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Completo - Los peligros de comer en el capitalismo

El establecimiento histórico de la sociedad burguesa revolucionó la alimentación tradicional. Ello dio lugar al establecimiento de un SAC cuyo rasgo distintivo consiste en que es esencialmente inadecuado a las necesidades consuntivas de los seres humanos por ser adecuado para las necesidades productivas del capital

LOS PELIGROS DE COMER EN EL CAPITALISMO
Completo
Interesante obra de Jorge Veraza (coordinador), Ricardo Aldana, Karina Atayde, Andrés Barreda, Rolando Espinosa, Silvia Espinosa, Gonzalo Flores, Fabiola Lara, Juan Vicente Martínez, David Moreno, Luis Eduardo Pérez y Mónica Vázquez. En esta publicación, Nemen Hazim (a quien corresponderán las negritas e itálicas) recopilará parte de los análisis y conclusiones; lo que se transcriba es propiedad exclusiva de los autores del libro, a quienes corresponde mérito y reconocimiento...

Jorge Veraza (coordinador); Primera edición, 2007; Portada: Efraín Herrera; D. R. © 2007 David Moreno Soto / Editorial Itaca;
Piraña 16, Colonia del Mar, C. P. 13270, México, D. F.; Tels. 5840 5452 y (01 735) 353 5252; itacaitaca@prodigy.net.mx;
D. R. © 2007 Jorge Veraza Urtuzuástegui; ISBN 968-7943-80-7; Impreso y hecho en México
Los cereales, centro de los sistemas alimentarios de las grandes civilizaciones del pasado, han sido reemplazados por el azúcar refinado y la carne por el Sistema Alimentario Capitalista (SAC)
El capitalismo neoliberal plenamente mundializado manifiesta distintas crisis: económicas, del medio ambiente, de la salud, de la ciencia y la tecnología, entre otras. Estamos en realidad ante una crisis global en la que convergen factores altamente riesgosos, no sólo para la vida social, sino para la supervivencia de la especie; y esta crisis global tiene un centro: la sobreacumulación de capital a escala planetaria que se traduce en guerras en las que se disputa la hegemonía mundial económica y política. También se traduce en la proliferación de tecnologías cada vez más perniciosas y en la destrucción del medio ambiente y de la salud de los seres humanos. La crisis del medio ambiente incluye la crisis del aire, del agua, de la biodiversidad, de la corteza terrestre, de la fertilidad del suelo, etc. Lo mismo sucede con la crisis de la salud, pues esta abarca la irrupción de enfermedades degenerativas masificadas del cuerpo, la sexualidad, la psique y la emotividad.

Comida rápida y chatarra, virus capitalista que mata...

Al modo moderno de vida, basado en la producción capitalista, le corresponde una peculiar forma de alimentación. Al comer no simplemente consumimos alimentos, sino también una forma o modo de alimentación. No se trata sólo de los diversos actos, hábitos o costumbres alimentarias en las que se concretan determinadas identidades culturales o simplemente modos más o menos diversos. Sin nosotros saberlo, la alimentación se encuentra predeterminada en forma sistemática y la nuestra en un sentido altamente nocivo para la salud, incluso en el caso de la así llamada comida casera. Se trata de un sistema capitalista de alimentación que apuntala al sistema capitalista de explotación de plusvalía.

El propósito de la obra es, además de hacer evidente el mecanismo de opresión químico-fisiológico constitutivo del Sistema Alimentario Capitalista (SAC), contribuir a que la gente pueda elegir entre los caminos alternativos que tiene a mano o buscar urgentemente para aliviar el sufrimiento de su cuerpo y su mente y para liberarse de la opresión política básica incluida en dicho mecanismo químico-fisiológico; liberación relativa que refuerza y permite un mejor desempeño en la lucha contra las opresiones que todos vivimos.

