes:

“En comentarios que nos hacía el coronel Caamaño, nos manifestaba su preocupación por los continuados galanteos que hacía Peña Gómez con los sectores ‘liberales’ de los Estados Unidos… Caamaño temía por los compromisos que pudiera contraer Peña con estos”, porque “no se quería ver comprometido ni con lo más mínimo con estos, por ‘liberales’ que fueran. Asimismo le preocupaba que donde se manifestara en su nombre fuera en el mismo corazón del imperialismo y no en el país que era donde hacía falta, vista la inminencia y la proximidad de nuestra acción”. Pero el párrafo más iluminador es éste: “La sensibilidad política [de Caamaño] había sido lesionada en una de sus fibras más sensibles. No obstante estos [es decir, Peña Gómez] eran aliados de los cuales él no podía prescindir y menos en esos momentos”.

Cuando respondan

Esas palabras no pueden ser más claras y dicen de manera contundente que entre Caamaño y Peña Gómez había un compromiso, pero cuando se publicaron nos parecieron el colmo de la mala intención y así lo dijimos el 22 de mayo (1973) en una charla que se transmitió por Radio Comercial. ¿Por qué hicimos ese juicio? Porque entonces no teníamos ni siquiera la idea de lo que el Dr. Peña Gómez había dicho en la reunión de New Jersey, y sin conocer la reunión de New Jersey no podíamos valorar correctamente lo que el Dr. Peña Gómez dijo el 20 de enero de 1973 al desmentir la muerte de Caamaño y lo que diría en Puerto Plata seis días después, así como tampoco podíamos darnos cuenta de qué razones lo llevaron a salir de buenas a primeras diciendo, sin haber consultado a la Comisión Permanente o a nosotros, que el coronel Caamaño era el jefe de la guerrilla que estaba en las lomas de Ocoa. Después nos diría en una nota que lo dijo porque lo había oído en Radio Habana, pero Radio Habana no dio nunca esa noticia, y cinco años más tarde daría otra versión; diría en el programa Primera Página: “… lo dije para desmentir a quienes decían que lo habían traído congelado desde Venezuela, porque entendía que el hecho de decir que el coronel Caamaño se encontraba aquí lo favorecía, porque ponía la simpatía del Pueblo a su favor”.

Bien: en el programa Primera Página explicó por qué había dicho que quien comandaba la guerrilla de Caracoles era el jefe militar de la Revolución de Abril, pero no explicó cómo y por qué lo sabía.

Sí. ¿Cómo y por qué lo sabía si muy pocos días antes había oído al Dr. Emilio Ludovino Fernández cuando nos daba, en presencia suya, un mensaje que nos enviaba Caamaño, en el cual nos ofrecía su apoyo pleno a la política que seguíamos en el PRD, que era total y claramente apuesta a una acción guerrillera?

El conocimiento que tenía Peña Gómez, desde principios de noviembre de 1972, de lo que iba a suceder en el país para el mes de febrero de 1973; su conocimiento de que el 20 de enero de ese año Caamaño estaba vivo; el temor que tenía Caamaño de verse comprometido con los liberales de Washington por actuaciones de Peña Gómez; la herida que Caamaño había recibido en su sensibilidad revolucionaria por la actitud que Peña Gómez mantenía ante esos liberales norteamericanos; la necesidad que tenía Peña Gómez de colaborar con los planes del coronel Caamaño diciendo que quien dirigía la guerrilla de Ocoa era él y que lo decía porque así “ponía la simpatía del pueblo a su favor”; todo eso, ¿cómo se explica?

Nosotros tenemos la explicación, y la daremos cuando Peña Gómez o Majluta o un tercero o todos juntos respondan a los artículos de esta serie.
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Balaguer y la reelección/Juan Bosch

I (Tomado de Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 127, Santo Domingo, Órgano del PLD, 22 de marzo de 1978)
Los peledeístas debemos estar claros en varias cosas, pero la más importante de ella es aprender a analizar los hechos políticos usando un método científico que nos evite caer en errores y por tanto en confusiones.

¿Cómo se consigue esto? Aplicando de manera sistemática el principio de que la historia es el producto de la lucha de clases, no de la voluntad de ciertos y determinados hombres, y allí donde no hay una clase que se imponga a las demás se darán hechos diferentes de los que se dan en los lugares donde hay una clase que tiene el dominio político de su país. Así cuando alguien dice que el expresidente Rómulo Betancourt tiene un lugar destacado en la historia de Venezuela porque no se reeligió, mientras que el Dr. Balaguer no lo tiene en la historia dominicana porque se reelige cada cuatro años, lo que hay que estudiar no es el desprendimiento o el patriotismo de Rómulo Betancourt contraponiéndolo al egoísmo o la ambición de Joaquín Balaguer, o hacer una comparación entre los dos para que se destaque lo bueno del primero ante lo malo del segundo; lo que hay que hacer es estudiar la historia de Venezuela en los años que corresponden a la vida de Betancourt, y de ser posible antes, y estudiar la historia de la República Dominicana en los años que corresponden a la vida de Balaguer; y podemos estar seguros de que al terminar el estudio de ambas historias hallaremos que tanto Betancourt como Balaguer han actuado de manera diferente, no por razones personales sino porque la lucha de las clases ha sido en Venezuela diferente de como ha sido aquí, y como no ha sido igual ni se ha llevado a cabo al mismo tiempo, allá dio un producto y aquí está dando otro.

La comparación entre la forma como ha actuado Betancourt y la forma como ha actuado Balaguer viene como anillo al dedo porque se trata de dos hombres que tienen más o menos la misma edad, que han dedicado a la política la mayor parte de su vida, que han sido gobernantes de sus respectivos países y que en los años de su juventud fueron amigos. (Recordamos, como si hubiera sucedido ayer, cuando Balaguer, que tenía entonces de 22 a 23 años, presentó en un cine de Santiago a Betancourt, que debía tener 21 años, en un acto organizado con motivo de la publicación de un libro del joven exiliado venezolano que se titulaba En las huellas de la Pezuña, en el cual se describían con un lenguaje muy propio de la época a Juan Vicente Gómez, el tirano de Venezuela, y sus métodos de gobierno).

Betancourt fue Presidente de la República algo más de dos años, a partir de octubre de 1945, y Balaguer lo fue más o menos durante el mismo tiempo a partir de 1960; el primero volvió a ser presidente de su país en 1959-1964 y Balaguer volvió a serlo aquí en 1966, y desde entonces sigue siéndolo. Del hecho de que Betancourt no siguiera siendo presidente de su país y Balaguer siga siéndolo en el suyo se han sacado conclusiones que se basan en ciertas características personales de Betancourt y de Balaguer, y ése es un método de análisis incorrecto, que no sirve para llegar a la verdad porque no toma en cuenta que Betancourt y Balaguer no son como gobernantes productos de sus deseos ni de sus ideas sino de la historia de sus respectivos países, y la historia es, a su vez, producto de la lucha de clases.

¿Hombres o clases?

La lucha de clases varía con los tiempos porque las clases mismas varían, lo que se explica por el hecho de que todo lo que existe se halla en perpetuo estado de cambio. Así por ejemplo, las clases que hay actualmente en Venezuela son distintas de las que había cuando ese país hizo su guerra de independencia a principios del siglo pasado. En esa época en Venezuela no había burguesía sino oligarquía esclavista, y no había obreros sino esclavos, y además el país era parte del imperio español, de manera que en vez de hallarse bajo el gobierno de la clase dominante venezolana (que era la oligarquía esclavista), estaba gobernado por los reyes de España.

No pensamos hacer aquí la historia particular de las clases dominantes de Venezuela porque ése no es nuestro propósito, pero podemos decir que en Venezuela hubo en varias ocasiones estados de confusión política debido a que no había suficiente desarrollo clasista como para que una clase o un sector de una clase, tomara el poder y les impusiera a todos los venezolanos las reglas del juego político que le convinieran a esa clase o a ese sector de clase. En el siglo pasado hubo un periodo corto, desde la segunda presidencia del general José Antonio Páez (1839-1843) hasta la última de José Tadeo Monagas (que duró de 1855 a 1858) en que hubo un predominio clasista basado en una alianza de comerciantes y terratenientes, estos últimos formados como tales durante la guerra de independencia. Pero a partir de entonces comenzaron las luchas de esos sectores, que iban a desembocar en el año 1899 en la dictadura de Cipriano Castro, a la cual le siguió en 1908 la de Juan Vicente Gómez, que se prolongó hasta la muerte del dictador, ocurrida en diciembre de 1935. El largo período de Gómez fue seguido por las presidencias de dos generales gomecistas que duraron diez años en el poder; en octubre de 1945 estalló un movimiento militar que llevó al gobierno a Betancourt y en 1948 éste entregó el poder a Rómulo Gallegos, que había ganado las elecciones del año anterior, pero ese mismo año Gallegos fue derrocado por un golpe militar encabezado por el coronel Marcos Pérez Jiménez, que se mantuvo como jefe político y militar del país hasta enero de 1958.

Durante los sesenta años que pasaron entre el inicio de la dictadura de Cipriano Castro y el final de la de Pérez Jiménez hay dos periodos principales: el de 1899 a 1935, en que la lucha de clases se dirige al derrocamiento de Castro y de Gómez, y el de 1936 a enero de 1958, en que esa lucha se dirige a establecer el predominio de la burguesía industrial, financiera y comercial, que había estado desarrollándose durante esos sesenta años y había llegado a su madurez entre 1945 y 1957. Rómulo Betancourt es un representante político de esa burguesía, y no, como piensan algunos, el jefe político que hace la historia de acuerdo con sus gustos, sus virtudes o sus fallas personales. Cuando Betancourt fue elegido presidente en el año 1959, ya esa clase tenía conciencia política y por tanto se había transformado de simple clase dominante en los aspectos económicos en clase que sentía la necesidad de asegurar mediante el control del Gobierno sus privilegios económicos, y por esa razón, valiéndose de los diputados de varios partidos políticos que la representaban en ese terreno, esa clase estableció en la Constitución de 1961 (el mismo año en que Cuba fue declarada país socialista, detalle de importancia decisiva en América Latina) que el Presidente de la República ejercería el poder sólo durante un período de cinco años, lo que equivalía a prohibir la reelección.

Debemos explicar que cuando la clase gobernante de Venezuela dijo que ya había terminado la época de las reelecciones presidenciales, contaba con varios representantes políticos que podían ser presidentes de la República y que defenderían los intereses de esa clase, y por tanto esos políticos no se dedicarían a conspirar para tumbar gobiernos; contaba con militares que la representaban en los cuarteles, y con periodistas, escritores, abogados, profesores y técnicos que la representaban en sus respectivos campos de acción.

Las reglas del juego

En pocas palabras, en sus planes para organizar políticamente el país como una democracia representativa, que es el sistema de gobierno propio de la burguesía, la clase gobernante de Venezuela contaba con el apoyo de todos los que podían formar y encabezar grupos de poder; y eso le daba la seguridad de que pasara lo que pasara, ella mantendría durante largo tiempo el control político del país. A partir de ese momento, esa clase se dedicó a establecer las reglas del juego político, y una de ellas era prohibir la reelección.

¿Qué son las reglas del juego político? Son las que les impone una clase dominante que tiene el control del poder político a las demás clases y capas de clases de su país, y responden a una experiencia social que todo el mundo, o por lo menos casi todo el mundo, conoce por sus resultados prácticos; y estamos refiriéndonos a las reglas que se siguen en todos los juegos y que se establecieron nadie sabe cómo ni cuándo ni por quién, algunas hace muchos siglos y otras hace relativamente poco tiempo. Lo importante de esas reglas o leyes es que son respetadas por todos los que se entretienen o ganan y pierden dinero en los juegos a pesar de que no hay policías ni agentes armados que las hagan respetar. Como explicamos en el mes de enero, hablando por La Voz del PLD, si se juega dominó, donde un jugador pone una ficha hay que poner otra que encaje con ella; si fulano puso un 6-3, el jugador que le siga tiene que hacerlo con un 3, y si en vez de hacerlo con un 3 quiere hacerlo con un 5, los demás jugadores y los que están viendo el juego le dirán que está haciendo trampas. El juego de dominó tiene sus leyes, pero también las tienen el juego de damas, el ajedrez, el de tenis, el de baloncesto, el de pelota.

En el juego político, que es el de toda la sociedad, las reglas del juego no las pone un hombre, como creen los que han dicho que Rómulo Betancourt no quiso seguir siendo presidente de Venezuela. En ese juego quien pone y hace respetar las reglas es una clase, la clase gobernante, que gobierna a través de sus representantes políticos. En una sociedad socialista, esa clase es la obrera; en una sociedad capitalista, las ponen y las hacen respetar los capitalistas, pero sólo si tienen conciencia política de clase y por tanto si están convencidos de que son ellos, como clase y no como personas, quienes deben gobernar valiéndose de políticos profesionales, que en países dependientes como los nuestros son casi siempre de origen pequeño burgués.

La sociedad dominicana funciona dentro de las líneas generales del capitalismo, pero todavía no se ha formado en ella la clase burguesa con la conciencia necesaria para darse cuenta de que es el control del poder político el que confirma y amplía los privilegios que da el poder económico, que por tanto, los verdaderos dueños de sus bienes no son ellos sino los que tienen en sus manos el poder del Estado, que es, como dijo Carlos Marx, la fuerza concentrada y organizada de la sociedad.

II (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 128, Santo Domingo, Órgano del PLD, 29 de marzo de 1978, p.4.)
Las estructuras sociales, y por tanto las clases que forman esas estructuras, no son obra de las ideas de los hombres, no son invención de nadie; al contrario, los hechos suceden al revés: las ideas son producidas en el cerebro humano según sea la posición de la clase que los dueños de esos cerebros ocupan en las estructuras sociales, o para decirlo de manera más precisa, según sea la posición que ellos ocupen en las relaciones de producción. El que en las relaciones de producción ocupa el lugar de dueño de los medios de producción (máquinas, dinero, materias primas, buques, aviones, flotas de camiones, ferrocarriles, tierras) es capitalista o burgués y pensará de manera muy diferente a como piense el que le vende su fuerza de trabajo para trabajar en esas máquinas y con esas materias primas, esto es, el obrero o proletario; y la condición de burgués y la de capitalista no fueron invención de Carlos Marx, puesto que Marx nació siglos después de que en el mundo aparecieron los burgueses y los proletarios. Los burgueses y los obreros fueron producto de la formación y el desarrollo del sistema capitalista, y no los hijos de las ideas de nadie; al contrario, las ideas son productos de las estructuras sociales porque aparecen en los cerebros de los seres humanos como fruto natural de la vida que los hombres hacen dentro de esas estructuras, y por esa razón se dice, y es cierto, que las ideas obedecen a los intereses de la clase de la persona, lo cual no impide que Fulano de Tal pueda tener, y de hecho tenga, ideas opuestas a su clase, como las tuvo Carlos Marx; pero eso no es lo general; ese fenómeno se da como casos particulares y así hay que analizarlos. Ahora bien, para que las ideas de los hombres correspondan a la posición que cada uno de ellos ocupa en las relaciones de producción, y por tanto en las estructuras sociales que resultan de esas relaciones de producción, se requiere que cada quien tenga conciencia de clase, o sea, que cada capitalista por su lado, y cada obrero por el suyo, tengan una idea clara de cuál es el papel que cada uno de ellos juega o debe jugar en la vida política de su país, pues no hay conciencia de clase mientras los miembros de una clase no se relacionan en sus ideas diarias, en su posición ante la vida, con el poder político del medio en el cual viven y trabajan. Relacionarse a diario con el poder político quiere decir darse cuenta hora por hora de cuáles son las medidas del gobierno que favorecen o perjudican los intereses de su clase, y como es natural, para darse cuenta de eso hay que saber de antemano cuáles son los intereses de cada clase social.

Los venezolanos y nosotros

Veamos un caso que nos demuestra hasta qué punto la burguesía dominicana ignora lo que significa eso de conciencia de clase: Hará cosa de año y medio que se publicó la foto de un acto celebrado en el Palacio Nacional, en el cual el Dr. Balaguer le tomó juramento al dueño de una industria de Santiago que vale varios millones de pesos. Ese señor había sido nombrado por el Dr. Balaguer coronel de las Reservas a pesar de que aquí no existe la institución de las Reservas militares. He aquí un ejemplo de un burgués que no se sentía parte del poder político y no se daba cuenta de qué peso tenía él en el orden social, y quería sentirse poderoso, como si no lo fuera, para lo cual necesitaba tener en su automóvil una placa oficial y una ametralladora al alcance de la mano.

Un hecho así no se daría hoy en Venezuela. A Rómulo Betancourt, que había sido presidente por obra de un golpe militar llevado a cabo en octubre de 1945, le tocó ser presidente constitucional cuando ya en su país había una burguesía con conciencia de clase, que tenía como representantes suyos en la actividad política a varios cientos de pequeños burgueses distribuidos en varios partidos, de ellos, más de dos organizados y listos para ejecutar desde el Gobierno y desde la oposición el papel de servidores políticos del sistema capitalista. Entre esos pequeños burgueses Rómulo Betancourt era uno de los más conocidos, pero no el único; y si no, ¿cómo se explica que al terminar él su período presidencial en 1964 pasara a ser sucesor suyo en la Presidencia de la República un miembro de su partido, el Dr. Raúl Leoni, y que cuando éste terminó su periodo pasara a ocupar su puesto el Dr. Rafael Caldera, líder de los social cristianos, y que después de Caldera fuera elegido presidente otro miembro del partido de Betancourt (Acción Democrática), el Dr. Carlos Andrés Pérez, que tomó posesión de su cargo en el 1974 y deberá ocuparlo hasta el 1979?

(Debemos aclarar que no todos los políticos de Venezuela estaban, o están, al servicio del sistema capitalista; varios de ellos son líderes del Partido Comunista Venezolano a pesar deque no son de origen proletario, lo que nos indica que en lo que se refiere a desarrollo de una conciencia de clase, la burguesía de Venezuela ha ido más lejos que los trabajadores, pues aunque la base obrera del Partido Comunista Venezolano es numerosa, todavía sus representantes no han llegado al nivel de los cargos más importantes de la dirección, como es, por ejemplo, la Secretaría General).

Los datos que acabamos de dar indican que para el año 1959, cuando Rómulo Betancourt tomó posesión de sus funciones de presidente constitucional de su país, en Venezuela había una división del trabajo social lo suficientemente avanzada como para que hubiera ya un alto número de personas dedicadas exclusivamente a las tareas políticas, y para que eso fuera posible era necesario que la actividad política tuviera cierto grado de prestigio y los políticos profesionales fueran bien vistos por la mayoría de los venezolanos y apreciados por aquellos que tenían la dirección real, no aparente, de la vida social; en cambio, en la República Dominicana, todavía hoy, en pleno año de 1978, abunda el criterio de que la política es tarea de sinvergüenzas, y a la cabeza de los que piensan así está el Dr. Balaguer, que tiene casi medio siglo actuando como profesional de la política.

Nosotros recordamos la época en que en nuestro país los comerciantes eran de manera casi exclusiva los representantes del sistema capitalista, porque en esos tiempos no había, salvo contadísimas excepciones, dominicanos que establecieran industrias y mucho menos bancos, de los cuales no había sino dos o tres, todos extranjeros. Pues bien, en esos años era frecuente oír a los comerciantes hablar de la política como de un mal, o peor aún, de una maldición que había que sobrellevar con resignación porque nadie podía liberarse de ella, y esa actitud nos da idea de lo lejos que estaban los pocos capitalistas dominicanos de entonces de tener conciencia de clase. De aquella época hasta hoy ha habido ciertos cambios en la actitud, pero aún estamos a gran distancia del punto en que se hallaban los venezolanos en el año 1959. Todavía la división del trabajo social no ha llegado entre nosotros al punto de que los capitalistas estén representados en el terreno político por profesionales de la política; y eso es lo que explica que Antonio Guzmán, terrateniente, ganadero y dueño de plantaciones de café, sea candidato presidencial del PRD, o que Augusto Lora, también terrateniente, lo sea del MIDA y que su candidato a la Vicepresidencia sea el industrial Manuel Tavares Espaillat, así como que en el Comité Ejecutivo Nacional del PRD figuren comerciantes e industriales como Manuel Fernández Mármol y Carlos Pérez Ricart; pero eso también explica que el mayor número de los profesionales de la política que dirigen partidos hayan estudiado carreras tradicionales, como la de Derecho, y que sea ahora cuando ha comenzado en la Universidad Autónoma de Santo Domingo el estudio de las materias políticas.

El vacío social

El escaso desarrollo material se refleja en escasa división del trabajo social. Los dominicanos, que tradicionalmente fuimos un pueblo de muy escaso desarrollo material, tenemos una demostración de esa verdad en nuestra historia reciente, la de los años en que un hombre era a la vez el jefe del poder político, el jefe del poder militar y el jefe del poder económico. Ese hombre era Rafael Leonidas Trujillo, que resumía en su persona todas las fuerzas sociales y todo el poder del Estado, fenómeno que se había dado en Venezuela cuando Juan Vicente Gómez gobernó aquel país entre 1908 y 1935 y que sigue dándose aquí con el Dr. Balaguer aunque con características diferentes a las que tuvo en el caso de Trujillo y en el de Gómez.

Al actuar en un vacío social que los llevó a ejercer todas las actividades políticas, militares y económicas de sus respectivos países, Gómez y Trujillo ocuparon el lugar que debieron haber ocupado las clases dominantes de Venezuela y de la República Dominicana si hubieran existido. El proceso histórico venezolano produjo esas clases, que para 1959, año en que Rómulo Betancourt fue elegido presidente, habían tomado la dirección de su país, y esas clases tenían el control político de Venezuela dos años antes de que aquí desapareciera la dictadura trujillista con la muerte de Trujillo, o sea, veinticuatro años después de haber sido enterrado en Caracas el cadáver de Juan Vicente Gómez. Si la marcha de la historia pudiera medirse en cada país con un reloj particular, que diera las horas sólo para él y no para el resto del mundo, en la República Dominicana podríamos esperar para el año 1985 lo que Venezuela tuvo en el 1959, y por tanto no sería ningún sueño de ilusos que aquí se celebraran en el año 1985 elecciones que fueran del tipo de las que se llevaron a cabo en Venezuela en 1959, pero esperar otra cosa es una tontería.

¿Por qué decimos eso? Porque el método electoral que forma la base misma del sistema político conocido con el nombre de democracia representativa no puede aplicarse allí donde no existe la clase políticamente dominante que establece las reglas del juego y las hace respetar de todo el mundo, de la oposición, pero también del gobierno; de los políticos, pero también de los militares; de los que parece que mandan y sin embargo obedecen porque saben que si esas reglas del juego no se respetan, no habrá seguridad para nadie.

III (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 129, Santo Domingo, Órgano del PLD, 5 de abril de 1978, p.4.)
En el artículo anterior hicimos recuerdo de la pobre opinión que tenían los comerciantes dominicanos, medio siglo atrás o cosa así, de la política y por tanto de los políticos que la llevaban a cabo, y decíamos que esa actitud nos da idea de lo lejos que estaban los pocos capitalistas de nuestro país de tener conciencia clasista, y como alguien puede preguntar qué tiene que ver una cosa con la otra aclaramos ahora que, o bien los comerciantes dominicanos de aquellos años no tenían la menor idea de que los políticos eran sus representantes en el campo de las actividades propias de la política, que se ejercen en el terreno de los poderes públicos, o sea en las entrañas mismas del poder del Estado, o bien los que no se daban cuenta de esa realidad eran los políticos, y no por no darse cuenta de ella no actuaban como defensores de los intereses de los contados capitalistas que teníamos en el país. Lo probable era que sucedieran al mismo tiempo las dos cosas: que los pocos capitalistas de entonces no se daban cuenta de que los políticos los representaban a ellos ante el Estado y que los políticos tampoco se dieran cuenta de que ellos eran los representantes de los capitalistas en los órganos del Estado; y si ése era el caso, tiene su explicación en el hecho de que tanto los unos como los otros eran pequeños burgueses, comerciantes y políticos que todavía no tenían ideas claras de lo que ellos mismos eran ni de lo que eran el capitalismo y el Estado según debían ser concebidos por una sociedad burguesa. En tanto que comerciantes y políticos eran aprendices y no pasarían de ahí, pero tampoco podía pasar de ahí la sociedad en la cual actuaban. Aún ahora oímos de vez en cuando a capitalistas importantes decir que no saben nada de política y además que la política no tiene para ellos ningún interés.

En Venezuela había pasado algo parecido, pero para 1959 ya había capitalistas que pensaban, actuaban y por tanto vivían convencidos de que los políticos eran sus servidores y que como tales tenían la función de organizar un Estado venezolano que sirviera a sus intereses de clase; un Estado que funcionara para su beneficio, en el cual hubiera reglas del juego que el Estado mismo, a través de sus leyes, de sus jueces, de sus fuerzas de orden público haría respetar con toda energía, con la cantidad y la calidad de energía que en cada caso hiciera falta; y el ejercicio de la autoridad encargada de hacer valer las reglas del juego tenía que empezar por el respeto al voto ciudadano, porque ahí, de que el voto fuera respetado dependía que el Pueblo, la gran masa del país, creyera en la bondad, y por tanto en la respetabilidad de la llamada democracia representativa.

La experiencia acumulada

¿De dónde sacó la clase dominante de Venezuela esos conceptos? De experiencias que se habían acumulado en países como Inglaterra, como Francia, como Holanda y varios más. En esos países los partidos que les servían a las respectivas clases dominantes (ésos que hoy son calificados de democráticos) acabaron siendo dos, en algunos lugares tres, que eran exactamente iguales en sus ideas y en sus procedimientos; y si cada uno de esos partidos estaba llamado a hacer, desde el punto de vista de la clase a la cual servían, un gobierno igual al que haría cualquiera de los otros dos, y en todos los casos ese gobierno sería el gobierno de la clase dominante, ¿qué necesidad había de robarse las elecciones para favorecer a éste o a aquel partido? Y refiriéndonos concretamente al ejemplo de Venezuela, ¿por qué debía correrse el riesgo de desacreditar el sistema político propio de la burguesía en el momento mismo en que en Venezuela debía hacerse todo lo contrario?

En los días de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y especialmente en su último año, se hicieron millonarios muchos venezolanos y varios extranjeros que poco antes eran personas de escasa o ninguna importancia en los medios económicos del país, y un alto número de ellos pasaron a ser multimillonarios, gracias a la atmósfera de corrupción que había en todos los niveles del gobierno (un gobierno que hacia obras costosísimas, una tras otra, y a menudo varias al mismo tiempo), y también al favor de la excelente situación económica que tuvo el régimen de la dictadura debido al buen precio que alcanzó el petróleo venezolano cuando la clausura del canal de Suez dificultó la llegada a Europa del que producían Irán y los países árabes. Una cantidad respetable de millones de dólares que se hicieron entonces en Venezuela fueron a dar bancos extranjeros, especialmente a muchos de Suiza, y estaban allí cuando Pérez Jiménez y sus colaboradores más cercanos salieron huyendo, en enero de 1958, hacia la República Dominicana, donde contaban de antemano con la protección de Trujillo.

Los dueños de ese dinero salían de Venezuela, pero sus fortunas estaban seguras en Suiza, y por el solo hecho de haberse hecho millonarios, que tenían sus millones en bancos bien acreditados, esas personas se convirtieron, desde el punto de vista político, en miembros de la clase dominante, y en todas partes del mundo la clase dominante defiende a los suyos con uñas y dientes. Eso es lo que explica que poco después de haber llevado a Rómulo Betancourt a la presidencia de la República, esa clase obligó, de hecho, al nuevo gobierno a devaluar el bolívar, que es como se llama la moneda venezolana, y con esa medida, cada millón de dólares que volvió al país significó un millón más de bolívares para los que al enviar sus dólares a Europa habían comprado el dólar con tres bolívares y al llevarlos otra vez a su país recibían cuatro bolívares por cada dólar.

De la devaluación del bolívar sacaron también ventaja los terratenientes a quienes el gobierno de Betancourt les pagó muy bien sus tierras, en cumplimiento de una ley que fue obra de la clase dominante llevada a cabo a través de los representantes políticos que tenía en el Congreso. Esa ley fue la de la reforma agraria, larga y hábilmente discutida por los legisladores para que beneficiara al mismo tiempo a los sectores industrial y comercial de la burguesía mediante la ampliación de la capacidad de compra de los campesinos que pasarían a ganar más dinero, aunque no mucho, y a los dueños de grandes fincas, a quienes el Gobierno tendría que pagarles sus propiedades en efectivo o en bonos con intereses jugosos. Los mayores latifundistas cobraron en bolívares, adquirieron de inmediato dólares a tres por uno, sacaron los dólares hacia Europa, pero poco tiempo después los devolvían a Venezuela para cobrar cuatro bolívares por los dólares que le habían costado a tres. (De paso debemos decir que mientras estuvieron en bancos suizos, esos dólares les dejaron buenos beneficios tanto a los latifundistas que recibieron bolívares, en pago de sus tierras, de manos del gobierno de Betancourt, como a los que se habían hecho millonarios con malas artes en los días de la dictadura pérezjimenista).

Los capitalistas dominicanos están lejos todavía de conocer esos métodos de aumento de sus riquezas gracias a la manipulación de la moneda y de bonos gubernamentales y acciones de empresas privadas a través de una bolsa de valores, organismo de operaciones financieras que no ha existido nunca en nuestro país.

La composición

La clase gobernante está compuesta a veces por un conjunto de sectores, como dijimos en el artículo primero de esta serie que sucedió en Venezuela entre 1839 y 1858 y como sucedió en la Argentina entre 1862 y 1890, cuando una alianza de terratenientes ganaderos y comerciantes establecieron su legalidad a base de presidentes y legisladores electos cada seis años. A ese período correspondieron los gobiernos de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca, entre otros. La aparición de clases o sectores de clases nuevos, como la de industriales, financieros y obreros, destruye el equilibrio del conjunto que había establecido su predominio como clase gobernante, pero cuando surge una clase propiamente dicha, y no un conjunto de sectores, que pasa de dominante a gobernante como sucedió en Venezuela entre 1958 y 1959, hallamos que los militares son los primeros en someterse a la legalidad que propone la clase gobernante. Por ejemplo, en las elecciones venezolanas de 1959 tomó parte como candidato a la presidencia de la República el almirante Wolfgang Larrazábal, que había sido presidente provisional a la caída de Pérez Jiménez, y las Fuerzas Armadas no terciaron en las elecciones; al contrario, se comportaron con una neutralidad que no fue ni por asomo inferior a la que mantienen los militares ingleses o suecos en casos semejantes; y cuando poco después de la victoria electoral de Rómulo Betancourt se levantó contra el resultado de las elecciones el general Castro León, sus compañeros de armas le hicieron el vacío, y otro tanto hicieron, aunque en grado diferente, con los levantamientos militares de tendencias izquierdistas de Carúpano y Puerto Cabello. La prolongada guerra de guerrillas que le hizo el Partido Comunista Venezolano al gobierno de Betancourt no se habría producido si los líderes de ese partido se hubieran dado cuenta a tiempo de que entre la caída de Pérez Jiménez y el ascenso al poder de Rómulo Betancourt, la clase dominante del país había pasado a convertirse en una clase gobernante, lo que significa que para el 1959, esa clase estaba segura de sí misma y tenía el apoyo político de la mayoría de los venezolanos, y con ese respaldo de su lado, las guerrillas no podían hacer en Venezuela lo que habían hecho en Cuba.

En la República Dominicana la clase dominante está todavía en formación, y sería muy aventurado decir cuánto tiempo tardará en formarse y en pasar a clase gobernante. Pero como ningún país puede vivir sin gobierno, la falta de una clase gobernante ha sido sustituida en nuestro caso por hombres que se han llamado Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Leonidas Trujillo y ahora Joaquín Balaguer; y la sustitución de toda clase hecha por un hombre explica muchos aspectos de la vida de sociedades como la nuestra. El próximo artículo estará dedicado a analizar algunos de esos aspectos.

IV (Vanguardia del Pueblo, Año IV, N° 130, Santo Domingo, Órgano del PLD, 12 de abril de 1978, p.4.).
¿Qué es lo que determina que los hombres actúen en la sociedad de esta manera? ¿Son sus inclinaciones naturales, ésas que según dicen algunos se traen en el alma al nacer, colocadas ahí nadie sabe por quién? ¿Son sus complejos, sus ambiciones, sus debilidades, su maldad o su bondad?

Hay varias escuelas de pensamiento que pretenden explicar a qué se debe que Fulano actúe en una forma y Mengano en otra, pero hay una nada más que atribuye lo que hacen los seres humanos, por lo menos cuando se mueven en circunstancias normales, a las condiciones materiales de vida en que se forman, y las condiciones materiales de existencia de los hombres y las mujeres están determinadas en la sociedad capitalista por la posición que cada quien ocupa en las relaciones de producción. Ahora bien, en una sociedad que no esté organizada de acuerdo con el tipo de estructuras que requiere y exige la sociedad capitalista, como sucede, por ejemplo, en la República Dominicana, nadie ha pasado toda su vida ocupando un lugar determinado en las relaciones de producción porque esas relaciones han estado siendo durante siglos, raquíticas, inestables, retrasadas e imprevisibles; y por esa razón personajes como Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Leonidas Trujillo y Joaquín Balaguer, que se han dado en nuestra historia, pudieron haberse dado en la Italia del Renacimiento o en la Francia de Luis XIII, pero no se dan en ninguna sociedad burguesa; y viceversa: un Churchill y un De Gaulle se dieron en plena mitad del siglo XX en Inglaterra y en Francia, pero no se hubieran dado en la misma época en la República Dominicana, aunque no podríamos descartar la posibilidad de que se habrían dado aquí si los dominicanos hubiéramos hecho en el siglo XVIII la Revolución Industrial o la Revolución Francesa, porque las diferencias que nos separan de Inglaterra y de Francia no son de origen racial ni de niveles de capacidad intelectual.

Si la nuestra hubiera sido una sociedad organizada según las reglas de los países capitalistas, Buenaventura Báez, hijo de una liberta (esclava que había sido declarada libre por su amo), no habría podido ser presidente de la República cinco veces, y por razones muy parecidas, Ulises Heureaux no habría podido gobernar el país durante 17 años, pues la clase gobernante de cada país capitalista es hoy, pero lo era mucho más en el siglo pasado, frenéticamente discriminadora de todos los que tenían algo de sangre negra, con la excepción natural de los países de población negra, como es el caso de Haití. En cuanto a Trujillo, su caso no podía darse en una sociedad burguesa, en la cual, debido al alto grado de división social del trabajo, no es posible que se concentren en una sola persona la jefatura política, militar y económica durante todo un tercio de siglo; ni es posible que un gobernante pase años y años ejerciendo el poder sin más freno que el de su propio juicio, como lo viene haciendo el Dr. Balaguer en nuestro país desde 1966.

Báez, Heureaux y Trujillo

Generalmente, cuando un historiador o un político dominicano enjuicia a Buenaventura Báez, a Ulises Heureaux, a Rafael Leonidas Trujillo o a Joaquín Balaguer, pone a cualquiera de ellos como ejemplo de hombres con ambición desmedida de mando, de una ambición que no se detiene ante nada y como la ola de un mar embravecido arrastra cuanto se atraviesa en su camino.

¿Es ese juicio correcto? Desde el punto de vista de los psicologistas, sí; pero sucede que el psicologismo no convence a todo el mundo porque no hay manera de demostrar objetivamente que sus conclusiones son legítimas o realmente científicas. En apariencia, los hombres de gobierno que se adueñan del poder y no lo sueltan más son ambiciosos porque trajeron al mundo unas almas llenas de ambiciones, pero dejando a un lado las apariencias, si penetramos en un mundo de ideas basadas en lo que nos dice el conocimiento de la sociedad en que vivimos, debemos preguntarnos si Ulises Heureaux, por ejemplo, trajo del más allá una ambición desmedida o si la vida misma le fue enseñando la dura lección de que si quería ser estimado y respetado en el medio en que había nacido estaba obligado a acumular riquezas, etapa de su pensamiento que sería seguida por la del descubrimiento de que la manera más segura y más rápida de acumular riquezas era acercándose al poder militar y político, y, más tarde, conquistándolo para ejercerlo, como lo hizo, y como lo haría treinta años después Rafael Leonidas Trujillo, cuyo ejemplo puede sernos más útil porque es históricamente más cercano a nosotros que el de Heureaux.

Heureaux y Trujillo se parecen entre sí más que cualquiera de ellos a Báez o a Balaguer, y Báez y Balaguer se parecen entre sí más que a Heureaux o a Trujillo; pero los cuatro tienen en común lo que corrientemente se califica de ambición de poder o de mando, y entre los cuatro han llenado ochenta y nueve de los ciento treinta y cuatro años que tiene la República. A simple vista se aprecia que esos son muchos años y muchos gobernantes del tipo de los que se le imponen al Pueblo en una forma o en otra, pero esos hechos se han dado en nuestro país aunque no son corrientes en América, al menos en esa proporción.

Ahora bien, hay una explicación para esa singularidad de nuestra historia, y la hallamos cuando respondemos a la pregunta de cuál ha sido la fuente o el origen de la desmedida ambición de poder que han tenido los cuatro políticos dominicanos que hemos mencionado. La explicación está en la falta de una clase gobernante, que ha sido tal vez la característica más saliente de la vida nacional. Debido a que a lo largo de nuestra historia republicana, pero muy especialmente a partir de 1857, ha faltado la clase encargada de imponerle a la sociedad las reglas del juego político, el país no ha formado las instituciones que le corresponden a la organización social burguesa, y esas instituciones son las que llevan a los gobernantes del sistema en que vivimos a respetar tales o cuales principios o métodos de gobierno; entre nosotros la situación es más compleja porque la clase gobernante que no ha existido ha sido suplantada por hombres, de los cuales los más tenaces en mantener esa suplantación han sido los cuatro que hemos mencionado.

En el caso de Báez, de Heureaux y de Trujillo, y de manera mucho más acentuada en el del último, la decisión de mantenerse en el poder suplantando a la clase inexistente se alimentó y se fortaleció no sólo por razones políticas sino también, y sería mejor decir sobre todo, porque los tres actuaban a la vez como jefes políticos y militares y también como negociantes. En el caso de Trujillo, el país entero sufrió más la dureza y la violencia de sus métodos de gobierno porque éstos reflejaban la suma de los variados aspectos de su personalidad pública: la jefatura política se tradujo en tiranía, la jefatura militar reforzaba la más rígida condición de la tiranía porque le agregaba una alta dosis de disciplina y de obediencia ciega a cuanto Trujillo dispusiera, y la jefatura económica, que era en fin de cuentas el verdadero motor del régimen, ponía a todo el mundo a actuar en ese campo al compás que le señalaran los negocios del dictador y sus necesidades y conveniencias.

El caso de Balaguer

La triple personalidad pública de Trujillo se le impuso a la sociedad dominicana de manera avasallante porque Trujillo se propuso, y lo consiguió, manejar el Estado con la eficiencia con que son manejados los Estados que tienen a su servicio burocracias muy desarrolladas: y esa decisión impuesta a la fuerza, deformaba a todos los empleados del gobierno, que por su condición de clase no tenían inclinaciones, ni el entrenamiento necesario, para actuar como deben hacerlo los que se hallan al servicio de una dictadura clasista. Es posible que muchas demostraciones de fanatismo trujillista que se conocieron en los años de la dictadura fueran manifestaciones incontrolables del frenesí que sacudía interiormente a esos servidores del régimen que eran obligados a actuar con ideas y sentimientos ajenos a su naturaleza de clase.

