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.- Guerra Fría


Enfrentamiento entre los bloques occidental-capitalista (liderado por EE.UU.) y oriental-comunista (liderado por la URSS)



La Guerra Fría: Enfrentamiento político, económico, social, militar, informativo, científico y deportivo iniciado al finalizar la Segunda Guerra Mundial entre el llamado bloque Occidental (occidental-capitalista) liderado por Estados Unidos, y el bloque del Este (oriental-comunista) liderado por la Unión Soviética. Su origen se suele situar entre 1945 y 1947, durante las tensiones de la posguerra, y se prolongó hasta la disolución de la Unión Soviética (inicio de la Perestroika en 1985, accidente nuclear de Chernóbil en 1986, caída del muro de Berlín en 1989 y golpe de Estado fallido en la URSS de 1991). Ninguno de los dos bloques tomó nunca acciones directas contra el otro, razón por la que se denominó al conflicto «guerra fría». Las razones de este enfrentamiento fueron esencialmente ideológicas y políticas. Por un lado, la Unión Soviética financió y respaldó revoluciones y gobiernos socialistas, mientras que Estados Unidos dio abierto apoyo y propagó desestabilizaciones y golpes de Estado, sobre todo en América Latina. En ambos casos los derechos humanos se vieron seriamente violados. Si bien estos enfrentamientos no llegaron a desencadenar una guerra mundial, la gravedad de los conflictos económicos, políticos e ideológicos, marcaron significativamente gran parte de la historia de la segunda mitad del siglo XX (Wikipedia)

Tomado de CNN



.- La Guerra Fría en gráficas y fotos
Tomado de la página de Fernado Rojas: http://iesfernandoderojas.centros.educa.jcyl.es/sitio/


.- Audio de la Guerra Fría
Tomado de ivoox



EPISODIO I: CAMARADAS 1917-1945

Camaradas 1917-1945

En un tiempo aliados en contra de Hitler, la Unión Soviética y Estados Unidos se encontraron cara a cara al final de la Segunda Guerra Mundial. En el panorama que se presentaba para la posguerra se erigía implacable la nube provocada por la explosión de la bomba atómica.

Un refugio nuclear

Una enorme nube cubría los cielos, augurando un futuro sombrío para la humanidad. A mediados del siglo XX, dos superpotencias se preparaban para un conflicto que podría aniquilar a todos los seres vivos del planeta.

Llegaba la primavera y con ella una aparente calma, pero bajo la normalidad de un hotel estadounidense, se escondía un portón que comunicaba a un mundo subterráneo. Era el refugio que habían preparado para que usaran los legisladores de Estados Unidos si estallaba una guerra nuclear.

Allí se esconderían los representantes de los ciudadanos, ya muertos o moribundos.

Este grupo de políticos contaría con todo lo necesario para sobrevivir durante el invierno nuclear. Y, si algunos perdieran el control por los nervios, el orden se mantendría por la fuerza.

Para los habitantes del refugio, el mundo real se habría convertido en un mero recuerdo, en un mito. Los vivos envidiarían a los muertos.

El origen

En 1945, las tropas soviéticas daban el golpe de gracia al Reich de Hitler y entraban en la capital alemana, Berlín. Pronto se les unieron soldados estadounidenses, británicos y franceses.

Oficialmente, Churchill, Stalin y Truman fueron los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Stalin logró una conquista especial que no se podían atribuir los gobernantes de Gran Bretaña y Estados Unidos: la Unión Soviética había ampliado su influencia hacia Europa Central.

Los Tres Grandes celebraron una reunión en Potsdam, en las afueras de Berlín, donde acordaron el nuevo orden de la posguerra.

La Gran Bretaña de Winston Churchill estaba exhausta. Por su parte, Josif Stalin, líder supremo de la Unión Soviética, se encontraba ahora cara a cara con Harry S. Truman, trigésimo tercer presidente de Estados Unidos.

Tres meses después de la muerte del presidente Franklin Roosevelt, el ex comerciante de Missouri Harry Truman partió camino a Potsdam. Era su primera conferencia como jefe de Estado fuera de su país.

"Truman no estaba preparado para ocupar la presidencia en el sentido de que no lo habían informado con detalle de todo lo que ocurría", explica George Elsey, un asesor de Truman. "Sin embargo, como había sido senador durante diez años y, como presidente de una de las comisiones de guerra más importantes del Congreso, era consciente los problemas que un presidente tenía que afrontar".

Vladimir Yerofeyev, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores soviético, recuerda que "Stalin llegó tarde a la conferencia. Tuvo una especie de ataque cardíaco. Llegó con un día de retraso. Visitó a Churchill y a Truman y se disculpó de inmediato por la tardanza".

La Unión Soviética quedó destrozada después de la guerra, pero Stalin no dejó de ser una figura imponente.

"Le dije: ‘Mariscal, debe ser una gran satisfacción para usted, después de pasar por tantas pruebas y por una tragedia tal, estar aquí en Berlín’", relata Averell Harriman, en esa época embajador estadounidense para la Unión Soviética. "Él me miró y contestó: ‘¡El zar Alejandro llegó a París!'".

¿Quería Stalin avanzar hacia el Atlántico? Su predecesor, Lenin, tenía la esperanza de que la revolución rusa originara una revolución comunista internacional. Fue después de la Primera Guerra Mundial, con el choque de las ideologías comunista y capitalista, cuando se originó la Guerra Fría.

El "socialismo" de Roosevelt

En 1919, el presidente Woodrow Wilson se embarcó en un viaje rumbo a la Conferencia Europea para la Paz, con su consigna que abogaba por un mundo mejor: seguro para países pequeños, sólido para el comercio.

Sin embargo, su acuerdo de paz, excluía a la Rusia bolchevique.

Muchos países, entre ellos Estados Unidos y Gran Bretaña, enviaron tropas para luchar contra la Revolución Rusa. Alentado por su victoria sobre Alemania, Churchill instaba combatir a los bolcheviques, abrazando a los alemanes.

La intervención convenció a Lenin y Stalin de que Occidente se valdría de cualquier oportunidad y se aliaría con cualquiera para destruir al comunismo.

"Me incorporé a la Guerra Civil como ‘hijo del regimiento’. Eramos muchachos jóvenes. Sabíamos que estábamos luchando por el pueblo, por los pobres", dice David Ortenberg, un voluntario del Ejército Rojo.

El Ejército Rojo contaba con amplio respaldo. Las tropas extranjeras se retiraron pronto. Los bolcheviques rojos vencieron a los blancos, sus enemigos en Rusia.

"Los guardias blancos que salieron de Rusia nos rodearon", recuerda Iván Legchilin, un residente de Briansk. "Pasamos hambre. En esa época, las salchichas se hacían de carne humana".

En Rusia, después de la Guerra Civil, se produjo una hambruna. Los bolcheviques, vencedores, se aislaron del resto del mundo para fortalecer la economía nacional.

Estados Unidos también se encerró en sí mismo. La gente quería vivir bien, sin problemas con lo que ocurriera en otros países. Eran los felices años 20. Pero en 1929, la Gran Depresión lo cambió todo. De repente, millones de ciudadanos del país más rico del mundo se vieron en la indigencia. La política estadounidense entonces se inclinó hacia la izquierda.

En 1933, Franklin Delano Roosevelt se convirtió en presidente, y prometió un "New Deal" (Nuevo Trato) para los estadounidenses.

Roosevelt decía que administraría el capitalismo en beneficio del pueblo y, en un cambio de política, reconoció la existencia de la Unión Soviética.

"Debemos recordar que hacía como 16 años que no teníamos ninguna representación en Rusia", señala George Kennan, ex funcionario del Departamento de Estado. "No había relaciones diplomáticas entre los dos países. Roosevelt intentó poner fin al estancamiento".

El impulso industrial que Stalin había iniciado en su país atrajo a expertos estadounidenses. Algunos incluso se mudaban a Rusia con sus familias.

Mientras la mano de obra soviética construía diques y alimentaba calderas, varias empresas de Estados Unidos enviaron ingenieros especializados para coordinar a los obreros soviéticos.

La ideología no preocupaba a estos profesionales porque, a diferencia de los rusos, tenían la libertad de salir del país cuando quisieran.

Régimen del terror

Stalin instituyó un nuevo plan económico: las tierras privadas pasaron a ser propiedad colectiva. Pero el precio de la colectivización fue muy alto: millones de campesinos fueron asesinados y se registró otra hambruna. Sin embargo, la verdad permaneció oculta.

"La gente no se enteraba de todo lo malo que estaba ocurriendo", dice Ortenberg. "Los que sabían la verdad callaban. Sabían que si decían algo los arrestarían y ejecutarían. Era un régimen de terror".

Era el socialismo en un solo país, el socialismo autárquico.

En diez años, se duplicó la producción de la industria pesada.

"Stalin creía que, para obtener el apoyo del pueblo a sus políticas, que eran muy duras, tenía que convencer a mucha gente, a los ciudadanos comunes y a los miembros del partido de que Rusia se enfrentaba a una conspiración por parte de las principales potencias capitalistas", señala Kennan. "Decía que esos países pretendían socavar al gobierno soviético a través del espionaje".

Los ex camaradas de Lenin confesaron crímenes que no habían cometido. Durante los juicios-espectáculo contra los leninistas que se celebraron durante los años 30 en Moscú, Andrei Vyshinski, el fiscal jefe, declaró: "La máscara de la traición ha sido arrancada de sus rostros. Que vuestro veredicto retumbe cual trueno purificador del castigo soviético".

"Yo los veía allí", dice Kennan, entonces destinado a la embajada en Moscú, "estaban pálidos, les temblaban los labios, bajaban los ojos. Eran los rostros de hombres que habían sido si no torturados, al menos aterrorizados, a menudo con amenazas de tomar represalias contra sus familias a menos que confesaran".

Los juicios de Moscú destruyeron la fachada de Stalin. Ahora el mundo veía a la Unión Soviética como un Estado represor y no como el paraíso de los trabajadores.

Sin embargo, en Estados Unidos, entre otros países, muchos se mantuvieron leales al sueño comunista. En la década de 1930, Moscú pidió la formación de un Frente Popular de la izquierda contra Hitler y el fascismo.

La lucha contra el fascismo se convirtió en el objetivo común de los socialistas y comunistas. Y en ese momento, se reprimieron las dudas respecto a Stalin.

Avanza el fascismo

En España, voluntarios de todo el mundo se unieron para hacer frente al alzamiento fascista del general Francisco Franco, armado por Mussolini y Hitler.

En Alemania, los nazis volvían a armarse. Hitler no ocultaba su deseo de dominar Europa e incluso el mundo entero.

Mientras, en Estados Unidos, Roosevelt quería mantenerse al margen de cualquier guerra en Europa. Su política la resumió al afirmar que "pase lo que pase en otros continentes, Estados Unidos debe y ha de mantenerse como lo quiso el padre de nuestro país: independiente y libre".

El entonces primer ministro de Gran Bretaña, Neville Chamberlain, confiaba en que Hitler entraría en razón.

"Cuando era pequeño, solía repetir: 'Si no logro algo la primera vez, lo vuelvo a intentar hasta que lo consiga'", señaló Chamberlain.

En septiembre de 1938, Chamberlain viajó a Munich. La guerra parecía inminente. Alemania se preparaba para invadir Checoslovaquia. Sin embargo, Chamberlain estaba decidido a apaciguar a Hitler.

En Munich, Gran Bretaña, Francia e Italia autorizaron a Hitler a anexionarse la región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia, donde los alemanes eran un grupo minoritario. Sus aliados habían abandonado a Checoslovaquia.

En Moscú, Stalin había sacado sus propias conclusiones de la cumbre de Munich: las democracias de Occidente jamás se opondrían a Hitler. Por eso buscó una solución diplomática. Los archienemigos fascistas y comunistas estaban a punto de abrazarse.

Hitler envió a su ministro de Relaciones Exteriores, Joaquim von Ribbentrop, a Moscú. Allí, firmó el pacto nazi-soviético junto su homólogo soviético, Mijailovich Molotov. Occidente se indignó.

"Después de la firma del pacto, oí decir a Stalin de sus propios labios... -- solía venir a mi casa --. Dijo : ‘Necesitamos ganar tiempo, al menos dos años. Eso es imprescindible para que la Unión Soviética pueda defenderse de Alemania", afirma Sergo Beria, hijo del director de la policía secreta soviética.

Estalla la guerra

En septiembre de 1939, Hitler invadía Polonia

Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a los agresores, pero era demasiado tarde para salvar Polonia: el país fue derrotado y avasallado. Alemania por el oeste y Rusia por el este la habían aplastado.

La ocupación comunista de Polonia oriental quedó a cargo de Nikita Jruschov. Las tropas rusas estaban conquistando provincias que habían pertenecido a los zares.

Con el pacto firmado entre los nazis y los comunistas, Stalin se vio en libertad para anexionarse Lituania, Letonia y Estonia. Las tres regiones bálticas volvían a estar bajo el dominio ruso, como había ocurrido durante buena parte del siglo XVIII.

Para entonces, Stalin ya había enfurecido al mundo con la invasión de Finlandia.

"La Unión Soviética es una dictadura", dijo Roosevelt en un discurso pronunciado en 1940. "Es una dictadura tan absoluta como cualquiera del mundo. Se ha aliado con otra dictadura y ha invadido a un vecino tan pequeño que sería imposible que representara amenaza alguna para la Unión Soviética".

En 1940, Hitler pasó al ataque contra Occidente. A mediados de 1941, ya había conquistado Francia, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca, Yugoslavia y Grecia.

La Gran Bretaña de Churchill resistía sola.

El 22 de junio de 1941, Adolfo Hitler invadió la Unión Soviética. Fue una fecha histórica.

Hitler pretendía obtener una inmensa colonia para Alemania. Paradójicamente, gracias a la campaña de Hitler la Unión Soviética ampliaría su poder hasta el corazón de Europa sólo cuatro años después.

A medida que avanzaban los tanques nazis, comenzaban a dibujarse los contornos de la Guerra Fría.

Por su parte, y ante la ofensiva alemana, el Ejército Rojo emprendió la retirada.

"Mi madre me dijo: ‘Ve con los soldados’", recuerda Luibov Kozinchenko, un voluntario del Ejército Rojo. "Los soldados se estaban retirando, heridos, cubiertos de sangre. Y yo sólo tenía mi abrigo y mis zapatos".

Con la derrota, los ciudadanos soviéticos se unieron. De manera sorprendente, la Unión Soviética ganó simpatizantes en el exterior.

"A pesar de su postura antisoviética, Churchill acogió de inmediato a la Rusia de Stalin como aliada. A sus amigos les dijo que se habría aliado con el mismo diablo si hubiera sido necesario para vencer a Hitler", afirma sir Frank Roberts, diplomático británico.

Entra Japón

En un discurso pronunciado en 1941 ante del Congreso de su país, Roosevelt dijo: "Estados Unidos sufrió un ataque repentino y deliberado por parte de la armada y la fuerza aérea del Imperio de Japón. Independientemente del tiempo que nos tome recuperarnos de esta invasión premeditada, el pueblo estadounidense, con su fuerza y virtud, logrará la victoria absoluta".

Estados Unidos declaró la guerra a Japón. Pocos días después, con el ejército alemán (el Wehrmacht) a las puertas de Moscú, Hitler declaró la guerra a Estados Unidos, de modo que Washington se alió con la Unión Soviética.

Las fuerzas alemanas no lograron tomar Moscú. Stalin hizo la siguiente declaración pública: "Personas con la moral de animales tienen el atrevimiento de exigir el aniquilamiento de la nación rusa. Los alemanes quieren ganar una guerra por aniquilación. Muy bien, si los alemanes quieren una guerra de aniquilación, eso obtendrán".

Stalin ya planificaba más allá de la victoria. A Gran Bretaña le dijo que, después de la guerra, la Unión Soviética debería incluir los estados bálticos y parte de Polonia.

"Cuando fui a Moscú con Anthony Eden en diciembre de 1941, los alemanes estaban a sólo 19 kilómetros de nosotros", relata Roberts. "Lo primero que dijo Stalin en aquella reunión fue: ‘Señor Eden, quiero que me garantice que, cuando termine la guerra, usted apoyará mi justificado reclamo territorial’".

Según Roberts, "Eden quedó muy sorprendido. Dijo: ‘¿No deberíamos estar pensando en cómo ganar esta guerra?'. ‘No’, respondió Stalin. ‘Quiero dejar esto bien claro desde un principio’. Así que, obviamente, Eden tuvo que decir que no contaba con la autoridad para decidir cómo terminaría la guerra".

Estados Unidos proporcionó principalmente armas y vehículos a la Unión Soviética. Stalin pedía más. Solicitaba a los aliados un segundo frente occidental para aliviar el sufrimiento de los soviéticos.

"Vi las atrocidades. Oí los ruidos de la guerra", dice Yevgeni Jaldei, que fue fotógrafo del Ejército Rojo". Aunque hayan pasado 50 años, sigo escuchando los ruidos de la guerra: los disparos, las bombas, los gritos de la gente, el llanto de las mujeres".

Durante seis meses, Stalingrado fue un campo de batalla. Hitler envió 500.000 efectivos. Al cabo, los alemanes terminaron rodeados y tuvieron que rendirse. La situación, entonces, comenzó a cambiar.

En Occidente, la opinión pública aplaudía al Ejército Rojo, su aliado.

El vicepresidente de Estados Unidos, Henry Wallace, reconoció entonces: "Hasta la fecha, en la lucha por nuestra causa común, los rusos han perdido, entre muertos, heridos y desaparecidos, al menos un 50 por ciento más que todos los aliados europeos juntos. Además, han matado, herido y capturado al menos 20 veces más alemanes que los demás aliados".

Los nazis intentaron dividir a los aliados. En Katín, en el oeste de Rusia, desenterraron los cuerpos de más de 4.000 oficiales polacos. Alemania anunció que los oficiales habían sido asesinados por las fuerzas de seguridad soviéticas en 1940.

Más adelante, se descubrió que la acusación tenía fundamento, pero en su momento Gran Bretaña y Estados Unidos hicieron caso omiso de la noticia.

Conferencia en Teherán

En 1943, con la alianza aún intacta, los Tres Grandes organizaron una reunión en Teherán, capital de lo que entonces se denominaba Persia.

"Me llamaron a Teherán para ayudar a preparar la conferencia. El señor Roosevelt participaría. Le pusimos un nombre en código. Llamé al aeródromo y hablé con el almirante (William) Leahy. Le pregunté si vendrían. Me contestó: ‘No, no iremos. Iremos a la misión estadounidense’. Cuando se lo dije a Molotov, pensé que me mataría", dice Zoya Zarubina, que pertenecía a los servicios de Inteligencia soviéticos.

Según Zarubina, cuando Molotov se enteró de la negativa de Leahy, emisario de Roosevelt, "(Molotov) me dijo todos los improperios que he escuchado en mi vida. Me gritó: ‘¿Quién diablos es usted? ¿Cómo llegó aquí? ¿Qué sabe usted? ¿Qué le diré a Stalin?"

Stalin convenció a Roosevelt de que estaría más seguro en la residencia del embajador soviético. El edificio había sido preparado... con micrófonos ocultos.

"Stalin me dijo que la tarea que encomendaría a nuestro grupo no era muy atractiva desde el punto de vista ético", recuerda Sergo Beria, que también formó parte de la inteligencia soviética. Sin embargo, la situación de la Unión Soviética era tan delicada que necesitábamos saber qué pensaban nuestros aliados".

"Stalin tenía mucha habilidad para tratar con Roosevelt y Churchill", afirma Roberts. Incluso Churchill comenzó a tenerle simpatía y a llamarlo ‘Tío Joe’, un término afectuoso. Ambos creían que, si lo trataban como correspondía... Decían: ‘Si tratamos al ‘Tío Joe’ como si fuese socio de nuestro club, tal vez algún día se comporte como tal’".

"Todas las mañanas, a las 8, iba a ver a Stalin", señala Beria. "Le llevaba las transcripciones en ruso e inglés. Stalin pasaba aproximadamente una hora estudiando minuciosamente todas las conversaciones de Roosevelt".

Por su parte, Kennan mantiene que "Roosevelt era incapaz de concebir la existencia de un hombre tan injusto y con semejante capacidad estratégica como lo fue Stalin. Jamás había conocido a nadie así. Stalin era un actor sobresaliente : tranquilo, afable, razonable. Todos se fueron de allí pensando que Stalin era un excelente líder".

Los aliados acordaron que la Europa de la posguerra sería una zona de influencia soviética. Stalin se anexionaría a Polonia oriental. Como compensación, los polacos recibirían parte de Alemania oriental. Polonia no tuvo voz en la decisión.

Los Tres Grandes se dispusieron a trazar el futuro del mundo.

El reparto de Europa

El 6 de junio de 1944 fue el Día D: la mayor invasión por mar de la historia.

Las tropas aliadas desembarcaron en Normandía, Francia.

Stalin venía pidiendo ayuda en este frente. En el primer frente, al este, seguía avanzando el ejército soviético.

Los medios de comunicación relataban entonces cómo los nazis, a medida que se retiraban de Rusia, destruían las vías del tren, mientras la bandera soviética ondulaba triunfante en Sarni, Tarnapol y Odessa.

Cuando el Ejército Rojo se acercaba a Varsovia, la Resistencia polaca se apoderó de la ciudad. Los polacos deseaban liberarse solos y enfrentar a Stalin como país independiente.

"El ejército polaco se propuso tomar Varsovia después de la partida de los alemanes y antes de la llegada de los rusos", dice Roberts. "Los rusos mismos los habían alentado. Luego, el ejército ruso se detuvo en el Vístula".

Stalin adujo que su ejército necesitaba hacer una pausa en las afueras de Varsovia para reorganizarse. Los alemanes contraatacaron.

"Los combatientes polacos fueron abandonados por los rusos, que estaban esperando del otro lado del río y podrían haber ido a ayudar sin dificultades", dice George Kennan, destinado entonces a la embajada de Estados Unidos en Moscú. "Por varios motivos creo que, en ese momento, Estados Unidos debería haber cambiado de política".

Los polacos resistieron solos frente a los alemanes durante 63 días. Cuando Varsovia cayó destruida, Polonia culpó a la Unión Soviética. Entonces, con Polonia bajo ocupación soviética, Churchill y Stalin se sentaron a negociar en Moscú.

Una noche, Churchill garabateó una fórmula para dividir Europa:

- Rumania: 90 por ciento de influencia soviética

- Grecia: 90 por ciento de influencia británica y estadounidense.

- Yugoslavia y Hungría: mitad y mitad.

- Bulgaria: 75 por ciento de influencia rusa

Stalin aprobó el acuerdo. Entonces, Churchill se preguntó en alto si debía romper la nota, pero Stalin le dijo: "¡No, guárdala!".

Conferencia de Yalta

Al final la reunión se celebró en Yalta, en la costa sur de la península de Crimea. Churchill había insistido en que la siguiente reunión de los Tres Grandes se realizara en Occidente, pero Stalin insistió en que fuera en la Unión Soviética.

"Stalin quería complacerlos", dice Zarubina. "Recuerdo cómo tuvo que esforzarse la gente en medio de la destrucción. Obtuvieron cristalería, servilletas blancas, manteles y muebles. Un día, el señor Winston Churchill dijo: ‘¡Cómo me gustaría tener limón para ponerle a mi gin tonic!’. Al día siguiente, encontraron un limonero".

El viaje fue un tormento para Roosevelt, agobiado por la poliomielitis y las exigencias de la guerra.

Reunidos en lo que había sido el palacio del zar, los líderes afrontaban un temario difícil. Debían decidir cómo gobernar una Alemania derrotada y definir la situación de Polonia.

"Europa oriental, aunque importante, era sólo uno más entre muchos asuntos: primero había que ganar la guerra y ocupar Alemania. En segundo lugar, tenían que vencer a Japón. Y luego, estaban los arreglos para la posguerra", afirma Roberts, que formó parte de la delegación británica a Yalta.

Para Hugh Lunghi, que también integraba la delegación británica, Stalin tenía una visión muy clara de la situación. "Stalin sabía que había ganado la guerra", dice Lunghi. "Los rusos estaban a sólo 60 kilómetros de Berlín. Estaban a punto de tomar Budapest. Ya se había apoderado de parte de Europa oriental, pero no de toda la región".

"Era un negociador muy perspicaz", sostiene Zarubina. "No miraba a la gente a los ojos. Sólo fumaba (fumaba mucho) como distraído y uno pensaba que no estaba prestando atención. Pero, de repente, levantaba el dedo y decía: ‘¡Ah!’".

Para Lunghi, Roosevelt cometió una gran equivocación: "Para congraciarse con Stalin, Roosevelt cometió el craso error al hacer hincapié en las diferencias entre Churchill y él. Así, le dejó bien claro a Stalin que tenían diferencias reales además de las imaginarias".

"Claro que, para nosotros", dice Roberts, "lo primordial era el futuro de Europa oriental, principalmente Polonia. En ese sentido, Stalin se saldría con la suya porque el Ejército Rojo había ocupado toda la zona, incluida Polonia". Para la conferencia de Yalta, los rusos ya habían alcanzado Alemania después de cruzar por Polonia.

En ese momento, los Balcanes y la mayor parte de Polonia, así como Checoslovaquia y Hungría, estaban bajo ocupación soviética. La teoría diplomática no podía cambiar la realidad de la guerra.

"En Yalta, firmamos dos documentos diplomáticos totalmente satisfactorios en teoría", señala Roberts. "Se formaría un gobierno de coalición en Polonia con representantes de Occidente y se llevarían a cabo elecciones libres. Luego, había una declaración para toda Europa oriental llamada ‘Declaración sobre la Europa Liberada’, según la cual Europa se reconstruiría con base en la democracia, elecciones libres y todo lo demás. Eran términos que los rusos utilizaron pero que interpretaron de manera diferente".

Stalin prometió que habría elecciones libres y justas en Polonia. Los demás, cansados de discutir, aceptaron su palabra. Los aliados gobernarían Alemania de manera conjunta. Además, Stalin se comprometió en secreto a atacar a Japón. Churchill se sentía seguro.

El primer ministro británico, en su despedida de la conferencia, pronunció las siguientes palabras como balance de Yalta: "Nos hemos comprometido a cooperar para asegurar que haya cada vez más felicidad y prosperidad para los pueblos de todos los países, que ya no están sujetos a las penurias de la guerra. Estas son las perspectivas que tenemos a nuestro alcance".

El avance hasta Berlín

El presidente Franklin Roosevelt murió en 1945, cuando aún se libraban las últimas batallas en Europa. Las tropas estadounidenses tomaban ciudades alemanas sin encontrar ninguna resistencia.

"Se alegraban al ver a las tropas estadounidenses porque temían una ocupación rusa", afirma Al Aronson, que participó en la misión en Alemania como miembro de la División 69 de la Infantería de Estados Unidos.

Al avanzar, los aliados entendieron cabalmente el horror de los crímenes cometidos por los alemanes. Los judíos habían sido el blanco especial de los nazis. Todas las naciones lloraban por sus hijos, muchos de ellos enterrados en fosas comunes.

El temor al resurgimiento de Alemania dominó el primer año de paz.

Poco después, las tropas soviéticas y estadounidenses se encontrarían en Alemania.

"Un día, nuestro teniente nos dijo que quería reunir una patrulla para buscar a unos rusos", recuerda Aronson. "Ninguno de nosotros estaba ansioso por participar en esa patrulla porque sabíamos que la guerra estaba por terminar y no sabíamos qué encontraríamos. Pensábamos: ‘Si hemos sobrevivido hasta ahora, ¿por qué arriesgarnos en este momento?’".

Jim Kane también formaba parte de la División 69, y recuerda que avanzaban sin resistencia. "Todos estaban retrocediendo y rindiéndose", dice. "Tuvimos suerte, supongo. Llegamos al río Elba y vimos a los rusos del otro lado".

Y al otro lado, estaba Luibov Kozinchenko, de la División 58 del Ejército Rojo. Kozinchenko recuerda el momento en que vieron a los estadounidenses: "Le dije a mi amiga: ‘Tú quédate allí y yo me pongo aquí’. Esperamos que llegaran a la ribera. Les veíamos los rostros. Se veían como personas comunes. Imaginábamos que serían diferentes. ¡Eran estadounidenses!".

"No sabíamos qué esperar de los rusos", dice Aronson, "pero, cuando los vimos, era imposible distinguirlos de nosotros. Si se pusieran nuestros uniformes, parecerían estadounidenses".

"Creo que, para nosotros, la guerra había terminado" dice Alexander Gordeyev, también de la División 58. "Nos lavamos los pies en el Elba. Nos lavamos el rostro y las manos. Pensábamos que, como habían llegado los estadounidenses, la guerra había llegado a su fin".

Los aliados acordaron que la captura de Berlín quedaría en manos de la Unión Soviética.

Las Naciones Unidas

En abril de 1945, el Ejército Rojo lanzó su ofensiva final contra Berlín. La guerra había costado 27 millones de vidas a la Unión Soviética -- casi 40 veces más que el total de bajas sufridas por Estados Unidos y Gran Bretaña.

La bandera roja que ondeó sobre el Reichstag fue una improvisación.

"Utilizamos manteles", dice Jaldei, el fotógrafo del Ejército Rojo. "Una noche, ayudé a un amigo, un sastre judío, a coserlos para confeccionar tres banderas. Las llevamos a Berlín. Allí, encontré tres soldados que subieron a la azotea conmigo. La primera fotografía que saqué fue de la bandera que llevé de Moscú, la bandera soviética ondeando sobre Berlín".

Mientras el Reich de Hitler se desmoronaba, cientos de personas se reunieron en San Francisco para fundar la Organización de las Naciones Unidas.

La delegación soviética estuvo presidida por el hombre que había firmado el pacto con Hitler: Molotov.

"Molotov estaba muy nervioso porque sentía que la guerra estaba por terminar, se aproximaba la victoria y él estaba en Estados Unidos", señala Vladimir Yerofeyev, miembro de la delegación soviética a San Francisco. "Por eso, todos los días, le enviaba telegramas a Stalin preguntando: ‘¿Cuándo puedo regresar?’".

Durante la conferencia de San Francisco, llegó la noticia de la rendición de Alemania.

Con el final de los combates, las fuerzas soviéticas habían dividido Europa en dos, con una línea que iba desde el Báltico hasta el Adriático.

Mientras, en el Pacífico, continuaba la guerra. Los infantes de marina estadounidenses habían tomado la isla japonesa de Iwo Shima. Más adelante entenderían que aquello fue el preludio de una difícil campaña: la invasión final de Japón.

La tercera cumbre de los Aliados se realizó en Potsdam, en la Alemania conquistada.

"La actitud de Washington hacia la Unión Soviética había comenzado a cambiar mucho antes de la cumbre de Potsdam", mantiene George Elsey, asesor del presidente Truman. "Ya se vislumbraba una tormenta".

"Truman declaró oficialmente que algunos países no estaban poniendo en práctica la declaración de Yalta sobre Europa. Se estaban creando gobiernos que Estados Unidos no reconocería", dice Yerofeyev.

Para Lunghi, "la conferencia de Postdam fue la conferencia del mal humor porque, a excepción de los actos ceremoniales, estuvo marcada por mucho mal humor".

Bombas atómicas

A los aliados les resultó difícil llegar a un entendimiento sobre un tratado de paz para Alemania y para la puesta en práctica de los acuerdos de Yalta. Stalin confirmó que sus tropas estaban listas para la guerra contra Japón. Sin embargo, el día anterior a la conferencia, Estados Unidos había probado una bomba atómica.

Según Elsey, "tras consultar a los británicos y a sus propios asesores militares, el presidente Truman decidió decirle a Stalin que teníamos una nueva arma muy poderosa, sin especificar que se trataba de un arma nuclear".

"Truman repitió lo que había dicho sobre la nueva arma", afirma Yerofeyev. "Creyó que Stalin no lo había escuchado o que no había entendido. Stalin dijo: ‘Muy bien. Gracias por la información’".

Elsey recuerda la confusión: "A los estadounidenses no les quedaba claro si Stalin había entendido lo que dijo Truman. Más adelante, nos enteramos de que sabían perfectamente de qué se trataba el proyecto Manhattan gracias a sus espías".

Durante la conferencia, se supo también que Clement Attlee había sido elegido primer ministro de Gran Bretaña.

"Me dio la impresión de que lo que impactó más a Molotov y Stalin no fue la explosión de la bomba, sino el hecho de que Churchill no fuera reelegido en Inglaterra", dice Yerofeyev.

La conferencia terminó el 2 de agosto y los jefes de Estado regresaron a sus países.

Cuatro días después, Estados Unidos lanzó la bomba atómica en Hiroshima; tres días más tarde, una segunda bomba en Nagasaki.

No faltaba mucho para que la raza humana tuviera la capacidad de autodestruirse en un solo día.

A partir de entonces, en cada crisis de la Guerra Fría, la amenaza nuclear volvió a cernirse sobre la humanidad.
LATERAL 1 - La matanza de Katín/Por Bruce Kennedy, redactor de CNN Interactive
En 1943, soldados alemanes descubrieron una fosa común en el bosque de Katín cerca de Smolensk, en el oeste de Rusia. La tumba contenía los cuerpos de entre 4.000 y 5.000 oficiales del ejército polaco. Con la esperanza de meter una cuña entre la Unión Soviética y sus aliados occidentales, funcionarios nazis hicieron público el hallazgo y acusaron a los soviéticos de la matanza. Moscú negó los cargos, y sostuvo que los alemanes intentaban encubrir sus propias atrocidades.

A pesar de la evidencia de que el Kremlin estaba en realidad detrás de la matanza, Gran Bretaña y los Estados Unidos prefirieron mirar para otro lado. El primer ministro de Londres en tiempos de la guerra, Winston Churchill, se opuso a un pedido del gobierno polaco en el exilio para que la Cruz Roja Internacional investigara el incidente.

Después del conflicto, la cuestión de Katín fue incluida en la lista de crímenes atribuidos a los nazis sometida a los tribunales de Nuremberg. Pero más tarde se la dejó de lado, aparentemente por temor de que cualquier revelación sobre la matanza pusiera en aprietos a los soviéticos.

Sólo en 1990 el presidente soviético Mijail Gorbachov admitió la participación soviética en la matanza del bosque de Katín. Dos años más tarde, el gobierno ruso entregó al presidente polaco Lech Walesa documentos hasta entonces secretos que mostraban que el líder soviético José Stalin había ordenado directamente la matanza de los oficiales del ejército polaco.

La mayoría de las víctimas del bosque de Katín eran reservistas del ejército polaco --abogados, médicos, científicos y hombres de negocios-- que habían sido convocados al servicio activo tras la invasión nazi de Polonia en 1939. Pero en lugar de luchar contra los alemanes, unos 15.000 oficiales polacos se encontraron prisioneros del Ejército Rojo que había ocupado el este de Polonia según los términos de un tratado secreto entre Moscú y Berlín.

En la primavera de 1940, los soviéticos condujeron a unos 4.500 de esos oficiales al bosque de Katín. Allí los ataron, los amordazaron, los abatieron de un tiro en la cabeza y los enterraron sin más trámite. Los restantes prisioneros de guerra polacos fueron trasladados a otros lugares, donde muchos de ellos también cayeron fusilados. Estas ejecuciones masivas eliminaron a buena parte de la clase intelectual polaca y facilitaron la toma del país por los soviéticos.

El recuerdo de la matanza fue una herida abierta en las relaciones soviético-polacas a lo largo de la Guerra Fría, y continúa tensando las relaciones entre Varsovia y Moscú.

En 1995, Walesa y familiares de las víctimas del bosque de Katín asistieron a una ceremonia de recordación en el lugar de la matanza. Invitaron a Boris Yeltsin a participar de la ceremonia, pero no aceptó. La prensa polaca denunció la decisión del presidente ruso.

"La ausencia deja un mensaje profundamente perturbador", dijo el diario Zycie Warszawy. "No hubo la clase de disculpas que Alemania ofreció ya hace tiempo. Este día pudo haber sido un símbolo de reconciliación entre dos naciones trágicamente marcadas por el comunismo. En cambio, es una dolorosa vergüenza, y el bosque de Katín continúa proyectando su sombra obscura".
LATERAL 2 - La guerra invisible/Por Jeremy Isaac y Taylor Downing, productores de Guerra Fría
Moviéndose entre las sombras y fuera de ellas, atareados con mensajes cifrados y microfilmes, robando y ocultando, traicionando y siendo traicionados, los agentes de inteligencia de las grandes potencias arriesgaron sus vidas para conseguir y pasar información. Los espías llegaron a personificar la imagen misma de la Guerra Fría. Pero, ¿hasta qué punto influyeron en su curso?

Los primeros espías de la Guerra Fría --Kim Philby, Guy Burgess y Donald Maclean en la inteligencia y el Servicio Exterior británicos-- actuaron por convicción política. Creían estar haciendo lo correcto. En las postrimerías de la Guerra Fría, Aldrich Ames, el "topo" de la KGB en la CIA, actuaba solo por dinero. Entre un momento y otro, ambas agencias se expandieron enormemente: la CIA y la KGB llegaron a tener miles de empleados. Al mismo tiempo, tecnologías rivales de intercepción de señales (conocidas como Sigint) y de fotografía satelital --mecánicas, impersonales, cada vez más eficientes-- amenazaban con volver prescindible al espía humano.

Los espías que operaban antes del comienzo de la Guerra Fría le dieron a la Unión Soviética una temprana ventaja. Klaus Fuchs y Ted Hall eran científicos empleados en Los Alamos para el proyecto de hacer la bomba atómica. Pasaron a sus jefes dibujos detallados del método implosivo para hacer estallar la bomba. En parte gracias a esto, la bomba atómica estuvo lista en 1949, dos años antes de lo esperado.

En la década de 1940, Burgess y Maclean suministraron a Moscú fluida información sobre la política de Occidente, incluyendo las intenciones occidentales sobre el Plan Marshall. Maclean y Philby tenían acceso de alto nivel en la inteligencia británica. Philby reveló detalles sobre la Sigint occidental a sus jefes de la KGB y delató a los agentes infiltrados en los Balcanes, quienes fueron atrapados y fusilados. El resultado de esta traición espectacular, el conocimiento de la KGB tenía un oficial en el corazón de la inteligencia de Occidente, fue debilitante y desalentador. Los norteamericanos no confiarían en la inteligencia británica durante veinte años. Burgess y Maclean desertaron a Rusia en 1951; Philby, bajo sospecha durante otra década, desertó finalmente en 1963.

Los agentes de ambos bandos le contaban a sus empleadores lo que querían escuchar. Estimaciones continuamente exageradas sobre el poderío misilístico soviético propiciaron los enormes gastos en defensa y los programas de crecimiento exponencial típicos de las décadas de 1950 y 1960. Pero la CIA no logró predecir el ataque de Corea del Norte a Corea del Sur en junio de 1950, ni la entrada a la Guerra de Corea en noviembre de ese año. La CIA tenía la información necesaria, pero no quiso darle crédito. La URSS, razonaba, no quería verse involucrada en ese conflicto, según lo que se sabía. China era un cliente de la URSS, por lo tanto tampoco iba a comprometerse. Y la inteligencia aérea de la CIA no llegaba por entonces más allá de la frontera enemiga. La debacle de la CIA en Corea condujo al establecimiento de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), que pronto iba a ser equipada con el mayor banco de computadoras del mundo.

En Berlín, el frente de batalla de la Guerra Fría, la CIA excavó en 1954 un largo túnel debajo del sector soviético para interferir los cables telefónicos. La KGB la dejó hacer durante 11 meses: su espía George Blake les había avisado de la existencia del túnel. El Mossad, la inteligencia israelí, obtuvo una copia del discurso de Jruschov al Vigésimo Congreso del Partido en 1956 en el que denunciaba los crímenes de Stalin, y se la pasó a la CIA, que lo transmitió al otro lado de la Cortina de Hierro. Esto contribuyó a provocar levantamientos en Polonia y más tarde en Hungría en 1956, e intranquilidad generalizada en el campo comunista.

Mientras Jruschov multiplicaba sus amenazas y baladronadas, Oleg Penkovsky, un activo agente, informaba reiteradamente a Occidente sobre el verdadero estado del alistamiento soviético. Eisenhower y Kennedy tuvieron el beneficio de su consejo y supieron que Jruschov estaba fanfarroneando. Penkovsky fue detectado accidentalmente cuando acababa de reunirse con un contacto británico en Moscú, y fue liquidado de un tiro en la cabeza.

Oleg Gordievsky, de la rama londinense de la KGB, brindó un valioso servicio a Occidente durante años, hasta que desertó en 1985. En 1983 había informado sobre los genuinos temores que existían en la Unión Soviética sobre las intenciones agresivas de Occidente.

Eisenhower fue el primer presidente norteamericano en darse cuenta de cuán productivas podían ser la inteligencia aérea y la fotografía satelital. En 1962, los vuelos de observación de los U-2 revelaron a Kennedy la existencia de instalaciones misilísticas soviéticas en Cuba. Esto sacudió a los funcionarios del gobierno: nadie les había advertido de que Jruschov pensaba ponerlos allí. Ni tampoco agente alguno estadounidense, en Moscú o en La Habana, reveló otro dato crucial: el ejército cubano estaba equipado con armas nucleares tácticas. Si los Estados Unidos hubieran invadido, como algunos reclamaban, el uso de esas armas habría sido una sorpresa absoluta, y bien podría haber desencadeno una guerra nuclear total.

Los Estados Unidos tenían fotografías aéreas de tanques soviéticos que concentraban contra Checoslovaquia en 1968 y Afganistán en 1979. Y su capacidad de interceptar y descifrar mensajes aparentemente era tan refinada como para permitirle a Washington escuchar conversaciones entre los miembros del Politburó. La verdadera penetración de la Unión Soviética fue posible gracias a la Sigint y los satélites, no gracias a los agentes. El satélite KH 11 fue crucial para la aplicación de un control de armamentos; permitió la verificación en tiempo real que dio respaldo al tratado SALT II.

La cuestión crucial en una guerra es entender el pensamiento y las intenciones del enemigo. Hacia el final de la Guerra Fría, los estadistas se dieron cuenta de que no había muchas maneras mejores de lograrlo que reunirse con sus antagonistas y conversar con ellos. En el giro más sorprendente de todos, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética llegaron a entender que su seguridad dependía de la apertura y la transparencia antes que del secreto. Los acuerdos para la limitación de armamentos solo eran posibles en la medida en que eran verificables, y solo podían verificarse si cada bando se abría a la inspección del otro.