La crisis alimentaria es de exceso —crisis de sobre acumulación— mientras que la crisis del agua es de escasez, e históricamente ha sido producida por el modo de producción capitalista y de su sistema alimentario. La contaminación de ríos, lagos y mantos subterráneos, que vuelve escasa el agua limpia, es el correlato de un desarrollo urbano y agrícola (industrial) y de un sistema alimentario que constituyen un complejo de producción y consumo que se encuentra en crisis de sobre acumulación permanente. La contaminación del agua es forzosa y sistemática... y en respuesta a la crisis del agua contaminada, provocada por el propio capitalismo, surge el agua embotellada como agua-mercancía, estandarizada y empaquetada para que parezca mercancía. Además de dificultar el acceso al agua dulce para hacer negocio con la sed, el capitalismo contamina, degrada y despilfarra el agua potable.

La creciente escasez de agua dulce se manifiesta de diferentes formas, sea como sequía en el medio natural (de ríos, lagos y acuíferos) o como carencia de infraestructuras urbanas y rurales, o bien bajo la forma de superabundancia catastrófica de tormentas y huracanes que no permite almacenar este recurso y, sin embargo, propicia su contaminación. Dicha escasez está provocando la generalización de diversos tipos de conflictos sociales y políticos por el acceso al agua dulce para su consumo reproductivo (agua para beber, para cocinar, para el aseo personal y del hogar, etc.), o bien para su consumo productivo (en la agricultura, las manufacturas, etc.). En estos conflictos se enfrentan las empresas que buscan acaparar el agua y las organizaciones populares que oponen resistencia a ser excluidas del acceso al recurso y a la pretensión de confiscar el tradicional derecho comunitario a decidir qué hacer con él. La privatización del agua no es entonces el único modo de dominio capitalista del agua, sino la figura más reciente de un largo ciclo histórico de sometimiento formal y real a escala mundial.

Según Lester Brown -analista de ecosistemas naturales, fundador del Instituto Worldwatch y fundador y presidente del Earth Policy Institute, una organización de investigación ubicada en Washington-, “en la actualidad, una de cada cinco personas en el mundo en desarrollo —es decir, 1,100 millones de personas— vive expuesta a la enfermedad y a la muerte por falta de acceso razonable a una cantidad suficiente de agua potable y segura, definido por las Naciones Unidas como la disponibilidad de un mínimo de 20 litros diarios por persona y día a una distancia no mayor de un kilómetro del hogar. En la mayor parte de las ciudades del Tercer Mundo, sus habitantes sólo disponen de agua algunas horas cada día o algunos días de la semana”. Lo anterior contrasta con la situación de los países del Norte o con los grupos de ricos en el Sur.

No es la comida; es el capitalismo...

El establecimiento histórico de la sociedad burguesa revolucionó la alimentación tradicional. Ello dio lugar al establecimiento de un SAC cuyo rasgo distintivo consiste en que es esencialmente inadecuado a las necesidades consuntivas de los seres humanos por ser adecuado para las necesidades productivas del capital. Los sistemas alimentarios cerealeros de las grandes civilizaciones del pasado fueron reemplazados por el SAC, centrado en el consumo de azúcar refinada y sustentado por la ingestión generalizada de carne. La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia se refleja en el valor de uso alimentario, y tiene como correlato una ley de inadecuación creciente de los alimentos al metabolismo humano. Se trata, pues, de una ley de tendencia decreciente de la tasa de satisfacción alimentaria. Esta tendencia ha demostrado que hay una crisis alimentaria. Un síntoma evidente de dicha crisis es el azúcar y su papel como generador de múltiples enfermedades, en particular la diabetes. Para contrarrestar el efecto nocivo del azúcar, pero sin dejar de garantizar la máxima ganancia posible, han surgido productos endulzantes como el aspartame cuyos efectos patógenos son aún peores.