Ahora bien, sucede que aunque la mayoría de los seres humanos no lleguen a darse cuenta de eso, el hombre hace tal o cual trabajo y el trabajo va haciéndolo a él; va formándolo o transformándolo porque va formando o transformando sus ideas y sus sentimientos; y por esa razón, al actuar como sustitutos de una clase inexistente, Báez, Heureaux, Trujillo y Balaguer acabaron creyendo y sintiendo que ellos eran (y en el caso de Balaguer, que él es) toda esa clase; y al creer y sentir como si cada uno fuera, no las personas que eran sino todo un conjunto de seres humanos que tenían la representación del país, ninguno de ellos se sentía (y en el caso de Balaguer no se siente) obligado a renunciar al poder, sino que todo lo contrario, cada uno de ellos consideraba (y en el caso de Balaguer, considera) que entregar el poder era un acto de traición, que es exactamente como piensan y sienten las clases gobernantes en todas partes del mundo.

Báez, que no llegó a formar ni siquiera el núcleo inicial de una clase dominante, y Heureaux, que formó un núcleo de clase dominante con más extranjeros que dominicanos, cayeron sin haber podido organizar el traspaso del poder a manos de sucesores escogidos por ellos. Trujillo formó una burguesía muy poderosa (pero limitada a él, sus familiares y allegados) que alcanzó la categoría de gobernante mientras él vivió, pero que debido a su escaso número no pudo seguir siendo gobernante después de la muerte de su creador y jefe.

En términos de cantidad, Balaguer es el gobernante dominicano que ha formado más burgueses, pero desde el punto de vista político no ha creado una burguesía porque los centenares de pequeños burgueses a quienes él ha hecho millonarios carecen de conciencia de clase y por tanto no llegan a darse cuenta de cuál es su poder. En su mayoría, viven demasiado asustados con la idea de que si Balaguer desaparece, su sucesor va a quitarles lo que aquel les permitió acumular con malas artes.
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Juan Bosch analiza carácter burgués de la Revolución de Abril y el preponderante papel de los militares, en un aniversario más de la gesta patriótica
(Tomado de Vanguardia del Pueblo, Santo Domingo, Órgano del PLD, Año IX, Nºs 394 y 401, 5 de mayo y 22 de junio de 1983)

(I) (Vanguardia del Pueblo, Año IX, Nº 394, Santo Domingo, Órgano del PLD,5 de mayo de 1983)
Es curioso que seamos nosotros, que no somos partidarios de la democracia burguesa, los que estemos conmemorando el estallido de la Revolución de Abril, que fue una revolución burguesa; una revolución burguesa que no llegó a cuajar porque la aplastó con su poderío militar el líder del sistema social y de vida burgués, ese país que se enfrenta desde hace algunos años a todo lo que no sea dirigido por sus fuerzas económicas o políticas, a todo lo que no se haga para servir a sus intereses, y como es natural creemos que ustedes saben que no estamos refiriéndonos a la patria de Abraham Lincoln sino a la de Lyndon Baines Trujijohnson y a la de Richard “Mil-hous” Nixon.

Digo que el hecho es curioso porque este acto debería estar celebrándolo otro partido y no el PLD, y aludo al partido que nosotros abandonamos porque nos quedó como los trajes que se abandonan cuando dejan de servirle al joven que crece. Ese partido es el que debería estar rindiéndoles hoy homenaje a los que murieron en la lucha por reponer la Constitución perredeísta de 1963. Pero ese partido no recuerda a sus mártires; es más, en un día como éste sus líderes no mencionan ni a uno solo de los 42 mil soldados norteamericanos que vinieron a este país a asesinar esa revolución, que a pesar de ser burguesa era popular porque hacía apenas cuatro años que el país había salido de la larga dictadura de Trujillo y los dominicanos se habían acostumbrado a pensar que lo opuesto a esa dictadura que tanto los hizo sufrir durante treinta y un años era la democracia burguesa en la cual ellos veían el sistema de vida opuesto al que impuso aquí el trujillismo.

La Revolución de Abril se hizo para restituir la democracia burguesa que el pueblo dominicano había conocido sobre todo en los meses de vida del gobierno de 1963, y por esa razón cuando se dio la noticia de que había comenzado un movimiento militar para restituir esa democracia, lo mejor del pueblo dominicano corrió hacia donde sonaban los disparos. No huyó de donde sonaban sino que se dirigió hacia donde sonaban, y para comprobar lo que digo quiero dar el ejemplo de Pedro Pablo Reyes, a quien en aquellos días los dominicanos deportistas y de manera especial los partidarios de la lucha libre conocían con el nombre de Cacique.

No había ejército

Cacique estaba viviendo en Azua cuando llegó a aquella ciudad la noticia de que en la capital de la República había comenzado un movimiento revolucionario, y sin pensarlo dos veces abandonó la casa con los muebles y abandonó un camión, que era su instrumento de trabajo; lo abandonó y salió corriendo hacia la Capital porque aquí era donde habían hecho crisis las contradicciones políticas del país y era aquí donde había que triunfar o morir, y Cacique venía a eso, a triunfar o morir.

En esos momentos Cacique era la representación del pueblo dominicano, y si el Pueblo no triunfó en el aspecto militar debido a la intervención norteamericana, triunfó en otro sentido porque se creció por dentro, y hoy, dieciocho años después, Cacique no comparte el criterio de que la Revolución de Abril, de haber triunfado habría resuelto los problemas del Pueblo, porque él no cree ya en el tipo de democracia que había sido plasmada en la Constitución de 1963, pero sigue siendo leal a este pueblo suyo; es un compañero que merece nuestro respeto y nuestro aplauso por eso, porque sigue siendo leal a su pueblo.

La Revolución de Abril, según dije en otro aniversario de ese movimiento, fue el quinto intento dominicano de llevar la revolución burguesa a su máxima altura dentro de las posibilidades de nuestro país; pero desde un punto de vista fue el más importante de esos cinco intentos.

En términos de importancia histórica, vista en su conjunto, la primera revolución burguesa fracasada en la historia nacional fue la de 1844, la que germinó de la semilla de La Trinitaria, que fracasó pero dejó constituido el Estado dominicano; la segunda fue la Guerra de la Restauración, que restauró el Estado, y la tercera en importancia fue la que ocupa el quinto lugar en esa cadena de acontecimientos históricos que tuvieron como propósito común hacer aquí la revolución burguesa; pero la de Abril fue la más importante en un aspecto.

Al disponerme a decir cuál fue ese aspecto debo explicar que antes de que la intervención militar norteamericana de 1916-1924 creara la guardia llamada Policía Nacional Dominicana (PND) el país no había tenido un ejército que pudiera ser considerado en propiedad ejército nacional, y no podía tenerlo porque la República carecía de las condiciones materiales necesarias para que se justificara la presencia de un ejército. En primer lugar, no tenía las vías de comunicación que hicieran posible el acceso de las fuerzas públicas a cualquier lugar del país donde se necesitara su presencia; y en segundo lugar, el Estado no tenía la organización indispensable para recaudar por la vía de los impuestos el dinero necesario para mantener un ejército nacional.

Lo que tuvimos antes de la creación de la guardia llamada Policía Nacional Dominicana eran grupos militares, por ejemplo, el Batallón Ozama, que en un momento dado fue la única fuerza militar organizada de que disponía el Estado, de manera que si en esos tiempos hubiera habido necesidad de combatir al mismo tiempo en tres puntos diferentes del país, y sobre todo en puntos que no fueran de fácil acceso, faltaban las vías, las carreteras, los caminos, los puentes por los que debía pasar ese batallón Ozama o el que fuera.

El ejército de 1965

De manera especial, desde la muerte de Lilís hasta que el país cayó en poder de los norteamericanos en 1916, lo que hubo fueron tropas colectivas, palabra que significa fuerzas civiles armadas pero sin entrenamiento u organización militar, y esas fuerzas colectivas, y en ocasiones el Batallón Ozama, eran grupos armados partidistas, que no le servían al Estado sino a uno cualquiera de los caudillos políticos de esos años, por ejemplo a Horacio Vásquez, jefe del horacismo o partido rabudo. Pero en el año 1965 el país tenía un ejército nacional, un ejército que era una consecuencia o producto de aquella Policía Nacional Dominicana organizada por los interventores yanquis de 1916, y también era producto del Estado que a su vez salió fortalecido de la intervención de 1916-1924.

Es bueno, compañeros y señores que me oyen, que tengamos en cuenta que la dialéctica es realmente una ley de la sociedad tanto como de la Naturaleza; que no hay nada tan malo que no deje algo bueno y que no hay nada tan bueno que no deje algo malo. La intervención norteamericana fue un mal muy grande para este país; fue un cáncer político y moral que nos dejó sometidos hasta el día de hoy a la explotación de los grandes capitalistas de Estados Unidos, pero dejó cosas que podíamos usar en beneficio nuestro; y algunas de ellas fueron que la República quedó comunicada con carreteras, con vías radiofónicas y telefónicas; que se organizó el cobro de impuestos para atender a las necesidades del Estado; que se creó un cuerpo militar nacional, un ejército que podía ejercer la autoridad en cualquier momento y en cualquier lugar del país donde hubiera un levantamiento armado.

En el año 1965 el ejército dominicano era nacional. La casi totalidad de las izquierdas dominicanas alegaban que de ese ejército no podía esperarse nada bueno porque era un bloque militar rotundamente trujillista, que en él no había un solo hombre que no fuera trujillista. Yo no pensaba así. Yo creía que no hay nada tan malo que no deje algo bueno y por tanto en ese ejército tenía que haber valores positivos, y no estaba engañado, pues así como hace poco dije que Cacique representaba en un momento dado a lo mejor del Pueblo así ahora digo que en aquellos días lo que había de positivo en el ejército estaba representado por el entonces mayor Rafael Tomás Fernández Domínguez, y éste a su vez (y voy a decirlo ahora porque antes no podía mencionar su nombre) pensaba que sus ideas acerca de lo que debía ser un militar dominicano eran producto de las enseñanzas del coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez, y Hernando Ramírez se había hecho militar bajo el régimen trujillista, de manera que yo tenía razón cuando pensaba que el ejército nacional no era, como lo creían las izquierdas, un bloque sólido de militares trujillistas. Desde el punto de vista militar la Revolución de Abril fue más importante que la Guerra Restauradora y la de la Independencia porque la Revolución de Abril fue iniciada por las Fuerzas Armadas; fueron ellas las que produjeron el estallido de ese formidable movimiento y armaron al Pueblo que acudió a respaldarlo. Nunca había sucedido nada semejante en la historia dominicana, y no podemos confundirnos pensando que sí habían sucedido allá entre el año 1899, cuando fue muerto Lilís, y el 1916, cuando los yanquis ocuparon el país. En esos años los levantamientos eran hechos por fuerzas colectivas que más que organizaciones militares eran fragmentos armados de partidos políticos dirigidos por caudillos políticos, y en el caso de la Revolución de Abril, ella fue un estallido de contradicciones que se produjo en el corazón mismo de las Fuerzas Armadas porque la porción de ellas que inició el movimiento el 24 de ese mes interpretó correctamente la situación política y social del país en ese momento; la interpretó mejor que la generalidad de los políticos.

Una lección histórica

Estaban equivocados, pues, los que creían que en las Fuerzas Armadas de 1965 no podía haber un hombre que no respondiera a los criterios trujillistas porque todos habían ingresado en sus filas en la era de Trujillo. Esa manera de pensar era un error. Las Fuerzas Armadas no podían escapar de ninguna manera a la influencia de los problemas que padecía el Pueblo porque estaban en su mayoría sometidas a las mismas necesidades y a las mismas presiones que pesaban sobre el Pueblo, y de modo especial tenían que sufrirlas los soldados y las clases, es decir, los cabos y los sargentos, pero también las sufrían entre los oficiales aquellos que habían ingresado en el ejército en la Era de Trujillo porque tenían sentimientos patrióticos e inclinación a la carrera de las armas, entre los cuales estaban sin la menor duda Rafael Tomás Fernández Domínguez, Juan Lora Fernández, Francisco Alberto Caamaño y varios más a quienes no menciono porque no debo referirme a los que aún viven.

La Revolución de Abril no puede ser vista como un hecho histórico más o menos importante. Hay que verla como un acontecimiento político, más que militar, de primera categoría, al que debemos dedicarle estudios serios, porque los hechos históricos no son episodios destinados a ser conservados en la memoria para aplaudirlos cada vez que cumplen un año más. Hechos de la categoría de la Revolución de Abril deben servirnos como motivo de estudio, no de aplausos nada más. La Revolución de Abril nos indica que los caminos de que se vale la historia para hacer avanzar un pueblo son múltiples; que la vida de los pueblos no tiene que seguir un ritmo establecido porque ella es como el agua que está almacenada en el seno de las montañas, que se abre camino e inventa el cauce que la conducirá a las tierras de los valles.

En nuestro país hay muchas cosas que aprender, y una de ellas es la que nos enseña la Revolución de Abril: que la historia tiene diferentes maneras de manifestarse y no todas obedecen a plazos fijos.

(II) (Vanguardia del Pueblo, Año IX, Nº 401, Santo Domingo, Órgano del PLD, 22 de junio de 1983)
En nuestro país hay señores que creen que por el hecho de ser seguidos por las masas políticamente atrasadas son líderes que tienen el derecho de inventar actuaciones que nunca ejecutaron o motivos falsos para explicar ciertos acontecimientos políticos. Por ejemplo, hay por ahí quien ha dicho que la Revolución de Abril fue producida por la consigna de “Constitucionalidad sin elecciones”, que escribí a maquinilla en la galería de la casa donde estaba viviendo en Aguas Buenas, Puerto Rico, y envié al país sin explicarle al que la traía su significado, que sólo podían conocer los que estaban aquí al frente de la conspiración militar; y por cierto hubo quien se atribuyera la paternidad de esa consigna porque creyó, como lo creyeron otros tantos que una consigna puede producir una revolución.

La revolución fue producida por la situación del pueblo, que caló en las Fuerzas Armadas desde soldados de fila hasta coroneles; y caló en ellas porque las Fuerzas Armadas no están aisladas del pueblo en ninguna parte, y en el caso concreto a que estoy refiriéndome, o sea, a la Revolución de Abril, hay que recordar que los soldados rasos de aquellos años ganaban 30 pesos mensuales, y la diferencia que había entre los sueldos de los soldados y de los cabos y sargentos, así como la que había entre los tenientes y los capitanes, era proporcionalmente pequeña porque los sueldos de los militares de entonces estaban en relación con el presupuesto de gastos del gobierno, que no se parecía al presupuesto de gastos de los gobiernos de estos años.

Con 30 pesos mensuales un guardia no podía resolver los problemas de su familia, que generalmente era una familia campesina necesitada de muchas cosas, y los guardias sentían el peso de la situación económica que se había agravado inmediatamente después del golpe de Estado de 1963.

El origen del levantamiento del 24 de Abril de 1965 hay que buscarlo en los datos voy a darles inmediatamente. En el año 1962 los trabajadores de los ingenios azucareros eran 61 mil 487 y en 1963 pasaron a ser 89 mil 156; o sea, que en el 1963 fueron 27 mil 669 más que el año anterior, más del 40 por ciento que en 1962, y eso significa que en el 1963 había 138 mil personas más que se beneficiaban del salario que recibían los trabajadores de los ingenios; pero en el 1964 ya la situación no era igual. A tal extremo no era igual, ni lo fue en el 1965 ni en el 1966 ni en el 1967 y 1968, que vino a ser en el 1971 cuando el número de los trabajadores de los ingenios y de todas las industrias pasó a ser mayor que el de los que había en el 1963, y la diferencia fue ese año sólo 435 más, a pesar de que en 1971 había por lo menos 866 mil dominicanos más que en 1963.

El movimiento constitucionalista

Esos números dicen que en 1965 las condiciones materiales de existencia de las grandes masas de nuestro país eran peores que las que tenían en el 1963, y lo eran porque el gobierno de 1963 se empeño en que les proporcionaran puestos de trabajo al mayor número de personas que pudieran asimilar las industrias del Estado, y eso se dispuso no porque el presidente de la República estuviera pensando en reelegirse, porque fui yo quien reclamó que en las elecciones de 1962 se incluyera el voto para la reforma de la Constitución y en esa reforma se estableció que los presidentes de la República no podían reelegirse.

En el año 1964 el número de dominicanos que tenían plazas de trabajo en las industrias del país bajó en forma alarmante y en 1965 pasó a ser el 50 por ciento menos que en el 1963; y es en la pérdida de los puestos de trabajo que las grandes masas del pueblo padecieron en 1964 y a principios de 1965 donde hay que buscar la explicación de lo que sucedió el 24 de Abril.

Esa explicación no está en ninguna consigna. Yo escribí la consigna “Constitucionalidad sin elecciones” por razones políticas del momento, para que los militares que organizaban el movimiento constitucionalista no se dejaran embaucar con la propaganda de que iba a haber elecciones pronto y creyendo en eso abandonaran las tareas que se les habían encomendado para producir levantamiento.

Yo estaba al tanto de cómo se llevaban a cabo esos trabajos porque conocía uno por uno todos los pasos del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, que había asumido desde muy temprano la dirección del movimiento constitucionalista. Debido a circunstancias que él no podía dominar, el estallido revolucionario del 24 de Abril se produjo estando en Chile pues los servicios secretos de las Fuerzas Armadas se enteraron de que él estaba organizando un golpe para restaurar en el poder al gobierno constitucional de 1963, y tan pronto se percataron de hasta dónde había penetrado ese movimiento en las filas militares lo sacaron del país, y estoy refiriéndome al viaje que hizo a Santo Domingo a fines de 1964.

Los que cumplen tareas

Pero quiero volver ahora a lo que estaba diciendo hace poco; que lo verdaderamente importante desde el punto de vista político es que en los acontecimientos que provocaron el estallido del 24 de Abril de 1965 los que interpretaron correctamente los sentimientos del pueblo en ese momento fueron los militares; ellos fueron quienes se dieron cuenta de qué era lo que había que hacer entonces; no fueron los políticos civiles, y con estas dos palabras aludo a los líderes del PRD, no a civiles que estaban trabajando en el plan de devolverle al pueblo el gobierno que él había elegido, porque había varios que trabajaban en eso, pero no eran líderes del PRD. Entre los últimos había uno sólo, uno nada más, que tenía a su cargo el contacto con los militares.

Al producirse en el mes de octubre de 1964 la Convención del PRD propuse desde Puerto Rico que se eligiera una Comisión Presidencial de cinco miembros que trabajaría bajo la dirección del presidente del Partido y éste le comunicaría al Partido, cuando lo creyera oportuno, los resultados de esos trabajos. Lo que no podía decirle a la Convención del Partido era qué tipo de trabajos iba a hacer esa Comisión ni quién de los cinco que la formarían iba a hacer ese trabajo, pues el que iba a trabajar sería uno solo; y voy a dar su nombre porque ya no es funcionario público.

Esa persona que fue la única encargada de mantener a nombre mío contacto con los jefes militares del movimiento se llama Rafael Molina Ureña. Molina Ureña fue el funcionario del Partido que mantuvo en todo momento las relaciones con los militares; no fue el secretario general del PRD, que en esos tiempos era Martínez Francisco, ni fue ningún miembro del Comité Ejecutivo Nacional; pero había perredeístas que trabajaban directamente conmigo sin que estuvieran enterados de lo que hacía el Dr. Molina Ureña, y entre esos quiero mencionar aquí a Many Espinal y a su hermano Mundito que tenían a su cargo los contactos con el frente obrero; a Domingo de la Mota, de La Vega y Gustavo Machado; además, hay otra persona cuyo nombre no doy porque es un funcionario público importante. A de la Mota, Machado y el funcionario público aludido se les dieron órdenes de recoger aquí armas entre personas de conocida actitud antigolpista que las tuvieran, y para cumplir esas órdenes se hizo contacto con Héctor Aristy, que cumplió su parte en esa tarea.

El día del levantamiento

Sucedió que por pura casualidad, y no porque se hubiera planeado así, el movimiento del 24 de Abril comenzó a la hora en que se transmitía el programa de radio del PRD, y en el estudio de Radio Comercial desde el que se hacía ese programa estaba en esos momentos el director de Tribuna Democrática y dio la noticia de lo que acababa de pasar en ese centro militar y a su vez el director del programa de radio del PRD transmitió la noticia por ese programa a todos los que estaban oyéndolo, que eran la mayoría de los dominicanos que tenían o usaban radio receptores.

El hecho casual de que le tocará transmitir a los oyentes de Tribuna Democrática la noticia del levantamiento militar del 24 de Abril tuvo efectos delirantes en la cabeza del director de ese programa de radio al punto de que a partir de entonces comenzó a considerarse el líder civil de la Revolución de 1965, su organizador y su jefe, cosa que no debe extrañarnos porque entre los bajos pequeños burgueses, y de manera especial los de origen pobre y muy pobre, se da con frecuencia el fenómeno de que convierten en su mente con la mayor facilidad una cajita de fósforos en una catedral como la Notre Dame de París.

(Debo agregar, a la hora de hacer público el discurso cuya versión escrita es la que el lector tiene ante sus ojos, que el director de Tribuna Democrática no supo nunca, de parte mía, absolutamente nada de lo que se hacía para desatar el movimiento militar del 24 de Abril, salvo que en los primeros días de mi exilio en Puerto Rico les dije a él y al Dr. Rafael Molina Ureña, que habían ido a visitarme, que a partir de ese momento debían dedicarle toda su atención no al Partido sino a los militares. “Ahora vale mucho más una compañía desoldados que todo el PRD”, les expliqué, con lo cual pretendía hacerlos conscientes de que el poder de decisión política debía pasar del Partido a los militares; pero no podía decir más de eso porque conocía bien al director de Tribuna Democrática y sabía que su punto flaco era la indiscreción, debilidad altamente peligrosa para los que trabajan en tareas como la que debían llevar a cabo los encargados de dirigir el movimiento constitucionalista dentro del país).

Antiimperialista e internacionalista

Ahora, al cabo de los años, ese supuesto organizador y líder de la Revolución de Abril no rinde honores a Francisco Alberto Caamaño, a Rafael Tomás Fernández Domínguez, a Juan Lora Fernández (y repito que no menciono a los jefes de aquel movimiento que tienen hoy cargos públicos).

¿Por qué no les rinde honores a esos héroes? Porque la torpeza del gobierno norteamericano de 1965 convirtió la revolución burguesa de Abril en lo que no era; la convirtió en una revolución antiimperialista y por tanto internacionalista.

Son esos valores a la Revolución de Abril, los valores que surgieron del choque histórico provocado por una gran potencia que lanzó todo su poderío guerrero contra un pueblo pequeño y débil, los que le dieron perpetuidad, también histórica, a ese episodio de la historia nacional, y son ellos los que llevan a ciertos personajes olvidarse de que hoy se cumplen dieciocho años de aquel día de gloria.

La gran potencia que mandó sus tropas a aplastar la Revolución de Abril cree que el poder de las armas puede resolver todos los problemas que aquejan a la humanidad, pero ignora que los actos de los hombres y los Estados generan sus contrarios, y que en el caso concreto de la Revolución de Abril, su intervención militar convirtió ese movimiento en diferente de lo que había sido cuando se inició y son sus valores de antiimperialista e internacionalista los que la mantienen viva en el alma del Pueblo y los que la mantendrán en la consciencia del Partido de la Liberación Dominicana, al cual le toca transmitir esos valores a nuestro pueblo de tal manera que perduren tanto como puedan perdurar en su memoria el recuerdo de la Guerra de Independencia.

Esos valores de la Revolución de Abril son los que nos mantienen a todos nosotros, los peledeístas y los dominicanos de buena ley, pendientes de esa catarata de sangre, de sufrimientos y de torturas en medio de la cual están viviendo los pueblos hermanos de El salvador y Guatemala, pendientes del ejemplo de sacrificio y coraje que está dándole a América la Revolución de Nicaragua; esa Revolución antisomocista y sandinista que el poder norteamericano ha llevado, como llevó a la Revolución de Abril, a convertirse en una revolución antiimperialista e internacionalista.

(He omitido referirme a los aplausos y ovaciones que interrumpieron mi discurso y por la misma razón omito la parte final que fue prolongada más que por mis palabras por las ovaciones y los vivas del público que llenaba el Club Mauricio Báez
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Dictadura con Respaldo Popular: lo que será, con quienes debe contarse y los principios generales y de organización/Juan Bosch

¿Qué será la Dictadura con Respaldo Popular?

La Dictadura con Respaldo Popular será un nuevo tipo de Estado que se dedicará a:
1º garantizar trabajo, salud y educación a todos aquellos que actualmente no disfruten de esos atributos;
2º garantizar absolutamente todas las libertades fundamentales del ser humano; la supresión del hambre y sus funestas consecuencias sociales; de la explotación de unos hombres por otros que tienen el dominio de los bienes de producción; del terror gubernamental, policial o de otra índole;
3º garantizar la verdadera igualdad de todos los ciudadanos, no sólo ante las leyes del Estado sino también ante aquellas que no están escritas y sin embargo mantienen divididos a los seres humanos por razones de raza, religión, estado social, cultura y sexo, y las que lanzan a luchar a unos contra otros para arrebatarse, o no dejarse arrebatar, la comida, la posición y los derechos.
La Dictadura con Respaldo Popular no será la llamada democracia representativa, sistema político propio de la sociedad burguesa, que ha venido fracasando en la América Latina durante más de siglo y medio. No lo será, porque la democracia representativa, en el mejor de los casos, no puede garantizar trabajo, salud y cultura para todo el mundo; no puede garantizar las libertades fundamentales del ser humano y no puede garantizar su verdadera igualdad, dado que se trata de un sistema político y social fundamentalmente injusto, que se organiza y se sostiene sobre el principio de que hay hombres con derecho a explotar a otros y los hay con el deber de dejarse explotar.

A fin de asegurar no sólo el respeto a las libertades de todos, sino también los derechos de cada uno y los de cada clase o sector social a disfrutar, en condiciones de igualdad con todos los demás, de los beneficios que pueda proporcionar la sociedad, en el gobierno de la Dictadura con Respaldo Popular estarán representados, a través de las personas que ellas escojan libremente, todas las organizaciones del pueblo, las políticas, las sindicales, las económicas, las culturales, las científicas, las religiosas, las deportivas, el ejército, la policía, los empleados públicos y cualquier otra organización de cualquier índole. Los representantes de esas organizaciones actuarán al nivel de todos los órganos del Estado, desde las aldeas o secciones campesinas, los barrios de las ciudades, las provincias o estados, hasta el gobierno nacional, y en ninguno de esos niveles podrá tomarse medidas que no sean aprobadas libremente por la mayoría de esos representantes.

Para establecer un Estado que pueda llevar a cabo los fines que se propone, la Dictadura con Respaldo Popular comenzará por afirmar la plena independencia del país, y por tanto tomará las medidas que sean necesarias a fin de cortar toda influencia extranjera que se ejerza sobre instituciones, empresas o personas, venga de donde viniere y sea cuál sea su ideología.

Con el propósito de desmantelar el frente oligárquico la Dictadura con Respaldo Popular procederá en primer lugar a nacionalizar las empresas que pertenezcan a extranjeros, o la parte que puedan tener firmas extranjeras en empresas nacionales, y procederá a pagarlas con un tanto por ciento de los beneficios que den esas empresas o partes de empresas; pero no nacionalizará viviendas personales ni explotaciones agrícolas o establecimientos de otra índole pequeños que pertenezcan a extranjeros ni permitirá que ningún extranjero sea perseguido por el hecho de serlo; procederá también a nacionalizar los latifundios nacionales, y compensará adecuadamente a aquellos de sus propietarios que hayan luchado en favor del establecimiento del nuevo régimen. Los latifundios serán declarados propiedades sociales y serán entregados a los campesinos para que los trabajen bajo el sistema de cooperativas; procederá asimismo a nacionalizar la banca, que seguirá siendo administrada por los que trabajen en ella, pero declarada propiedad social; y procederá a nacionalizar el comercio exportador-importador, cuya administración quedará en manos de los empleados y obreros que los están sirviendo en el momento en que se implante el nuevo régimen político, pero bajo la supervisión del Estado y con la participación de éste en los beneficios. En los casos de la banca, del comercio exportador y de otras empresas, se compensará también adecuadamente a los propietarios nacionales o extranjeros que hayan luchado en favor del establecimiento de la Dictadura con Respaldo Popular.

La Dictadura con Respaldo Popular no será un régimen antiburgués, y por lo mismo sólo podrá nacionalizar las empresas de aquellos burgueses nacionales que se opongan a su implantación o que después de establecida actúen para derrocarla; pero tampoco establecerá una sociedad burguesa, y por esa razón tomará medidas para impedir que las empresas burguesas sean ampliadas en número o en poder político y social. A nadie se le confiscarán sus capitales, pero su inversión será regulada por la ley.

Todos los propietarios de empresas burguesas, sean campesinas o urbanas, agrícolas, ganaderas, industriales o comerciales —con la excepción de las de importación y exportación— podrán seguir al frente de ellas, en asociación con sus trabajadores y con el Estado, sin temor alguno de que sean perseguidos económica, política o socialmente, y sus organizaciones tendrán representación en el Estado como cualquiera otra organización.

Las propiedades agrícolas o urbanas de la pequeña burguesía serán escrupulosamente respetadas hasta el límite en que sus beneficios no se obtengan a base de la explotación del trabajo ajeno. Los campesinos dueños de propiedades pequeñas y medianas recibirán todos los beneficios que puedan proporcionar las cooperativas campesinas, pero sólo en el caso de que deseen asociarse a las cooperativas por su propia voluntad, pues la ley no podrá obligar a nadie a participar en las cooperativas campesinas o urbanas si no lo desea.

Toda empresa que funde el Estado será propiedad social, administrada por los que trabajen en ella.

La Dictadura con Respaldo Popular respetará en sus cargos a los empleados públicos que no conspiren o actúen contra ella, y en este último caso, como en todos los de este tipo que se presenten las acusaciones de conspiración o actuación contra el nuevo régimen tendrán que ser probadas en juicio público, pues todos los ciudadanos deberán vivir libres del miedo de ser perseguidos injustamente.

La Dictadura con Respaldo Popular procederá a garantizar a todos los niños y jóvenes la educación totalmente gratuita, incluyendo en este concepto libros, material escolar, transporte, atención médica y medicinas y alimentación, y organizará escuelas de todos los tipos para los adultos que deben aprender cualquier oficio y cualquier carrera, o para aquellos que desean ampliar sus conocimientos.

La Dictadura con Respaldo Popular establecerá como derechos fundamentales, el de los campesinos a la tierra, el de todos los hombres y mujeres al trabajo, el de todos los niños y jóvenes a la educación, el de todo el pueblo a la salud, a la igualdad, ya que se respeten integralmente su libertad, su dignidad y los atributos de la personalidad humana de cada ciudadano.

Los mandos de las Fuerzas Armadas y los cuerpos policiales serán confiados a aquellos de sus miembros, sean oficiales, sargentos, cabos o rasos, que hayan dado pruebas de que defienden y hacen respetar los principios de la Dictadura con Respaldo Popular.

No se perseguirá en ninguna forma a las personas que hayan sido adictas a los frentes oligárquicos, a menos que actúen contra la Dictadura con Respaldo Popular en el proceso de la toma del poder por el nuevo régimen o después de establecido.

Las leyes que deberán regular el funcionamiento de la Dictadura con Respaldo Popular serán elaboradas por el pueblo, a través de todas las organizaciones, mediante decisiones tomadas libre y democráticamente.

¿Con quiénes debe contarse?

La Dictadura con Respaldo Popular es un régimen llamado a beneficiar a casi toda la población, pero no toda va a luchar por ella. Habrá algún miembro de la oligarquía que lo haga, habrá burgueses que lo hagan también, porque en todas las clases sociales aparecen hombres y mujeres dispuestos a sacrificar sus privilegios en favor del bien de todos, pero debe esperarse que la oligarquía y la burguesía combatan la idea de la Dictadura con Respaldo Popular; los primeros, porque se trata de una revolución antioligárquica, y los segundos, porque la propaganda norteamericana los ha convencido de que cualquier cambio que se haga en nuestros países será en perjuicio suyo.

Puede darse por descontado que en la pequeña burguesía, una parte del sector alto se opondrá a la Dictadura con Respaldo Popular con más vigor todavía que la burguesía, pues a ello la llevará su inclinación a insertarse en el mundo de la oligarquía. Pero no puede decirse lo mismo de la mediana pequeña burguesía; en ese estrato la idea de la Dictadura con Respaldo Popular hallará numerosos defensores y algunos activistas, especialmente en el campo de los intelectuales, los artistas y los profesionales.

El número de los defensores y los activistas será mayor aún entre los pequeños burgueses del sector bajo, especialmente del que se halla lindando con el proletariado, que es donde están situados los que podemos calificar como el alto semiproletariado, pues hay otro semiproletariado, al que podríamos llamar bajo, que está situado entre los obreros y los desempleados. El ala de la baja pequeña burguesía que ha renunciado a la ilusión de pasar a la mediana y a la alta, que se ha desengañado de la llamada democracia representativa, será partidaria de la Dictadura con Respaldo Popular.

Tanto en la mediana como en la baja pequeña burguesía se hallarán también enemigos irreconciliables de la Dictadura con Respaldo Popular, y probablemente en mayor número, relativamente, que en la alta. Hay que tener en cuenta que, como se dijo arriba, la pequeña burguesía quiere reformas que faciliten su paso hacia la sociedad burguesa, y que en ella hay una parte reaccionaria que maquina, lucha, trabaja y conspira en favor de los frentes oligárquicos porque las oligarquías son al mismo tiempo el modelo que la atrae y el campo de negocios donde con mayor rapidez y facilidad puede hacerse de poder y de dinero; hay que recordar también lo que se dijo de una parte de la baja pequeña burguesía que para evitar caer al nivel del proletariado y aun al de los desocupados y subempleados se presta a toda clase de inmoralidades, a ser espías y asesinos a sueldo. Así, pues, los activistas de la Dictadura con Respaldo Popular que procedan de la pequeña burguesía, que no sean conocidos como revolucionarios honestos, tienen que ser sometidos a un proceso de educación revolucionario metódico, libre de prejuicios, pero encaminado a hacer de cada uno de ellos un hombre y una mujer conscientes de cuáles son sus vicios de clase y cómo debe despojarse de ellos para servir mejor al Pueblo. De todos modos, en la República Dominicana, que es el país de América Latina al cual va destinado este trabajo, se conocen en sentido general todos aquellos que tienen voluntad de cambios revolucionarios y decisión para ejecutarlos, y la obra de educarlos para que superen sus vicios de clase no será una tarea difícil; tal vez lo sea más en otros países de mayor población que no se encuentran en medio de un proceso de agitación como el que viene atravesando Santo Domingo desde 1961.

Toda la clase obrera será beneficiada en conjunto por la Dictadura con Respaldo Popular porque en el caso de las empresas privadas pasará a ser asociada, lo que le proporcionará seguridad. Es probable que entre los trabajadores haya varios, y tal vez muchos, indiferentes a la hora de luchar por la implantación de la Dictadura con Respaldo Popular, dado que en países donde el desempleo es tan alto, los que reciben un salario y tienen las ventajas de los seguros sociales son en cierto sentido privilegiados, pero probablemente serán muy pocos los que se opongan a ellas; entre estos se hallarán sin duda los líderes que se encuentran al servicio del imperio-pentagonismo, como asalariados de los agregados, obreros de las embajadas norteamericanas y agentes de la American Federation of Labor Congress of Industrial Organization (AFL-CIO).

La Dictadura con Respaldo Popular encontrará partidarios ardientes entre los semiempleados o subempleados del sector bajo, es decir, aquellos que proceden de los sin trabajo o chiriperos y están situados entre estos y los trabajadores. Aunque parezca extraño, en esos dos sectores sociales se forma pequeña burguesía, lo que se explica porque la generalidad no puede aspirar ni siquiera a un puesto de trabajo en una fábrica, dado que las sociedades latinoamericanas no están en capacidad de ofrecer puestos de trabajo a todos los que necesitan trabajar; y en esa situación, miembros de esos sectores buscan medios de vida en actividades personales, como ventas ambulantes y trabajos de artesanía de escaso valor. Lo más lógico es que en esa baja pequeña burguesía que surge de lo más profundo de la porción más oprimida de nuestros países haya algunos que prosperen y otros que no prosperen; los primeros se sentirán naturalmente inclinados hacia los frentes oligárquicos, y también naturalmente deben ser enemigos muy activos de la Dictadura con Respaldo Popular, de manera que sería inútil buscar entre ellos quienes la apoyen; pero los segundos, que son la mayoría, la apoyarán resueltamente.

Todos los campesino sin tierra, y los que tengan tierra en tan poca cantidad que no les dé para mantener su familia en un nivel decente, así como los trabajadores campesinos que sólo encuentran trabajo en épocas de cosechas, y aun en esas ocasiones son mal pagados, serán partidarios de la Dictadura con Respaldo Popular, ya que ésta les proporcionará a los primeros tierras para ser cultivadas en cooperativas, y a los segundos les ofrecerá la ayuda de las cooperativas y precios buenos, fijos y beneficiosos para sus productos, y trabajo permanente a los terceros.

Ninguna clase social o sector de clase apoyará la Dictadura con Respaldo Popular con tanto entusiasmo como los desempleados, sin trabajo o chiriperos de las ciudades. En los países de la América Latina, estos son, en verdad, los más explotados de todos los explotados. No son ni siquiera una reserva de mano de obra barata, puesto que bajo el actual sistema económico, social y político, no tienen ni podrán tener esperanzas de mejorar su suerte; no podrán jamás vivir con decencia y seguridad. No habrá nunca suficientes industrias para darles trabajo, ni suficientes tierras para que ellos puedan producir, ni suficientes escuelas y hospitales para ellos y sus hijos, a menos que el sistema actual sea transformado totalmente, tal como lo hará la Dictadura con Respaldo Popular. Poner a producir a esos hombres y mujeres, que son y representan a más de cien millones de seres humanos en la América Latina, significará doblar en poco tiempo la producción de todos o casi todos los artículos de primera necesidad. Esto es absolutamente imposible de lograr ahora, cuando 5 de cada 100 personas toman para sí 30 pesos de cada 100 que producen, pero no lo será cuando la Dictadura con Respaldo Popular implante un sistema en el que de cada 100 pesos producidos se beneficiarán todos por igual.

Por último, la Dictadura con Respaldo Popular encontrará partidarios ardientes entre los jóvenes de las capas de la población que van desde los desempleados o chiriperos hasta la alta pequeña burguesía, sobre todo los estudiantes. En la porción de esa juventud procedente de la pequeña burguesía habrá que prever que además de los vicios de clase se producirán desvíos hacia el aventurerismo y el oportunismo pero también habrá que tener en cuenta que en ella hay abundante material de líderes y decisión de lucha.

La lucha que deberán llevar a cabo nuestros pueblos para transformar de cuajo, real y verdaderamente, las estructuras latinoamericanas será larga y dura, y por esa razón sería locura rechazar cualquier fuerza que contribuya o pueda contribuir en la gran tarea. Es más, en la obra gigantesca que nos espera a todos, el que sume un enemigo a la causa de la Dictadura con Respaldo Popular estará actuando como traidor. Pero también actuará como traidor el que lleve a la lucha por la Dictadura con Respaldo Popular los vicios y las desviaciones que son parte de los hábitos de ciertas clases y sectores sociales, y actuarán con resultados tan malos como la traición los dirigentes que dejen pasar las manifestaciones de esos vicios y esos desvíos sin tratar de enmendarlas.