Aldrich Ames, el ex oficial de la CIA de rango intermedio condenado ahora a cadena perpetua, espiaba por dinero. Le habían pagado 2.700.000 dólares, y estaba esperando otros 1.900.000 cuando fue arrestado en 1994. Durante casi 10 años a sueldo de la KGB, Ames delató a 25 agentes de la CIA en la Unión Soviética, de los cuales 10 fueron fusilados. Uno de ellos era Dmitri Polyakov, el empleado ruso de la CIA más productivo, que había sido reclutado en 1961. Ya abuelo, se había retirado a su dacha cuando la KGB fue por él en 1986. Una larga búsqueda del topo que lo había traicionado llevó hasta Ames. Markus Wolf, del servicio secreto de Alemania Oriental, niega todo romanticismo al espionaje: "Es algo sucio; la gente sufre".
LATERAL 3 - ENTONCES Y AHORA: Ex rivales, amigos inciertos/Por Ralph Begleiter, corresponsal de CNN
Cuando los soldados norteamericanos se encontraron con los soviéticos en el río Elba al fin de la Segunda Guerra, se vieron unos a otros como extraños… casi como extraños de otro planeta. Los Estados Unidos y la Unión Soviética no tenían experiencias compartidas, ni lazos que los unieran. Eran aliados en el sentido militar, pero su alianza se limitaba esencialmente al objetivo único de derrotar a la Alemania nazi.

Una vez terminada la guerra, esa alianza incómoda se disolvió rápidamente, dejando a las dos potencias mundiales como enemigas durante buena parte de lo que restaría del siglo.

Sin embargo, cuando la Guerra Fría terminó con el colapso de la Unión Soviética hacia el fin del siglo, Rusia se encontró volviendo a una alianza con los Estados Unidos. Y cuando el gobierno soviético del Kremlin cedió en la década de 1990 a una incipiente democratización, los Estados Unidos se convirtieron en uno de los más firmes sostenes de Moscú.

Otros ex enemigos de la Unión Soviética se convirtieron en firmes amigos políticos de Rusia al término de la Guerra Fría. Alemania, anclada en la alianza militar occidental (OTAN), gastó miles de millones de dólares para financiar la construcción de viviendas y otras instalaciones para millones de soldados soviéticos convocados a Rusia al concluir la Guerra Fría. Del mismo modo, Francia, Gran Bretaña y Canadá, miembros decisivos de la alianza antisoviética durante toda la Guerra Fría, se cuentan hoy entre los mejores amigos de Moscú. Washington y Moscú iniciaron la Guerra Fría como "camaradas". Hoy, tras la caída de la Cortina de Hierro, su relación es mucho más amplia y más profunda que lo que era en la década de 1940.

El último presidente soviético, Mijail Gorbachov, se unió a los Estados Unidos a comienzos de la década de 1990 en el Medio Oriente para oponerse, militarmente, a la invasión de Kuwait por Iraq. Esa cooperación fue la piedra fundamental sobre la que una coalición militar y política sin precedentes revirtió la agresión de Saddam Hussein.

Tras la breve Guerra del Golfo de 1991, la Casa Blanca y el Kremlin mantuvieron su alianza, estableciendo un proceso de paz árabe-israelí sin precedentes y copatrocinando la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, donde árabes e israelíes encararon una amplia gama de negociaciones que incluyeron la paz, cuestiones ambientales, cooperación económica y otras cuestiones. La colaboración entre Moscú y Washington contribuyó sustancialmente a la histórica reconciliación de Israel con los palestinos en 1993 y al segundo tratado de paz de Israel con un estado árabe, Jordania, en 1995.

Moscú y Washington desarrollaron lazos tan estrechos que un director de la CIA fue invitado al cuartel de la KGB, donde subrayó que era la primera vez que veía el lugar desde el nivel del suelo. Técnicos de ambos bandos trabajaban para desmantelar miles de armas nucleares que las superpotencias habían acumulado durante la Guerra Fría.

Hacia mediados de la década de 1990, Washington y Moscú estaban unidas en otra alianza militar, esta vez en e corazón de Europa. Soldados rusos de primer nivel, alguna vez entrenados para derrotar al enemigo capitalista norteamericano, patrullaban junto a las fuerzas norteamericanas en Bosnia, para mantener una endeble paz entre serbios y musulmanes en los Balcanes. Uno de los más respetados generales del Kremlin compartía un puesto de mando con el comandante de la OTAN, algo que habría resultado inaudito durante la Guerra Fría. Políticamente, los rusos desempeñaron un papel crucial en el manejo de la crisis en la ex Yugoslavia al tratar con sus históricos compatriotas étnicos. Aunque los tratos de Rusia con los serbios nunca fueron vistos como un aporte a la paz en los Balcanes, la historia probablemente hará notar que sin el respaldo ruso, la misión de paz de la ONU --más tarde asumida por la OTAN-- en Bosnia habría fracasado.

En otros lugares de Europa, la nueva cooperación entre Rusia y la alianza occidental está dando resultados impensables incluso una década atrás. Hacia finales de la Guerra Fría, cuando soviéticos y norteamericanos negociaban el futuro de Alemania, los líderes del Kremlin insistieron en un principio en que una Alemania reunificada debía ser "neutral". Pero un intenso esfuerzo negociador --y las promesas financieras de Alemania Federal al Moscú-- persuadieron al Kremlin de permitir que Alemania permaneciera en la OTAN. Aun cuando la OTAN se ha expandido para incluir a ex satélites soviéticos como Hungría, la República Checa y Polonia, Moscú ha cooperado. Hoy el Kremlin mantiene una oficina de enlace militar y política permanente en la sede de la OTAN en Bruselas.

Pero mientras se desarrollaba la cooperación militar y política, la quebrada economía rusa legada por los soviéticos marchaba hacia el desastre. Los dirigentes rusos, poco familiarizados con el sistema de mercado libre, pidieron a los Estados Unidos soporte financiero para el corazón del viejo imperio soviético. Como resultado, al terminar el siglo XX los Estados Unidos y los aliados occidentales están sosteniendo a los mismos científicos, soldados, intelectuales y políticos rusos que fueron entrenados para destruir a Occidente en la Guerra Fría.

Pero la gravedad de los problemas económicos rusos no permite resolverlos con una simple fianza. Casi una década de colaboración entre Washington y Moscú no ha logrado mejorar la suerte del pueblo ruso en su conjunto. El optimismo sobre el futuro de una Rusia democrática ligada por amistad a Occidente está en serio entredicho, en la medida en que los políticos rusos parecen inclinarse hacia la única economía que conocen: la de la era soviética.

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EPISODIO II: LA CORTINA DE HIERRO 1945-1947

La cortina de hierro 1945-1947

En los meses que siguieron a su victoria en la Segunda Guerra Mundial, la alianza entre la Unión Soviética y los países occidentales pronto pasó a ser algo más que un matrimonio de conveniencia. La sospecha ensombrecía las relaciones mientras una cortina descendía sobre Europa.

La advertencia de Churchill

En Fulton, una pequeña ciudad de del estado de Missouri, en la región central de Estados Unidos, las cosas habían cambiado muy poco desde 1946. Antes de que se cumpliera un año del final de la guerra, allí se izaron las banderas para recibir a Winston Churchill, que llegó a Fulton con un mensaje sombrío:

"Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha descendido una cortina de hierro que corta nuestro. Detrás de esa línea, están todas las capitales de los antiguos países de Europa central y oriental: Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía. Todas estas famosas ciudades y sus zonas aledañas están en lo que debo denominar la esfera soviética", dijo Churchill.

"El discurso no fue bien recibido en Estados Unidos", señala Clark Clifford, asesor especial del presidente Harry Truman. "Se dijo que era demasiado duro y algunos criticaron al presidente por recibir a Churchill. Esto demuestra cómo cambia la historia. Ahora, se considera uno de los grandes discursos de la humanidad, porque ayudó a advertir al mundo sobre el peligro de la expansión de la Unión Soviética".

Cambios económicos

Los combatientes estadounidenses regresaron al país. Por segunda vez en el siglo XX, Estados Unidos había participado en una guerra foránea, de la que 300.000 soldados no volvieron. Sin embargo, los sobrevivientes se encontraron con un país más rico y más feliz que nunca.

"Me alegré", dice Al Aronson, un veterano de la Segunda Guerra Mundial. "Dije: ‘Esto es maravilloso’. La gente tenía ahorros, algo imposible durante la Gran Depresión. En ese entonces, nadie tenía dinero. Teníamos lo suficiente para comer, tener dónde vivir y pagar la prima del seguro".

El economista John Kenneth Galbraith, que trabajó para el Departamento de Estado norteamericano, comenta que "antes de la guerra, había un desempleo del 15 por ciento, a veces más. La economía estaba estancada, en malas condiciones. Pero la producción de municiones y armamentos para la guerra inyectó muchísimo dinero en la economía, creó millones de empleos tanto para hombres como para mujeres, como Rosy, la remachadora. Al final de la guerra, éramos un país casi sin desempleo".

"Con el final de la guerra, se dieron cuenta de que hacía mucho que no fabricaban automóviles en Estados Unidos", sostiene Aronson. "Todos estaban ansiosos por comprar autos. Había gasolina. Había alimentos. La economía estaba creciendo".

La guerra y la bonanza de la posguerra hicieron repuntar al capitalismo estadounidense.

Por su parte, los soldados soviéticos que regresaron a sus hogares estaban agradecidos por haber sobrevivido. Sólo los más afortunados se reencontraron con sus hijos y esposos. 27 millones de soldados y civiles soviéticos no sobrevivieron.

"Recibimos a los soldados con flores, pan, todo lo que conseguimos", dice Valentina Gordeyeva, una residente de Briansk. "Estábamos tan contentos que besamos a personas que ni siquiera conocíamos. Inclusive nos atrevimos a pensar que los desaparecidos podrían estar vivos".

Victoria Zlobina también vivía en Briansk, y mantiene que "toda Rusia quedó destruida. Todo, desde las fronteras hasta Moscú, quedó en ruinas. Muchos no tenían dónde vivir".

Los alemanes habían destruido casi 70.000 aldeas. Las ciudades estaban derruidas. Lo que había logrado Stalin antes de la guerra, las fábricas, los edificios de apartamentos de los planes de quinquenales, todo había sido destruido por los invasores.

"En la guerra, se destruyeron instalaciones que se consideraban satisfactorias", dice Valentina Gordayev, residente de Briansk. "Había gente viviendo entre ruinas. Es imposible describir el sufrimiento. Para entenderlo, hay que vivirlo y verlo de cerca".

Los rusos recibieron el final de la guerra con especial alegría.

Berlín, el último campo de batalla

La capital del Reich de Hitler había sucumbido ante el Ejército Rojo. Los berlineses, estupefactos, esperaban que los conquistadores decidieran qué harían con ellos. Pero no se organizaron masacres, sino que dejaron que los sobrevivientes se las arreglaran como pudieran.

Stalin incluso ordenó a sus tropas que alimentaran a los berlineses. Pero los soldados saquearon viviendas y persiguieron a las mujeres.

"Cada vez llegaban más rusos", cuenta Elfriede von Assel, que entonces vivía en Berlín. "Miraban por la ventana. De repente, entró uno de ellos. Yo estaba cuidando a un niño. Lo quitó de mi regazo y le dio un juguete y unos cigarrillos para que jugara. Esa fue la primera vez que me violaron. Fue aterrador. Después, no podía hablar".

El jefe de policía de Stalin, Beria, y el ministro de Relaciones Exteriores, Molotov, visitaron Berlín. Alemania quedó dividida en cuatro zonas ocupadas y cada uno de los aliados retuvo una parte de la capital. Los aliados habían decidido que Alemania debía indemnizarlos por los daños sufridos en la guerra.

Según Konstantin Koval, de la administración militar soviética en Berlín, el mariscal Zhukov dijo: "Hemos luchado larga y arduamente. Hemos conquistado Berlín. Tenemos el derecho moral y legal de tomar todo lo que podamos como indemnización. No sabemos qué nos depara el futuro".

Los alemanes fueron obligados a ayudar a los rusos a confiscar sus recursos industriales -no sólo las máquinas, sino también miles de obreros y científicos, que fueron trasladados a la Unión Soviética.

Europa Central volvía a la Edad Media. Era una zona sin ley, refugio, ni piedad. Un continente de nómadas. Millones de personas habían sido desarraigadas por los nazis. Ahora, les tocaba a los alemanes ser las víctimas.

Desde el Mediterráneo hasta el Báltico, los vencedores reorganizaron el continente Europeo. Stalin estaba obsesionado con Polonia, puerta de entrada de las invasiones a Rusia. La Unión Soviética se anexionó Polonia oriental. Como compensación, los aliados otorgaron a Polonia territorios del este de Alemania de los cuales se expulsó a los alemanes.

Los polacos, cuyas tierras fueron usurpadas por la Unión Soviética, se apoderaron de las granjas y casas de los alemanes.

Monika Taubitz, es una alemana que se encontraba entre los exiliados: "En el otoño de 1945, una joven polaca de 19 años y un hombre mayor de la milicia entraron a nuestra casa. La chica preguntó de quién era la casa. Mi madre contestó que era nuestra. Entonces, Hanja, así se llamaba la joven polaca, dijo: ‘Ahora, es mía’. A partir de entonces, la casa fue de Hanja", recuerda Taubitz.

"Un día, a las 6 de la mañana, los milicianos comenzaron a golpear nuestra puerta con las culatas de sus armas. Dijeron: ‘¡Afuera!’. Si bien yo era una niña, supe que había llegado el momento", añade.

Unos 12 millones de alemanes fueron desalojados de las tierras en las que habían vivido durante siglos.

Hoy en día, esto se denomina "limpieza étnica". En aquel momento, los aliados lo llamaron "transferencia de población". Los británicos ayudaron a transportar a los alemanes.

Guerra civil en Grecia

Londres festejó la victoria. Tras seis años de guerra, Gran Bretaña estaba contenta pero exhausta. Al principio, todos aclamaron al rey y al imperio como si nada hubiera cambiado o fuera a cambiar.

Clement Attlee era el nuevo primer ministro. El electorado británico se había inclinado hacia la izquierda. Churchill fue dejado a un lado. El nuevo gobierno laborista se mantuvo firme en su alianza con Estados Unidos.

El nuevo secretario de Relaciones Exteriores, Ernest Bevin, era un ex sindicalista que desconfiaba de los comunistas. Había apoyado la intervención de Churchill en la guerra civil de Grecia, donde estaban en juego los intereses de su país. Se temía que el conflicto impidiera el transporte de petróleo del Oriente Medio a Gran Bretaña a través del Mediterráneo.

Allí, los comunistas, que constituían el principal movimiento de resistencia, luchaban por el poder. No sabían que Stalin le había dicho a Churchill que no le interesaba que Grecia fuera comunista. El ejército británico invadió el país.

Estalló una guerra civil larga y cruenta.

No obstante, Stalin cumplió con su palabra y dejó que los comunistas griegos se valieran por sí mismos.

La Unión Soviética ejercía un control dominante en los países a lo largo de su frontera occidental. Al principio, Stalin no impuso el sistema soviético en toda su esfera de influencia, sino que creó gobiernos de coalición prosoviéticos. Los comunistas obtuvieron el control de la policía y las fuerzas de seguridad. La Conferencia de Yalta había dado a la Unión Soviética el control de Europa central.

"Sabíamos perfectamente cómo los rusos interpretaban el término ‘democracia’", dice sir Frank Roberts, diplomático destinado a la embajada británica en Moscú. "Pero en ese momento, éramos todos aliados en una guerra. No le podíamos decir a Stalin: ‘Ahora vamos a poner por escrito lo que entendemos por democracia occidental y usted deberá firmar y decir que está de acuerdo. Era algo imposible".

George Elsey, asesor del presidente Truman, señala que empezaron a "recibir telegramas de representantes estadounidenses en los países que luego llamamos ‘países satélites’. Hablaban del comportamiento de las tropas soviéticas con respecto a los habitantes de Polonia, Bulgaria, Rumania, Yugoslavia y otros. Así que había problemas".

Robert Tucker, entonces en la embajada estadounidense en Moscú, recuerda que "cada tanto, secuestraban a un integrante prominente del partido campesino de Bulgaria. Sencillamente desaparecían. Hacían desaparecer a gente a la que no consideraban aceptable para los nuevos regímenes populares democráticos".

El comunismo soviético

En Berlín, bajo la supervisión conjunta de los aliados, los comunistas eran cautelosos.

"Al principio, la idea era cooperar para ir fortaleciendo el partido gradualmente, para que fuera más organizado, más radical, más activo" señala Wolfgang Leonhard, comunista de Berlín oriental en 1945. "Poco a poco, queríamos ganar más influencia sobre otros partidos y adueñarnos de la situación. Pero no abruptamente".

"Ya nos queríamos preparar para formar nuestra policía", continúa Leonhard. "Teníamos un jefe de personal y un encargado de educación. Estábamos anonadados. Eramos sólo tres o cuatro camaradas ante todos los demás, los socialdemócratas y los demócratas burgueses. Entonces, uno de nosotros dijo: ‘Tiene que parecer democrático, pero todo debe estar en nuestras manos’".

Para Lord Annan, de la inteligencia militar británica, "muchos alemanes entendieron perfectamente que el color marrón de los Nazis se estaba convirtiendo en rojo muy rápidamente. En realidad, los métodos eran los mismos, o por lo menos muy parecidos. Obligaban a la gente a hacer cosas contra su voluntad".

Leonhard no lo compara con los nazis, sino con la Rusia anterior: "Siempre lo comparé con la Unión Soviética bajo Stalin. Y, en comparación con lo que fue la Unión Soviética entre 1935 y 1945, Alemania en el 45, 46, 47, era un lujo. Había mucho menos terror de lo que había visto yo diez años antes en la Unión Soviética".

El comunismo soviético había sobrevivido a la guerra. El Ejército Rojo era el más grande del mundo y el general Eisenhower viajó para homenajear a la nueva superpotencia. Sin embargo, Stalin temía que las potencias capitalistas lo acorralaran. En su país, se mantenía alerta. Pensaba que los que habían sido prisioneros de guerra de los alemanes y habían visto lo que era Occidente, podrían traicionarlo. Miles de personas fueron arrestadas. Estados Unidos sabía lo que estaba ocurriendo.

"Teníamos una empleada cuyo marido había sido prisionero de guerra", cuenta Martha Mautner, entonces destinada a la embajada de Estados Unidos en Moscú. " Cuando finalmente lo repatriaron, fue un gran reencuentro y la vida volvió a ser maravillosa. La familia se había reunido. Seis meses después, fue arrestado porque había sido prisionero de guerra".

Lo mismo le ocurrió a Lev Kopelev, que luchó con el Ejército Rojo y a su vuelta, le hicieron prisionero político. "Algunos estaban presos por un decreto general de Stalin, otros eran desertores, ladrones, otros eran emigrantes del ejército blanco, otros, polacos del ejército polaco", dice Kopelev. "Entré en un mundo completamente nuevo. Los campos de prisioneros fueron mi universidad".

La nueva Polonia

En medio de la destrucción de Varsovia, los polacos comenzaban a limpiar la ciudad. Habían luchado contra los alemanes en todos los frentes: por el este y por el oeste. Ahora, se habían unido para reconstruir su país. Algunos aborrecían el nuevo gobierno semicomunista ligado a Moscú. Pero otros encontraron motivos para aceptarlo y convivir con él.

El general del ejército polaco Wojciech Jaruzelski tenía otras prioridades: "Para mí lo más importante era que vinieran mi madre y mi hermana de Siberia y que comenzáramos a reconstruir el país. También teníamos que proteger nuestras fronteras, que estaban seriamente amenazadas. Al quedarme en el ejército, tuve la oportunidad de hacerlo".

En Moscú, los nuevos líderes, títeres de Stalin, fueron invitados a la ópera.

Los polacos acordaron estrechar los lazos con la Unión Soviética. Stalin prometió defender las nuevas fronteras de Polonia de los alemanes si éstos intentaban recuperar sus territorios.

Stalin estaba en su apogeo. Sus colegas sentían por él un profundo temor.

Roberts mantiene que "los diplomáticos rusos, al igual que los demás funcionarios gubernamentales y militantes del partido, le tenían terror a ese gran hombre, y con razón, porque si daban algún consejo que molestara, podrían terminar en un campo de concentración o con una bala en la nuca. No era fácil dar buenos consejos a Stalin cuando eran poco agradables".

Vladimir Yerofeyev, del ministerio de Relaciones Exteriores soviético, recuerda una ocasión en que "Stalin estaba de buen humor; a su lado estaban el invitado de honor, el intérprete e invitados soviéticos. Luego entraron los camareros con el plato principal. Creo que era pavo", dice Yerofeyev.

"Uno de ellos, al servir la salsa, que era roja, manchó la chaqueta beige de Stalin", relata Yerofeyev. "Todos dejaron de comer. Quedaron paralizados a la espera de lo que ocurriría porque las manchas parecían gotas de sangre. Pero Stalin no reaccionó. Siguió hablando con la persona de al lado. Luego, se le acercó otro camarero con agua y se ofreció a limpiarle la chaqueta. Pero Stalin dijo: ‘No, no’. Estaba completamente tranquilo. La gente vio que todo parecía estar bien y todos volvieron a comer".

El discurso de Stalin

Con motivo de las elecciones soviéticas, Stalin pronunció un discurso. A su exhausto pueblo no le prometió recompensas, sino más esfuerzo, más planes quinquenales para la industria pesada.

Luego, con palabras ambiguas, advirtió que el capitalismo y el imperialismo hacían inevitable que hubiera más guerras. ¿Se referiría a guerras entre la Unión Soviética y Occidente? En el extranjero, esto sonó como una señal de alarma.

Paul Nitze estaba entonces en Washington, en el Departamento de Estado: "Leí el discurso con atención y lo interpreté como una declaración de guerra postergada contra Estados Unidos", dice. "Al leer el texto con detenimiento, no quedaba duda de lo que estaba diciendo".

Para Yerofeyev, sin embargo, las palabras de Stalin no eran nada nuevo. "En Occidente, el discurso se interpretó como la predicción de la Tercera Guerra Mundial", señala Yerofeyev. "Yo no estoy de acuerdo. Stalin no dijo nada nuevo ni diferente en aquel discurso. Dijo lo que siempre había pensado: que con el imperialismo y el capitalismo, la guerra era inevitable".

Según Roberts, "los rusos pensaban que (y es eso lo que creo que pensaba Stalin), que algún día, el comunismo tendría el poder, que sería la ideología predominante del mundo y que, paulatinamente, todos los países se volverían comunistas. Por otra parte, según Stalin, no se debía iniciar guerras peligrosas que uno podría perder. Sin embargo, siempre que se pudiera avanzar en nombre de la causa, había que hacerlo".

La dictadura de Stalin se había suavizado durante la guerra, pero ahora volvía a endurecerse. Las obvias sospechas de Estados Unidos respecto a Occidente inquietaban a Washington.

En estas circunstancias, se le pidió a George Kennan, un diplomático estadounidense en Moscú, que diera su parecer sobre la situación.

"Al final, me enviaron un telegrama que demostraba su sorpresa, y preocupación porque los rusos estaban postergando su incorporación al Banco Internacional", dice Kennan. "Pensé: ‘¡Por Dios! No puedo contestar así, de una sola vez. Tendrán que darme tiempo’. Así que me puse a trabajar para darles una idea de lo que era el gobierno después de la guerra".

Robert Tucker, que también trabajaba en la embajada estadounidense en Moscú, señala que "uno de los puntos fuertes de Kennan era su conciencia de que la Rusia en que vivíamos, la Rusia soviética de Stalin, el comunismo, como le decían, estaba íntimamente ligada al pasado de Rusia".

"Tuve que volver a empezar y decirles cosas que me pareció que habían olvidado durante la guerra", sostiene Kennan. "Todo se explica cuando recordamos que eran las mismas personas que habían lidiado con Hitler sin tener nada que ver con nosotros y que jamás habían cambiado de opinión sobre nosotros".

El discurso de Fulton

El telegrama de Kennan quedó en la historia como una profecía de 8.000 palabras. Auguraba que la Unión Soviética quería extenderse por el mundo entero y que era necesario contenerla.

"La noche que se escribió aquel telegrama, tuve la desgracia o la suerte de estar de turno en la sala de telégrafos", dice Mautner. "Me molestó porque tenía planes para aquella noche: había un baile en una de las embajadas y quería salir lo más temprano posible. Alrededor de las seis y media o siete de la tarde, llegó George con un telegrama en seis partes. Lo miré y le dije que me parecía bien, pero que no lo enviáramos, que esperáramos hasta el día siguiente. Intenté convencerlo de no mandarlo. Me contestó: ‘Washington lo quiere. Lo van a recibir y usted se quedará aquí y lo enviará’".

El telegrama alarmó a Washington. Días más tarde, su mensaje fue reforzado por Churchill en su visita a Estados Unidos como invitado del Presidente Harry Truman.

Clark Clifford, asesor especial de Truman, recuerda que fue entonces cuando los dos mandatarios comenzaron a conocerse: "Nuestro presidente le dijo al señor Churchill: ‘En este viaje, pasaremos mucho tiempo juntos, así que me gustaría que me dijera "Harry"’. ‘Bueno’, dijo Churchill, ‘lo haré con gusto si me dice "Winston"’. El Sr. Truman contestó: ‘No creo que pueda. Lo considero el Primer Ciudadano del mundo. No creo que pueda decirle Winston’. Entonces Winston Churchill dijo: ‘Si no me puede decir Winston, yo no le puedo decir Harry a usted’. Y el presidente dijo: ‘En ese caso, lo haremos’. Así que, a partir de entonces, fueron Winston y Harry".

Churchill iba camino a una universidad en Fulton, donde ofrecería un discurso. En privado, le mostró a Truman lo que iba a decir. El presidente, que no estaba seguro de si el público estadounidense estaba preparado para un ataque a su aliado de guerra, la Unión Soviética, dejó que Churchill hiciera la prueba.

Durante su intervención en el acto de la universidad de Fulton en 1945, Truman habló así del ex mandatario: "El señor Churchill es uno de los grandes hombres de nuestra era. Es un gran inglés. Es un gran inglés pero es también medio estadounidense".

Por su parte, Churchill dijo en su discurso: "Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha descendido una cortina de hierro que corta nuestro continente. Detrás de esa línea, están todas las capitales de los países de Europa central y oriental. A excepción de la mancomunidad británica y Estados Unidos, donde el comunismo es incipiente, los partidos comunistas o quintas columnas, constituyen una amenaza cada vez más grave y un peligro para la civilización cristiana. Independientemente de la conclusión que se derive de estos hechos, que son una realidad, ésta no es la Europa liberada por la que luchamos. Y tampoco cuenta con los factores esenciales para una paz permanente".

"Inmediatamente después, al contestar la pregunta de un corresponsal extranjero, Stalin comparó a Churchill con Hitler", dice Tucker. "Además, calificó el discurso de Churchill como un llamado belicoso contra la Unión Soviética".

La crisis de Irán

Desde 1945, Estados Unidos había comenzado a ampliar su influencia y poder por todo el mundo. Stalin se puso nervioso. Comenzó a presionar a Turquía para obtener una presencia militar en los Dardanelos y el Bósforo, la región conocida como los Estrechos. Estados Unidos y Gran Bretaña temían por el Canal de Suez. Estaban decididos a evitar que la Unión Soviética interviniera en Turquía.

Cuando el embajador de Turquía murió repentinamente en Washington, Truman envió su mayor barco de guerra, el "Missouri", para entregar el cuerpo en Estambul.

"Era un mensaje para Stalin: ‘No nos provoque y no provoque a Turquía porque, si provoca a Turquía, estaremos allí", dice George Elsey, asesor de Truman.

Al igual que Turquía, Irán quedaba al sur de la Unión Soviética y había sido hostil a Rusia durante siglos. En la guerra, las tropas soviéticas y británicas habían ocupado Irán para garantizar sus suministros de petróleo. Incluso celebraron su alianza allí.

El ex sha, de quien se pensaba que era pronazi, fue destituido y reemplazado por su hijo, Mohammed Reza Pahlevi. Se había acordado que, cuando la guerra terminara, las tropas británicas y soviéticas se retirarían.

"Cuando llegó el momento de la retirada, Stalin no quiso irse", mantiene Yerofeyev. "Se quiso quedar y eso creó problemas. Estábamos bajo mucha presión por parte de los británicos. De hecho, la Unión Soviética no tenía derecho a permanecer allí".

La crisis de Irán fue la primera que tuvo que enfrentar el recién creado Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

La Unión Soviética intentó evitar que se siguiera discutiendo el tema pero no lo logró.

"El Sr. Gromyko y los demás rusos se retiraron", informaron entonces los medios de comunicación estadounidense. "Su salida dramática no pareció generar reacciones obvias en ese momento, pero podemos imaginar qué estaba pensando la mayoría de los presentes. Sin embargo, este incidente produjo un resultado positivo: el Consejo de Seguridad se mantuvo firme".

Seis semanas después, la Unión Soviética retiró sus fuerzas de Irán de manera ceremoniosa. Pero Truman, creía que Stalin tenía como objetivo dominar el mundo.

Según Clifford, "Truman dijo: ‘Quiero estar en condiciones de documentar lo que nos preocupa. Repase los acuerdos recientes y enumere, una por una, las violaciones cometidas por los soviéticos’".

"En ese momento, yo era el asistente del Sr. Clifford, quien me delegó la tarea", dice Elsey. "Nos pusimos a hablar y le dije: ‘Me parece que nos estamos quedando en la superficie si nos limitamos a enumerar los acuerdos violados. Hay problemas mucho más fundamentales en nuestras relaciones con la Unión Soviética. Encarémoslo de manera más amplia".

"Le dedicamos semanas enteras", señala Clifford. "Entrevistamos a la mayoría de los altos funcionarios de Estados Unidos".

Elsey dice que "todos los organismos gubernamentales estuvieron de acuerdo en cuanto a la naturaleza de los problemas que teníamos y a la reacción que deberíamos tener".

"Al final del informe", sostiene Clifford, "escribimos que la política de nuestro país debería ser clara. Concluimos que la Unión Soviética constituía una amenaza real a la libertad en el mundo. A la libertad en Europa, en Estados Unidos... Así que teníamos que prepararnos".

El informe Clifford-Elsey se mantuvo en secreto. Concluía que una guerra con la Unión Soviética sería total, más horrible que todo lo que se hubiera visto hasta el momento.

Estados Unidos aún tenía el monopolio de las armas atómicas. En julio de 1946, se detonaron dos bombas atómicas en el atolón de Bikini. Fue una advertencia clara para Stalin. A partir de entonces, todas las grandes potencias entraron en una carrera frenética para crear sus propias arsenales atómicos y biológicos.

La división de Alemania

En la Conferencia de París de ministros de Relaciones Exteriores, Molotov se mostró decidido a que los aliados mantuvieran el control conjunto de Alemania. Sin embargo, su colega estadounidense, el secretario de estado Byrnes, decía que Alemania no debería seguir indemnizando a los aliados. Molotov se indignó.

"A Molotov le pusieron el mote ‘El señor No’", dice Yerofeyev. "Sin embargo, si hubiese dicho que sí a todo, Stalin no lo habría mantenido en su puesto. Stalin necesitaba a alguien que fuera capaz de obtener la mayor cantidad de información posible sobre la postura del otro lado. Molotov empujaba a la otra parte hasta el límite. Cuando sus medios se agotaban, le tocaba a Stalin, quien solucionaba las diferencias con una sonrisa".

En París, la alianza de la segunda guerra mundial, comenzó a resquebrajarse. Los estadounidenses y los británicos estaban ansiosos por desarrollar economías estables en sus partes de Alemania, sin interferencias de la Unión Soviética.

En Stuttgart, Alemania, se produjo un evento que marcaba una nueva etapa en el destino de Europa. El secretario de Estado, James F. Byrnes, acudió para presentar la política de Estados Unidos para Alemania. En un discurso interpretado entonces por los medios de comunicación como el final del apaciguamiento de Rusia por parte de Estados Unidos, Byrnes les dijo a los alemanes y al mundo:

"El pueblo alemán y la paz mundial no se beneficiarán si Alemania se transforma en un peón o un socio de la lucha militar por el poder entre Oriente y Occidente".

Galbraith, que había trabajado con Byrnes, escuchó el discurso en Stuttgart y señala: "estuve de acuerdo con él porque, en realidad, yo había escrito gran parte del mismo y ni los que lo redactamos ni Byrne estábamos pensando en términos antisoviéticos".

"El pueblo estadounidense quiere devolver el gobierno de Alemania al pueblo alemán", dijo Byrnes. "El pueblo estadounidense quiere ayudar al pueblo alemán a recuperar una posición digna entre las naciones libres y amantes de la paz".

En 1945, los aliados habían autorizado a Polonia que se anexionara las provincias del Este de Alemania, hasta los ríos Odra y Lausitzer Neisse. Ahora, Byrnes sugería que la nueva frontera era injusta para Alemania y que tal vez debería modificarse.

"Fue una declaración impactante", dice el general polaco Wojciech Jaruzelski. "Nos hizo pensar que los alemanes y algunos países de Occidente estaban cuestionando nuestra frontera occidental. Ese fue uno de los principales factores que fortalecieron nuestro vínculo con la Unión Soviética".

Hambre en Europa

Mientras, imágenes de la plaza Roja de Moscú llegaban a las televisiones de occidente, mostrando los escaparates de las tiendas, con productos tan costosos que estaban fuera del alcance de cualquier ruso común.

La gente común tenía una vida mucho peor de lo que se mostraba en los noticieros.

"Fue una época muy difícil", recuerda Victoria Zlobina, residente de Moscú. "Yo tenía un hijo de un año y medio. Solía seguirme por la casa con un plato y diciéndome: ‘Dame, dame’. Pero no tenía qué darle. En el mercado, lo que comprábamos eran alimentos para caballos".

La pérdida de vidas y bienes, así como el reclutamiento, afectaron a las granjas colectivas por lo que se produjo una escasez de alimentos.

Mautner fue testigo de las penurias de los soviéticos: "Fui a Ucrania justo durante la hambruna del 47 -- un tema del que no se hablaba en otras partes del mundo. Los soviéticos hablaban de grandes cosechas de cereales. Cuando fuimos, cada vez que se detenía el tren, veíamos niños con el vientre hinchado pidiendo pan. En Odessa, había gente acostada en las calles en las puertas de los hospitales, muriéndose de hambre. Había mucha gente desnutrida".

El hambre y las enfermedades se apoderaban también de Alemania. El gran temor de los aliados de Occidente era que la pobreza empujara a los alemanes hacia el comunismo.

"Nunca había suficiente comida", señala Elfriede Graffier Poppek, residente de Dortmund. "Siempre teníamos hambre. Salíamos a la calle a buscar alimentos. Les pedíamos comida a los agricultores. A veces nos daban algo, otras, no".

El general estadounidense Lucius Clay dijo: "No hay elección entre ser comunista con 1.500 calorías diarias y creer en la democracia consumiendo sólo 1.000 calorías".

Gran Bretaña gastaba más de un millón de dólares al día en asistencia a Alemania. No obstante, miles de alemanes murieron ese invierno por falta de alimentos y de combustible.

Gran Bretaña también se estaba debilitando. El inclemente invierno de 1946 a 1947 paralizó a la industria. La economía del país, afectada por seis años de guerra, comenzó a ralentizarse. Se agotó el carbón, comenzaron los apagones y el racionamiento de alimentos se hizo aun más estricto.

Annan apunta los sacrificios que sufrieron los británicos en la posguerra. "La gente se olvida de que nunca hubo racionamiento de pan durante la guerra, sino que comenzó después de la guerra", dice. "Y eso ocurrió porque estábamos enviando grandes cantidades de trigo a Alemania para evitar que hubiera una hambruna allí".

"Aquel invierno fue malo en todos los sentidos", sostiene Nitze. "Hizo mucho frío y las cosechas fueron pobres, la gente estaba descontenta y los comunistas iban ganando territorio poco a poco, principalmente en Italia y en Francia, pero también en Alemania".

Los británicos ya no podían seguir manteniendo tantos compromisos en el Mediterráneo. Les dijeron a los estadounidenses que pensaban retirarse de allí.

Para Clifford, "el mensaje era claro. Decía: ‘Gran Bretaña suspenderá tanto la asistencia económica como militar a Grecia y Turquía’".

"Eso confirmó lo que pensaba el ejecutivo: que Estados Unidos debía actuar de inmediato", agrega Elsey.

"Las perspectivas no eran buenas para Europa, ni para Estados Unidos, ni para nadie", dice Nitze.

En Washington, Harry Truman se dirigió al Congreso. Anunció que, a partir de ese momento, Estados Unidos haría frente al avance del comunismo en todo el mundo. Esa fue la declaración oficial de la Guerra Fría.
LATERAL 1 - REFLEXIONES: Stalin usó el discurso de Churchill para reforzar la "Cortina de Hierro"/Por Vladislov Zubok
El discurso de Winston Churchill sobre la "Cortina de Hierro" nunca fue publicado por la prensa soviética; sólo en mayo de 1998 apareció en una revista de documentación histórica. El propio Stalin se ocupó de informar del asunto a su pueblo en Pravda. Comparó a Churchill con Hitler y lo describió como un "belicoso" empeñado en conseguir la dominación "racial anglo-sajona" del mundo. Al mismo tiempo, afirmó que la Unión Soviética, a pesar de sus recientes pérdidas militares, era capaz de librar y ganar otra guerra.

La dura reacción de Stalin fue algo calculado, no emotivo. Al concluir el otoño boreal de 1945, el dictador soviético había iniciado preparativos para un posible enfrentamiento con Occidente. Aparte de sus proyectos atómicos y otros planes militares, lanzó una campaña para disipar entre sus lugartenientes cualquier "ilusión" sobre la buena voluntad de Occidente, y de Churchill. El discurso de la "Cortina de hierro" le dio un pretexto para movilizar al pueblo soviético contra sus anteriores aliados.

No fue una tarea sencilla. Muchos soviéticos, exhaustos y hambrientos, preferían una posguerra de cooperación con Occidente, no un imperio cerrado desde Berlín a Vladivostok. Y a muchos les importaba un ardite una mítica "amenaza de guerra" de parte de Occidente. Por el contrario, la mayoría de los soviéticos recordaban el programa estadounidense de préstamo y arrendamiento, incluida la carne enlatada enviada a su nación durante la guerra, y esperaban que esa ayuda pudiese continuar. Incluso se rumoreaba entre los campesinos que las potencias occidentales podrían "forzar" a Stalin a desmantelar las odiadas granjas colectivas.

Los intelectuales, científicos y profesionales esperaban que terminase el aislacionismo de la URSS frente al mundo externo. Y millones de veteranos de la Segunda Guerra que habían marchado por los pueblos y aldeas de Europa nunca lograron entender por qué demonios los occidentales más ricos querrían ir a la guerra contra la empobrecida Unión Soviética.

Los más listos y perceptivos entre el público soviético inmediatamente se dieron cuenta de que en la jeremiada de Stalin contra Churchill se escondía otra señal de que había vuelto a sus antiguas prácticas y que no habría tregua en sus vidas. Y lo que es más sorprendente, la misma sensación existía en la élite militar.

Mariscales y generales, conquistadores de Berlín, Budapest, Viena y Praga, regresaron a la Unión Soviética --algunos como flamantes "candidatos" comunistas al "parlamento" del Soviet Supremo-- y casi desfallecieron ante la miseria que encontraban en su patria. Estos militares profesionales, que temían ver a la Unión Soviética rodeada por una combinación del poder atómico estadounidense con las bases aéreas británicas, tomaron la respuesta de Stalin a Churchill como una bravuconada provocativa.

En marzo de 1946, Stalin depuró por primera vez a su jerarquía castrense, entre ellos el conquistador de Berlín, mariscal Georgi Zhukov, Pero aún entonces algunos militares no guardaron silencio, al menos en privado. En diciembre de 1946, la contrainteligencia de Stalin escuchó una conversación entre dos generales soviéticos que culpaban a Stalin por la falta de ayuda occidental y temían que su enfrentamiento con Occidente condujera a la guerra, y a una derrota soviética.

Se necesitaron muchos meses más para que Stalin convenciera a su pueblo de la percibida amenaza de Occidente y erigiera una auténtica "Cortina de hierro" en torno de su imperio.

Zubok es miembro del Archivo de Seguridad Nacional en Washington y autor de "Inside the Kremlin's Cold War".
LATERAL 2 - ENFOQUE: La línea Oder-Neisse: depuración étnica al estilo de los 40/Por Bruce Kennedy
El caso recuerda titulares recientes sobre Europa central. Tropas victoriosas ocupan una región, declaran nuevas fronteras y dividen brutalmente a la población civil derrotada.

Los casos de la llamada "depuración étnica" en los Balcanes provocaron la indignación internacional. Pero la redefinición de las fronteras de Polonia, y los disturbios que le sucedieron, apenas si arrancaron condenas fuera del bloque soviético.

Poco antes de finalizada la Segunda Guerra, en la conferencia de Yalta, las tres mayores potencias aliadas --Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética-- acordaron desplazar hacia el oeste la frontera oriental de Polonia con la URSS. A fin de compensar lo que suponía una sustancial pérdida de territorio para Polonia, los aliados convinieron además en mover la frontera occidental del restablecido estado polaco más hacia el oeste, a expensas de Alemania.

Pero la demarcación exacta de la nueva frontera occidental de Polonia era una cuestión todavía por resolver. Los soviéticos proponían la adopción de la llamada Línea Oder-Neisse, un límite naturalmente definido por los ríos Oder y Neisse, que corren desde la ciudad de Swinoujscie hacia el mar Báltico al sur de la frontera checoslovaca.

Gran Bretaña y Estados Unidos, al advertir la cantidad de alemanes que se verían desplazados por el plan soviético, sugirieron una frontera alternativa que habría concedido a los alemanes más territorio. Pero para el fin de la guerra, y la conferencia de Potsdam que le sucedió en agosto de 1945, el Ejército Rojo ya había ocupado todos los territorios al este de la línea propuesta por los soviéticos.

Teniendo presente este "fait accompli", la Conferencia de Potsdam concluyó que los alemanes que todavía quedaban en Polonia, Checoslovaquia y Hungría debían ser trasladados a Alemania "de manera ordenada y humana".

Pero la expulsión de los alemanes de todo el este europeo estuvo lejos de ser humana, y mucho menos ordenada. Las estimaciones varían, pero entre 3,5 y nueve millones de alemanes fueron deportados. Decenas de miles murieron de hambre, enfermedades y violencia, al tomar venganza las ex víctimas de la agresión nazi.

Norman Naimark, presidente del departamento de historia de la Universidad de Stanford y autor de "Los rusos en Alemania", dice que puede trazarse un paralelo entre la deportación de alemanes en la Europa de posguerra y los acontecimientos recientes en Bosnia-Herzegovina.