El azúcar común —sacarosa— es el resultado extremo de la refinación, la que lo ha convertido en un alimento altamente degradado. Se trata del alimento más refinado de la industria moderna —despojado de 90% de sus elementos constitutivos (al trigo se le ha quitado 30%)— y de la pieza central del sistema alimentario capitalista. El azúcar destruye los equilibrios fisiológicos de quien lo consume hasta que la persona pierde no sólo la salud, sino el control sobre sus emociones, sus pensamientos y su vida misma. Esto se debe, dice William Dufty en Sugar Blues: Efectos del Azúcar Sobre la Salud, al hecho de que el azúcar refinado es una droga como lo es la heroína, es decir, que genera adicción y dependencia. Nos explica que al azúcar proveniente de la caña, la remolacha o los cereales (azúcares naturales) se le despoja de todas las vitaminas y minerales que contienen mediante el proceso de refinación. Este proceso convierte al azúcar en un alimento inútil, perjudicial para la salud y, por tanto, en un “antinutriente”. Entre otros padecimientos, el consumo habitual de azúcar refinada genera migrañas, depresión, hiperactividad, destrucción de los dientes, obesidad, alergias, cáncer de colón, escorbuto, enfermedad de Alzheimer, decaimiento del sistema inmunológico, problemas de absorción de nutrientes, incremento del colesterol y triglicéridos, artritis, asma, esclerosis múltiple, várices, hemorroides, osteoporosis, intoxicación durante el embarazo, cataratas, glaucoma, problemas en las glándulas suprarrenales e incrementa el riesgo de polio.

¿Cuáles son las víctimas predilectas? El truco más sucio se aplica a los consumidores más inocentes e indefensos de todos: los bebés. Las compañías gigantescas que elaboran “alimentos” para bebés saben dos cosas importantes referentes a la venta de estos productos. En primer lugar, tienen que hacer que los bebés se coman sus productos. Y eso es un problema. La “comida” para bebés está sobre cocinada, sobre procesada, es simple y no tiene sabor. Pero el ingrediente secreto es el azúcar. Una buena cantidad de azúcar hace que las verduras, las frutas, y todo lo demás que se prepara para el bebé sea más aceptable para este y, particularmente, para la mamá. Si los niños se comen este “alimento” para bebé, la mamá se siente feliz. Otra ventaja comercial para agregar azúcar a la “comida” para bebé: lo engorda. Los niños que se alimentan con “comida” especial ya preparada para bebés son gordos, y los bebés gordos producen utilidades, mientras los niños delgados son sanos y las utilidades que reportan al capitalismo desaprensivo son mínimas. Los bebés gordos serán adultos gordos, y los adultos gordos tienden a ser adultos muertos. El azúcar no tiene por qué estar en los alimentos del bebé.

Sólo hay otro alimento en el que el azúcar hace más daño que los llamados “alimentos” para bebé: en las fórmulas para lactantes; y sólo existe un alimento nutritivamente adecuado para los lactantes: la leche humana. Es perfecta desde todos los aspectos, tanto para la madre como para el recién nacido. Nada más que no hay utilidades en la venta de leche materna, y sí las hay en la venta de leches de imitación conocidas como “fórmulas para lactantes”. Son baratas en su elaboración, duran indefinidamente y se venden a precios muy altos. Engordan a los bebés, le hacen más fácil la vida a la madre y enriquecen a las compañías que las venden, pero no son buenas para los bebés. Las “fórmulas para lactantes” y los “alimentos” para bebé que contienen sobredosis de azúcar predisponen a los chicos a cosas peores: una vida de adicción al azúcar. Una vez que el sabor de los alimentos endulzados en extremo queda grabado en el paladar del niño, permanece ahí para siempre.

Ejemplo de la industria alimentaria, y, en particular, su mala influencia sobre la nutrición y la salud...

La mayoría de los adultos no ingiere nada que no esté muy azucarado, desde vino, cerveza y cocteles, hasta bocadillos, refrigerios y verduras congeladas. Estas son malas noticias para todos, excepto para los que venden y comercializan azúcar. Uno de los aspectos de estas malas noticias son las caries dentales. La tasa de dientes cariados aumenta tan rápido que si los dentistas de EE. UU. trabajaran veinticuatro horas diarias, durante los siete días de la semana, arreglando dientes cariados, al final del año habría la misma cantidad de dientes esperando ser reparados que los que había al principio del año. La causa principal de las caries dentales la constituye el azúcar refinada en la alimentación. El azúcar refinada es el centro del SAC. El modo de producción capitalista es en general productivista, y ese productivismo el capitalista lo impone en términos sociales a quienes explota, y para extraer la mayor cantidad de plusvalía, el capitalista extrema la actividad de los trabajadores. El SAC aparenta liberar al sujeto humano con la multiplicidad de opciones y goces que le ofrece para, de esta manera, someterlo mejor.