Principios generales y organización

La implantación de la Dictadura con Respaldo Popular debe ser el resultado de un trabajo metódico, que excluya toda posibilidad de acciones aventuradas, descabelladas y precipitadas, y que asegure la participación del Pueblo en todas las medidas que se tomen a lo largo del proceso de formación de conciencia, de organización y de conquista del poder.

Toda actividad que se realice sin contar con el pueblo, a sus espaldas y sin tomarlo en cuenta por encima de todas las cosas, es profundamente reaccionaria. Cuando a la hora de tomar decisiones se actúa creyendo que el Pueblo desea lo que desea un grupo de dirigentes, se lleva a cabo un acto de suplantación de la masa por los líderes, y esto quiere decir que ese grupo de líderes se considera superior al Pueblo, más inteligente o más autorizado que el Pueblo. La suplantación del Pueblo por aquellos que lo dirigen o aspiran a dirigirlo se paga siempre con el abandono de las masas, pues éstas saben mejor que nadie qué quieren y qué necesitan, y acaban dándoles las espaldas a aquellos que se toman a sí mismos por sus representantes sin respetar su derecho a expresarse, sin haberse ganado con una conducta genuinamente popular el derecho a representarlas. Para representar a las masas hay que convivir sincera y honestamente con ellas, hay que conocer sus problemas, sus inquietudes y sus ideas.

La Dictadura con Respaldo Popular sólo podrá alcanzar el poder cuando cuente con el apoyo de las masas, y eso sucederá cuando el Pueblo haya adquirido confianza y fe en la idea, en la organización y en los hombres encargados de llevar a la práctica la Dictadura con Respaldo Popular, al punto que identificará esa idea, a esos hombres y a su organización con su necesidad de libertad y justicia, de respeto y bienestar. La Dictadura con Respaldo Popular deberá ser, pues, eminentemente popular antes, durante y después de tomar el poder, y su única fuente de poder deberá ser la voluntad del pueblo.

Para convertirse en los depositarios de la fe del Pueblo y en sus directores, los partidarios de la Dictadura con Respaldo Popular deberán organizarse en un frente en el cual trabajen metódicamente, con disciplina y al mismo tiempo con libertad creadora. Las tareas de desarrollar la tesis de la Dictadura con Respaldo Popular, así como de elaborar la estrategia, la táctica y los programas que deberán ser aplicados en cada ocasión, deberán ser el producto del trabajo en común de todas las fuerzas reunidas en ese frente.

La presencia en el Frente de la Dictadura con Respaldo Popular de todas las fuerzas antioligárquicas, y por tanto anti-imperio-pentagonistas, cada una disfrutando de su independencia pero todas unidas en un fin común, garantizará que a través de la mutua vigilancia ideológica, estratégica y táctica se mantenga perennemente vivo y alerta el propósito de transformar de cuajo las estructuras sociales de nuestros países para edificar con ellos el hogar de la libertad y el reino de la justicia.

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El feudalismo no se conoció en América/Juan Bosch
(Tomado de Política, teoría y acción, Año X, N° 109, Santo Domingo, Órgano del Comité Central del PLD, abril de 1989, pp.1-5)

Con un retraso de nueve años —fue publicado en abril de 1980— ha llegado a mis manos un libro —El precapitalismo dominicano de la primera mitad del siglo XIX (1780-1850)— en el cual aparecen párrafos como los siguientes:
…nos oponemos a la tesis, eminentemente deductivo-abstracta, de que como en América Latina no ha existido el feudalismo como formación dominante, en la República Dominicana, por consiguiente, no ha existido el feudalismo como formación dominante, y ni siquiera relaciones de producción feudales con cierto peso específico en el contexto de su proceso histórico social. Todo lo contrario, nuestro estudio se ubica o plantea la existencia del feudalismo en un período bien concreto del proceso comprendido entre los primeros cincuenta años del siglo pasado”.
En ese libro se dice que en el sistema feudal “los trabajadores son propiedad parcial de los dueños de la tierra, pero pueden disfrutar de un pequeño terruño para proporcionarse los medios necesarios para su sustento. En el modo de producción feudal existen tres tipos de renta de la tierra: la renta en trabajo, en especie y en dinero”, y a seguidas se agrega: “las que obedecen en su aspecto general a fases de desarrollo del propio modo de producción feudal”, pero los autores no indican de dónde sacaron esas conclusiones, qué autor, y en qué obra, dijo esas palabras; y si no exactamente las palabras, por lo menos lo que ellas significan, y es lástima que no lo hicieran porque de alguna parte sacaron ellos esos conceptos hasta ahora totalmente desconocidos en la historia del feudalismo.

En mi libro "Breve historia de la oligarquía y tres conferencias sobre el feudalismo" (Alfa y Omega, Santo Domingo, sexta edición, 1986, p.170 y ss) yo dije:
En todo lo que fue el imperio carolingio se entregaron tierras a los nobles guerreros, pero tal como expliqué en la primera conferencia esas tierras estaban pobladas a base de las antiguas villas o aldeas romanas. Los señores que recibieron esas tierras las recibieron del rey en usufructo. En los conceptos de la época, el verdadero dueño de esas tierras era Dios, y el rey era su vasallo, y las repartía en nombre de su señor, que era Dios. Al recibir esas tierras del rey, los nobles pasaron a ser sus vasallos, y como tales vasallos contraían obligaciones con el rey. El rey se quedaba también con un feudo, y en ese sentido él mismo era un señor feudal y se mantenía de lo que producía su feudo. Pero cada uno de esos señores feudales vasallos del rey recibió, junto con las tierras,determinados poderes reales que el rey delegó en él para que él ejerciera la autoridad real en sus feudos. En los casos en que no sucedió así, la costumbre se generalizó y cada señor feudal acabó ejerciendo en sus dominios la autoridad real”.
A seguidas paso a describir la escena en la cual un noble quedaba convertido en señor feudal, que era como sigue:

En América no se conoció el feudalismo

Al recibir un feudo del rey (y aclaro que la palabra feudo significaba riqueza, naturalmente, en tierras), el noble “se inclinaba de rodillas, ponía sus dos manos en la mano derecha del rey, éste le colocaba sobre las manos algún objeto, y con ese acto quedaba establecido el contrato de en feudación. El señor se comprometía a darle al rey un servicio llamado noble, a cambio del usufructo de esas tierras. Ese servicio noble consistía en servirle durante cuarenta días al año en acciones guerreras”, lo que significaba que el rey había pasado a ser el señor feudal del noble que se le había enfeudado, y con el tiempo los señores feudales obtuvieron del rey el llamado derecho de inmunidad, que acabó convirtiéndolos en señores de pleno derecho de sus feudos.

¿Qué quería decir eso? Que los señores feudales tuvieron pleno derecho para hacer justicia, que en muchas ocasiones, si no en todos los casos, llegaba hasta el de imponer y ejecutar penas de muerte; pero además tuvieron también el derecho de cobrar tributos (impuestos) y el de acuñar monedas propias, la autoridad para levantar ejércitos (las llamadas mesnadas), la de hacer la guerra, así fuera a otro señor feudal, tan enfeudado con el rey como el que lo agredía, y a veces llegaban al colmo de hacerle la guerra a su señor el rey, y por último, los señores feudales tenían la autoridad de hacer la paz como si fueran reyes.

Retorno a copiar lo que dije en abril de 1971 en la segunda de las conferencias que con el título de “Tres conferencias sobre el feudalismo” pronuncié en el Centro Masónico de la Capital. Allí expliqué que “con el paso de los siglos los grandes señores feudales que habían recibido los poderes del rey y luego se quedaron con ellos, pasaron a delegar esos poderes en otros señores”, y con ese traspaso de poderes “fue formándose una pirámide de vasallos, que comenzaba arriba con un solo vasallo, el de Dios, que era el rey, y abajo de él había varios vasallos" (a tal extremo que “en Francia, por ejemplo, llegó a haber siete grandes señoríos feudales”), “y debajo de esos otros muchos que eran vasallos de los vasallos del rey, y como veremos luego, la pirámide siguió ampliándose en escala descendente; de manera que acabó produciéndose una proliferación de señores que ejercían todos o parte de los derechos que originalmente sólo podía ejercer el rey. Así pues, hubo un largo proceso de transmisión de poderes, y con él de apropiación de las tierras. El último de los vasallos, el que se hallaba en la base de la pirámide era el siervo de la gleba, y éste no tenía ya la menor participación en lo que quedaba de los poderes reales”.

En la pirámide que acaba de ser descrita decía yo en la mencionada conferencia: “el verdadero señor feudal era el que retenía la suma de las potestades reales (o dicho de otra manera, la totalidad de los poderes del rey)”. Ese era el llamado “señor jurisdiccional”, que era, explicaba yo, “un duque o un conde o un marqués”. La existencia de esos miembros de la alta nobleza “es lo que explica que en la Baja Edad Media los señoríos feudales se llamaran también ducados, condados o marquesados”.

En ninguna parte de América, y mucho menos en la colonia llamada la Española o Santo Domingo, que seguramente era la más pobre del Nuevo Mundo, hubo nunca nada parecido a lo que está dicho en el último párrafo de este trabajo,pero tampoco lo hubo en España, donde se conocieron muy pocas manifestaciones del feudalismo.

La sociedad feudal era compleja

Esa descripción que acaba de leer el lector fue, como lo dije cuando expliqué en el Centro Masónico cómo estaba organizada la sociedad feudal, de tipo vertical, es decir, de arriba hacia abajo o viceversa, pero a seguidas me dediqué a describir cómo era una de tipo horizontal, y decía:
Así, imaginémonos un feudo donado por el rey a uno de sus nobles. Ese señor feudal podía obtener, siempre mediante la violencia, o por convicción si no necesitaba usar la violencia, que este o aquel miembro de la pequeña nobleza que vivía en un lugar separado de su feudo se enfeudara con él, pasara a ser su vasallo, y el señor feudal delegaba en él uno, dos o más de los poderes que él tenía, por ejemplo, el de cobrar censos y banalités”. (El censo era la obligación que contraía el vasallo de entregar a su señor, en señal de vasallaje, una vez al año si se estipulaba así, algunos frutos, animales o productos del trabajo artesanal. El valor del censo solía ser bajo, pues lo que tenía importancia era el valor simbólico del acto de la entrega). "La palabra censo pasó a definir, además de la obligación descrita, aquello que se entregaba, esto es, el fruto, el animal o el producto artesanal que se le daba al señor, y con este último significado pasó al lenguaje del sistema capitalista. Actualmente es sinónimo de empadronamiento para fines estadísticos; en cuanto a la palabra banalités, que se decía también poyas, eran las obligaciones que tenían los siervos de utilizar las instalaciones y los equipos de los señores, como sus molinos hidráulicos de piedra, con los cuales molía el trigo; sus lagares, en los cuales se majaba la uva; y sus estanques o grandes toneles para hacer el vino, así como el horno para cocer el pan. Los siervos tenían que pagar por el uso de esos equipos e instalaciones de los señores, lo mismo si pagaban en especie que si lo hacían en dinero".
Los vasallos de un señor feudal podían enfeudar a su vez a siervos, colonos o campesinos; pero también sucedía que muchos campesinos libres —porque no todos los campesinos eran siervos de la gleba, palabras que describían a los que habitaban los mansos serviles, esto es, donde tenían que vivir las personas de la más baja condición, las que tenían obligaciones de servidumbre— se enfeudaban con otros señores, no con los que les correspondían dentro de los límites de los feudos. Al suceder eso ocurrían dos cosas: la primera, que esos campesinos libres y colonos pasaban a ser vasallos de señores que a su vez eran vasallos de otros señores, y aun podía suceder —y sucedía a menudo— que estos últimos eran también vasallos de señores más poderosos y la segunda, que dentro de los límites de un feudo había siervos de un señor, o de más de un señor, que no era el señor de ese feudo. Como puede apreciarse, los latifundios del régimen feudal eran muy complejos y no se parecían a los latifundios que conocemos en la América Latina.

El entramado de la sociedad feudal era tan complejo que se daban casos de campesinos libres, colonos y siervos de la gleba que ocupaban distintos sitios (los llamados alodios y mansos) y a veces un campesino libre ocupaba dos alodios, y un siervo, dos mansos serviles.

En América, fuera la del Norte o la del Sur, fuera la de las islas del Caribe, no se conoció nunca, ni por asomos, una sociedad tan compleja como lo fue la feudal, y están confundidos los que creen que en un país donde se produjo una institución tan primitiva como la de las llamadas tierras comuneras la sociedad estuvo organizada alguna vez en algo parecido al feudalismo, que duró en Europa por lo menos dos siglos más que los que han transcurrido desde que América fue descubierta.

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Visión de la Era de Trujillo/Juan Bosch
[Tomado de la página del PLD (Política, teoría y acción, Año XII, N° 131, Santo Domingo, Órgano del Comité Central del PLD, abril-junio de 1991, pp.1-16. El presente trabajo recoge la transcripción de la cinta magnetofónica en que se grabó la ponencia que con el título “Visión de la Era de Trujillo” presentó el compañero Juan Bosch en el seminario “Trujillo: 1961-1991”, organizado por el Museo Nacional de Historia y Geografía, en ocasión de cumplirse en mayo último el 30 aniversario del ajusticiamiento del tirano)].

La idea de celebrar este seminario es digna de encomio, porque a los treinta y un años de la desaparición de Rafael Leonidas Trujillo, su imagen real —que no tiene a nadie que la secunde en la historia de América— se va borrando, se va alejando, va desapareciendo, y el pueblo dominicano no debe olvidar la dictadura de Trujillo, que tiene sus raíces en nuestro atraso.

Ya en el año 1959, estando en Caracas, escribí yo estas líneas:
"La tiranía trujillista fue la consecuencia de los males dominicanos, pero la perpetuación y el monstruoso desarrollo de esa tiranía obedecen, entre otras razones determinantes, a que la arritmia histórica de Santo Domingo mantuvo al país al margen de la corriente capitalista, lo que le ofreció a Trujillo la oportunidad de convertirse en el empresario de un desenvolvimiento industrial y financiero que ya no podía demora más porque el clima económico y político internacional creado por el estado de guerra que se adueñó del mundo a partir de la invasión de Etiopía en 1935, le permitió al dictador desenvolver al máximo sus empresas capitalistas bajo un sistema de terror político internacional".
Lo que le dio consistencia y perdurabilidad al trujillismo no fue su carácter de tiranía política sino la transformación del país en una empresa capitalista despiadada, de la que sólo Rafael Leonidas Trujillo era propietario y a la cual servían de instrumentos incondicionales el gobierno civil y las Fuerzas Armadas.

No debe confundirse esa situación de la República Dominicana con la de otros países de América que fueron víctimas de tiranías. En una tiranía típica de nuestra América el tirano hace negocios al margen de las actividades del Estado, pero no llega a dominar en forma absoluta la vida económica de la nación. El manejo de la economía por sectores independientes permite cierto grado de libertad, de movimientos y de acción que el pueblo aprovecha para luchar por su dignidad, y en nuestro país no había sectores económicos independientes. La República Dominicana era no sólo un país militarmente ocupado y políticamente sometido, sino además, era un territorio económicamente esclavizado y acogotado por Rafael Leonidas Trujillo, y ningún sector del pueblo disfrutaba del mínimo de libertad política y económica imprescindible para poder organizar la lucha que lo liberara de su opresor.

Empresas Trujillo, C. por A.

El país fue convertido en un cartel financiero, industrial y comercial, con apariencia de Estado soberano. Si la República Dominicana hubiera cambiado su nombre por el de “Empresas Trujillo, C. por A.”, habría estado mejor definida y su situación política habría quedado fuera de discusión. Aquí el gobierno existía sólo como un órgano legal y público de la empresa, y las Fuerzas Armadas ejecutaban las órdenes de la empresa, defendían sus instalaciones y garantizaban sus beneficios. A pesar de que estaban exclusivamente a su servicio, no era la empresa quien pagaba al gobierno y las Fuerzas Armadas sino el Pueblo, de manera que la empresa tenía a su disposición gratuitamente un gobierno con Congreso, Poder Judicial, Diplomacia, Administración Pública y un Ejército de tierra, mar y aire.

La empresa trujillista utilizaba su órgano público (el Gobierno) y su fuerza pública (el Ejército) para ejercer el terror dentro y fuera del país. Se valía de los órganos nacionales de opinión: prensa, radio, televisión y los canales internacionales de gobierno (la Diplomacia) para hacer negocios en el extranjero y para agredir a gobiernos, instituciones y personas que no le eran afectas. Toda manifestación de poder fuera de Santo Domingo se reflejaba dentro del país en aumento del poder interior, y por tanto, de mayores beneficios económicos.

La empresa trujillista tenía un sinnúmero de servidores extranjeros que iban desde simples espías políticos hasta personajes importantes de la banca, la vida social y los gobiernos de muchos países de los cuales se valía para actuar en el exterior. En lo que se refiere a los espías, yo quiero mostrarles a ustedes este librote que ustedes ven aquí. Está compuesto por documentos comprobatorios de que el espionaje de Trujillo trabajaba fuera de la República Dominicana constantemente; que en él servían dominicanos y extranjeros, pero fundamentalmente diplomáticos nacionales. No me voy a poner, naturalmente, a leer esto, pero aquí están las pruebas... (Trujillo, NH) no era simplemente el dictador político dentro de la República Dominicana; iba más allá y creaba problemas a gobiernos donde residíamos exiliados que estábamos en alguna actividad como la conocida de Cayo Confites, el lugar donde nos entrenamos más de 1,300 hombres que veníamos para el país, pero fuimos hechos prisioneros en alta mar, no por la Marina Dominicana sino por la de Cuba, porque el jefe del Ejército cubano, cuyo nombre aparece en el tremendo paquetón que les he mostrado a ustedes, recibió de Trujillo una cantidad muy alta de dólares para que nos hiciera presos en alta mar.

Por ejemplo, la “Empresa Trujillista”, decía yo en el año 1959, tenía un sinnúmero de servidores extranjeros, que iban desde simples espías políticos hasta personajes importantes de la banca, la vida social y los gobiernos de muchos países de los cuales se valía para actuar en el exterior. La tiranía de Rafael Leonidas Trujillo había llevado hasta sus mayores extremos muchos de los males nacionales que la hicieron posible.

Así, la división del pueblo entre gente “de primera” —que era como se le decía a la gente que ahora se denomina aquí “alta clase media”— y los de “segunda”. El latifundio fue conservado en manos de los grandes propietarios de tierra que se sometieron a asociarse con Trujillo, y el resultado fue un estado de tensión al convertirse Trujillo en el más grande latifundista del país. Gran parte de la fortuna personal del dictador fue dedicada a la producción de azúcar, y su azúcar tenía preferencia en el mercado nacional y en el internacional.

El mantenimiento del latifundio era esencial para el régimen, puesto que la posesión de las mejores tierras en pocas manos garantizaba la abundancia de campesinos sin trabajo, lo que suponía mano de obra barata para la explotación industrial de la tierra y oferta sobrante de aspirantes a soldados y a empleados públicos.

Trujillo sustituyó a los caudillos

El ejército dominicano estaba formado por mercenarios. Los soldados ingresaban a las Fuerzas Armadas mediante un contrato que les garantizaba un sueldo y estabilidad en el empleo mientras se sometieran a la voluntad del dictador, de manera que para miles de campesinos sin tierra y sin oficio, el Ejército era el único medio seguro de vida. Todos los vicios del caudillaje fueron exaltados a proporciones nunca vistas en países americanos, y mediante esa exaltación Trujillo se convirtió en el centro de la vida nacional.

Trujillo sustituyó a los caudillos en lo peor que estos tenían. En lugar de adoración de las masas que vinculaban a éstas con los caudillos, Trujillo usó el terror y el premio, con lo cual la admiración espontánea que se prodigaba a los caudillos fue suplantada por una adulación impuesta a la fuerza que rebajó a extremos insultantes la dignidad nacional y sumió a la República Dominicana en una atmósfera de ridiculez y mal gusto que avergonzaba a todos los dominicanos cultos, y la dignidad de la simbología dominicana, tan ligada a la política caudillista, fue dedicada a endiosar a Trujillo, y en consecuencia le dio categoría política a la calumnia y al chisme.

La economía nacional fue puesta al servicio de los negocios personales de Trujillo al extremo que cuando alguna de sus empresas arrojaba pérdidas se la hacía comprar por el Estado a precios altos y a seguidas el Estado se la vendía a precios bajos. En ese caso, además de ser el productor y el consumidor obligado de sus negocios, el pueblo dominicano era la garantía última de todas las empresas financieras, industriales y comerciales del dictador.

Como jefe político, jefe militar y amo de la economía dominicana, Rafael Leonidas Trujillo tenía un poder casi omnímodo. Puede asegurarse que en lo único en que su voluntad no era determinante en el país era en dar la vida, puesto que daba la muerte, la riqueza y la miseria.

Esa situación de señor único en el campo militar, en el político y en el económico le confería una potestad absoluta sobre el Pueblo. Quien no comprenda que el pueblo dominicano se hallaba bajo un triste yugo en esas tres manifestaciones no podrá hacerse cargo de lo que era la vida en el país.

El atraso social, cultural, económico y político del pueblo dominicano aumentó durante los treinta años del gobierno trujillista, si bien el país progresó como hacienda personal del dictador.

La antigua arritmia histórica de Santo Domingo se acentuó, lo que imposibilitaba su integración a la vida americana tan indispensable para que nuestro hemisferio pueda presentarse unido en el disfrute de sus valores intrínsecos y en su conducta en el escenario mundial.

La recuperación del tiempo perdido

Por fortuna... Trujillo resumió en su persona todas las debilidades históricas dominicanas. El régimen, debido a que las condiciones personales del dictador fueron decisivas en la creación y el mantenimiento de la "Empresa Trujillista", dependía totalmente de la propia persona de Trujillo. Tal dependencia era el punto débil de la tiranía que no perduraría un día más allá de aquel en que Rafael Leonidas Trujillo perdiera la vida. Las circunstancias históricas que lo produjeron a él como ser psicológico, militar, político y económico no se han reproducido ni se reproducirán en ninguno de sus elementos. En igual medida, tampoco se reproducirán en Santo Domingo las circunstancias nacionales y extranjeras que entregaron al pueblo inerme en manos de Trujillo, de manera que en el porvenir no se verá la repetición del tremendo mal encarnado en Rafael Leonidas Trujillo. Aunque el infortunio histórico se cebó en él desde su comienzo —desde que comenzó la conquista y con ella la colonización— el pueblo dominicano probó, en la segunda mitad del siglo XVIII y en la novena década del XIX, que tiene capacidad para recuperar el tiempo perdido, para adquirir cultura, para desarrollarse económica, social y políticamente. Cuando el Pueblo se sacudió la tiranía trujillista tuvo su tercera oportunidad de conquistar un puesto al sol de la democracia.

El chisme en el escenario político

Ya no está aquí Trujillo; ya no están aquí las empresas de Trujillo, pero no hemos retornado a lo que los fundadores de La Trinitaria soñaron que debía ser nuestro país. Aquí tengo una lista de todos los negocios de Trujillo, pero ahora quiero leerles unas páginas de mi libro "Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo", que fue escrito y publicado en Caracas, la capital de Venezuela, en el año 1959. Las que voy a leer están en el capítulo XII, “La conquista del poder político”, y decían así: “Hacia el 1926 el país iba recuperándose de la catastrófica crisis de 1920-1921”. Esa crisis fue producida por un bajón —a poco más de un dólar— de los precios mundiales del azúcar. “Pero era una recuperación refleja, que provenía de la mejoría del mercado mundial y por tanto de los precios alcanzados por los productos criollos de exportación. Pues no había mejoramiento intrínseco de la salud económica, porque no hubo medidas que favorecieran el desenvolvimiento nacional. Las alzas arancelarias, por ejemplo, obedecían a la necesidad de tener más entradas fiscales con que hacer más rico al Gobierno, no a un plan para estimular la industrialización o nuevas inversiones agrícolas. En el orden agrario, salvo el aumento de producción provocado por el aumento natural de la población y por la apertura de nuevas zonas agrícolas gracias a los caminos carreteros que habían dejado los interventores” [es decir, la ocupación militar norteamericana que duró desde 1916 a 1924], no se tomó ningún acuerdo fundamental. El grupo latifundista creado por Heureaux [es decir, por Lilís], seguía disfrutando sus tierras, por sí o por sus hijos, y estos últimos pasaban a ser ‘dones’ y transmigraban de casta, hacia la ‘de primera’, puesto que eran más o menos ricos y no habían hecho su fortuna trabajando con sus manos” porque el que trabajaba con las manos no podía ascender socialmente. Eso sucedía todavía cuando me fui del país al finalizar el año 1937. La persona que ocupaba sus manos para trabajar, los artesanos, por ejemplo, cualquiera que fuera su especialidad, no podía entrar en el grupo de gente de “primera”.
[Esta cita de Bosch no corresponde exactamente a la edición de Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo, Caracas, Edición de la Librería “Las Novedades, 1959, p.105. La diferencia de texto no se refleja en ninguna de las ediciones posteriores a la primera ni en la que figura en el Tomo IX, p.113 de estas Obras completas (N. del E.)].
Una ambición desesperada
Si se exceptúa la industria azucarera”, sigo escribiendo en Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo, en ese mismo capítulo XII, “el capitalismo moderno no funcionaba en el país; y aún en esa rama, era un capitalismo de factoría colonial, que tenía sus propias vías de comunicación, su organización comercial interna para importar y vender cuanto consumían los trabajadores, su sistema monetario —la ficha o vale, sólo canjeable en los comercios de las empresas—, y su política privada.

‘Pero había libertades públicas, lo que permitía el gradual desarrollo político y cultural; la prensa no tenía trabas y los trabajadores comenzaban a organizarse en los llamados ‘gremios’, etapa elemental del sindicalismo democrático. Mas como el país seguía viviendo su noche caudillista, Rafael Leonidas Trujillo aprovechó esa debilidad nacional, que se reflejaba en el Gobierno, para asegurar su posición de mando.

‘En la etapa caudillista de un pueblo la función política degenera hasta ser, como dijera Hostos, la extensión del chisme personal al escenario de la nación. Todo se atribuye al interés, reacción o pasión personal, y el caudillo no reconoce otro móvil de la actividad política, en sus amigos o en sus adversarios, ni estos admiten que haya un propósito más alto que el que se refiere a sus necesidades y sus deseos. Siempre hay excepciones, desde luego, pero son escasas. Por otra parte, como toda enfermedad en un cuerpo sin reservas, el caudillaje es un mal progresivo y destructor cuando el pueblo que lo sufre está social o culturalmente estancado; y ése era el caso de la República Dominicana hacia 1928.

‘El caudillaje, con sus expresiones visibles de chisme, intriga, divisiones personalistas en grupitos y perpetua floración de ambiciones, fue el caldo que alimentó a Trujillo entre 1924 y 1928. Cautamente, Trujillo ofrecía su respaldo a cada cacique ‘horacista’ que se mostraba con pretensiones de suceder al presidente.
[El presidente era entonces Horacio Vásquez, de ahí el nombre de ‘horacista’ con que eran conocidos]. Moviéndose por entre las intrigas, usando el chisme cuando le era útil, y al mismo tiempo comportándose como un jefe militar celoso de servir al Gobierno, Trujillo estimuló la crisis política que debía presentarse al término del mandato legal de Horacio Vásquez.

‘En esos años, el jefe del ejército manejó la fuerza pública con eficiencia, y se manejó en el mar de la política con notable habilidad. Pues Trujillo había traído al mundo un alma ambiciosa, pero también la capacidad de intriga y de simulación necesaria para poder usar en su proyecto la inestable y confusa atmósfera propia de los regímenes caudillistas.

‘En realidad, hay que rendir homenaje a sus excepcionales dotes de intrigante y a su enorme capacidad para la simulación. No olvidaba la menor ofensa, pero el ofensor vivía convencido de que estaba perdonado; forjaba un ejército que sólo a él obedecía, pero el presidente, sus ministros y consejeros creían que ese ejército era una fuerza puesta sólo al servicio de la ley y del Gobierno; era de orgullo satánico, y parecía humilde, al extremo que no alarmó a nadie con publicidad inoportuna; se enriquecía dentro del ámbito de sus funciones cobrando sueldos de soldados inexistentes, pero no daba qué decir porque no hacía negocios fuera de los cuarteles. Su naturaleza íntima seguía siendo la del joven que escandalizó y humilló a las señoras de Baní mostrándose desnudo, pero nadie podía imaginarse, diez o doce años después de ese incidente juvenil, que bajo su uniforme militar escondía aquella agresividad de sus años mozos. Su sentido de la autoridad era tal, que los contados amigos con los cuales celebraba bebentinas tenían que tratarlo con todo respeto y a distancia al día siguiente de una fiesta de hombres solos
”.
Trujillo y el caudillaje
Ni aún esos amigos”, sigo diciendo, “que le conocían —o por lo menos le trataban con frecuencia— pudieron sospechar nunca que Rafael Leonidas Trujillo tenía la más desenfrenada ambición de poder, de dinero y de figuración que jamás haya tenido un hombre en América, ni fueron capaces de sospechar que además de la ambición tendría conciencia tan clara de cómo usar el poder para obtener riquezas y cómo manejar la suma de esas dos fuerzas para doblegar enteramente el Pueblo a su voluntad y para mantenerse el resto de su vida figurando como amo y señor de la vida dominicana, sin más límite que el de su voluntad egolátrica.

‘La primera manifestación de la profunda crisis política que aquejaba al país se produjo en 1928, cuando Horacio Vásquez, cuyo período constitucional terminaba ese año, quedó prorrogado como presidente hasta el 1930, merced a un truco leguleyesco. La lucha caudillista, que tenía por campo todo el país —desde la Capital al último poblado— no se libraba ya entre el partido de poder y uno rival, sino en el seno mismo del ‘horacismo’. Afloraba día tras día un nuevo aspirante a suceder a Vásquez, y en la pugna por la sucesión los pretensos herederos preferían prolongar el mandato del presidente; nadie quería ceder el paso a nadie.

‘Ese fue el momento crítico de Trujillo y el culminante en su tarea de gran intrigante. El jefe de la Guardia ofrecía ocultamente su apoyo a cada uno de los aspirantes a sucesores de Horacio Vásquez, pero le aseguraba al presidente que la Fuerza Armada era ‘horacista’ y que sólo respaldaría de manera total la prolongación de su mandato presidencial. Sin duda Trujillo debía opinar que si el presidente escogía un sucesor, su posición corría peligro. Pero también debía pensar que el prestigio de don Horacio resultaba desmedrado con esa política de prolongación de mandato y de aspiración reeleccionista, sobre todo porque Horacio Vásquez había mantenido en su vida de caudillo armado la divisa de la no reelección
”. (Eso de la no reelección era siempre una frase que se usaba en todas las actividades “horacistas”).
Efecto del crack de 1929
Con su postura de leal a ultranza”, sigo escribiendo, “Trujillo ganó en forma absoluta la confianza del presidente. El anciano gobernante seguía siendo el caudillo indiscutido en su partido. En lejanos tiempos, la gente del Pueblo había gritado: ‘¡Horacio Vásquez o que entre el mar!’. Desde los años de la madurez el presidente había usado una digna chiva que cubría su mentón; en su idolatría por el caudillo, la ingenuidad popular le había identificado con la santa de la devoción nacional, y las mujeres gritaban a su paso: ‘¡Es la Virgen de La Altagracia con chiva!’. No era un autócrata, pero entre su gente su voluntad era ley. De manera que cuando él dijo que Trujillo era leal, el ‘horacismo’ —con contadas excepciones— acató esa opinión como una sentencia inapelable. Y así, los aspirantes a sucesores del presidente, que no podían dirigir su artillería de chismes contra Trujillo, le buscaron de aliado, con lo cual además del respaldo presidencial, el jefe del ejército tenía el de todos los caciques del partido gobernante.

‘Se prorrogó, pues, el mandato presidencial dos años más, lo que quiere decir que don Horacio debía gobernar hasta 1930; e inmediatamente después de la llamada ‘prolongación’ comenzó el movimiento para reelegirlo en 1930. Pero a fines de 1929 la economía capitalista se hundió en forma sorpresiva, en una de las crisis más profundas de toda su historia. El llamado crack de 1929 se produjo en octubre, y sus efectos fueron tan fulminantes que ya en diciembre el comercio estaba paralizado, no sólo en los países del Caribe, de economía dependiente —cuya producción agrícola, sobre todo, era de materias primas, o siendo industrial contaba mayormente con el mercado comprador norteamericano—, sino en los propios Estados Unidos, en Europa y en la lejana Asia. Como la catástrofe fue particularmente grave en Estados Unidos, la crisis estaba llamada a producir verdaderas conmociones en la zona de influencia del mercado comprador norteamericano. La América Latina estaba en ese caso, y todo su edificio económico crujió y comenzó a caerse a pedazos; y a seguidas de la perturbación económica se presentó la perturbación política. Hoy podemos volver los ojos, con perspectiva histórica, hacia el panorama de las tierras continentales en aquel año: Argentina, Brasil, Perú, Bolivia, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Cuba; hasta pueblos de instituciones estables como Uruguay, Costa Rica y Chile estuvieron en revolución en 1930.

‘La hora de Rafael Leonidas Trujillo había llegado. Este es el momento de insistir en que ese hombre, producto psicológico de la deformación castista creada por la conquista
[castista digo yo porque entonces yo me refería a lo que es la pequeña burguesía de nuestro país, no como una capa social, sino como una casta], producto biológico de dos invasiones extranjeras, producto militar de la ocupación norteamericana, iba a ser, en el orden político, el producto de la descomposición caudillista y de la gran crisis económica de 1929. De manera que punto por punto, el destino del futuro dictador venía impuesto desde afuera y él era el producto de fuerzas extranjeras, con la excepción del caldo caudillista, que le alimentó y le dio fuerzas mientras esperaba el momento de traspasar la línea entre jefe militar y jefe político del país.

‘Ese caldo caudillista no era obra de extranjeros; había sido creación de los propios dominicanos; y si bien pueden explicarlo la ignorancia y la escasa evolución social y cívica del Pueblo, no se debe perdonar a los grupos dirigentes, que estaban en el deber de amortiguarlo y por el contrario, lo exacerbaron. Su veneno fue intenso y prolongado, al extremo de que no lo eliminó ni siquiera la intervención armada norteamericana. Tampoco Trujillo lo eliminaría; al contrario, Trujillo iba a tomar las formas del caudillaje y las aplicaría de manera sistemática, con su característica persistencia, hasta imponer como normas de Estado los peores aspectos de ese mal nacional. El caudillaje rebajó la vida política dominicana a niveles increíbles; Trujillo aplicó las manifestaciones más repugnantes del caudillaje no sólo a la vida política, sino incluso a la vida familiar de los dominicanos
”.
Las industrias de Trujillo pasaron al Estado, y el Estado es, por esa razón el más grande empresario industrial del país —después de la muerte de Trujillo, naturalmente—. La casta “de primera”, un sector de la alta clase media comercial, profesionales y terratenientes, soñaron ser los herederos de Trujillo mediante la adquisición, a través del poder político, de esas empresas con lo cual hubieran podido convertirse en la burguesía nacional. Tenemos pues, que a la muerte de Trujillo no había definición de clases y sin embargo, debía producirse esa definición no sólo en términos económicos sino también en términos políticos. Quiero usar unos minutos para decirles a ustedes que la historia está hecha por seres humanos, pero esos seres humanos tienen que pertenecer a grupos sociales, que en el lenguaje moderno actual se llaman “clases”. Por esa razón, el político tiene que tener un conocimiento de la sociología de su país; si no lo tiene, no llegará a nada.

En el caso de Trujillo, evidentemente que él tuvo el conocimiento, porque él sabía a quién hacía un personaje y a quién destruía físicamente o por su conducto, atacando a una persona dada. Así pues, Trujillo, sin ser tal vez consciente de que era un sociólogo instintivo, ponía en práctica el conocimiento de la sociedad y ponía a su servicio, en posiciones muy importantes, a gente que eran “de segunda”, pero tan pronto los llevaba a un cargo de categoría, a un cargo importante, ya esa persona dejaba de ser “de segunda”, ya ascendía, inmediatamente, a ser “de primera”. Era tan grande la vanidad de Trujillo, que por el hecho de haber llegado o entrado una vez en el palacio presidencial, y de haber hablado con Trujillo o haber saludado a Trujillo, ya la persona que había logrado eso dejaba de ser anónima, desconocida, ignorada.

La expedición de Cayo Confites

Por esa razón, cuando Enrique Jimenes Moya y José Horacio Rodríguez trataban de convencerme, en Caracas, de que el Partido Revolucionando Dominicano debía participar en las acciones armadas que estaban a punto de salir de Cuba hacia acá, yo les decía que estaban equivocados si creían que iban a enfrentar al Ejército de Trujillo nada más, porque además de los guardias tendrían que combatir contra los campesinos, y les explicaba que en Cuba los campesinos de la Sierra Maestra habían participado en la revolución capitaneada por Fidel Castro porque la situación cubana era distinta a la de nuestro país; en Cuba Fidel Castro predicaba la necesidad de ejecutar la reforma agraria que ordenaba la Constitución de 1940, la que Batista había anulado cuando dio el golpe de Estado de 1952, pero en nuestro país la situación era distinta. “No crean, les decía, que los campesinos dominicanos van a apoyarlos a ustedes. En treinta años Trujillo ha hecho muchas cosas, entre ellas, ha nombrado policías y guardias a miles de jóvenes campesinos, y las familias de esos jóvenes, por el hecho de haberlos nombrado Trujillo guardias y policías, se han convertido en las familias más importantes de sus parajes y secciones, y al llegar ustedes al país van a convertirse en sus enemigos”.

Así sucedió. Los campesinos enfrentaron a los patriotas que fueron a combatir al trujillato, y en muchos casos fueron ellos, esos campesinos, los que denunciaban a los guerrilleros y les decían a los militares trujillistas dónde estaban y por dónde llegaron los combatientes que se habían internado en lugares montañosos.

Eso no hubiera podido suceder si la expedición de Cayo Confites hubiera llegado al país porque era una fuerza respetable, que no necesitaba iniciar su ataque armado a la tiranía en lugares apartados. Los expedicionarios de Cayo Confites salimos del Cayo en tres barcos, bien armados con armas que habían sido compradas en Argentina, y disponíamos de aviones comprados en Estados Unidos. En el barco que estaba bajo mi mando se hallaba Fidel Castro, que se había graduado hacía poco tiempo de abogado. Trujillo estaba bien informado de lo que era, en el orden militar, la expedición de Cayo Confites, y en vez de exponerse a un fracaso si los cayoconfiteros llegaban a territorio dominicano, evitó el enfrentamiento armado. ¿Cómo? Comprando al jefe de las Fuerzas Armadas de Cuba, el general Genovevo Pérez Dámera.

Santo Domingo, R.D.,
14 de junio, 1991.

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Prólogo a un libro necesario. "Cayo Confites. La revolución traicionada"/Juan Bosch
(En GRULLÓN, José Diego, Santo Domingo, Editora Alfa y Omega, 1989, pp.5-7)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

La historia de Cayo Confites escrita por José Diego Grullón es la tercera hecha por autores dominicanos, y es al mismo tiempo la más rica en información de lo que fue el episodio de la lucha contra la tiranía trujillista que se conoce con el nombre del islote cubano donde se organizó y entrenó a lo largo de tres meses un ejército formado por mil doscientos hombres cuya gran mayoría —prácticamente la totalidad— procedía de países del Caribe, pues dos eran españoles, uno era norteamericano y el mayor número fue de dominicanos y cubanos. Hasta Puerto Rico tuvo un representante en Cayo Confites, así como los tuvieron Venezuela, Nicaragua... Honduras.