"Algunos dirán que no es legítimo, que los alemanes consiguieron lo que se merecían", dice, "que la depuración étnica tiene ciertas connotaciones morales. (Los alemanes) les hicieron cosas horrendas a los polacos, de modo que los polacos los expulsaron. Pero es la misma cosa, arrebatar territorios a personas que podrían tener derecho a ellos".

En 1950, Alemania Democrática firmó un tratado con Varsovia en el que reconoció la línea Oder-Neisse como su frontera oriental permanente con Polonia. Alemania Federal, sin embargo, vio con suspicacia el paso dado por el gobierno rival del este, y describió la línea como una frontera administrativa temporal. Sólo en 1970, cuando Alemania Federal trataba de mejorar sus relaciones con el bloque soviético, el gobierno de Bonn se decidió a firmar los acuerdos que reconocían la línea Oder-Neisse como la frontera legítima e inviolable de Polonia. Y en 1991, la Alemania reunificada ratificó esa frontera con Polonia.

Pero la deportación de alemanes todavía preocupa a muchos en Alemania. Los grupos que representan a los llamados alemanes de los Sudetes, que fueron expulsados de Checoslovaquia, siguen siendo influyentes en la política alemana. Y las relaciones entre Alemania y la República Checa se han visto complicadas en los últimos años por la cuestión de las compensaciones por las propiedades y tierras confiscadas a los alemanes.

Herbert Hupka, vicepresidente de la Unión de Alemanes Expulsados, fue vilipendiado durante años por la prensa comunista polaca como un revisionista histórico que quería recuperar los que ahora son los territorios occidentales polacos. Hupka ha reconocido la imposibilidad de una compensación material, pero dice que el pasado no puede ser ignorado.

"Así como los polacos tienen derecho a señalar agravios pasado, también nosotros tenemos el derecho de hablar de las cosas que lesionan nuestros intereses", dijo en una entrevista concedida en 1996 a un periódico polaco. "Como resultado de los acontecimientos ocurridos en 1989-1990, finalmente podemos comunicarnos y presentar puntos de vista diferentes. Estoy convencido de que Polonia y Alemania van a desarrollar relaciones de amistad, pero va a tomar tiempo".

Redactor de CNN Interactive
LATERAL 3 - CULTURA: Alarma roja en Hollywood/Por Philip French, crítico de cine del Observer de Londres
La Guerra Fría alcanzó al cine en 1947 cuando la Comisión de Actividades Anti-Norteamericanas de la cámara baja cayó sobre Hollywood armada con los nombres de destacados integrantes de la comunidad cinematográfica sospechosos de ser comunistas o simpatizantes de la izquierda. Su supuesta traición incluía películas prosoviéticas tales como "Mission to Moscow" (Misión a Moscú, 1943) de la Warner Brothers y "Song of Russia" (Canción de Rusia, 1944) de la MGM, que la Casa Blanca había sugerido producir a los jefes de los estudios como parte del esfuerzo de guerra. Las audiencias de la Comisión concluyeron con diez cinematografistas encarcelados por desacato al Congreso y cientos de actores, guionistas y directores incluidos en una lista negra extraoficial de la industria. Las consecuencias sobre la moral de Hollywood serían profundas y duraderas.

La última cinta moderadamente pro-rusa de la década de 1940, "Berlin Express" (Expreso a Berlín, 1948) se centraba en un francés, un inglés, un norteamericano y un oficial soviético que se unían para proteger a un político alemán democrático de los conspiradores neonazis, y concluía con una despedida señaladamente amistosa junto a la Puerta de Brandeburgo. Ese mismo año, la primera película anticomunista de cierta importancia, "The Iron Courtain" (La cortina de hierro), narraba en estilo semidocumental la historia de Igor Gouzenko, un experto en criptografía de la embajada rusa en Ottawa que desertaba a Occidente.

En la década siguiente, una sucesión de películas, algunas próximas a la histeria, expuso la subversión comunista en el frente interno: "I Married a Communist" (Me casé con un comunista, 1950), en la que Robert Ryan interpreta a un radical de preguerra obligado mediante chantaje a trabajar para los rojos; "My Son John" (Mi hijo Juan, 1952) de Leo McCarey, en la cual una típica pareja norteamericana descubre que su hijo edípico es miembro del partido; "Pickup on South Street" (Entrega en la calle Sur, 1953), protagonizada por Richard Widmark como un carterista patriota de Nueva York que tropieza con una red de espías.

Hubo también numerosas películas sobre enfrentamientos de la Guerra Fría en otros países, entre ellas por ejemplo "The Red Danube" (Danubio Rojo, 1950) de la MGM, sobre los conflictos entre las grandes potencias que ocupan Viena acerca de la repatriación de refugiados, y "Big Jim McLain" (1952), con John Wayne en el papel de un impetuoso investigador de la Comisión de Actividades Antinorteamericanas que persigue comunistas en Hawai. El tono de "The Red Danube" es muchísimo más estridente que el de "The Third Man" (El tercer hombre, 1949), una película británica con el mismo ambiente.

Entretanto, la Guerra Fría se introducía en los géneros cinematográficos de Hollywood. Las películas del oeste gozaron de un apreciable renacimiento, debido a que los liberales usaban la frontera del siglo XIX para trazar alegorías sobre cuestiones que no podían encarar de otro modo. "Broken Arrow" (Flecha Rota, 1950), escrita con pseudónimo por Albert Maltz, incluido en las listas negras, aprovechaba la reconciliación entre apaches y colonos blanco para abogar en favor de la coexistencia pacífica. "Storm Center" (El centro de la tormenta, 1956), protagonizada por Bette Davis en el papel de una bibliotecaria de pueblo que defiende su derecho a conservar textos radicales, fue la única cinta de la década que habló directamente, si bien de manera cautelosa, contra el macartismo.

La Guerra Fría que tanto preocupó a Hollywood tuvo relativamente escaso impacto directo en la producción cinematográfica de otros países. Ingmar Bergman hizo "Aquí no puede pasar", una burda alegoría anticomunista, y en Gran Bretaña los hermanos Boulting produjeron "High Treason" (Alta traición, 1951), un filme de suspenso mal cocinado en el que comunistas locales planean sabotear una planta de energía. Estas, sin embargo, fueron excepciones, y el cine de Europa oriental ignoró olímpicamente la política contemporánea.

Entonces, dado que las películas virulentamente anticomunistas fracasaban en las boleterías, Hollywood comenzó a adoptar una visión más sutil. A comienzos de la década de 1960, cuando se terminó lo de las listas negras, la Guerra Fría se convirtió en tema de comedia. "One, Two, Three" (Uno, dos, tres 1962) de Billy Wilder mostraba a James Cagney en el papel de un ingenioso gerente de Coca-Cola en Berlín.

La Guerra Fría proveyó también el contexto irónico para películas de espionaje que adoptaron una visión ácida sobre los dos bandos, películas tales como "The Ipcress File" (El archivo Ipcress, 1965) y "The Spy Who Came in From the Cold" (El espía que vino del frío, 1966), realizadas por norteamericanos pero basadas en novelas británicas. Las películas de James Bond, a diferencia de las novelas de Ian Fleming, dejaron deliberadamente de lado a SMERSH, la organización terrorista rusa, y convirtieron a los enemigos de 007 en megalómanos apolíticos.

Las películas clave de la década de 1960 sobre la Guerra Fría, y también algunas de las mejores, son "The Manchurian Candidate" (El candidato de Manchuria, 1962) y "Dr. Strangelove" (Doctor No, 1963), mordaces sátiras políticas las dos. En la primera, una anfitriona criptocomunista de Washington conspira con agentes ruso y chinos, para lograr que su marido, un senador derechista, sea electo presidente de los Estados Unidos. En la segunda, un militar desequilibrado al mando de una base de la fuerza aérea norteamericana lanza un ataque nuclear preventivo contra la Unión Soviética y el presidente de los Estados Unidos se ve obligado a contactar a su colega soviético a través de la línea roja con Moscú y discutir la manera de evitar un apocalipsis.

"Dr. Strangelove" termina con una sucesión de explosiones nucleares al ritmo de "We'll Meet Again" (Volveremos a encontrarnos) cantada por Vera Lynn. Otras películas encararon la perspectiva de una guerra nuclear y sus efectos con más solemnidad. En la más famosa de ellas, "On the Beach" (En la playa, 1959), basada en la novela de Nevil Shute, el fin del mundo es observado desde Australia, donde los últimos sobrevivientes de la humanidad se preparan para sucumbir bajo los efectos de las radiaciones.

Hollywood, temeroso de ofender tanto a los halcones como a las palomas, ignoró en buena medida la guerra de Viet Nam. Sólo "The Green Berets" (Boinas Verdes, 1968) de John Wayne, una oda patriótica a las Fuerzas Especiales Norteamericanas, llegó a las pantallas cuando la guerra todavía no había concluido. A fines de la década de 1970, una seguidilla de filmes --"Coming Home" (Regreso a casa), "The Deer Hunter" (El cazador de ciervos), "Apocalypse Now" (Apocalipsis ya)-- ahondaron en el absurdo de la guerra y en los daños que produjo en el psiquismo norteamericano. Para entonces, las películas estadounidenses ya podían mostrar a los rusos bajo una luz favorable, y en la sentimental "The Way We Were" (Cómo éramos, 1973), la heroína, Barbra Streisand, es una estalinista de la década del 30 que sigue aferrada a sus viejas convicciones en los 60.

Durante las décadas de 1970 y 1980, las películas de Hollywood transmitieron la opinión de que sólo unos pocos renegados amenazaban la paz del mundo y que los hombres de buena voluntad en los dos bandos podían trabajar juntos. En un ejemplo típico, en el filme de suspenso "Telefon" (1978), un oficial de la KGB (Charles Bronson) llega a Norteamérica no para desertar ni para subvertir sino para desbaratar los planes diabólicos de los comunistas de línea dura. La única erupción de Guerra Fría en los años de glasnost y perestroika fue "Red Dawn" (Amanecer rojo, 1984), que mostraba una invasión de los Estados Unidos por una combinación de fuerzas ruso-cubanas. La única resistencia verdadera viene de una fuerza guerrillera de adolescentes belicosos, anticipo de las milicias clandestinas aparecidas en la última década.

Tomado de "Cold War: An Illustrated Story", libro que acompaña la versión en inglés de la serie Guerra Fría.
LATERAL 4 - ENTONCES Y AHORA: El FMI: ¿Una versión moderna del Plan Marshall?/Por Garry Utley, corresponsal de CNN
Era un día de junio de 1947. Los graduados de la universidad estaban pacientemente sentados diploma en mano con sus sombreros y capas negros. Tenían por delante vidas que vivir, carreras que construir, oportunidades que aprovechar. Los graduados, de la Universidad de Harvard, habían crecido en medio de la depresión y sabían de la carnicería de la guerra mundial que acababa de terminar. El fascismo había sido derrotado, pero ahora había un nuevo adversario. El comunismo, particularmente el comunismo soviético, ya no era visto como un aliado de guerra, sino como una amenaza en lo que llegaría a conocerse como la Guerra Fría.

El primer campo de batalla de la Guerra Fría se extendía al otro lado del Atlántico, donde Europa yacía devastada. Dos años habían pasado desde la muerte de Hitler en Berlín. Pero para quienes le habían sobrevivido, una papa seguía siendo un lujo y el futuro un interrogante desalentador.

Esa también era parte del nuevo mundo que esperaba a los jóvenes graduados de Harvard mientras el secretario de estado George C. Marshall les hablaba para proponer un Programa de Recuperación Europea que terminaría por llevar su nombre. Desde 1948 a 1952, concedió ayuda económica por casi 17.000 millones de dólares (dólares de 1947).

Funcionó. Y funcionó rápidamente. En 1952, el plan Marshall había echado los cimientos para la espectacular recuperación económica que le seguiría. La democracia volvió a echar raíces en Europa occidental, que hoy ha constituido una Unión Europea cuyo mercado es más grande que el de Estados Unidos, con una moneda incipiente que un día puede rivalizar en solidez con el dólar, y que tiene en el centro a Alemania, el enemigo derrotado, como potencia económica de Europa.

Hoy enfrentamos otra crisis. Leemos y oímos sobre el nerviosismo de los mercados bursátiles y nos preocupa su significado para nuestros empleos, nuestros fondos de inversión, nuestros planes para el futuro, y nuestra jubilación. Y leemos y oímos acerca de otro esfuerzo internacional para mantener la libertad de los mercados y la estabilidad política: el Fondo Monetario Internacional. ¿Es el FMI el Plan Marshall de hoy? ¿Se puede invertir la misma fe, y el mismo dinero, en él como una generación anterior lo hizo en la ayuda económica para Europa?

El propósito del FMI no es dar dinero para construir o reconstruir economías, sino dar préstamos a países que se han metido en problemas financieros y necesitan una ayuda temporaria. Los préstamos provienen de un fondo financiado por 182 naciones miembros, entre las que Estados Unidos aporta la porción mayor, un 18 por ciento. El objetivo es prevenir un derrumbe del sistema internacional de pagos financieros, principalmente deudas, capaz de debilitar o descalabrar la economía de un país, o del mundo.

La mayor prueba llegó para el FMI en la década de 1980 cuando varios países, particularmente de América latina, se encontraron con que no podían saldar los enormes préstamos que habían recibido de bancos privados y otras compañías financieras, y ni siquiera pagar los intereses. Desde 1980 a 1985, el FMI prestó más de 25.000 millones para impedir un colapso financiero. En la década de 1990, también jugó un papel central y costoso en el rescate de México y Rusia, y de las tambaleantes economías del sudeste asiático.

El FMI, como el Plan Marshall de hace medio siglo, puede aparecer como un "salvador" que cabalga al rescate de las naciones en peligro. La diferencia está en que el plan Marshall fue sólo una parte de un esfuerzo mayor para enfrentar a la Unión Soviética en la Guerra Fría. También estaba la OTAN, la creación de Alemania Federal como estado democrático soberano, y la puesta en marcha del Mercado Común.

Hoy existe la conciencia, proclamada por el presidente de Estados Unidos Bill Clinton y otros, de que el FMI solo no basta, que se necesitan nuevas iniciativas y tal vez incluso nuevas regulaciones para mantener el sistema económico y financiero mundial funcionando. Lo que sí se parece a 1947 es el grado en que reconocemos que los tiempos han cambiado, que un nuevo peligro nos espera, y que se necesita actuar. Ahora, como entonces, hay mucho en juego como para no hacer nada.

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EPISODIO III: BERLIN 1948-1949

Maniobras militares

En 1948, la armonía entre los aliados había llegado a su fin. Comenzaron las maniobras militares soviéticas cerca de Berlín.

Los soviéticos querían una Alemania débil, bajo el control de las cuatro potencias. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia planeaban en secreto un nuevo estado alemán en sus zonas de ocupación.

El gobernador militar soviético, el mariscal Vassily Sokolovski, se enteró del plan por informes de espías.

"Nos reunió y leyó el informe en voz alta", señala Konstantin Koval, de la administración militar soviética. "Decía que se había celebrado una reunión secreta sobre Alemania en Londres. Leyó todo lo que se había discutido allí".

Sir Brian Robertson, el gobernador militar británico, y su colega estadounidense, el general Lucius D. Clay, debían poner en práctica los planes de Occidente.

"El general Clay era el hombre más trabajador que jamás haya visto", afirma Robert Lochner, del gobierno militar de Estados Unidos. "No almorzaba porque le parecía una pérdida de tiempo. Tomaba veinte tazas de café y fumaba dos paquetes de cigarrillos diarios. Lo que me impresionaba era su capacidad de entender temas difíciles que no entraban en su marco de referencia. Después de todo, era un soldado profesional".

El Consejo de control aliado se reunía con regularidad en Berlín. Los procedimientos solían ser siempre los mismos. El general estadounidense Clay y sus socios de Occidente intercambiaban información de rutina con sus homólogos soviéticos. Pero el 20 de marzo de 1948 Sokolovski pidió más.

"Habló con mucho tacto y amabilidad", mantiene Koval. "Dijo: ‘¿nos puede informar sobre lo que pasó en la reunión de Londres?’ Clay contestó que no lo haría. Sokolovski entonces preguntó para qué existía un consejo de control si no les informaban sobre Londres y mantenían secretos asuntos relativos a Alemania. Agregó: ‘¿tenemos un consejo de control o no?"

Edloe Donnan, asesor del general Clay, sostiene que "el ruso se puso de pie junto con otros que estaban a su lado, y se fueron. No se justificaba ya que todo se hacía con mucha profesionalidad, y el general pidió que se quedaran sentados porque la reunión no había terminado".

Los antiguos aliados se provocaban mutuamente. Las potencias de Occidente no tenían ninguna intención de salir de Berlín, pero sabían que los soviéticos los querían fuera. Temían que Stalin arriesgara una guerra para lograrlo.

Los aliados de occidente planearon una reforma monetaria en sus zonas. Eso neutralizaría a los especuladores del mercado negro, al quitarle valor a las monedas que habían acumulado, y ataría a los alemanes a occidente. A los rusos no se les informó.

El bloqueo

En la zona controlada por los soviéticos, Stalin había ordenador la fusión de los partidos socialista y comunista. El primero de mayo de 1948 los miembros del nuevo partido, llamado Unidad Socialista, salieron en masa a las calles. Hasta hubo un velado ataque a Winston Churchill.

Para los manifestantes, el verdadero blanco era el concejo de la ciudad, el Magistrat, que intentaba gobernar Berlín al estilo de occidente.

Stefan Doernberg formaba parte del partido Unidad Socialista, y sostiene que "la mayoría del concejo de la ciudad de Berlín, apoyada por los socialdemócratas y los democristianos, creía que con la reforma monetaria se produciría una mejora inmediata de la economía. Y que aumentarían las inversiones de los empresarios. Por otra parte, los concejales la consideraban una amenaza a la todavía incompleta nacionalización de la propiedad que había pertenecido a las grandes empresas, a los criminales de guerra y a los miembros del partido nazi.... y en general a todos aquellos que el Partido de Unidad Socialista culpaba de haber apoyado a Hitler en 1933".

Así se establecían las bases de la confrontación entre el Partido de Unidad Socialista y sus oponentes, que favorecían a Occidente. El líder de este último grupo era Ernst Reuter, cuya familia se había visto forzada a huir de Hitler. Los rusos habían vetado su candidatura a las elecciones por la alcaldía de todo Berlín.

"Es obvio para todos que la dictadura comunista utilizará cualquier medio para fortalecer su poder bajo la sombra del imperialismo ruso", manifestó en aquellos momentos Reuter.

De acuerdo con su hijo, Edzard Reuter, "se vivía un ambiente tenso, con la posibilidad de que los rusos trataran de aumentar su poder en la ciudad de Berlín, y entonces la familia tendría que escapar otra vez de la dictadura".

Los alemanes occidentales formaron filas para recibir la nueva moneda, el marco alemán. Cada persona podía cambiar solamente cuarenta marcos, y la moneda anterior ya no servía. Los soviéticos, en represalia, emitieron su propia moneda, que dijeron se usaría en todo Berlín.

"La moneda y el poder político eran sinónimos en ese momento", dice Edzard Reuter. "Por eso era importante que en Berlín occidental se introdujera el marco alemán y no la moneda de Berlín oriental".

Ernst Reuter convenció al general Clay y a los aliados occidentales para que emitieran el nuevo marco alemán en Berlín occidental. La moneda, con una B de Berlín impresa, se introdujo en los sectores occidentales el 23 de junio. De pronto, había dos monedas en la ciudad, pero los berlineses descubrieron que los marcos alemanes occidentales valían más.

"Mucha gente del oeste viajaba al este a menudo y compraba todo lo que podía", recuerda Hildegarde Herrberger, residente de Berlín. "Los marcos orientales y los marcos occidentales estaban uno a siete o uno a cinco, es decir, un marco occidental era equivalente a cinco orientales. El canje se hizo muy popular".

La introducción de la nueva moneda occidental en Berlín enfureció a los soviéticos, que se comenzaron a discutir qué debían hacer a partir de ese momento.

Koval recuerda una conversación del mariscal: "Sokolovski llamó a Molotov con el teléfono especial. Dijo: ‘estamos discutiendo estos asuntos, ¿qué haremos?’ Todos comprendimos la seriedad de la situación. Molotov preguntó: ‘no estará planeando sacar los tanques a la calle, ¿no?’ Y Sokolovsky contestó: ‘a las calles no, pero sí cerca de Berlín’. Molotov se alarmó: ‘¡no, no lo haga! Esperemos un poco. Si saca los tanques, lo acusarán de querer tomar a toda Berlín y sacarán sus tanques. Es mejor resolverlo con diplomacia’".

Los soviéticos bloquearon las principales calles, líneas de ferrocarril y canales entre Berlín occidental y la Alemania occidental. No llegaron a cerrar todas las rutas, pero no se pudo seguir realizando la entrega diaria de 12.000 toneladas de alimentos y carbón desde occidente a Berlín. Además, los soviéticos cortaron el suministro de electricidad fábricas y oficinas. Los berlineses occidentales no podían hacer nada. Su única planta eléctrica importante había sido desmantelada para reparaciones por los soviéticos en 1945.

Los aliados de occidente impusieron un contrabloqueo a la zona soviética.

Los trabajadores de todo Berlín enfrentaron el desempleo y dificultades.

"Fue un shock terrible", dice Barowsky. "Todos se preguntaban qué hacer".

El objetivo de Stalin era claro: quería obligar a los aliados de Occidente a cambiar sus políticas o a salir de Berlín. En 1945 éstos habían firmado un acuerdo con los soviéticos por el que sus aviones podían volar en tres corredores de 60 kilómetros de ancho hasta dos pistas de aterrizaje en Berlín, Tempelhof y Gatow. Además, los hidroplanos podían descender en el lago Havel.

Ayuda aérea

Los británicos reaccionaron rápidamente planificando un puente aéreo. El plan fue apoyado por el secretario de Exteriores Bevin, que declaró:

"No podemos aceptar que utilicen el sufrimiento físico de dos millones y medio de personas en Berlín para presionar a los aliados de Occidente y obligarnos a irnos".

El comandante estadounidense, general Clay, no creía que la idea del puente aéreo funcionara. El habría querido poner a prueba a los soviéticos enviando un convoy armado a través del bloqueo. Sin embargo, aceptó la idea del puente con Ernst Reuter.

"Clay dijo que la situación sería muy difícil y que no podríamos transportar demasiado al principio", dice Lochner. "Y le preguntó a Reuter sin rodeos si creía que los berlineses aguantarían. Reuter le respondió: ‘encárguese usted del puente aéreo, y yo me encargo de los berlineses’. Clay dijo: ‘muy bien’".

Donnan mantiene que el alemán "llamó al general LeMay y le dijo que íbamos a llevar carbón a Berlín. ‘¿Carbón?’, preguntó LeMay, y Reuter le contestó: ‘sí, vamos a mantener esta ciudad viva".

El puente aéreo de Berlín comenzó a fines de junio. Debía llevar dos mil toneladas diarias de suministros. Sin ellas, Berlín occidental no podía sobrevivir: tenían reservas de carbón para 45 días y de alimentos sólo para treinta y seis.

"El puente aéreo comenzó, y fue recibido con gran entusiasmo", señala Barowsky. "La gente confiaba, fue extraordinario. Decía que si habían lanzado tantas bombas sobre Berlín, también podrían lanzar papas".

Miles de berlineses encontraron empleo y sustento trabajando para el puente aéreo.

"Nos dividieron en grupos, supervisados por los estadounidenses", relata Heinz Weber, un residente de Berlín. "Cada grupo se encargaba de un avión".

Los aviones más grandes transportaban hasta nueve toneladas.

"Descargábamos un avión en cerca de siete minutos, unas nueve toneladas de carbón", dice Weber.

Los británicos contrataron operadores civiles.

"No había mucha gente en Inglaterra que tuviera aviones, pero yo era muy afortunado, tenía doce bombarderos halifax modificados", cuenta Sir Freddie Laker, un piloto civil. "El gobierno me preguntó si podía hacer algo con los aviones, y dije que sí. Pero no olvide que todos creíamos que el puente duraría dos o tres semanas o estallaría una guerra".

Estados Unidos se arriesgó aun más enviando bombarderos B-29 capaces de transportar bombas atómicas a Gran Bretaña. La decisión recibió mucha publicidad.

"Estos son los hombres que realizarán la ardua tarea de pasar a través del mal tiempo y la barrera roja", decía entonces la televisión de Estados Unidos. "La crisis es tan grave que el general Clay regresa a Washington para informar sobre la situación. Lo reciben el secretario del ejército Royall y el jefe del Estado mayor conjunto Omar Bradley. La responsabilidad de decidir por la guerra o la paz podría estar en sus manos, y el comandante en jefe de la Casa Blanca espera su evaluación sobre la más explosiva situación en el conflicto este-oeste".

El contrabloqueo aliado

Clay volvió a pedir autorización para enfrentar a los soviéticos con un convoy armado.

"Si los soviéticos dejaban pasar el convoy, entonces continuaría la paz. De lo contrario, estallaría la guerra. Así de simple", señala Clark Clifford, asesor especial del presidente Harry Truman. "Lo último que el presidente Truman quería que pasara era otra guerra; nuestro país acababa de salir de una".

De forma que no hubo convoy armado, sino más aviones para el puente aéreo.

El general Clay lo explicaba así a la prensa de entonces: "Desde que llegué a Washington, me garantizaron más C-54, con capacidad de diez toneladas, para reemplazar a los C-47. Esto nos permitirá aumentar nuestro puente a 4.500 toneladas diarias. Así podremos mantener a Berlín de forma indefinida mientras buscamos una solución pacífica".

En agosto, Stalin asistió a una exhibición aérea cerca de Moscú. Estaba convencido de que el bloqueo soviético de los sectores occidentales de Berlín sería suficiente para obligar a los aliados a volver a las negociaciones.

Pero el tiempo no corría a su favor. El contrabloqueo de los aliados, de carbón, acero y herramientas empezaba a tener efecto. Finalmente, cuando los diplomáticos occidentales pidieron conversar, él aceptó.

"Stalin estaba muy tranquilo", recuerda Vladimir Yerofeyev, de la cancillería soviética. "Fumaba. No caminaba como lo hacia de costumbre (él salía dar vueltas como un gato encerrado). Esta vez, se quedó sentado. No tenía apuntes. Dijo que el asunto era muy importante desde un punto de vista económico, Pero que no era lo más importante. Dijo que lo principal eran las decisiones tomadas en Londres. Insistió en que por lo menos no las pusieran en práctica hasta que se discutiera el tema de Alemania".

"Se dio cuenta de que Alemania quedaría dividida, con una parte occidental con el apoyo fuerte de Estados Unidos y Occidente, que constituiría tres cuartos del total de Alemania y se convertiría en un país independiente. Quería evitarlo", sostiene Sir Frank Roberts, de la cancillería británica.

En Berlín, los aliados y los soviéticos retomaron las negociaciones. Los rusos exigían el retiro del marco alemán occidental. Además presionaban en los corredores aéreos.

"Provocaban constantemente", dice Laker. "Realizaban maniobras en los corredores o cerca. Volaban por encima de nosotros porque teníamos un límite de altura, y disparaban..."

El coronel Gail Halvorsen, era miembro de la fuerza aérea estadounidense, y recuerda que se encontraban "frente a frente con un Yak, que ganaba altura al último momento. O se nos acercaba por detrás y luego volaba sobre el ala. Pero no nos disparaban".

El mal tiempo causaba retrasos y accidentes. El puente no llevaba suficiente comida y prácticamente no había carbón para el invierno que se acercaba. Los berlineses sabían que apenas sobrevivían. Sólo había electricidad durante cuatro horas al día.

"Lavábamos por las noches", relata Herrberger. "Yo tenía un bebé y tenía que hervir los pañales y cocinar. Si no teníamos una plancha eléctrica, íbamos a casa de un vecino. Es así, en tiempos difíciles la gente se une".

El control de la frontera

El bloqueo soviético no impidió la movilidad de los berlineses occidentales dentro de la ciudad. El sector oriental detrás de la puerta de Brandeburgo resultaba atractivo.

"Cruzaba a menudo a Berlín oriental", señala Heinz Weber, que trabajaba en el aeropuerto Tempelhof. "Para salir había que ir al sector oriental. Había salones de baile, música, electricidad. Las salas tenían calefacción y se vivía como en tiempo de paz".

Los rusos ofrecieron a los berlineses occidentales comprar comida en el sector soviético. Uno de cada diez aceptó. Los soviéticos no impusieron un bloqueo total, pero los berlineses occidentales que iban a Berlín oriental eran hostigados.

"Podíamos salir en tren, pero los rusos nos controlaban continuamente en todos lados", dice Herrberger. "Venían a la estación y nos pedían los documentos de identificación o nos revisaban las bolsas. Parecía que si a un ruso no le gustaba el aspecto de un alemán, se lo llevaba".

La tensión entre los antiguos aliados occidentales iba en aumento. La ciudad se desgarraba.

El 6 de septiembre activistas, en su mayoría comunistas, se reunieron en masa frente al concejo municipal de Berlín.

"No eran manifestaciones espontáneas del pueblo", sostiene Doernberg. "Al contrario, se les había ordenado a los miembros y seguidores del partido que asistieran. Su objetivo era desbandar el viejo concejo de la ciudad".

"Queríamos empezar la sesión", relata Barowsky, "pero (uno de los represetantes, nh) no podía hacerlo porque las turbas comunistas habían entrado. La gente se estaba enterando de que no podíamos trabajar y habían golpeado a algunos. Tuvimos que irnos".

Los concejales tuvieron que salir del ayuntamiento y se reunieron al abrigo de Berlín occidental. Con ellos estaba Ernst Reuter, quien pidió que todos los berlineses se reunieran en el Reichstag para protestar.

La radio en el sector estadounidense difundió las noticias.

"Debido a la falta de electricidad, había camionetas con altoparlantes que pasaban por las calles dando las últimas noticias", rememora William Heimlich, director de la estación radial. "Contratamos a un actor para que grabara una cinta que decía ‘Berlineses, berlineses, su ciudad está en peligro’. Cientos de miles de personas vinieron".

Para Herrberger, "fue una demostración de unidad de los berlineses. Queríamos que se supiera que estábamos unidos en contra de los rusos y a favor de los aliados de Occidente".

Llueven caramelos y chocolates

Los pilotos del puente aéreo realizaban hasta tres misiones diarias.

Un aviador estadounidense llevó su cámara ocho milímetros: "Volví a Berlín para filmar del otro lado del alambre de púa", relata Halvorsen. "Los niños se acercaban de su lado, me veían en uniforme y me preguntaban ‘¿Cuántas bolsas de harina tienes? ¿Qué va a pasar mañana?’ De la harina pasaban al tema de la libertad. Me decían que algún día tendrían suficiente comida, que no los abandonáramos cuando el tiempo empeorara, que con un poco se las arreglaban, pero que si perdían su libertad quizás no la recuperarían nunca. Estos eran jovencitos de 8 a 14 años. Era increíble su madurez y comprensión de lo que era importante".

Halvorsen prometió a los niños que volvería con goma de mascar y chocolate que lanzaría con paracaídas pequeños.

"Era sorprendente ver lo que traían en los aviones", dice Herrberger. "Todavía recuerdo que mi hijo más joven estaba allí cuando los soldados estadounidenses lanzaron pequeños paracaídas con caramelos, goma de mascar y chocolate".

La promesa de Halvorsen llegó a oídos de su comandante.

"Me dijo de todo", recuerda Halvorsen. "Después me mostró un periódico que en primera plana tenía un avión lanzando paracaídas. Dijo: ‘Ayer casi le dieron en la cabeza con un chocolate a un periodista alemán en Berlín. Difundió esta historia en todo el mundo. El general me llamó y me preguntó qué pasaba. ¡Pero yo no tenía idea! ¡Nunca recibiré un ascenso! ¿Por qué no me informaron?’ Le contesté que sabía que no lo aprobaría. Dijo que tenía razón, pero que al general le había gustado y que siguiera".

Tanto para el Oeste como para el Este, la radio era un instrumento importante en la guerra de propaganda.

William Heimlich administraba la radio en el sector estadounidense:

"Introduje las técnicas de radio estadounidenses, basadas en la teoría de que si el público no está, no hay cómo convencerlo. Entonces lo primero es conseguir que escuche. ¿Y cómo? Dándole buenos programas de entretenimiento, noticias sólidas y fiables", sostiene Heimlich.

Una bailarina, Christina Ohlsen, se convirtió en una figura famosa de la radio estadounidense y llegó a casarse con Heimlich.

"Leía los titulares y luego me burlaba de lo que hacían los rusos o los berlineses del este" dice Christina Heimlich. En una de sus intervenciones radiofónicas pronunció las siguientes palabras: "soy demasiado pequeña para entender lo que pasa, pero el público podría entenderlo" Y según Heimlich, la frase "se convirtió en un slogan muy famoso en Berlín, y yo en la voz de Berlín".

Un nuevo concejo

En diciembre de 1948, los berlineses occidentales votaron a favor de un nuevo concejo para su zona de la ciudad. El Partido de Unidad Socialista, que dominaba el antiguo concejo en el sector soviético, boicoteó los comicios.

"Por el momento somos una ciudad dividida", decía Barowsky. "No podemos hacer nada. Nuestra supervivencia depende ahora de unos vínculos fuertes con Alemania Occidental".

Ernst Reuter ahora era el alcalde, con Luise Schroeder de segundo, pero solamente en un sector de Berlín.

En las Navidades, el actor cómico Bob Hope y el compositor Irving Berlin entretuvieron a las tropas estadounidenses del general Clay.

"Se equivocaron, me llamo Irving Jones", dijo el compositor.

"¿Irving Jones?", le preguntó Hope.

"Sí, me lo cambié, porque aquí todo lo que lleva el nombre Berlín lo cortan en pedazos".

La Operación Vituallas, el nombre que le dieron los estadounidenses del puente aéreo, estaba funcionando por fin, gracias a un invierno poco severo.

El domingo de Pascua de 1949, se transportaron 13.000 toneladas en 24 horas, lo cual fue un récord. La apuesta funcionó. Berlín podría mantenerse indefinidamente por aire.

"Vivíamos en Karlshorst, oíamos el ruido de los aviones que llevaban de todo, incluso chocolate y regalos de Navidad", cuenta Yakov Drabkin, de la administración militar soviética. "Nosotros éramos pobres y el oeste era rico, y claro, este loco bloqueo estaba destinado al fracaso".

Los soviéticos no habían logrado echar de Berlín a los británicos, estadounidenses y franceses. El contrabloqueo aliado afectaba a la zona soviética. El 12 de mayo de 1949, Stalin tiró la toalla.

Finaliza el bloqueo

La televisión lo contaba así: "Se acerca la medianoche, aumenta la tensión en el puesto de control británico. Conociendo la antigua costumbre rusa de cambiar de idea según sus caprichos, los expertos no entienden esta nueva actitud de cooperación. Al toque de medianoche, se levanta la barrera y un jeep británico inaugura la carrera a Berlín".

Muchos creyeron que el fin del bloqueo de Berlín significaría el fin de la guerra fría.

"Volvía a casa después de la medianoche, por la carretera de Ostkreuz a Neukolln", dice Weber. "Cuando cruzamos el límite entre los dos sectores, todo estaba iluminado. ¡Era como un sueño!"

"Era pura alegría", sostiene Barowsky. "¡Lo habíamos logrado! Occidente funcionaba. Eso era importante, Occidente había triunfado".

Había llegado el momento de que el general Clay volviera a casa. Después de un desfile de despedida, visitó a Berlín por última vez.

"Me pidió que lo acompañara a la ceremonia final en el palacio municipal", relata Lochner. "Adenauer y los principales dignatarios alemanes habían llegado. La ceremonia fue imponente, pero como tantas veces pasa, a nadie se le había ocurrido poner un micrófono para el intérprete. Esto me pasó y una y otra vez. Así que tuve ponerme prácticamente pegado al general Clay para hablar en el micrófono. Y pude ver que tenía lágrimas en los ojos".

"No usaré la palabra inglesa por adiós", declaró Clay en su despedida, "más bien les diré Auf Wiedersehen, hasta la vista".

El día de la marcha del general Clay, el jefe de la futura república alemana occidental, Konrad Adenauer, se dirigió a los berlineses diciendo:

"Su lucha, su sufrimiento y su paciencia han llevado a la victoria".

Para Edzard Reuter, "el período de la guerra fría en Berlín fue el origen de la democracia de postguerra en Alemania. Se percibía cada vez más que los alemanes, a fin de cuentas, aceptarían la democracia como propia, y podrían pasar a ser parte del mundo occidental".

"La crisis de Berlín resultó, por supuesto, en la división de Europa", señala Yerofeyev. "Se creó el gobierno de Alemania occidental, y dos semanas más tarde nació, de nuestro lado, la República Democrática Alemana, La R.D.A. Eso dividió Alemania en dos mitades".

En abril de 1949, el sueño del secretario de Exteriores británico Bevin de una alianza entre Europa occidental y América del Norte se materializó con la firma del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Según Roberts "el éxito del puente de Berlín resultó, antes que nada, en que mucha gente muy asustada se convenciera de la necesidad de unirse a la Alianza del Atlántico. Les daba un sentido de seguridad a pesar de las grandes fuerzas rusas vecinas".

El 29 de agosto de 1949 los soviéticos detonaron su primera bomba atómica. Fue el fin del monopolio nuclear estadounidense. Ahora el mundo estaba dividido por la mitad entre dos superpotencias. Al centro yacían una Alemania y un Berlín divididos.

Berlín: 1948-1949

Tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Berlín, la antigua capital nazi, se convertiría de nuevo en el objetivo de una campaña aérea aliada. Pero esta vez, la flota trataba de salvar la ciudad, no de destruirla.

Cuatro zonas de ocupación

En 1945, los pilotos británicos y estadounidenses hicieron llover la muerte y destrucción sobre Alemania. En 1948, volaban nuevamente hacia Berlín, esta vez, llegaban para salvar la ciudad.

Los berlineses en 1945 eran un pueblo derrotado. Su suerte dependía de los vencedores: rusos, estadounidenses, británicos y franceses. Alemania estaba dividida en cuatro zonas de ocupación: soviética, estadounidense, británica y francesa. Tres millones y medio de berlineses vivían en una ciudad ubicada 176 kilómetros detrás de las líneas rusas. Berlín estaba unida al oeste mediante una carretera y un ferrocarril que atravesaban la zona soviética. La ciudad estaba dividida en cuatro sectores: uno soviético, uno estadounidense, uno británico y uno francés.

"Berlín y la propia Alemania eran los únicos puntos de contacto entre las tropas soviéticas y las aliadas", explica Mikhail Semiryaga, que entonces trabajaba para la administración militar soviética. "No había otros puntos de contacto directo. Fue una de las razones por las que Berlín se convirtió en campo de batalla de la guerra fría".

Los berlineses habían soportado una existencia precaria durante años. La comida escaseaba hasta ocasionar hambruna y la moneda no tenía valor. En estas circunstancias, el mercado negro florecía.

"Negociábamos en especie", recuerda Ella Barowsky, del Concejo municipal de Berlín occidental. "Una persona que no fumaba aceptaba cigarrillos con su tarjeta de raciones porque luego los cambiaba por algo más útil. Todos lo hacíamos. Los cigarrillos eran nuestra moneda. El mercado negro nos mantenía vivos".

El secretario de Exteriores británico, Ernest Bevin, tenía un plan para Alemania. No simpatizaba con los alemanes, pero creía que la recuperación europea dependía de ellos.

"Tenemos que recrear una Alemania democrática, darle una oportunidad, y al mismo tiempo asegurarnos de que se mantenga la seguridad del resto de Europa y que no se repita la agresión", declaró en 1948.
LATERAL 1 - ENFOQUE: El defensor de Berlín - Lucius Clay tuvo una vida notable, antes y después del puente aéreo/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
Pocas personas han tenido un impacto tan profundo en su época como el general Lucius DuBignon Clay.

Desde su niñez, Clay pareció preparado para grandes cosas. Nacido en Marietta, Georgia, hijo de un senador de los Estados Unidos, se graduó en la Academia Militar estadounidense de West Point en 1918. Sirvió en el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, donde se distinguió durante los años de la Depresión, hasta convertirse en director del programa nacional de aeropuertos civiles.

Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra, fue encargado de materiales, con la responsabilidad de asegurar que equipos y provisiones llegaran al frente de batalla. Sus instrucciones básicas eran "averiguar lo que el Ejército necesita y conseguirlo". Clay supervisó de este modo una de las más exitosas operaciones de abastecimiento militar de la historia.

En 1945, el presidente Franklin D. Roosevelt nombró a Clay vicegobernador de Alemania bajo las órdenes del general Dwight D. Eisenhower. Clay escribió más tarde que, durante su primera visita a la derrotada capital nazi, "mi exaltación por la victoria disminuía al ver esta degradación del hombre". Prometió recordar que "éramos responsables de gobernar seres humanos". Dos años después, Clay fue promovido a comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en Europa, y gobernador militar de la zona estadounidense en Alemania.

En su libro "Lucius D. Clay: Una vida norteamericana", Jean Edward Smith escribe que Clay fue realmente el padre de lo que sería la Alemania Federal. Por haber supervisado un programa de desnazificación, dirigido el puente aéreo a Berlín, instituido una reforma monetaria, ayudado a establecer el derecho constitucional y el gobierno autónomo, y enfrentado tanto a los soviéticos como a los aliados occidentales de Washington, que querían mantener a Alemania divida y débil, Clay fue más responsable que nadie, argumenta Smith, de "la creación de una Alemania próspera, estable y democrática".

Tras su retiro en 1949, Clay se dedicó a los negocios, y prosperó empleado por varias firmas civiles. Cuando se le preguntó por qué una gran empresa estaría interesada en un general retirado, Clay repuso que no había conocido a nadie en Wall Street "que alguna vez hubiese conducido una gran reforma monetaria. O, para el caso, que hubiese establecido un gobierno".

Clay tuvo un papel en la exitosa campaña presidencial de Eisenhower. Una década más tarde, se desempeño como representante personal del presidente John F. Kennedy en Alemania.

Fue en esa función que regresó a Berlín en 1961, mientras estaban construyendo el Muro. Clay irritó a muchos funcionarios estadounidenses destacados allí al tomar contacto con la jerarquía militar local y hacer lo posible por restablecer la alicaída moral en Berlín Occidental.

Fue por orden de Clay que se enviaron tanques estadounidenses al "Checkpoint Charlie" cuando guardias de Alemania Democrática se negaron a permitir que un funcionario norteamericano regresara a Berlín Occidental si no exhibía sus credenciales. Clay dijo que su respuesta demostraba que eran los rusos --y no el gobierno de Alemania Democrática-- los que estaban detrás de la construcción del muro. La aparición de esos tanques estadounidense suscitó el arribo de tanques soviéticos en el lado oriental del cruce.