Durante los últimos 100 años el azúcar se ha convertido en la principal fuente de energía para el cuerpo humano. Este hecho ha implicado un incremento del consumo de sacarosa que, a su vez, trajo aparejadas enfermedades como la obesidad, la diabetes y la epilepsia. En consecuencia, se ha buscado sustituirla con otros edulcorantes químicos y vegetales de menor contenido calórico y mayor poder endulzante. Los edulcorantes químicos aún no han logrado suprimir los efectos negativos de la sacarosa; además de que pierden su poder endulzante, se vuelven tóxicos a temperaturas altas. Pero sobre todo son cancerígenos y altamente dañinos para el sistema nervioso. Tal es el caso del aspartame. A la multiplicación de diabetes, cáncer y obesidad se suma la de la esclerosis múltiple y el cáncer, muy probablemente provocados por el aspartame. Se profundiza así la crisis general del SAC en un sentido autodestructivo y degenerativo.

La diabetes es un ejemplo de cómo la magia capitalista puede convertir los fracasos en saludables negocios para la industria farmacéutica. En 1900 la diabetes ocupaba el vigesimoséptimo lugar como causa de muerte. La insulina se empezó a producir comercialmente en 1922. En 1950, la diabetes ocupaba el tercer lugar, como causa de muerte. A pesar del tratamiento “moderno”, a pesar de la insulina, la tasa de mortalidad por diabetes ha aumentado en un ¡cincuenta y dos por ciento en los últimos setenta años! La diabetes, para un gran número de personas que la padecen, significa una vida llena de gastos astronómicos, de terribles sorpresas desagradables y de una muerte prematura, pero la medicina “moderna” no tiene otra cosa que ofrecer al diabético que una receta para una jeringa, una aguja y un frasco de insulina. Este tratamiento ha enriquecido fabulosamente a los laboratorios que producen la insulina y ha convertido en adictos a la insulina a la mayoría de los diabéticos.

El capitalismo ha creado una crisis en la forma de consumir carnes y demás alimentos de origen animal. Cuando estalló el mal de las vacas locas en Estados Unidos (diciembre de 2003), los estadounidenses comenzaron a hacerse vegetarianos. Actualmente, en Gran Bretaña, la mitad de las adolescentes no come carne. Las hamburguesas vegetarianas están de moda; un reciente estudio publicado en el British Medical Journal señala que los vegetarianos tienen la mitad de posibilidades de morir de cáncer y que es menor la incidencia del infarto allí donde prevalece una dieta más variada y centrada en el consumo de legumbres, cereales y algo de pescado. La acción autónoma de la población contrasta con la timidez de los estados y las instituciones internacionales de salud, que decretan parciales y tardías medidas precautorias contra los casos más graves y escandalosos como los de las vacas locas o la fiebre aviar.

El capital hacina miles de animales genéticamente uniformes en establos poco higiénicos, donde se generan orgías para los microbios que viven en ese medio, y el estiércol y los desperdicios se reciclan como alimentos. En los mataderos industriales la carne destinada al consumo humano se procesa en medio de sangre, heces y otras fuentes de contagio. Los cerdos sufren graves enfermedades que se combaten con dosis masivas de medicamentos. La carne que se produce es de pésima calidad debido a la brutal reclusión sedentaria de los animales, además de estar contaminada por los antibióticos que se usan y que producen en el hombre resistencia bacteriológica, aumentando el riesgo de contraer enfermedades asociadas al ganado. La mitad de la producción mundial de antibióticos es destinada a los animales presos que nos comemos, pues estos reciben dosis hasta diez veces mayores que los seres humanos. En la Unión Europea, 98 por ciento de los cerdos, 96 por ciento de los pavos y 68 por ciento de los pollos se alimentan con piensos con altas dosis de antibióticos.