El episodio de Cayo Confites es algo sorprendente porque en la historia de América, donde hay países mucho más poblados y ricos que la República Dominicana, no se conoce nada parecido a pesar de que en algunos de esos países se han padecido tiranías tan sanguinarias como la de Trujillo, y entre ellas las hubo más salvajes, como lo fue la reciente de Argentina, para mencionar sólo una.

La primera historia del episodio conocido por el nombre de Cayo Confites fue escrita por Tulio H. Arvelo, uno de los numerosos exiliados dominicanos que participaron en él. La obra de Arvelo fue publicada en 1982; la segunda fue publicada en la revista Política, teoría y acción, número 44 correspondiente al mes de noviembre de 1983, la cual recogió las exposiciones hechas en un acto celebrado en la Biblioteca Nacional el 6 de julio de 1981 en el que se grabaron los recuerdos que de ese episodio tenían los doctores Virgilio Mainardi Reyna y Francisco Alberto Henríquez y los señores Ángel Miolán y Horacio Julio Ornes así como el autor de estas líneas, todos los cuales participamos en esa excepcional página de la historia del Caribe; y ahora, al mediar el año 1989, se publica la que escribió en Cuba, donde reside hace cincuenta y ocho años, el Dr. José Diego Grullón, que fue jefe de la Intendencia del Ejército Revolucionario, nombre que le fue dado al contingente organizado y entrenado en Cayo Confites.

Puesto a comparar las tres historias mencionadas no puede haber duda en calificar la de José Diego Grullón como la que ofrece mayor abundancia de detalles, lo que se explica porque su autor fue, de todos los cayoconfiteros, el único que iba anotando nombres, actitudes y funciones de los que participaban en lo que se hacía y se decía no sólo en el Cayo propiamente dicho sino en los movimientos de los expedicionarios, como éramos llamados los jefes, oficiales, clases y soldados del Ejército Revolucionario. Naturalmente, a la hora de describir lo que sucedió a partir del momento en que la expedición salió de Cayo Confites y hasta el momento en que quedamos convertidos en prisioneros de la Marina de Guerra cubana, las anotaciones del autor del libro que el lector tiene en sus manos tenían que ser limitadas porque no todos los mil doscientos miembros del Ejército Revolucionario ocupábamos el mismo barco. Por ejemplo, a varias millas de distancia del que ocupábamos los jefes de ese movimiento se hallaba el que capitaneado por Rolando Masferrer llevaba las mejores de las armas, que eran los morteros y las granadas que estaban destinadas a ser disparadas por ellos.

Cayo Confites es una página de la historia del Caribe que no tiene paralelo en el siglo XX, porque desde el primer día del año 1901, con el cual empezó esta centuria, no se había visto nada igual en la lucha de los pueblos caribeños sacrificados por dictadores. El Ejército Revolucionario de Cayo Confites fue organizado y entrenado para enfrentar la dictadura que desde hacía diecisiete años mantenía en la República Dominicana Rafael Leonidas Trujillo, y ese ejército, además de hombres resueltos a matar y morir por devolverle al pueblo dominicano la libertad que le había arrebatado Trujillo, disponía de buenas armas de barcos, de aviones.

Como un detalle que debe tomar en cuenta el lector de la obra de José Diego Grullón porque dada la medida de la importancia que tuvo el episodio descrito en ella, debo decir que en Cayo Confites tomó parte un joven que en su condición de estudiante de la Universidad de La Habana presidía el comité universitario encargado de promover la causa de la liberación de nuestro pueblo, y debido a que tenía a su cargo esa tarea, cuando supo que estaba en marcha un movimiento dirigido a ponerle fin a la dictadura trujillista corrió a ocupar un puesto entre los muchos cubanos que se incorporaron a la lucha contra el tirano que estaba padeciendo la patria de Máximo Gómez. Ese joven era Fidel Castro, cuya historia revolucionaria se inició en Cayo Confites.

Aunque Cayo Confites es un territorio cubano, en él quedó sembrada, como si fuera un árbol, una página de la historia dominicana, y para conocer esa página hay que leer el libro de José Diego Grullón, el tercero y más ilustrativo de los tres que se han escrito sobre Cayo Confites, que por serlo es también un libro necesario debido a que es parte de la historia de nuestro pueblo.

Santo Domingo,
15 de junio de 1989.

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Para conocer a Haití/Juan Bosch
(El Siglo, Santo Domingo, 6 de diciembre de 1991, p.7)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

El nombre de la República de Haití ha estado figurando en periódicos, programas de radio y de televisión, desde mediados del año 1985, cuando empezaron las movilizaciones multitudinarias de protesta del pueblo haitiano contra el gobierno de Jean-Claude Duvalier, las cuales culminaron el 9 de febrero de 1986 con la fuga del dictador, que salió del país a bordo de un avión militar norteamericano en el cual llegó a Francia, donde fijó su residencia.

¿Cesaron, con la fuga del dictador, las movilizaciones populares que lo habían obligado a abandonar la jefatura del gobierno de Haití? No cesaron, porque la ausencia de Jean-Claude Duvalier dejó sin autoridad sobre ellos a los llamados tontón-macoutes, varios miles de hombres que habían sido la fuerza de choque usada por su padre, François Duvalier, para mantener al pueblo paralizado por el terror a lo largo de los diecisiete años que duró su gobierno, que fue más brutal que el de su hijo.

Los tontón-macutes vivían principalmente en las regiones campesinas y los centros urbanos pequeños, pero sus jefes residían en las ciudades, incluida la capital, Port-au-Prince, y esos jefes no se fueron de Haití con Jean-Claude Duvalier ni se habían ido a los cementerios con el padre de Jean-Claude; se quedaron en el país y dirigieron los numerosos y bravíos desórdenes que se produjeron allí; sólo algunos de ellos se trasladaron a la República Dominicana donde fueron acogidos y protegidos por el Gobierno. De haberse mantenido en Haití la mayoría de ellos, si no todos, habrían muerto a manos de las masas del pueblo, tal como murieron sus antecesores, empezando por los dueños franceses de ingenios de azúcar cuando se inició la guerra de la independencia, el 14 de agosto de 1791, en la cual sólo salvaron la vida los franceses, hombres, mujeres y niños, que lograron salir de Haití, dejando atrás todos sus bienes.

Ciento veinte años después del llamado levantamiento de Bouckman, el esclavo africano que inició la guerra de la independencia, el palacio presidencial, que se hallaba en el centro de Puerto Príncipe, la capital de Haití, voló en pedazos y con él 300 soldados y el Presidente de la República, Cincinatus Leconte. Entre la muerte de Leconte y el 27 de junio de 1915, Haití tuvo cinco presidentes; dos duraron nueve meses; uno, ocho meses; el último se llamó Guillaume Sam y duró sólo cinco meses. El último día del gobierno de Guillaume Sam una multitud de hombres enardecidos atacaron el Palacio Nacional y en respuesta a ese ataque el general Oscar Etienne ordenó que se les diera muerte a los presos políticos que había en la Penitenciaría Nacional, unos ciento y tantos, y la población de Port-au-Prince, capital de la República, respondió a ese asesinato con un ataque a los cuarteles de la ciudad, hizo preso al general Etienne, lo mató a golpes, paseó su cadáver por las calles, le dio fuego y dejó sus restos abandonados en medio de la ciudad. El presidente Sam había huido del Palacio Nacional y se había refugiado en la Embajada de Francia, que en esos años se llamaba Legación; pero la Embajada fue invadida por una masa ciega de furor, que sacó a Sam, lo golpeó hasta dejarlo sin vida, mutiló su cadáver y luego lo arrastró por las calles, y por último esa masa se lanzó a saquear comercios y viviendas.

En horas de la tarde hizo su entrada en las aguas de Port-au-Prince el acorazado norteamericano Washington que puso en tierra inmediatamente un cuerpo de infantes de marina. Con ellos había comenzado la ocupación militar de Haití, llamada a durar hasta el 21 de agosto de 1934.

Se equivoca el lector si cree que los diecinueve años de la ocupación militar norteamericana transformaron al pueblo haitiano al extremo de hacerlo olvidar su manera natural de responder a la violencia de sus gobiernos con acciones masivas de lucha contra sus dictadores y los servidores de las dictaduras. Veintitrés años después de salir del país las tropas norteamericanas, tomó el poder François Duvalier y gobernó dictatorialmente al pueblo haitiano hasta 1971, cuando pasó a gobernarlo su hijo Jean-Claude, que recibió con el poder a los tontón-macoutes, es decir, la máquina de asesinatos, torturas y explotación que sobrevivía a Duvalier padre y a Duvalier hijo hasta el 30 de septiembre de este año (1991), día en que fue derrocado el gobierno que presidía Jean-Bertrand Aristide, elegido para el cargo de presidente de la República en diciembre del año pasado (1990) y juramentado como jefe de Estado en febrero de 1991.

Para conocer Haití hay que conocer su historia, que es la más compleja del Nuevo Mundo, la cual expondré, naturalmente, muy comprimida, en un artículo tan breve como éste.

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¿Cómo se formó Haití en territorio de la isla Española?/Juan Bosch
(El Siglo, Santo Domingo, 4 de enero de 1992, p.6)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

Esa historia comenzó en 1629 cuando los habitantes franceses de la isla San Cristóbal, situada en el Caribe, salieron huyendo de sus propiedades debido a que la isla fue atacada por fuerzas españolas, y la mayoría de ellos se refugió en la parte occidental de la Española, nombre con el cual había sido bautizada por Colón la isla que a fines del siglo XVII pasaría a ser llamada Santo Domingo. Esos franceses y sus descendientes se dedicaron a explotar el ganado que encontraron en los bosques, en los cuales se multiplicaban de manera natural porque el territorio que ocupaban no estaba habitado por seres humanos; y debido a que los franceses asaban la carne de las reses en parrillas formadas por ramos de árboles denominados bucán, voz de origen indígena, figuran en la historia con el nombre de bucaneros, que no eran piratas como dicen algunos historiadores; los piratas eran asesinos y bandidos del mar que operaban en todo el Caribe y también en aguas de algunos lugares que no eran caribeños, como sucedía, por ejemplo, con La Tortuga, una pequeña isla adyacente de la Española, situada a poca distancia de la costa noroeste y por tanto en aguas del Atlántico, que había pasado a ser el lugar de residencia de los piratas, hombres feroces y criminales peores que las más sanguinarias de las fieras.

Para los años veinticinco y treinta del siglo XVII los piratas franceses eran los jefes de los que operaban desde La Tortuga y a mediados de ese siglo muchos de ellos habían pasado a ser propietarios de tierras y de negocios de la parte occidental de la Española, donde los descendientes de los primeros bucaneros eran ya terratenientes ganaderos y cultivadores de tabaco, todos los cuales, lo mismo que sus padres y abuelos y los piratas de La Tortuga que pasaban a residir en la Española, mantenían en uso la lengua francesa, eran, pues, frances esestablecidos en una isla española, y precisamente la segunda en tamaño de todas las islas del Caribe aunque no era la segunda en número de habitantes. En 1678, la población francesa de la parte occidental de la Española era de cuatro mil a cinco mil familias, contando los esclavos, y estos no podían ser muchos porque la siembra y la cosecha de tabaco no requería el uso de esclavos.

En el año 1689 comenzó en Europa una guerra que iba a conocerse con el nombre de Guerra de la Liga de Augsburgo llamada a terminar ocho años después con el Tratado de Ryswick en el cual se estableció la devolución a España, por parte del gobierno de Francia que estaba encabezado por Luis XIV, de todos los territorios que le habían tomado en Europa, pues estaba al llegar a un desenlace la crisis de la herencia de la Corona española y Luis XIV quería ganarse, como se ganó con ese gesto, la simpatía del pueblo español. Pero en lo que se refería al Caribe, el Tratado de Ryswick no mencionó la isla de Santo Domingo o la Española, cuya parte occidental, como se ha dicho ya, se había convertido en una colonia francesa, puesto que allí vivían unos cuantos miles de franceses encabezados por un gobernador y funcionarios de alta categoría designados por el gobierno de Francia, y al no tratarse en las negociaciones de Ryswick el caso de la Española, se dio por hecho que España aceptaba la situación creada en la Española, y así quedó legalizada, por vía negativa, la partición de la isla que poco tiempo después pasaría a ser llamada, en la parte española, Santo Domingo, y en la parte francesa Saint-Domingue.

La Guerra de la Liga de Augsburgo terminó el año 1697, es decir, tres años antes de que terminara el siglo XVII, y en el XVIII Saint-Domingue pasó a ser la colonia más rica de todas las que tenía Francia en el Caribe. Esa riqueza se debió a la inversión de capitales franceses hecha fundamentalmente en el establecimiento de ingenios azucareros que llegaron en menos de un siglo a ser más de seiscientos en los cuales trabajaban alrededor de 500 mil esclavos. Esos esclavos fueron los que crearon, con una guerra revolucionaria que duró varios años, el Estado que se llamaría Haití, que ocupa 27,750 kilómetros cuadrados de los 76,192 que tiene la isla a la que Cristóbal Colón bautizó con el nombre de la Española.

Para conocer Haití se requiere conocer los rasgos fundamentales de su historia, y a esos rasgos dedicará el autor un tercer artículo.

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Brevísima historia de los Austria de España/Juan Bosch
(El Siglo, Santo Domingo, 29 de febrero de 1992, p.7)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

El 12 de octubre de este año se cumplirán cinco siglos del Descubrimiento de América, acontecimiento que convirtió a España en el más grande imperio europeo, y sucedía que ese imperio no enriquecía al pueblo español. Cincuenta años después del Descubrimiento, la mitad de la población de España estaba compuesta por nobles para los que el trabajo era una actividad deshonrosa; por frailes, pordioseros, servidumbre de los nobles y los personajes de la picaresca, que vivían del engaño. Las enormes riquezas del imperio contribuían a mantener el estado de inmovilidad social que era característico de una nación pequeña propietaria de un imperio inmensamente grande y rico. Todo el mundo esperaba que de alguna manera le tocaría una porción, grande o mediana, de la riqueza del imperio. Pero sucedía que sobre el inmovilismo social que mantenía al pueblo español en estado de retraso y descomposición, España era víctima de una enfermedad de la cual apenas hay mención en algún que otro libro a pesar de que la enfermedad a que me refiero aquejaba nada menos que a los reyes españoles, y pocos historiadores le han dedicado a ese mal la atención que merece dado el enorme poder que en el siglo XVII —el que empezó el año 1601 y terminaría el 31 de diciembre de 1700— tenían los monarcas españoles. Se trata de la conocida locura de los Austria, de la que sufrieron todos los reyes, en grado creciente, a partir de Felipe II, aunque pueden hallarse trazas de ella en Carlos V.

La locura había llegado a la casa real de Castilla en el siglo XV —el que comenzó en el año 1401 y terminaría en el 1500—, cuya primera víctima fue Isabel de Portugal, la segunda mujer de Juan II de Castilla, madre de Isabel la Católica y abuela de Juana la Loca, a quien se conoce con ese nombre precisamente porque pasó sus últimos años en estado de locura y así murió, como había muerto su abuela, Isabel de Portugal.

Casada con Felipe el Hermoso, Juana la Loca tuvo varios hijos, pero sólo dos varones. El primero llegó a ser Carlos I de España y V de Alemania; el segundo, Fernando, ocupó la corona de emperador de Alemania cuando Carlos I abdicó en su favor. La sangre de Isabel de Portugal y de su nieta Juana la Loca, que corría por las venas de los reyes de España y Alemania, se unió de nuevo cuando una hija de Carlos —hermana de Felipe II— casó con Maximiliano, hijo de Fernando I, y retornó a España con el morbo de la locura fortalecido cuando Felipe II casó con Ana de Austria, hija de ese matrimonio de Maximiliano y la hermana del novio. Felipe II casó, como vemos, con una princesa que al mismo tiempo era su prima hermana, su sobrina carnal y la doble bisnieta de Juana la Loca, o lo que es lo mismo, la heredera de la locura de Juana.

Felipe casó la primera vez a los dieciséis años con su doble prima hermana María de Portugal, y el único hijo de ese matrimonio, don Carlos, no pudo heredar el trono debido a que enloqueció joven. Del segundo matrimonio, hecho con María Tudor de Inglaterra, no tuvo hijos; del tercero, con Isabel de Valois, princesa de Francia, tuvo dos hijas, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela; del cuarto, con Ana de Austria —su sobrina y prima hermana— tuvo cinco, de los cuales cuatro murieron en la infancia y uno, Felipe, pasó a ser su heredero con el nombre de Felipe III.

Felipe III heredó el trono a la muerte de su padre, en septiembre de 1598, y aunque su quebranto mental no llegó a tener la gravedad que tuvo el de su medio hermano el príncipe Carlos o el de su nieto el rey Carlos II, fue un monarca irresponsable, superficial, que se dedicó a disfrutar de las ventajas de ser rey. Durante todo su reinado de veintitrés años el gobierno de España y de su vasto imperio estuvo en manos de favoritos, y algunos de ellos no tenían escrúpulos de ninguna especie ni se preocuparon por los problemas del país. Del duque de Lerma, que fue uno de esos favoritos, se decía que al favor de su cargo había acumulado una fortuna superior a los cuarenta millones de ducados. Podemos tener una idea aproximada de lo que significaba esa cifra si recordamos que la aventura de la Armada Invencible le había costado a España menos de diez veces esa suma. Aunque rebajemos la diferencia que debe atribuirse a la pérdida de la moneda, que fue muy grande desde los días de la Armada Invencible hasta los del duque de Lerma, lo que éste substrajo al país fue de todos modos una fortuna enorme.

De los numerosos dislates que se hicieron en España bajo el reinado de Felipe III, uno afectó directamente al Caribe, y fue la despoblación de la parte occidental de la Española; pero tal vez el de consecuencias más graves para España consistió en la expulsión de los moriscos, que comenzó en septiembre de 1609 con la de los moriscos del reino de Valencia, siguió en enero de 1610 con la de los de Murcia y Andalucía; en abril de ese año fueron expulsados los de Aragón, y por último, en 1611 lo fueron los que vivían en Cataluña, Castilla, Extremadura y La Mancha.

Felipe III murió el 11 de marzo de 1621 y Felipe IV iba a reinar cuarenta y cinco años al cabo de los cuales dejaría este mundo con síntomas evidentes de locura melancólica, y para mala suerte de España y su imperio sería en sus años cuando se iniciarían las rebeliones de Portugal y Cataluña y la revolución inglesa de Oliveiro Cromwell, tres acontecimientos casi simultáneos. Los dos primeros iban a provocar la casi aniquilación de España y el tercero iba a reflejarse en el Caribe con la conquista de Jamaica, que pasó a ser propiedad inglesa.

Felipe IV no gobernó, en lugar suyo lo hicieron sus validos, y esos validos tenían que enfrentarse a tiempos muy difíciles, para los que no estaban preparados ni ellos ni el pueblo español. En lo que empleó su tiempo Felipe IV fue en conquistar mujeres y en tener con ellas hijos bastardos.

El desorden en que vivió España, con todo y su imperio, y de manera especial el que vivió bajo los gobiernos de los validos de Felipe IV, fue costoso en vidas y en sufrimientos del pueblo español y de los de la América española, pero también fue de muchos años, lo que me obliga a no seguir relatándolo en esta ocasión porque de hacerlo cansaría al lector, que debe estar asombrado de que España tuviera tantos reyes locos, a pesar de lo cual todos los pueblos hispánicos, como son los de la llamada América Latina, se dedicarán a celebrar este año los 500 del descubrimiento del Nuevo Mundo, que es el asiento de esos pueblos.

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La Española, víctima de una imprudencia del rey PRUDENTE/Juan Bosch
(El Siglo, Santo Domingo, 16 de mayo de 1992, p.7)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

Felipe II, llamado El Prudente, fue el rey de muchos países debido sobre todo a que su padre, Carlos V, le dejó en herencia el reino de España y las coronas de Nápoles y Sicilia, y le había traspasado el gobierno de los Países Bajos en el año 1555. Felipe II, rey de tantos países, aunque en Inglaterra sólo fue Rey consorte, no Rey gobernante, llegó a ser el monarca más poderoso de Europa debido a que su autoridad real se extendía a toda la América española cuando todavía Inglaterra no se había posesionado de tierras del Nuevo Mundo, y en Europa reinaba en España, Nápoles, Sicilia y Flandes. Algún tiempo después, en 1565, comenzó el proceso colonizador de España en Asia con la toma de Filipinas, que desde el primer momento fue bautizada con ese nombre en honor de Felipe.

Felipe II, según puede verse en la página 153 de mi libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro, “gobernó hasta el día de su muerte ocurrida el 13 de septiembre de 1598, o sea, cuarenta y dos años. Guerreó en Europa tanto como su padre, y entreveradas con victorias resonantes, como la de Lepanto, padeció derrotas de alcances incalculables, como la de la Armada Invencible; unió el reino de Portugal a España, pero consumió los bríos de España en la sublevación de los Países Bajos y en la guerra civil francesa”.

Esos Países Bajos, nombre que se les daba porque en ellos no había alturas montañosas, eran conocidos como Flandes y a su vez eran un conjunto de territorios que acabarían separándose para integrarse, uno a Francia, otro a Holanda y el último a Bélgica. Carlos V le entregó a su hijo Felipe el gobierno de Flandes, pero los flamencos no se sometieron a la autoridad del rey español, y no lo hicieron porque además de rey de España y sus dominios americanos y europeos, el hijo de Carlos V era un católico militante, y los pueblos flamencos eran mayormente luteranos, es decir, protestantes.

En 1565 empezaron los ataques contra el poder español en forma de saqueos de iglesias católicas y la gobernadora de Flandes, Margarita de Austria, hermana de Felipe II, promulgó un edicto por el cual se proclamaba la restauración de la religión católica en todo Flandes. El edicto fue reforzado por el envío hacia Flandes de tropas españolas e italianas comandadas por el Duque de Alba, hecho que agravó la rebelión de los flamencos y extendió esa rebelión a términos de guerra librada no solo en Flandes sino muy lejos de Europa, en el Caribe.

A mediados de 1575 la situación era tan grave que el Duque de Alba renunció a seguir combatiendo a los flamencos y se fue a España. A finales de 1576 se produjo la toma y el saqueo de Amberes, acción en la que perdieron la vida miles de habitantes de esa ciudad belga. La capacidad destructora de la guerra no iba a quedar limitada al territorio que ocupaban los combatientes y ni siquiera al de España. Sus efectos llegarían más lejos; llegarían al mar Caribe, y concretamente, hasta la isla que Cristóbal Colón bautizó con el nombre de Española.

En esos años, cuando el siglo XVI empezaba a declinar, la Española producía azúcar de calidad exportable, y en Flandes, donde se vendía ese azúcar, el Rey Prudente estaba perdiendo la guerra que llevaba una docena de años sin que se presentaran hechos indicativos de que los flamencos iban a perderla, razón por la cual Felipe II dio una orden que sin duda a él y a sus consejeros políticos y militares les pareció digna del Rey Prudente y los hechos indican que fue una imprudencia. La orden prohibió la venta de azúcar de la Española a autoridades o comerciantes flamencos, y esa medida inició una crisis de la naciente industria azucarera de la Española que en pocos años llevó a la ruina total a los ingenios azucareros y sucedió que esa ruina fue también la de casi todos los españoles que se habían establecido en la isla; a tal extremo llegó la situación para esos españoles que la mayor parte de ellos abandonaron el país, y ese abandono provocó un atraso tan apabullante para la economía del territorio que comenzando el siglo XVII (año 1605) el gobierno español puso en práctica la política llamada de las despoblaciones, que consistió en sacar de los lugares donde quedaban algunas familias españolas para llevarlas a lugares donde pudieran emprender sus vidas de nuevo produciendo frutos y ganado que les permitieran, por lo menos, ir viviendo aunque lo hicieran sin esperanzas o ilusiones de cambiar de vida.

La imprudencia de Felipe II hundió la Española en un negro mar de miseria, lo que denuncia a distancia de siglos la incapacidad del Rey Prudente de España, pues desde muy temprano la Española demostró que de todas las islas del Caribe era la que tenía mejores condiciones naturales para convertirse en la azucarera de Europa y de América como lo hizo cuando en una tercera parte de su territorio que pasó a poder de Francia en 1697, ochenta y tres años después, o dicho en otra forma, en 1780, la producción de azúcar era tan alta que en ella se usaban alrededor de medio millón de esclavos. En cambio en la parte española de la isla la pobreza general era tan grande que, según lo refiere Sánchez Valverde, en 1737 más de la mitad de las casas de la Capital estaban arruinadas y la mayoría de ellas se hallaban vacías.

El mismo Sánchez Valverde dice que en la Capital de la parte española de la isla había casas y solares que nadie sabía de quiénes eran porque hacía ya muchísimos años que sus propietarios habían abandonado el país o ellos y sus descendientes habían desaparecido.

Como tierra con las mejores condiciones para producir azúcar la Española superaba a Cuba. Las mayores alturas cubanas son de 1,500 metros y las de la Española son de más de 3,000 metros, las más altas de las dos Américas en la orilla del Atlántico, y esas alturas estaban cubiertas de millones y millones de árboles de todas las maderas tropicales, entre ellos la caoba, que todavía a fines del siglo XIX era la mejor del mundo. Nunca otra isla del Caribe tuvo valles como el del Cibao o ríos como los de la Española: cuatro gigantes que cubrían todo el territorio de la isla en forma de cruz: un Yaque del centro a la costa norte, otro Yaque del centro a la costa sur, el Yuna, del centro a la costa oriental, y el Artibonito, del centro a la costa occidental; pero además de esos cuatro eran numerosos los ríos grandes como el Higuamo, el Haina, el Soco, el Isabel, el Ozama, el Camú de La Vega y el Camú de Puerto Plata; y como allí donde falta el agua falta la vida, al pueblo dominicano se le está agotando la vida gracias a la eliminación de la industria azucarera que había comenzado a desarrollarse en la Española en la segunda década del siglo XVI y tardó cuatro siglos en reaparecer, lo que sucedió cuando el seis de enero de 1879 se inició en el país la producción de azúcar con la puesta en funcionamiento del ingenio Angelina en San Pedro de Macorís. En esa ocasión nadie recordó que Felipe le había sustraído al país 300 años de desarrollo económico, y con él más tiempo de desarrollo social y político.

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El duvalierismo brota en Haití con su fuerza original/Juan Bosch
(El Siglo, Santo Domingo, 4 de octubre de 1993, p.7)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

El día once de septiembre de este año 1993 la población haitiana vio brotar de la tierra la sangre de un ciudadano que había sido sacado de una iglesia en la que se celebraba una misa. La víctima de ese crimen se llamaba Antoine Izmery, hombre de buena posición económica, pero que había cometido una falta imperdonable: era partidario político del sacerdote Jean-Bertrand Aristide, el presidente de Haití que no ha podido ejercer su cargo porque se le oponen los dueños del poder, el conjunto de señores haitianos y de otras nacionalidades que controlan la economía del país.

¿Es el general Raoul Cédras el que controla el poder? No. Cédras es el jefe militar de Haití, pero no tiene ni asomos de autoridad política. Esa autoridad la tienen y la ejercen, desde tiempos de François Duvalier, los que controlan en Haití el poder económico, sean o no sean haitianos.

François Duvalier pasó a ser presidente de Haití a fines de septiembre del año 1957; desde que tomó posesión de su cargo empezó a ejercer el poder político y tenía seis años y medio ejerciendo la presidencia cuando reclamó que se le titulara Presidente de por vida, o vitalicio, y con ese título designó heredero del cargo a su hijo Jean-Claude Duvalier, que se mantuvo en él hasta el 7 de febrero de 1986, fecha en la cual un avión militar norteamericano lo sacó de Haití y lo llevó a Francia, medida con la cual le salvó la vida porque las masas del pueblo se habían sublevado y empezaron a adueñarse de Haití.

El gobierno de Duvalier padre creó una fuerza armada que no era militar ni cosa parecida; fue conocida con el nombre de Tontons Macoutes y sus funciones consistían en mantener, usando los métodos más salvajes, el grado de terror necesario para alimentar el miedo del Pueblo al poderío duvalierista. El terror se les aplicó a todas las clases sociales, y fue tan brutal que cuando al dictador le llegó la hora de su muerte le traspasó a su hijo Jean-Claude no sólo el poder político sino además, varios millones de dólares y la autoridad sobre los Tontons Macoutes.

Los Tontons Macoutes eran grupos de campesinos dirigidos por jefes que obedecían las órdenes de Duvalier y de su hijo con tanta rapidez y eficacia que Haití se convirtió en un modelo de dictadura tan criminal como el que padecía, bajo la dirección de Rafael Leonidas Trujillo, la República Dominicana, y el lector debe tener en cuenta que Trujillo era militar y Duvalier era médico, y como médico su papel era preservar la vida de otros seres humanos, cosa que no hizo ni enseñó a su hijo a hacer.

Los jefes de los Tontons Macoutes estaban diseminados por todo el territorio haitiano, lo que les proporcionaba a Duvalier padre y después a Duvalier hijo una manera sumamente eficiente para dominar el país de un extremo a otro; pero eso no impediría que al duvalierismo le llegara la hora de la derrota. Le llegó como le llegó a Francia cuando el 14 de agosto de 1791 un esclavo llamado Bouckman a secas sublevó a los esclavos que trabajaban en un ingenio de azúcar y con ese levantamiento de esclavos se inició la revolución que sacó a los franceses de la rica colonia que acabaría llamándose Haití. La sublevación iniciada por Bouckman acabó, a un alto costo de vidas y bienes, con el poder francés en el territorio que poco después se llamaría Haití, pero no acabó con el poder de sublevación del pueblo haitiano, y de lo que estoy diciendo hay muchas pruebas, pero voy a reducirme a lo que sucedió en el año 1915, para ser más preciso, el 28 de julio de ese año. Ese día se levantó la población de Puerto Príncipe, nombre de la capital de ese país, enfurecida porque el gobierno del presidente Jean Vilbrun Guillaume Sam había ordenado la muerte de más de cien presos políticos; atacó en masa los cuarteles, apresó al jefe militar de la ciudad, lo mató a golpes, paseó su cadáver por las calles, le dio fuego y dejó sus restos abandonados como si fueran basura. Asustado por la noticia de lo que estaba sucediendo, el presidente Sam se refugió en la Embajada de Francia, que fue invadida inmediatamente por hombres y mujeres enfurecidos que apresaron a Sam, lo golpearon hasta darle muerte, mutilaron su cadáver y lo arrastraron de calle en calle, pero además, saquearon comercios y viviendas porque padecían hambre, tal como la padecerían ochenta años después.

François Duvalier, ya lo hemos dicho, tomó el poder cuando fue designado presidente de Haití, a fines de septiembre del año 1957. Aunque nunca se ha dicho, sin duda fue él quien organizó el Estado haitiano en tal forma que el poder político de ese país pasó a ser ejercido por los dueños del poder económico, que son en su mayoría empresarios extranjeros. Raoul Cédras es el jefe militar pero eso no implica que él ejerza poder político. Ese poder lo ejerce el duvalierismo, lo que equivale a decir, el conjunto de empresas comerciales, bancarias, industriales que dirigen la economía del país, cuyos métodos de acción fueron creados por el Dr. François Duvalier como lo demuestra de manera convincente la muerte de Antoine Izmery, hombre de buena posición económica que cometió una falta imperdonable: la de ser partidario político del sacerdote Jean-Bertrand Aristide.

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Los últimos 37 años de la historia de Haití/Juan Bosch
(El Siglo, Santo Domingo, 21 de octubre de 1993, p.7)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

Para explicarse qué está sucediendo en Haití, país del cual llegan con frecuencia noticias alarmantes, hay que remontar 37 años de la historia de ese pueblo, o dicho de otra manera, hay que dedicarle atención a lo que viene sucediendo allí desde que al finalizar el año de 1956 fue derrocado el gobierno que presidía Paul E. Magloire, hecho que provocó el establecimiento de seis gobiernos en diez meses, lo que indica que el derrocamiento de Magloire generó un estado de desorden político muy fuerte en el cual se destacó el papel que jugó un médico llamado François Duvalier que además de haber sido escritor y jefe de los servicios de Salud del país fue viceministro del Trabajo, todo lo cual acabó dándole a conocer ante el pueblo haitiano como un hombre público que podía llegar a ser en cualquier momento presidente de la República, como en efecto sucedió cuando en las elecciones del 7 de septiembre de 1957 presentó su candidatura a la presidencia.

En un libro titulado Papa Doc y los Tontons Macoutes, sus autores (uno de ellos Bernard Diederich, residente de diez años en Haití, y, el otro, Al Burt) ofrecen muchos datos significativos, entre los cuales está la ejecución de un plan dedicado a sacar del Poder a ese médico conocido por todo el mundo con el nombre de Papa Doc, plan al que François Duvalier respondió creando los Tontons Macoutes, palabras que significan fantasmas o algo espantoso, en cuyo valor negativo cree el haitiano del pueblo. Los grupos de Tontons Macoutes se convirtieron rápidamente en aterrorizadores de los anti duvalieristas y por tanto formaron la base de los partidarios de una dictadura que no necesitaba llegar a los límites de sanguinaria a que había llegado la que estableció en la República Dominicana, el país vecino de Haití, Rafael Leonidas Trujillo.

Papa Doc, que era el nombre que le había dado y usaba el pueblo haitiano a François Duvalier, murió en 1971, el 21 de abril, y ese día pasó a sucederle con el rango de Presidente de Haití su único hijo, llamado Jean-Claude Duvalier, que sólo tenía en ese momento 19 años de edad, y por ser de esa edad tan corta quedó automáticamente convertido en el Presidente más joven de la historia no sólo de Haití sino de todo el mundo.

En un artículo escrito el 28 de marzo de 1986, publicado en un libro que titulé 33 Artículos de temas políticos, figuran las palabras siguientes: “Ningún dictador latinoamericano llegó a ejercer el poder en la medida en que lo hizo Duvalier padre como lo demuestra el cambio de la bandera haitiana, que había sido diseñada siglo y medio antes nada menos que por el fundador del Estado, Jean-Jacques Dessalines. Esa bandera era azul y roja y Duvalier la convirtió en “roja y negra, pero también demostró la extensión y la intensidad de su poder con el hecho de que en 1964, cuando llevaba seis años y medio en la jefatura del gobierno, se hizo proclamar Presidente Vitalicio, y lo fue a tal punto que siete años después, en el acto de morir, le traspasó a su hijo Jean-Claude, en herencia, el título de Presidente Vitalicio y con él varios millones de dólares”.

Como fue dicho en el artículo a que me he referido, el heredero de Papa Doc respetó todo lo que él hizo tal como lo respetaron todos los haitianos, y en el caso de su hijo Jean-Claude el respeto llegó a tal punto que bajo su gobierno no se hizo la menor corrección a las disposiciones que había hecho el padre, de manera que el duvalierismo se mantuvo en la presidencia de Haití 29 años, y no duró más porque el 7 de febrero de 1986 llegó al aeropuerto de Puerto Príncipe un avión de la Fuerza Aérea norteamericana que lo sacó de Haití y lo condujo a Grenoble, una ciudad industrial francesa en la que vive con su familia.

A partir de ese 7 de febrero de 1986, a lo largo de 5 años, los gobernantes de Haití son varios pero ninguno llega a gobernar tanto tiempo como cualquiera de los Duvalier, y la consecuencia inmediata del desorden político que padece el pueblo haitiano es el levantamiento popular que sacude a la población en la imposibilidad de mantener un orden duradero, y viene a ser el 16 de diciembre de 1990 cuando en las primeras elecciones libres sale elegido un sacerdote católico llamado Jean-Bertrand Aristide, que tomó posesión de la Presidencia el 7 de febrero de 1991 y fue derrocado ese mismo año, cuando terminaba el mes de septiembre, y desde ese día hasta la fecha en que termino de escribir este artículo, el 14 de octubre de 1993, el Presidente electo de Haití va y viene por países de América que le abren sus puertas, pero en ninguno de ellos se habla la lengua que se oye en Haití, lo mismo en las calles de las ciudades que en las iglesias de los campos donde las misas se cantan en el lenguaje de las multitudes, y por esa razón el derrocamiento de su Presidencia debe dolerle a Jean-Bertrand Aristide tanto como si los jefes militares de Haití lo hubieran lanzado a los infiernos.

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La República Dominicana. Resumen Histórico/Juan Bosch
(Especial para Encyclopaedia Universalis, julio de 1969)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

La República Dominicana está situada en la parte Este de la isla llamada Hispaniola. En la parte Oeste se halla la República de Haití. La isla tiene 76,192 kilómetros cuadrados, de los cuales la República Dominicana ocupa 48,442. La Hispaniola se llamó originalmente la Española, que fue el nombre que le dio Cristóbal Colón; después pasó a llamarse Santo Domingo, por extensión del nombre de la ciudad que fue su capital; pero desde la segunda mitad del siglo XVII se le conoció en Europa por el nombre francés de Saint-Domingue y en el siglo XVIII también por el de Haití.

A principios del siglo XIX quedó fundada en el oeste la República de Haití, y la parte del Este, que siguió siendo territorio español, continuó llamándose Santo Domingo, nombre que cambió por el de República Dominicana al quedar ésta fundada en 1844, aunque habitualmente se la sigue llamando Santo Domingo. En el siglo actual, dada la dificultad de denominar la isla con dos nombres —Santo Domingo y Haití, o República Dominicana y Haití—, la Sociedad Internacional de Geografía acordó resucitar el nombre que le había dado Cristóbal Colón, pero en lengua latina; de ahí que la isla se llame actualmente Hispaniola. Esa isla está situada entre Cuba y Puerto Rico; es la segunda en extensión de las Antillas Mayores —Cuba, la Hispaniola, Jamaica y Puerto Rico—, y contribuye, por tanto, a formar el límite norte de la región del Caribe. Así, además de ser una porción de la Hispaniola, la República Dominicana es también una porción de los territorios del Caribe y su historia ha estado condicionada por los sucesos que han afectado a esa región.

La Hispaniola fue descubierta por Colón en su primer viaje. Como se sabe, el Almirante y Descubridor llegó a una pequeña isla de las Lucayas —hoy, las Bahamas— el 12 de octubre de 1492; estuvo en esa isla y en las vecinas unas tres semanas; después navegó hacia el sur hasta que tocó en Cuba en el mes de noviembre, y desde Cuba, navegando hacia el Este, tocó en esa isla que bautizó con el nombre de la Española. Esto sucedió el 5 de diciembre de 1492. De las tres carabelas que hicieron el viaje del Descubrimiento —la Pinta, la Niña y la Santa María—, una, la Santa María, encalló al llegar a las aguas de lo que hoy es Fort-Liberté, en Haití; sus restos fueron utilizados en construir un fuerte en el cual Colón dejó una guardia de cuarenta hombres al mando de Diego de Arana; a mediados de enero de 1493, Colón se alejó de la isla en dirección a España, de donde volvió diez meses después, el 27 de noviembre, con la primera expedición pobladora de América. Esta estaba compuesta por unos mil trescientos hombres, pero además en ella iban caballos, asnos, cerdos, ovejas, perros e hijuelas de plantas que debían ser aclimatadas en el Nuevo Mundo. Con la llegada de esa expedición a la Española comenzó el establecimiento del imperio español en América.