"Eran tanques rusos, no tanques de Alemania Oriental", recordaría Clay posteriormente. "Era obvio que los rusos no confiaban en los germanoorientales en esa circunstancia. Desde que hicieron eso, dejé de preocuparme. Los rusos habían salido de su escondite, y yo estaba seguro de que no iban a hacer nada. Pero habíamos probado nuestro argumento. Eran los rusos los que mandaban".

El incidente de Checkpoint Charlie saltó a los titulares de la prensa mundial, y provocó una protesta de los británicos contra lo que describieron como "alarde insensato" de Clay. También alimentó temores de que Berlín se convirtiera en la chispa de una nueva guerra mundial. Pero la actitud de Clay le valió el renovado afecto de los berlineses occidentales. En su última aparición en Berlín, durante una concentración por el Día del Trabajo en 1962, 750.000 personas --o sea uno de cada tres berlineses-- se congregaron para verlo.

Clay murió en 1978. Al pie de su tumba en West Point hay un recordatorio de los ciudadanos de Berlín que dice "Wir danken dem Bewahrer unserer Freiheit": "Gracias al defensor de nuestra libertad".
LATERAL 2 - ENFOQUES: El nacimiento de la CIA - La agencia de inteligencia de EE.UU. fue creada a regañadientes entre los temores de la Guerra Fría/Por Bruce Kennedy, redactor de CNN Interactive
"Caballeros, no se lean el correo".

Dice la leyenda que con esa indicación, el secretario de estado norteamericano Henry Stimson canceló en 1929 una operación de inteligencia que había descifrado las clave de muchos países. Las palabras atribuidas a Stimson parecían resumir los sentimientos de los Estados Unidos acerca del espionaje en los años previos a la Segunda Guerra.

En diciembre de 1941, aviones japoneses atacaron la base naval norteamericana en Pearl Harbor, a pesar de las advertencias al gobierno estadounidense de que una flota de portaaviones japoneses navegaba hacia las islas hawaianas. El ataque hizo entrar a los Estados Unidos en la guerra, y perduró como un doloroso recordatorio de lo que puede ocurrir a una nación que no coordina adecuadamente sus operaciones de inteligencia.

En los años anteriores a la guerra, los Estados Unidos dependían del FBI y los militares para las labores secretas de espionaje. Pero la Segunda Guerra cristalizó la necesidad de una red de inteligencia centralizada.

En 1942, por orden del presidente Franklin Roosevelt, los Estados Unidos establecieron la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que era responsable del espionaje y las operaciones secretas. Conducidos por William Donovan, los 13.000 agentes de la OSS desempeñaron un importante papel en todo el mundo en la victoria sobre el fascismo. Pero al terminar la guerra, el presidente Harry Truman clausuró la OSS por temor a una "Gestapo norteamericana", vale decir una organización de espionaje capaz de ser usada contra los ciudadanos norteamericanos.

El surgimiento de la Guerra Fría, y un creciente predominio soviético en Europa, hicieron cambiar pronto de idea a Truman. Más tarde relataría a un colaborador: "Cuando me convertí en presidente, apenas si sabía cómo se tomaban las decisiones políticas antes de mi llegada. Me llegaba información de 200 fuentes diferentes, y no había quién me la sintetizara".

Los Estados Unidos reorganizaron sus defensas en 1947 con la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional, que dio origen al Departamento de Defensa el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

La CIA fue colocada bajo el control del NSC, que a su vez asesoraba al presidente. Según la ley de seguridad nacional, la CIA debía asesorar al NCS "en los asuntos concernientes a tales actividades de inteligencia… en la medida en que se relacionen con la seguridad nacional". Las actividades de contraespionaje de Estados Unidos quedarían en manos del FBI. La ley decía que la CIA no tendría "poder de policía, de citación, de imposición del orden o cualquier función de seguridad interna".

Casi desde su nacimiento, la CIA fue objeto de debates en el gobierno estadounidense: ¿Era su función puramente defensiva, o también ofensiva? El contralmirante Roscoe Hillenkoetter, primer director de la CIA, se preguntaba si la agencia tenía el derecho legal de involucrarse en acciones encubiertas.

Después de sopesar las cuestiones legales, y con el respaldo de Truman y el Congreso, la CIA empezó sus operaciones encubiertas. Todas esas operaciones, según una directiva del Consejo de Seguridad Nacional, iban a "contrarrestar las actividades soviéticas e inspiradas por los soviéticos que constituyen una amenaza para la paz y la seguridad del mundo o apuntan a desacreditar y derrotar los objetivos y actividades de los Estados Unidos".

"Las acciones encubiertas comenzaron casi de inmediato", dice Melvin Goodman, profesor de seguridad internacional en la Escuela Nacional de Guerra de Washington, y ex analista de la política soviética en la CIA. "No creo que haya sido la intención, pero fue creciendo con el tiempo: nuestra percepción de la amenaza soviética y la necesidad de oponérsele".

Goodman llama también la atención sobre la eficiencia económica que se esperaba de las operaciones encubiertas. "Truman quería controlar el presupuesto (federal). Entendía que las acciones encubiertas eran menos riesgosas, menos costosas en dinero, una herramienta conveniente".

Según el "Libro de los espías: Enciclopedia del espionaje" de Norman Polmar y Thomas B. Allen, la CIA pronto desarrolló un mecanismo para las acciones encubiertas:

"El NSC recomendaría tal acción cuando decidiera que algún objetivo de la política exterior de los Estados Unidos no podría cumplirse por medios diplomáticos y cuando juzgara que una acción militar sería demasiado extrema o demasiado peligrosa. Se pediría al DCI (director central de inteligencia) que condujera la acción de tal modo que el gobierno pudiese negar plausiblemente su participación".

En 1948, los Demócratas Cristianos ganaron las elecciones nacionales en Italia. Su victoria fue vista como el primer avance importante de la CIA, que había orquestado operaciones encubiertas para volcar a los votantes en contra de los candidatos comunistas. Pero aquel éxito inicial fue seguido por algunos fracasos notables, cuando la CIA trató de ponerse a la altura del afianzado sistema de inteligencia soviético en décadas de lucha por la información.

Las operaciones encubiertas de la CIA, dice Goodman, "aumentaron debido a lo que se percibió como sus tempranos éxitos en Irán en 1953 y Guatemala en 1954, los que condujeron a (?, nh) de Bahía de Cochinos".
LATERAL 3 - ENFOQUES: Del puente aéreo a la libertad: recuerdos del alcalde de Berlín/Por Eberhard Diepgen, alcalde gobernador de Berlín
Volar, sin duda, es una de las grandes maravillas de nuestro siglo. Lo que comenzó hace cien años se ha convertido en una manera segura de viajar que hoy se toma con naturalidad. Hace medio siglo, sin embargo, millones de personas de una ciudad castigada dependieron de un abastecimiento por aire en condiciones hoy totalmente inconcebibles para nosotros.

Todavía recuerdo muy bien aquellos días, a pesar de que sólo tenía seis años cuando se inició el puente aéreo. Vivíamos en Spandau, no lejos del aeropuerto de Gatow, y podíamos ver y oír los aviones de abastecimiento que aterrizaban allí día y noche. Como todos los chicos de Berlín, podía distinguir los Dakotas de los Skymasters, y también conocía los hidroaviones, que acuatizaban al otro lado de Spandau, en los lagos Havel y Wannsee. Por supuesto, nosotros los escolares estábamos fascinados por el espectáculo.

Sin embargo, también recuerdo la escasez de provisiones, los cortes de energía y el racionamiento de comida. Un día mi hermano perdió nuestra tarjeta de racionamiento. Durante días nos vimos en serios problemas en casa porque la tarjeta no podía ser reemplazada. Una y otra vez cortaban el gas y la electricidad, incluso en la Navidad de 1948. Cuando uno experimenta algo así, no se lo olvida nunca. Siempre se sentirá agradecido por esas cosas que las generaciones siguientes dan por sentadas. Mi generación, en cualquier caso, se vio decisivamente influida por el puente aéreo.

El puente aéreo representa un capítulo importante en la historia de nuestro siglo, pero también ha rendido un inestimable servicio al concepto de libertad. Mantuvo viva la esperanza de un futuro mejor. Los berlineses estaban dispuestos en ese momento a desafiar el asedio, la toma de rehenes. Pero sin la acción heroica y sobre todo pronta de los norteamericanos, y su disposición a tender una mano a los alemanes derrotados, los berlineses no habrían podido resistir.

Hoy los berlineses de ambos lados de la Puerta de Brandenburgo viven en libertad. Esto es gracias a los pilotos, los aeronavegantes, los operadores de radio y el personal de cabina que sostuvieron a los berlineses hace 50 años. Aquellos bravos hombres que dieron la vida por la libertad de Berlín no han sido olvidados. Recordamos a los muertos, y agradecemos a los veteranos por su acción heroica.

Sin embargo, el puente aéreo hizo más que preservar la libertad de Berlín. Envió una señal de esperanza por un mundo sin hambre, sin violencia y sin guerra. Permitió que entre los pueblos de Europa central y oriental creciera el sueño de una vida en la que tendrían la libertad de tomar sus propias decisiones, y ese sueño se hizo posible en la pacífica revolución de 1989.

Ella fue anticipada por Ernst Reuter, el alcalde, quien prestó su voz a la determinación de Berlín de lograr la libertad. "El levantamiento del bloqueo es el primer y más importante paso hacia la garantía de una verdadera paz en Europa". Aunque el camino fue más largo que lo esperado, esta frase se convirtió en realidad 40 años después.

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EPISODIO IV: COREA 1949-1953

Corea 1949-1953

Fue uno de los pocos momentos en que la guerra fría se calentó. El conflicto en la península de Corea costó millones de vidas y estableció la manera en que las dos partes se habrían de ver en los años venideros.

Guerra contra el comunismo

En 1950, Estados Unidos llevó a las Naciones Unidas a una guerra contra el comunismo en Asia. En el invierno, ante el ataque de las fuerzas chinas, las tropas de la ONU se replegaban.

"Fue una derrota idéntica a la que encaró Napoleón al huir de Rusia", dice Charles Bussey, brigadier general del Ejército de Estados Unidos. "Corrimos sin plan alguno, intentando llegar a Pusan, intentando llegar a Japón. Fue repugnante".

En agosto de 1945, cambió el rostro de la guerra fría. Al final de la Segunda Guerra Mundial, se rindió el ejército japonés, que había ocupado Corea durante 35 años.

"Durante la ocupación japonesa, nos obligaron a seguir el estilo de vida japonés, hablar el idioma japonés, obedecer las leyes japonesas", afirma Kim Ren Ok, ciudadana norcoreana. "Cuando nos liberaron, dimos la bienvenida a los soldados".

Las tropas soviéticas y estadounidenses liberaron Corea, reuniéndose como lo habían hecho en Alemania.

Como potencias de ocupación, la Unión Soviética y Estados Unidos acordaron dividir Corea a lo largo del paralelo 38 como medida temporal. Washington controlaba el lado sur y Moscú el norte.

"Creamos la República de Corea entre el Pentágono y el Departamento de Estado", señala Niles Bond, del departamento de Estado.

Los generales estadounidenses colocaron en el poder a un anticomunista de línea dura, Syngman Rhee.

"Su encanto era engañoso", mantiene Bond. "También era muy duro, implacable y patriótico. No era tan dulce como parecía".

Rhee fue nombrado primer presidente de la nueva República de Corea en 1948. Las tropas estadounidenses se retiraron.

Al norte del paralelo 38, la Unión Soviética estableció un gobierno basado en redes de comités populares. Kim Il Sung, quien había pasado la guerra en territorio soviético, fue preparado para asumir el poder.

"Era un joven muy guapo, siempre sonreía", dice Ten San Din, ex asesor soviético en Corea del Norte. "Todo el mundo lo quería en Corea. Creó una impresión muy buena. Era el héroe nacional del pueblo coreano".

El norte invade el sur

Se proclamó la República Popular Democrática de Corea, con Kim Il Sung como su presidente. Mientras se retiraban las tropas soviéticas, Kim soñaba con unir a los coreanos bajo el comunismo.

"Kim Il Sung comprendía que era muy difícil resolver el problema de unificar las dos Coreas... que necesitaba ayuda", mantiene el coronel Petr Simchenkov, del alto mando soviético. "Por supuesto, él esperaba que la ayuda viniera de la Unión Soviética".

En marzo de 1949, Kim Il Sung fue a Moscú con el propósito secreto de que Stalin le permitiera invadir el sur.

"Visito la Unión Soviética porque quiero fortalecer las relaciones entre Rusia y Corea del Norte", declaró entonces Kim Il Sung a los medios de comunicación.

Stalin, preocupado por la crisis de Berlín, rechazó la petición de Kim de invadir.

A finales de 1949 la situación internacional se había transformado: la Unión Soviética había detonado su primera bomba atómica, y en China había triunfado la revolución socialista: Mao Tse Tung proclamó la República Popular China.

Un tratado de amistad entre China y la Unión Soviética creó una alianza comunista internacional, abriendo un segundo frente de la guerra fría en Asia.

Stalin confiaba en que Estados Unidos carecía de voluntad para hacer frente a los acontecimientos en Asia. En abril de 1950, aprobó la invasión de Corea del Sur por parte del gobierno de Kim Il Sung. El 25 de junio de 1950 el ejército norcoreano lanzaba un ataque por sorpresa contra el sur.

"Lo recuerdo vivamente, aún hoy", señala Hong An, entonces estudiante en Seúl. "La guerra comenzó un domingo por la mañana. Escuchamos una especie de... rugido remoto que venía del norte".

Diez divisiones de combate del ejército norcoreano penetraron en el sur, equipadas con artillería y tanques soviéticos, y dirigidas por asesores soviéticos.

"Creíamos que teníamos que luchar por nuestro líder Kim Il Sung", dice Yan Von Sik, que formó parte del ejército norcoreano. "Creíamos que sería mejor liberar el sur y unificar Corea. Por eso luchábamos".

Condena de la ONU

Han Pyo Wook, que se encontraba trabajando en la embajada de Corea del Sur en Washington, recuerda el momento del ataque: "Fue el sábado por la noche. Recibí una llamada telefónica de la (agencia noticiosa) United Press diciendo que Corea del Sur había sido invadida por Corea del Norte. La noticia me anonadó hasta tal punto que no supe qué decir... ¿Estaba bromeando conmigo, o estaba seguro de lo que decía?"

El Departamento de Estado movilizó a sus autoridades.

"Cuando ocurrió la invasión de Corea del Sur, hubo la impresión inmediata de que había que hacer algo", recuerda Lucius Battle, subsecretario de Estado. "No habíamos planeado exactamente qué hacer y hasta qué punto llevar esa acción... No habíamos preparado un plan de emergencia para una guerra iniciada por Corea del Norte contra Corea del Sur".

"Y como a la medianoche llamó el presidente Syngman Rhee", dice Han. "Tomé el auricular y me dijo: ‘pídale al gobierno de Estados Unidos que envíe la ayuda necesaria’".

El embajador sudcoreano fue de inmediato al Departamento de Estado a entrevistarse con el subsecretario Dean Rusk.

"Me dijo textualmente: ‘Creemos que este es un asunto que atañe no sólo a Estados Unidos. El mundo entero debe involucrarse. Y con esa opinión hemos decidido convocar al Consejo de Seguridad (de la ONU) para una sesión de emergencia", sostiene Han.

El Consejo de Seguridad se reunió al día siguiente. Moscú boicoteaba la ONU porque ésta se negaba a admitir a China.

Estados Unidos aprovechó la oportunidad para condenar a Corea del Norte. Nueve votos a favor, uno en contra y una abstención fue el resultado.

Dos días después, el Consejo de Seguridad aprobó la creación de una fuerza militar de la ONU para defender a Corea del Sur.

Warren Austin, el delegado de Estados Unidos, declaró ante el Consejo de Seguridad de la ONU: "De hecho, esto es un ataque contra las propias Naciones Unidas".

Bajo la bandera de la ONU, soldados de 16 países acudían en defensa al Corea del Sur.

"Estábamos regocijados", recuerda Han. "Nos sentíamos muy bien, muy alentados. Es más, sentíamos que se produciría la unificación de Corea como resultado de la resolución".

Una guerra popular en EE.UU.

El presidente Harry Truman se dirigió los estadounidenses:

"Corea es un país pequeño a miles de millas de distancia... Pero lo que ocurre allí es importante para cada estadounidense. La invasión de Corea por tropas comunistas es una advertencia de que podría haber actos de agresión similares en otras partes del mundo".

Según Bond, "en esa época se creía que una operación militar de esa magnitud no podía llevarse a cabo sin el apoyo de las fuerzas armadas rusas. En otras palabras, desde el principio concluimos que este era un movimiento que ocurría en el marco de la guerra fría".

Estados Unidos se aprestó para la guerra y activó a sus reservistas.

"Cuando entramos en la guerra --y entró la ONU con nosotros--, era una guerra muy popular", sostiene Battle.

"Todos estaban agitados, esperando irse al extranjero", recuerda Florence Galing, la esposa de un oficial del ejército. "Había todo tipo de sentimientos: perturbación, anticipación. Existía el sentimiento de querer impedir que los comunistas tomaran el poder en cualquier parte del mundo. Querían contener la ola del comunismo".

El General Douglas MacArthur, comandante supremo de los aliados en Tokio y legendario héroe de los combates en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, fue nombrado líder de las fuerzas de la ONU.

"Lo adoraban en Japón", sostiene el general de Infantería de la Marina de Estados Unidos, Edwin Simmons. Este hombre tenía un ego enorme que le habían inflado a través de los años. Estoy seguro de que se creía infalible".

Las tropas más cercanas a Corea eran las estadounidenses que ocupaban Japón, una fuerza no apta para el combate.

"El estilo de vida consistía en mucho descanso", relata Bussey. "Vivíamos a través del catálogo de Sears. Comprábamos medias de nylon para las muchachas y cosas así. Era una buena vida".

Las fuerzas que Estados Unidos envió a Corea jamás imaginaron que su presencia sería tan larga.

"Es más, nos dijeron que íbamos por sólo unas seis semanas", señala Bussey. "Que haríamos una muestra de fuerza en el campo de batalla, y esa gente se regresaría norte del paralelo 38 y nosotros a casa".

No iba a resultar tan fácil. El ejército sudcoreano se retiraba. Dos divisiones abandonaron el combate y se unieron a los refugiados que huían del avance norcoreano.

"Como soldados, hicimos el máximo, pero la situación no nos favorecía", dice el general Paik Sun Yup, del ejército sudcoreano. "El ejército norcoreano logró su meta inicial: capturó Seúl en tres días".

Con la toma de la capital del sur, Kim Il Sung se anotó una gran victoria.

"Cuando llegamos a Seúl, el ejército nos dijo que la campaña había terminado", recuerda Kim Ren, enfermera en Corea del Norte. "Nos dijeron que vendrían reformas políticas, que el país sería unificado con facilidad. No creíamos que habría más guerra".

Dieciséis países envían tropas

A los estadounidenses no les fue mejor que a los coreanos. A falta de armas anti-tanques efectivas, su línea se quebró. Las tropas estadounidenses se tambaleaban en cuestión de días ante la invasión del pequeño gobierno norcoreano.

"Teníamos equipos sobrantes de la Segunda Guerra Mundial", mantiene Bussey. "Estábamos en muy mal estado, en todos los sentidos. No estábamos preparados para librar una guerra, ésa es la verdad".

En el resto del mundo, los aliados de Estados Unidos juraban lealtad a la bandera de la ONU. El primer ministro británico prometió su apoyo.

Clement Attlee, primer ministro británico, declaró entonces: "Para que la Organización de las Naciones Unidas no terminara como la Liga de las Naciones, era absolutamente necesario declarar un alto".

Refuerzos de 15 países comenzaron a llegar a Corea para unirse a Estados Unidos en la fuerza de la ONU. El general MacArthur se jugó el todo por el todo para cambiar el curso de la guerra.

Con Estados Unidos y sus aliados replegados en una pequeña parte de Pusan, una vasta invasión marítima, 250 kilómetros tras las líneas enemigas, el militar intentaría cortar y luego revertir el avance norcoreano.

En el amanecer del 15 de septiembre de 1950, la mayor flota invasora desde la Segunda Guerra Mundial cañoneaba el puerto de Inchon. Desembarcan infantes de marina estadounidenses y sudcoreanos.

"Cuando desembarcamos nos acercamos a la playa a toda velocidad", dice Chea Yong Ghu, de la Marina sudcoreana. "La rampa del vehículo de desembarco se abrió con un estruendo y avanzamos con nuestras armas, gritando rampa abajo".

Simmons lo describe así: "Había un malecón de piedra que debía ser escalado... Las condiciones de desembarco eran terribles. Parte de la ciudad estaba en llamas. Era un día de lluvia... La lluvia se mezclaba con el fuego y el humo de las bombas. Si esas playas hubieran sido defendidas por tropas alemanas o japonesas de la misma calidad que las de la Segunda Guerra Mundial, hubiéramos tenido suerte de desembarcar, y no hubiéramos tenido suerte alguna después".

La ONU recupera Seúl

En dos semanas, la fuerza de la ONU estaba enfrascada en una fiera batalla por recapturar la capital del sur, Seúl. Unos 50,000 civiles cayeron en el fuego cruzado

"Mi casa estaba en la falda de una colina y había fuego cruzado entre las fuerzas de la ONU y el Ejército Popular de Corea del Norte", recuerda Hong, que estudiaba en Seúl. "Mi padre por fin nos dijo que sería mejor que la familia se dividiera para que al menos alguien sobreviviera la guerra".

Después de recuperar Seúl, MacArthur reinstituyó a Syngman Rhee. La asociación entre MacArthur y el crecientemente cruel régimen de Rhee causaba preocupación en Washington.

"Syngman Rhee era un hombre difícil de apoyar", mantiene Battle. "Una vez en el poder, no podíamos hacer mucho. No dependía de nosotros cambiar el gobierno, y no había ninguna otra alternativa disponible de todos modos".

El jubiloso ejército de Rhee fue el primero en cruzar el paralelo 38 a Corea del Norte.

"Cuando contraatacamos a través del paralelo 38 todos, soldados y pueblo, creíamos que la intención ahora era reunificar a toda la península coreana", señala Lee Jae Jeon, del ejército sudcoreano.

Las tropas de la ONU penetraron en el Corea del Norte. La meta de MacArthur parecía ser algo más que el repliegue norcoreano.

"Creí que habíamos ganado la guerra", dice Bussey. "No debería reírme, pero no puedo evitarlo. De verdad pensé que habíamos ganado la guerra, y ésa era la impresión general. Fuimos al norte con mucha esperanza".

El gigantesco río Yalu marca la frontera entre Corea del Norte y China. Del lado chino los autoridades observaban la guerra con alarma, temerosas de que el ejército estadounidense en Corea del Norte invadiera China continental.

En una entrevista concedida en 1993, Shi Zhe, ministro de Exteriores chino, declaró sobre aquel momento histórico que "si Corea del Norte caía derrotada, sólo el río Yalu nos separaría de los estadounidenses. No podíamos aceptar esto, ni tampoco arriesgarnos a que aviones norteamericanos interrumpieran la reconstrucción de nuestro país".

Pyongyang pide ayuda a China

En medio de la devastación, Corea del Norte envió un mensaje urgente a Beijing:

"Se envió una delegación gubernamental a Mao Tse Tung", dice Kan San Kho, viceministro norcoreano de Interior. "‘¿Qué podemos hacer?’ preguntaron. ‘No podemos retirarnos. Nos atacan desde el aire, el mar, y la tierra. Queda muy poco del ejército norcoreano. Muchos han muerto. ¿Qué hacemos ahora?’"

La dirigencia en Beijing estaba profundamente dividida en cuanto a la intervención. Mao recibió telegramas secretos de Stalin pidiéndole que participara en la guerra para salvar a Corea del Norte.

Queriendo afianzar el poderío chino en Asia, Mao accedió. Mientras tanto, las fuerzas de la ONU y Corea del Sur continuaron avanzando hacia el norte.

Pyongyang cayó el 19 de octubre. Fue la única capital comunista vencida por Occidente durante la guerra fría.

"MacArthur estaba empecinado", mantiene Simmons. "Perseguía a un ejército derrotado. Comenzaba la carrera hacia el Yalu".

A MacArthur le sorprendió que lo llamaran a la Isla de Wake, en el Pacífico, para reunirse con el presidente Truman. MacArthur le aseguró a su comandante en jefe que era imposible que China entrara a la guerra.

El general interpretó la entrega de una medalla más como indicio de que podía continuar su avance hacia China. Cuando el presidente lo invitó a almorzar, MacArthur se negó.

Mientras hablaban Truman y MacArthur, Mao ordenó al ejército chino, llamado "los voluntarios del Pueblo", que penetraran a Corea. 500.000 soldados chinos cruzaron el Yalu, y esperaron que las fuerzas de la ONU se acercaran a la frontera.

Chan Boliang, que pertenecía al grupo de voluntarios del pueblo chino, recuerda que caminaban cantando esta canción:

"Valientemente cruzamos el Yalu al amanecer...

Protegemos nuestros hogares

por amor a nuestra patria,

por amor a nuestros amigos.

Buenos hijos e hijas de la patria,

marchad resueltamente hacia adelante.

La guerra anti-americana y pro-coreana derrotará a los imperialistas".

"¡Así es la canción!", señala Chan.

China entra en la guerra

Sin saber de la concentración de tropas chinas, el ejército estadounidense se detuvo a celebrar el Día de acción de Gracias. Se sirvió el típico pavo con salsa de arándanos. MacArthur y sus soldados pensaban que para Navidad la guerra sería historia.

"El día de Acción de Gracias de 1950 fue un buen día", sostiene Bussey. "Hacía buen tiempo. Había una típica cena de Acción de Gracias. Teníamos todo lo que hubiéramos tenido en casa. Fue un día muy bueno, el último día bueno que tuvimos".

A la mañana siguiente, 300.000 soldados chinos atacaron.

"Tocaban unos clarines que tenían un efecto escalofriante en los soldados", dice Bussey.

"La meta principal de los voluntarios que fueron a Corea era defender nuestros hogares y nuestro país, nuestra patria", señala Chan. "No podíamos permitir que otros cruzaran el río Yalu y nos invadieran. Pero también queríamos ayudar al pueblo coreano".

Al igual que en la larga guerra civil china, Mao creía que las convicciones podrían derrotar a un enemigo mejor armado.

"Podíamos derrotar al enemigo porque nuestra guerra era justa. Nuestra valentía y nuestra estrategia, desarrolladas durante los años de la lucha por la liberación, ayudarían a derrotar al enemigo", agrega Chan.

Battle mantiene que "cuando China entró, nuestra reacción fue que teníamos una guerra nueva, una situación nueva. Era una situación aterrorizante y extremadamente preocupante".

Cuando el péndulo de la guerra regresó, las fuerzas de la ONU fueron expulsadas de Corea del Norte, abandonando vehículos y equipos.

"Había personas sobre los camiones, en los estribos, yendo hacia el sur", dice Bussey. "Nunca me sentí tan impotente en mi vida, como parte de un ejército que huía... Fue increíble".

"Imagínese una situación con una temperatura de 25 bajo cero", apunta Simmons. "Nada funciona como debe. Las armas apenas pueden disparar en esas temperaturas... Y hay muchos chinos por ahí".

"No recuerdo ningún movimiento de estadounidenses tan inútil como esa desbandada... Y fue una desbandada", agrega Bussey.

Los soldados estadounidenses la llamaron "fiebre de huida".

La posibilidad de otra bomba atómica

Por su parte, el presidente Truman declaró: "Estamos luchando en Corea por nuestra seguridad nacional y supervivencia. Nos hemos comprometido con la causa de un orden mundial justo y pacífico a través de las Naciones Unidas. Y nos adherimos a ese compromiso".

En una conferencia de prensa en Washington, los periodistas reiteradamente preguntaron a Truman sobre el posible uso de la bomba atómica.

"Seguían y seguían preguntando... el presidente no podía ponerle fin a la situación, y la gente comenzó a pensar que sí se iba a utilizar la bomba atómica", recuerda Robert J. Donovan, ex corresponsal en la Casa Blanca. "Los informes sobre la conferencia de prensa del presidente dieron la vuelta al mundo en seguida, y eso causó mucha alarma".

El primer ministro británico, Clement Atlee, se alarmó tanto, que viajó a Washington para analizar la crisis.

"Mi propósito en estas conversaciones es alinear nuestras políticas en esta nueva y preocupante situación mundial, y encontrar la manera de defender lo que ambos sabemos es correcto", manifestó Attlee.

Al día siguiente, Truman aseguró al primer ministro británico que no tenía planes de utilizar la bomba atómica.

"Creo que los estadounidenses comprendieron que sería ojo por ojo", afirma Nikolai Fedorenko, de la cancillería soviética. "Si la usan, nosotros la usamos. Teníamos un acuerdo con los chinos. Por eso no utilizaron la bomba atómica".

Para muchas familias estadounidenses ese invierno comenzó con el dolor con una llamada a la puerta.

"El 29 de diciembre sonó el timbre. Fue un viernes", recuerda Florence Galing, cuyo esposo fue hecho prisionero de guerra. "Yo acababa de lavarme el pelo y cuando abrí la puerta había un muchacho con un telegrama. Dio media vuelta y se fue, y entonces supe que el telegrama me iba a decir si él estaba muerto o vivo. Cuando lo abrí, sólo di gracias a Dios por que lo consideraban ‘desaparecido’. Pasó otro año antes de enterarme de que había caído prisionero. Aunque sabíamos que estaba en un campamento, no sabía lo que hacía de un día al otro. Entre cartas, no sabía si estaba vivo todavía. Siempre albergué la esperanza de que regresaría a casa, pero nunca pude asegurarlo".

Los soldados en retirada adoptaron una política de tierra arrasada. Tras retirarse de Hungnam, los ingenieros estadounidenses volaron los muelles. Avanzando rápidamente, los chinos pronto retomaron la capital del Norte Pyongyang. A principios de 1951, Seúl cayó de nuevo a las fuerzas comunistas.

MacArthur nombró al general Matthew Ridgway nuevo comandante de campaña. Por fin, las tropas de la ONU comenzaron a frenar el avance chino.

"El derrotismo y la fiebre de desbandada, etcétera, que habían afectado al octavo ejército desaparecieron", señala Simmons.

El ejército estadounidense se recupera

Desde el principio, Estados Unidos tenía la supremacía en el aire.

"Cuando yo volaba por encima del Yalu en el F-86, utilizábamos tácticas que literalmente se habían utilizado en la primera y la segunda guerra mundiales, salvo que pilotábamos reactores a mucha mayor velocidad", explica el senador estadounidense John Glenn, que entonces era un piloto del ejército.

Cuando los MIG-15 soviéticos, entraron en acción con sus pilotos bien capacitados, constituyeron un reto a la supremacía estadounidense.

"Nuestra misión era ir allá y capacitar pilotos, pero terminamos como participantes en la guerra de Corea", mantiene Yevgeni Pepeliayev, que era piloto soviético.

La presencia de pilotos rusos podía llevar a una confrontación directa entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

"Nuestro gobierno y las fuerzas armadas exigían silencio absoluto. El enemigo no podía saber que luchaban contra rusos", añade Pepeliayev

Cuando Estados Unidos desplegó los Saber F-86, lentamente recuperó la supremacía en el aire. Esto permitió que las aeronaves estadounidenses mantuvieran una ofensiva constante contra blancos terrestres.

"Para los ataques terrestres pilotábamos los F-9F, los Panthers", explica Glenn. "Llevaban un gran cargamento de bombas; llevábamos un par de bombas de mil libras en esos aviones. En algunos vuelos llevábamos tanques de napalm de 100 galones con las granadas de fósforo blanco... Cuando hacían impacto en la tierra, explotaban en llamas e incendiaban el napalm. Utilizábamos todas esas cosas en nuestros ataques terrestres".

MacArthur ahora pedía el bombardeo de ciudades chinas. Eso fue demasiado para Truman.

El presidente Truman declaró: "Debemos intentar limitar la guerra a Corea por razones básicas: asegurarnos de no malgastar las preciosas vidas de nuestros combatientes; asegurar que no se comprometa innecesariamente la seguridad de nuestro país y del mundo libre; e impedir una tercera guerra mundial. Varios acontecimientos hacen evidente que el General MacArthur no estaba de acuerdo con esa política. Por lo tanto, he considerado esencial destituir al general MacArthur para que no haya duda o confusión respecto al verdadero propósito y metas de nuestra política".

El conflicto se estanca

A mediados de 1951, la lucha había llevado a ambas partes a un estancamiento en las lomas de Corea, casi donde había comenzado la lucha el año anterior. Cada mes, la ONU registraba otras 2.500 bajas en sus filas.

"Se hizo evidente que no íbamos a luchar en esta guerra para ganarla, que iba a haber algún tipo de paz negociada", sostiene Simmons.

Las conversaciones sobre el armisticio comenzaron en julio de 1951, pero no progresaron. Ambas partes se quejaron de la actitud del adversario.

"Negociar con los comunistas era muy difícil", dice el general sudcoreano Paik. "Trataban las negociaciones como si fueran tácticas de batalla, algo para ganar tiempo".

Uno de los obstáculos principales en las conversaciones era el destino de los prisioneros de guerra. Tanto los coreanos del norte como los del sur maltrataban a sus prisioneros. Uno de cada tres estadounidenses capturados por Corea del Norte murió durante el primer invierno.

"Muchos murieron de disentería, diarrea, golpizas, desnutrición", dice "Doc" Frazier, un prisionera de guerra. "Algunos se quedaban rezagados y los golpeaban con culatas de rifles hasta que morían, o con bayonetas. Si uno no mantenía el paso moría. Era así de sencillo".

Preocupados por el número de muertes, los chinos asumieron control de los prisioneros, y organizaron conferencias diarias para adoctrinarlos.

"Decían: ‘les diremos por qué han venido a Corea, por qué se han alejado miles de millas de sus hogares", recuerda Frazier. "’Derramarán su sangre por los buitres guerreristas de Wall Street. ¿Por qué han venido aquí a sacrificar sus vidas jóvenes? Están acostándose con sus esposas e hijas. ¿Creen que eso es correcto?’ Y esto duraba días y días, horas y horas, continuamente".

Pero en casa, pocos querían saber.

"Todos se involucraron en la Segunda Guerra Mundial, pero nadie en la de Corea", dice la señora Galing. "Los periódicos apenas publicaban nada. Si yo quería saber lo que había pasado ayer en Corea, tenía que comprar el New York Times, porque en la página dos tenía una pequeña columna sobre Corea todos los días. Pero los otros periódicos no lo hacían, y sólo había titulares cuando había una batalla o si se había perdido o capturado alguna colina... No había mucho interés, de verdad que no. No era como Vietnam, cuando veíamos la última batalla en la televisión mientras cenábamos".

En Japón, la guerra de Corea fue un catalizador económico que ocasionó 3.500 millones de dólares de gastos. Japón, el antiguo enemigo, se había convertido en un bastión del capitalismo en la lucha contra el comunismo en Asia.

"Japón se convirtió en el punto de partida para la guerra de Corea", sostiene Simmons. "Sus astilleros se utilizaron para reconstruir y remozar las naves. La electrónica japonesa, probablemente la mejor del mundo ahora, tuvo su comienzo durante la guerra de Corea".

Negociación y bombardeos

En Corea del Sur, la ONU retenía a 130.000 prisioneros comunistas. Se le preguntó a cada uno si quería regresar a su país de origen o permanecer en el mundo capitalista. Los comunistas se enfurecieron cuando casi la mitad de los prisioneros de guerra optó por no volver a sus hogares. Los campamentos se llenaron de violentas protestas.

Cuando se reanudaron las conversaciones de paz en Panmunjom, el destino de los prisioneros demoró las conversaciones durante meses.

Con las negociaciones estancadas continuaron los incesantes bombardeos. Los estadounidenses lanzaron casi tantos explosivos sobre Corea del Norte como habían dejado caer sobre Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

"Los bombarderos venían sin previo aviso", recuerda Yan, del ejército norcoreano. "Demasiada gente murió debido a los bombardeos. Se encontraban personas muertas por todas partes. Apenas quedaban casas en pie. Bombardeaban las ciudades grandes, las aldeas y el campo de la misma manera. Lo vi todo con mis propios ojos".

Se calcula que hasta dos millones de civiles murieron en Corea del Norte.

"Era terrible", afirma el ex asesor soviético Ten. "Se dijo que el 96 por ciento de Stalingrado quedó destruida en la segunda guerra mundial, pero Pyongyang quedó destruida al cien por cien. Todo era cenizas, no quedó ni una sola casa".

Durante la guerra, ambas partes cometieron terribles atrocidades. Los del norte mataron a los del sur acusados de simpatizar con el enemigo... Los partidarios de Rhee masacraron presuntos comunistas. Civiles inocentes eran con frecuencia víctimas de una violencia sin freno.

En Panmunjon, las conversaciones continuaban. Se celebraron cientos de reuniones en dos años.

En el año 1952 se celebraban elecciones en Estados Unidos. Dos años después del inicio de la guerra, Truman decidió no postularse por el partido Demócrata. Los republicanos escogieron a Dwight Eisenhower, cuyo lema de campaña era "Iré a Corea".

"Muchos nos sentíamos decepcionados con el presidente Truman", dice la señora Galing. "Yo lo culpaba por la guerra. Cuando llegaron las elecciones de 1952, estaba ansiosa por votar por Eisenhower. Como era un militar y prometió hacer lo posible por poner fin a la guerra, quería que ganara las elecciones".

Eisenhower ganó de forma contundente.

En el este también hubo cambios.

El fin de la guerra

En marzo de 1953 el mundo comunista lloró el muerto de Stalin. El había mantenido la guerra, pero sus sucesores querían ponerle fin.

"Los líderes soviéticos y norcoreanos llegaron a creer que era imposible ganar la guerra, porque de parte de Corea del Sur estaba el mundo entero, y de parte de Corea del Norte estaban la Unión Soviética y China. Por eso, un armisticio era inevitable", señala Ten.

Por fin se acordó un cese al fuego el 27 de julio de 1953. China, Corea del Norte y la ONU apoyaron el acuerdo. El presidente de Corea del Sur, Syngman Rhee, se negó a firmar el documento de tregua.

Comenzó la ardua labor de canjear prisioneros de guerra: se liberaron 75.000 prisioneros norcoreanos y 12.000 de la ONU.

"No hay palabras para describir mi felicidad cuando mis amigos y yo cruzamos la línea", recuerda Frazier. "Se nos había levantado un enorme peso de encima. Me parecía que, durante los últimos dos años y medio había cargado un peso enorme-- toneladas. Y de pronto podía respirar, me sentía ligero, me sentía libre. La libertad... es algo que no se puede describir".

Bernie Galing también regresó a su casa, allí le esperaba su esposa Florence.

"Lo conocía hacía sólo seis meses, y hacía seis días que estábamos casados se fue", dice Florence Galing. "Este joven, que había partido con su cabello rubio y ondeado, regresó con pelo liso y marrón, muy fino. Y estaba flaco. Es decir, ya no tenía la estructura facial que Tenía cuando se fue. Este hombre, por quien yo había esperado durante 33 meses, era un desconocido cuando regresó... Pero no tomó mucho tiempo".

Al menos 54.000 estadounidenses no regresaron. La guerra segó las vidas de 3.000 hombres de otros 15 países.

En China, Mao proclamó una "gran victoria" y los voluntarios regresaron a casa como héroes. Medio millón de soldados chinos habían muerto en la guerra.

"Los voluntarios demostramos al resto del mundo que los chinos ya no éramos los chinos del pasado", mantiene Chan. "A China ya no se le podía intimidar. China ya no estaba indefensa".

En el norte y el sur de Corea, tres millones de coreanos estaban muertos, heridos o desaparecidos. Otros cinco millones quedaron sin hogar.

"Cuando se negoció el armisticio en 1953, el pueblo coreano pudo respirar", señala Kim Ren. "Pero no hay victorias reales en las guerras... Muere tanta gente y hay tanta destrucción..."

No hubo victoria, pero se había frenado a Corea del Norte. Occidente mantuvo la línea. El comunismo no se afianzó en Corea del Sur.

Según Fedorenko, "a grandes rasgos, fue una derrota para el socialismo. No pudimos imponer el sistema socialista en Corea del Sur, así que fue una derrota".

Cuarenta años más tarde, al terminar la guerra fría, Corea seguía dividida por la misma línea.
LATERAL 1 - CULTURA: La Guerra Fría, el drama, y la comedia musical/Por Scott Vogel, crítico teatral
Escena: Atardecer en el distrito de los teatros. Legiones de ansiosos espectadores arriban al vestíbulo de una sala, donde se ofrecerá una comedia satírica muy esperada por todos. Cuando caiga el telón, no se sentirán decepcionados.

Aunque la obra sólo admite ser descripta como una crítica lapidaria de los norteamericanos adictos a la prensa sensacionalista (una "sociedad dura, materialista, violenta", como dijo alguna vez A.R. Gurney), el auditorio está muy ocupado riéndose como para darse cuenta. Quedó atrapado en la anécdota irónica de Roxie Hart, una actriz aficionada arrestada por el asesinato de su novio y convertida por un juicio circense en una mimada de la prensa. La ironía se acentúa cuando Roxie aprovecha su repentina celebridad para lograr la absolución y desarrollar después del juicio una exitosa carrera en el vodevil; sin embargo el público abandona el teatro divertidísimo, encantado incluso.

¿Dónde pudo haber ocurrido la escena anterior?

Hay dos posibilidades. Los mencionados espectadores pudieron haber llegado desde el corazón de Nueva Jersey, por supuesto, iluminando con sus canas azules el vestíbulo de un teatro de Broadway para asistir a la reposición en 1975 de la comedia musical "Chicago", de John Kander y Fred Ebb.

Pero si estuviéramos en 1933, bien podría tratarse de obreros bolcheviques conducidos desde la fábrica para asistir a un representación de "Chicago" en el Teatro Dramático de Leningrado, o a una segunda producción montada en el mundialmente famoso Teatro de Arte de Moscú.

Correcto: el guión de 1926 de Maurine Dallas Watkins sobre el que algún día se basaría la comedia musical fue un éxito en la Rusia de Stalin. Mientras la producción original de la obra tuvo un modesto éxito en Nueva York, donde alcanzó las 172 representaciones, el "Chicago" ruso se mantuvo en el repertorio durante seis años y subió a escena más de 240 veces.