El hacinamiento, una de las maldiciones del capitalismo...

A los pollos se les corta el pico para que no se agredan mutuamente por el apretujamiento y para que traguen más alimento, mientras permanecen amontonados de por vida sin poder moverse, en edificaciones donde los sistemas de ventilación son incapaces de renovar adecuadamente el aire contaminado por amoniaco, metano y sulfato de hidrógenos procedentes de los desechos. Las gallinas ponedoras viven en grupos de cuatro o seis dentro de jaulas con el tamaño de una hoja de papel carta para cada una (si son cuatro, las dimensiones de la jaula son ¡1.4' x 1.8'!). La falta de movilidad les produce osteoporosis, y, como tienen poco valor comercial, son rudamente manipuladas antes de ser sacrificadas. Se las aturde eléctricamente antes de cortarles el cuello; algunas son degolladas conscientes al fallar la descarga eléctrica, procedimiento que tiende a envenenar la carne.

El manejo nutricional y veterinario implica una asombrosa manipulación química de la salud de los animales. Ello impone un alto consumo de antibióticos y una manipulación hormonal de su crecimiento, de suerte que este es cada vez más rápido y con más peso y volumen, provocando la aparición de nuevas enfermedades degenerativas entre los animales y los propios humanos (fiebre aftosa, brucelosis, la rabia y el mal de las vacas locas). El empleo de harinas de carne y hueso de oveja para alimentar animales herbívoros, muy especialmente vacas, ha desatado, desde Europa, la oleada mundial del mal de las vacas locas, que ha sido relacionado con el uso como alimento para ganado de harinas de origen animal que se elaboran a partir de animales de todo tipo (incluyendo perros, gatos, ratas y bestias muertas por enfermedad o atropellamiento).

Aunque el pescado es un alimento mucho más limpio en grasas y proteínas que las carnes de res, cerdo y pollo, o incluso los lácteos y huevos, la producción intensiva capitalista de peces y mariscos se encarga de que la acuicultura no entregue un producto saludable. Aquí también encontramos la homogeneización y el agotamiento de las especies marinas, además de los problemas que implica el reciclamiento industrial de los desperdicios marinos de la pesca, maquillados y químicamente manipulados —como el surimi (equivalente de la carne molida de las hamburguesas, presente en los supermercados como carne de cangrejo)—. Con las manipulaciones químicas, biológicas y genéticas se busca elevar la productividad de las granjas artificiales de acuicultura para la producción de mojarra, trucha, salmón, camarón, tilapia, etc., donde los peces acumulan bifenilos policlorados, lindano, fenoles, petróleo o gasolinas a niveles extremadamente peligrosos para la salud humana.

En el caso de las granjas de camarón —que junto con el salmón son los dos productos acuícolas más solicitados del mercado mundial— las alteraciones ambientales también provienen del uso de fertilizantes para estimular la producción primaria en los estanques. Tailandia es el país con mayor cantidad de hectáreas dedicadas a granjas de camarón, ocasionando una enorme destrucción de los manglares. Las granjas también contaminaron con agua salada arrozales ubicados cerca de ellas. Debido a la autocontaminación, los ataques de virus y la degradación de la tierra, muchos estanques a lo largo de la costa han tenido que ser abandonados, mientras la industria se desplaza a otras áreas dejando atrás grandes predios de tierra yerma. Un problema cada vez más agudo en las granjas acuícolas es el empleo comercial de variedades transgénicas —de salmón, trucha, tilapia, carpa, pez gato, pez medaka y la dorada—, a lo que debe añadirse la fuga de algunas de estas variedades al mar abierto. Se han obtenido múltiples copias del gen de la hormona de crecimiento de la trucha en carpas y salmones para dar lugar a animales más grandes, aunque genéticamente degradados y degradantes para quien los consuma.

