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II.- Leonel Fernández y la sociedad dominicana en un cuento

El mejor ejemplo de cómo actúan el Dr. Fernández y sus seguidores que lo han convertido en deidad, y lo que puede significar, en una sociedad atrasada como la nuestra, el lambonismo y la capacidad de adulación, nos lo proporcionó, por vía de un cuento que encontró en la Internet, el querido amigo y colaborador de este medio, José F. Ramírez...

Acostumbrados a arrastrarse y vivir bajo la humillación y el desprecio, muchos dominicanos han hecho con Leonel Fernández lo mismo que con Balaguer y Trujillo: encumbrarlo en lo más alto del raciocinio y la sabiduría sin que de sus labios salga palabra alguna. El mejor ejemplo de cómo actúan el Dr. Fernández y sus seguidores que lo han convertido en deidad, y lo que puede significar, en una sociedad atrasada como la nuestra, el lambonismo y la capacidad de adulación, nos lo proporcionó, por vía de un cuento que encontró en la Internet, el querido amigo y colaborador de este medio, José F. Ramírez:
Nasreddin, o Nasrudín, es un personaje mítico de la tradición popular sufí, una especie de antihéroe del islam, cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes; se supone que vivió en la Península de Anatolia en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV.
«Nasrudín llega a un pequeño pueblo en el Medio Oriente. Por primera vez estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido para escucharlo. Nasrudín, que no sabía qué decir, improvisó. Entró muy seguro y dijo:
– Supongo que si ustedes están aquí, sabrán qué es lo que tengo para decirles.
La gente dijo:
– No. -¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos. ¡Háblanos!
Nasrudín contestó:
– Si ustedes han venido hasta aquí sin saber qué es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo.
Dijo esto, se levantó y se fue. La gente quedó sorprendida. Todos habían ido a escucharlo y el hombre se iba diciéndoles sólo eso. Pero uno de los presentes dijo en voz alta:
– ¡Qué inteligente!
Y en seguida otro dijo ¡qué inteligente! Y entonces, todos empezaron a repetir:
– ¡Qué inteligente!
Hasta que otro añadió:
– Sí, inteligente, pero breve.
Y otro agregó:
– Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Tiene razón. ¿Cómo venimos aquí sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. ¡Qué iluminación, qué sabiduría! Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia.
Entonces fueron a ver a Nasrudín. La gente había quedado tan asombrada que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.
Nasrudín dijo:
– No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos.
La gente dijo:
– ¡Qué humilde!
Y cuanto más Nasrudín insistía en que no tenía nada para decir, más la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Después de mucho empeño, Nasrudín accedió a dar una segunda conferencia. Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos se habían enterado del éxito de la conferencia del día anterior. Nasrudín se paró frente al público e insistió en su técnica:
– Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido a decirles.
La gente estaba avisada; no se podía ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia, así que todos dijeron:
– Sí, claro, por supuesto que lo sabemos. Por eso hemos venido.
Nasrudín bajó la cabeza y añadió:
– Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir.
Se levantó y se volvió a ir. La gente se quedó estupefacta; aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó:
– ¡Brillante!
Y cuando todos oyeron que alguien había dicho ¡brillante!, el resto comenzó a decir:
– ¡Sí, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer!
– ¡Qué maravilloso!
– ¡Qué espectacular!
– ¡Qué sensacional!
Hasta que alguien dijo:
– Sí, pero muy breve.
– Es cierto –se quejó otro.
Y enseguida se oyó:
– Queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos dé más de su sabiduría!
Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudín para pedirle que diera una tercera conferencia. Nasrudín dijo que no; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, tenía que regresar a su ciudad. La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; y finalmente Nasrudín, temblando, aceptó. Por tercera vez se paró frente al público y les dijo:
– Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido a decirles.
Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría.
– Algunos sí y otros no.
En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudín con la mirada.
Entonces, el maestro respondió:
– En ese caso, los que saben, cuéntenles a los que no saben. Se levantó y se fue...».


Esa es la República Dominicana; ese es Leonel Fernández; esos son los dominicanos. Leonel Fernández, al no negar en sus escuetas entregas lo que Quirino afirma, está reconociendo implícitamente haber recibido el dinero, pero esas multitudes que ovacionaron la "inteligencia" de Nasrudín son las mismas que contradicen al expresidente en sus aseveraciones y necesitan brindarle al "genio" sus mejores loas. Juan Bosch decía que hay cosas que se ven y otras que no se ven, y que, a menudo, las que no se ven son más importantes que las que se ven.

La "sinceridad" de Leonel Fernández es exactamente la misma que la de Nasrudín. La inteligencia de esa multitud que lo aclamó en un pueblo del Medio Oriente es la misma del pueblo dominicano. Leonel Fernández habló. Y lo hizo como nunca: sin dejar lugar a dudas...

Fin...

Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
13 de febrero de 2015