Según algunos críticos, la decisión del Teatro de Arte de Moscú --joya de la corona teatral rusa-- de poner en escena una obra burlesca de tan escasa categoría no fue coincidencia. Fue en cambio uno de los primeros ejemplos de manipulación del repertorio por parte del Glavrepertkom, un intento del Ministerio de Gobierno de montar tanto obras soviéticas que reflejaran una agenda socialista como obras norteamericanas que expresaran desaliento ante la desalmada sordidez de la vida capitalista. Al comenzar la Guerra Fría, esa práctica se intensificó. Dramas como "Golden Boy" (El muchacho de oro, 1937) de Clifford Odets eran reclutados para esa tarea: su clásica historia de Joe Bonapart, el violinista convertido en boxeador, experimentó una vuelta de tuerca adicional en la producción de Leningrado en 1941. Todos los detalles de la puesta en escena rusa conspiraban para enfatizar la opresiva miseria de Nueva York, desde las ropas mugrientas de los actores hasta los amenazantes rascacielos del trasfondo.

De todas las obras norteamericanas adoptadas durante el período para lograr un efecto antinorteamericano, sin embargo, "Death of a Salesman" (La muerte de un viajante, 1949) de Arthur Miller reina como campeona indiscutida. La trágica caída de Willy Loman, un hombre cuya vida es destruida por las expectativas de la sociedad y por sus propias ilusiones, causó sensación cuando fue puesta en escena primero en Leningrado y después en Moscú en 1959. El escenario mostraba una vez más un paisaje de rascacielos abrumadores para el espíritu, y en una típica reformulación socialista, el clímax de la obra fue desplazado al momento en el que Willy pierde su empleo, subrayando de este modo lo despiadado del capitalismo.

En la década de 1950, tanto Odets como Miller se presentaron ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas de la cámara baja para defenderse de los cargos de afiliación al comunismo. Odets, que había sido miembro del partido, cooperó especialmente, suministrando los nombres de varios compañeros comunistas. Miller, sin embargo, se negó a informar sobre otras personas, y su impresionante testimonio ante el Comité en 1956 fue tan elocuente y apasionado como cualquier monólogo alguna vez escrito por el dramaturgo. Traicionando su inclinación a ver el teatro como un experimento de ingeniería social, el comité interrogó minuciosamente a Miller sobre la temática de su obra, preguntándole por qué sus piezas eran tan tristes, tan deprimentes, tan sombrías. "Reflejo lo que el corazón me dice sobre la sociedad que me rodea", fue su simple respuesta.

Su resonante defensa de la libertad artística y su negativa a dar nombres sólo hicieron que Arthur Miller fuera citado por desacato al Congreso, pero las consecuencias para las víctimas de la versión estalinista del senador estadounidense Joseph McCarthy --Andrei Zhdanov-- fueron más horrendas. Dramaturgos brillantes como Mijail Bulgakov fueron prohibidos porque sus obras, a pesar de ser populares, eran consideradas contrarrevolucionarias por Zhdanov. Varias figuras teatrales destacadas, como el gran director Vsevelod Meyerhold, fueron asesinadas. Bulgakov salvó la vida, pero nunca llegó a ver en escena su gran obra sobre la guerra civil rusa ("Fuga", 1928), y pasó sus últimos años en el exilio artístico.

Relativamente libres de presiones estatales, pero con la mirada puesta en la peligrosas tensiones que se desarrollaban entre las superpotencias, los dramaturgos europeos fueron los que produjeron las mayores obras maestras de la Guerra Fría. En un mundo transido de dolor por tantos legados oscuros --Hitler, Nagasaki, la carrera armamentista-- no es extraña la aparición de un teatro del absurdo que cuestione las leyes de la lógica y la idea de progreso. (Ver "Las sillas" (1952) de Eugene Ionesco). Igualmente absurda pero con características propias, "Waiting for Godot" (Esperando a Godot, 1949) de Samuel Beckett es tal vez la mejor obra del período. En su momento, no se pensó que adhería a una agenda política determinada, limitándose a contar la historia de dos vagabundos, Vladimir y Estragón, que esperan a alguien o algo que nunca llega. Vista en profundidad, sin embargo, la obra no es la reflexión intemporal que alguna vez pareció ser. Como escribió el periodista Mel Gussow, el drama de Beckett "se convirtió en la expresión paradigmática de pueblos y naciones que pasaban de la guerra mundial a la Guerra Fría, esperando impacientemente una solución con la esperanza de evitar el apocalipsis".

Mientras las naciones pasaban de la Guerra Fría a la pos-Guerra Fría, la escena norteamericana todavía estaba dominada por importantes autores que habían alcanzado prominencia en el período anterior, todos ellos fuertemente influidos por Beckett. Entre las obras más grandes de Becket con temática de Guerra Fría figuran "The Hothouse" (El invernadero, Harold Pinter, 1958), "The American Dream" (El sueño norteamericano, Edward Albee, 1961), y "The Unseen Hand" (La mano invisible, Sam Shepard, 1969). Todos estos indóciles dramaturgos todavía están escribiendo y produciendo activamente, adaptando su sensibilidad a los retos de una realidad de pos-Guerra Fría.

Tales retos incluyen un mundo en el que el capitalismo aparentemente ha ganado --aunque por abandono-- y el norteamericanismo sensacionalista amenaza con extenderse desenfrenadamente por todo el planeta. No por coincidencia, tal vez, "Chicago" también se extiende sin freno ocupando hasta ahora a dos compañías estadounidenses en gira, sin olvidarnos de los elencos residentes en Viena, Amsterdam, Londres, Melbourne y Estocolmo.

Dada tal proliferación no nuclear, ¿puede faltar mucho para que aparezca una Roxie moscovita? ¿Y cuán diferente aparecerá ante los rusos tras una ausencia de --como ella canta-- "cincuenta años más o menos"? Especialmente ahora cuando una desalmada sordidez aparece menos como una alternativa despreciable y más como el futuro.
LATERAL 2 - REFLEXIONES: Corea: Un peón involuntario en el juego de las superpotencias/Por Sohn Jie-Ae, jefa de la corresponsalía de CNN en Seúl
En las calles de Corea del Sur, los altoparlantes propalan melodías de la cantante popular norteamericana Shania Twain, los adolescentes hacen cola para comprar el video de "Titanic", y emblemas corrientes de la cultura popular estadounidense como McDonald's y Kentucky Fried Chicken se encuentran por todas partes.

¿Acaso una relación amorosa con Occidente? No del todo.

De tanto en tanto, la consigna "Yankee go home!" sigue apareciendo en las protestas de los universitarios. Y parte de la razón de que las medidas de seguridad sean tan rigurosas en torno de los edificios oficiales norteamericanos es que, hasta no hace mucho, eran blancos habituales de los ataques de los estudiantes radicalizados.

Aunque las razones pueden varias, es innegable el resentimiento subyacente contra los Estados Unidos, algo que tiene sus raíces en la guerra de Corea.

Pero es, sin embargo, un resentimiento contra las influencias externas que no se limita a los Estados Unidos, ni a la guerra de Corea.

Interróguese a cualquier surcoreano en la calle, y lo más probable es que diga que si no fuera por los Estados Unidos y la ex Unión Soviética, Corea no sería una península dividida.

Si no fuera porque potencias exteriores libraron aquí sus batallas políticas e ideológicas, Corea no habría tenido que sufrir una sangrienta guerra que enfrentó a hermano contra hermano, una guerra que arrancó de sus familias y sus pueblos a más de un millón de personas.

Para Corea no es una novedad ser el peón en los juegos de las potencias vecinas. En sus más de 2.000 años de historia, el pueblo coreano ha sobrevivido a numerosos ataques de fuerzas exteriores, fuesen los mongoles, los chinos o, en la historia reciente, los japoneses. Es difícil encontrar un solo edificio histórico, sea un palacio o un portal, que no haya sido saqueado o incendiado al menos una vez.

Pero la guerra de Corea dejó cicatrices hasta entonces desconocidas.

En el curso de la guerra, los frentes de batalla se desplazaron de uno a otro extremo de la península varias veces.

Seúl misma cambió de manos cuatro veces en el transcurso del conflicto. Nadie resultó ileso.

Los coreanos han tenido poco tiempo desde entonces para lamentarse de su destino. Han estado demasiado ocupados reconstruyendo sus casas, sus ciudades y su economía. Hoy Corea del Sur es un jugador en los mercados mundiales, y su capital una metrópolis como quiera que se la mida.

También la política cambió radicalmente desde la guerra. Si bien los Estados Unidos siguen siendo el más firme aliado de Seúl, China también es uno de los mayores socios económicos de Corea del Sur. Seúl también forjó vínculos diplomáticos con la ex Unión Soviética incluso antes de su colapso.

Y si bien el Norte sigue siendo una nación comunista, sus propias estrecheces económicas han determinado cambios en su manera de ver el mundo. El Norte quiere establecer relaciones con su anterior enemigo, los Estados Unidos. Los norteamericanos que visitan el Norte se sorprenden por la amabilidad y la falta de hostilidad hacia ellos.

Pero aun así, los coreanos viven cada día con la conciencia de que la guerra nunca terminó realmente. Los jóvenes coreanos de ambos lados de la frontera todavía deben cumplir años de servicio militar obligatorio. En Corea del Sur, el 15 de cada mes se dedica todavía a cumplir diversos ejercicios de defensa a nivel nacional. Y no olvidemos las interminables escaramuzas inter-coreanas, desde los tiroteos a lo largo de la frontera a los submarinos norcoreanos atrapados en el sur cumpliendo lo que se cree son actividades de espionaje.

Los coreanos también saben que el futuro puede ser diferente. Hay conversaciones de paz en marcha entre las dos partes. Hay interrogantes sobre la dirección que el nuevo líder norcoreano, Kim Jong Il, imprimirá a su gobierno. Y la esperanza de una reunificación sigue siendo fuerte a ambos lados de la Zona Desmilitarizada.

La guerra de Corea y la división de la península pudieron haber sido instigadas por extraños. Pero en definitiva, el logro de una verdadera paz en la península coreana será responsabilidad del pueblo coreano.
LATERAL 3 - ENFOQUE: La conexión moscovita - Nuevos documentos revelan la participación encubierta del Kremlin en la guerra de Corea/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
No era un secreto en la época de la guerra de Corea que la Unión Soviética había equipado a las fuerzas norcoreanas. Pero documentos que se dieron a publicidad tras el colapso de la URSS revelaron en toda su amplitud la participación de Moscú en el conflicto.

Algunos de los datos más sorprendentes contenidos en esos documentos, que se mantuvieron en secreto durante décadas en los archivos soviéticos, son:

El líder soviético José Stalin aprobó los planes norcoreanos de invadir a sus rivales del sur, y envió funcionarios para ayudar a Pyongyang a pulir esos planes. Pilotos soviéticos, con sus identidades cuidadosamente disimuladas, cumplieron misiones de combate contra fuerzas de la ONU en corea.

Funcionarios de inteligencia soviéticos no sólo interrogaron a prisioneros norteamericanos durante el conflicto de Corea, sino que varios de esos prisioneros de guerra estadounidenses fueron trasladados a Rusia y nunca se volvió a tener noticia de ellos.

Según los documentos revelados por Alexandre Mansourov, un erudito sobre la guerra de Corea, el líder norcoreano Kim Il Sung presionó tanto a China como a la Unión Soviética a fin de obtener permiso para invadir Corea del Sur.

Inicialmente, Stalin desestimó las demandas de Kim. Pero en abril de 1950, durante una visita de tres semanas de Kim a Moscú, Stalin aprobó una "acción orientada a la reunificación" por la fuerza de la península coreana.

Kim se dirigió entonces por tren a Beijing para reunirse con el líder chino Mao Zedong, quien, según un informe del entonces embajador soviético en China, pidió aclaraciones a Moscú, y entonces aprobó el plan.

En una entrevista reciente, Valentín Pak, ex asistente y traductor de Kim, dijo que el Kremlin estaba sumamente comprometido incluso antes de que comenzara la guerra en la península coreana.

"El plan de invasión fue trazado por asesores soviéticos del ejército norcoreano", dijo Pak. "El plan de batalla nos fue entregado en papel de diseño. Lo dibujaron generales y coroneles soviéticos, y después fue traducido por oficiales coreanos de su personal".

Soldados y tanques norcoreanos entraron a Corea del Sur en las primeras horas del 25 de junio de 1950. En un principio, los planes soviéticos parecieron exitosos. Pero un hábil contraataque de una fuerza de las Naciones Unidas encabezada por Estados Unidos derrotó al ejército norcoreano equipado por los soviéticos y lo hizo retroceder más allá del paralelo 38.

El 25 de noviembre, el Ejército Popular de Liberación chino entró en la guerra. Centenares de miles de soldados chinos superaron a las fuerzas de la ONU, obligándolas a replegarse hacia el sur.

Mao presionó a Stalin en demanda de apoyo militar, particularmente de cobertura aérea. Pero según se dijo Stalin temía que la aparición de aviones soviéticos en Corea desatara una guerra mundial. Y al mismo tiempo, parecía sentir que si dejaba de apoyar a Mao su posición como líder del bloque comunista iba a debilitarse.

Varias semanas después de iniciada la ofensiva china, Stalin envió MIGs soviéticos pintados con los colores chinos a la parte china de la frontera coreana.

"Hacíamos como que no estábamos allí", recordaría más tarde el brigadier Nikolai Petujov de la Fuerza Aérea Soviética. "Nos vistieron con uniformes chinos. No teníamos documentos, excepto por una pequeña insignia con el retrato de Mao Zedong".

Kathryn Weathersby, una historiadora independiente que investiga la participación del Kremlin en la guerra de Corea, dice que los pilotos soviéticos ayudaron a impedir que los bombarderos norteamericanos destruyeran puentes vitales para el abastecimiento sobre el río Yalu, frontera entre Corea del Norte y China.

"Los pilotos soviéticos eran en su mayoría veteranos de la Segunda Guerra", dice. "Tenían mucha experiencia, tenían experiencia en combate. También estrenaban el MIG-15, la versión más moderna, que era muy exitoso contra los bombarderos estadounidenses".

Sin embargo, los soviéticos estaban limitados a cumplir misiones solamente sobre la zona de río Yalu, para evitar ser capturados por las fuerzas de la ONU.

Se estima que hasta 20.000 efectivos soviéticos participaron de la guerra de Corea, aunque nunca en el frente.

Stalin también aprovechó su intervención en el conflicto para acumular inteligencia sobre los militares estadounidenses. Informes de Moscú --proporcionados por el gobierno ruso al Departamento de Defensa norteamericano en 1992, y publicados sólo en 1997-- dicen que más de 200 aviadores estadounidenses capturados fueron interrogados por los militares soviéticos.

Los soviéticos tuvieron el cuidado de no dejar entrever su papel a los cautivos. En muchos casos, oficiales norcoreanos o chinos hacían las preguntas formuladas a escondidas por los funcionarios soviéticos.

Los informes indican que los soviéticos estaban particularmente interesados en conocer detalles sobre el caza estadounidense Sabre F-86, uno de los más avanzados de la época.

Una de las cuestiones que todavía no ha podido ser aclarada cabalmente es la de los prisioneros de guerra norteamericanos que aparentemente fueron trasladados desde Corea del Norte a la Unión Soviética para profundizar su interrogatorio. Las estimaciones varían, pero los historiadores creen que entre 30 y 50 cautivos norteamericanos fueron llevados a la URSS.

La muerte de Stalin en marzo de 1953 no sólo puso fin a su estilo totalitario de liderazgo, sino que aparentemente también condujo al cese de la guerra de Corea.

"Stalin quería seguir con la guerra mientras viviera", dice Weathersby. "La veía como un drenaje de recursos norteamericanos. Pero no sólo ayudó a incrementar enormemente los gastos de defensa estadounidenses; también consolidó la alianza occidental contra la Unión Soviética. Su pensamiento era de cortas miras".

La nueva dirigencia soviética, sostiene Weathersby, "tomó la decisión de poner fin a la guerra. Fue su primera decisión de política exterior".

Las conversaciones para concertar una tregua, que se habían roto, se reanudaron a poco de la muerte de Stalin, y condujeron al armisticio del 27 de julio.

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EPISODIO V: EL MURO 1958-1963

El muro 1958-1963

Durante años, Berlín occidental fue una vía de escape para los alemanes del este que querían abandonar el comunismo. Pero las crecientes tensiones de la Guerra Fría obligaron al bloque soviético a levantar un terrible muro que atravesaba la ciudad: un muro que dividiría Berlín durante casi tres décadas.

Un alambre de púa

Comenzó como una cerca de alambre de púa que dividía a la ciudad, que encerraba a su gente. El símbolo de la guerra fría: el muro de Berlín.

Mientras, en el mes de marzo de 1958, un cantante de Memphis que hacía furor entre las jovencitas juraba bandera. Poco después, Elvis Presley partía hacia Alemania occidental.

"El conocido guitarrista ha venido a alentar a las fuerzas de la OTAN, en particular a una unidad de tanques de la tercera división blindada estadounidense", narraba entonces el comentarista de televisión.

Alemania occidental era el frente de la OTAN a lo largo de la cortina de hierro. Desde 1955, los estadounidenses habían entrenado un nuevo ejército para Alemania occidental.

Algunos temieron que sería un dedo alemán en el gatillo nuclear de la OTAN.

El rearme alemán reavivó viejas pesadillas para muchos europeos, en particular para los rusos. El nuevo armamento alarmó a Alemania Oriental, la República Democrática Alemana.

"La república democrática alemana hizo varias ofertas para evitar el emplazamiento de las armas nucleares en Alemania occidental, pero no obtuvo respuesta", señala Werner Eberlein, intérprete de la Alemania oriental. "La RDA se sentía directamente amenazada por las armas tácticas nucleares. Aceptó que el ejército soviético, desplegado en su territorio, tuviera también las mismas armas".

Berlín, en el corazón del territorio alemán oriental, estaba bajo la ocupación de los antiguos aliados de la Segunda Guerra Mundial. En Berlín occidental, 12.000 soldados británicos, estadounidenses y franceses estaban rodeados por medio millón de tropas soviéticas y germanos orientales.

Los derechos de acceso de Occidente estaban protegidos por un acuerdo de cuatro potencias.

Todos los días, miles de personas se desplazaban libremente entre el sector soviético y occidental. La frontera abierta de Berlín les dio a los berlineses orientales acceso al atractivo occidente, algo que los líderes soviéticos y germanos orientales veían con desagrado.

"Berlín occidental se estaba volviendo cada vez más peligrosa para la existencia de la república democrática alemana y del socialismo. Jruschev propuso crear una ciudad libre de Berlín con derechos propios especiales. Con su propia política exterior, su propia fuerza policial y una presencia simbólica en el extranjero", añade Eberlein

Según el asesor de Jruschev, Oleg Troyanovski, éste "creía que se debía presionar a los estadounidenses, y el sitio para hacerlo era Berlín occidental... era como un especie de terapia de shock por parte de Jruschev, diría yo".

Aumenta la tensión

En noviembre de 1958, Occidente rechazó las propuestas de Jruschev sobre Berlín. Entonces Jruschev le ofreció al líder alemán oriental Walter Ulbricht un tratado de paz, lo cual representaba una amenaza para los derechos de Occidente en Berlín.

"Dijo que a menos que se llegara a un acuerdo, se entregaría Berlín a los alemanes orientales en seis meses", apunta el general Andrew Goodpaster, asesor del presidente Eisenhower. "Lo consideramos un ultimátum. Eisenhower pensaba que los soviéticos estaban haciendo algo que no servía sus intereses. El general opinaba que un conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética se convertiría rápidamente en una guerra a gran escala, y ése era el peligro, el riesgo".

Mientras, la televisión informaba: "Una nueva amenaza roja para Berlín occidental. La exigencia de Jruschev de que Estados Unidos, Francia e Inglaterra aceptaran terminar con el pacto de cuatro potencias que gobernaba a Berlín occidental y se la entregaran a Alemania oriental, es el presagio de una nueva crisis. Las potencias de occidente reaccionaron reafirmando su resolución de mantener la ciudad libre".

El secretario de Estado de Estados Unidos John Foster Dulles, buscando elementos en común para una negociación sobre Berlín, consultó a los aliados de Estados Unidos. Pero las conversaciones entre este grupo y los soviéticos no llegaron a nada.

"Cuando tratamos de llegar a un acuerdo con los soviéticos nos metimos en serios problemas, porque cualquier concesión de nuestra parte socavaría la postura de Occidente", declara Martha Mautner, que entonces trabajaba para el departamento de Inteligencia estadounidense. "Los aliados no podían tolerar lo que querían los soviéticos en Berlín....o sea que en realidad no había avenimiento posible".

Pero las conversaciones convencieron a Jruschev a dejar de lado su ultimátum y embarcarse hacia occidente. Para su viaje eligió el avión más grande del mundo, de construcción soviética. Y así, en septiembre de 1959, Nikita Segeyevich Jruschev se convirtió en el primer líder soviético que visitaba Estados Unidos.

"Jruschev consiguió lo que quería: una visita a Estados Unidos, ser tratado como un igual, y un encuentro con Eisenhower" sostiene Mautner. "Esto le dio la idea de que si no seguía con sus provocaciones, podría obtener cada vez más de Occidente".

En las conversaciones con Eisenhower un nuevo espíritu de cooperación alivió la crisis. Pero las esperanzas de Jruschev de una tregua en la Guerra Fría duraron sólo seis meses. En la vigilia de una cumbre para la paz en París, un avión espía U2 fue derribado sobre el espacio aéreo soviético. Jruschev estaba furioso:

"Dios sabe que no queremos amenazarlos. Pero no vuelen sobre la Unión Soviética o los países socialistas. Respeten nuestra soberanía y nuestras fronteras. Si no saben dónde están nuestras fronteras, se lo enseñaremos", dijo Jrushchev

Una frontera abierta

En 1959, Alemania oriental celebraba diez años de socialismo.

Walter Ulbricht, líder del partido, se jactó del rápido progreso industrial y de la democracia socialista que Alemania no había conocido hasta entonces.

Filmaciones oficiales mostraban un paraíso para trabajadores y campesinos, pero la realidad era distinta: escasez y caos. Las granjas privadas se colectivizaron a la fuerza, y los recursos estatales se invirtieron en la industria pesada, a expensas de los bienes al consumidor. Alemania oriental copió, obedientemente, el modelo soviético, incluyendo el control ideológico de su pueblo. Sus líderes afirmaban que Alemania oriental estaba triunfando con la sola fuerza de voluntad. Pero a pesar del arduo trabajo y el entusiasmo, solamente el respaldo soviético mantenía a la economía. Alemania oriental no podía competir con la creciente prosperidad de Occidente.

"La gente miraba hacia Occidente con el deseo de tener las mismas comodidades, las mercancías, las oportunidades", dice Stefan Heym, un escritor de Alemania del este . "En el llamado socialismo veían un sistema que les pedía sacrificios sin darles nada más que promesas. Mientras la frontera permaneciera abierta, era bastante fácil ir allí. Se tomaba un tren y se entraba a otro mundo. Era un sistema de locos. Imagínese pasar del socialismo, entre comillas, al capitalismo en dos minutos".

Cada mes, miles de alemanes orientales escapaban a través de la frontera abierta de Berlín, buscando refugio en occidente. La mayoría eran jóvenes con formación y su partida estaba desangrando la economía de Alemania oriental.

"Un capataz en una planta oriental no sabía cuántos trabajadores tendría al día siguiente, porque parte de ellos partirían hacia Occidente. Por supuesto que allí se hacía todo lo posible para conseguirles trabajo y facilitarles la vida", señala Heym.

A medida que perdía gente, Ulbricht se ponía ansioso.

Le instó a Jrushchev a reconocer a Alemania oriental como estado soberano, con control sobre sus fronteras. Por su parte, el ruso, aunque expresó comprensión, trató de ganar tiempo.

"Ulbricht presentó la idea de un tratado de paz separado con la república democrática alemana", dice Eberlein. "Quería que se vinculara políticamente con otros países. Pero Khruschev dijo que un tratado separado intensificaría la Guerra Fría".

Según Ulbricht, no podría haber paz duradera en Europa hasta que se reconociera a ambos estados alemanes. Pero Moscú no tenía prisa. La cuestión alemana tendría que esperar hasta después de las elecciones presidenciales estadounidenses.

John F. Kennedy asumió el cargo en enero de 1961. Durante su campaña había abogado por una política exterior más enérgica.

"No creo que los comunistas estén por caerse", declaró entonces el nuevo presidente de Estados Unidos. "Debemos cobrar fuerzas, debemos defender la libertad, debemos demostrar vigor en nuestra política exterior".

Kennedy se reúne con Jruschev

Kennedy aceptó reunirse con Jruschev en Vienna en junio de 1961.

El estadounidense estaba afectado por el fracaso de la invasión a Bahía de Cochinos de Cuba seis semanas antes. Jruschev dedujo que Kennedy estaba debilitado y decidió aprovecharse.

"Lo veía joven y con poca experiencia, en particular después del fracaso de Bahía de Cochinos", recuerda Anatoly Dobrynin, de la cancillería soviética. "No estaba en una posición de fuerza. Jruschev dijo que a pesar de que habían pasado tantos años, los países de occidente no hacían nada sobre Alemania y el tratado de paz, ni Berlín occidental, y que presionaría al presidente en ese sentido".

Según Walt Rostow, asesor de Kennedy, "Jruschev decía que tenían rodeadas a las tropas y podemos tomar Berlín en cualquier momento. La respuesta de Kennedy fue que quizás fuese así, pero que habíamos luchado en la segunda guerra mundial y nos habíamos ganado el derecho de estar allí".

"Jruschev se alteró, se enojó mucho", dice Dobrynin; "ese joven no quería discutir el tema que era crucial para él. Y eso lo enfureció e influyó en su actitud. Por un lado veía que Kennedy era duro, pero por el otro que le faltaba sabiduría y le faltaba comprensión de la política exterior".

"La reunión no fue productiva, y cuanto más se prolongaba, más obvio se volvía", afirma McGeorge Bundy, otro de los asesores de Kennedy. "Fue difícil y desalentadora. Nos dejó con la crisis de Berlín sin resolver y no hubo ningún avance".

Así explicaba la situación la televisión estadounidense: "En la residencia presidencial veraniega de Hyannis Port, en Massachussets, el secretario de Defensa McNamara y el secretario de estado Dean Rusk analizan con el presidente Kennedy las siniestras palabras y decisiones de Moscú".

Jruschev renovó su ultimátum y aumentó el presupuesto militar soviético. Por su parte, Kennedy pidió a sus asesores que hicieran una lista de las opciones militares de Estados Unidos.

Para Robert McNamara, secretario de Defensa de Estados Unidos, "las alternativas podrían reducirse a dos: rendirse o utilizar la fuerza nuclear, lo cual podría haber sido en la destrucción para ambas partes. El presidente quería encontrar otra vía".

Oriente y Occidente se arman

En julio, Kennedy pidió al Congreso fondos adicionales para la defensa y llamó a los reservistas.

En una declaración pública, el presidente Kennedy manifestó que "la fuente de tensión y conflicto mundiales está en Moscú, no en Berlín. Si la guerra estalla, habrá comenzado en Moscú, no en Berlín. La responsabilidad es de ellos, no es nuestra".

"De todos los presidentes de la era de la Guerra Fría, el que más peso sintió con la cuestión nuclear fue Kennedy", dice Rostow. "A veces temía que Dios lo hubiese traído al mundo para comenzar una guerra nuclear, y no tenía ninguna intención de salir de Berlín".

"Sería un error que consideraran a Berlín, por su ubicación, un blanco atractivo. Estados Unidos está allí, el Reino Unido y Francia están allí, con la protección de la OTAN, y el pueblo de Berlín está allí. No podemos separar su seguridad de la nuestra", manifestó Kennedy.

"Dejó bien en claro que defendería Berlín occidental y las tropas emplazadas allí", recuerda Dobrynin. "Pero notamos que en su discurso dijo que la línea entre Berlín oriental y occidental es la línea de la libertad. Sin embargo, no dijo nada sobre la libertad de movimiento entre las dos partes".

"Es un hecho que no íbamos a pelear sobre lo que los soviéticos hicieron en su lado de Berlín, y probablemente Jruschev entendió cuál era la postura estadounidense por el discurso de julio", mantiene Bundy.

A medida que empeoró la crisis de Berlín, aumentó la oleada de refugiados. Surgió entonces el temor de que Alemania oriental se desplomara, empujando a la OTAN y los soviéticos a una guerra.

"Todos sabían que algo iba a pasar", afirma Margit Hosseini, entonces residente en la Alemania occidental. "No solamente por el ambiente que se vivía, sino que durante semanas y semanas miles de personas habían cruzado la frontera y todos se dieron cuenta de que Alemania oriental tendría que reaccionar".

Al llegar julio, los alemanes de Berlín oriental estaban desesperados. Les rogaron a los soviéticos que les permitieran parar la ola de gente que salía.

"Ulbricht le dijo a nuestro embajador que estaban cansados de las promesas que habíamos hecho de firmar un tratado de paz en 1958, 1959, 1960 y 61", señala uno de los asesores de Jruschev, Valentin Falin. "Agregó que estas promesas sin cumplir causaban el drenaje de la población. Que actuáramos o dejáramos de hablar de ello".

Se intensificaron los controles fronterizos de Alemania oriental. Sin que los servicios de inteligencia de Occidente se enteraran, Jruschev y Ulbricht planeaban medidas más estrictas.

"Más tarde la respuesta volvió de Moscú: Nikita Sergeyevich Jruschev acepta cerrar la frontera con Alemania occidental y con Berlín occidental y sugiere que se hagan las preparaciones necesarias", dice Yuli Kvitsinski, de la embajada soviética en Berlín oriental.

"Los miembros del ejército popular nacional, de la policía popular, de la seguridad de aduanas y de las autoridades del transporte fueron llevados a Berlín y allí fueron sometidos a una observación estricta, sin permiso de llamar a sus familias", dice el entonces miembro de la policía alemana del Este, Willi Bickel. "Ni siquiera tenían un teléfono. Trabajaron de cuatro a seis semanas en total aislamiento".

Cierran la frontera

El 12 de agosto, se movilizaron las fuerzas soviéticas y de Alemania oriental.

"A las 23 horas dieron la orden de que las fuerzas militares cerraran la frontera con Berlín occidental", indica Bickel. "Todos los soldados estaban armados. La milicia popular tenía pistolas automáticas y ametralladoras y cualquier arma que pudieran encontrar".

Al amanecer, las tropas de Alemania oriental estaban listas para el combate a lo largo de la frontera. En ese momento se fracturó Berlín. Al amanecer del domingo del 13 de agosto, los berlineses encontraron una ciudad dividida.

Equipos de trabajadores, bajo la mirada de guardias armados, comenzaron a construir una barrera con alambre de púa que cruzaba el centro de la ciudad.

"Jruschev había hecho lo posible para minimizar, o mas bien impedir, un conflicto militar entre nosotros y los Estados Unidos y los países de occidente", dice Dobrynin. "Le había dicho a Ulbricht dos días antes que construyera el muro pero sin infringir los derechos estadounidenses y de Occidente. Esperábamos una reacción fuerte, pero no un conflicto armado".

La barrera dividió Berlín y separó familias.

"Mi padre me despertó y me dijo que habían cerrado la frontera", recuerda Hosseini. "Era incomprensible, sonó tan raro. Mi madre comenzó a llorar y mi hermana mayor y yo nos pusimos a pensar cómo podría volver nuestra hermana. Se había quedado durante el verano en casa de una tía en las afueras de Berlín oriental. Nos dirigimos a la carretera, la Sbahn, que estaba en el caos total. Terrible. La gente lloraba, gritaba, algunos estaban furiosos, otros asustados. Yo tenía miedo, creí que nunca volveríamos a ver a mi hermana".

"Una mujer anciana subió tímidamente unos escalones y se acercó a uno de los policías de transporte y le preguntó cuándo salía el siguiente tren para Berlín. Esta gente todavía no se había enterado", dice un reportero de radio estadounidense que se había desplazado a Berlín. "Las primeras noticias se escucharon a la medianoche en la radio de Berlín oriental, y pensaban que podían irse a Berlín occidental. Nunca olvidaré el tono de desprecio con el que el policía le dijo: ‘Ya no hay próximo tren, abuela, ahora están atrapados en una ratonera’".

"La gente nos insultaba", sostiene Conrad Schumann, un guardia de la frontera de Alemania del Este. "Nosotros simplemente cumplíamos con nuestro trabajo, pero nos insultaban de todos lados. Los berlineses occidentales nos gritaban, igual que los orientales. Estábamos parados en el medio. Allí estaban el alambre de púa, nosotros los guardias, los berlineses occidentales, los orientales. Para una persona joven, era terrible".

Decepción en Berlín occidental

La ira de los berlineses occidentales estalló, y se manifestaron en contra de la división de su ciudad. No podían creer que los aliados occidentales permitiera que se quedaran las barreras. Las manifestaciones continuaron, pero Occidente no se hizo escuchar.

El alcalde, Willy Brandt, trató de calmar a la gente. Temía que se derramaría sangre si se atacaban las barreras. Pero los aliados no estaban seguros de cómo reaccionar. No se habían amenazado los derechos de Occidente.

"Estábamos indignados y decepcionados", dice Egon Bahr, un político en la Alemania occidental. "El alcalde no logró convencer a los comandantes aliados de expresar la más mínima protesta".

"La gente no se daba cuenta de lo que ocurría", señala Mautner. "Pasaron casi doce horas antes de que entendieran que iba a ser un cierre total de la frontera de los sectores internos. Nadie sabía qué hacer ni cuál era el alcance de lo que pasaba. Todos se habían concentrado en la amenaza, o sea, la posibilidad de una acción militar para detener a los soviéticos en Berlín. Y de repente se encontraron con que los soviéticos habían resuelto el problema de los refugiados de forma que los derechos aliados no se veían afectados".

Para los aliados, la frontera cerrada estabilizó la situación tensa de Berlín. Pero los berlineses y sus familias pagaron un alto precio.

En Berlín oriental, un soldado tuvo la última oportunidad de escapar:

"A las dos les asigné sus tareas a mis soldados", recuerda Schumann. "Estaba al frente y los demás a mi alrededor para que nadie sospechara. Nadie se dio cuenta de nada. Hasta las cuatro me quedé pensando si era la decisión indicada. Tendría que dejar a mis padres y a mi hermana. Tomé la decisión, salté sobre el alambre de púa a las cuatro, y estaba en occidente. Me recibieron con los brazos abiertos. Yo fui el primero".

Tres días más tarde, bloques de hormigón reemplazaron el alambre de púa. Así surgió el muro de Berlín a lo largo del límite entre los dos sectores, separando la ciudad en dos.

En Berlín occidental había desasosiego. La confianza en la protección de los aliados se derrumbó, y el alcalde Willy Brandt envió una carta airada al presidente John Kennedy exigiéndole que actuara.

"La idea era, puesto que no había reacción de Washington, dejarle en claro al presidente que podría haber una brecha en la moral y en la confianza. Había que hacer algo más que una simple protesta", dice Bahr.

"Decir que estaba furioso es poco. Kennedy había demostrado que estaba preparado a llegar al borde de una guerra o aún más allá para defender Berlín, y de repente un simple alcalde se daba el lujo de criticarlo", sostiene Mautner.

Occidente se compromete a ayudar

Pero Kennedy se dio cuenta de que había que dar la señal de que Estados Unidos todavía tenía intenciones de defender a Berlín occidental. Ordenó que un convoy de tropas estadounidense fuera a Berlín cruzando la carretera que pasaba por Alemania oriental. El plan era probar la reacción de los alemanes orientales y reafirmar los derechos de los aliados sobre Berlín.

Lo que ocurrió fue que los estadounidenses fueron detenidos y contados. Se les hizo esperar, y después se les permitió pasar. Las tropas llegaron a salvar a la ciudad.

El vicepresidente estadounidense Lyndon Johnson voló a Berlín como representante personal de Kennedy. Lo acompañó el general Lucius Clay, héroe del puente aéreo de Berlín. Johnson llevaba un mensaje del presidente estadounidense:

"(Kennedy) Quiere que sepan que su compromiso con la libertad de Berlín occidental y los derechos de los aliados sobre el acceso a Berlín sigue firme", declaró Johnson.

La gente del sector oriental arriesgaba la vida para escapar a través de las últimas figuras en el muro.

Brigitte Flunker es una de las primeras personas que cruzó a occidente. "De pronto vi a mi amiga corriendo y pensé ‘Dios mío, no voy a llegar’, y me quedé como un estatua de sal", recuerda. "Pero una anciana me dijo que corriera, que todavía era joven, y corrí. Mi amiga se lastimó la cara, pero yo sólo me rasgué el suéter. No me lastimé. Nos sentíamos felices, reíamos y llorábamos, lo habíamos logrado".

Muchos más se lanzaron en pos de la libertad.

El marido de Marga Karstens, fue uno de ellos. "Un día no volvió a casa", dice . "Lo esperé y lo esperé. Pero no llegó por la noche ni al día siguiente, me preguntaba qué había pasado. Luego mi cuñado me dijo que se había ido a occidente. El mundo se me vino abajo. Tuve que ir a buscar sus cosas al trabajo, era como recoger las pertenencias de un muerto".

Tiempo después, Heinz Karstens ayudó a su esposa a escapar.

La frontera pasaba por el medio de una calle, y las ventanas de las casas miraban hacia occidente. Como cosa de rutina, la brigada de bomberos de Berlín ayudaba a la gente a escapar.

"La gente que quería escapar tiraba un papelito por la ventana a (la calle) Bernauer Strasse, con el número de edificio, el piso, la ventana, y la hora en que quería saltar", mantiene Hermann Borchert, que pertenecía al cuerpo de bomberos de Berlín occidental.

Oriente endurece su postura

Imágenes impactantes aparecían en las cadenas de televisión de occidente, una de las cuales las acompañaba del siguiente comentario:

"Quizás estas sean las más dramáticas escenas de Berlín. La gente tira sus pertenencias por la ventana de un departamento que mira hacia occidente y hacia la libertad, y se prepara a saltar en la red que sostienen los policías y los bomberos de Berlín occidental. Pero aquí vemos un episodio extraordinario. Algunos alemanes están ayudando a una mujer a escaparse. Mientras la policía comunista trata de no dejarla salir por la ventana, abajo la libertad espera. Una secuencia escalofriante que la cámara de Noticias Diarias sigue hasta su conclusión. La mujer se pone a salvo!"

Los alemanes orientales lograron acabar con esta vía de escape. La gente nadaba en lagos y canales, se colgaba de los trenes, se escondía en lo que podían, se trepaba bajo fuego. Cientos fracasaron, muchos murieron. A pesar del sufrimiento de la gente, Alemania oriental justificó al muro como un baluarte de la paz.

"Cuando se erigió el alambre de púas, el principal argumento fue que se había salvado la paz", dice Eberlein. "No era un problema de dificultades internas. Ulbricht corrió un velo de silencio sobre los problemas económicos. Se hablaba siempre del muro antifascista, así lo describían oficialmente, el baluarte protector".

De acuerdo con Heym, "lo hicieron porque no tenían alternativa, y yo pensé ‘¿qué clase de sistema es este que puede existir sólo manteniendo a la gente adentro a la fuerza?’ El muro era el símbolo de una derrota, de la inferioridad".

Siguieron las huidas y los asesinatos. Se cortaron las líneas telefónicas, y las dos ciudades ya no se podían comunicar. En los pocos puntos de cruce de los aliados, la tensión aumentaba. En octubre un diplomático estadounidense fue detenido por guardias germano-orientales cuando se dirigía a un teatro en Berlín oriental.

Estados Unidos decidió reafirmar sus derechos de libre movimiento en Berlín. Lucius Clay volvió a intervenir:

"Según Clay los soviéticos eran responsables por Berlín oriental, y no los alemanes orientales", señala Mautner. "Estaba decidido a que los soviéticos reconocieran su responsabilidad".

Para probar la reacción de Alemania oriental, Clay ordenó que soldados estadounidenses armados escoltaran los vehículos a través de la frontera en el puesto de control llamado Charlie.

"Una vez (Clay) me dijo que al tratar con los rusos había aprendido que ellos entendían la fuerza. No se debía negociar con ellos sin tener una posición de fuerza", indica el coronel Jim Atwood, miembro de la misión militar estadounidense en Berlín.

Los dos bandos movilizan tanques

Para resaltar su postura, Clay desplazó los tanques hasta el puesto de control. Los rusos contestaron movilizando sus tanques y armas. Los dos bandos se enfrentaron cara a cara.

"El teléfono sonó en el puesto de Mando", recuerda Atwood. "Alguien dijo: ‘quiero hablar con el general Clay’; le pregunté quién era. Era el oficial de la policía militar en el puesto Charlie. Soltó una exclamación y agregó que los rusos habían llegado con tanques, y que esto iba a explotar".

"La situación era peligrosa", dice el general del alto mando soviético, Anatoly Gribkov. "Los tanques estaban uno frente al otro. El personal de los nuestros tenía órdenes de actuar con cautela, de no crear pretextos para una provocación".

"Se volvió más grave a medida que pasaban las horas", apunta Atwood. "Las fuerzas aliadas, el comando aéreo estratégico y la OTAN estaban en alerta. Se prepararon tropas en todo el mundo, y no se sabía dónde surgirían problemas si la situación en Berlín se intensificaba".

Según Gribkov, "Jruschev le ordenó al comandante de las tropas soviéticas en Alemania que respondiera con fuerza a la fuerza. Tenía un teléfono con el que recibía información de los cuarteles militares soviéticos en Alemania, y otro conectado directamente al Kremlin. En cuanto recibía la información, le transmitía al Kremlin lo que ocurría en la Friedrich Strasse".

Raymond Garthoff, del departamento de Estado de Estados Unidos sostiene que "el presidente Kennedy le envió un mensaje a Jruschev a través de un nuevo canal privado establecido un mes antes, una vía extraoficial entre la Casa Blanca y Jruschev. Kennedy le pidió a Jruschev que diera el primer paso".

"Los estadounidenses enviaron un mensaje que decía: ‘para que nosotros retiremos nuestros tanques sin perder respeto, hagan retroceder los suyos a una cierta distancia’. Nuestros tanques estaban a 200 metros de los estadounidenses", dice Valentin Falin, asesor de Jruschev.

"El tanque de vanguardia soviético prendió el motor y retrocedió cinco o diez metros, y recibimos órdenes de que los tanques estadounidenses hicieran lo mismo", señala Atwood.

"No era un motivo suficiente como para comenzar una guerra", explica Gribkov. "El mismo Jruschev dijo que no iba a desatar una tercera guerra mundial por Berlín. Los estadounidenses también se dieron cuenta".