El hecho de que las enfermedades degenerativas como el cáncer y los problemas cardiovasculares se hayan convertido en la principal causa de muerte en países de alto consumo de carne ha ocasionado una crisis masiva en la salud pública y la medicina. Además, el sobre consumo de carne va asociado al desarrollo crónico de males “menores” igualmente masificados como la gastritis, las úlceras, la artritis, la gota, etc. Conforme el capital introduce en el agro las nuevas fuerzas productivas de la revolución industrial y desarrolla la producción de granos, forrajes y ganados, lentamente se introduce este costoso producto en la dieta general de la sociedad. Las carnes y demás alimentos de origen animal ocupan, junto con el azúcar, el lugar más significativo dentro de la nueva dieta.

La comida chatarra ha invadido cada vez más espacios, incluidos los espacios históricos de casi todas las grandes ciudades del mundo...

Hamburguesas, pizzas, hot dogs, papas fritas, pollo frito... La comida rápida o fast food representa uno de los productos más emblemáticos del capitalismo contemporáneo y particularmente del modo de vida estadounidense, propagado conscientemente a nivel mundial por sus élites emblemáticas. Este tipo de comida tiene como característica fundamental reproducir al cuerpo humano y prepararlo para una jornada de trabajo cada vez más intensa, a la vez que se reduce al mínimo el tiempo que se dedica a comer (para producir plusvalía). La “comida rápida” es una dieta exclusivamente energética y proteica porque sólo así se consigue una recuperación casi inmediata del trabajador para que este pueda sostener un intenso ritmo de trabajo. La comida rápida no es lo mismo que la comida chatarra. Esta última está conformada por alimentos de muy bajo o nulo valor nutricional. La industria de fast food, además de atraer hacia las grandes metrópolis fuerza de trabajo barata y de baja calificación proveniente de países pobres, también puede trasladarse a cualquier parte del mundo. McDonald’s y Burger King están presentes en 128 países donde, además, promueven la ruptura de los sistemas dietéticos locales y de los sistemas de producción agrícolas, con lo cual provocan la pérdida de la soberanía alimentaria y el encadenamiento de esas naciones a la dependencia del mercado mundial de alimentos, "hegemonizado" por el capital de Estados Unidos, así como a la destrucción de la salud que esos pueblos habían logrado produciendo sus alimentos a lo largo de siglos.

El público predilecto de empresas como McDonald’s son los niños; hacia ellos dirigen la mayoría de su publicidad. En Estados Unidos, McDonald’s gestiona 8 mil parques infantiles y las empresas de comida rápida llenan con su propaganda los pasillos, corredores, gimnasios y autobuses escolares, además de los libros de texto a cambio de aportar una determinada cantidad de dinero a los condados y a los mismos colegios, que así intentan compensar las restricciones presupuestales impuestas por los gobiernos neoliberales. La escuela es un espacio propicio para la publicidad porque los niños pasan muchas horas en ella. Todo esto sin contar la enorme cantidad de juguetes que venden dentro de sus paquetes de comida, fabricados por niños y adolescentes que trabajan entre 14 y 18 horas al día por salarios de dos pesos la hora en países del Tercer Mundo.

El acelerado ritmo de las cadenas productivas hace que los alimentos estén expuestos a muchos factores contaminantes durante su elaboración. Además, en la industria de la “comida rápida” es muy común que se utilicen sistemáticamente como materia prima animales y vegetales enfermos, descompuestos y podridos. Las enfermedades infecciosas que resultan de esta contaminación han costado la vida a miles de personas. Pero esto no es todo. Las empresas de fast food son importantes promotoras y consumidoras de los productos transgénicos, que han generado una intensa polémica por el efecto negativo que tienen en la salud. Todos estos “inconvenientes” productivos son aderezados y maquillados por una industria de sabores y aromas apoyada en compuestos químicos que en muchos casos conllevan el riesgo de producir cáncer. La ignorancia de la gente es, incluso, objetivo estratégico deliberado.