A su llegada, Colón no encontró ni el fuerte de la Natividad ni a los españoles que había dejado en él; el primero había sido destruido y los segundos muertos por una sublevación de los indios de la isla. Esos indios eran taínos, de la gran familia arawaca, establecida en las islas del Caribe, y también ciguayos y caribes. Colón se trasladó unas cuantas leguas al Este, en la costa del Atlántico, y decidió fundar la primera ciudad del Nuevo Mundo en las vecindades de lo que hoy es Puerto Plata. La ciudad fue bautizada con el nombre de Isabela. Todavía pueden verse en el lugar los restos de la Isabela, que fue abandonada rápidamente debido a que las enfermedades y el hambre diezmaron en poco tiempo a los expedicionarios. El hambre llegó a ser tan grande que los españoles tuvieron que comer culebras, lagartos y hasta perros de los que habían llevado de España. Esto se explica porque los pobladores indígenas de la Española no podían multiplicar sus cosechas de buenas a primeras para alimentar a los conquistadores, cuya presencia fue inesperada.

Colón salió de la Española en abril de 1494 y estuvo viajando por el Caribe hasta fines de septiembre; en ese viaje descubrió Jamaica y la costa sur de Cuba. Mientras tanto, su hermano Bartolomé llegó a la Española y encontró que los indígenas se habían retirado a las montañas del interior debido a las agresiones de que eran objeto por parte de los conquistadores. Un alto número de estos, que no podían sufrir más miserias, se amotinaron y se fueron a España; otros se dedicaron a combatir a los indígenas. Colón ordenó la muerte del cacique Guatiguaná y de la mayor parte de los hombres de su tribu y mandó apresar quinientos indios, que fueron enviados a España para ser vendidos como esclavos. A partir de ese momento comenzó una era de violencias que terminaría pocos años después con la muerte de los jefes indígenas, incluyendo entre estos a la cacica Anacaona, ahorcada por órdenes del gobernador don Nicolás de Ovando.

Colón embarcó para España en marzo de 1496. Mientras él se hallaba de viaje, su hermano don Bartolomé fundó en la orilla izquierda del río Ozama, en la costa del Caribe, la ciudad de Santo Domingo, que llegó a ser la capital de la Española y es actualmente la capital de la República Dominicana. La ciudad fue trasladada poco después a la orilla derecha del río por el gobernador Ovando, que construyó hermosos edificios, cuya mayoría se conserva. Bajo el gobierno de Ovando se fundaron varias poblaciones en el interior de la isla y se conquistó Puerto Rico. Ovando fue sustituido en la gobernación de la Española por don Diego Colón, hijo del Descubridor, quien construyó en la orilla del Ozama el hermoso Alcázar de los Colones, que fue gravemente dañado por la artillería norteamericana en los combates que tuvieron lugar a mediados de junio de 1965.

En la Española se inició la institución de las encomiendas de indios, que luego fue extendida a varias partes de América, y la de la esclavitud de los negros africanos, llevados a la isla por corsarios ingleses y holandeses. Aunque la encomienda se estableció con el propósito de asegurarles a los indígenas la protección de las familias españolas, degeneró rápidamente y se convirtió en una forma de esclavitud peor que la de los africanos. Esto sucedió, especialmente, bajo el gobierno de don Diego Colón, en cuya época los indígenas quedaron casi exterminados. En 1519 se produjo la sublevación del cacique Enriquillo, que se mantuvo luchando en las montañas de Bahoruco hasta 1533, y en diciembre de 1522 se produjo la primera sublevación de esclavos negros. Estos últimos pertenecían a la dotación de un ingenio de azúcar del gobernador don Diego Colón.

La fabricación de azúcar comenzó a desarrollarse en la Española desde 1515, antes, desde luego, que en ningún otro lugar de América; y llegó a ser tan importante que a mediados del siglo había en producción unos veinticinco ingenios. El negocio empezó a decaer cuando el gobierno español, que tenía el monopolio del comercio exterior de todos sus territorios, se negó a autorizar la venta del azúcar de la Española en Flandes y los Países Bajos. Esa negativa acabó arruinando la industria azucarera de la Española, pues España no podía consumir todo el azúcar que producía la isla.

El fracaso del negocio azucarero provocó la salida de la Española de una parte de sus pobladores, y al mismo tiempo los holandeses comenzaron a comerciar con los habitantes que quedaron, a los que surtían de productos manufacturados a cambio de pieles de res. Las reses descendían de las que había llevado Colón en noviembre de 1493 y se habían multiplicado de tal manera que había propietarios de cuarenta mil, veinticinco mil, veinte mil vacas, y según decía Fernández de Oviedo en 1546, el dueño de mil o dos mil reses era considerado como un hombre pobre.

El negocio de contrabando hecho por los holandeses llegó a ser tan cuantioso que las autoridades españolas se alarmaron y ordenaron la destrucción de todas las poblaciones de la costa del Oeste y del Norte y la concentración de los habitantes y sus ganados en la región del Este. La despoblación tuvo lugar en los años de 1603 y 1604. Sin embargo el número de reses salvajes que había en los bosques de la parte abandonada era tan grande que fue imposible exterminarlas, y así, pocos años después, cientos de millares de vacas, toros y terneros salvajes vagaban en quince o veinte mil kilómetros cuadrados de tierras totalmente deshabitadas, ricas en ríos, arroyos y pastos naturales. Esas reses fueron la causa de que la Española quedara dividida un siglo después en dos países diferentes.

Pues sucedió que en el mes de septiembre de 1629, el almirante don Fradique de Toledo, que iba hacia América del Sur al frente de una flota española de 35 galeones y 14 navíos armados, atacó la pequeña isla de San Cristóbal —hoy Saint Kits—, que estaba ocupada desde 1626 por ingleses y franceses. Los ingleses se hallaban en el centro de la isla y los franceses en la parte del noroeste y en la del sudeste. El ataque español comenzó por esta última, y los franceses que estaban en el noroeste abandonaron el lugar en dos buques y se dirigieron a la isla de Antigua, de donde pasaron a la de San Martín, luego a las de Monserrate, Anguila y San Bartolomé, todas ellas muy pequeñas y sin agua. Unos ciento y tantos de esos franceses navegaron hacia el Noroeste, buscando tierras mejores, y fueron a dar a la costa del Oeste de la Española, donde se dieron de buenas a primeras con aquellos centenares de millares de reses sin dueño de que se habló en el párrafo anterior. La mayoría de los recién llegados decidió quedarse allí y dedicarse a matar vacas, a secar los cueros y a almacenar el sebo para vender esos productos a los buques que pasaran por las cercanías; algunos prefirieron dedicarse a sembrar maíz y otros productos agrícolas; otros escogieron como medio de vida el asalto a barcos de carga, preferiblemente españoles.

Fue así como los primeros formaron la curiosa sociedad de los bucaneros, los segundos la de los piratas o filibusteros y los terceros la de los “habitantes”. Bucaneros y filibusteros tuvieron durante algunos años una capital común, que fue la diminuta isla de la Tortuga, situada a poca distancia de la Española, hacia el extremo oeste de la costa del Atlántico .Los bucaneros quedaron extinguidos antes de terminar el siglo XVII, cuando las reses fueron exterminadas, los piratas o filibusteros acabaron desapareciendo y apenas quedaban unos pocos a principios del siglo XVIII; pero los habitantes se multiplicaron y ya para 1690 había en el oeste de la isla varias ciudades importantes edificadas y pobladas por franceses, entre ellas Cap-Français —actual Cap Haitien—, que acabó siendo la capital de esa nueva colonia de Francia. Al celebrarse en 1697 el Tratado de Ryswick que ponía fin a la guerra entre España y Francia se acordó que la situación de los lugares no mencionados en el Tratado seguiría como se hallaba en el momento de la firma, y entre esos lugares no mencionados estaba la isla Española, y fue así como España reconoció por omisión el derecho de Francia a mantenerse en la parte occidental de la isla.

Sesenta años después, la pequeña colonia de Saint-Domingue —o Haití— le rendía a Francia más beneficios que toda la América española a España, a pesar de que entonces Haití ocupaba apenas algo más de doce mil kilómetros cuadrados, es decir, la quinta parte de la isla. La parte española, que siguió llamándose Santo Domingo, se mantuvo, en cambio, económicamente retrasada, y su situación mejoró algo cuando sus pobladores comenzaron a vender en Haití ganado, mulos y tabaco.

En agosto de 1791 comenzó la gran sublevación de los esclavos de Haití y en 1795, mediante el Tratado de Basilea, España cedió a Francia la parte del Este de la isla. En enero de 1801, Toussaint Louverture, que de esclavo había pasado a ser gobernador francés de Saint-Domingue, pasó a ocupar la antigua parte española con fuerzas haitianas. Al comenzar el año de 1802 llegó a esa parte de la isla la expedición que Bonaparte había enviado bajo la jefatura del general Leclerc con el encargo de batir a Louverture y enviarlo preso a Francia.

Al producirse a fines de 1803 la derrota francesa en Saint-Domingue, y con ella la proclamación de la República de Haití —el 1º de enero de 1804—, la antigua parte española quedó bajo el gobierno francés, representado por el general Kerverseau; pero en vista de que Kerverseau mantenía relaciones sospechosas con los ingleses, el general Jean-Louis Ferrand lo depuso y se hizo cargo del gobierno de la colonia. Ferrand comenzó inmediatamente a organizar fuerzas para reconquistar Haití; muchos de los franceses que habían huido a Cuba y a otras islas del Caribe empezaron a llegar a Santo Domingo y los jóvenes recibieron instrucciones de trasladarse a Santo Domingo para cumplir allí su servicio militar. Jean-Jacques Dessalines, el presidente haitiano, decidió adelantarse al ataque de Ferrand, y a principios de 1805 entró en Santo Domingo por el Sur al frente de una columna poderosa mientras su lugarteniente el general Christophe —que iba a ser años después el rey Henri I— entraba con otra columna por el Norte.

La ciudad de Santo Domingo quedó sitiada el 7 de marzo por treinta mil soldados, los mejores de Haití, que acababan de salir vencedores en la guerra contra Francia. El asalto a la ciudad, fijado para el día 27, quedó frustrado debido a que el día 26 se presentó en el puerto un escuadrón francés mandado por el almirante Missiessy, que navegaba por el Caribe cumpliendo una función de diversión que había ordenado Bonaparte con el propósito de hacerles creer a los ingleses que la flota francesa del almirante Villaneuve, estacionada en Tolón, había salido al Atlántico.

El general Ferrand gobernó la antigua parte española de la isla hasta el día de su muerte, ocurrida el 9 de noviembre de 1808. El día anterior, el general francés había perdido la batalla de Palo Hincado, en la que fuerzas del país, mandadas por el hacendado don Juan Sánchez Ramírez, habían iniciado una lucha para devolver el territorio al poder español. Ferrand no quiso sobrevivir a la derrota y se dio un pistoletazo en la cabeza. Después del suicidio del general francés, Sánchez Ramírez puso sitio a la ciudad de Santo Domingo por tierra y los ingleses la bloquearon por mar.

El general Barquier, sucesor de Ferrand, resistió hasta el 6 de julio de 1809, fecha en que entregó la plaza al general inglés Hugh Carmichael, quiena su vez la entregó seis días después a Sánchez Ramírez. A partir de ese momento Santo Domingo retornó a ser colonia española, situación que duraría nueve años, pues el 12 de diciembre de 1821 la colonia quedó convertida en país libre, bajo el protectorado de Colombia, con el nombre de Haití Español. El jefe del movimiento que realizó el cambio fue José Núñez de Cáceres.

Haití Español duró apenas dos meses y unos días, pues a principios de febrero de 1822 el presidente de Haití, Jean-Pierre Boyer, invadió su territorio, que estuvo ocupado por los haitianos hasta que sus habitantes se rebelaron y establecieron la República Dominicana. Esto sucedió el 27 de febrero de 1844 y fue el fruto de un largo trabajo político realizado por jóvenes de la pequeña burguesía que organizaron bajo la jefatura de Juan Pablo Duarte una sociedad secreta llamada La Trinitaria.

Desde 1844 hasta 1855, los dominicanos tuvieron que hacer frente a varias invasiones haitianas, y al comenzar el año de 1861 el gobierno del general Pedro Santana proclamó la anexión del país a España, de manera que por dos veces en poco más de cincuenta años el pueblo dominicano, dirigido por el sector de los hacendados ganaderos, pasó a ser colonia española. Pero la anexión de 1861 provocó la reacción de la mayoría de los dominicanos, que en agosto de 1863 iniciaron un formidable levantamiento en la región del norte del país. La guerra se prolongó hasta junio de 1865, cuando las tropas españolas, diezmadas por las guerrillas dominicanas y por las enfermedades tropicales, fueron evacuadas a Cuba y Puerto Rico.

En esa guerra se formaron muchos militares y políticos notables; entre los primeros, Gregorio Luperón, cuyo apellido había sido originalmente francés —Du Perron—, que iba a ser una figura dominante durante largos años; y entre los segundos don Ulises Espaillat, hijo de un hacendado y médico francés que se había establecido en el país en el siglo XVIII.

La República Dominicana pasó los últimos años del siglo XIX bajo la dictadura de Ulises Heureaux, cuyas medidas de gobierno provocaron varios incidentes sonados con Francia. Durante el tiempo de Heureaux se construyeron los primeros ferrocarriles dominicanos y se desarrolló la industria azucarera, pero de propiedad extranjera, principalmente norteamericana. Heureaux fue muerto en julio de 1899, su matador, Ramón Cáceres, fue muerto a su vez en noviembre de 1911 mientras se preparaba para prolongar su mandato legal como presidente de la República. La serie de guerras civiles que se inició a raíz de la muerte de Cáceres terminó en mayo de 1916, cuando la infantería de marina de los Estados Unidos ocupó el país, que pasó a ser gobernado por un jefe militar norteamericano hasta julio de 1924. Esa intervención estuvo determinada principalmente por la necesidad de obtener tierras buenas para producir azúcar, un artículo cuyo precio había subido mucho debido a la guerra europea de 1914-1916; cuando el precio del azúcar bajó en 1920 a poco más de un centavo la libra, se decidió el abandono del país y se ordenó la celebración de elecciones, en las que fue elegido presidente el general Horacio Vásquez. El presidente Vásquez fue derrocado en febrero de 1930 por el jefe del ejército, general Rafael Leonidas Trujillo, cuya carrera militar había empezado bajo la ocupación norteamericana. Trujillo gobernó el país hasta 1961, o directamente o a través de presidentes que hacía designar y que hacía renunciar cuando lo consideraba oportuno.

Trujillo fue el empresario del desarrollo industrial de la República Dominicana, aunque en todo caso el país no pasó del nivel de subdesarrollo típico de la mayoría de los países dela América Latina. Fue esa función la que determinó el carácter de su régimen de treintiún años de duración, pues él era a la vez el jefe político, militar, económico y social de Santo Domingo. A su muerte era dueño de numerosas empresas; sólo la división azucarera de sus propiedades fue estimada conservadoramente en 120 millones de dólares.

Trujillo fue el tercer gobernante dominicano asesinado en sesentidós años. Al ocurrir su muerte, el 30 de mayo de 1961, ocupaba la presidencia del país el Dr. Joaquín Balaguer, a quien una fuerte presión interna y norteamericana hizo salir del poder en enero de 1962. Le sucedió en el gobierno un Consejo de Estado presidido por el Lic. Rafael Bonnelly, que convocó a elecciones en diciembre de ese año. En esas elecciones resultó triunfador el autor de este artículo, que tomó posesión de la presidencia en febrero de 1963 y fue derrocado por un golpe militar en septiembre del mismo año.

Los militares instalaron en el poder un triunvirato encabezado por el Lic. Emilio de los Santos, pero el asesinato del líder del Movimiento 14 de Junio, Dr. Manuel Tavárez Justo, y de un grupo de líderes de ese partido, provocó la renuncia del Lic. De los Santos, que fue sucedido en el cargo por el Dr. Donald Reid Cabral. El triunvirato presidido por Reid Cabral fue derrocado por un movimiento armado, compuesto por militares y masas del pueblo, que estalló el 24 de abril de 1965 con la finalidad de reponer la Constitución de 1963 y el gobierno derrocado por el golpe militar de ese año. En los primeros días, el gobierno de la revolución estuvo desempeñado por el Dr. José Rafael Molina Ureña y cuando éste se vio forzado a abandonar esa posición se eligió en su lugar al jefe militar del movimiento, coronel Francisco Alberto Caamaño. Por su parte, los Estados Unidos, cuya Infantería de Marina había invadido el país el día 28 de abril pretextando que la revolución era comunista, instaló dentro de la zona ocupada por sus tropas un gobierno encabezado por el general Antonio Imbert, que había sido uno de los matadores de Trujillo.

A fin de acomodar su intervención a los términos de la Carta de la Organización de los Estados Americanos (OEA), el gobierno del presidente Johnson invitó a otros países de la América Latina a enviar fuerzas militares a Santo Domingo, y así lo hicieron Brasil, Paraguay, Nicaragua, Honduras y Costa Rica. La República Dominicana estuvo ocupada por esas fuerzas hasta el mes de septiembre de 1966. Un año antes, en septiembre de 1965, había quedado instalado un gobierno provisional presidido por el Dr. Héctor García-Godoy y en junio de 1966 se habían celebrado elecciones en las que resultó elegido presidente el Dr. Joaquín Balaguer, que tomó posesión de su cargo el 1º de julio de ese año.

París,
9 de julio de 1969.

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Dictadura con Apoyo Popular/Juan Bosch
(¡Ahora!, Nº 199, Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora!, 4 de septiembre de 1967, pp.4-5)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

[Nota de la Redacción: En el artículo que publicamos a continuación, el profesor Juan Bosch, ex presidente de la República, amplía sus conceptos sobre la debatida tesis de la “dictadura con apoyo popular”. Aparte de que ganamos con el prestigio de su pluma, nos complace dar cabida a este trabajo porque dando a conocer más de cerca el pensamiento de Bosch contribuimos a arrojar luz sobre tan importante cuestión, a fin de que cada ciudadano se forme su propia opinión. En cuanto a ¡Ahora! se refiere, ya expresamos nuestros puntos de vista al respecto en el editorial de hace dos semanas (edición 197 del 21 de agosto de 1967), en el cual expresábamos nuestro desacuerdo con el distinguido estadista, en cuanto a la necesidad de apelar, como último recurso, a la dictadura con apoyo popular para resolver los problemas latinoamericanos, en renuncia a los métodos democráticos que hasta ahora han tenido poco éxito. Ofrecemos, pues, el siguiente trabajo de Juan Bosch, como un útil elemento de juicio para nuestros millares de lectores]

Lo que está planteado en la tesis de dictadura con respaldo popular en la República Dominicana es algo demasiado serio para que se comente a la ligera. El pueblo dominicano me conoce muy bien, no por lo que he dicho sino por lo que he hecho; porque fui un gobernante que respetó escrupulosamente los derechos de todo el mundo; porque bajo mi gobierno no hubo atropellos ni físicos ni morales, no hubo un robo ni un escándalo; porque se saneó la moneda nacional y se resucitó el crédito del país y no se engañó a nadie; porque dije la verdad sin odios y sin miedos; porque preferí el exilio con honra al poder con deshonra; la persecución, los insultos y la calumnia a gobernar como cómplice de asesinos y ladrones.

Si hay en la República Dominicana alguien con derechos adquiridos para hablar en nombre de la democracia, ese soy yo; y si digo que lo que el país necesita es una dictadura con apoyo del pueblo, lo digo porque creo con toda el alma que nuestra llamada democracia no podrá resolver el cúmulo de problemas que el país tiene por delante. Pido, pues, respeto para lo que digo, y lo pido con la autoridad del que la tiene. Si hay otros dos dominicanos vivos que puedan hablarle al país con esa autoridad, yo oiría con respeto y atención lo que dijeran. No hablaría de sus ideas a la ligera, porque los hombres se juzgan por lo que han hecho, y quien ha respetado a los demás cuando estaba en el poder tiene derecho a reclamar que se le respete cuando está fuera del poder. Sólo los sietemesinos, como diría Martí, tienen a flor de labios el insulto para hablar de aquellos que actuaron con decoro. En la boca de un hombre que puede mostrarle a su pueblo la hoja de servicios que yo tengo, la palabra Dictadura no se dice por el gusto ni puede tener el significado barato y criminal que ha tenido en nuestra historia. Una dictadura con respaldo popular sería todo lo contrario de las tiranías que hemos conocido, puesto que sólo alcanzaría a tener el apoyo del pueblo un equipo que gobernara para el pueblo, y hasta ahora sólo hemos sufrido las dictaduras que han gobernado contra el Pueblo. Una dictadura con respaldo popular sería la que se dedicara a enmendar las injusticias de cuatrocientos setenticinco años, no la que viniera a aumentarlas.

Las juventudes honestas y las masas hambreadas del país saben a qué me he referido al hablar de dictadura con apoyo del pueblo, porque los jóvenes puros y los muertos de hambre de las ciudades y los campos no tienen la conciencia perturbada por apetitos inconfesables ni tienen la cabeza llena de cotorreos ideológicos. Ellos viven la tragedia dominicana en su real dimensión de sufrimientos, ellos no aspiran, ni pueden aspirar, a ir a las posiciones más altas del país en brazos de los enemigos dizque a hacer una mentirosa “revolución con libertad”. La revolución hay que hacerla con otra cosa, no con palabras huecas.

Me parece lógico y natural que los que tienen miedo a su conciencia y a la rectitud de un gobierno del pueblo anden diciendo que lo que yo pido es la dictadura del proletariado. También decían eso cuando yo presidía un régimen democrático que esas mismas gentes liquidaron sin la menor contemplación y con absoluta irresponsabilidad.

El tiempo corre muy de prisa en esta hora del mundo. Corre de prisa para los países altamente desarrollados, que acumulan capitales fabulosos cada día, y corre de prisa para los países como el nuestro que se empobrecen sin cesar. En Santo Domingo, donde son cada vez más los que no tienen nada, los pocos que tienen mucho viven enfurecidos de miedo. Ven el hambre rondando sus casas y no duermen en paz porque constantemente están esperando que los miserables les quiten lo que atesoran. Para esa gente, la sola mención de la palabra pueblo es amenazante. Para ellos, todo lo que yo predique será siempre comunismo. Allá ellos con sus temores. Yo no le tengo miedo al comunismo porque nunca me quedé con lo de nadie. Sea comunismo o no sea comunismo, para un país como la República Dominicana no hay soluciones mayoritarias si no es a través de una dictadura con apoyo popular. La democracia sólo puede servir ya a los pueblos que se enriquecen, no a los que se empobrecen. En los países cuyos bienes aumentan, habrá cada día más para las masas que reclaman; pero en aquellos donde solo crecen el hambre y la ignorancia, hablar de democracia es una tontería insigne.

Por otra parte, la democracia no es un mero sistema de gobierno; no es la existencia mecánica de presidentes, senados y cámaras de diputados. La democracia es todo un sistema de vida colectiva, y ese sistema descansa en la soberanía del pueblo. Los pueblos que no tienen soberanía para determinar por sí mismos qué quieren y qué no quieren, no pueden tener la democracia como una aspiración. Ni en la República Dominicana ni en ningún otro país de América hay eso que se llama soberanía, puesto que los Estados Unidos se proclamaron con autoridad para invadir, solos o acompañados, cualquier país americano en el momento en que lo consideren necesario y conveniente para sus intereses. Hay, pues, un poder superior a los pueblos de América que los obliga a hacer lo que quiere ese poder, no lo que los pueblos crean bueno para ellos. Esto fue dicho en Río de Janeiro, la capital del Brasil, por el portavoz oficial del gobierno norteamericano, el Sr. Dean Rusk, Secretario de Estado de los Estados Unidos, muchos meses después de la intervención de su país en Santo Domingo, y a confesión de parte, relevo de pruebas.

La soberanía de los pueblos de América fue echada a los perros para que se la comieran como si fuera un pedazo de carne, no un principio consagrado en pactos y tratados que los yanquis habían aceptado libremente. La democracia de América está muerta y enterrada. Lo que habrá de ahora en adelante en los países de nuestro continente que caigan en la órbita del interés yanqui —como ha caído la República Dominicana— serán mascaradas electorales, hechas para engañar al mundo con la ilusión de que los pueblos americanos han aprendido ya a ejercer los hábitos democráticos. Lo que habrá será gobiernos sin autoridad, presidentes pintados en la pared y ejércitos que siembran el terror.

En Guatemala los militares están dedicándose a matar y el presidente tiene que aguantar callado que lo manchen con esos crímenes. El sistema fue ensayado en nuestro país en los días del Dr. Héctor García-Godoy y se ha puesto en práctica en los tiempos del Dr. Joaquín Balaguer. El sistema se extenderá a todo el Continente, hasta que el Continente explote, cansado de tanta mentira, tanta perversidad y tanta sangre. Pero es el caso que con todo su poderío, con sus miles de millones de dólares, con sus muchedumbres de técnicos, con sus productos acabados, los Estados Unidos no podrán resolver los problemas de los pueblos pobres del mundo. La distancia entre ellos y nosotros es y será más grande cada día. Ellos van viento en popa hacia la embriaguez del bienestar; a nosotros nos llevan a patadas hacia la revolución de los necesitados. Ellos acabarán rodeados de hierros sabios, de máquinas adivinas, perdidos en una tempestad de lujos, de abundancia y de narcóticos. Los pueblos pobres acabaremos, como los vietnamitas, usando el viejo arco del indio y la simple trampa de los cazadores de fieras, como instrumentos de lucha para mantener la dignidad, y pegados a la tierra y al taller para buscar en nuestro trabajo, y no en ayudas ajenas, ese hermoso título de personas que nos han negado sistemáticamente los poderosos que nos invaden y los tiranos y traidores que los llaman.

Por el camino del hambre no se puede ir ya a la democracia. La democracia no duerme sin sábanas ni se sienta a comer en el suelo. La democracia es un lujo de países ricos. La democracia de que nos hablan a nosotros es y será una mentira. Y ya estamos cansados de mentiras. Queremos y necesitamos la verdad. La verdad es la dignidad del ser humano, cada uno en su patria, sin amos extranjeros. El que extiende la mano para recibir dádivas en vez de reclamar lo que le corresponde, es más esclavo que los que se pagaban con dinero. El dominicano no puede seguir siendo esclavo. El dominicano tiene que ser libre en su tierra, dueño de los destinos de su país. Y para conquistar la dignidad de los libres, tenemos que unirnos todos alrededor de una dictadura con apoyo del Pueblo.

16 de agosto de 1967.

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Mis recuerdos de Che Guevara/Juan Bosch
(¡Ahora!, Nº 209, Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora!, 13 de noviembre de 1967, pp.12-14)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

Che Guevara visitó algunas veces mi casa de Costa Rica. Esto sucedía en los primeros meses de 1954, cuando nadie sospechaba que el joven médico trotamundos iba a tener celebridad internacional. Mi hijo León, que empezaba entonces a pintar retratos, y que vivía conmigo en el pequeño y dulce país centroamericano, había hecho amistad con algunos exiliados argentinos antiperonistas, y a través de esa amistad llegaban a verme, a tomar una taza de café y a cambiar opiniones sobre los problemas de una América que en esos años era un muestrario de dictadores. Fue uno de esos exilados —el Dr. Rojo, si no recuerdo mal— quien llegó un día acompañado de un joven silencioso, serio, que de vez en cuando sacaba del bolsillo de la camisa un inhalador y se lo aplicaba en la nariz mientras apretaba la diminuta vejiga del instrumento. Ese joven era el Dr. Ernesto Guevara. Ya por entonces sus amigos le llamaban “Che”, apelativo nacional de los argentinos.

Ernesto Guevara era asmático —y de ahí el uso del inhalador—, pero su cuerpo estaba constituido como si no lo fuera. No tenía el pecho hundido ni era bajito ni delgado. No llegaba a ser alto, no era grueso; no era musculoso. Sin embargo producía sensación de firmeza física. Tenía unos rasgos que lo hacían inconfundible: la frente, los arcos superciliares, las cejas, los ojos, la nariz y la boca. Esos rasgos hacían evocar inmediatamente a Beethoven, y recuerdo haberle dicho a mi hijo León estas palabras: “Ese muchacho tiene rostro beethoviano”. Su mirada era a la vez fija e intensa, pero con más fijeza que intensidad, y muy clara, casi iluminada. Oía cuidadosamente y sólo de tarde en tarde hacía alguna pregunta, pero siempre era una pregunta que iba directamente al fondo del problema que estaba siendo tratado. Según me dijo él mismo, Guevara había llegado a Costa Rica desde Panamá; era médico especializado en alergias y recorría América con la ilusión de conocerla toda. De Costa Rica pensaba ir a Guatemala y me pidió algunos datos sobre el país. En la Argentina se había opuesto a Perón y no quería volver a su tierra mientras gobernara el general.

En el año 1958, cuando ya el nombre de Ernesto Guevara era conocido en todo el mundo y yo me hallaba en Venezuela, Rómulo Betancourt me preguntó por lo menos en tres ocasiones distintas, quién era el Che. Alguno de los venezolanos que había estado en el exilio con Betancourt en Costa Rica le había dicho que Guevara había estado también por esos días en Costa Rica, pero Betancourt no lo recordaba. Betancourt iba a visitarme a menudo —como yo a él— y en algunas de esas visitas él y el Che coincidieron; es más, en varias oportunidades Guevara se dirigió a él, siempre con un respeto visible y siempre con esas preguntas a la vez simples y agudas, muy directas, que eran tan características del joven médico argentino. Yo le explicaba a Betancourt quien era y cómo era ese renombrado Che Guevara; se lo describía físicamente, le recordaba que en cierta ocasión Guevara le había preguntado esto y lo otro. “Era aquel joven que iba con un inhalador y que fumaba tabacos, no cigarrillos ni pipa; uno que se sentaba siempre en el mismo sitio, entre el comedor y la sala”, le decía. Pero no había manera de que Betancourt recordara a Ernesto Guevara.

Yo notaba —y no se necesitaba ser un buen observador para darse cuenta de ello— el respeto que Guevara tenía por Betancourt y por mí, la atención con que oía cualquiera cosa que decíamos, y notaba también que el joven argentino trataba de buscar algo, tal vez una orientación. Debía haber alguna otra cosa que era para él más importante, y entendí que lo que deseaba era dedicarse a actividades científicas. Muy parcamente me lo dejó entrever cuando le pregunté a qué pensaba dedicarse cuando terminara de recorrer las tierras apasionantes de América. La impresión que tenía yo entonces era que el Che Guevara, a sus veinticinco o veintitrés años —pues no parecía tener más— buscaba su destino y no sabía dónde estaba ese destino.

Francamente, no esperé verlo actuando en política, y menos aún en Cuba, y mucho menos todavía en acciones guerrilleras. Me pareció que estaba temporalmente dotado para la investigación científica; era controlado, aunque sin duda nada frío, y llegaba rápidamente al fondo de los problemas que le llamaban la atención. Nunca supuse que podría convertirse alguna vez en un líder comunista. Unos años más tarde, en Caracas, me visitó un joven norteamericano que quería saber de mi boca si el Che era comunista cuando estaba en Costa Rica. “No”, le dije. “En esos tiempos no sentía la menor inclinación al comunismo ni creo que tuviera idea de qué era eso”. Y yo no andaba equivocado. Pocos días después Guevara declaró en La Habana que él —dijo, propiamente, “nosotros”— había conocido el marxismo en la Sierra Maestra. Y, o yo soy muy tonto, o Guevara era hombre que decía la verdad en todas las circunstancias.

Che Guevara se hizo comunista —por lo menos, marxista— en las montañas cubanas y se abrazó a esa doctrina con una fe tan dura que murió por ella. Pero quien observe cuidadosamente la trayectoria del legendario personaje que ha caído en las selvas bolivianas tiene que distinguir un matiz peculiar en el comunismo del Che Guevara: era comunista porque era intensamente antiyanqui. Ahora bien, ¿por qué se había convertido en antiyanqui hasta la raíz de su alma, él, que cuando andaba por América buscaba una orientación de otro tipo? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en Guatemala. En alguna parte —creo que en una revista francesa— leí que el médico-guerrillero había sido consejero de Arbenz, pero eso es una simpleza insigne. Al llegar a Guatemala, Guevara no tenía ningún bagaje político, o de otra índole, que pudiera llevarlo a la categoría de consejero del entonces presidente Jacobo Arbenz. Pero los informes que tengo de personas que estuvieron en Guatemala en esos días indican que los sucesos que tuvieron lugar en aquel país a raíz de la llegada del joven médico argentino —a mediados de 1954— produjeron una impresión profunda y perturbadora en su ánimo. Yo no podría decir ahora en qué mes salió Guevara de Costa Rica hacia Guatemala, pero debe haber sido entre marzo y mayo de 1954. Ya para esos meses se esperaba el zarpazo de Washington sobre el gobierno de Arbenz. Día por día se veía crecer la propaganda que presentaba a Arbenz como un agente comunista. Hasta Dorothy Thompson, una columnista norteamericana que pasaba por liberal hasta límites de radicalismo —esposa, divorciada o viuda del celebrado autor de “Babitt” y “Calle Mayor”— se lanzó, con todo su peso, a acusar al gobierno guatemalteco de ser un tenebroso agente ruso.

Recuerdo que entre las noticias que corrían por Centroamérica había una concebida para abusar de la ignorancia de la gente: que Arbenz había recibido de Rusia un cargamento de bombas atómicas del tamaño de pelotas de tennis —todavía hoy no pueden fabricarse de ese tamaño— y que iba a usarlas dentro de los Estados Unidos. El submarino ruso y las granadas chinas “hallados” por los yanquis en Santo Domingo a principios de mayo de 1965 eran mentiras menos escandalosas que las de aquellas mini-bombas “A” del coronel Arbenz.

Guevara llegó a Guatemala y a poco fue derrocado el gobierno de Arbenz. Guevara, y todo el mundo en las dos Américas, sabía que había sido derrocado “por orden superior”. Esa intervención —que no fue abierta, como la de Santo Domingo— dejó en el alma del médico argentino una huella que era como una herida siempre viva. Desde que Che Guevara salió del anonimato tuve la impresión —y la sigo teniendo— de que su lucha estuvo dedicada más que nada a combatir a los Estados Unidos, y que la raíz de esa actitud está en los hechos de Guatemala.

Hay algo que los norteamericanos no han aprendido en siglo y medio de relaciones con nuestros países, y desde luego no lo aprenderán jamás, porque si este mundo ha visto un pueblo duro para adquirir conocimientos humanos —no científicos—, ese pueblo es el de los Estados Unidos. Allí pululan los técnicos en relaciones públicas, pero no hay entre ellos dos que se hayan dado cuenta de que la América Latina es, en términos de sensibilidad, una unidad viva. Un tirano de Venezuela ofende, con su sola existencia, a los jóvenes de Chile y El Salvador tanto como a las juventudes venezolanas; una intervención norteamericana en Guatemala duele tanto a un joven médico argentino como puede dolerle al guatemalteco más orgulloso.

Guevara salió hacia Guatemala y a poco yo salí para Bolivia, precisamente para esa tierra de altas pampas y de selvas nutridas donde él iba a caer trece o catorce años después de haber estado visitando mi casa de exiliado en Costa Rica. No volví a verlo más, pero tan pronto oí su nombre a principios de 1957, cuando ya él estaba en la Sierra Maestra, recordé a aquel joven médico argentino. Lo recordaba con toda nitidez. Recordaba no sólo su presencia física si no hasta su voz. ¿Porqué? No podría decirlo. Tal vez me había impresionado aquel tono de fijeza, y de cierta ansiedad, que veía en sus ojos, en su tipo peculiar de mirada, una ansiedad como de quien necesita ser y no halla manera de realizarse; la de alguien que está seguro de que tiene un destino y no sabe cómo cumplirlo.

La televisión española transmitió unas escenas relativas a la muerte de Guevara. Se veía un villorrio en la selva boliviana, un villorrio que era la estampa de la soledad, la miseria y la ignorancia; se veía un general cubierto de oropeles, cintajos dorados y medallas, y se veía el cadáver del Che Guevara tirado en una mesa. Ahí estaba resumido el drama de América: La miseria, la opresión, y el luchador contra la miseria y la opresión, no preso, no herido, si no aniquilado a tiros. Yo evoqué unas palabras de Gregorio Luperón que dicen más o menos así: “El que pretende acabar con la revolución matando a los revolucionarios es como el que piensa que puede apagar la luz del sol sacándose los ojos”.

27 de octubre, 1967.

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Bosch relata la desaparición de Caamaño
(¡Ahora!, No 486, Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora! 5 de marzo de 1973, pp.16a-16d)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

A eso de las once y media de la noche del 24 de octubre (1967), el coronel Francisco Alberto Caamaño, que estaba de visita en la casa del capitán Héctor Lachapelle Díaz, salió a dar un paseo a pie por los alrededores. A esa hora lloviznaba y había niebla en La Haya, capital de Holanda, donde Lachapelle y su señora quisieron acompañar al coronel Caamaño, pero éste explicó que no deseaba compañía. Según dijo, tenía necesidad de estar a solas porque quería meditar en problemas muy serios. Desde ese momento los amigos y compañeros del coronel Caamaño que viven en Europa no volvieron a verle.

Un mes después, en la noche del 22 al 23 de noviembre, a eso de las tres y media de la madrugada, sonó el teléfono de mi casa. El Dr. José Francisco Peña Gómez me llamaba desde Santo Domingo para decirme que en el país se decía que Caamaño había desaparecido, que se temía que hubiera sido secuestrado y que eso estaba provocando un peligroso estado de inquietud en la masa constitucionalista. Le respondí al Dr. Peña Gómez que aunque yo no tenía la menor idea de dónde estaba el coronel Caamaño, podía afirmar que no le había sucedido nada malo.¿Por qué dije eso? Porque varios actos del coronel Caamaño indicaban que él había preparado metódicamente su salida de Europa, o por lo menos de Inglaterra, que era donde tenía su residencia y donde cumplía sus funciones de agregado militar dominicano.

De esos actos, algunos tenían relación con su familia. La familia del coronel Caamaño vivía en Valencia, y él la había visitado allí por lo menos dos veces en marzo o abril y en junio. En la primera visita —la de marzo o abril—, el coronel Caamaño había pasado de Valencia a Madrid, y en Madrid se hospedó en la casa del teniente coronel (retirado) don Enrique Herrera Marín que había sido jefe de la misión militar española en Santo Domingo y profesor de la Academia Militar Batalla de Las Carreras y había estado en la capital en plena revolución constitucionalista. En ocasión de esa visita, don Enrique Herrera Marín le ofreció a Caamaño un apartamento en Benidorm para que la familia de Caamaño, y él mismo, lo usaran cuando lo tuvieran a bien. En el mismo edificio el Sr. Herrera Marín había destinado un apartamento para mi familia, en el cual vivíamos desde fines de julio.

A principios de agosto, el Dr. Peña Gómez y el diputado Enmanuel Espinal, que están viajando por Europa, me llamaron desde Londres para decirme que Peña Gómez quería llegar a Benidorm para hablar conmigo pero que no tenía fondos para el viaje. Como yo sabía que se trataba de una suma pequeña le dije al Dr. Peña Gómez que fuera a ver al coronel Caamaño y le pidiera el pasaje. “Estoy hablándole desde la casa de él, pero él no se encuentra aquí, está viajando hacia España”, me respondió Peña Gómez. Efectivamente, esa misma tarde llegaban a mi casa Caamaño y Lachapelle. El Sr. Herrera Marín, que no esperaba esa visita salió en el acto a comprar muebles, y como no podían entregárselos hasta el día siguiente, hospedó en su casa, esa noche, a los dos militares constitucionalistas.