Cercos, alambres y trampas anti-tanques

Los soldados se retiraron, pero el muro quedó. Los alemanes orientales lo hicieron más alto, y lo reforzaron con cercos, alambres y trampas antitanques. Durante el primer año, 50 alemanes murieron al tratar de cruzar hacia Occidente. Uno de ellos era Peter Fechter, de 18 años.

"Los estadounidenses se reunieron", relata Hosseini, que presenció el final de Fechter. "Los soldados estaban de un lado, sin hacer nada, y del otro estaban los alemanes orientales. La policía estaba allí también sin hacer nada. El joven estaba en el suelo, en forma de ese. Gritaba y lloraba y pedía ayuda, pero a medida que pasaban las horas, su voz se hizo cada vez más débil. Era horrible ver que un ser humano estaba muriendo y dos grupos enfrentados no se movían porque no sabían lo que el otro bando podría hacer".

"Era realmente horrible", añade Hosseini. "Uno estaba parado allí, viendo cómo se moría y sin poder hacer nada. Nunca estuve en esa situación, de ver morir a alguien sin poder hacer nada, estoy segura que los demás sentían lo mismo".

El muro era el símbolo máximo de la crueldad de la Guerra Fría y de la división de Europa. El mensaje era amargo: aunque Occidente lamentara lo que pasaba detrás de esa línea, no iba a interferir.

De acuerdo con el asesor de Jruschev, Oleg Troyanovski, "el muro era una salida para Jruschev, porque aunque se continuara discutiendo el tema de Berlín, ya no era una crisis, como era antes del muro".

En 1963, Kennedy visitó Berlín occidental. Este fue parte de su discurso:

"La libertad es indivisible. Cuando un hombre no es libre, nadie es libre. Algún día todos seremos libres, y entonces esta ciudad será una sola, y este país será parte de este gran continente europeo en un mundo esperanzado y pacífico. Cuando llegue ese día, y llegará, el pueblo de Berlín occidental podrá sentir orgullo por haber estado en el frente por casi veinte años. Todos los hombres libres, no importa dónde vivan, son ciudadanos de Berlín, y por lo tanto, como hombre libre que soy, siento orgullo al decir las palabras ‘ich bin ein Berliner’".
LATERAL 1 - ENTONCES Y AHORA: Los políticos a resguardo - El fin de la Guerra Fría deja al descubierto un plan para proteger a los funcionarios estadounidenses de un ataque nuclear/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
Fue construido a sugerencia del entonces presidente Dwight D. Einsenhower como forma de preservar el equilibrio de poder entre las tres ramas del gobierno estadounidense ante la eventualidad de una guerra nuclear. Pero ahora, el Centro de Realojamiento Gubernamental, ubicado bajo la suntuosa residencia de descanso de Greenbrier en las montañas del oeste de Virginia, es una atracción turística singular e inquietante, un monumento al miedo de una nación a la Guerra Fría.

La edificación del sitio comenzó en 1959 y llevó dos años y medio completarlo, con un costo estimado de hasta 86 millones de dólares. El búnker de 112.000 pies cuadrados se encuentra a 22 metros debajo del ala occidental del hotel. En la época, la explicación oficial de la construcción era que el Greenbrier estaba instalando una clínica médica.

Un equipo de 12 trabajadores de seguridad del Departamento de Defensa norteamericanos operaban el búnker con la excusa de que eran técnicos del sistema de televisión del Greenbrier.

La "Isla griega", según la denominación en clave asignada al proyecto, tiene paredes de hormigón armado de un metro a un metro y medio de espesor. Sus puertas de 25 toneladas y su sistema de filtración de aire tenían la función de proteger las instalaciones contra una detonación nuclear y la lluvia radiactiva que comporta.

El plan era el siguiente: Durante una guerra nuclear, alrededor de 1.000 personas --incluyendo los 535 miembros del Senado y la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, junto con sus principales colaboradores-- debían ser evacuadas a la instalación.

Se quitarían las ropas, posiblemente contaminadas por la radiación, y pasarían desnudos a través de un sistema de lluvia de alta presión para descontaminarse. Después se les entregarían uniformes, ropa interior, zapatos de lona y artículos de tocador.

Las condiciones dentro del refugio eran espartanas. Los legisladores descansarían en uno de los 18 dormitorios, todos equipados con las mismas camas cuchetas de metal.

El Centro de Realojamiento Gubernamental también tenía una clínica médica con 12 camas, generador de electricidad propio y planta de potabilización de agua. Tenía también un estudio de televisión con el Capitolio estadounidense como telón de fondo, desde el cual los legisladores ostensiblemente se dirigirían a sus electores, que estarían sufriendo los horrores de un mundo destruido por una guerra nuclear.

El centro fue diseñado para albergar gente durante no más de 60 días. Pero su provisión de aire fresco sólo alcanzaba para 72 horas, transcurridas las cuales sus habitantes habrían quedado expuestos a las radiaciones transmitidas por la atmósfera.

El refugio estuvo pronto durante décadas, con personal que aseguraba el mantenimiento constante de las instalaciones, las provisiones, y hasta información actualizada sobre la salud de cada legislador. Pero todo terminó en 1992, cuando la revista dominical del Washington Post publicó una historia de tapa sobre la "Isla griega". Poco después, el Pentágono emitió una declaración de un párrafo para anunciar que el búnker sería desactivado.

Durante los dos años siguientes funcionarios del gobierno retiraron del refugio los equipos de alta tecnología, tales como detectores de radiación. Así dejó al Greenbrier con miles de metros cuadrados de espacio adicional, por los que la residencia turística venía percibiendo una renta de 50.000 dólares anuales.

Ahora le cuesta al Greenbrier entre 300.000 y 400.000 dólares al año mantener el refugio. Pero buena parte de esos costos se recuperan organizando recorridas turísticas por las instalaciones. Durante su primer año como atracción turística, en 1995, más de 30.000 personas pagaron entre 10 y 35 dólares para visitar el búnker.

Con el fin de la Guerra Fría, otros refugios apocalípticos también están siendo adaptados para su uso en tiempo de paz. Un búnker en Mount Pony, Virginia, al sudoeste de Washington, pronto será convertido en un depósito de filmes raros para la Biblioteca del Congreso. Originalmente fue construido para albergar a los miembros de la Reserva Federal, que habrían sido necesarios para reconstruir la economía de Estados Unidos a continuación de una guerra nuclear.

Pero el hombre que conducía la operación del búnker debajo del Greenbrier, Paul E. Bugas, dice que es lógico suponer que el gobierno estadounidense tiene otros centros llamados de realojamiento listos y funcionando para proteger a sus más altos funcionarios de una devastación nuclear.

Según "Auditoría atómica: Costos y consecuencias de las armas nucleares norteamericanas desde 1940", publicado por la Brookings Institution Press, se prevé que el presidente y el vicepresidente sean evacuados, en caso de una crisis nuclear, al Centro Nacional de Operaciones Aerotransportado (NAOC). El avión, una versión militarizada del Boeing 747, permitiría al presidente coordinar una guerra con sus altos mandos militares y transmitir mensajes de acción urgente para lanzar un ataque nuclear. Hay cuatro aviones semejantes, cada uno equipado con configuraciones y protecciones especiales. Uno de los aviones esta siempre listo con su personal de combate en pleno.

Además del NAOC, el gobierno estadounidense construyó puestos de comando subterráneos alternativos en Pennsylvania, Colorado, Virginia --así como en la residencia turística Greenbrier-- para albergar a los más altos funcionarios estadounidenses con la dudosa esperanza de que ellos y el gobierno sobrevivieran a una guerra nuclear.
LATERAL 2 - REFLEXIONES: Enseñando alemán a JFK/Por Robert H. Lochner
Ya entrada la noche del 12 de agosto de 1961, el famoso corresponsal de guerra y personalidad de la televisión Edward R. Murrow, llegó a Berlín en visita de rutina para familiarizarse con su nuevo trabajo como director de la Agencia de Información de los Estados Unidos (USIA).

La Radio del Sector Norteamericano (RIAS), cuyas transmisiones en alemán eran la principal fuente de información para los alemanes que vivían en el este bajo el gobierno comunista, era la mayor operación de la USIS en el exterior. Yo era su director.

Un minuto después de la medianoche recibí un llamado urgente de la sección de monitoreo de la RIAS para avisar que la radio de Berlín Oriental acababa de anunciar que el tránsito entre el este y el oeste de Berlín iba a ser interrumpido. En un cuarto de hora, todos mis principales colaboradores y yo estábamos en la emisora, cambiando la programación a música solemne y noticias cada 15 minutos.

Dos veces durante la noche crucé a Berlín Oriental en un automóvil oficial de la Misión Estadounidense, con un grabador de cinta oculto bajo un impermeable, porque mis periodistas alemanes no habrían podido hacerlo. Tenía pasaporte diplomático estadounidense y no me detuvieron. Grabé para una transmisión posterior mis impresiones sobre los rollos de alambre de púas que estaban siendo tendidos en las calles que iban del este al oeste.

Alrededor de las 10 de la mañana fui por tercera vez y me bajé del auto en la estación ferroviaria de la Friedrichstrasse, que se convertiría en el principal punto de cruce durante los largos años del Muro. Dentro de la estación un panorama desolador: miles de berlineses y otros alemanes del este deambulaban en extrema desesperación. No habían escuchado las noticias y habían llegado a la estación para tomar el próximo tren hacia Berlín Occidental y hacia la libertad. (Durante los días anteriores al Muro, el número de refugiados que diariamente se marchaba a Berlín Occidental había crecido a 3.000).

Las escalinatas que conducían hasta los andenes de la estación estaban bloqueadas por cadenas de Trapos (policías de transporte) con sus uniformes negros, cuyo porte y actitud arrogante me recordaban hasta la náusea a los SS de la era nazi. Mientras estaba allí observando la escena, una anciana tímida con la típica y penosa valijita de cartón donde probablemente guardaba todas sus pertenencias preguntó a uno de los Trapos cuándo partía el próximo tren a Berlín Occidental. Con una mueca burlona, le respondió. "Eso se acabó, abuela: ahora están todos atrapados en una ratonera".

Más tarde en ese día aciago, 13 de agosto, llevé a Ed Murrow a Berlín Oriental y a la Puerta de Brandenburgo, donde miles de berlineses occidentales congregados junto al límite expresaban su airada frustración lanzando gritos contra los obreros de Alemania Democrática que rompían la calle. (Los obreros eran supervisados por soldados para que no trataran de escapar). En una recepción ofrecida posteriormente por el jefe de la Misión Estadounidense Alan Lightner en agasajo a Murrow --no había habido tiempo de aplazarla frente a la crisis-- el visitante me pidió que le arreglara una llamada al presidente Kennedy.

Aparentemente, la mayoría de los historiadores coincide en que fue precisamente esta llamada de Murrow la que alertó realmente a Kennedy sobre la gravedad de la situación en Berlín. Algunos me dijeron que en el curso de esta llamada telefónica nació la idea de enviar al vicepresidente Johnson y al general Clay a Berlín seis días después. Esta visita contribuyó considerablemente a levantar la alicaída moral de los berlineses occidentales.

Pero el mayor impulso provino de la visita de Kennedy dos años más tarde. Clay, a quien yo había servido de intérprete, me recomendó a Kennedy, y yo fui el traductor del presidente durante todo el viaje a Alemania. La recepción brindada a Kennedy en Colonia, Bonn y Francfort ya había sido entusiasta, pero palideció frente a la que le ofrecieron los berlineses occidentales.

Mientras ascendíamos por la escalinata hacia la municipalidad de Berlín Occidental donde Kennedy iba a pronunciar su discurso principal, me llamó a un lado y me pidió que le escribiera en alemán en un trozo de papel "Yo soy berlinés". Lo hice, y cuando íbamos hacia la oficina del alcalde de Berlín Willy Brandt, mientras centenares de miles de berlineses lo aclamaban afuera, Kennedy lo ensayó conmigo unas cuantas veces antes de salir al balcón para su histórico discurso.

Para el asesor político de Kennedy, McGeorge Bundy, por lo menos, fue evidente de inmediato que enunciar la famosa frase "Yo soy berlinés" en alemán le daba una considerable fuerza adicional. Algunos historiadores sostienen que no habría recorrido el mundo y la historia como lo hizo si la hubiera dicho en inglés. Cuando, después del discurso, volvimos a reunirnos brevemente en la oficina de Brandt, me mantuve cerca del presidente por si necesitaba conversar con algún alemán. No pude dejar de oír cuando Bundy le decía a Kennedy: "Creo que eso fue un poquito mucho".

Kennedy pareció estar de acuerdo y, llevándonos a Bundy y a mi hasta una mesa, hizo algunos cambios en el segundo discurso importante que iba a pronunciar ese día en la Universidad Libre, cambios que equivalían a mostrarse un poco más conciliatorio con los soviéticos.

El famoso discurso de Kennedy es entrañablemente recordado en Berlín, y fue el punto culminante de mi carrera como traductor.

Robert H. Lochner, un estadounidense criado y educado en Berlín, fue el jefe del departamento europeo de la Voz de América de 1958 a 1961 y director de la RIAS de 1961 a 1968. Además de trabajar como intérprete para el presidente Kennedy, Lochner también sirvió de traductor para el general Lucius Clay y el presidente Lyndon Johnson.
LATERAL 3 - ENFOQUE: Orden 101: Tirar a matar en el Muro de Berlín/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
Como si se tratara de cirugía plástica sobre una vieja herida, Berlín está llenando rápidamente la cicatriz otrora ocupada por su infame Muro. Proyectos edilicios han tomado el lugar de lo que alguna vez fueron las "franjas de la muerte", una letal tierra de nadie que separaba el Este y el Oeste.

Pero el Muro de Berlín también ha dejado cicatrices psicológicas, además de físicas, en el paisaje alemán, particularmente cuando se piensa en los centenares de personas que perdieron la vida en el fallido intento de escapar del Este.

Más de 260 personas murieron entre 1961 y 1989 tratando de cruzar el Muro de Berlín. El triple de esa cifra fueron muertos cuando intentaron huir al oeste desde otros lugares de Alemania oriental.

Nunca se encontró una orden escrita de tirar a matar entre los papeles oficiales de la ex Alemania Democrática. Pero en 1995, durante el juicio de ocho ex generales de Alemania oriental, los fiscales exhibieron minutas de varias reuniones del llamado "colegiado" del Ministerio de Defensa de Alemania Democrática: un grupo de funcionarios militares y de seguridad encargados de la planificación a largo plazo. Y los fiscales dicen que entre esas minutas había pruebas de la Orden 101 del Ministerio de Defensa, según la cual "los que violen la frontera deben ser destruidos y debe impedirse todo intento de quebrar las defensas".

Hope Harrison, investigadora del Instituto Kennan de Estudios Rusos Avanzados, hizo una amplia pesquisa en los archivos recién abiertos del bloque soviético. Entre la documentación del Ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania Democrática encontró notas de una reunión celebrada en Beijing en agosto de 1961 entre el embajador germanodemocrático y el ministro de asuntos exteriores chino Chen Yi, en la que "el camarada Chen Yi expresó su satisfacción por el hecho de que la RDA (República Democrática Alemana) esté aplicando medida drásticas y disparando contra los que violan la frontera".

El Muro fue descripto por sus creadores en Alemania oriental como una barrera "antifascista" orientada a contener a quienes de otro modo cometerían el delito de "republikflucht" o "fuga de la república". En los últimos años, buena parte de los dirigentes de Alemania Democrática, junto con varios guardias de frontera, han sido procesados por su responsabilidad en las muertes en el Muro. Uno de los casos más publicitados fue el del líder germanodemocrático Erich Honecker. Los cargos levantados en su contra por la muerte de varias personas que fracasaron en sus intentos de fuga fueron desestimados… debido a su salud quebrantada. Se fue a Chile, donde murió de cáncer de hígado en 1994.

Egon Krenz, quien sucedió a Honecker y gobernó Alemania Democrática durante apenas 44 días antes de la caída del Muro, fue condenado por homicidio en 1997 y sentenciado a seis años y medio de cárcel. Pero pasó sólo 18 días en prisión. Quedó en libertad cuando apeló la sentencia, cosa que debe resolver un tribunal superior en 1999.

En la época del juicio de Krenz, dos ex guardias de frontera fueron condenados en suspenso por su participación en la muerte a balazos de Peter Fechter. Este joven de 18 años fue herido en la pelvis y quedó tendido en la tierra de nadie entre el este y el oeste durante casi una hora hasta morir desangrado. Sus gritos de dolor quedaron sin respuesta ante el horror de los testigos. El destino de Fechter simbolizó para muchos la crueldad generada por el Muro.

Pero a pesar de esas muertes, gran número de alemanes del este creen que sus ex dirigentes y soldados están siendo vilipendiados por la "justicia de los vencedores", un tratamiento vindicativo por parte de los occidentales contra sus ex rivales. Durante su juicio, Krenz sostuvo que tanto él como otros dirigentes de Alemania Democrática eran peones de un juego en la Guerra Fría entre las superpotencias.

También hay indicios de que la Alemania unificada está tratando de dejar atrás su doloroso pasado dividido. Una encuesta realizada en 1995 por la agencia alemana de noticias DPA entre los fiscales de estado estableció que sólo 336 procesos habían sido abiertos contra los miles de personas acusadas de abusos bajo los auspicios del gobierno de Alemania Democrática. Aproximadamente la mitad de los procesados fueron condenados, pero la mayoría de los condenados quedaron en libertad provisional.

También en 1995, el tribunal constitucional alemán dictaminó que los agentes de inteligencia de la ex Alemania Democrática no podían ser procesados por su actividad de espionaje contra el oeste. El dictamen paralizó de hecho cualquier intento de perseguir a los miles de personas a sueldo de la Stasi, el aparato de seguridad de Alemania Democrática, que había dado al Muro el nombre en clave de "Rosa".

Pero parece que nuevas revelaciones, procedentes de los archivos anteriormente cerrados del bloque soviético, habrán de mantener vivos durante algún tiempo la controversia y el dolor vinculados con las muertes en el Muro de Berlín.

Un ejemplo urticante se produjo a fines de 1997 cuando, según un despacho de DPA, un hombre de 57 años de la ciudad germanooriental de Magdeburgo fue expulsado de su trabajo como maestro y acusado de la muerte a balazos, en 1966, de dos niños de 10 y 13 años cuando se desempeñaba como guardia de frontera en el Muro de Berlín. Los chicos fueron alcanzados por las balas cuando trataban de cruzar el Muro en el distrito de Teltow.

Los oficiales de la Stasi aparentemente encubrieron las muertes, temiendo una publicidad negativa. Dijeron a las familias de los niños que uno de ellos se había ahogado, y que el otro había sido alcanzado por un rayo. Según testimonios presentados en el caso, los certificados de defunción de los niños fueron falsificados y sus cuerpos cremados. Los nombres de los chicos, primero dados por "desaparecidos", fueron descubiertos sólo recientemente por los investigadores en una nómina de cremaciones.

El ex guardia de seguridad fue acusado de homicidio y condenado en suspenso.

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EPISODIO VI: CUBA 1959-1968

Cuba 1959-1968

La emergencia de un gobierno comunista en Cuba aumenta las tensiones de la Guerra Fría, y durante varios días lleva al mundo al borde de una guerra nuclear.

La Cuba prerrevolucionaria

"La guerra parecía inminente, o por lo menos un ataque", recuerda el presidente cubano, Fidel Castro. "Digo, si Cuba piensa desgraciadamente, si desata esta guerra, nosotros vamos a desaparecer del mapa".

El entonces embajador soviético en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin, recibió una visita. "Robert Kennedy vino a verme y me dijo: ‘Señor embajador, la situación es muy tensa. Sus misiles acaban de derribar un avión nuestro. Nuestros generales exigen que tomemos represalias. Si bombardeamos, ustedes se defenderán. ¿Qué podemos hacer?’", señala Dobrynin.

"Era una noche muy bella, como todas las noches de otoño en Washington", dice Robert McNamara, que era el secretario de estado de Defensa en aquella época. "Salí de la oficina oval del presidente y, al salir, pensé que jamás llegaría a ver otra noche de sábado".

Durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta, Cuba había sido el patio trasero de Estados Unidos: playas, alcohol y casinos, La Habana lo tenía todo. La industria y la tierra de Cuba estaban casi totalmente en manos de empresas estadounidenses.

"Prácticamente la considerábamos parte de Estados Unidos... un maravilloso paisito que no representaba un peligro para nadie. Es más, era un importante activo económico de Estados Unidos", indica Walter Cronkite, un reportero de televisión.

El dirigente de Cuba, Fulgencio Batista, era un dictador brutal. El pueblo comenzaba a rebelarse contra él. Tras años de luchas guerrilleras en las montañas, un carismático abogado de 33 años, Fidel Castro, llegó a la Habana con sus fuerzas el 8 de enero de 1959.

Para Castro, "cuando triunfó la revolución, fue un ejemplo de orden. No hubo saqueo. No hubo gente arrastrada por las calles como ocurrió en otros lugares. No hubo asesinatos. No hubo crímenes...un orden perfecto.

En este orden, 500 miembros del antiguo régimen fueron acusados de crímenes contra el pueblo, juzgados y ejecutados.

Temiendo que surgiera un nuevo dictador, miles emigraron a Estados Unidos... Pero para la mayoría, Fidel Castro era un héroe.

"La revolución prometió empleo a la población", afirma el presidente Castro. "Honradez administrativa que no había existido realmente nunca en nuestro país. Programas de salud que no había existido, programas de educación, que no existían.

Más importante aún, la revolución nacionalizó millones de hectáreas de tierra propiedad de empresas estadounidenses y se las entregó al pueblo.

Castro habla ante la ONU

Ansioso de compartir su revolución con el mundo, Castro viajó a Nueva York para hablar ante las Naciones Unidas.

Eisenhower dijo estar demasiado ocupado para entrevistarse con él. Pero el líder soviético Nikita Jrushchov se mostró encantado de abrazar al revolucionario y ofrecerle ayuda económica.

"Cuba decidía comprar petróleo soviético, que resultaría mas barato, y que el país podría obtener crédito", explica Jorge Risquet, capitán en el ejército revolucionario. "Ellos estaban dispuestos a darnos créditos para comprar ese petróleo. Y las refinerías que eran norteamericanas se niegan refinar ese petróleo".

Sin nadie que refinara el petróleo soviético, Castro encaraba una crisis económica. Entonces, el gobierno revolucionario envió sus milicias y intervino las refinerías extranjeras. La represalia estadounidense no se hizo esperar.

La televisión estadounidense informó: "Durante una conferencia en la Casa Blanca, el presidente Eisenhower anuncia que la partida Cubana asignada del mercado de azúcar Estadounidense fue cortado por 95 por ciento. En reacción a los políticos hostiles y premeditados de Fidel Castro".

Al escalar las tensiones, el gobierno cubano nacionalizó otras propiedades estadounidenses por valor de mil millones de dólares.

Eisenhower, furioso, declaró un embargo comercial total y ordenó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) que reclutara exiliados cubanos y los entrenara para destruir al gobierno de Castro.

Fernando Dávalos, de la milicia cubana, sostiene que "las agencias del gobierno de Estados Unidos empezaron a preparar personas para bombardear Cuba, quemar los cañaverales. Cuba es cañaveral, es "sugar cane" Es muy grande la cantidad de azúcar, de caña. Y venían las avionetas con sustancias inflamables y los quemaban los cañaverales. Eso fue muy grave, eso. Era la riqueza de Cuba. La única que teníamos".

Ayuda soviética

Según Castro lo que ocurrió entonces es que los estadounidenses "desarrollan una guerra sucia. Grupos irregulares que llegaron a actuar en todas las provincias del país, hasta la provincia de la Habana".

Más de cien personas murieron cuando "La Coubre", un carguero que transportaba a Cuba armas y municiones de Bélgica, estalló en la bahía de la Habana.

La sospecha de que la explosión había sido obra de la CIA nunca fue comprobada.

Castro pidió ayuda a la Unión Soviética.

"Quizás hubiera tomado una línea diferente si los estadounidenses hubieran sido más suaves con él", afirma Oleg Troyanovski, un asesor de Jrushchov. "La Guerra Fría estaba en pleno auge. Así que cualquier cosa desagradable para los estadounidenses era bienvenida en este país, y viceversa".

Nikita Jrushchov apoyó plenamente el proceso cubano: "¡Que viva el pueblo revolucionario de Cuba! ¡Que viva el líder de la revolución cubana, Fidel Castro!"

En una base secreta en las selvas de Guatemala, agentes de la CIA habían estado entrenando a exiliados cubanos para invadir a Cuba. Creían que la invasión motivaría al pueblo cubano a derrocar a Castro.

Le presentaron el plan al nuevo presidente, John Kennedy.

"Kennedy creía que el plan que había heredado, en el que una banda de exiliados cubanos iban a liberar a su país, era uno que debía apoyar", dice Theodore Sorenson, consejero especial del presidente. "Sin duda, Estados Unidos debía ayudar a eliminar una dictadura comunista de nuestro hemisferio".

La CIA embaucó al presidente, prometiéndole una victoria fácil y el fin del "problema cubano". Kennedy aceptó el plan de invasión, pero exigió cambios cruciales para ocultar la participación de Estados Unidos.

Sólo tres días antes de la planeada invasión, Kennedy negó cualquier posibilidad de una intervención estadounidense.

Kennedy lo explicó así: "No habrá, bajo condición alguna, una intervención en Cuba por las fuerzas armadas de Estados Unidos, y este gobierno hará todo lo posible--y creo que puede cumplir con sus responsabilidades-- por asegurarse de que ningún estadounidense esté involucrado en cualquier acción dentro de Cuba".

Mientras Kennedy hablaba, la fuerza invasora se preparaba. Una avanzada de bombarderos estadounidenses planeaba destruir la fuerza aérea cubana en tierra. Kennedy, temeroso de que esto revelara el papel de Washington, ordenó que se limitara la operación.

La Bahía de Cochinos

El 15 de abril de 1961 sólo seis bombarderos estadounidenses, pintados con los colores de la fuerza aérea cubana, despegaron de Nicaragua para atacar aeropuertos cubanos. Pero con tan pocos bombarderos, sólo destruyeron tres aviones cubanos. Murieron siete civiles.

Durante el sepelio de los caídos, Castro proclamó el carácter socialista de la revolución: "...porque no pueden perdonar los imperialistas. Es que tenemos aquí (...) una revolución socialista en la propia nariz de los Estados Unidos".

"Continuamos preparando, resistirla, con todos los medios al alcance de Estados Unidos", dijo más tarde Castro.

Al día siguiente, sólo 1.500 exiliados, equipados con armas y municiones estadounidenses, llegaron a Bahía de Cochinos, ubicada 200 kilómetros al sur de la Habana.

Ramón Conte, uno de los exiliados cubanos que tomó parte en la batalla, dice que "éramos los hombres mas felices del mundo porque teníamos la oportunidad de ir a regresar a Cuba, a nuestra patria, a combatir por recatar la libertad de la democracia y que nuestra patria fuera para todos los Cubanos.

Se suponía que aviones estadounidenses protegerían a la fuerza invasora cuando ésta desembarcara en Playa Girón. Pero Kennedy, sujeto a severas críticas internacionales por el bombardeo inicial, canceló el apoyo aéreo.

Lo que quedaba de la fuerza aérea cubana rápidamente destruyó los barcos con los vitales suministros de municiones.

Creyendo erróneamente que se trataba de una invasión total por parte de Estados Unidos, Cuba movilizó todas sus fuerzas.

Para José Ramón Fernández, comandante de las tropas cubanas, "los peores momentos eran los iniciales, cuando teníamos poquita información del enemigo. No sabíamos si eran 1.500, 3.000 ó 10.000. No sabíamos qué otros tipos de armas podían tener. Y no sabíamos qué podía suceder inmediatamente después de esto, si podía provocarse una invasión".

Sin al apoyo aéreo de Estados Unidos, la fuerza invasora fue derrotada. En 72 horas, los invasores habían sido capturados o muertos.

Los planes de la CIA

"Yo no me di cuenta de que esta misión ya esta resultando imposible de ganar hasta el ultimo día, casi el final", mantiene Conte. "Porque teníamos un exceso de confianza en nuestros aliados. No suponíamos que nos pudieran dejar abandonados. No suponían que dejaron de cumplir el compromiso que habían hecho con nosotros".

Según Sorenson, "Kennedy quedó destruido por el desastre de Bahía de Cochinos, y así lo dijo. No estaba acostumbrado al fracaso en la política o en la vida. Estaba más perturbado que nunca. ‘¿Cómo pude ser tan estúpido?’, dijo".

Fidel Castro había sobrevivido y humillado a Kennedy, y la CIA ya estaba sobre aviso.

"Nuestra tarea era idear nuevos planes, no otra Bahía de Cochinos, sino nuevos planes para ‘deshacerse de Castro y del régimen de Castro’, textualmente", indica uno de los agentes, Sam Halpern.

La CIA sugirió desde el asesinato hasta la introducción de LSD en un estudio de televisión para simular que Castro se había vuelto loco.

Nada funcionó. Más seguro que nunca dentro de su país, Castro Buscó exportar la revolución al resto de América Latina.

Alarmado, el gobierno de Estados Unidos siguió presionando a Castro.

En la primavera de 1962, 40.000 infantes de marina estadounidenses ensayaron una invasión de una isla caribeña.

"Lo hicimos deliberadamente para que Castro se distrajera en lugar de crear problemas en América Latina", señala el general William Y. Smith, asesor de la jefatura del Estado mayor de Estados Unidos. "Pero los cubanos, según nos dijeron después los rusos, creían que Estados Unidos sí tenía intenciones de atacar a Cuba, y pidieron ayuda a Rusia".

La solicitud de Castro inspiró al líder soviético Nikita Jrushchov a extender una osada oferta. Se había jactado ante el mundo del poderío nuclear soviético, pero en realidad conocía bien las limitaciones de sus misiles nucleares de largo alcance. No obstante tenía de mediano alcance.

"Del territorio de la Unión Soviética no tenían manera de alcanzar territorio estadounidense, pero desplegados en Cuba se convertirían en armas nucleares estratégicas", sostiene el general Anatoly Gribkov, que estaba al mando de las tropas soviéticas en Cuba. "Creo que esta, significaba en la práctica, podíamos reducir las diferencias entre nuestras fuerzas".

Según Castro, "se podía apreciar inmediatamente la importancia estratégica que tenía la presencia de estos proyectiles aquí, en Cuba. Ya en esa época, secretamente también, los norteamericanos habían trasladado cohetes similares a Turquía. Yo pensé, si nosotros esperamos que los soviéticos luchen por nosotros y corran riesgos por nosotros, incluso vaya a una guerra por nosotros.... sería inmoral y sería cobarde de nuestra parte negarnos a aceptar la presencia de los proyectiles aquí".

Llegan a la isla los misiles rusos

En julio de 1962, bajo las narices de Estados Unidos, el primero de 150 barcos soviéticos, cargados con misiles nucleares profundamente camuflados y más de 40.000 soldados partió hacia Cuba.

"Los estadounidenses no se dieron cuenta de que pudimos llevar no una, sino 43.000 personas hasta allí, más equipos, armas, y todo lo necesario para el trabajo de instalación", dice el general Nikolai Bieloborodov . "Colocamos todos los autos, camiones y tractores encima, y los equipos militares estaban bajo cubierta".

Agentes de la CIA en Cuba informaron de que se habían observado soldados y camiones de misiles rusos en las calles de la Habana. Washington tildó los informes de rumores.

Julio Luaces Domínguez es un granjero cubano que presenció el despliegue. "Yo vi aquella arma rara y entonces le dije, le dije a Pablo: ‘Pablo, ¿qué arma más rara esa? ¿una arma poderosa?’ Entonces me dijo que son cohetes nucleares. Yo le dije, no más poderosas,...pero estamos puesto a,.. allí en el aire libre".

Pero la CIA había notado el aumento en buques soviéticos que se dirigían a Cuba. El 14 de octubre, un avión espía U-2 sobrevoló toda la isla para descubrir lo que ocurría.

La mañana siguiente, el Centro de interpretación fotográfica en Washington comenzó a analizar las fotos tomadas por el U-2.

"Al mirar las fotografías, observamos objetos extraños al medio ambiente", apunta el experto en interpretación fotográfica de la CIA Dino Brugioni. "Seguimos mirando, y dijimos: ‘Oh-oh, ésta es una base de misiles balísticos SS-4’. Trabajando con los analistas nos convencimos de que eso era".

"Lo soviéticos nunca habían enviado armas nucleares fuera de las fronteras soviéticas, y no creíamos que iban a hacerlo. La verdad es que nunca se nos ocurrió que tomarían tal riesgo", mantiene Roger Hilsman, jefe del departamento de inteligencia en el Departamento de Estado en Washington.

A las 8:45 de la mañana del 16 de octubre, la CIA informó a Kennedy que, sin duda, había misiles soviéticos en Cuba.

El presidente estadounidense mandó a llamar a sus asesores.

La reacción de EE.UU.

"No pasamos mucho tiempo preguntándonos por qué los soviéticos hacían esto porque, sea cual fuera la razón, lo habían hecho de manera escondida, mintiendo a Estados Unidos a través de una variedad de mensajes y mensajeros, diciendo que sólo colocaban en Cuba armas defensivas, pero esas armas constituían un peligro claro e inmediato a nuestra seguridad", dice Sorenson.

Los misiles en Cuba hicieron a Estados Unidos más vulnerable que nunca. La Unión Soviética podía ahora atacar si previo aviso.

Según Hilsman, "un primer ataque hubiera destruido todas las bases aéreas estadounidenses, bases de bombarderos, bases de misiles y todas las ciudades salvo Seattle, que estaba fuera de alcance. Pero Washington DC, Nueva York, Dallas... todas hubieran quedado en ruinas".

Uno de las posibilidades que se abordaron, de acuerdo con Sorenson, fue la de un ataque aéreo, "que era lo que casi todos preferían, a primera vista, para eliminar los misiles. Hablamos sobre invadir a Cuba, que era lo que preferían los derechistas: entrar en Cuba y arrebatársela a Castro, y eliminar el comunismo de la isla, y al mismo tiempo eliminar los misiles; un abordaje diplomático, ya fuera bilateral o a través de las Naciones Unidas; un bloqueo o cuarentena, como le llamaron más tarde... No se tomó una decisión en esa primera reunión, pero si se hubiera tomado un voto, lo primero en la lista de todos hubiera sido un ataque aéreo".

A Robert Kennedy, hermano y asesor personal del presidente, le preocupaba la reacción negativa del resto del mundo si Estados Unidos utilizaba todo su poderío para atacar a una pequeña isla.

"Robert Kennedy --con razón, creo-- hizo la analogía de que el mundo percibiría un bombardeo de Cuba, de bases en Cuba, como percibió el bombardeo japonés de Pearl Harbor en 1941. Dijo: ‘no quiero que mi hermano se convierta en otro Tojo’", dice Sorenson.

Al continuar las discusiones, el ministro soviético de relaciones exteriores Andrei Gromyko y el embajador soviético Anatoli Dobrynin fueron a una reunión en la Casa Blanca.

"El presidente mencionó la creciente tensión entre nuestros países en relación a los envíos soviéticos de armamentos", recuerda Dobrynin. "El presidente dijo: ‘Nos preocupa porque está relacionado con nuestra propia seguridad’. Gromyko le dijo-- igual que me instruyeron a mí-- ‘Todos nuestros envíos son de carácter defensivo. Si no tiene intención de invadir a Cuba, no debe preocuparse, porque todas las armas son defensivas’".

Kennedy vuelve a Washington

"La intención era engañarnos", afirma McNamara. "Si Estados Unidos no reaccionaba ante el engaño soviético, ¿cómo influiría esto en la actitud de nuestros aliados de la OTAN, qué pensarían de la garantía estadounidense de su seguridad, y cómo afectaría el comportamiento futuro de la Unión Soviética? Si surtió efecto el engaño una vez, ¿no podrían hacerlo otra vez?"

Durante los dos días siguientes, Kennedy se mantuvo alejado, enfrascado en una campaña electoral para el Congreso. En Washington, sus asesores intentaban encontrar una solución.

"No había buenas soluciones... Cada solución estaba repleta de riesgos", sostiene Sorenson. "Fue la única vez, en mis tres años en la Casa Blanca, en que me despertaba de madrugada, angustiado sobre qué hacer, qué funcionaría, qué no destruiría el mundo".

Se llegó a una conclusión: bloquear en lugar de bombardear. La armada detendría y registraría todos los buques con destino a Cuba. Le llamaron "una cuarentena".

"Se creía que la cuarentena comunicaría a Jrushchov la decisión del presidente de asegurarse de que se retiraran esos misiles sin estimular una reacción militar", dice McNamara.

Pero, en caso de no funcionar la cuarentena, se habían preparado ataques aéreos y una masiva fuerza invasora estadounidense.

Kennedy estaba en Chicago, pero se le necesitaba en Washington. Las sospechas de la prensa crecían.

"El Presidente Kennedy me llamó a las ocho de la mañana y dijo, ven a mi habitación", recuerda Pierre Salinger, secretario de prensa del presidente. "Y en su bata de baño me dijo: ‘tengo algo que estoy escribiendo, vas a tener una conferencia de prensa para anunciarlo’".

"El médico de la Casa Blanca George Berkeley notó que el presidente estaba ronco", dice McNamara. "Esta mañana al examinar al presidente, halló que tenía una ligera fiebre, y una leve afección de las vías respiratorias superiores. Por lo tanto, el presidente cancelará su programa de actividades el resto del día y mañana, y regresará a Washington y la Casa Blanca".

"En camino a Washington, de pronto me encontré solo con Kennedy en la parte delantera del avión", relata Salinger. "Le dije: ‘Sr. presidente, usted no está enfermo. ¿Qué demonios pasa?’ Me contestó: ‘Te enterarás tan pronto aterricemos en Washington, y entonces, ya verás’".

Comienza el bloqueo

Frank Blair, el presentador de la televisión NBC comenzaba su informativo matutino: "Buenos días. Un aumento inusual en actividades secretas políticas y militares ha causado que todo Washington especule que sería inminente una medida importante en la política exterior estadounidense. La especulación se centra en el Caribe y en posibles acciones contra Cuba".

Esa tarde, el embajador soviético sostuvo una reunión urgente con el secretario de estado Dean Rusk.

Según Dobrynin, "Rusk dijo: ‘Ustedes están entregando misiles a Cuba. Nosotros tenemos fotos de reconocimiento aéreo. Esto es una amenaza a nuestra seguridad, y no podemos permitirlo. Dentro de una hora, a las 7 p.m., el presidente dirigirá un mensaje al pueblo estadounidense en el que describirá la situación. Al mismo tiempo quiere que usted le pase el mensaje a Jrushchov".

A las siete, Kennedy reveló al mundo el descubrimiento de los misiles soviéticos en Cuba, e informó que había impuesto un bloqueo.

Kennedy declaró: "El propósito de estas bases no puede ser otro que obtener la capacidad de un ataque nuclear contra el hemisferio occidental. Para detener esta escalada ofensiva, se está iniciando una cuarentena estricta de todo el equipo militar ofensivo que está siendo embarcado a Cuba. Todo buque de cualquier tipo Que se dirija a Cuba desde cualquier nación o puerto será enviado de regreso si se descubre que contiene carga de armas ofensivas".

"Insto al presidente Jrushchov a que detenga y elimine esta amenaza clandestina, irresponsable y provocadora contra la paz mundial, y a las relaciones estables entre nuestros dos países. Él tiene ahora la oportunidad de retirar al mundo del abismo de la destrucción", añadió el presidente.

La primera reacción de Moscú llegó a la mañana siguiente: Jrushchov no iba a dar marcha atrás.

"Kennedy habló de ‘cuarentena’, eso me pareció algo bastante impreciso... quizás no un bloqueo, aunque no era en realidad. Así que las primeras reacciones soviéticas fueron bastante firmes", mantiene Troyanovski.

El presentador de la cadena NBC Frank McGhee lo contaba así: "Denunciando la cuarentena de armas contra Cuba como un paso hacia la guerra mundial termonuclear, la Unión Soviética hoy ordenó a sus fuerzas armadas que se preparen para el combate, y las fuerzas del Pacto de Varsovia, homólogo comunista de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en seguida hicieron lo mismo".

Cuba se prepara para una invasión

Mientras las superpotencias se preparaban para un conflicto, Cuba anunció una "alarma de combate". Más de un cuarto de millón de personas esperaban para repeler una invasión estadounidense.

"Sentimos un peligro bastante grande porque inclusive figúrese el país estaba en pies de guerra. En cualquier momento, los americanos nos iban a atacar", dice Luaces Domínguez

"Si se desembarcaban e invadían" afirma Fidel Castro, "yo estaba convencido de que el segundo paso norteamericano después de una invasión era asestar al lado soviético, un golpe nuclear".

La flota estadounidense rodeaba Cuba. Los buques soviéticos mantuvieron su rumbo. Con la inminencia de la confrontación, Kennedy quería contacto directo con Moscú. Envió a su hermano Robert a reunirse en secreto con el embajador soviético.

"Me dijo: ‘¿Instruyó su gobierno a los capitanes que regresen a casa debido a la cuarentena impuesta por Kennedy?", recuerda Dobrynin. "Le dije: ‘No, nuestros capitanes no han recibido tales órdenes y, que yo sepa, se les ha instruido que sigan viaje hacia Cuba. Según la ley internacional, ustedes no tienen el derecho de detener nuestros buques en mar abierto. No pueden dibujar una línea imaginaria que no puede cruzarse. Es ilegal’. Me contestó: ‘Bueno, pues no sé a dónde nos dirigimos’".

McGhee, en la NBC, lo explicaba a la audiencia estadounidense: "el Pentágono dice que Estados Unidos está listo para hundir todo buque del bloque comunista que se dirija a Cuba, que se niegue a detenerse y ser registrado bajo el bloqueo. Además, se utilizará la fuerza si es necesario para detener y registrar cualquier buque de cualquier país que se dirija a Cuba".

"Creo que ese fue el momento más peligroso", afirma Cronkite. "Recuerdo estar en la redacción esperando el próximo boletín, e intentar escribir con los dedos cruzados".

Cronkite fue al Pentágono para intentar hallar respuestas. En una emisión en directo, el periodista comentaba: "Vamos al Pentágono con Charles Burne Friend. ¿Hay información nueva sobre la posición de esos buques soviéticos, o lo que les estaría ocurriendo?"

Charles Burne le contestó en antena: "Walter, no he escuchado ni una palabra durante varias horas sobre cuándo ocurrirá la confrontación entre los buques estadounidenses y los soviéticos".

Temor a una guerra nuclear

La tensión era casi insostenible... La gente se preparaba para un posible holocausto nuclear... El pánico llegó a los hogares Estados Unidos.