La llamada comida chatarra no es únicamente poco nutritiva, sino que es nociva para la salud en virtud de que contiene calorías, grasas, sal y azúcares en exceso, además de conservadores, colorantes y saborizantes artificiales. Asimismo, es escasa en proteínas, vitaminas, hierro, calcio y fibras. Ejemplos de comida chatarra son las bebidas gaseosas, refrescos de sabores, pizzas, hamburguesas, frituras, dulces, palomitas, hot-dogs, nachos, etc. La comida chatarra contribuye también al aumento de enfermedades crónicas como diabetes, cáncer, hipertensión arterial, alteración en los lípidos (colesterol, triglicéridos) y afecciones cardiovasculares. Las gaseosas o cualquier bebida carbonatada o con cafeína disminuyen o retardan la absorción del calcio que es tan importante para la salud de los huesos, producen irritación en el estómago e intestinos y gastritis. Es generalmente reconocido que agudizan las caries dentales y el estreñimiento. Las principales empresas productoras de comida chatarra son McDonald´s Corporation, Coca-cola Corporation, PepsiCo, Burger King, Kentucky Fried Chicken, Pizza Hut, Bimbo, Nestle, Kellog´s. La comida chatarra es íntimamente embaucante, de ahí que los consumidores habituales de comida chatarra sufran el mismo tipo de enfermedad que los adictos crónicos al alcohol o a los estupefacientes.

Prácticamente, todas las instituciones y especialistas que tratan sobre este problema coinciden en que la causa fundamental de la obesidad y el sobrepeso no es la herencia de problemas metabólicos, sino todo un “estilo de vida” sustentado, por una parte, en el consumo creciente de alimentos de gran densidad energética y alto contenido de grasas saturadas, azúcares y sal, y, por la otra, en una cada vez más restringida actividad física cotidiana. En la actualidad la obesidad y el sobrepeso ya están considerados como enfermedades. Además, son ubicadas como factores de riesgo para el desarrollo de enfermedades crónicas como la diabetes en sus dos tipos, artritis, desórdenes cardiovasculares, hipertensión y derrames, y varias formas de cáncer (pecho, colon, próstata, endometrio, riñón y vejiga).

Los peligros de comer demasiada carne roja y procesada. Un consumo excesivo de carne aumenta las probabilidades de padecer enfermedades...

Los transgénicos u organismos genéticamente modificados son producto de la biotecnología. Se trata de organismos a los cuales se les ha insertado —mediante técnicas de biología molecular— uno o más genes de otro organismo con la finalidad de otorgarles determinadas características. Cada átomo de estos productos es nocivo debido a la alteración de las moléculas de ADN que contiene. Los organismos transgénicos pueden incluir en su ADN genes que provienen de otras especies, algunas muy alejadas en la escala evolutiva; por ejemplo, se puede insertar en plantas genes de animales, bacterias, etc. Cuando se sostiene que los transgénicos pueden ayudar a paliar el hambre que aqueja a muchos países pobres del Tercer Mundo y a promover el desarrollo económico, se olvida que los responsables de todos estos problemas tienen nombre y apellido. El hambre no se debe a simple escasez de alimento, sino a la desigualdad distributiva que es resultado y condición de una creciente monopolización en la agricultura y en la industria de alimentos. El poderío de las grandes empresas trasnacionales es el complemento de la miseria económica de los pueblos, así como la creación y venta de variedades vegetales con mayor resistencia a herbicidas, lo es de la contaminación de los suelos agrícolas y los mantos acuíferos.

Hemos visto cómo el desarrollo del sistema alimentario capitalista (SAC) ha suscitado diversas protestas y ha hecho surgir paliativos a la vez que se profundizan sus tendencias más deletéreas. Como parte de este proceso, aparecen diversos tratamientos médicos (la medicina del capital) que intentan atacar las enfermedades provocadas por este mismo sistema. El carácter esencialmente degenerativo y autodestructivo del SAC se revela por sus excesos y por sus carencias. Este sistema ha devenido en un cáncer que ataca a la humanidad y se desarrolla cada vez más integrado a las bases del modo de producción capitalista. La dieta moderna capitalista, junto con el tabaquismo, constituyen las principales causas del cáncer. La dramática proliferación y diversidad de tipos de cáncer es resultado de la consolidación del Sistema Alimentario Capitalista en el planeta en detrimento de los patrones dietéticos tradicionales, los cuales perviven marginalmente en algunos núcleos rurales de Asia, África, América Latina y Oceanía.