La familia de Caamaño llegó de Valencia dos días después, y al mismo tiempo llegaba de Londres el Dr. Peña Gómez. Fue así como, sin planeamiento alguno, casi por arte de magia, nos hallamos juntos en Benidorm cuatro constitucionalistas conocidos. El 8 de agosto, en el automóvil de la madre de don Enrique Herrera Marín, conducido por el chofer de la señora salimos hacia Madrid el Dr. Peña Gómez, mi hijo Patricio y yo. Patricio tenía que embarcar el 9 hacia Puerto Rico y Peña Gómez el 11 ó el 12 hacia Santo Domingo. Yo retorné a Benidorm y tres días después se fueron Caamaño y Lachapelle, el primero a Londres y el segundo a La Haya. Pero la familia del coronel Caamaño se quedó en Benidorm, y gracias a eso pude fijarme más tarde en ciertos detalles que después cobrarían importancia.

De esos detalles, los que tienen valor para comprender la conducta posterior del coronel Caamaño son los siguientes: El coronel Caamaño volvió a Benidorm en el mes de septiembre y viajó por tierra, en su automóvil —una vagoneta Chevrolet, según creo recordar—, desde Holanda hasta Benidorm. En Holanda recogió al coronel Montes Arache, que había sido designado poco antes agregado militar en Holanda. Los dos militares constitucionalistas pudieron hacer el viaje a Benidorm por la costa española del Este —la llamada de Levante—, con lo que se hubieran ahorrado más de mil kilómetros de camino; sin embargo lo hicieron por Madrid, que está en el centro de España. ¿A qué razón se debió el desvío? A una razón: el coronel Caamaño quería buscar en Madrid una casa para su familia y una escuela para sus hijos (Las escuelas españolas inician sus labores en octubre).

Esa dedicación personal del coronel Caamaño al problema de la educación de sus hijos puede parecer lógica y hasta inocente, pero a la luz de su desaparición —ocurrida en octubre— se advierte que el coronel quería dejar a su familia en un lugar donde le fuera fácil comunicarse con ella en cualquier momento y donde los niños, por lo menos, tuvieran los beneficios que ofrece la vida de una capital. Pero el coronel Caamaño no halló en ese viaje ni casa ni escuela en Madrid, de manera que viajó a Benidorm, siempre acompañado por el coronel Montes Arache. De Benidorm, unos cuatro días después, retornaron ambos a Madrid, donde Caamaño se quedó mientras Montes Arache volaba a Holanda. Ahora bien, Caamaño estuvo en Madrid no sólo buscando casa y escuela, sino además —datos importantes— esperando que le hicieran arreglos a la vagoneta Chevrolet, porque según él mismo dijo, iba a dejársela a su señora y quería que quedara en las mejores condiciones posibles, sobre todo en las mejores condiciones de seguridad —y recuerdo muy bien esas palabras—.

Como yo sabía que Londres es la ciudad más extendida del mundo y suponía que Caamaño no podría vivir allí sin un vehículo, le pregunté si había comprado otro carro. Su respuesta fue que no iba a tener necesidad de otro automóvil. ¿Por qué? Ahora es fácil hallar una explicación: No necesitaría automóvil en Londres porque no iba a seguir viviendo en Londres.

Al retornar a Madrid me llevó a ver la vagoneta, me mostró el encendido, la fuerza de los frenos. “Usted ve” me dijo, “así Chichita se va a quedar con un carro seguro y fuerte. No quiero que vaya a pasarle algo en ese tráfico de Madrid, sobre todo yendo con los muchachos”. Al día siguiente me dijo que había nadado cinco kilómetros y que se sentía muy bien, y unos dos o tres días después me dio a entender que en Londres había llegado a caminar hasta cuarenta kilómetros en un día. Efectivamente, Caamaño cuidaba su dieta, había rebajado no menos de veinte libras y se veía sano y musculoso. Aunque se pasaba la mayor parte del tiempo en su casa, subía a tomar café conmigo a medio día y en la noche. Una de esas noches le dije que había recibido una carta en la que un amigo suyo se quejaba de que él se perdía a menudo durante diez o doce días. Caamaño sonrió con aire infantil y comentó: “Lo hago expresamente, profesor”.

Don Enrique Herrera Marín le invitó varias veces a visitar los pueblos cercanos a Benidorm, pero se negaba a ir bajo el argumento de que quería pasar esos días con su familia. Yo pensé que como había hecho cuatro viajes a España en seis meses, tendría que pasar medio año, o cosa así, sin volver a verlos. Pero al enterarme de su desaparición comprendí la razón de su actitud en los últimos días. Un domingo, ya en el mes de octubre, Caamaño y su familia salieron hacia Madrid. Al despedirse me dio un abrazo y me dijo algo que no pude entender. Sin embargo, el abrazo y las palabras se correspondían y tenían una significación especial; no era una despedida simple, sino algo más. Fue como si me hubiera dicho que volveríamos a vernos en circunstancias especiales, en otra forma, en otra tierra.

A fines de la primera semana de noviembre, se presentó en Benidorm el capitán Lachapelle Díaz. Había volado desde Londres hasta Alicante para saber si yo tenía noticias del coronel Caamaño; horas después llegaban a Benidorm el coronel Montes Arache, el Dr. Jottin Cury y doña Chichita de Caamaño, también en busca de noticias. Cury, Montes Arache, Lachapelle y yo estuvimos largo tiempo analizando punto por punto, y con la mayor atención, todas las posibilidades del caso y nuestra conclusión fue una; el coronel Caamaño se había ido de Europa por su propia voluntad y después de haber preparado con mucha anticipación y con mucho cuidado cada uno de sus pasos. No había temor de que le hubiera sucedido o pudiera sucederle una desgracia. Nuestras dudas quedaron sin aclarar sólo en un aspecto: no sabíamos, ni podríamos averiguarlo por el momento, adónde había ido Caamaño.

¿Hay alguna causa que justifique esa desaparición del coronel Caamaño? Hay varias, no una más. El coronel Caamaño, y todos los constitucionalistas dominicanos, y los no dominicanos que en el mundo entero simpatizan con los constitucionalistas de nuestro país, fuimos engañados en la forma más grosera y lamentable, y no todo el mundo reacciona tranquilamente ante el engaño. Nos engañaron el gobierno de los Estados Unidos, la OEA en pleno y sobre todo los representantes de la OEA en las negociaciones de Santo Domingo; nos engañaron los gobiernos asociados en la OEA y el Dr. García-Godoy, y por último, nos engañamos nosotros mismos que cometimos la ingenuidad de creer que en el llamado sistema democrático de América quedaban todavía algunos escrúpulos morales.

Francisco Alberto Caamaño vivía asqueado de tanta falsedad y no quería seguir padeciendo la atmósfera de mentiras en que vivía. En el mes de junio, y aún a fines de julio, le habían estado mandando cartas e invitaciones dos miembros de la embajada norteamericana en Londres, el ministro Kaiser y el primer secretario Woodruff, y a Caamaño le molestaban esas solicitudes de los funcionarios de un gobierno que había atropellado la soberanía dominicana y que le había hecho creer al mundo que ese atropello había sido compensado por unas negociaciones honorables, gracias a las cuales se encontró una solución para el drama de nuestro país, cuando lo cierto fue que las negociaciones resultaron ser una burla sangrienta, que ha costado hasta ahora muchas vidas y que le cuesta a la República Dominicana una alta cantidad de inestabilidad. Él mismo me lo dijo varias veces: “quiero irme a un sitio donde no oiga nunca más la lengua de esa gente”.

Para darnos cuenta de lo que ha significado para Santo Domingo la burla despiadada a los acuerdos firmados por el Embajador Bunker en representación de los Estados Unidos y por otros embajadores latinoamericanos a nombre de la OEA, tenemos que detenernos en el punto clave de esos acuerdos, que era la integración de los militares constitucionalistas en las fuerzas armadas dominicanas. Esa integración es la garantía de toda la vida pública dominicana durante muchos años; era la garantía de que las fuerzas armadas no intervendrían en la política del país, de que serían imparciales en el proceso electoral y de que apoyarían al gobierno que resultara elegido para que éste pudiera dedicarse a trabajar a favor de los intereses generales del país en vez de estar perdiendo tiempo y energía en desmontar conspiraciones militares y satisfacer apetitos de generales de malos hábitos.

La presencia de los militares constitucionalistas en las fuerzas armadas serviría como un freno para el desbordamiento de los otros, y al mismo tiempo la presencia de los anticonstitucionalistas evitaría que los constitucionalistas se desbordaran en otros sentidos. Como sabemos todos los dominicanos —pero no sabe nadie fuera de Santo Domingo, porque el poder interventor controla las noticias en el mundo—, no hubo integración. Al contrario, se mató, se persiguió, se atropelló a los militares constitucionalistas y de milagro no quedaron aniquilados los más destacados en la increíble batalla del Matum. Ahora, por declaraciones del Dr. García-Godoy sabemos que la burla era algo perfectamente planeado y que el Dr. García-Godoy conocía ese plan y lo cumplió en lo que le correspondía, con el mayor celo y al mismo tiempo con el mayor disimulo.

Para que lo aceptaran como presidente provisional, el Dr. García-Godoy hizo al mando militar constitucionalista numerosas ofertas. Recordemos sólo dos: le dijo al coronel Caamaño que él sería su consejero militar y le dijo al capitán Lachapelle que él sería el jefe de su cuerpo de ayudantes. Pero al general Wessin y Wessin le dijo otra cosa, según puede leerse en El Nacional del 10 de noviembre (1967). En ese número del diario capitaleño hay un reportaje sobre las actividades golpistas del general Wessin y Wessin y por él nos enteramos de que el día 3 de septiembre de 1965 el Dr. Héctor García-Godoy le dijo al jefe del CEFA que “para la paz del país y para el encauzamiento de unas elecciones democráticas algunas figuras descollantes de la contienda bélica debían apartarse del escenario nacional”. El día 14 de noviembre, es decir, cuatro días después de haberse publicado el reportaje, el Dr. García-Godoy daba como cierta esa publicación de El Nacional, según declaraciones que hizo a ese diario en la fecha indicada. Luego, al tomar posesión de su cargo de presidente provisional, el Dr. García-Godoy sabía que no habría integración y que los jefes constitucionalistas saldrían del país, y él mismo acorraló a todos los militares constitucionalistas en el campamento 27 de Febrero y él mismo sacó a los jefes del país.

La intervención militar norteamericana en Santo Domingo fue un atropello y las negociaciones subsiguientes a la intervención fueron una burla despiadada, y el pueblo dominicano está sufriendo las consecuencias de tanta depravación.

Para colmar la burla con la humillación, los militares constitucionalistas han sido echados de sus trabajos, han tenido que esconderse o emigrar, y a los oficiales mandados al exterior se les deja meses y meses sin pagarle su sueldo militar. El plan de destruir en Santo Domingo toda fuerza capaz de levantarse por encima del nivel de ignominia típico de las colonias, fue elaborado ante el nefasto 28 de abril de 1965 y está cumpliéndose inexorablemente. Tal parece que la sola existencia de la República Dominicana desata en los norteamericanos todos los demonios de la destrucción y de la crueldad. De otra manera no puede explicarse tanta saña en destruir lo más delicado y hermoso de nuestro pueblo.

Todo eso actuó y fermentó en el corazón de Francisco Alberto Caamaño, debido a todo eso ha ido a algún lugar del mundo donde puede prepararse, según su conciencia, para que los dominicanos no vuelvan a sufrir atropellos y burlas. Se trata, en suma, de una ausencia, no de una desaparición.

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Una mentira más/Juan Bosch
(Gaceta del Caribe, Año I, N° 7, La Habana, septiembre de 1944, pp.10-11)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

Sobre la montaña de mentiras que ha acumulado la dictadura de Rafael L. Trujillo para esconder a los ojos de América la realidad dominicana, ha puesto ahora una más: la de una fementida Confederación Dominicana del Trabajo. Este engendro ha nacido en el despacho de un señor llamado Paíno Pichardo, secretario del dictador y hombre sin escrúpulos privados o públicos, que ha asesinado por sus propias manos a enemigos del régimen y se ha enriquecido a expensas del Pueblo.

Recientemente, la falsa Confederación Dominicana del Trabajo publicó un folleto dirigido “a los obreros de América”, en el cual sólo se hace una cosa: elogiar desmedidamente a Trujillo y denostar a los que combaten la tiranía dominicana. El folleto fue editado en julio de 1944. El día 7 de ese mes fue hecho preso en Santo Domingo un obrero luchador, Freddy Valdez. Su culpa fue querer organizar un movimiento obrero libre en la República Dominicana. Hasta ahora, mediados de septiembre, no se ha sabido palabra de Freddy Valdez, y sus familiares no han podido averiguar si todavía está preso o si fue asesinado ya en las cárceles de Trujillo.

El “mensaje” de la supuesta Confederación Dominicana del Trabajo pasa por alto tal circunstancia. ¡Valientes compañeros son los que firman, cuando ni siquiera se preocupan por saber qué suerte ha corrido un militante leal del movimiento obrero de su país!

La burda mentira de la dictadura se ve de inmediato, en el caso que tratamos, leyendo las firmas del folleto. En la página 10 firma como Secretario General de la organización un señor Julio César Ballester; y resulta que en otro lugar de la misma página, perdido entre los nombres de los que forman la Federación Local, está otra vez el nombre del Sr. Julio César Ballester. Igual sucede con un tal Ramón Calderón Jiménez y con un tal Valentín Evangelista. De donde se saca en conclusión que Trujillo no dispone de muchos hombres a los que confiar los cargos de la fementida Confederación.

En el folleto no se dice —¡qué casualidad!— que están prohibidas las huelgas en Santo Domingo; ni se mencionan las víctimas de La Romana, los catorce ahorcados, a quienes se acusó de participar en un movimiento de huelga que tenía por finalidad alcanzar un jornal mínimo de 40 centavos para los trabajadores del azúcar; no se alude al reclutamiento de campesinos, hecho con el ejército, y que son forzados a trabajar en los centrales del Este por 25 centavos diarios; ni se protesta por la terrible ley de vagos que acaba de dictar el Sr. Trujillo, destinada a facilitar la extensión del trabajo forzado en las propiedades y en las fábricas privadas del “benefactor” mediante el uso de las tropas que pueden considerar “vago” a cuanto ciudadano se les antoje y obligarlo a trabajar donde les plazca.

Todo eso se silencia. Se silencia la trágica situación de las masas pobres en la capital del país, cuyas calles no pueden transitar los que no dispongan de zapatos, aunque sean niños de seis o siete años. Esta última disposición, tomada para impresionar bien a los visitantes, obliga a los niños pobres a mantenerse todo el día sin salir a la calle, y es frecuente ver en Santo Domingo a las pequeñas criaturas caminar con zapatos de hombre: son los del padre, utilizados cuando a su vuelta al hogar aquél se despoja de ellos… ¡Tanta es el ansia de ver cielo que tiene la infancia dominicana!

El folleto de marras no habla de eso. Dice fríamente que jamás hubo —excepto ahora, bajo la “benévola tolerancia” del dictador, desde luego— movimiento obrero en la República Dominicana, y olvida que Trujillo destruyó la
Confederación Dominicana del Trabajo mediante el uso eficaz de las ametralladoras, puestas a funcionar ante las manifestaciones obreras que se opusieron al tirano. Los firmantes del folleto parecen ignorar que hay abundantes colecciones de periódicos dominicanos, anteriores a la era del dictador, en los cuales consta profusamente todo eso que ellos niegan. Pero ocurre con esta mentira lo que con todas: no puede mantenerse.

Cuando más entusiasmados están los defensores de Trujillo, hablando de “este peñón heroico del Caribe” y de otras sandeces que nada tienen que ver con el movimiento obrero, se acuerdan de nosotros y afirman “que no serán los políticos ambiciosos e individualistas que combaten al presidente Trujillo desde tierras extranjeras, por motivos personales y de privilegios de casta, los que podrán tergiversar” la actitud de tan frenéticos amigos del dictador. Un poco antes nos llaman “reaccionarios de nacimiento y a perpetuidad”, olvidándose que en un folleto anterior nos combatían acusándonos de “comunistas”, “ácratas” y “socialistas”. La contradicción no les importa ni tienen que ver con ella; al fin y al cabo no son los culpables de tales contradicciones, ya que el folleto no fue redactado por ellos, sino por el Sr. Paíno Pichardo. Lo importante es que esos falsos obreros reconozcan que hay “políticos combatiendo desde tierras extranjeras” al régimen de Trujillo, con lo cual lanzan la peor acusación que puede hacerse a dicho régimen.

Si somos políticos ¿qué hacemos en el exilio? ¿Se concibe un político actuando lejos del pueblo en el cual necesita vivir para lograr sus fines? ¿Por qué hay dominicanos fuera de su país en calidad de desterrados? ¿Qué hacemos nosotros malgastando nuestros mejores años, nuestras energías, nuestros entusiasmos fuera de la patria? La piedra de toque de un régimen cualquiera es ésa. Hoy no hay en América exiliados venezolanos, cubanos, guatemaltecos, salvadoreños; los hubo sin embargo mientras gobernaron Gómez, Machado, Ubico, Martínez. Por la hoya del Caribe deambulan nicaragüenses, hondureños y dominicanos; estamos seguros de que no deambularán más un día después de que hayan sido derrocados Somoza, Carías y Trujillo. Estamos fuera de nuestro país porque en él no se disfruta de libertad alguna. No es posible pensar en Santo Domingo; mucho menos es posible actuar. Si en la República Dominicana hubiera, como aseguran los firmantes del Mensaje a los Obreros de América, una organización libre de trabajadores, habría libertad de expresión y de acción política, pues no se concibe régimen alguno que ofrezca garantía de libertad para una sola manifestación de la actividad social. Sin libre prensa no puede haber libre movimiento obrero; sin libre expresión, para hacer manifestaciones, protestas, huelgas, propaganda, no existirá jamás, en parte alguna de la tierra, posibilidad de libre movilización de los trabajadores.

Sin libertad política no puede concebirse la libertad sindical, pues ¿cómo se exterioriza ésta si un sector de la opinión pública no lleva su voz hasta los poderes del Estado, el Parlamento, el Ejecutivo, el Pueblo mismo? Y si los dominicanos disfrutaran de esas libertades, ¿se explicaría que millares, cientos de sus líderes entre ellos, estuvieran en el exilio? ¡No, miserables embusteros, estuviéramos ahí haciendo buen uso de esas libertades, por limitadas que fueran, pues mucho más haríamos laborando dentro del país, junto al Pueblo, aunque fuera con escaso margen de acción, que lo que hacemos desde el destierro, comunicándonos sólo con las organizaciones clandestinas sin poder hacer llegar a las grandes masas nuestra voz!

El régimen de censura que padece Santo Domingo es de naturaleza inconcebible. Si alguno de sus enemigos habla por radio desde un país cercano, la radio es interferida; todo periódico que lleve la firma de un dominicano combatiente por la libertad, es quemado, aunque el tema que trate nada tenga que ver con lo que sucede en los predios de Trujillo. Excepto la correspondencia subterránea con los hombres del movimiento secreto, los exiliados dominicanos no pueden tener contacto alguno con el país ¡ni siquiera con sus familiares! Los ataques de que son víctimas por parte del dictador y de sus compinches no pueden ser respondidos allí mismo. Prolongado durante catorce años, este aislamiento mental, este destierro del mundo circundante ha acabado dándoles al dictador y a los suyos una idea falsa de la realidad americana; la deformación interior les ha deformado el ámbito exterior. De ahí que crean fácil engañar a América con las mentiras que sus enfermos cerebros elucubran para cerebros enfermos también; de ahí que hayan urdido ese engendro que se llama Confederación Dominicana del Trabajo, ignorando que ellos mismos se encargan de mostrar ante América la falsedad de tal organización.

Prueba al canto: el Diario de la Marina publicó hace poco fotografía del acto de fundación de la mencionada Confederación. El acto se daba en un teatro; había algunos cientos de obreros sentados en las lunetas. En el escenario, donde lógicamente debían tener asiento los directores de la flamante institución, muellemente colocados en grandes sillones, aparecían el Sr. Paíno Pichardo, Secretario de Estado de la Presidencia, otros tantos ministros, unos cuantos generales llenos de rutilantes medallas y en el centro, ocupando un trono dorado, cuidadosamente colocado para presidir aquella farsa, se veía el retrato del “benefactor” Rafael L. Trujillo. No estaba en la pared ¡sino en una gran silla, señores! Pues en Santo Domingo hay que rendir homenaje a la efigie del dictador, que toma en figura el asiento central en todo acto, igual que los antiguos señores absolutos o que Adolfo Hitler, ante cuyo retrato debe hacerse el saludo del brazo en alto y gritar desaforadamente. “¡Heil Trujillo!”, digo, “¡Heil Hitler!”.

No es fácil engañar a América. La realidad dominicana es demasiado cruda, sangrienta, burda, para esconderla tras una montaña de mentiras. Los millares de dólares gastados en propaganda exterior pueden aprovechar a la empresa editora de los periódicos que como el Diario de la Marina se prestan a publicar fotos tras fotos de Trujillo y de los suyos. Pero no aprovechan al dictador. Como no es posible mantener la mentira, en esas mismas fotos y en la frecuencia e inexplicable manera de producirlas hallan los pueblos americanos la explicación de la verdad dominicana. En folletos como el que comentamos está implícita la realidad, pues ¿publican acaso las confederaciones de trabajadores de Cuba, de México, de Colombia, de Costa Rica, “mensajes” encaminados a convencer a los demás pueblos de que existen? Lo que vive está vivo por sí mismo y no requiere proclamación.

Si en Santo Domingo hubiera una Federación Dominicana del Trabajo, todos los trabajadores de América lo sabrían desde hace mucho tiempo. No lo sabían, y ahora, ante el folleto que publicó la Secretaría de la Presidencia y que se pagó con fondos de ese departamento; ante ese folleto... los obreros del Continente se encogen de hombros y dicen llenos de cólera: Una mentira más del tal Trujillo, el tirano que asesina a nuestros hermanos en la República Dominicana.

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Trujillo: problema de América/Juan Bosch
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch
(Combate, San José (Costa Rica), marzo-abril, 1959. Igualmente en VARGAS ARAYA, Armando, Costa Rica en Juan Bosch, San José, Costa Rica, Editorial Juricentro, S.A., 2009, pp.229-239)
La presencia de Rafael Leonidas Trujillo al frente de la dictadura que gobierna en la República Dominicana no es un problema exclusivo del pueblo de Santo Domingo; es un problema continental, que mantiene en tensión la sensibilidad de la América Latina y perturba las relaciones de nuestros países con Estados Unidos. Esto último resulta inexplicable para la mayoría de los líderes políticos norteamericanos, y sin embargo resulta claro como el día para todo el mundo en la América Latina.

La razón está en que la ocupación militar de Santo Domingo llevada a cabo por el U.S. Marine Corps fue un hecho sin importancia para un país tan poderoso como Estados Unidos, y probablemente de cada cien mil norteamericanos sólo uno haya oído hablar vagamente del asunto. Pero en toda la América Latina viejos y niños saben que hubo tal ocupación militar y que nuestros pueblos se sintieron humillados por esa agresión a un país latinoamericano que no era enemigo de Estados Unidos y que por su escasez de recursos no podía amenazar la seguridad de la patria de Jefferson y Lincoln.

Toda la América Latina sabe también que el origen inmediato de la tiranía de Trujillo está en esa ocupación militar, puesto que Rafael Leonidas Trujillo comenzó su vida pública como subteniente de las fuerzas constabularias que formaron los jefes del U.S. Marine Corps en sustitución del ejército dominicano, disuelto por las autoridades militares de ocupación.

Toda la América Latina sabe también que el subteniente Trujillo fue ascendido rápidamente, siempre por designación de los jefes del U.S. Marine Corps, y que cuando en 1924 la Infantería de Marina abandonó el país, el Sr. Sumner Welles, delegado personal del presidente de Estados Unidos en las negociaciones de desocupación, pidió al nuevo gobierno dominicano el ascenso de Trujillo a coronel, petición que fue atendida en el acto.

Toda la América Latina sabe también que desde su posición de coronel Rafael Leonidas Trujillo pasó a ser jefe del ejército, y que hallándose en ese cargo organizó un golpe de Estado contra el Gobierno y tomó el poder que ha mantenido durante veinticinco años.

Toda la América Latina sabe también que el pueblo dominicano no pudo luchar contra ese golpe de Estado porque el país había sido previamente desarmado por las autoridades militares norteamericanas; el control exclusivo de las armas estaba en manos del ejército organizado por la ocupación militar, y el jefe del Ejército era Rafael Leonidas Trujillo.

Esa historia, que ignoran los líderes políticos y la opinión pública de Norteamérica pero que no ignoran ni los líderes democráticos ni la opinión pública de la América Latina, es lo que explica por qué grandes multitudes de venezolanos aplaudían tan atronadora y prolongadamente cuando Fidel Castro dijo, durante su visita a Caracas en el mes de enero, que Trujillo había sido esbirro del Departamento de Estado y que por eso se hallaba todavía en el poder.

En la América Latina hay dos sentimientos dominantes, que tampoco han querido comprender los líderes políticos de los Estados Unidos: amamos la libertad por encima de todo otro valor moral, y estamos entrañablemente unidos, como pueden estarlo los hermanos más afectuosos. Es evidente que hasta hace poco nuestros pueblos no han tenido la educación política suficiente ni las bases económicas y sociales necesarias para establecer y desarrollar democracias estables. Pero eso no significa que seamos incapaces de hacerlo. Lo han hecho Chile, Uruguay y Costa Rica; en los últimos años lo ha hecho México; luego, pueden hacerlo todos los demás.

Por nuestro amor a la libertad hablan nuestros muertos: millones de vidas se han inmolado en las luchas latinoamericanas por lograr libertades públicas. Sólo en la zona del Caribe, en los últimos cincuenta años, las víctimas de las tiranías pasan de medio millón. Los pueblos que se sacrifican en tal grado no pueden ser tratados con desdén cuando se dice que las libertades democráticas deben ser conquistadas con esfuerzo. Con el debido respeto, creemos que Estados Unidos no puede presentar cifras tan impresionantes, aunque nos alegramos de que su ciudadanía no haya tenido que morir en combate para afirmar los derechos que conquistó en la guerra de 1777.

En cuanto a nuestro sentimiento de unidad, los americanos de lengua española formamos diecinueve países diferentes, pero somos un solo pueblo. La gran masa de estudiantes, obreros, campesinos, intelectuales, comprende y reconoce las razones históricas y económicas de la división de naciones, pero la rechaza como hecho emocional. Jamás se le ocurriría a un chileno pensar que Benito Juárez, el héroe mexicano, es un extranjero; ni a un uruguayo creer que José Martí, el apóstol de la libertad de Cuba, es un extraño.

José de San Martín fue general y Libertador en Argentina, Chile y Perú; Simón Bolívar lo fue en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Un dominicano, Máximo Gómez, encabezó el ejército libertador de Cuba. Ernesto Guevara, argentino, es hoy un héroe cubano. Nunca pensaría un demócrata venezolano que José Figueres es extranjero por el hecho de haber nacido en Costa Rica, ni un panameño admitiría la idea de que Rómulo Betancourt no tiene derecho a preocuparse tanto como él por el destino de Panamá. Haya de la Torre es tan colombiano en Colombia como peruano en Perú.

Debido a ese fortísimo sentimiento de unidad, que en sus orígenes se confunde con el amor a la libertad, cada latinoamericano se sintió humillado por la ocupación militar norteamericana de Santo Domingo, y cada latinoamericano se siente colérico con la presencia de la dictadura de Trujillo en la República Dominicana. Para un ciudadano de la democracia chilena, para un estudiante de Uruguay, para una mujer de Cuba, Trujillo está tiranizando no sólo a los dominicanos, sino a la gran masa latinoamericana. Y puesto que Trujillo inició su vida pública, y avanzó en su carrera militar, al favor del U.S. Marine Corps, ellos piensan y sienten y creen que Estados Unidos es en gran medida responsable de su infortunio.

Por otra parte, Trujillo ha sido persistente en atacar a la democracia dondequiera que se haya establecido en la América Latina; ha mantenido año tras año una propaganda de radio, prensa y libro, en los términos más procaces que permite el idioma, encaminada a ensuciar con calumnia de burdel el buen nombre de cuantos líderes honestos y capaces ha producido la vocación democrática de nuestros pueblos. Ha insultado a jefes de estado, escritores, científicos, líderes de partidos; ha organizado conspiraciones, complots, revueltas, asesinatos contra todo régimen democrático latinoamericano; se ha valido de los medios más repugnantes para destruir la democracia en América. El dictador de Santo Domingo ha actuado en ese sentido sin que jamás haya encontrado el menor obstáculo de parte de los organismos interamericanos. La organización de Estados Americanos ha tratado a Trujillo con distinción, y ha atendido sin demora el altísimo número de reclamaciones que ha hecho el dictador contra gobiernos democráticos de América.

No ha habido en la historia del hemisferio un gobernante que haya causado ni la mitad de las perturbaciones en las relaciones continentales que ha causado Trujillo; se recuerdan casos de conflictos provocados por nimiedades como incidentes en juegos de pelota entre novenas dominicanas y de otros países. No ha habido en la historia del hemisferio otro gobernante que se haya atrevido, como lo ha hecho Trujillo, a secuestrar y asesinar adversarios políticos en territorio de otros países de América; Trujillo lo ha hecho por lo menos seis veces, y sólo en Estados Unidos, en tres ocasiones.

No ha habido en la historia del hemisferio otro gobernante que se haya atrevido a ejercer abiertamente la piratería; Trujillo apresó en México y Cuba un buque de bandera guatemalteca, lo condujo a puerto dominicano, mantuvo presa a una parte de la tripulación y dio muerte al resto.

No ha habido en la historia del hemisferio otro gobernante que se haya atrevido a ordenar el asesinato en masa de ciudadanos de otro país; Trujillo lo hizo con más de veinte mil haitianos, con norteamericanos, cubanos, costarricenses.

Ninguno de esos delitos de agresión, muchos de ellos inauditos, le procuró molestias a Trujillo, ni siquiera la repulsa de la Organización de Estados Americanos o una acusación ante ella, a pesar de que en varias ocasiones cancillerías y gobiernos de la América Latina hicieron pública su condenación por tales hechos. Los pueblos de la América Latina creen que la OEA es una organización que se halla primordialmente al servicio de la política exterior de Estados Unidos. No decimos que lo sea, sino que los pueblos lo creen así. La tolerancia que ha tenido la OEA con Trujillo y con todos los demás dictadores de la América Latina, ha perjudicado su crédito y sobre todo ha llevado a nuestros pueblos a pensar que quien respalda a Trujillo en el seno de la OEA y le defiende en cuantas situaciones difíciles pudieran presentársele, es el Departamento de Estado.

En este artículo no estamos opinando acerca de la justicia o la injusticia de esa manera de pensar. Exponemos lo que piensa la América Latina. Cualquier persona que pregunte a la gente del común en esta parte del hemisferio puede comprobar que no inventamos nada. No lanzamos acusaciones; expresamos un estado de ánimo. Decir estas verdades es exponerse a que periodistas, abogados, senadores y representantes y hasta profesores y sacerdotes de Estados Unidos se alarmen y acusen al que las diga de ser un agente comunista. Es frecuente que en la prensa de Norteamérica aparezcan artículos en que se afirma que los adversarios de Trujillo y de su dictadura son servidores de Moscú.

El latinoamericano común recuerda que cuando el gobierno de Árbenz, en Guatemala, dio señales de inclinarse a la línea del comunismo internacional, toda la prensa de Estados Unidos desató una propaganda demoledora contra Árbenz, y tras la propaganda se produjo la agresión armada que capitaneó Castillo Armas.

El latinoamericano común recuerda a menudo aquel episodio de la política norteamericana en el Caribe, y se dice, “Es extraño que hubiera tanta decisión para derrocar a Árbenz y que no haya ninguna inclinación a detener la carrera de secuestros, asesinatos y agresiones de Trujillo a su pueblo y a otros pueblos de América”.

El latinoamericano común tiene una manera simple de juzgar, y entre sus muchas ingenuidades una de las más arraigadas es su creencia en que no puede haber dos democracias. Por eso, cuando oye a los altos funcionarios norteamericanos hablar de que en Rusia no hay democracia se pregunta porqué esos funcionarios no dicen también que en Santo Domingo no hay democracia.

El latinoamericano común conoce a sus líderes, y cuando lee un artículo de algún periodista norteamericano en que se afirma que Rómulo Betancourt reclama libertad en Santo Domingo porque es un agente comunista, y que José Figueres pone en peligro la paz hemisférica cuando denuncia los crímenes de Trujillo, piensa que el señor que escribe tales cosas y los periódicos que las publican están obedeciendo órdenes de centros oficiales norteamericanos.

El latinoamericano común no puede comprender que grupos de senadores de los dos partidos norteamericanos se dediquen a hacer encendidos elogios de Trujillo y que periódicos y agencias de noticias de Estados Unidos den difusión a esos elogios si no hay centros oficiales interesados en que así se haga.

El latinoamericano común lee periódicos, ve televisión, oye radio o, si es muy pobre, se entera de los acontecimientos a través de comentarios y amigos y conocidos. Como todo ser humano, oye, ve y juzga. Como todo ser que juzga, se prepara insensiblemente a actuar.

El latinoamericano común odia sobre todo a los tiranos, porque para él encarnan el terror, la persecución y el atraso político, y tal vez porque él, como todos sus hermanos de raza, ha sufrido alguna vez a manos de un dictador.

El latinoamericano común conoce a Trujillo, sabe quién es y cómo actúa. Para él, Trujillo es sinónimo de tiranía. Por eso se inclina a oír con simpatía a quien le habla de Trujillo y de los vínculos que hay entre el origen político de Trujillo y la ocupación militar norteamericana de Santo Domingo, y del alto número de periodistas, profesores, políticos, sacerdotes y hasta científicos norteamericanos que han salido a la defensa de Trujillo y de su régimen.

Muchas veces el que habla es un comunista, que acentúa en beneficio de su causa la responsabilidad de Estados Unidos en el caso de Trujillo; y un año después, ese latinoamericano común que le oía —obrero de una fábrica, estudiante de bachillerato, empleado en una tienda— desfila junto con muchos otros por las calles de Caracas, Lima o Buenos Aires, y lleva un cartel que dice: “¡Abajo el imperialismo! ¡Nixon, go home!”. Ese hombre se radicalizó, su odio a la tiranía y su vivo sentimiento de unidad latinoamericana le llevaron al comunismo. Pero millones y millones como él no llegaron a radicalizarse, no se hicieron comunistas, porque se sentían inclinados a partidos populares como Acción Democrática de Venezuela, Liberación Nacional de Costa Rica, APRA del Perú, Partido Revolucionario Dominicano de Santo Domingo, organizaciones democráticas con doctrina moderna y directores serios, estudiosos y capaces.

Esos partidos se formaron en lucha por la libertad y el bienestar de sus pueblos, y por tanto tienen autoridad moral sobre las masas. Ninguno de ellos sería capaz de negar su ayuda a la tarea de derrocar una tiranía como la de Trujillo bajo el pretexto de que eso sería intervenir en los problemas de un país extranjero. Los partidos democráticos de la América Latina saben que la unidad de nuestros pueblos y su inclinación natural a luchar contra las tiranías son dos valores de primera categoría en el haber político de América. Sería grave error desestimar esos valores.

Tampoco admiten esos partidos que la responsabilidad por la presencia de tiranos en la América Latina sea de Estados Unidos. Nadie puede negar que desde principios de este siglo ha venido acentuándose en Washington la tendencia a respaldar los regímenes dictatoriales en la América Latina, ofreciéndoles a menudo ayuda militar, económica, política y moral; y es evidente que cuando no ha sido hostil a los demócratas de la América Latina, Washington ha sido indiferente a la persecución y al terror desatados en nuestros países por los tiranos. Pero es injusto achacar a Estados Unidos la paternidad de la tiranía como sistema político latinoamericano. Washington no prohijó la tiranía de Francia en Paraguay, ni la de Rosas en Argentina ni la de Melgarejo en Bolivia; no prohijó la de García Moreno en el Ecuador, la de Henri Christophe en Haití, la de Ulises Heureaux en Santo Domingo.

La dictadura tiene antecedentes históricos en la América Latina y corresponde a formas económicas, sociales, políticas y culturales que nosotros heredamos de España y que por suerte estamos superando. Sin duda que ha habido tiranías nacidas y sostenidas en gran parte debido a actuaciones de Estados Unidos. Esto ha sucedido sobre todo a partir de 1900. Los dos ejemplos más notables son la dominicana y la de Nicaragua, de orígenes muy parecidos y de métodos similares. Ambos ejemplos comprometen y lesionan el prestigio de la democracia norteamericana en la América Latina.

Los que luchamos por la extensión del régimen democrático a toda la América Latina nos encontramos a menudo que tenemos que librar la batalla no sólo contra los tiranos, sino también contra sus aliados en Washington, y a veces esos aliados son más poderosos que las propias dictaduras. Cuando esto sucede, tenemos que aceptar la ayuda de todos los grupos que combaten al dictador; y entre tales grupos se hallan siempre los comunistas. Si no hubiera dictadores a los cuales hay que derrocar, las alianzas de las fuerzas democráticas y los comunistas de la América Latina no serían tan frecuentes.

Los políticos y la opinión pública de Estados Unidos no comprenden que los hechos sucedan así, o no desean comprenderlo. Como es lógico, cuando una tiranía es derribada, los pueblos de la América Latina, que han luchado solos contra ella, se enardecen y oyen con cierto placer malicioso a los comunistas recordarles que Washington no ayudó en la lucha, sino que ayudó al tirano. Generalmente los expertos norteamericanos en política internacional, que ven a los comunistas actuando en esa forma, toman la parte por el todo y explican al pueblo de Estados Unidos los sucesos de acuerdo con un patrón. Puesto que quienes lanzan acusaciones a Washington son comunistas y las masas los oyen con alguna complacencia, no hay duda de que la revolución antidictatorial fue comunista. “Son comunistas los que están creando desórdenes en la América Latina”, dicen.

La verdad resulta en esos casos falseada dos veces, pues ni son comunistas los que derrocan a los tiranos, aunque ellos ayuden, ni destruir una dictadura latinoamericana es desorden. Nuestros pueblos quieren orden en el acatamiento de la ley por parte del ciudadano y del gobernante; dignidad privada y pública; progreso político, que sólo puede lograrse mediante el ejercicio de los derechos; régimen democrático que permita a cada grupo social la defensa de sus intereses. Y quieren todo eso para la América Latina, no para un solo país. La gran masa latinoamericana, que ha estado leyendo u oyendo acerca de los crímenes de Trujillo durante más de un cuarto de siglo, tiene a Trujillo como el símbolo de la tiranía.

“Ahora le toca a Trujillo”, dice el hombre común en México, en La Habana, en Puerto Rico, en Argentina. Y su instinto no yerra. Porque Trujillo no es ya un problema sólo para Santo Domingo: es un problema continental, el problema número uno de todo el hemisferio americano.