"Teníamos una habitación donde están las calderas, y nos preguntábamos si podíamos convertirlo en un refugio de algún tipo", recuerda Cronkite. "Estábamos aprendiendo por primera vez lo que podría pasar después de la explosión, y cómo los... gases, los gases mortíferos, el calor, etcétera, nos llegarían".

Los líderes soviéticos habían intentado ocultarle la crisis al pueblo, pero la noticia comenzó en propagarse.

"La gente sentía el aliento de la guerra y estaba tensa", sostiene Nicolai Chernych, que entonces era un estudiante. "Recuerdo que mis padres se sentían condenados. Comprendían que la guerra no iba a ser como antes, que sería con bombas atómicas".

Cronkite decía en su boletín especial de noticias: "Cuando comenzó, este día parecía que iba a ser uno de conflicto armado entre buques soviéticos y estadounidenses en las vías marítimas que llevan a Cuba. Pero no ha habido confrontación que sepamos, y se ha generado alguna esperanza por rumores de negociaciones".

Casi al último instante, los buques con misiles parecieron desacelerar o cambiar el rumbo. Esa noche, cuando Kennedy cenaba con amigos en la Casa Blanca, alguien propuso un brindis. Kennedy se negó a participar porque, según dijo, ‘el juego no había terminado’.

A las 9:24 de la noche, el Departamento de Estado recibió una carta de Jrushchov para Kennedy. Jrushchov rechazaba todas las demandas del presidente. Los misiles en territorio cubano se preparaban para ser usados.

Por primera vez en su historia, el Mando Estratégico Aéreo de Estados Unidos pasó siguiente a "Condición de Defensa Dos". El próximo paso, DEFCON UNO, sería la guerra.

Al amanecer del día 25, Kennedy ordenó que interceptaran el "Bucarest", un buque que llevaba petróleo soviético. Sabía que era imposible que un buque petrolero llevara misiles, pero quería reiterar su seriedad a Jrushchov.

Enfrentamiento en la ONU

Esa tarde, en las Naciones Unidas, Adlai Stevenson se enfrentó a su homólogo soviético, el embajador Zorin.

La intervención de Stevenson y su interpelación al soviético fue muy tensa: "Bien, señor, permítame hacerle una sencilla pregunta: ‘¿Niega usted, embajador Zorin, que la URSS ha colocado y está colocando misiles de mediano y largo alcance, y bases, en Cuba? ¿Sí, o no? ¡No espere por la traducción! ¿Sí, o no?"

"No estoy en un juzgado estadounidense, y por lo tanto no quiero contestar una pregunta que se me hace como lo haría un procurador", respondió Zorin. "En el momento oportuno, señor, tendrá usted su respuesta".

"...de la opinión mundial ahora, y puede contestar sí o no", insistía Stevenson. "Usted ha negado que existan, y quiero saber si lo he comprendido correctamente".

Mientras el embajador soviético maniobraba, Estados Unidos presentó las fotos tomadas por el avión espía U-2. Continuaba el trabajo en las bases de misiles en Cuba, y aumentaba el tamaño de las fuerzas invasoras en la Florida.

Estados Unidos se preparaba para el combate convencional sin saber que las fuerzas soviéticas estaban equipadas con misiles tácticos de corto alcance con ojivas nucleares.

"Si hubieran invadido utilizando infantes de marina o fuerzas aéreas, las pérdidas hubieran sido enormes...", dice Gribkov. "Hubiéramos luchado hasta el último soldado, hasta la última bala. No había a donde replegarse".

Fidel Castro recuerda que "el 26 de Octubre, con el mando militar soviético, él rindió un parte del estado de las fuerzas. El me dice, regimiento de aviación, listo....regimiento de cohetes tierra-aire, listo... regimiento de fuerzas de armas nucleares tácticas, listo. La unidad de cohetes, lista".

El 26 de octubre seguía aumentando la tensión. Kennedy recibió entonces un telegrama de Jrushchov.

Según Hilsman, "el párrafo más importante era: ‘Sr. Presidente..., usted y yo somos como dos hombres tirando de una soga con un nudo en el medio. Mientras más tiramos, más estrecho se hace el nudo. ¿Por qué no cedemos los dos? Tal vez podemos desatarlo?"

Jrushchov entonces ofreció que, si Estados Unidos declaraba que no invadiría a Cuba, "desaparecerá la necesidad de la presencia de nuestros especialistas militares en Cuba".

Por fin, la cordura parecía regresar al frente.

Las condiciones de Jruschov

A la mañana siguiente, todo cambió. Jrushchov intentó lograr un trato mejor, y exigió un canje. Los misiles soviéticos en Cuba a cambio de los estadounidenses en Turquía.

"Jrushchov pensó que si él...es decir que si se podía incorporar la retirada de Turquía en el acuerdo general entre ambas partes, la Unión Soviética quedaría muy bien parada... Mucho mejor que con la sencilla decisión de Estados Unidos de no atacar a Cuba", mantiene Troyanovski.

El Presidente Kennedy estaba preparado para retirar los misiles estadounidenses de Turquía... Pero eran parte de la contribución de Estados Unidos a la OTAN, y no podía prometer nada a Jrushchov.

Mientras Kennedy sopesaba sus opciones, recibió noticias de que la crisis había escalado de nuevo. Un avión espía U-2 estadounidense había sobrevolado una base antiaérea soviética en la parte oriental de Cuba.

Esta vez, el comandante soviético ordenó lanzar un misil tierra-aire contra el avión.

"Al Comandante de División, teniente coronel Grechkov, le dieron la orden de liquidar el blanco", dice Grigori Danilovich, de la defensa antiaérea soviética en Cuba. "Si no hubiéramos derribado un avión que había fotografiado nuestras bases, el enemigo pudo habernos destruido. Significaba que no habíamos cumplido con nuestra misión, que habíamos traicionado a la patria".

"Según el plan de emergencia, si derribaban un U-2, inmediatamente bombardearíamos esa base hasta aniquilarla. El presidente Kennedy canceló esa orden, dijo 'no bombardeen esa base antiaérea, quiero tiempo para conversar con Jrushchov'", indica Hilsman.

Para Castro, "la guerra parecía inminente. O por lo menos un ataque. Parecía inminente se pudiera un ataque. Digo, si Cuba piensa desgraciadamente, si desata esta guerra, nosotros vamos a desaparecer del mapa".

Castro envió un mensaje a Jrushchov. Dijo que Estados Unidos atacaría en sólo horas, y que, una vez lanzado el ataque, la Unión Soviética debería responder inmediatamente con un golpe aniquilador.

En Washington, Kennedy aún consideraba opciones.

"Bobby Kennedy tuvo una idea brillante", señala Hilsman. "Dijo: ‘Del telegrama de Jrushchov, escojamos las cosas que nos gustan, e imaginemos que el resto no existe’. Jack y Bobby Kennedy elaboraron una respuesta a Jrushchov que hacía precisamente eso. Hacía caso omiso el derribo del U-2, de las transmisiones belicistas de Moscú, etcétera. Dijimos: ‘Comprendemos lo que usted propone, y sólo escuchamos las cosas que nos gustan’".

Pocos creían que el ardid iba a funcionar, y continuaron los planes de invasión.

EE.UU. planea una invasión

De acuerdo con Salinger, "el sábado por la noche la tensión era extraordinaria, porque íbamos a decidir a qué hora del día siguiente íbamos a invadir a Cuba, o si iba a ser más tarde, si íbamos a bombardear esas áreas. Kennedy inició la reunión diciendo: 'Oigan, ustedes no han estado en sus casas desde hace seis o siete días. Quiero que todos se vayan a casa esta noche, regresen mañana, y tomaremos la decisión'".

Partieron de la Casa Blanca temiendo que Estados Unidos pronto se enfrascara en una guerra nuclear... Una guerra que, una vez comenzada, sería imposible de detener.

"Era una noche absolutamente bella, como son las noches de otoño en Washington", dice McNamara. "Salí de la oficina oval del presidente y, al salir, pensé que tal vez jamás llegaría ver otra noche del sábado".

Kennedy envió a su hermano a otra reunión con el embajador soviético.

"Vino y me dijo: ‘Señor embajador, la situación es muy tensa. Sus misiles acaban de derribar nuestro avión. Nuestros generales exigen que nos defendamos. Si comenzamos a bombardear, ustedes se defenderán. ¿Qué podemos hacer?", sostiene Dobrynin.

Le dije: ‘¿y qué de Turquía?’ Lo pensó un momento y me dijo: ‘si ésa es la única condición que nos impide llegar a un acuerdo, el presidente me ha autorizado a decir que la aceptamos’", añade.

El problema, según Sorenson, era que "no podíamos retirarlas bajo amenaza, no podíamos retirarlas unilateralmente, porque eran bases de la OTAN, pero le aseguramos que las retiraríamos aunque no sobre una base ‘quid pro quo’. Por lo tanto, los rusos no podían hablar de ello".

"Yo diría que eso fue lo último que llevó a la decisión de aceptar las condiciones de Kennedy la garantía de que no habría un ataque contra Cuba, pero que la Unión Soviética debería retirar todas las armas ofensivas de Cuba", indica Troyanovski.

Jrushchov, temiendo que ésta sería la última oportunidad de evitar la guerra, envió un mensaje relámpago a Radio Moscú aceptando las condiciones de Kennedy. Se transmitió a todo el mundo.

El fin de la crisis

La televisión estadounidense daba la noticia: "El gobierno soviético ha ordenado el desmantelamiento de armas en Cuba, su embalaje y devolución a la Unión Soviética".

Ray Shearer, en la NBC, decía: "Radio Moscú, a las nueve de la mañana. El señor Jrushchov empaca sus misiles y los envía a casa".

"La primera noticia que escuché el domingo al despertarme fue la transmisión de Jrushchov al mundo entero de que los misiles soviéticos iban a ser retirados bajo inspección, y que la crisis había terminado. Apenas podía creerlo", recuerda Sorenson.

En la cadena CBS, el presentador Charles Collingsworth anunciaba: "Este es el día, y tenemos buenas razones para creerlo, en que el mundo evadió la más terrible amenaza de holocausto nuclear desde el fin de la Segunda Guerra Mundial".

"Nosotros, realmente, nos sentimos indignados", dice Castro. "¿Cómo lo sabemos? El día 28, por la mañana, la radio empieza a hablar noticias de que hay un acuerdo. Y que el acuerdo consiste en la retirada de los proyectiles y que Kennedy iba a dar una garantía a Jushchov. Fue realmente un acuerdo bochornoso. A mí no me pasaba eso por la mente, qué sosos pudieron ser".

"El mundo entero tenía la impresión que Jrushchov había perdido, porque había cedido a la presión de un presidente fuerte... Que lo había sacado todo de Cuba y no había recibido nada a cambio", señala Dobrynin. "Nadie sabía del acuerdo sobre los misiles en Turquía. Si usted me pregunta quién ganó o perdió, yo diría que ni Kennedy ni Jrushchov".

Bajo la estricta vigilancia de Estados Unidos, buques soviéticos se llevaron los misiles de Cuba.

Para Salinger, "no hay duda de que, si no se hubiera resuelto, y hubiéramos invadido Cuba, habríamos desatado una guerra nuclear y la cantidad de personas muertas en todo el mundo en esa guerra hubiera sido desastrosa. Esa fue la mayor crisis del siglo XX, y es importante que Kennedy y Jrushchov la hayan resuelto, porque nos dirigíamos hacia un mundo totalmente distinto".
LATERAL 1 - REFLEXIONES: Preparándose para el Apocalipsis - Un año antes de la crisis cubana, Kennedy exhortó a protegerse de una conflagración
En septiembre de 1961, tres meses después de su fracasada cumbre con el líder soviético Nikita Jruschov y sólo semanas después de la construcción del Muro de Berlín, el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy hizo publicar una carta en la revista Life.

En ese mensaje, Kennedy dijo a los norteamericanos que "es mucho lo que pueden hacer para protegerse" contra la amenaza de una conflagración nuclear.

El mensaje apareció en la edición del 15 de septiembre de Life. El título de tapa decía: "Cómo sobrevivir a una conflagración". En las páginas interiores se les decía a los lectores que podrían estar "entre el 97 por ciento que sobrevivirá si siguen los consejos de estas páginas". Allí se daba información sobre cómo construir refugios, dónde esconderse en las ciudades, y qué hacer durante un ataque nuclear.

El mensaje de Kennedy en Life apareció un año antes de lo que muchos consideran su mayor desafío como presidente: la crisis de los misiles cubanos, un acontecimiento que puso al mundo al borde de una guerra nuclear.

Un mensaje del presidente para usted
La Casa Blanca
7 de septiembre de 1961

Mis compatriotas:

Las armas nucleares y la posibilidad de una guerra nuclear son hechos de la vida que no podemos ignorar hoy. No creo que la guerra pueda resolver ninguno de los problemas que enfrenta el mundo de hoy. Pero la decisión no es sólo nuestra.

El gobierno está movilizándose para mejorar la protección brindada en sus comunidades a través de la Defensa Civil. Hemos comenzado, y continuaremos haciéndolo durante el próximo año y medio, un relevamiento de todos los edificios públicos capaces de ser usados como refugios, y marcando aquéllos que pueden albergar 50 personas o más. Estamos proveyendo refugios en edificios federales nuevos y en algunos ya existentes. Estamos dotando a estos refugios con alimentos y medicamentos para una semana y agua para dos semanas, para los ocupantes. Además he recomendado al Congreso el establecimiento de centros con reservas de alimentos en todo el país, donde se los pudiera necesitar luego de un ataque. Finalmente, estamos desarrollando sistemas de alarma mejorados, los cuales permitirán activar alarmas sonoras directamente en sus casas y lugares de trabajo.

Se han previsto medidas más amplias que éstas, pero no pueden ser llevadas a cabo en el futuro inmediato. Entretanto, es mucho lo que pueden hacer para protegerse, y al hacerlo así, fortalecer a su nación.

Les exhorto a leer y considerar seriamente el contenido de esta edición de Life. La seguridad de nuestro país y la paz del mundo son objetivos de nuestra política. Pero en estos días peligrosos, cuando estos dos objetivos se ven amenazados, debemos prepararnos para cualquier eventualidad. La capacidad de sobrevivir tanto como la voluntad de hacerlo son por lo tanto esenciales para nuestro país.

John F. Kennedy
LATERAL 2 - ENTONCES Y AHORA: La Guerra Fría continúa en Cuba/Por Lucía Newman, CNN
LA HABANA -- Manuel López, de 79 años, pasa los días tranquilamente, cuidando de sus cabras y sus pollos en la casita de campo que tiene en la provincia de Pinar del Río.

La memoria de López ya no es tan buena como antes, pero no olvida que alguna vez fue dueño de la gran extensión de tierra que está justo enfrente de donde vive ahora, una granja que el gobierno cubano le quitó en 1962 para que sirviera como base de misiles soviéticos.

Era el momento culminante de la crisis de los misiles cubanos, que en Cuba se conoce como "la crisis de octubre". Como quiera que se la llame, le cambió la vida.

"Recuerdo aquél período porque todos los días tengo que pasar frente a la tierra donde vivía, donde nací", dice. "Los soviéticos nos trataban bien y nos permitían entrar para alimentar a los animales, pero no nos dejaban ir demasiado lejos. Sin embargo, sabíamos que los enormes camiones cubiertos con lonas llevaban misiles".

Los misiles finalmente fueron retirados, pero el hijo de López, que ahora tiene 50 años y entonces tenía 14, insiste en que en temor de un enfrentamiento armado entre los Estados Unidos y Cuba no desapareció.

"Crecí con la noción de que podía haber una guerra", dice Omar López.

Hoy hay pocas señales reveladoras de que algo notable o insólito ocurrió alguna vez en la campiña de Pinar del Río, excepto una placa de cemento y metal en mitad de un campo abandonado. Dice: "Este es el lugar donde un regimiento de misiles soviéticos tuvo su base durante la Crisis de Octubre de 1962".

En un país como la Cuba comunista, que asigna tanta importancia a los acontecimientos históricos, los aniversarios políticos y los monumentos, es sorprendente ver el trato tan poco ceremonioso que se brinda a esta placa. Tal vez sea una muestra de la ambivalencia de los dirigentes cubanos, los mismos dirigentes que gobernaban en 1962.

Mucho, por supuesto, ha cambiado desde la crisis de los misiles cubanos. No sólo han desaparecido las bases soviéticas, sino que también lo ha hecho la vieja Unión Soviética. No obstante, la crisis que fue considerada como el acontecimiento más peligroso de la Guerra Fría, por lo menos en este hemisferio, tuvo en Cuba un impacto profundo y duradero.

De muchas maneras, la Guerra Fría está tan viva como siempre en este país. Basta con recorrer la Carretera Nacional de Cuba y leer las consignas pintadas en los principales puentes.

"Sólo hierro y balas para el enemigo", proclama un estandarte. Otro dice: "Todos juntos debemos asestar el golpe al enemigo".
LATERAL 3 - ENTONCES Y AHORA: El Partido Comunista de los EE.UU. - El bloque soviético pudo haberse derrumbado hace años, pero los comunistas norteamericanos mantienen la fe/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
Sobrevivió al Miedo a los Rojos, al macartismo, las purgas internas, la falta de fondos y la falta de interés. El PCEEUU --Partido Comunista de los Estados Unidos-- fue fundado apenas dos años después de la revolución bolchevique en Rusia. Y aunque ya no tiene ni de lejos la influencia que alguna vez tuvo, aun pervive… con el viejo estribillo de que el socialismo en Norteamérica es "inevitable".

El PCEEUU se fundó en 1919. Rápidamente se convirtió en el blanco del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, que intentó arrestar y deportar a miles de los llamados "comunistas extranjeros". La influencia del partido creció durante la Depresión, cuando los norteamericanos buscaban una alternativa al sistema capitalista que había arruinado millones de vidas. En los años anteriores a la Segunda Guerra, el PCEEUU tenía aproximadamente entre 80.000 y 100.000 afiliados.

En 1940, el Congreso aprobó la Ley Smith, que declaraba ilegal propiciar el derrocamiento violento del gobierno estadounidense. Ese principio fue empleado contra los dirigentes del Partido Socialista Obrero y las organizaciones fascistas antes de la Segunda Guerra, y contra el PCEEUU durante los años de posguerra.

La Ley Taft-Hartley de 1947 exigía a los dirigentes sindicales que declararan bajo juramento no simpatizar con el comunismo, y en 1950, cuando la Guerra Fría se profundizó, los Estados Unidos impusieron la Ley de Seguridad Interna. También conocida como Ley McCarran, establecía nuevas restricciones a los comunistas, impidiéndoles trabajar en la industria de defensa nacional estadounidense y permitiendo su internación en situaciones de emergencia nacional. La ley también estableció una Junta de Control de Actividades Subversivas, que estaba autorizada a obligar a los grupos comunistas o dominados por los comunistas a registrar a sus miembros.

A la larga, la mayoría de esas barreras legales contra los norteamericanos comunistas fueron abandonadas, y el PCEEUU pudo operar como cualquier otro partido político.

En la década de 1950, el PCEEUU tuvo que enfrentarse a un generalizado sentimiento anticomunista, así como a alarmantes noticias procedentes de Moscú. El así llamado "discurso secreto" de Jruschov, en el que denunciaba a Stalin y sus políticas, redujo radicalmente las filas del PCEEUU.

"El Partido (Comunista) Norteamericano había ligado durante mucho tiempo su suerte a la de la Unión Soviética", dice Harvery Klehr, profesor de historia y política en la Universidad de Emory y autor de "El mundo soviético del comunismo norteamericano".

"De modo que cuando el jefe de la Unión Soviética admitió que Stalin había cometido crímenes masivos, sufrió una tremenda desilusión. Hasta el discurso de Jruschov, el partido nunca habría admitido que la Unión Soviética había cometido errores", agrega Klehr.

La década de 1960 planteó una nueva serie de retos para el PCEEUU. La nación disfrutaba de una prosperidad sin precedentes, restando espacio a los llamados de los comunistas al cambio. Las acciones del Kremlin para aplastar el disenso dentro del bloque soviético --como en Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1958-- obligaron a muchos comunistas norteamericanos a cuestionar las alianzas del PCEEUU con Moscú.

Inclusive cuando los Estados Unidos se vieron convulsionados hacia fines de la década de 1960 por revueltas y manifestaciones relacionadas con el Movimiento por los Derechos Civiles y la oposición a la guerra de Vietnam, a muchos jóvenes "revolucionarios" norteamericanos les pareció que el PCEEUU no marchaba al ritmo de los tiempos.

En medio de todo ese torbellino, el PCEEUU continuó siendo parte del paisaje político de la nación, aunque de manera marginal. Gus Hall, secretario general del partido desde 1959, recibió cerca de 59.000 votos en la elección presidencial de 1976.

Pero la década pasada, y el colapso de la Unión Soviética, provocaron una nueva crisis en las filas de los comunistas norteamericanos. La apertura de los archivos soviéticos en Moscú reveló que el PCEEUU recibía anualmente varios millones de dólares del Kremlin para solventar sus operaciones. Y también resultó que una de las operaciones de inteligencia más valiosas de Washington en la URSS se valió de Morris Childs y su hermano menor, Jack Childs, dos jerarcas del PCEEUU que durante décadas tuvieron acceso a los más altos niveles del gobierno soviético.

En 1991, durante la 25a. convención nacional del PCEEUU en Cleveland, cientos de miembros del partido subscribieron una iniciativa en demanda de reformas. Esos disidentes se vieron rápidamente expulsados del partido, o al menos impedidos de postularse a cargos directivos. En los meses siguientes, varios centenares más abandonaron el PCEEUU para sumarse a un grupo socialista alternativo.

Durante décadas, el PCEEUU estimó tener entre 20.000 y 30.000 afiliados. Pero sus críticos dicen que el número real de miembros es una décima parte de esa cifra. Los fieles del partido todavía mantienen en funcionamiento las oficinas nacionales y la librería del PCEEUU en un edificio en el oeste de Manhattan.

Y hay señales de que la sociedad norteamericana podría estar dispuesta a tolerar un poco de comunismo en la posguerra fría, aunque más no sea como curiosidad.

Rick Nagin, ex presidente del Partido Comunista de Ohio, es ahora asistente de un concejal de Cleveland. En noviembre de 1997, el comunista Denise Winebrenner Edwards fue elegido para integrar el concejo municipal de la ciudad de Wilkensburg, Pennsylvania. La AFL-CIO, una de las más poderosas organizaciones sindicales de los Estados Unidos, eliminó en septiembre de 1997 una cláusula anticomunista de su constitución.

Pero para muchos norteamericanos, el comunismo es más la expresión de una moda que un sistema político viable. Se puede encontrar arte de estilo soviético en los avisos de una variedad de productos estadounidenses. El aviso de una cadena de comidas rápidas muestra incluso una concentración pseudocomunista, en la que no faltan las banderas rojas ni el clamor de las masas.

Y el Manifiesto Comunista, que cumple 150 años, ha sido publicado en una nueva edición, más apropiada para la decoración de la sala que para un encuentro de discusión. Para citar a un director creativo de Barney's, una tienda de Nueva York cara y a la última moda, "la gente se olvida del Gulag y de la imaginería negativa. De modo que el marxismo bien podría regresar como puro estilo".
LATERAL 4 - ENFOQUE: Nueva visita al Peligro Rojo - ¿Tenía razón McCarthy sobre el espionaje soviético?/Por Harvey Klehr, doctor de la Universidad de Emory
El nombre del senador Joseph McCarthy continúa resonando en la vida norteamericana, casi medio siglo después de un discurso en el que proclamó tener en sus manos una lista con los nombres de numerosos empleados del gobierno estadounidense que habían traicionado a su país en favor de la Unión Soviética.

La palabra macartismo ingresó al léxico político para referirse a un estilo o método que sobrepasa los límites de la decencia. Acusar a alguien de macartismo es teñirlo con una mancha política sin atenuantes. Virtualmente todos los historiadores consideran hoy que McCarthy fue un demagogo que hacía acusaciones falsas y engañosas.

Gracias principalmente a McCarthy, la mayoría de los norteamericanos identifican las investigaciones y audiencias anticomunistas de finales de los 40 y principios de los 50 como un episodio vergonzoso de la vida norteamericana durante la cual se esgrimió una amenaza comunista inexistente para poner a gente inocente en la picota por sus convicciones política. La era de McCarthy es descripta habitualmente en los libros de texto como una época de histeria.

Con el fin de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética, salieron a relucir muchas fuentes documentales nuevas que arrojan una luz muy necesaria sobre la era de McCarthy y la campaña contra el comunismo interno. Legajos y más legajos del FBI sobre el Partido Comunista de EE.UU. han sido liberados del secreto; los archivos rusos que guardan los registros de la Internacional Comunista y del PCEEUU han permitido el acceso de los investigadores norteamericanos: y los cables de Venona --mensajes soviéticos decodificados de la Segunda Guerra entre las oficinas de la KGB en los Estados Unidos y Moscú-- fueron divulgados por la Agencia de Seguridad Nacional.

Estos nuevos datos están obligando a revisar mucho de los mitos prevalecientes acerca de la amenaza comunista interna a la democracia norteamericana en la era de posguerra. Ninguno de ellos exculpa a McCarthy. Sigue siendo un matón político que lastimó a mucha gente. Pero sus acusaciones exageradas e infundadas también perjudicaron la causa anticomunista. En una variante de la Ley de Gresham, sus acusaciones malas banalizaron y debilitaron las buenas. Auténticos espías soviéticos se describieron a sí mismos como víctimas del macartismo. Encontraron una audiencia bien predispuesta, convencida de que cualquier acusado de espionaje o comunismo debía ser inocente porque algunos inocentes habían sido acusados.

Nuevas pruebas demuestran que Julio Rosemberg fue un importante agente soviético a cargo de una red de espías que obtuvo secretos científicos, incluyendo material relacionado con la bomba atómica.

Confirman que Alger His fue un importante agente soviético desde mediados de 1930 hasta la década siguiente, entregando secretos del Departamento de Estado a la inteligencia militar soviética.

Elizabeth Bentley, una espía soviética que desertó en 1945, identificó a decenas de funcionarios del gobierno que dijo le habían pasado información durante la segunda guerra mundial. Bentley no fue tomada en serio y por el contrario se burlaron de ella como la "reina de espías rubia". Ninguno de los que nombró fueron juzgados exitosamente por espionaje (uno fue condenado por un cargo relacionado). Las nuevas pruebas demuestran concluyentemente que había dicho la verdad. Entre sus fuentes figuraron un oficial de alto grado de la Oficina de Servicios Estratégicos, funcionarios de la Junta de Producción de Guerra, de la Junta de Bienestar Económico, del Departamento de Estado, del Departamento de Guerra, de la Aviación Militar, de la Oficina de Información de Guerra, del Departamento del Tesoro y de la Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos.

En resumen, más de 350 norteamericanos trabajaban secretamente para la inteligencia soviética durante la Segunda Guerra, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética eran aliados. Varios de ellos se desempeñaron en altas posiciones en el gobierno de Estados Unidos. Harry Dexter White fue secretario adjunto del tesoro y desempeño un papel clave en la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pilares de la estructura monetaria de la posguerra. Lauchlin Currin fue uno de media docena de asistentes especiales del presidente Franklin Roosevelt. Laurence Duggan estaba a cargo de las relaciones de EE.UU con América latina.

Todos estos espías fueron descubiertos con las decodificaciones de Venona hacia fines de 1940. Pero los espías descubiertos por Venona eran solo una parte del problema de seguridad que enfrentaron las agencias de contraespionaje. Menos de la mitad de los norteamericanos mencionados en los cables de Venona pudieron ser identificados; los otros estaban ocultos bajo nombres ficticios que el FBI no pudo descubrir. ¿Quiénes fueron los otros 150 norteamericanos que trabajaron para la KGB? ¿Permanecieron en el gobierno o en el ejército? ¿Eran científicos de los que aún trabajan en Los Alamos?

¿Y qué pasó con la identificación de los comunistas norteamericanos como riesgos de seguridad? Ahora sabemos que el PCEEUU había establecido un "aparato clandestino" especial que ayudaba a la inteligencia soviética a reclutar miembros del partido como espías, ayudaba a ubicar casas seguras para usarlas como sitios de reunión, procuraba pasaportes falsos para lo agentes, y colaboraba con la Unión Soviética de cualquier modo que se presentase. Encabezado por un veterano líder comunista, este aparato reportaba directamente al líder del Partido Comunista. La mayoría de los comunistas norteamericanos no eran espías, por supuesto, pero el partido al que pertenecían estaba metido hasta el cuello en el espionaje.

Las acusaciones indiscriminadas de McCarthy no ayudaron a descubrir a los espías soviéticos. Pero había espías, había un problema de seguridad legítimo y había muy buenas razones para sospechar que la mayoría de los espías eran comunistas norteamericanos. Nada de esto justifica los excesos del macartismo, pero sí coloca la era del macartismo en su debido contexto. La Unión Soviética había montado un gran campaña de espionaje contra los Estados Unidos, usando como armas a cientos de ciudadanos norteamericanos y el Partido Comunista de los EE.UU. fue organizativamente cómplice de espionaje.

Klehr es profesor de política en la Universidad de Emory en Atlanta y autor de un próximo libro sobre el espionaje soviético en los Estados Unidos.
LATERAL 5 - ENFOQUE: El nacimiento del teléfono rojo/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
Henry Kissinger, el ex secretario de estado norteamericano, resumió así alguna vez sus preocupaciones sobre la posibilidad de que un conflicto se impusiera a la diplomacia en la era nuclear: "Me parece que el mayor peligro de guerra no reside en la acción deliberada de hombres malvados", dijo, "sino en la incapacidad de personas acosadas para manejar acontecimientos que se les escapan de las manos".

Fueron sentimientos como éstos los que condujeron al establecimiento del llamado "teléfono rojo" entre Moscú y Washington en agosto de 1963.

El teléfono rojo nació un año después de la crisis de los misiles cubanos. Ese enfrentamiento, sobre la presencia de misiles soviéticos en Cuba, puso al mundo al borde del conflicto nuclear. Una vez que la diplomacia y las cabezas más frías pusieron las cosas bajo control, ambos bandos se estremecieron al darse cuenta de lo cerca que habían estado de la aniquilación, y de cuán primitivos habían sido sus métodos de comunicación directa. Por ejemplo, durante los momentos más tensos de la crisis, Anatoly Dobrynin, el embajador soviético en Washington, se vio obligado a confiar en un mensajero para que recogiera sus comunicaciones urgentes a Moscú y las llevara pedaleando en su bicicleta hasta la oficina local de la Western Union.

Pasada la crisis, el presidente John F. Kennedy sugirió el teléfono rojo a los soviéticos. Contra los mitos populares y las imágenes de Hollywood, esa línea directa nunca unió dos teléfonos rojos, uno en un cajón de la Oficina Oval, el otro en el Kremlin. Al principio fue un conjunto de teletipos, en las que los mensajes se perforaban en cinta a razón de una página cada tres minutos. Ese sistema fue reemplazado a fines de la década de 1970 por dos sistemas satelitales, y un enlace de cable submarino.

La terminal norteamericana del teléfono rojo no está ubicada en la Casa Blanca sino al otro lado del Potomac en el Pentágono, en el Centro Nacional de Comando Militar. Cuando se usa el teléfono rojo, un mensaje del presidente de los Estados Unidos se envía mediante teléfono codificado, transmisión electrónica o recaderos que van desde la Casa Blanca al centro de comando. El oficial a cargo en el centro se comunica entonces con la Casa Blanca para verificar el mensaje. Una vez verificado, el mensaje se codifica y se envía a Moscú.

El teléfono rojo usa la palabra escrita, antes que la transmisión de voz o vídeo. Se pensó originalmente que el texto reduciría la probabilidad de una traducción inadecuada de un mensaje urgente. También daría a cada parte tiempo para considerar el mensaje de la otra antes de contestar, y evitaría que el lenguaje corporal de una persona o su tono de voz se prestaran a malentendidos.

Todos los mensajes de Estados Unidos a Rusia se transmiten en inglés, usando el alfabeto latino, y los mensajes de Moscú a Washington se transmiten en ruso, usando caracteres cirílicos.

"La traducción se hace siempre en el otro extremo, para preservar los matices", dice el vocero del Pentágono, teniente coronel Dave Thurston.

El primer mensaje enviado por el teléfono rojo llegó a Washington desde Moscú en las primeras horas del 5 de junio de 1967. En sus memorias, el presidente Lyndon Johnson recuerda haber tomado el teléfono en su dormitorio de la Casa Blanca… para escuchar la voz de su secretario de defensa, Robert McNamara.

"Señor presidente", dijo, "el teléfono rojo se encendió".

Horas antes había estallado la guerra entre Israel y sus vecinos árabes. El premier soviético Alexei Kosygin quería saber si los Estados Unidos habían tomado parte en el ataque sorpresivo de Israel contra Egipto, que en esa época recibía ayuda soviética. Johnson negó participación alguna y dijo que los Estados Unidos reclamaban una tregua en el conflicto.

En los días subsiguientes, y hasta que se llegó a un cese del fuego, las dos partes enviaron hasta 20 mensajes por el teléfono rojo, para asegurarse de que lo que se conocería como la Guerra de los Seis Días no se generalizara en una conflagración nuclear mundial.

El presidente Richard Nixon también usó el teléfono rojo durante las tensiones entre la India y Pakistán en 1971, y dos años más tarde durante otra guerra en el oriente medio. El presidente Jimmy Carter trató de usar el teléfono rojo para aliviar las tensiones de la Guerra Fría en la década de 1970. Pero Carter también lo empleó para protestar contra la invasión soviética de Afganistán en 1979. Y el presidente Ronald Reagan, según se dice, amenazó en 1986 a los soviéticos por el teléfono rojo con "graves y vastas consecuencias", tras el arresto y breve detención del periodista estadounidense Nicholas Daniloff bajo cargos de espionaje.

El colapso de la Unión Soviética ha contribuido mucho para aflojar las tensiones entre los gobiernos de Washington y Moscú. Funcionarios de los Estados Unidos y Rusia se reúnen ahora regularmente. Pero el teléfono rojo sigue funcionando las 24 horas. Se lo prueba a cada hora: el Pentágono envía un mensaje en las horas pares, y Moscú lo responde en las horas impares. Ambas transmiten un código convenido, y evitan cualquier contenido político o controvertido.

Principalmente, los operadores de cada lado del teléfono rojo tratan de poner a prueba las habilidades de traducción del otro con selecciones de textos oscuros. Por ejemplo, los operadores estadounidenses enviarán a sus pares rusos recetas de cocina o artículos sobre psicología de las mascotas. Los rusos podrían entonces responder con fragmentos de sus grandes novelistas, o de un tratado sobre la historia de los inventos en la antigüedad. Pero el duelo de ingenio es cordial, y algunos operadores del teléfono rojo han llegado a encontrarse cara a cara en funciones de gobierno.

Aun cuando la Guerra Fría pueda estar pueda estar pasando a la historia, el teléfono rojo todavía es considerado como una herramienta importante. Robert Gares, ex director de la CIA, dijo que el teléfono rojo debe seguir funcionando "mientras estas dos partes tengan submarinos recorriendo los océanos y misiles apuntándose recíprocamente".

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EPISODIO VII: VIETNAM 1954-1968

VIETNAM 1954-1968

Fue un conflicto que devastó una nación y dividió otra. Vietnam dio una nueva dimensión a la Guerra Fría, y forzó a los Estados Unidos a reconsiderar sus objetivos en la carrera entre superpotencias.

Se divide el país en dos

Se destruyeron miles de kilómetros cuadrados de territorio. Se gastaron miles de millones de dólares.

Tres millones de personas murieron en el sudeste asiático cuando la Guerra Fría absorbió los conflictos que ya tenían raíces locales.

Dien Bien Phu, en 1954, fue una de las batallas decisivas. A pesar del importante apoyo de Estados Unidos, Francia perdió su colonia, Indochina. La derrotó el ejército comunista liderado por el general Vo Nguyen Giap.

"La campaña de Dien Bien Phu fue una inmensa victoria", dice Giap. "Por primera vez, una nación feudal pobre había vencido a una gran potencia colonial con una industria moderna y un ejército enorme. Esa victoria fue muy importante tanto para nosotros como para el resto del mundo".

En Vietnam había un nuevo gobierno: nacionalista y comunista.

Después de Dien Bien Phu, los franceses se fueron de Vietnam para siempre.

Luego, con la firma de los Acuerdos de Ginebra, se hizo una partición temporal de Vietnam el Norte y Sur. Se acordó que habría elecciones nacionales en 1956. Estados Unidos se opuso a la idea de los comicios que, al final, no se celebraron.

"Se creía que, principalmente en el Norte, sería imposible realizar elecciones libres", señala el general Andrew Goodpastor, asesor del presidente Eisenhower. "Ese era un factor; por otra parte, se pensaba que aunque hubiera elecciones libres, éstas serían dominadas por los comunistas y que los comunistas obtendrían el poder".

Ho Chi Minh, el líder de Vietnam del Norte, había vivido en Francia y se había capacitado en Moscú. Muchos vietnamitas lo consideraban un héroe. Washington lo veía como un instrumento de la Unión Soviética y China.

Los norvietnamitas lanzaron un programa de reformas radicales. Los terratenientes y los llamados "campesinos ricos" fueron perseguidos, humillados en público y encarcelados.

Esas políticas provocaron un éxodo. En 1955, casi un millón de personas se habían ido al sur, algunas alentadas por agentes de Estados Unidos.

En Vietnam del Sur, Estados Unidos apoyó al régimen del Presidente Diem, un anticomunista decidido a resistirse a Hanoi. Despiadado y autocrático, Diem no toleraba ningún tipo de oposición.

En 1960, para luchar contra Diem y unir al país bajo el gobierno de Hanoi, los comunistas crearon el Frente de Liberación Nacional, conocido como Vietcong. Estas actividades eran apoyadas por Moscú.

Kennedy se compromete a ayudar

Nikita Jrushchov, arengaba así el 12 de octubre de 1960: "No podrán sofocar las voces del pueblo que resuenan y continuarán haciéndose escuchar. ¡Abajo la esclavitud colonialista! Cuanto antes y más hondo la enterremos, mejor".

Unos meses más tarde, el 20 de enero de 1961, el presidente John Kennedy respondía: "Que sepan todas las naciones, tanto las que nos desean el bien como las que nos desean el mal, sepan que pagaremos cualquier precio, soportaremos cualquier carga, enfrentaremos cualquier dificultad, apoyaremos a cualquier amigo y nos opondremos a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad".

Un año después de ser elegido presidente y tras el fiasco de Bahía de Cochinos en Cuba y una crisis en Berlín, Kennedy se propuso demostrar su poderío en Asia.

"El objetivo era evitar el efecto dominó", explica Robert McNamara, entonces secretario de Estado de Defensa de Estados Unidos. "La pérdida de Vietnam llevaría a la pérdida del sudeste de Asia y tal vez incluso de la India. Eso fortalecería las posiciones de China y la Unión Soviética en todo el mundo".

En Vietnam del Sur, el Frente de Liberación Nacional, o Vietcong, comenzó a asesinar a los dirigente comunitarios que apoyaban a Diem.

Se calcula que, sólo en 1961, unos 4.000 funcionarios de Diem fueron asesinados.

Las tropas de Diem incendiaron aldeas enteras. Sus habitantes eran trasladados a "caseríos estratégicos" vigilados y construidos bajo la supervisión de asesores estadounidenses. Estos ataques fueron muy mal recibidos por el pueblo, que comenzó a engrosar las filas del Vietminh.

Los asesores estadounidenses entrenaron al ejército de Vietnam del Sur en tácticas de contrainsurgencia. La violencia estaba a la orden del día.

En aquella situación, McNamara, declaró en mayo de 1962: "Los actos del gobernante, el Presidente Diem, han sido declarados autocráticos y tal vez su comportamiento personal lo sea, en cierta medida. Sin embargo, dado el caos al que se enfrentaba, la anarquía total que existía allí, es concebible que fuera necesario recurrir a métodos autocráticos dentro de un marco democrático para restablecer el orden".

De acuerdo con Bui Diem, político de Vietnam del Sur, "el régimen del señor Diem creó un marco, un gobierno con todas las estructuras necesarias para administrar el país. Claro que su política generó mucho descontento entre los intelectuales".

Cae el gobierno del Sur

A mediados de 1963. Saigón vivió momentos horripilantes. Monjes budistas se inmolaron en señal de protesta contra la intolerancia religiosa de Diem. Hubo una ola de manifestaciones en Vietnam del Sur. Un grupo de generales organizó un golpe de estado contra Diem y pidió apoyo a Estados Unidos.

"Recibíamos telegramas de distintas partes del país y del mundo casi todas las semanas", sostiene Roger Hilsman, subsecretario en el Departamento de Estado. "En todos los casos, contestábamos que Estados Unidos no podía participar en nada de eso, que no podíamos ayudar, ni participar y que juzgaríamos a cualquier gobierno nuevo por sus propios méritos".

Pero Washington no hizo nada para evitar el golpe. Kennedy comenzó a recibir mensajes contradictorios. Algunos funcionarios estadounidenses llegaron a decir que la política de su país en Vietnam estaba teniendo éxito.

"Se pensaba retirar los 16.000 asesores militares para fines del 65", mantiene McNamara. "Incluso, la primera etapa de la retirada se completaría en 90 días, para fines de diciembre de 1963".

Los hechos no permitieron que se llevara a cabo el plan de retirada. El primero de noviembre de 1963, un grupo de generales atacó el palacio presidencial, creyendo que contaban con el apoyo de Estados Unidos.

El gobierno fue derrocado en un día. Diem y su hermano se refugiaron en una iglesia, pero fueron asesinados por sus propios soldados. Los habitantes de Saigón reaccionaron con entusiasmo ante la destitución de Diem, aunque se hubiera producido un vacío de poder.

Tres semanas después de la muerte de Diem, Kennedy fue asesinado.

A pesar de haber perdido a Kennedy, Estados Unidos se mantuvo comprometido con Vietnam del Sur.

El nuevo presidente, Lyndon Johnson, proclamó el 22 de mayo de 1964: "Construiremos una gran sociedad, donde ningún hombre o mujer será víctima del temor, la pobreza o el odio. Donde todos los hombres y mujeres puedan realizarse, prosperar y tener esperanzas".

Johnson tenía muchas ambiciones a nivel nacional. Pero, al igual que Kennedy, estaba decidido a no permitir que los comunistas se apoderaran de Vietnam. Envió a McNamara para reafirmar el compromiso de Estados Unidos con el gobierno de Vietnam del Sur. La estrategia era la misma, pero las promesas se volvieron más espectaculares que nunca.

McNamara aseguró que "nos quedaremos el tiempo que sea necesario. Proporcionaremos la ayuda que sea necesaria para vencer la batalla contra los insurgentes comunistas".

Se intensifican los ataques

El General William Westmoreland, veterano de la guerra de Corea y de la Segunda Guerra Mundial, asumió el mando. Lyndon Johnson reforzó la campaña militar estadounidense.

"No teníamos experiencia alguna con ese tipo de guerra", admite Westmoreland. "Estábamos aprendiendo. Así que algunas de nuestras políticas funcionaban por ensayo y error".

En agosto de 1964, el destructor Maddox, patrullando el Golfo de Tonkín, intercambió disparos con lanchas torpederas de Vietnam del Norte.

"El presidente ha pedido que se duplique la cantidad de destructores y que haya una patrulla de combate aéreo disponible las 24 horas del día", comunicaba McNamara. "Además, creo que saben que ha dado instrucciones para que, si se producen nuevos ataques contra buques en aguas internacionales, tomemos medidas para destruir al atacante".

Dos días después, el capitán del barco creyó que volvían a atacarlo. Uno de los pilotos no estaba tan seguro.

"Yo estuve allí, sobrevolando a los destructores durante más de una hora y media", afirma el subalmirante James Stockdale, uno de los pilotos en Tonkín . "Estaba a menos de 300 metros y observaba todos sus movimientos. Con las luces apagados escuché hablar por radio, el Maddox y el Joy. Parece que tenían blancos intermitentes en el radar. Me propuse llegar al lugar donde creían que estaba el barco para hundirlo si ellos no lo lograban. Pero fue inútil. Me acerqué, pero no había nada allí".

Haciendo caso omiso de los hechos, el Pentágono insistió en que se había producido un segundo ataque.

El 5 de agosto de 1964 McNamara anunciaba: "Como represalia por este ataque gratuito en alta mar, nuestras fuerzas le han dado a las bases utilizadas por las embarcaciones patrulla de los norvietnamitas".

Johnson utilizó el incidente para presionar al Congreso de Estados Unidos a aprobar la resolución del Golfo de Tonkín. Esta le daba al presidente la autoridad para participar en la guerra de Vietnam.

En Vietnam del Sur, el Viet Cong intensificaba sus actividades. Ya contaba con 170.000 hombres y mujeres, con la capacidad de trasladarse y actuar en todo el país.

Realizaron varios ataques en el centro mismo de Saigón.

"La gente contraatacaba", dice Tran Bach Dang, del Frente de Liberación Nacional en Saigón. "Establecíamos nuestros contactos y los guiábamos. Había un amplio movimiento de protestas de estudiantes e intelectuales, tanto católicos como budistas. Cuando vieron que nuestros métodos eran eficaces, se unían a nosotros".

Saigón en crisis

Saigón se sumergió en una crisis constante. La composición del gabinete de ministros cambiaba con frecuencia, a medida que se sucedían regímenes cada vez menos populares y más corruptos.

Johnson estaba exasperado. Jack Valenti, su asesor, recuerda cómo se enteró el presidente del nuevo golpe de estado. "En una reunión, recibió la noticia de que se había producido otro golpe de estado en Vietnam y que otro general había tomado el poder", cuenta Valenti. "Frustrado, dijo: ‘¡Demonios! Estoy harto de estos malditos golpes en Vietnam. Esto se tiene que acabar’".

Johnson estaba en plena campaña para las elecciones de 1964. Su tema central era la gran sociedad que pretendía construir. Sin embargo, el comunismo y la Guerra Fría seguían ocupando un papel preponderante en sus planes. Exageró los temores de la Guerra Fría en sus anuncios proselitistas, describiendo a su adversario republicano como un belicista:

"Tenemos dos opciones: construir un mundo en el que todos los hijos de Dios puedan vivir o sumergirnos en la oscuridad. Si no amamos al prójimo, moriremos", dijo Johnson.

En las elecciones del 3 de noviembre, Johnson venció por una avalancha de votos.

Vietnam del Norte era una sociedad rural casi desprovista de industria. Ho Chi Minh solicitó asistencia a China y la Unión Soviética.

En febrero de 1965, Hanoi le dio una cálida bienvenida al premier soviético Alexei Kosygin, quien prometió enviar más apoyo militar a Vietnam del Norte.

"Solíamos decir: ‘Cuando se reunifique Vietnam, será un excelente ejemplo para los demás países del sudeste de Asia’", señala Igor Ognietev, asesor soviético en Vietnam. "Todo esto se enmarcaba en una lucha ideológica: la Guerra Fría. El tema de discusión era cuál de los sistemas de gobierno duraría, cuál era más progresista. La gente decía que Vietnam era un buen ejemplo".

Durante la visita de Kosygin a Hanoi, el Vietcong atacó la base aérea de Pleiku. Ocho estadounidenses murieron y cien resultaron heridos. Como respuesta, Johnson lanzó una ofensiva aérea contra Vietnam del Norte con el objetivo de impulsar la moral del Sur y de lograr que Ho Chi Minh accediera a negociar. El Norte no reaccionó.

Según McNamara, "cada vez de hacía cada vez más evidente que el presidente Johnson tendría que elegir entre perder Vietnam del Sur e intentar salvarlo mandando tropas estadounidenses para hacerse cargo de la mayor parte de la misión de combate".

Llegan los estadounidenses

Los primeros efectivos estadounidenses llegaron a Da Nang en marzo de 1965.

"Recuerdo que, al salir de Okinawa, uno de los líderes de nuestro pelotón dijo: ¡Vámonos a Vietnam!", dice Philip Caputo, entonces en la Marina estadounidense. "Todos queríamos emprender viaje, hacer algo más que ejercicios militares. No sé si alguien habrá dicho esto antes, pero sentíamos que, por ser infantes de la marina estadounidense, nuestra mera presencia aterrorizaría tanto al enemigo que se rendiría".

Estados Unidos embarcaba en la guerra más larga de su historia. Tres semanas después del desembarco de los infantes de marina, el Frente de Liberación Nacional puso una bomba en la embajada de Estados Unidos en Saigón.

Johnson pensó que China había ordenado los atentados.

El presidente ofrecía a los estadounidenses su interpretación culpando a China de los hechos el 13 de mayo de 1965: "Su blanco no es sólo Vietnam del Sur, sino toda Asia. Su objetivo no es la realización del nacionalismo vietnamita, sino corroer y desacreditar la capacidad de Estados Unidos de evitar que China domine todo el continente asiático".

En realidad, en ese entonces, China estaba proporcionando menos ayuda que la Unión Soviética. Si bien tenían pocos aviones, los pilotos norvietnamitas se entrenaban en la Unión Soviética.

"Nuestra postura era clara: Vietnam estaba defendiendo su independencia", sostiene Ognietev. "Estaba luchando contra los estadounidenses y, por lo tanto, teníamos que ayudarlos. Debo agregar que, en la Unión Soviética, esta opinión contaba con pleno apoyo".

En Vietnam del Sur la situación empeoró a medida que continuaban los ataques de los guerrilleros.

En junio, fue destruido un puesto militar en Dong Suay. Un regimiento de élite de Vietnam del Sur quedó diezmado y se produjeron muchas bajas civiles.

McNamara viajó de nuevo a Vietnam para reevaluar la guerra.

Quería obtener datos estadísticos para poder sostener decisiones.

"El señor McNamara no permitió que el general vietnamita le hiciera ninguna pregunta", mantiene el diplomático sudvietnamita Bui Diem. "Se limitó a bombardearlo con preguntas sobre estadísticas y se puso a anotar las respuestas en su bloc amarillo. Al terminar, se levantó y se fue. No le interesaba mucho la opinión de los vietnamitas".

Comienza la intervención

Ahora, Lyndon Johnson estaba convencido de que Vietnam del Sur perdería si no intervenía un ejército estadounidense. Y así lo decidió:

"Hoy ordené enviar a Vietnam la División Aérea Móvil, así como otros efectivos que incrementarán nuestra capacidad de combate casi inmediatamente de 75.000 a 125.000 hombres. Más adelante, serán necesarias más tropas, que serán enviadas cuando lo soliciten".

La de Vietnam fue una guerra transmitida por televisión. Morley Safer, el corresponsal enviado por la cadena CBS, habló con los soldados ante la cámara el 5 de agosto de 1965.

"Hablemos con estos chicos", decía entonces Safer. "Así es la guerra en Vietnam. Sufren los ancianos y los niños. Los infantes de marina han destruido la choza de esta pareja de ancianos porque hubo disparos desde allí".

Y mostrando imágenes de un pueblo vietnamita informaba de que "ciento cincuenta casas fueron totalmente destruidas en represalia por una ráfaga. En Vietnam, al igual que en el resto de Asia, el hogar lo es todo. Este hombre vive con su familia en la tierra de sus ancestros. Sus padres están enterrados cerca de aquí. Sus espíritus son parte de su propiedad. Si había Viet Cong aquí, ya se habrían ido. Pero las mujeres y los ancianos que sobrevivieron jamás olvidarán esta tarde de agosto".

El Vietcong seguía combatiendo. Como reacción al aumento de la presencia militar estadounidense, Hanoi se estaba preparando para enviar miles de norvietnamitas al Sur.

Westmorland temía que Vietnam del Sur fuera dividido en dos.

En el valle de Ia Drang, los dos ejércitos se enfrentaron en la primera batalla importante de la guerra.

"La batalla del valle de Ia Drang fue nuestra primera gran victoria", señala el general Giap. "Concluimos que podíamos luchar contra los estadounidenses y vencer. Lo esencial era obligar a los estadounidenses a combatir como nosotros queríamos: cuerpo a cuerpo".

Si bien Estados Unidos venció a Vietnam del Norte en Ia Drang, hubo muchas bajas. En la batalla, murieron 2.000 soldados norvietnamitas y 300 infantes de un cuerpo de élite de Estados Unidos.

"No se podía comparar la actitud del enemigo con la que habríamos tenido nosotros en las mismas circunstancias", dice el general Westmoreland. "Estaba dispuesto y en condiciones de pagar un precio mucho más alto que nosotros, los caucásicos".

"En mi compañía, el número de bajas fue relativamente reducido", indica el teniente general de Estados Unidos George Forrest . "Tuvimos 17 muertos y unos 43 heridos. La unidad quedó prácticamente imposibilitada de combatir a causa de las bajas. Pero, afortunadamente, logramos sobrevivir a esa batalla".

El Vietcong no se detiene

Los efectivos estadounidenses habían viajado a Vietnam del Sur para luchar contra el comunismo. Sin embargo, al llegar, sintieron la hostilidad de aquellos a quienes pensaban que estaban ayudando.

A las tropas estadounidenses se les hizo imposible distinguir entre los vietnamitas a los amigos de los enemigos.

"¿Cómo se distingue a un civil de un miembro del Vietcong?", dice Caputo. "Claro, en que le disparan a uno o llevan armas. Pero, ¿qué se hace cuando, después de un tiroteo, uno encuentra cadáveres pero ningún arma? Nos decían que, si estaban muertos y eran vietnamitas, eran del Vietcong. Lo dijeron con esas palabras".

"Salíamos, tomábamos un territorio durante el día y luego lo volvíamos a entregar. Bueno, tal vez ‘entregar' no sea la palabra indicada, pero renunciábamos al territorio porque los helicópteros iban a buscarnos por la noche para regresar a nuestras bases", recuerda el teniente coronel Forrest.

En lugar de conquistar territorio, los estadounidenses utilizaban su capacidad de movilización para misiones de reconocimiento y destrucción.

En lugar de salvar a Vietnam del Sur, la campaña militar lo estaba devastando.

El Vietcong no se detenía.

"A las 8 de la mañana del 23 de marzo, les dimos", apunta Tong Viet Duong, del Frente de Liberación Nacional. "Nuestra artillería destruyó sus aviones. Matamos a algunos guardias y también al oficial encargado. Nuestro comando atacó también la academia de policía. Matamos a varios alumnos que estaban mirando una película".

Para alentar a los norvietnamitas a negociar, Johnson suspendió la operación de bombardeos escalonados. Luego la reanudó. Sin embargo, su táctica fracasó.

El denominado "Sendero de Ho Chi Minh" era el principal camino por el que los comunistas transportaban sus provisiones. Era una red de senderos que conectaban el Norte con el Sur a través de las selvas de Vietnam, Laos y Camboya.

"El enemigo supuso que no nos atreveríamos a conducir durante el día", dice el conductor del sendero, Do Cong Ty. En realidad, lo hacíamos tanto de día como de noche. Teníamos que cambiar nuestra táctica constantemente para adelantarnos al enemigo. Su plan de ataque de las líneas de comunicación era malintencionado y cambiaba con frecuencia. Sin embargo, fuimos más hábiles que ellos".

"Una noche contamos 14 disparos de cañón que iluminaron el cielo, tiñéndolo de rojo por las explosiones", recuerda Kim Nuoc Quang, otro conductor del sendero. "Fue como una noche de fuegos artificiales en Hanoi. Pasábamos por tiroteos y humo".

Rusia y China

El ruta se adentraba en el territorio de Laos y Camboya, países supuestamente neutrales que sufrieron intensos bombardeos de Estados Unidos.

"Durante varios años, el enemigo utilizó sin limitaciones la zona fronteriza con Camboya y Laos", señala el general Westmoreland. "Pero, a causa de la política de mi gobierno, no podíamos librar una guerra oficial ni movilizar tropas abiertamente hacia esos países".

Según McNamara, "una vez, los jefes del estado mayor conjunto recomendaron que las fuerzas estadounidenses intervinieran en Vietnam del Norte y reconocieron que esa medida podría provocar una reacción militar de China o la Unión Soviética. ‘En ese caso’, dijeron, ‘podrían tener que pensar en utilizar armas nucleares’".

"Al presidente le preocupaban China y Rusia. No estaba seguro...", mantiene Valenti. "En Corea nadie se imaginaba que los chinos cruzarían el río Ya-Lu con un millón de efectivos. Nos sorprendieron. Recuerdo que, siempre que los militares sugerían enviar aviones para bombardear Haiphong, el presidente Johnson decía: ‘¡Más vale que no! Algún piloto podría dejar caer una bomba en una chimenea rusa y tendré que enfrentar una Tercera Guerra Mundial".

La asistencia prestada por la Unión Soviética a Vietnam del Norte se vio afectada por las tensiones entre la Unión Soviética y China.

"Los chinos exigieron que entregáramos todos los equipos militares para Vietnam en la frontera de la URSS con China, de manera que China los entregaría a los vietnamitas", dice Fyodor Mochulski, embajador adjunto en China . "Más adelante, nos enteramos de que los chinos no estaban entregando todos lo que equipos recibían, sino que se quedaban con algunos".

"Me sorprendió que se nos permitiera enviar los misiles antiaéreos más modernos a Egipto, un país capitalista, pero no a Vietnam. Nuestros comandantes explicaban que podían caer en manos de los chinos", explica Igor Yershov, asesor militar soviético en Vietnam.

Además de enviar misiles a Vietnam del Norte, Moscú nombró más de mil asesores militares para crear un sistema de defensa antiaérea contra Estados Unidos.

"Cuando entraron en nuestra zona de ataque, vimos seis aviones en la pantalla", recuerda Yershov. "Con el primer misil, derribamos uno de ellos. Luego lanzamos un segundo misil y otro avión lo alcanzó en el aire. Ninguno de los pilotos sobrevivió".

Protestas en EE.UU.

Cada año, Estados Unidos sufría más bajas.

"Yo entraba al dormitorio del presidente a las 7 de la mañana", dice Valenti. "Todas las mañanas hablaba por teléfono y, como había 12 horas de diferencia, le informaban de las bajas del día anterior. Decían: ‘Sr. Presidente, ayer perdimos 18 hombres. Sr. Presidente, perdimos 160 hombres, tuvimos 400 bajas’. Día tras día tras día".

A principios de 1967, Estados Unidos utilizó aviones B-52 para bombardear las bases comunistas cerca de la capital de Vietnam del Sur, Saigón. Buscaban eliminar al Vietcong de esa zona.

La violencia y la aparente futilidad de la guerra dieron lugar a protestas en Estados Unidos.

En un discurso de abril de 1967, el reverendo Martin Luther King Jr., transmitía su desilusión: "Esta confusa guerra ha distorsionado el destino de nuestro país. A pesar de las débiles voces que afirman lo contrario, las promesas de construir una gran sociedad han sido abatidas en los campos de batalla de Vietnam. La participación en esta guerra ampliada ha limitado los programas de bienestar social, de manera que los pobres, tanto blancos como negros, son los más perjudicados tanto en el frente de guerra como a nivel nacional".

Desesperado por presionar más a Hanoi, en agosto, Johnson extendió el área de bombardeo en Vietnam del Norte hasta una zona a 16 kilómetros de la frontera con China.

"Primero, quisiera aclarar que, con estos ataques aéreos, no pretendemos amenazar a la China comunista y, de hecho, los bombardeos no representan amenaza alguna para ese país", explicó el presidente Johnson. "Creemos que Pekín sabe que Estados Unidos no desea ampliar la guerra de Vietnam".

En Estados Unidos, el movimiento de oposición a la guerra debilitó a Johnson.

"Adelante madres de todo el país. Envíen a sus hijos a Vietnam. Adelante padres, no vacilen. Envíen a sus hijos antes que sea tarde. Sean los primeros del barrio en ver muertos a sus muchachos", era la letra de una de las composiciones del cantante "Country Joe" McDonald. "Y ¿por qué estamos luchando? Yo qué sé. A mí no me importa. Vamos a Vietnam. Y luego, todos al cielo. Es cierto, ¿para qué hacer preguntas, si nos vamos a morir y punto?"

"Al encender el televisor y ver las protestas en las calles, nuestros soldados comenzaron a pensar: ‘¿Por qué estoy luchando aquí cuando toda esa gente dice que no estamos haciendo lo correcto?", sostiene Forrest.

En público, Johnson expresaba optimismo y apoyo al General Westmoreland y sus tropas:

El 23 de diciembre de 1967, el presidente Johnson decía: "El enemigo no ha sido vencido, pero sabe que se está enfrentando a un rival superior en el campo de batalla. Está intentando ganar tiempo, esperando que la voluntad de nuestro país sea inferior a la suya".

El Norte prepara una ofensiva

En 1968, en los campos y ríos, los comunistas estaban preparándose para lanzar ataques coordinados en todo Vietnam del Sur.

Transportaron armas, municiones y suministros al Sur para una ofensiva que se realizaría el día que los vietnamitas celebran el año nuevo, el Tet. Los comunistas esperaban desencadenar una rebelión en todo el país.

De acuerdo con Tong Viet Duong, "los taxis entraban a Saigón cargados de crisantemos para la feria del Tet. Ocultos debajo de las flores, había rifles AK-47. El pueblo apoyaba la revolución. Nos ayudaron. Logramos franquear el sistema de seguridad de la ciudad. Nos cambiamos de ropa y obtuvimos documentos de identidad falsos. Los habitantes de Saigón nos escondieron en sus casas".

"Yo no quería que el enemigo supiera que yo estaba enterado de lo que iba a ocurrir", explica Westmoreland. "Yo lo sabía. Me equivoqué al no informar al público estadounidense porque, para ellos, fue una sorpresa".

Sin embargo, ni Westmoreland ni el público estadounidense podían anticipar la magnitud de la ofensiva de Tet. Vieron por televisión como sus aliados de Vietnam del Sur se enfrentaban al Vietcong en las calles de Saigón. Más aún, vieron el ingreso de guerrilleros a la embajada de Estados Unidos.

"Integrantes de la CIA y de las Fuerzas Armadas han entrado a la embajada para sacar a los francotiradores", narraba Howard Tuckner, corresponsal de la cadena NBC.

Durante la ofensiva de Tet, algunos políticos estadounidenses comenzaron a criticar al presidente.

El senador Robert Kennedy, pronunció las siguientes palabras el 7 de febrero de 1968: "Se dice que el Vietcong no logrará mantener el control de las ciudades, algo que probablemente sea cierto. Sin embargo, han demostrado que, a pesar de todos nuestros informes sobre el progreso que hemos logrado, la fuerza del gobierno y la debilidad del enemigo, medio millón de soldados estadounidenses con 700.000 aliados vietnamitas, con control total del espacio aéreo, control total del mar, y con impresionantes recursos y las armas más modernas, no logran proteger ni una ciudad de los ataques de un enemigo cuyos efectivos ascienden a sólo 250.000".

La batalla más encarnizada fue la que se libró para reconquistar la ciudad histórica de Hue.

Los soldados en el frente

Los estadounidenses podían ver desde sus hogares esta conversación entre un reportero y unos soldados:

El periodista le preguntaba a un soldado antes las cámaras: "¿Cuánto tiempo cree que les tomará recorrer la ciudad?"

"Pasaremos varias semanas aquí", respondía el soldado. "Tendremos que limpiarla. Demoraremos un poco en salir de aquí".

"¿Han perdido algún amigo?"

"Varios", explicaba otro soldado. "Perdimos uno el otro día. Era muy amigo mío. Esto es una verdadera porquería".

Cuando finalmente reconquistaron Hue, los estadounidenses descubrieron que miles de civiles habían sido asesinados por los comunistas. Tet fue una gran derrota para el Vietcong. No había logrado su objetivo principal: provocar un levantamiento a nivel nacional.

No obstante, Johnson había quedado sumamente sorprendido por la intensidad

de la ofensiva. Decepcionado, el secretario de defensa McNamara dimitió. Johnson lo reemplazó por Clark Clifford.

"Yo hacía preguntas tales como cuándo terminaría la guerra", recuerda Clifford. "Me contestaron que no sabían. ‘¿Cuántos hombres más creen que perderemos?’. ‘No sabemos’, contestaron. Al final, fui al grano: ‘¿Qué plan tenemos para ganar la guerra en Vietnam?’ Resulta que no había plan. Pretendían seguir luchando con la esperanza de que, finalmente, el enemigo se rindiera".

Johnson se convenció de que sería imposible ganar la guerra en el campo de batalla, de manera que debería negociar.

"Hago de nuevo la oferta que hice en agosto de poner fin al bombardeo de Vietnam del Norte", dijo Johnson. "Pedimos que las conversaciones comiencen pronto, que sean conversaciones serias sobre un acuerdo de paz concreto".

Las palabras que siguieron a este anuncio sorprendieron al mundo:

"No buscaré y no aceptaré la nominación de mi partido como candidato para un nuevo mandato presidencial".

Negociaciones de paz

En mayo de 1968, comenzaron las negociaciones de paz en París. Pero pronto se estancaron. Los comunistas exigían gobernar un Vietnam unificado. Pero Estados Unidos no estaba dispuesto a renunciar a su apoyo a Vietnam del Sur.

Mientras seguían las difíciles negociaciones, los republicanos lanzaban su campaña presidencial.

En público, Richard Nixon apoyaba los esfuerzos de Johnson para lograr la paz:

"He dicho reiteradamente que, en este momento, el presidente de Estados Unidos tiene la responsabilidad y está intentando negociar en París un final digno para la guerra. Por lo tanto, debemos darles todas las oportunidades posibles para ponerle fin a la guerra antes de las próximas elecciones y antes de que termine su mandato. He dicho también que ningún candidato a la presidencia, principalmente yo, hará declaraciones que dificulten su labor y eliminen las posibilidades de poner fin a la guerra".

En realidad, el equipo encargado de la campaña de Nixon estaba llevando a cabo conversaciones secretas con el gobierno de Vietnam del Sur.

"Yo estaba en comunicación con los republicanos, con el equipo del señor Nixon", asegura Bui Diem. "Y los republicanos nos instaron a no ceder".

Según Valenti, "lo peor de todo, al menos para Lyndon Johnson, fue darse cuenta de que las negociaciones se habían estancado. Y me consta que se enteró, poco antes de las elecciones del 68, de que Nixon o uno de los emisarios de Nixon les estaba diciendo a los sudvietnamitas que no firmaran ningún acuerdo, que obtendrían condiciones mejores con Nixon".

A Estados Unidos le esperaba todavía 4 años de guerra, en el territorio de Vietnam.
¡VICTORIA DE VIETNAM!
El imperio es derrotado... [NH]
LATERAL 1 - ENFOQUE: Dien Bien Phu - La batalla de 1954 que cambió la historia de Vietnam/Por Bruce Kennedy, CNN Interactive
Para muchos especialistas en asuntos militares es una de las grandes batallas del siglo XX, y un momento definitorio en la historia del sudeste asiático. Y sin embargo, la batalla de Dien Bien Phu pocas veces recibe algo más que una mención al pasar en la mayoría de los textos de historia.

Después de la segunda guerra, Francia pudo restablecer su gobierno colonial en lo que entonces se conocía como Indochina. Para 1946, un movimiento independentista vietnamita, encabezado por el comunista Ho Chi Minh, combatía con las tropas francesas por el control del norte de Vietnam. El Viet Minh, como se llamaba a los insurgentes, usaba tácticas guerrilleras que los franceses encontraban difíciles de responder.

Hacia fines de 1953, mientras ambas partes se aprestaban a iniciar conversaciones de paz en la guerra de Indochina, los comandantes militares franceses escogieron Dien Bien Phu, una aldea del noroeste de Vietnam cerca de las fronteras de Laos y China, como escenario para entablar batalla con el Viet Minh.

"Fue un intento de cortarle la retaguardia al enemigo, de interrumpir el flujo de provisiones y refuerzos, de establecer un reducto a espaldas del enemigo y romper sus filas", dice Douglas Johnson, profesor investigador del Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército estadounidense. "Así se podía atraer al enemigo a una celada mortal. Definitivamente, algo de eso era lo que se pensaba".

Con la esperanza de arrastrar a los guerrilleros de Ho Chi Minh a una batalla convencional, los franceses comenzaron a instalar una guarnición en Dien Bien Phu. El baluarte fue ubicado al fondo de un valle fluvial de dos kilómetros de largo con forma de tazón. La mayoría de las tropas y los pertrechos franceses ingresaron a Dien Bien Phu por aire, sea aterrizando en la pista del fuerte o arrojados en paracaídas.

La guarnición principal de Dien Bien Phu también iba a estar reforzada mediante una serie de nidos de artillería, bastiones en las colinas cercanas capaces de abrir fuego contra un atacante. Los bastiones recibieron nombres de mujer, supuestamente de las amantes del comandante francés, general Christian de Castries. Los franceses suponían que cualquier asalto contra sus bien fortificadas posiciones fracasaría o sería desbaratado por su artillería.

Para marzo de 1954, el tamaño de la guarnición francesa en Dien Bien Phu había crecido hasta entre 13.000 y 16.000 soldados. Un 70 por ciento de esa fuerza estaba compuesto por miembros de la Legión Extranjera --soldados de las colonias francesas en el norte de Africa-- y vietnamitas leales.

Guerrilleros del Viet Minh y tropas del Ejército Popular de Vietnam rodearon Dien Bien Phu mientras los franceses reforzaban su guarnición. El ataque que lanzaron el 13 de marzo demostró casi de inmediato cuán vulnerables y deficientes eran las defensas francesas.

Las posiciones de artillería que rodeaban Dien Bien Phu fueron dominadas a los pocos días del ataque inicial. Y la parte principal de la guarnición no podía salir de su asombro al encontrarse sometida a un intenso y lacerante fuego de artillería desde las colinas que la rodeaban. En una impresionante hazaña logística, el Viet Minh había arrastrado numerosas piezas de artillería colina arriba por entre espesos bosques que los franceses habían descartado como infranqueables.

El comandante de la artillería francesa, desesperado al no poder responder el fuego de las bien defendidas y bien camufladas baterías del Viet Minh, fue a su refugio y se mató.

El intenso cañoneo del Viet Minh también anuló la pista de aterrizaje de Dien Bien Phu. Los intentos de los franceses de reabastecer y reforzar la guarnición mediante paracaídas se vieron frustrados al encontrarse los pilotos que intentaban sobrevolar la zona con las ráfagas de las baterías antiaéreas. Fue durante ese intento de reabastecimiento cuando dos pilotos civiles, James McGovern y Wallace Buford, se convirtieron en los primeros norteamericanos muertos en combate en Vietnam.

Los aviones de abastecimiento se vieron obligados a volar a mayor altura, y sus lanzamientos en paracaídas se volvieron menos precisos. Buena parte de lo que iba destinado a las fuerzas francesas --incluyendo alimentos, municiones y, en un caso, información esencial de inteligencia-- caía en cambio en territorio del Viet Minh. Entretanto, el Viet Minh iba reduciendo sostenidamente el área controlada por los franceses, aplicando lo que su comandante, el general Vo Nguyen Giap, describía como "una táctica combinada de desgaste paulatino y ataques en gran escala".

Las condiciones de vida en Dien Bien Phu --aislado del mundo exterior, bajo fuego constante, e inundado por las lluvias monzónicas-- se tornaron inhumanas. Las bajas se amontonaban en el hospital de la guarnición.

Dien Bien Phu cayó en manos del Viet Minh el 7 de mayo. Por lo menos 2.200 efectivos de las fuerzas francesas murieron durante el asedio, y otros miles fueron tomados prisioneros. Entre los aproximadamente 50.000 vietnamitas que habían sitiado la guarnición hubo unas 23.000 bajas, incluyendo unos 8.000 muertos.

La caída de Dien Bien Phu estremeció a Francia y selló el fin de la Indochina francesa.

"El primer recuerdo que tengo de hablar de asuntos internacionales con mi padre es la caída de Dien Bien Phu", dijo Anil Malhotra, funcionario indio del Banco Mundial, en una reciente entrevista. "Fue un motivo de gran orgullo en el mundo en desarrollo. Una pequeña nación asiática había derrotado a una potencia colonial, de manera convincente. Cambió la historia".

Tras la retirada francesa, Vietnam quedó oficialmente dividido entre un Norte comunista y un Sur no comunista, creando el escenario para la intervención norteamericana.

En 1963, mientras Washington se comprometía cada vez más en Vietnam, el primer ministro soviético Nikita Jruschov hizo una reveladora observación a un funcionario norteamericano.

"Si quieren, vayan y peleen en las selvas de Vietnam", dijo Jruschov. "Los franceses lucharon allí siete años y al final tuvieron que irse. Tal vez los norteamericanos puedan aguantar un poco más, pero al final van a tener que irse también".
LATERAL 2 - CULTURA: Rock Atómico: Desfile de éxitos de la Guerra Fría/Por David Browne
En el verano boreal de 1983, Alemania invadió los Estados Unidos… a través de sus ondas radiales. "99 Luftballons", tema de una desconocida banda popular berlinesa llamada Nena, comenzó a ganar atención y espacio en las emisoras norteamericanas. Con su melodía de calesita acelerada y su ritmo mecánico, "99 Luftballons" se instaló cómodamente en la radio junto a los restantes éxitos populares de la época; la letra, cantada en alemán, reforzaba su atractivo.

Al poco tiempo, la banda presentó una segunda versión del tema, esta vez en inglés. "99 Red Balloons", como ahora se llamaba, resultó ser una canción de protesta. La letra cuenta que un niño y una niña sueltan inocentemente un montón de globos al aire; confundidos por estos objetos voladores, los gobiernos internacionales entran en pánico, desencadenando un holocausto nuclear. "Ya todo se acabó y estoy aquí parado / sobre el polvo de lo que fue una ciudad", se lamentaba el vocalista principal de la banda.

Aunque muchos pasadiscos y radioescuchas se sintieron sorprendidos, no tenían razones para ello. Cuando se trataba de alimentar las andanadas verbales del rock, Vietnam figuraba en primer plano, pero las angustias más generales de la Guerra Fría ya se habían ido infiltrando en el rock and roll años antes de que la mayoría de los compositores oyeran la palabra "Camboya", y persistirían todavía más. Durante décadas, la idea de ser reducido a cenizas por la bomba atómica estuvo en la cabeza de dos generaciones de astros del rock, tal vez porque les podía caer en la cabeza.

Naturalmente, los primeros signos de angustia atómica aparecieron en la música popular a comienzos de los años 60; los mismos chicos de la década del 50 que habían crecido entre simulacros de ataques nucleares eran ahora los cantautores del folk y del rock. De las muchas canciones temáticas de Bob Dylan, una de las más evocativas fue la balada "A Hard Rain's A-Gonna Fall" (Se viene una lluvia dura, 1963), una espera resignada de la muerte inspirada en la crisis de los misiles cubanos. Su colega Phil Ochs, quien a menudo extraía los temas de sus canciones de los títulos de los diarios, relató el hundimiento de un submarino nuclear en "The Thresher" (La trilladora, 1964). (Ochs volvería a tocar el tema en "The Scorpion Departs But Never Returns" (El escorpión parte pero nunca regresa), sobre otro accidente con un submarino nuclear).

"Eve of Destruction" (Vísperas de la destrucción) de Barry McGuire, una espesa muestra de apocalipsis comercial, llegó al número 1 en 1965. "No Man Can Find The War" (Nadie puede encontrar la guerra, 1967) de Tim Buckley empezaba con el sonido de una explosión atómica; Creedence Clearwater Revival ("It Came Out of the Sky", Cayó del cielo) y Jimi Hendrix ("1983") también se ocuparon de una guerra potencialmente más vasta que la del sudeste asiático.
LATERAL 3 - ENTONCES Y AHORA: Del Golfo de Tonkin al Golfo Pérsico - Un veterano corresponsal de la AP reflexiona sobre cómo ha cambiado la cobertura de una guerra/Por Richard Pyle
Desde aquel día de principios de 1963 cuando un almirante estadounidense en Saigón fustigó a un periodista norteamericano por no ser parte "del equipo", las relaciones entre los oficiales que conducían la guerra de Vietnam y los periodistas que la cubrían siempre fueron tensas.

En aquellos lejanos días, la prensa no era particularmente crítica de la intervención estadounidense en el pequeño país del sudeste asiático, pero comenzaba a cuestionar los métodos… y a dudar de mucho de lo que los dirigentes estadounidenses insistían era cierto.

Una y otra vez, las afirmaciones oficiales de "progresos" en el campo de batalla resultaban ser huecas; el "recuento de cadáveres" se convirtió en una metáfora de las exageradas pretensiones de victoria.

Esa "brecha de credibilidad" se convirtió en un rasgo característico de la guerra de Vietnam. Y fue adquiriendo nuevos significados en la Ofensiva del Tet lanzada por los comunistas a comienzos de 1968, en las posteriores invasiones de Camboya y Laos, hasta mayo de 1975, cuando los tanques norvietnamitas finalmente derribaron los portones del palacio presidencial de Vietnam del Sur, y los helicópteros izaron a los últimos evacuados desesperados de los techos de la embajada estadounidense.

Decepcionados por la primera guerra perdida de su historia, azotados por la baja moral y una miríada de otros problemas, los estamentos militares estadounidenses empezaron a indagar las razones. Muchos oficiales acusaron a la prensa de haber socavado la causa al subrayar los aspectos negativos e incluso alentar un triunfo comunista.

Si bien la prensa cometió errores y tuvo sus excesos, tales alegatos eran esencialmente infundados. La llamada "guerra de la sala de estar" de la televisión se perdió realmente por las malas decisiones políticas y la incapacidad del régimen de Saigón, aun con el apoyo de los Estados Unidos, para equiparar la resolución de las fuerzas comunistas que buscaban derrocarlo.

Los "embargos" de Vietnam

Históricamente, los militares estadounidenses han seguido una política de información pública que se inclina más a revelar que a ocultar, pero que se adapta a las necesidades de cada conflicto en particular. En la segunda guerra, los líderes aplicados aplicaban una estricta censura por obvias razones de seguridad militar. La censura fue nuevamente impuesta en Corea, aunque con menos eficacia porque los periodistas no estaban sometidos a ella fuera de la zona de guerra.

Algunos altos funcionarios, incluido el presidente Lyndon Johnson, abogaban por la censura en Vietnam. La idea fue considerada reiteradamente --por lo menos tres veces sólo en 1965-- y en todos los casos terminó siendo descartada como impráctica, contraproducente incluso. Aunque frustrados por las descontroladas revelaciones informativas, los funcionarios admitían que no había manera de controlar a una dotación periodística internacional de varios centenares de personas provenientes de decenas de países.

Y sin embargo, la seguridad operativa debía ser protegida al máximo posible. La respuesta fue un sistema basado en el honor, según el cual los militares estadounidenses y sudvietnamitas informaban a los periodistas con "embargos" que se levantaban al sonar los primeros disparos. Los violadores corrían el riesgo de perder sus credenciales de prensa, y hubo efectivamente violaciones, aunque fueron muy raras y por lo general de escasa importancia. Los periodistas responsables admitían que la seguridad era una preocupación válida, que no merecía violarse por conseguir un titular barato.

En realidad, la cuestión misma de la seguridad en Vietnam era harto discutible. Hanoi tenía agentes y simpatizantes en posiciones clave de la sociedad sudvietnamita, incluidos los militares y también --como se reveló dramáticamente tras la caída de Saigón-- los periodistas. Cuando las fuerzas de Saigón invadieron Laos a comienzos de 1971, el enemigo ya conocía todo el plan, hasta el detalle de qué colinas iban a ser usadas como bases de artillería y helicópteros. La información provino de documentos oficiales sudvietnamitas, no de artículos periodísticos.

"El entremés de las cinco"

La base de la cobertura de la guerra de Vietnam pasaba por el famoso --o infame-- "entremés de las cinco", la reunión informativa diaria en la que los funcionarios militares suministraban gacetillas y relatos verbales de la actividad en el campo de batalla y en el aire. Esas reuniones eran muy ridiculizadas, y había muchas críticas válidas. Pero entre los periodistas más quejosos estaban aquéllos que pocas veces, o nunca, se asomaban al campo de batalla.

Pese a todas sus fallas, el entremés no era el paquete de mentiras que algunos críticos sugirieron. Los mejores periodistas y organizaciones noticiosas reconocían el valor de una versión oficial y pública de los acontecimientos para cotejarla con información obtenida en el terreno por periodistas y otras fuentes.

Si bien era importante obtener la versión oficial, no había sustituto para la cobertura directa, y siempre había periodistas y fotógrafos en el campo de batalla. Recorríamos los caminos hasta que la soledad nos aconsejaba no seguir adelante. Marchábamos y sudábamos con la tropa y los infantes de marina, hacíamos estremecedores asaltos en helicóptero contra zonas de aterrizaje, nos encogíamos detrás de los diques de los arrozales mientras las balas estallaban por sobre nuestras cabezas. Esperábamos largas horas en aisladas pistas de helicópteros, veíamos las bombas de los B-52 florecer en gigantescos ramos marrones, aprendíamos los trucos culinarios de una dieta a base de raciones de guerra, entrevistábamos a generales, tenientes, sargentos y soldados en su habitat natural, donde la verdad al menos era a prueba de balas.

Oficiales y soldados acogían bien a los periodistas en el campo de batalla: querían que la gente que había quedado en casa supiera lo que estaban haciendo y soportando, y reconocían nuestra disposición a compartir sus riesgos para poder contar su historia. Unos 75 periodistas, fotógrafos y camarógrafos murieron cubriendo la Indochina entre 1962 y 1975.

Poco que decir de la guerra del Golfo

Avance rápido hasta 1991, año de la guerra del golfo Pérsico. Sólo un puñado de periodistas, incluido quien esto escribe, cubrieron las dos, y de este modo pudieron percibir similaridades y diferencias.

Para esa época, la guerra --y la manera de cubrirla-- había cambiado de manera impresionantes. Además de nuevas armas y conceptos había una prensa nueva. Un influjo masivo de periodistas arribó a Arabia Saudita, muchos de ellos dependiendo por primera vez de comunicaciones instantáneas con computadoras y satélites. Esto revolucionó la manera de recoger y transmitir noticias, tornando más difícil el control del campo de batalla e irrelevantes las viejas reglas de seguridad operativa. Vietnam, por comparación, había sido simple.

Los militares trataron de resolver esos problemas y, esencialmente, fracasaron. Asignados a rígidos "pools" (grupos de periodistas obligados a compartir la información suministrada a uno o algunos de ellos) que limitaban la movilidad e impedían la difusión de las noticias, los periodistas chocaron acaloradamente con los funcionarios militares, acusándolos de censura. Los "apagones" noticiosos temporarios dispuestos en nombre de la seguridad acentuaban las tensiones. Tal vez el fracaso más resonante de la cobertura periodística de la Guerra del Golfo haya sido la asombrosa escasez de películas y fotografías: frente a la vasta envergadura del compromiso aliado hubo muy poco para mostrar que efectivamente se había librado una guerra.

Al final, los funcionarios militares dijeron que las restricciones a la prensa habrían terminado a los pocos días si la lucha hubiese continuado. Fue la misma rapidez de la espada en una "guerra de 100 horas" lo que dejó a la prensa y a los militares insatisfechos, y preguntándose si para cualquier conflicto en el futuro se encontraría una política más satisfactoria.

Richard Pyle es corresponsal de la Associated Press. Cubrió la guerra de Vietnam durante cinco años, la mitad de ellos como jefe de la oficina de la AP en Saigón. Pyle también informó desde Arabia Saudita durante la guerra del Golfo Pérsico en 1991.

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EPISODIO VIII: FLORES, NO FUSILES
***EPISODIO PENDIENTE DE TRANSCRIPCIÓN***

Los años sesentas 1954-1968


En los años 60 Estados Unidos reivindicó su lugar como el principal defensor mundial contra el comunismo. Al final de la década, sin embargo, la nación estaba convulsa por la disidencia, los disturbios, los asesinatos y una guerra cada vez más impopular.

Crece el empleo

La segregación

Martin Luther King

La "Gran Sociedad" de Johnson

Un país dividido

La revolución sexual

El movimiento hippie

Reagan comienza su campaña

Manifestaciones contra la guerra

Los Panteras Negras

Convención en Chicago

Enfrentamientos con la policía
LATERAL 1: Lucha de poder en el Kremlin
Parecía una escena sacada de una película policial. Con la intención de hacerse con el poder, un miembro de una coalición gobernante nunca tomado muy en serio ordena sorpresivamente a sus secuaces que capturen durante una reunión a su principal rival. Pero esta escena fue real… y sucedió en el Kremlin.
LATERAL 2 - ENFOQUE: La mayoría silenciosa
Con esa frase, enunciada durante un discurso por televisión, el presidente Richard Nixon acuñó un término que muchos estadounidenses todavía emplean para definirse políticamente.
LATERAL 3 - REFLEXION: Jruschov sobre Jruschov: Mi padre el reformista
Stalin había muerto y una nueva dirigencia soviética, en la que estaba incluido mi padre, tenía que decidir: ¿Deberían continuar preparándose para la guerra con los Estados Unidos, o tratar de llevar a los norteamericanos hacia la paz?

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La Guerra Fría en gráficas y fotos


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Audio de la Guerra Fría



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