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Bosch enjuicia obra de John Bartlow Martin, ex embajador EU
[El Nacional de ¡Ahora!, Santo Domingo, 5 de enero de 1987, p.2. MARTIN, John Bartlow, "El destino dominicano"/La crisis dominicana desde la caída de Trujillo hasta la guerra civil. Traducción de Víctor GARCÍA y J. Federico MARTIN, Santo Domingo, Editora de Santo Domingo, S.A., 1975 (N. del E.)]
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

John Bartlow Martin era, como escritor, un mal artesano de la palabra, no porque no supiera escribir sino porque escogía temas mediocres y al exponerlos se ponía a la orden de quien le pagaba para decir lo que le interesaba al pagador. Por ejemplo, su obra Overtaken by Events (Sorprendidos por los acontecimientos) está plagada de inexactitudes y su biografía de Adlai Stevenson pone de manifiesto la baja capacidad del autor para enjuiciar hombres y acontecimientos, porque Stevenson no merecía ni remotamente una biografía dado que nunca hizo nada importante para que se hiciera su historia, pero era amigo de Bartlow Martin y fue él quien le pidió a Kennedy que lo enviara de embajador a la República Dominicana, posición que Bartlow Martin se consideraba autorizado a desempeñar porque allá por el año 1938 había hecho un viaje a este país.

Bartlow Martin no tenía condiciones para ser embajador de su país ni en la República Dominicana ni en ninguna parte. Carecía de todas las condiciones que hacen falta para desempeñar funciones diplomáticas; ante cualquier problema, por mínimo que fuera, perdía la cabeza y empezaba a temblar. Yo tuve que llamarle duramente la atención en la oportunidad en que estando yo en el despacho que me correspondía como presidente de la República entró tembloroso y pálido gritando como si estuvieran persiguiéndolo para darle muerte. Sus gritos se debían a que un periodista norteamericano le había dicho que yo había ordenado al ejército dominicano que invadiera Haití.

Además de lo que acabo de decir, el representante del presidente Kennedy tenía una irresistible propensión a decir mentiras, y por si todo eso fuera poco, no respetaba las reglas del juego de la diplomacia. En ese terreno llegaba a extremos tales como el de llamarme por teléfono una noche a las 2 de la mañana para darme la supuesta noticia de que Papa Doc Duvalier había salido en avión de Haití y se dirigía a Argelia, a lo que le respondí que eso no podía ser cierto porque en Haití no había sucedido nada que pudiera provocar la fuga del dictador.

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Bosch aporta pruebas para demostrar que Hostos no fue ateo
[Conferencia en San Juan, Puerto Rico (El Sol, Santo Domingo, 12 de enero de 1989, p.8)]
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

La Escuela Hostosiana, que desde el primer año de educación primaria hasta el último de la enseñanza universitaria formaba a los jóvenes dominicanos no sólo en el aspecto intelectual sino también en el moral, en el patriótico, sería desmantelada por la dictadura de Trujillo, que cometió al destruirla el crimen mayor, más costoso y aborrecible de todos los suyos. Esa escuela había sido creada para que se expandiera con el correr de los años, pero fue acusada de atea por un pseudo intelectual servidor de la tiranía, y esa acusación originó su sentencia de muerte.

La obra de Hostos no fue atea; no puede serlo ningún esfuerzo que se dirija a hacer de los hombres, desde sus primeros años, seres mejores, más conscientes, más cultos; y si algo demuestra que Hostos no fue, como se le dijo a Trujillo que era, un enemigo de la religión, lo dicen los siguientes hechos: el primero, tal como explicó Camila Henríquez Ureña, “en sus planes para los Liceos y las Escuelas Normales [Hostos] incluyó en el último curso lo que llamaba Ciencia e historia de las Religiones”, materia de la cual decía Hostos que era “una exposición metódica de los esfuerzos hechos por el hombre en la investigación de la causa de las causas; una presentación de las religiones en su doble objeto de interpretación de la divinidad y de la religión de las muchedumbres”; el segundo de esos hechos fue la entrega por el gobierno del presidente Fernando Arturo de Meriño, en quien al mismo tiempo que el poder secular recaía el de la Iglesia Católica debido a que era su jefe en su condición de Arzobispo, del edificio de la Tercera Orden de Santo Domingo, anexo al antiguo Convento de los Dominicos, en condición de local propio de la Escuela Normal; y si esa decisión de Monseñor Meriño no hubiera sido suficiente para desmentir la tardía acusación de ateo que cayó sobre Hostos más de sesenta y cinco años después de haberse llevado a cabo la primera investidura de maestros normalistas, hay que tomar en cuenta la aprobación de lo que se enseñaba en la Escuela Normal de otro sacerdote que figura en la historia dominicana como un bienhechor sin paralelo, el padre Francisco Javier Billini, que había establecido un colegio y se oponía a la enseñanza impartida en la Escuela Normal y acabó reconociendo esa oposición suya como un error.

Hay pruebas escritas de que Hostos no era ateo. Una de ellas es su artículo “El Cura”, que forma parte de una miniserie dedicada a Baní, resultado de un viaje a Azua que hiciera entre agosto y septiembre de 1882. En ese artículo su autor cuenta que entró en la iglesia de San Cristóbal en el momento en que el sacerdote les hablaba a sus feligreses, de quienes dice que estaban allí “atentos, silenciosos, reflexivos, oyendo la palabra” del cura, y afirma: “Lo que yo oí, yo también lo aprobé. Lo aprobé tanto que salí meditando en la importancia del hermoso papel que puede representar entre la gente sencilla de los pueblos y los campos, y el mejoramiento moral de la República, el cura de almas, el buen cura, aquel cura, como el que acababa de oír, y otro, en otro tiempo oído en Puerto Rico, que exalta con su palabra y su consejo las virtudes, que las pone al alcance de los entendimientos menos claros, que las hace agradables al corazón del pueblo y no solo les da por recompensa las del cielo sino el bienestar individual, las venturas de familia, la consideración social y el engrandecimiento de la patria”.

Fueron varias las páginas que Hostos dedicó a destacar el papel que desempeñaban los sacerdotes en la vida del pueblo dominicano, y se refirió también al aspecto negativo de la escasez de ellos diciendo: “Desgraciadamente, sacerdocio en sacrificio, y el número de los que se sacrifican ha sido, es y será siempre como el número de las almas eximias, muy reducido”; e inmediatamente agrega: “Desgraciadamente también, sacerdocio procede de sacer, y ese adjetivo es formidable como hombre de dos caras o espadas de dos filos: por una parte sacer es sagrado; por otra cara, maldito, malvado, pernicioso. La cara más común es casi mala”.

En unas líneas de las páginas dedicadas a destacar el papel de los sacerdotes en el país Hostos afirmó “…en el estado actual de la sociedad dominicana, el cura de almas tiene una influencia positiva que el estadista y el pensador no deben tener la ceguedad de conocer”. Y por último, fue él quien propuso al padre Fernando de Meriño, presidente de la República, para rector del Instituto Profesional, que él, Hostos, dirigía, propuesta que el padre Meriño aceptó, y seguramente no la habría aceptado, de haber sido Hostos ateo.

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Los manuscritos de Juan Bosch (Miguel Franjul, Bosch, noventa días de clandestinidad)

"Movimientos para ocultar durante 90 días a Juan Bosch tras el descubrimiento de la invasión guerrillera al mando del ex-coronel Francisco Caamaño Deñó". Doce manuscritos emitidos en la clandestinidad y la declaración que hiciera cuando sorpresivamente se presentó en la Casa Nacional del PRD.
«El 2 de febrero de 1973 Francisco Alberto Caamaño Deñó, heroe de la Revolución de Abril de 1965, desembarcó por playa Caracoles, bahía de Ocoa, Azua, para establecer una guerrilla con el propósito de poner fin a la situación de terror político que vivió la República Dominicana bajo los seis años de gobierno que para la fecha llevaba el Dr. Balaguer después de haber sido impuesto en unas elecciones fraudulentas por Lyndon B. Johnson, el presidente norteamericano que envió tropas al país para impedir que fructificara una revolución democrática que perseguía el retorno a la Constitución de 1963 y del profesor Juan Bosch a la presidencia (de la que había sido derrocado por un golpe de Estado ejecutado bajo las órdenes de su predecesor, John F. Kennedy). Lo acompañaban Heberto Giordano Lalane José, Toribio Peña Jáquez, Hamlet Hermann Pérez, Mario Nelson Galán Durán, Claudio Caamaño Grullón, Alfredo Pérez Vargas, Juan Ramón Payero Ulloa y Ramón Euclides Holguín Marte.

«Del grupo sobrevivieron Toribio Peña Jáquez (Felipe), quien se extravió en el desembarco y viajó a Santo Domingo, así como Hamlet Hermann (Freddy) y Claudio Caamaño Grullón (Sergio).

«En el momento de arribo de la guerrilla a suelo dominicano eran asesinados cientos de jóvenes en toda la geografía dominicana, perseguidos y torturados en la lucha que llevaban a cabo contra el régimen de terror impuesto por Balaguer.

«Francisco Alberto Caamaño Deñó (Román) fue herido, tomado preso y fusilado el 16 de febrero de 1973 en las montañas de San José de Ocoa por el alto mando militar. Junto a él fue asesinado Lalane José (Eugenio), también capturado herido. Sólo Alfredo Pérez Vargas (Armando) cayó en combate ese día contra los soldados de Balaguer [las Fuerzas Armadas anunciaron la muerte de Caamaño y sus dos compañeros en el paraje Nizaíto, sección la Horma de San Jose de Ocoa. El contralmirante Ramón Emilio Jiménez hijo, Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, el mayor general Enrique Pérez y Pérez y el brigadier Juan René Beauchamps Javier, mostraron el cadáver de Caamaño a un reducido grupo de periodistas que fue trasladado en helicóptero hasta el lugar donde se encontraba el cuerpo sin vida, y los de sus compañeros Heberto Lalane José y Alfredo Pérez Vargas (Testimonios posteriores afirmaron, aunque las FF.AA. habían informado que Caamaño murió en combate, que fue fusilado luego de ser apresado por tropas del Ejército Nacional que lo perseguían)].

«Mario Nelson Galán Durán (Juan) y Juan Ramón Payero Ulloa (Ismael) fueron heridos en una emboscada en Los Mogotes y posteriormente asesinados por los mismos gorilas a los que Balaguer había encomendado la jefatura militar. Ramón Euclides Holguín Martes (Braulio) murió de hambre el 21 de Febrero de 1973 al despeñarse del lugar donde se encontraba.»
[Nemen Hazim]
«La página 2 de la carta de la Dra. Ortiz de Basanta comienza diciendo: “La orientación política nacional y de las seccionales del extranjero deben ser tomadas de las comunicaciones del compañero Juan Bosch y los comunicados de la Comisión Permanente que se publican día tras día en los periódicos”; y agrega esta recomendación, que debe ser leída cuidadosamente para que se vea de qué manera deforma el Dr. Peña Gómez la verdad: “Con este material ustedes deben preparar con fotostáticas y todos los recortes (de periódicos) sobre la persecución al Partido, los documentos que necesitan para entrevistarse con personalidades que beneficien la causa”. El tercer párrafo de la carta comienza así: “Al embajador Crimmins envíenle una copia de los documentos que les estamos ordenando realizar y dejen la entrevista para una segunda oportunidad, pues esto tendrá que estudiarlo la Comisión Permanente y el propio Juan Bosch”.

«Como puede ver el más ciego, la Dra. Ortiz de Basanta, en su condición de directora del Departamento Internacional del PRD, autorizaba a la Seccional del PRD en Nueva York a enviarle al embajador Crimmins la propaganda que debía hacerse en defensa de los altos dirigentes del PRD que estaban perseguidos aquí; y eso no autorizaba al Dr. Peña Gómez a enviarle nada al embajador Crimmins. Lo que hacía Peña era actuar a escondidas y contra la línea política trazada por la Comisión Permanente. ¿De dónde salía el poder de Peña Gómez para enviarles a funcionarios norteamericanos cartas secretas, cuyo contenido se desconoce todavía hoy, cinco años después de haber sido escritas? ¿Por qué tenía que comunicarle a Ben Stephansky que quien se hallaba en las lomas de Ocoa era el coronel Francisco Alberto Caamaño y alegar después, como lo dijo en el programa Primera Página que hacía todo eso como “parte de una labor que realizaba un sector del Partido Revolucionario Dominicano”? ¿En qué parte de los estatutos del PRD figuraba la existencia y se describía el funcionamiento de esos sectores?

«El Dr. Peña Gómez inventó ese “sector” porque no puede explicar la conducta que siguió entre noviembre de 1972 y comienzos de mayo de 1973. El 20 de enero, o sea, trece días antes del desembarco de Playa Caracoles, él había desmentido, en declaraciones a El Nacional, que el coronel Caamaño hubiera muerto, noticia que había difundido la agencia UPI (Prensa Unida Internacional); luego, él sabía que el coronel Caamaño vivía; ¿y cómo y por qué lo sabía? El 25 de ese mes, exactamente una semana antes de la llegada de Caamaño al país, había dicho en Puerto Plata que en las calles de la Capital iban a cantar las metralletas; ¿y cómo y por qué lo sabía? En los días de la clandestinidad nos mandó a decir que esa frase había sido producto de una exaltación emocional, pero entonces, ¿por qué lo había dicho en New Jersey a comienzos de noviembre de 1972?

«La reunión de New Jersey tuvo lugar en la casa Nº 563 de la avenida Jersey esquina a la calle Nº 2, el sábado 11 de noviembre después de las 7 de la noche. En esa reunión el dirigente perredeísta Pedro Koury le preguntó al Dr. Peña Gómez si Caamaño estaba vivo, a lo que Peña respondió con estas palabras: “El coronel Caamaño está vivo y es una reserva para la revolución que encabezará el PRD”; y a seguidas dijo estas otras: “En febrero sonará la metralla y ustedes tendrán un gran papel que jugar en esa revolución. Allá se necesitará dinero, mucho dinero y hasta sangre”. Algunos de los presentes se ofrecieron como voluntarios para venir a combatir a esa revolución que se anunciaba con tres meses de anticipación, y Peña les dijo: “Por ahora no necesitamos gente. Tenemos de más”. ¿Cómo y por qué sabía Peña Gómez que en el país habría un movimiento revolucionario en el mes de febrero? ¿Cómo y por qué sabía que el PRD iba a encabezar una revolución y que Caamaño era la reserva de esa revolución?

«A la luz de lo que estamos diciendo se aclaran como a un sol de medio día las palabras que Hamlet Hermann escribió en el mes de mayo de 1973, mientras se hallaba detenido en San Isidro, que fueron las siguientes:
En comentarios que nos hacía el coronel Caamaño, nos manifestaba su preocupación por los continuados galanteos que hacía Peña Gómez con los sectores ‘liberales’ de los Estados Unidos… Caamaño temía por los compromisos que pudiera contraer Peña con estos”, porque “no se quería ver comprometido ni con lo más mínimo con estos, por ‘liberales’ que fueran. Asimismo le preocupaba que donde se manifestara en su nombre fuera en el mismo corazón del imperialismo y no en el país que era donde hacía falta, vista la inminencia y la proximidad de nuestra acción”.
«Pero el párrafo más iluminador es éste:
La sensibilidad política [de Caamaño] había sido lesionada en una de sus fibras más sensibles. No obstante estos [es decir, Peña Gómez] eran aliados de los cuales él no podía prescindir y menos en esos momentos”.
«Esas palabras no pueden ser más claras y dicen de manera contundente que entre Caamaño y Peña Gómez había un compromiso, pero cuando se publicaron nos parecieron el colmo de la mala intención y así lo dijimos el 22 de mayo (1973) en una charla que se transmitió por Radio Comercial. ¿Por qué hicimos ese juicio? Porque entonces no teníamos ni siquiera la idea de lo que el Dr. Peña Gómez había dicho en la reunión de New Jersey, y sin conocer la reunión de New Jersey no podíamos valorar correctamente lo que el Dr. Peña Gómez dijo el 20 de enero de 1973 al desmentir la muerte de Caamaño y lo que diría en Puerto Plata seis días después, así como tampoco podíamos darnos cuenta de qué razones lo llevaron a salir de buenas a primeras diciendo, sin haber consultado a la Comisión Permanente o a nosotros, que el coronel Caamaño era el jefe de la guerrilla que estaba en las lomas de Ocoa. Después nos diría en una nota que lo dijo porque lo había oído en Radio Habana, pero Radio Habana no dio nunca esa noticia, y cinco años más tarde daría otra versión; diría en el programa Primera Página: “… lo dije para desmentir a quienes decían que lo habían traído congelado desde Venezuela, porque entendía que el hecho de decir que el coronel Caamaño se encontraba aquí lo favorecía, porque ponía la simpatía del Pueblo a su favor”.

«Bien: en el programa Primera Página explicó por qué había dicho que quien comandaba la guerrilla de Caracoles era el jefe militar de la Revolución de Abril, pero no explicó cómo y por qué lo sabía.

«Sí. ¿Cómo y por qué lo sabía si muy pocos días antes había oído al Dr. Emilio Ludovino Fernández cuando nos daba, en presencia suya, un mensaje que nos enviaba Caamaño, en el cual nos ofrecía su apoyo pleno a la política que seguíamos en el PRD, que era total y claramente apuesta a una acción guerrillera?

«El conocimiento que tenía Peña Gómez, desde principios de noviembre de 1972, de lo que iba a suceder en el país para el mes de febrero de 1973; su conocimiento de que el 20 de enero de ese año Caamaño estaba vivo; el temor que tenía Caamaño de verse comprometido con los liberales de Washington por actuaciones de Peña Gómez; la herida que Caamaño había recibido en su sensibilidad revolucionaria por la actitud que Peña Gómez mantenía ante esos liberales norteamericanos; la necesidad que tenía Peña Gómez de colaborar con los planes del coronel Caamaño diciendo que quien dirigía la guerrilla de Ocoa era él y que lo decía porque así “ponía la simpatía del pueblo a su favor”; todo eso, ¿cómo se explica?»
[Juan Bosch]

I.-
Bosch teme plan para deportarlo
(Primer manuscrito)
El pueblo dominicano ha sido sorprendido con la noticia de que se ha producido un desembarco de hombres armados, en número de ocho, por aguas de la Bahía de Ocoa.

Tan sorprendido como el Pueblo ha sido el Partido Revolucionario Dominicano, ninguno de cuyos dirigentes tenía la más remota idea de que se preparaba un hecho semejante o siquiera que alguien estuviera pensando prepararlo.

Sin embargo, la primera medida del Gobierno ante la noticia fue ordenar la ocupación policial de mi casa y mi apresamiento, así como el de otros altos dirigentes del PRD, especialmente el del Dr. José Francisco Peña Gómez. Tratando de conseguir nuestra detención se han hecho numerosos registros de hogares en la Capital.

Pensamos que el propósito de esos atropellos es sacarnos del país valiéndose de un estado de confusión general, pues el Dr. Balaguer piensa que nuestra deportación facilitaría grandemente su plan de reelegirse, que se ha convertido para él en una verdadera obsesión. Balaguer se aprovecha de la primera oportunidad que se le ofrece para afirmar su decisión de seguir gobernando el país de manera arbitraria e ilegal ahogando las voces que el Pueblo oye y respeta porque ni se venden ni se dejan atemorizar. La prueba de lo que se acaba de decir es el silenciamiento de varias estaciones de radio, medida que debe ser condenada por todo el Pueblo.

Mientras tanto, todo perredeísta permanecerá ligado al organismo al cual pertenece. Hay que mantener el Partido organizado y unido contra viento y marea, sin dejarse agitar por nadie que no sean sus líderes naturales.

¡Organización y unión para luchar contra los enemigos de la Patria!

Juan Bosch
Santo Domingo, 5 de febrero, 1973.

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II.-
Desmiente esté vinculado a desembarco de Ocoa
(Segundo manuscrito)
Declaro enfáticamente que el Comunicado de las Fuerzas Armadas que está siendo difundido por radio esta noche del lunes a las 8:45 miente de manera total en todo lo que tiene que ver con el uso de mi nombre mezclado, en cualquier forma que sea, con el real o supuesto desembarco de guerrilleros en la costa Sur del país.

Afirmo, también de manera enfática, que ni yo ni ningún dirigente del PRD tenía la menor idea de que podía producirse ese hecho, y que habla mentira todo aquel que diga lo contrario, sea quien sea y llámese como se llame.

Detrás de ese comunicado de las Fuerzas Armadas hay un plan macabro, un plan criminal, que denuncio ante el pueblo dominicano y los pueblos y partidos hermanos del pueblo dominicano y del PRD.

¡Atrás la mentira! ¡Abajo la calumnia gubernamental!

¡Ojo abierto contra los planes criminales del Gobierno!

Juan Bosch
Santo Domingo, 5 de febrero de 1973.

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III.-
Bosch pide pruebas
(Tercer manuscrito)
A nombre de la gran masa del PRD, a la cual represento legítimamente, en uso de mis prerrogativas ciudadanas y apoyándome en el hecho, conocido de todo el mundo, de que fui Presidente Constitucional de la República y no autoricé en ningún caso el atropello de los derechos de ninguna persona, exijo que se hagan públicos inmediatamente los documentos en que según el Comunicado de las Fuerzas Armadas “aparecen seriamente comprometidos como inspiradores de esta trama contra la paz pública [el supuesto desembarco de Caracoles, nota de JB], el profesor Juan Bosch y otros líderes políticos”.

Exijo esa publicación inmediata porque sé con seguridad absoluta que esos documentos no existen ni han existido jamás; que son producto de la imaginación del Dr. Balaguer, quien dos semanas atrás estaba solicitando que se hiciesen contra el Dr. Peña Gómez y contra mí, acusaciones de conspiradores que le sirvieran para sacarnos del país.

Que no se dé tiempo a la fabricación de documentos falsos. Si hay documentos legítimos, que se hagan públicos ahora mismo para que el Pueblo los conozca.

¡Con la mentira no! ¡Con la verdad hasta la muerte!

¡Abajo la calumnia gubernamental!

Juan Bosch
Santo Domingo, 6 de febrero de 1973.

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IV.-
Niega versión
(Cuarto manuscrito)
Una vez más me veo en el caso de señalar contradicciones y falsedades del Dr. Balaguer, en esta ocasión al referirme a su discurso del miércoles en la noche.

El Dr. Balaguer dice que el grupo de guerrilleros “desembarcó presumiblemente la madrugada del sábado último en la playa de Caracoles”, y más adelante afirma con tanta seguridad como si hubiera sido testigo presencial del hecho, que el domingo, “el mismo día en que la opinión pública se enteró del desembarco de la playa de Caracoles, abandonó casi subrepticiamente su residencia uno de los jefes más calificados de la oposición, el mismo precisamente que durante varios meses ha estado pregonando que en 1973 ocurriría en e1 país una catástrofe de proporciones insospechadas”.

La persona a que alude el Dr. Balaguer con esas palabras soy yo; pero resulta que en ese párrafo que acabo de copiar hay varias falsedades. Yo no me moví de mi casa el domingo. El sábado estuvo a verme el Dr. José A. Joubert, especialista en vías respiratorias, pues me hallaba en cama desde el mediodía del jueves, razón por la cual tuve que suspender la serie de charlas que estaba dando a través de Radio Comercial. Me levanté el lunes por la mañana para tomar parte en la reunión de la Comisión Permanente del PRD convocada con carácter de urgencia debido precisamente a la noticia, conocida ya de todo el país, de que en la costa Sur había habido un desembarco de guerrilleros. A pesar de hallarme enfermo estuve recibiendo visitas en mi habitación todo el jueves en la tarde y parte de la noche, el viernes, el sábado y el domingo de día y de noche. El último visitante del domingo se despidió pasadas las 9 y el primero del lunes se presentó antes de las 8 de la mañana.

Tal como ha declarado a El Caribe doña Carmen Bosch, entre los que me visitaron el lunes por la mañana estuvieron doña Gracita Díaz viuda de Henríquez y doña Zaida Ginebra de Lovatón y especialmente el Dr. José Francisco Peña Gómez, quien llegó a eso de las 9 y media a pedir que la Comisión Permanente no se reuniera en casa porque acababa de recibir una información confidencial en la que se le advertía que se planeaba hacernos presos (a él y a mí) ese día. Esa noticia me fue informada exactamente a las 10 y 25 mediante un mensaje de fuente oficial transmitido con estas palabras: “Dentro de media hora irán a detenerlos a su casa”. Al salir de mi casa vi el reloj. Eran las 10 y 30, ni medio minuto más ni medio minuto menos. En el portal y en la acera había docenas de muchachas y muchachos del Colegio Santa Teresita, que me saludaron como siempre, con afecto, y en la esquina estaban los inmancables calieses que vigilan mi casa.

Esos calieses me vieron salir y yo los vi anotar el número del automóvil en que yo iba, como hacen siempre.

¿Por qué, pues, si el servicio de caliesaje me vio salir de casa a las 10 y media, la Policía fue a buscarme media hora después a mi casa, donde debía saber que yo no estaba?

Seguramente porque el calié de la esquina tardó más de media hora en transmitir a la Policía la noticia de mi salida.

Así, pues, no es verdad que salí de mi casa el domingo y mucho menos, como dice el Dr. Balaguer, “casi subrepticiamente”, palabras que significan de manera oculta.

Salí el lunes a la luz del sol y a la vista de todo el mundo. Y como lo que dijo el Dr. Balaguer no fue verdad, sino lo contrario de la verdad, me veo en el caso de tener que desmentirlo. Tampoco es verdad que yo haya estado diciendo “durante varios meses” “que en 1973 ocurriría en el país una catástrofe de proporciones insospechadas” y demando del Dr. Balaguer o de cualquier balaguerista que presente las pruebas de que yo he dicho eso o algo parecido; y como sé con toda seguridad que nadie podrá presentarlas, me adelanto a decirle al Dr. Balaguer que en un sólo párrafo dijo dos falsedades, hecho impropio de un jefe de Estado.

Pero eso no es todo; inmediatamente después de haber dicho dos falsedades en doce líneas, el Dr. Balaguer escribió esta corta novela, que copio palabra por palabra:
Otra coincidencia: el mismo domingo en la noche, fecha en que se divulga el desembarco de Caracoles, el personaje que este líder oposicionista utiliza ordinariamente para sus contactos con su militancia y con los elementos de la extrema izquierda radicalizada, viajó a Santiago y tuvo allí contactos con algunos de sus correligionarios más destacados y con elementos muy conocidos por haber participado en la revolución del 24 de abril de 1965”.
Si el líder oposicionista soy yo, ¿cuál es el personaje que utilizo “ordinariamente” para mis contactos con mi militancia y con los elementos de la extrema izquierda radicalizada?

Si el Dr. Balaguer lo sabe, que lo diga; que diga su nombre y se deje de estar inventando fantasmas.Yo le aseguro al país, bajo palabra de honor, que ese personaje no existe y por lo mismo su viaje a Santiago es otra falsedad y sus contactos allí con correligionarios míos destacados (es decir, con perredeístas conocidos) es una mentira.

Lo que tenía que hacer el Dr. Balaguer en su discurso del miércoles en la noche era presentar las pruebas de mi participación en el desembarco de Caracoles, acusación que me hizo la Secretaría de las Fuerzas Armadas cumpliendo órdenes superiores. ¿Por qué en vez de presentar esas pruebas lo que hizo fue sumar más acumulos, más falsedades, a aquella acusación?

Lo hizo porque el Dr. Balaguer cree que este pueblo está sordo y ciego, viviendo en los tiempos en que se amarraban los perros con longaniza y no se las comían. Hay políticos que creen que la mejor manera de hacer olvidar una mentira es diciendo tres nuevas. Pero el pueblo dominicano sabe bien que viejas o nuevas, las mentiras se dicen para engañarlo, confundirlo y seguir explotándolo.

¡Con la mentira no! ¡Con la verdad hasta la muerte!

Juan Bosch
Santo Domingo, 8 de febrero de 1973.

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V.-
No buscará asilo
(Quinto manuscrito)
A base de rumores, y de especulaciones periodísticas basadas en esos rumores, está siendo difundida la idea de que los líderes del PRD que nos hallamos perseguidos por los cuerpos policiales estamos protegidos por representantes diplomáticos de algunos países latinoamericanos o vamos a solicitar asilo en alguna embajada.

Si esa es una esperanza del gobierno y de algunos de sus personajes, que empiecen a abandonarla ahora mismo. Nosotros somos dominicanos, con los mismos méritos y los mismos derechos que todos los demás dominicanos a vivir y a morir en nuestra tierra, pero además somos líderes políticos con la obligación sagrada de dirigir a las masas de nuestro Partido, muy especialmente cuando son perseguidas por un gobierno que se caracteriza por la facilidad con que inventa mentiras para justificar el atropello y las actuaciones ilegales. Si se nos impide dirigir nuestro Partido a la luz del día, como lo manda la ley, lo dirigimos desde la clandestinidad, como estamos haciéndolo y seguiremos haciéndolo duélale a quien le duela y pésele a quien le pese.

El perredeísmo no va a quedarse sin sus líderes. Mientras tengamos vida estaremos cumpliendo los deberes del liderazgo día tras día, hora tras hora y minuto a minuto.

¡Asilo diplomático no! ¡Lucha al frente del Pueblo y en el seno del Pueblo sí! Confiamos en la lealtad y la decisión del Pueblo y le pedimos que confíe en nuestra lealtad y nuestra decisión.

Juan Bosch
Santo Domingo, 9 de febrero de 1973.

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VI.-
Anuncia futura actividad del PRD
(Sexto manuscrito)
Ha pasado una semana desde que el Gobierno inició la persecución de los líderes del PRD a todos los niveles y en todo el país, y esa persecución prosigue en todas partes.

A pesar de que periódicos, noticieros de radio, partidos políticos, sindicatos, organizaciones estudiantiles y personalidades destacadas del país y del extranjero han reclamado que se presenten las pruebas que puedan justificar esa persecución, el Gobierno no las ha presentado y con toda seguridad no las presentará nunca por la simple razón de que no existen ni han existido jamás.

Todos los dominicanos saben que el PRD es un partido que tiene en sus filas cientos de miles de hombres y mujeres, entre los cuales los jóvenes forman mayoría, y normalmente, en todas partes, los jóvenes son partidarios de la acción armada.

Todos los dominicanos saben que entre los perredeístas hay muchos que han tenido instrucción militar y que tienen experiencia de guerra porque tomaron parte en la Revolución de Abril.

¿Qué necesidad podía tener el PRD de nueve guerrilleros venidos de allí para empezar un movimiento revolucionario cuando podía disponer fácilmente de cien veces ese número de hombres de armas?

El desembarco de la playa de Caracoles ocurrido este mes de febrero, según dijo el Dr. Balaguer, tuvo lugar en la madrugada del sábado día 3. Pero resulta que en el mes de enero el periódico El Nacional había publicado en su primera página una información en la que se decía que el Dr. Balaguer les había pedido a dos conocidos políticos que hicieran declaraciones acusando a dos líderes de la oposición de estar conspirando para derrocar el Gobierno. De acuerdo con lo que dijo El Nacional, lo que quería el Dr. Balaguer era tener una justificación para expulsar a esos líderes opositores.

¿Y quiénes eran esos líderes a los que el Dr. Balaguer quería sacar del país?

Eran el secretario general y el presidente del Partido Revolucionario Dominicano.

La noticia del plan que tenía el Dr. Balaguer para deportarnos no se la dio a El Nacional ningún perredeísta. Es más, la dirección del PRD vino a conocerla cuando fue publicada en El Nacional. Después de su publicación nos fue confirmada con lujo de detalles.

Por lo menos desde diez días antes del desembarco de la playa de Caracoles nosotros, los altos dirigentes del PRD, conocíamos el plan del Dr. Balaguer, y a eso se debe que al comenzar a ser perseguidos decidiéramos pasar a la clandestinidad.

Sabemos, como lo sabe todo el mundo aquí y fuera de aquí, que no hemos tenido ni arte ni parte en el desembarco de Caracoles; pero nadie conoce mejor que nosotros, que llevamos tiempo denunciándola, la manera ilegal de proceder de este gobierno; y nadie conoce mejor que nosotros, que lo hemos dicho y repetido mil veces, que el Dr. Balaguer usará todos los medios, por monstruosos que sean, para mantenerse en el poder el resto de su vida.

Sabemos que la acusación que nos hizo la Secretaría de las Fuerzas Armadas fue ordenada para que jugara el papel que no pudo jugar la que no quisieron hacernos los dirigentes políticos a quienes el Dr. Balaguer les pidió que nos acusaran de estar dirigiendo un complot para derrocarlo.

Sabemos que las falsedades sobre nosotros que dijo el Dr. Balaguer en su discurso del miércoles día 7 de este mes tenían la finalidad de reforzar la acusación de la Secretaría de las Fuerzas Armadas para darle validez siguiendo el viejo e inmoral principio de que una mentira se convierte en verdad cuando se le agregan más mentiras.

Sabemos, y el Pueblo lo sabe tanto como nosotros, que se nos ha acusado para justificar nuestra deportación; y sabemos que a pesar del descrédito en que han caído las acusaciones no sólo en la República sino también en el extranjero, el Dr. Balaguer persiste en llevar adelante sus planes, y a eso se deben los allanamientos que se hacen día tras día en todo el país.

Nuestro deber de líderes es permanecer aquí; no darle al Dr. Balaguer la menor facilidad para que se salga con la suya.

Por eso hemos pasado a la clandestinidad y nos mantendremos en ella todo el tiempo que sea necesario. No somos los primeros líderes que han tenido que pasar a la clandestinidad para mantener la lucha en defensa del Pueblo. Cuando Duarte tuvo que abandonar el país para no caer preso, Sánchez y otros trinitarios pasaron a la clandestinidad y desde ella siguieron dirigiendo los trabajos para fundar la República Dominicana. De eso hace ahora 129 años, de manera que pasar a la clandestinidad no es nada nuevo en la historia nacional.Tampoco es nada nuevo en nuestra historia pasar de la clandestinidad a la victoria, como lo prueba la fundación de la República.

En defensa de esa República, y de los derechos de todos sus hijos, seguiremos la lucha en cualquier terreno, y donde y como lo exijan las circunstancias.

¡Adelante, dominicanos!

¡Que nadie dé un paso atrás ni para coger impulso!

Juan Bosch
Santo Domingo, 11 de febrero de 1973.

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VII.-
Denuncia alegado proceso
(Séptimo manuscrito)
No es verdad que mi casa fue allanada por la Policía el día 5 de este mes. Mi casa fue asaltada por una patrulla policial y entre allanamiento y asalto hay mucha diferencia; hay una diferencia tan grande como del día a la noche.

Un allanamiento es un acto legal, que se ejecuta por orden de un juez, y en el cual participa un representante del Fiscal. Ningún juez ordenó la invasión de mi casa por agentes de la Policía y durante esa invasión no actuó ningún representante del Fiscal o de cualquier otro funcionario civil.

Para allanar una casa se toca a la puerta y se presentan a los que viven en esa casa los documentos legales que ordenan el allanamiento, y luego se hace un registro de la casa en presencia del dueño o de su representante y de quien esté representando al Fiscal.

En mi casa no se hizo nada de eso. En mi casa se volaron por medio de la fuerza las cerraduras del exterior y del interior, incluyendo la de la puerta de mi aposento. Tras el ejercicio de la violencia se ejecutó el robo, pues los agentes policiales se llevaron de mi aposento objetos valiosos, y hasta una botella de agua acusada de ser el peligroso explosivo llamado C4.

Tampoco tiene la menor relación con un allanamiento el cerco armado que se le puso a mi casa y la prohibición de que salieran de ella las personas que se encontraban adentro cuando llegó la Policía. Eso fue convertir mi casa en prisión, delito gravísimo que se considera en todas partes como acto de bandidaje.

Ni en este país ni en ningún otro del mundo se conoce una ley que autorice a oficiales o a rasos de la Policía a convertir en prisión una casa de familia; y mucho menos aún en prisión de personas que ni están detenidas ni han sido condenadas por un juez. Y eso, convertir mi casa en prisión, fue lo que se hizo el día 5, como se hizo también el mismo día con el hogar de don Luis Amiama Tió.

En lo que se refiere a lo que sucedió en mi casa el día 5 de este mes, este gobierno rompió su propio récord de actuación ilegal, pues llevó a cabo en media hora dos actos ilegales: asaltó la casa y la convirtió en prisión.

Yo fui Presidente de la República y sé por experiencia personal que ningún policía, sea raso, capitán o jefe del cuerpo, se atreve a ordenar desmanes como los que se ejecutaron en mi casa cuando se trata de una figura pública que además es líder de un partido de grandes masas como el PRD. La Policía sólo actúa como lo hizo en mi hogar el día 5 de este mes cuando se lo ordena su jefe más alto; y en este país todo el mundo sabe que el jefe del jefe de la Policía no es el secretario de lo Interior; es el Presidente de la República.

Estoy absolutamente convencido de que el asalto a mi casa y el cerco que le siguió fueron ordenados por el Dr. Balaguer.¿Con qué fin lo hizo? Con el de prenderme y sacarme del país. En El Caribe de hoy el director de Información y Prensa del Palacio Nacional dice: “El propio presidente Joaquín Balaguer ordenó el retiro de las fuerzas policiales que se encontraban en la residencia de Bosch”. Y yo agrego: ordenó el retiro porque fue él mismo quien ordenó el asalto y el cerco; y ordenó el retiro cuando se le informó que yo no estaba en la casa y además que la Policía había fracasado en su intento de apresarnos al Dr. José Francisco Peña Gómez y a mí.

El director de Información y Prensa del Palacio Nacional dice ahora, refiriéndose a mí: “No sabemos las razones por las cuales se ha ocultado”.

Él no las sabrá, pero las sabe el Dr. Balaguer, las saben los centenares de perredeístas que han sido detenidos y aquellos cuyos hogares han sido allanados en varias partes del país en busca mía y del Dr. Peña Gómez; y sobre todo, las sabe el Pueblo, que despertó hace ya tiempo y no cierra los ojos ni siquiera para dormir.

El mismo funcionario dijo hoy que “ningún organismo oficial persigue al ex presidente Juan Bosch ni hay orden de arresto en su contra”.

¿Ah no? ¿No se me persigue ni hay orden de arresto en contra mía? ¿Y por qué ahora esa buscadera en todo el país detrás de mí? ¿Por qué se hizo el asalto y el cerco a mi casa y por qué me acusó la Secretaría de las Fuerzas Armadas de ser inspirador del desembarco de la playa Caracoles y por qué el Dr. Balaguer me hizo acusaciones falsas en su discurso del miércoles día 7?

Lo que pasa es que el Gobierno ha hecho el ridículo buscándonos, sin hallarnos, al Dr. Peña Gómez y a mí, y la única manera que tiene de salir bien del fracaso en que ha caído es diciendo que no nos persigue, que no nos busca, con lo cual quiere dar a entender que nosotros estamos en la clandestinidad sin ningún motivo.

¿Y por qué no dijo eso antes, cuando tenía esperanzas de cogernos en uno de los muchísimos allanamientos que ha estado haciendo en busca nuestra?

Por último dice El Caribe que cuando se le preguntó al director de Información y Prensa del Palacio Nacional que si su declaración de que no hay orden de arresto contra mí significa que lo que dijo de mí la Secretaría de las Fuerzas Armadas ha quedado sin efecto, el mencionado funcionario respondió:
Eso es otra cosa, ése es un proceso que se desenvuelve. Cualquier acción que se desprenda de ahí será cosa que sólo en el futuro podrá determinarse”.
Esas palabras quieren decir que a mí se me está formando un proceso judicial en forma secreta, violando todo el régimen de procedimiento legal de la República. Eso no es nada extraño, desde luego, en un gobierno que actúa ilegalmente, movido por las pasiones personales del Dr. Balaguer, que viola las leyes escritas y morales para enriquecer a uno de sus favoritos y las viola también para perseguir a aquellos que ni le temen ni se le venden.

Ni el mentiroso ni el cojo pueden ir muy lejos. Por su propensión a no decir nunca la verdad, el Pueblo no cree en nada que diga el Gobierno, tanto si lo dice el Dr. Balaguer como si lo dice uno de sus funcionarios. Ahora resulta que a mí no se me está persiguiendo, pero se me sigue un proceso secreto sin que nadie sepa de qué se me acusa.

Una vez más reclamo con la mayor energía que se le den al Pueblo las pruebas que dice tener el Gobierno de que yo he sido el inspirador del desembarco de la playa Caracoles.

Lo reclamo y pido a todos los organismos del PRD, a los partidos políticos, a organizaciones sindicales, juveniles, estudiantiles, profesionales y a personalidades públicas, que exijan la publicación de esas pruebas.

¡Procesos secretos no! Como dijo José Martí: “¡En las sombras de la noche sólo trabaja el crimen!”.

Juan Bosch
Santo Domingo, 12 de febrero de 1973.

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VIII.-
Pondera pedido de Lora
(Octavo manuscrito)
El Lic. Augusto Lora, presidente del MIDA, nos ha invitado al Dr. José Francisco Peña Gómez y a mí, a “que con carácter de urgencia reintegren el PRD al bloque de partidos de oposición”, y al final de las declaraciones en que hizo esa invitación, dice:
...espero que si el profesor Juan Bosch y el Dr. José Francisco Peña Gómez son obligados por el Gobierno a mantenerse ocultos, designen de inmediato delegados calificados que los representen, para que los cuatro partidos de la oposición, solidarizados en un propósito común nos dediquemos a trabajar en defensa de los derechos del Pueblo”.
A fin de que los que no conocen las estructuras orgánicas del PRD sepan por qué en nuestro Partido se actúa en tal o cual forma, debemos explicar que ni el Dr. Peña Gómez ni yo, lo mismo juntos que separados, podemos nombrar esos delegados a que se refiere el Lic. Augusto Lora. Ni yo como presidente ni el Dr. Peña Gómez como secretario general del PRD tenemos facultades para hacer eso.

Tanto el Dr. Peña Gómez como yo somos miembros de un organismo que se llama Comisión Permanente del Comité Ejecutivo Nacional del PRD, y es esa Comisión Permanente, y nada más que ella, la que tiene autoridad para nombrar delegados del Partido encargados de misiones políticas. En el caso a que se refiere el Lic. Lora, la Comisión Permanente podría nombrar delegados ante el bloque oposicionista después que conociera y aprobara el programa y los métodos de trabajo de ese bloque, punto en el cual no estamos todavía edificados los miembros de la Comisión Permanente del PRD.

De todos modos, tanto el Dr. Peña Gómez como yo hemos pasado a la Comisión Permanente la invitación que nos hace el Lic. Augusto Lora, y estamos absolutamente seguros de que ese alto organismo de nuestro Partido le dedicará su mejor atención.

Ahora bien, queremos llamar la atención general hacia el hecho de que aunque la invitación del Lic. Lora da la impresión de que el Pueblo está dividido, y por eso los partidos oposicionistas deben formar un bloque, lo cierto y verdadero es que la gran masa popular está unida en el propósito de luchar sin tregua contra un gobierno que miente, que abusa del poder, que actúa ilegalmente y que fomenta la corrupción en proporciones nunca vistas en la historia nacional.

Juan Bosch
Santo Domingo, 12 de febrero de 1973.

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IX.-
Vuelve a pedir pruebas
(Noveno manuscrito)
Preguntado por algunos periodistas si el gobierno dominicano iba a acusar al de Cuba por haber contribuido al desembarco de playa Caracoles, el Dr. Balaguer dijo anteayer, jueves día 15, que él no podía asegurar eso, y agregó:
No quiero aventurarme a dar opiniones sobre (cosas de) las cuales yo no tengo seguridad absoluta”.
Ocho días antes, el miércoles 7, el Dr. Balaguer no tenía aún la buena costumbre de no hablar de lo que no supiera a fondo, con “seguridad absoluta”; pues en la noche de ese día, hablando para el país por radio y televisión, dio una información detallada de hechos sobre los cuales no tenía “seguridad absoluta” ni podría tenerla no absoluta por la simple razón de que esos hechos no se produjeron ni siquiera en sueños. Como todos ustedes recordarán, esa información era la de que yo había abandonado mi casa de manera misteriosa, oculta, en la noche de “el mismo día en que la opinión pública se enteró del desembarco de la playa de Caracoles”, como dijo el Dr. Balaguer.

Copio ahora al pie de la letra otras palabras que dijo en esa ocasión el Dr. Balaguer; que fueron éstas:
Otra coincidencia: el mismo domingo en la noche, fecha en que se divulga el desembarco de Caracoles, el personaje que este líder oposicionista (es decir, yo) utiliza ordinariamente para sus contactos con su militancia y con los elementos de la extrema izquierda radicalizada viajó a Santiago y tuvo allí contactos con algunos de sus correligionarios más destacados y con elementos muy conocidos por haber participado en la revolución del 24 de abril de 1965”.
Dos días antes de esas gravísimas acusaciones que me hizo el Dr. Balaguer (pues lo que él dijo no fue un relato sin valor alguno, sino acusaciones hechas por el Presidente de la República en una oportunidad nacional verdaderamente crítica) una patrulla policial había asaltado y cercado mi casa, la Secretaría de las Fuerzas Armadas había declarado que tenía pruebas de que yo había sido el inspirador del desembarco de la playa Caracoles y la Policía fue a detenernos al Dr. Peña Gómez y a mí.

Si recuerdo ahora lo que dijo de mí el Dr. Balaguer el día 7 en la noche y lo comparo con lo que dijo del gobierno de Cuba el jueves día 15 en la mañana, es con el interés de que el Pueblo se dé cuenta de que en todo lo que han dicho el Dr. Balaguer y sectores del Gobierno y del reformismo (que en fin de cuentas vienen a ser la misma cosa) y en la persecución que se ha desatado en todo el país, la víctima es el PRD, con muy contadas excepciones. Es más, horas después de haber hablado el jueves el Dr. Balaguer, fue detenido el Dr. Euclides Gutiérrez, y mientras el Dr. Balaguer hablaba muchos perredeístas conocidos, como los doctores Diómedes Mercedes y Jesús Antonio Pichardo, para mencionar sólo dos, tenían ocho y más días detenidos, en violación abierta del orden legal del país.

La única acusación concreta que ha producido el Gobierno con motivo del desembarco de playa Caracoles fue la que me hizo la Secretaría de las Fuerzas Armadas cuando dijo que tenía en su poder pruebas de que yo, y conmigo “otros políticos”, había sido el inspirador de ese hecho. A los perredeístas que han sido detenidos se les ha tratado de sacar declaraciones que confirmen lo que dijo la Secretaría de las Fuerzas Armadas.

A pesar de todo eso, cuando el jueves día 15 algunos periodistas le hicieron al Dr. Balaguer preguntas acerca del estado de clandestinidad en que me encuentro, el Dr. Balaguer dijo cosas increíbles. Dijo:
Yo no sé. No tengo ninguna información sobre eso, ni él [es decir, yo] le ha comunicado nada al Gobierno. Que yo sepa, el Gobierno no ha recibido nada en ese sentido”.
Y agregó:
Eso es asunto de él, no del Gobierno”.
Poco después, respondiendo a la pregunta de si yo estaba o no estaba perseguido, dijo así:
Yo no confirmo nada. Yo no tengo ningún conocimiento de ese problema y no puedo expresar mi opinión. Yo no sé por qué motivo él [es decir, yo] ha adoptado esa actitud, cuáles son las razones. Yo las ignoro”.
Al preguntársele sobre la acusación que me hizo la Secretaría de las Fuerzas Armadas y si él la compartía, dijo:
Yo no sé nada sobre eso. No tengo ningún conocimiento sobre eso. Las que pueden informar son las Fuerzas Armadas que emitieron un comunicado sobre eso”. “Yo no comparto ni no comparto. Ya he expresado que no tengo nada que declarar sobre eso”.
Como todo el mundo puede ver, comparando las palabras del Dr. Balaguer del día 7 con las del día 15, y unas y otras con los hechos, la República Dominicana no tiene gobierno. Tiene funcionarios, entre ellos más de 60 secretarios de Estado y probablemente más de 100 subsecretarios de Estado y tal vez más de 200 embajadores.

Pero aquí no hay gobierno porque no hay una autoridad central responsable; y eso es un mal gravísimo, el peor de los males que pueden caerle a un país. En vista de que el propio Presidente de la República hace abandono de su autoridad al abandonar su responsabilidad, me dirijo al secretario de las Fuerzas Armadas para pedirle que haga públicas las pruebas que su Secretaría dijo tener de que yo fui el inspirador del desembarco de la playa Caracoles, o que declare que retira la acusación. Espero que el señor secretario de las Fuerzas Armadas no haga lo mismo que su jefe, el Dr. Joaquín Balaguer, porque a ningún militar le luce rehuir responsabilidades.

¡Que se le den al país y al mundo pruebas, o que cese la persecución del Pueblo!

Juan Bosch
16 de febrero, 1973.

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X.-
Duda versión oficial
(Décimo manuscrito)
Por varias razones de las que hablaré oportunamente no he enviado a la prensa una palabra desde el 16 de febrero. Ese día, a las 5:30 de la tarde (esto es, tres horas antes de que en el Palacio Nacional se diera la noticia de que el coronel Francisco Alberto Caamaño y sus compañeros Lalane José y Pérez Vargas habían caído combatiendo en Nizaíto, y no después de haberse dado esa noticia, como dijo El Nacional del día 19) envié a los periódicos que debían salir el 17 una última demanda de que se le presentaran al Pueblo las pruebas de mi participación en el desembarco de Playa Caracoles.

Hasta ahora, día 28 de febrero a las 7:20 de la mañana, esas pruebas siguen sin aparecer, pero no me propongo hablar de ellas. Lo que haré hoy es pedirle al Gobierno que aclare ante el Pueblo la confusión en que éste se halla desde que empezó a correr la especie de un desembarco de guerrilleros por algún lugar de la costa del Sur.

El Dr. Balaguer habló el martes 27 de febrero y no aclaró nada, a pesar de que dos periódicos norteamericanos de importancia, que se publican en la capital de los Estados Unidos (el Washington Evening Star y el Daily News) le dieron pie para despejar esa confusión, cuando dijo dos días antes (esto es, el 25 de febrero), las siguientes palabras:
“No se puede decir si la invasión por la provincia de Azua fue genuina o si el Gobierno la montó y tampoco eso tiene importancia” (La palabra genuina quiere decir en este caso de verdad o verdadera).
De acuerdo con El Caribe, que publicó el día 26, en su página 20, lo que dijo ese periódico norteamericano, éste “señala a continuación que no tiene sentido que los invasores dejen en la pequeña embarcación en que llegaron fotografías del coronel Francisco Caamaño Deñó y documentos que involucran a un ex presidente...”.

Ese periódico yanqui, con el cual el PRD no tiene ninguna clase de relación, dijo en el mismo editorial en que aparecieron las palabras que he copiado que el Dr. Balaguer estaba usando la invasión para mantenerse en el poder por cualquier medio en las elecciones de 1974.

El Dr. Balaguer debió haber aprovechado su discurso del día 27 de febrero pronunciado ante el Congreso para responder a las muy serias acusaciones que se leen en los editoriales del Washington Evening Star y del Daily News, las cuales habían aparecido en forma menos clara en otros periódicos importantes de los Estados Unidos, de América Latina y de Europa.

Yo estoy entre los que dudaron y siguen dudando; pero en mi caso la duda puede explicarse porque desde el día 5 la Secretaría de las Fuerzas Armadas me acusó de ser instigador de la invasión y dijo que tenía pruebas de lo que decía, y nadie en el mundo podía saber mejor que yo que eso no era verdad; y si esa acusación era falsa, como fueron falsas las que me hizo, sin mencionar mi nombre, el Dr. Balaguer en su discurso del día 7, muy bien podía ser falsa también toda la historia de la invasión.

Vamos a ver algunos hechos que arrojan sombras en el penoso episodio de la invasión de Caracoles:

1.- A los ocho días de la supuesta muerte del coronel Caamaño y dieciocho del supuesto desembarco de Caracoles, el Secretario de las Fuerzas Armadas mostró a los periodistas la embarcación en que se dice que llegaron los invasores y los documentos que se dice aparecieron en ella. Uno de los documentos, aquel en que se lee la firma del coronel Caamaño, no tiene fecha y por tanto no tiene validez; puede ser legítimo y haber sido escrito hace tiempo para ser usado en una ocasión completamente ajena a un desembarco en tierra dominicana, puede haber llegado a manos del gobierno dominicano por la vía de la persona que huyó del lado del coronel Caamaño para ir a denunciarlo ante las autoridades venezolanas. Esto último había sido un rumor hasta que quedó confirmado con las declaraciones hechas a un periodista de El Nacional por el representante del gobierno dominicano en Venezuela, que aparecieron en el periódico mencionado el 25 de febrero bajo el título de “Inicio del fin”, página 1.

Tampoco tiene la menor validez el documento de compra del barco en que supuestamente vinieron los guerrilleros. En él no hay indicación del sitio donde se hizo la operación de la compra ni dónde estaba el barco abanderado y matriculado; no hay manera de saber si la firma del vendedor es legítima y en cambio es fácil darse cuenta de que la persona que firma como comprador, Julio Torres (si es que se llama así), es la misma que firma como testigo de la operación con el nombre de Raymal o Raymond Hervy o Henry. (Véase El Nacional del 23 de febrero “Muestran barco...” p.1 y p.11.)

2.- El Dr. Balaguer no ha dicho en ningún momento que el coronel Caamaño encabezaba el grupo invasor. Antes bien, al hablar el 7 de febrero en la noche dio a entender todo lo contrario, cuando dijo las siguientes palabras, que copio del Listín Diario del jueves 8 de febrero (“Discurso de Balaguer”, p.12):
Obviamente, pues, se ha querido divulgar la presencia del grupo sedicioso y hacer aparecer como cabecilla principal de ese grupo a la persona que encabezó el desastre de abril de 1965”.
3.- Ninguna de las personas que vio a los supuestos guerrilleros dijo que entre ellos estaba el coronel Caamaño. El día 10 de febrero un campesino de Ocoa dijo al corresponsal de El Nacional que había visto a los guerrilleros y que “el comandante es bastante alto”. Dice el periodista: "Se le preguntó si se parecía al coronel Francisco Caamaño y contestó negativamente, al tiempo que aseguró distinguir bien al jefe de la revolución de abril porque ‘he visto mucho su foto en la prensa’. Y puntualizó: ‘Caamaño es calvo... el que yo vi tenía mucho cabello" (“Dicen encuentran caja”, El Nacional , 10 de febrero pp.1-2).

Pero hay algo más: los militares que perseguían a los supuestos guerrilleros ignoraban que el jefe de estos era Caamaño. Una fuente militar le dijo al corresponsal de El Nacional en Ocoa el 20 de febrero que “no se sabía que se estuviese combatiendo contra el líder de la revolución de abril” (“Campesino relata...”, El Nacional, 20 de febrero, p.1).

4.- La alta dirección del PRD ha mantenido en estos días contactos con todos los grupos y partidos de izquierda, menos dos, en interés de averiguar si el coronel Caamaño se había comunicado con alguna organización del país para anunciarle su llegada y concertar acciones conjuntas y los resultados han sido totalmente negativos. De las investigaciones hechas por el PRD se desprende que el coronel Caamaño no envió mensajes ni por radio, ni escritos ni personales a ninguna organización política nacional, no envió cinta con palabras suyas grabadas para que se pasara por alguna estación de radio, no envió proclama impresa o escrita a maquinilla o a mano en la cual se anunciara al país su llegada y se explicara cuál era el programa político de la guerrilla.

¿Cómo puede explicarse ese silencio y esa falta absoluta de contactos con organizaciones del país? ¿Qué bandera política traían los guerrilleros?

Todavía hoy, doce días después de haberse dado la noticia de la muerte de Caamaño, Lalane José y Pérez Vargas, hay cinco supuestos guerrilleros en las lomas de la Cordillera Central y en ningún momento ni por ningún medio le han hecho saber a nadie cuál era el plan político de la guerrilla, y ni siquiera han dado a conocer sus nombres. Sólo se sabe, por informes de algunos campesinos, que a uno de ellos le dicen Baby.

5.- En su discurso del 7 de febrero, el Dr. Balaguer dijo que dos de los invasores, vestidos con ropa civil “viajaron tranquilamente a la Capital de la República”.

¿Cómo supo eso el Gobierno y cómo podría explicar que ninguna de esas dos personas haya sido detenida?

Pero el PRD, que tiene siempre mejor información que el Dr. Balaguer, ha sabido que un hombre (no dos) vestido de guardia y con fusil (no trajeado de civil) viajó la noche del sábado día 3 al domingo día 4 en dirección a la Capital partiendo de un lugar situado más acá de Caracoles.

Si ese hombre era un soldado dominicano, es fácil saber quién era y qué hacía esa noche en las vecindades de Caracoles, y si no era soldado, ¿por qué el Gobierno no le ofreció públicamente todas las garantías necesarias para que se pr-sentara y fuera interrogado no solamente por las autoridades militares sino también por los periodistas que en episodios como estos son los representantes del interés popular?

El Dr. Balaguer habló de los dos hombres vestidos de civil, pero no se acordó más de ellos, y “si te he visto no me acuerdo”, porque esos dos hombres de ropa civil formaban el eslabón indispensable, la pieza clave de la misteriosa Operación Águila Feliz, que según el Dr. Balaguer y el PCD estaba destinada a darle muerte al Dr. Balaguer y que de acuerdo con lo que dijo éste en su discurso del 7 de febrero debían iniciarse antes del sábado día 10 de ese mes.

El Dr. Balaguer no creía que el coronel Caamaño se hallaba al frente de la guerrilla de Ocoa. Para él, lo de la guerrilla era “una operación de diversión”, tal como lo dijo en el mencionado discurso del día 7, y el líder militar de un movimiento no puede dirigir acciones secundarias, destinadas a confundir al enemigo; dirige la acción principal, la verdaderamente importante, la que va a decidir la suerte de la lucha; y para el Dr. Balaguer esa acción principal y decisiva era la que le vendieron con el nombre peculiar de “Águila Feliz”.

Y de pronto, a las 8 y media de la noche del 16 de febrero, se da en el Palacio Nacional la noticia de que el Héroe de Abril y sus compañeros Lalane José y Pérez Vargas habían caído en un combate que había tenido lugar en Nizaíto ese día a las 2 y media de la tarde.

¿Cómo se explica una demora de cinco horas para darle al país una noticia tan importante como esa?

Juan Bosch
28 de febrero, 1973.
NOTA: A los que pretenden decir que esta opinión es personal y no es compartida por la alta dirección del PRD, porque el Dr. José Francisco Peña Gómez admitió en carta al Dr. Balaguer publicada en El Nacional el 16 de febrero que el coronel Caamaño encabezaba la guerrilla, les digo desde ahora que el Dr. Peña Gómez aclaró en esa carta que “aunque soy secretario general del PRD... es a título personal que me estoy dirigiendo a usted”. Y efectivamente, así era. El querido compañero secretario general de nuestro Partido no compartía las dudas que acerca de la invasión de Caracoles teníamos y seguiremos teniendo los demás miembros de la Comisión Permanente del PRD.
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XI.-
Propone PRD cambie política
(Undécimo manuscrito)
Me dirijo a la Comisión Permanente del Partido Revolucionario Dominicano de manera pública para solicitarle que proponga al Comité Ejecutivo Nacional de nuestra organización el abandono de la línea política que ha estado manteniendo el Partido desde hace cerca de dos años, es decir, de la política de forzar al Gobierno a respetar sus propias leyes, comenzando por la Constitución que él mismo elaboró en agosto de 1966.

Esa política del PRD logró sin duda grandes aciertos, como cuando mediante el uso de la presión internacional obligó al Dr. Balaguer a tomar medidas para destruir la Banda, conjunto de malhechores que el Gobierno utilizaba para sembrar el terror en todo el país. Pero los recientes acontecimientos han dado lugar a brotes violentos de actuaciones ilegales, algunas de ellas propuestas y mantenidas por el Dr. Balaguer en persona (como sucede en el caso del periódico La Razón o La Noticia), y todas, en conjunto, respaldadas por el jefe del Gobierno, lo que tiene necesariamente que llevarnos a pensar que si el Dr. Balaguer cedió algo en su carrera de violaciones de la legalidad, lo hizo para ganar tiempo y terreno, no porque estuviera dispuesto a someter su gobierno al cumplimientode sus propias leyes.

He aquí algunos ejemplos que respaldan lo dicho:

1.- Aunque la Constitución de la República ordena que todo detenido sea puesto a disposición de la justicia dentro de las 48 horas después de su detención, en las cárceles de Azua, Santiago, San Francisco de Macorís y la Capital hay numerosas personas que tienen más de tres semanas presas sin haber sido sometidas a la justicia; y lo que es peor, todos los mandamientos de hábeas-corpus que se han presentado han sido burlados por los jefes policiales, los jueces y los procuradores fiscales que han tenido que ver con ellos.

2.- Altos funcionarios del Gobierno, como el Procurador General de la República, el jefe de la Policía Nacional y los procuradores fiscales de la Capital y Santiago han proclamado por su cuenta la existencia de un Estado de Emergencia en el país, violando así el mandato de la Constitución que establece muy claramente qué es un Estado de Emergencia y cómo se declara.

3.- El Dr. Balaguer se ha atribuido poderes que ninguna ley le da y dispone de manera arbitraria que no se publique un periódico, y el director de Telecomunicaciones, por su lado, y el jefe de la Policía por el suyo, deciden cerrar Radio Comercial porque les da la gana al primero alegando una cosa y el segundo alegando otra; y Radio Comercial lleva tres días sin salir al aire, lo que indica que en cualquier momento el país puede quedar privado de uno o dos o de todos los medios de información por decisión arbitraria del Gobierno.

4.- El jefe de la Policía hace publicar en los periódicos un comunicado en el que afirma que Toribio Peña Jáquez, que se califica a sí mismo de guerrillero, es un agente de su cuerpo infiltrado entre los guerrilleros, pero no le da a la opinión pública una sola prueba de lo que dice, con lo cual se hace culpable del delito de calumnia grave, caso inconcebible ya que se supone que un jefe de la Policía es un guardián de las buenas costumbres de su país y no puede, por tanto, ni siquiera caer bajo sospecha de que usa la calumnia como método de trabajo.

5.- El colmo, sin embargo, de la conducta ilegal del Gobierno se halla en el discurso pronunciado por el Dr. Balaguer el 27 de febrero próximo pasado ante las Cámaras reunidas en Asamblea Nacional. En ese discurso, pronunciado dizque por mandato constitucional, el Dr. Balaguer se burló a su gusto de la Constitución de la República (que establece como derecho de los dominicanos vivir en su país y salir de él y entrar con toda libertad) cuando hizo el elogio de la deportación y llegó a presentarla como una medida humanitaria.

Un partido político debe ser siempre leal a los principios que defiende, y resulta que para mantener esa lealtad a los principios tiene que hallarse en todo momento en capacidad de adoptar la línea política más apropiada a las circunstancias. La línea de llevar al Gobierno a respetar su propia legalidad rindió beneficios al PRD y al país hasta la hora en que se conoció la invasión de Caracoles. De no haber sido por esa línea, que mantuvo paralizada por bastante tiempo la actividad de los sectores que el propio Dr. Balaguer llamó “incontrolables” en la noche del 7 de febrero, los líderes y dirigentes de partidos de oposición y de grupos de izquierda hubieran sido cazados como alimañas en sus propias camas ya que ninguno fue advertido con anticipación de la llegada de los guerrilleros.

La línea política del PRD dio, pues, sus frutos, y muy buenos por cierto, para el Pueblo. Pero la insistencia del Gobierno en actuar ilegalmente nos obliga a darla por superada y a sustituirla por otra más apropiada para el porvenir inmediato que le espera al pueblo dominicano.

Juan Bosch
Santo Domingo, 6 de marzo de 1973.

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¡Bosch reaparece! Propone un plan político

«Una semana después de haber emitido su propuesta al Comité Ejecutivo Nacional (del PRD, NH) modificando la línea política de "someter el Gobierno a la legalidad", el equipo de clandestinaje tenía puesta a punto la estrategia para sacar a Bosch de su clandestinidad.

«Lo primero que Bosch hizo fue grabar en un casette el texto de una declaración que leería en la tarde del día 12 de marzo a los periodistas previamente seleccionados y convocados a una conferencia de prensa en la Casa Nacional del PRD... Esa grabación sería difundida por Radio Comercial...

«Lo segundo que se hizo fue colocar a miembros del PRD armados de pistolas, viejos fusiles Mauser, Fal y ametralladoras Cristóbal, usadas en la revolución de 1965... La estrategia abarcó también la colocación de mujeres perredeístas al lado de los teléfonos públicos situados en un perímetro de un kilómetro, con la finalidad de que alguien pudiese usarlos en caso de emergencia para informar a las autoridades de cualquier novedad relacionada con la reaparición de Bosch...

«El equipo de clandestinidad preparó una carta de ruta que dio a cada uno de los automóviles "rebotes" que intervendrían. Tres vehículos de color blanco, cada uno de ellos (acompañado de, NH) un vehículo supuestamente lleno de escoltas, saldrían del parqueo de la Casa Nacional del PRD al mismo tiempo pero tomando diferentes rutas, llevando los primeros a personas de color blanco que pudiesen ser confundidas con Bosch...

«A las 5:30 de la tarde ya habían llegado los reporteros a la Casa Nacional para asistir dizque a una rueda de prensa de algunos dirigentes del Comité Ejecutivo... Cuando los periodistas estaban sentados frente a una mesa con un mantel blanco tendido sobre ella, en el salón de entrada de la sede, un vehículo americano de la marca Chevrolet Impala entró veloz en el Partido y de su asiento delantero se desmontó Juan Bosch, siendo rodeado de inmediato por sus guardaespaldas y recibiendo un fuerte aplauso de los presentes.

«Bosch llegó vestido con traje de color gris oscuro... (y rápidamente leyó, NH) la siguiente declaración:

He resuelto hacer acto de presencia en la Casa Nacional de los perredeístas para poner en manos de la Comisión Permanente del Partido una proposición llamada a completar la que hice a través de la prensa y de la radio el día 7 de este mes, y solicito de la Comisión Permanente que la ponga, con todos mis respetos y saludos fraternales, en las manos de cada uno de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional de nuestro querido Partido.

Esa proposición es la siguiente:

Que en el caso de que se acepte mi proposición del día 7 (esto es, la de abandonar la línea política de forzar al Gobierno a respetar su propia legalidad), se adopte como línea política fundamental del PRD la lucha sin tregua para establecer en el país un gobierno que en vez de servir los caprichos de un hombre sirva al mandato de la ley; que en vez del abuso de poder, las arbitrariedades, las deportaciones y la corrupción desenfrenada, imponga y haga respetar la voluntad de un pueblo que desea con toda su alma vivir civilizadamente; que en vez de un gobierno que siembra odio y división en cada acto de su vida, y que avergüenza y llena de infamia al país, se establezca un gobierno honorable, que actúe con dignidad y hable con respeto a nuestro pueblo y al mundo.

Propongo, además, que nuestro Partido invite a trabajar con él, en el desarrollo de esa línea política, si es aceptada, a todos los partidos y grupos dominicanos que la adopten, y que de acuerdo con las disposiciones estatutarias del PRD, sea la Comisión Permanente la encargada de poner en vigor esos acuerdos.

¡Todo el Pueblo a luchar contra el Gobierno de la ilegalidad y por el establecimiento de un gobierno que respete la ley!

Juan Bosch
Santo Domingo, 12 de marzo de 1973.

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XII.-
Dispuesto a salir de la clandestinidad
(Duodécimo y último manuscrito)
Estoy dispuesto a dejar la clandestinidad cuando lo disponga la Comisión Permanente del PRD y espero que eso sucederá pronto porque la Comisión Permanente entiende (y yo comparto su opinión) que la presión internacional le impide al Dr. Balaguer actuar contra mí como pensaba hacerlo hace todavía poco tiempo.

Pero antes de salir, quiero declarar lo siguiente:

Un oficial de la Policía fue cancelado, como se hizo público, porque no me detuvo cuando hice una visita a la Casa Nacional del PRD el 12 del pasado mes de marzo, y sin embargo si ese oficial hubiera tratado de detenerme habría tenido que matarme, porque si salí de la clandestinidad momentáneamente ese día, lo hice para cumplir una tarea política, no para dejarme prender ni humillar por nadie, y desde ahora quiero hacerle saber al país que cuando abandone la clandestinidad próximamente, lo haré con la misma disposición de ánimo; así, pues, la autoridad civil, policial o militar que pretenda detenerme que lo haga únicamente si está dispuesta a matarme en el acto, porque como no he cometido ninguna clase de violación de la ley, no voy a tolerar de ninguna manera que se atropellen mis derechos ciudadanos.

Reitero que en ningún momento pudimos tener tratos con nadie para organizar una guerrilla sin que nos diéramos cuenta de lo que estábamos haciendo. Eso puede advertirlo cualquier persona medianamente versada en el arte de escribir que lea el comunicado oficial que dio a los periodistas, el 5 de febrero, la Oficina de Relaciones Públicas de la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas; en ese comunicado se aprecia fácilmente que el párrafo tercero en el que se dice que yo aparezco “seriamente comprometido como inspirador de esa trama contra la paz pública [es decir, del desembarco de Caracoles]”, fue un párrafo metido ahí a martillazos después que el total del comunicado había sido escrito sin mencionarme y sin aludir a “otros líderes políticos”.

En ese párrafo se decía, además, que contra esos otros líderes y contra mí se iniciará una vez formalizado el expediente de lugar, la acción judicial correspondiente.

Pero el día 17 de ese mes, el secretario de las Fuerzas Armadas ni aludió a esos “otros líderes” ni se acordó de mencionar “la acción judicial correspondiente”. Sólo dijo que “en el momento oportuno” se darán a conocer todas las pruebas que “comprometen al profesor Juan Bosch en el desembarco guerrillero de Caracoles”; y ese silencio sobre los “otros líderes” y sobre “la acción judicial correspondiente” tiene una importancia grande porque equivale a una retirada táctica, para decirlo en el lenguaje militar que debe serle grato al contralmirante Jiménez; una retirada que es una manera de decir que no habrá “acción judicial correspondiente” y que no ha habido “otros líderes” por la simple y sencilla razón de que nunca hubo la “gran cantidad de papeles y documentos” en que aparecemos comprometidos esos “otros líderes” y yo.

Ahora bien, en esta oportunidad en que se ha hecho evidente a los ojos de todo el mundo la verdad sobre las acusaciones que me hicieron, según dijo el Dr. Balaguer, las Fuerzas Armadas y no él (como si él no hubiera dicho lo que dijo por radio y televisión el día 7 de febrero), es oportuno que yo les diga al secretario de las Fuerzas Armadas y al país esto que sigue:

Repito que nadie sabe mejor que yo que ni el PRD ni ninguno de sus dirigentes tuvieron que ver con la guerrilla de Caracoles, pero cientos de perredeístas estuvieron presos largo tiempo y todavía a la hora en que escribo estas palabras (Jueves Santo a las 6 de la tarde) se hallan encarcelados en La Romana los dirigentes del PRD en aquella ciudad, compañeros Julio César Sepúlveda, Ramón López Rivera y Gregorio Antonio Líder, ¡acusados nada más y nada menos que de conexiones con la guerrilla!

Una puerta de mi casa fue arrancada con todo y marco, en pleno día, como si aquel fuera el hogar de un asesino en el cual se hubiera cometido un crimen espantoso y se hubiera dejado encerrado el cadáver; se allanaron casas de amigos y familiares míos algunas varias veces, y una de ellas fue la humilde morada de mis suegros, dos ancianos nonagenarios.

Juan Bosch
23 de abril de 1973.

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El último crimen de Trujillo
(Quisqueya Libre, IV Etapa, N° 16, La Habana, junio de 1956)
Tomado de la página del PLD: Obras Completas de Juan Bosch

Los regímenes de fuerza hallan su tumba precisamente en el ejercicio de su poderío. Ese es el caso de la tiranía dominicana. Acostumbrada a actuar sin impedimentos de ninguna especie, cuando se cansó de dar muerte en los límites de Santo Domingo miró hacia fuera y decidió —sin perjuicio de seguir cometiendo crímenes adentro, para no perder la costumbre o para que el pueblo no perdiera el terror— aplastar a sus adversarios del extranjero.

Una organización gangsteril con categoría, reconocimiento y representación de gobierno legalmente establecido, es la más espantosa creación que haya podido imaginar nadie. Pues en todas partes los funcionarios de la ley persiguen a los gangsters, de manera que estos tienen que actuar a escondidas. Pero donde ellos son el gobierno —y tal es el caso de la República Dominicana— tienen en sus manos la ley y sus instrumentos, a los jueces y a los fabricantes de documentos, como pasaportes, actas de nacimiento o declaraciones notariales, a la policía y a los soldados, los bancos, las líneas de navegación, los teléfonos, la prensa. Y todo lo ponen al servicio del crimen.

Con todas esas facilidades a su orden, la tiranía trujillista tuvo abiertos los caminos de la sangre que quiso. Mataba y después desacreditaba a las víctimas. Primero, Sergio Bencosme en New York: después, Mauricio Báez en La Habana; más tarde, Andrés Requena, otra vez en New York; luego, Pipí Hernández, de nuevo en La Habana. Los millares de cadáveres de todas las nacionalidades, de todas las edades, de todos los sexos y de todas las condiciones sociales y profesiones, que su régimen había costado dentro de Santo Domingo; la explotación sin ejemplo en los anales del género humano, de que hizo objeto a su pueblo; la calumnia constante, burda y repugnante con que persiguió siempre a sus víctimas y a sus adversarios: todo ese cúmulo de crímenes contra la vida, la propiedad, el honor; el ejercicio sin tregua del peor hamponismo durante un cuarto de siglo sin que las conciencias adormecidas de las grandes mayorías continentales le pusieran un alto, le dieron a la tiranía una visión falsa de su propio poder. Eso es lo que explica que siete meses después de haber ordenado el asesinato de Pipí Hernández, del puro, del transparente, del abnegado Pipí Hernández, y a pesar del escándalo que se produjo con la detención de los autores del crimen, ordenara el secuestro, y el asesinato consiguiente, del profesor Jesús de Galíndez en New York.

El presidente Eisenhower, gobernante del país más poderoso de la tierra, no puede ordenar la muerte de un hombre; pero Trujillo puede hacerlo. El FBI puede investigar la vida de Eisenhower; pero no puede investigar la de Trujillo.

Trujillo había ordenado la desaparición de tres de sus adversarios en Estados Unidos y en Cuba, y jamás se había apresado a los autores materiales. Ordenó la del cuarto, en La Habana; se apresó a los autores, pero no había pruebas contra Trujillo. Su carrera, en el crimen, era de triunfos. En consecuencia, podía ordenarse una muerte más; y se ordenó la del profesor Galíndez.

En el ejercicio de un poder omnímodo, Trujillo, que no es hombre normal ni tiene fundamentos culturales para conocer las leyes que rigen la vida de los hombres y de los pueblos, creyó que para él no había límites; y resulta que la medida del límite es consustancial con todo lo que vive, y cuando no se respetan los límites, la vida se desordena y proviene la muerte. Por ignorar ese principio elemental Trujillo ordenó un crimen más, el del profesor Galíndez. Pues bien, Jesús de Galíndez, que luchó sin descanso por la libertad de un pueblo que no era el suyo, puede estar tranquilo, porque su secuestro y asesinato marca el límite máximo del poder trujillista; a partir del momento en que el distinguido y honesto profesor vasco fue victimado, comenzó a marcarse el descenso de la tiranía trujillista. Pues ha sucedido que ese crimen inaudito ha puesto en pie la conciencia de las Américas y ha señalado a Trujillo como lo que realmente es: como el jefe de una banda de gangsters sin entrañas que se parapetan tras una apariencia de gobierno legal, que tienen representantes ante otros gobiernos, y en la OEA y en la ONU, en la UNESCO y en la OMS, en todos los organismos internacionales creados precisamente para impedir que en el mundo se imponga la ley de la pistola.

Partidos, periodistas, profesores, sociólogos, políticos, hombres eminentes y asociaciones respetables de ambas Américas han visto claro ya, que los exiliados dominicanos no adulterábamos la verdad cuando denunciábamos a Trujillo y a su régimen como a criminales de la peor laya. Ahora, las dos Américas saben quiénes son Trujillo y sus cómplices; y aun aquellos que en el extranjero han estado sirviendo al “Benefactor” dominicano se guardarán mucho, en lo sucesivo, de hacer alarde de su trujillismo. Como las ratas de los buques, ellos saben ya que ha sonado la hora de la decadencia para aquel que tan generosamente les pagó sus ataques a los buenos dominicanos y aun la desmoralización de la opinión pública para ocultar sus crímenes.

Para el Partido Revolucionario Dominicano, su función en el esclarecimiento de los asesinatos de Andrés Requena y de Jesús de Galíndez —para referirnos a los dos últimos perpetrados por el trujillismo en New York— tiene una significación especial; y queremos dejar aquí constancia de ella, no por vanidad ni para aprovechar tan infausta circunstancia como la oportunidad para una propaganda que sería impropio hacer ahora, sino para que sirva de lección a los dominicanos antitrujillistas y a otros exiliados latinoamericanos.

Desde al año 1942, el Partido Revolucionario Dominicano ha mantenido una representación activa en Estados Unidos, y sobre todo en New York. En los últimos años, al frente de esa representación ha estado allí un miembro del Comité Político del PRD, nuestro ejemplar compañero Nicolás Silfa. Pues bien, catorce años seguidos de actividades en New York han tenido un fruto en esta ocasión, pues le ha tocado al PRD allí activar todas las gestiones para convencer a la opinión pública de Norteamérica de quién es Trujillo, por qué murió Jesús de Galíndez y por qué murieron Requena y Bencosme en New York y Mauricio Báez y Pipí Hernández en Cuba. Claro que lo deseable hubiera sido que ninguno de esos inolvidables compañeros hubiera muerto y que no hubiera una Sección del PRD en Estados Unidos. Pero las condiciones de nuestra lucha nos han sido impuestas por las tropelías trujillistas; no las hemos escogido caprichosamente.

En esas condiciones de lucha, el PRD creyó siempre en el resultado del trabajo organizado. Los hechos le han dado la razón. Sirva ello de ejemplo a otros combatientes democráticos, y de lección a los que mostraban la inscripción del PRD en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos como una prueba de que nuestro partido estaba formado por “lacayos del imperialismo yanqui”.

El secuestro y asesinato de Jesús de Galíndez ha colmado la copa de la paciencia, de la ignorancia y de las indiferencias generales hacia el caso dominicano. Eso marca el principio del fin para Trujillo. Si sabemos organizar la presión internacional a favor de la democracia en nuestro país, estará cerca el momento en que podamos honrar en suelo dominicano al destacado y querido profesor victimado, y a los que le precedieron en el camino del martirio.

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