Existe un estrecho vínculo entre la dieta moderna y la incidencia de afecciones como la obesidad y el sobrepeso y el cáncer de esófago, colon-rectal, de pecho, endometrio y riñón. El elevado consumo de carnes rojas y enlatadas, característico del SAC, contribuye a la incidencia de cáncer colon-rectal y de esófago. Asimismo, el alto consumo de bebidas alcohólicas que suele acompañar la ingesta de carnes rojas está estrechamente ligado a la alta incidencia de cáncer en la cavidad oral, la faringe, la laringe, el esófago, el hígado y el pecho. El cáncer de estómago es frecuente en las personas que consumen alimentos enlatados o conservados y con grandes cantidades de sal. Actualmente, las enfermedades degenerativas como los trastornos cardiovasculares, la diabetes, el cáncer y los males respiratorios constituyen las principales causas de muerte y discapacidad a nivel mundial. En el mundo occidental moderno, la primera causa de mortalidad la constituyen las enfermedades cardiovasculares, grupo al que pertenecen las enfermedades coronarias, infartos, trombosis, accidentes cerebro-vasculares, ateroesclerosis e hipertensión arterial, entre otros.

Las enfermedades degenerativas expresan cuatro niveles del dominio capitalista:
1) La degradación y distorsión de la reproducción vital elemental del ser humano. Nunca antes un modo de producción de riqueza había incidido tan profunda y nocivamente en la reproducción orgánica humana.

2) Las consecuencias que para la salud humana ha tenido el arraigo del doble núcleo del Sistema Alimentario Capitalista (la carne y el azúcar), así como de los valores de uso que giran alrededor de este doble núcleo (las grasas alteradas, los productos de harina refinada, la sal empobrecida, la leche pasteurizada y sus derivados), alterados a su vez en su contenido cualitativo propio.

3) La subordinación capitalista de los procesos de producción, circulación, distribución y consumo de todos los elementos que componen el SAC. La estructura bioquímica y energética de estos elementos ha sido manipulada y transformada para adecuarlos a los tiempos y necesidades de la producción de riqueza y de la acumulación del capital. El consumo de estos alimentos ocasiona la pandemia de las enfermedades degenerativas.

4) Todo el sistema de valores de uso (los objetos útiles) que estructuran a la reproducción global social ha quedado subordinado, y consiguientemente deteriorado, por el capital a nivel mundial.
Ningún rincón del planeta escapa de la destrucción a la que nos condena el sistema capitalista...

Los seres humanos nos reproducimos a partir de los nutrientes que tomamos de la naturaleza. No puede ser de otra manera; a partir de los materiales suministrados por ella producimos los alimentos que consumimos cotidianamente. El desarrollo capitalista ha contaminado las principales fuentes naturales a partir de las cuales se extraen nuestros alimentos: aire, agua y tierra. El siglo veinte fue el siglo de la consolidación del sistema alimentario propiamente capitalista. Dicho proceso —el cual se aceleró desde fines de la Segunda Guerra Mundial— ha generalizado el consumo de alimentos acordes con el ritmo vertiginoso que impone la explotación de plusvalía: comida chatarra, fast food, bebidas embotelladas, un sinnúmero de alimentos que contienen grandes cantidades de azúcar, harinas, aceites y sal refinados, leche pasteurizada, etc. En fin, el consumo alimentario quedó sometido realmente bajo el capital. La obtención de proteínas se hizo girar en torno a la carne, en perjuicio de la proteína vegetal y otras fuentes de proteína animal, como la leche y los huevos. Este hecho trajo múltiples consecuencias para la salud de las personas, así como para el entorno natural.

La remodelación de las costumbres consuntivas tocó también los modos en que se preparan los alimentos. En este punto, los principales exponentes son el horno de microondas, los utensilios hechos de aluminio, las ollas de barro esmaltadas, los objetos con teflón y el uso de plásticos, mismos que son utilizados de modo muy extendido buscando acelerar la preparación de alimentos y usar objetos de calidad inferior y, por lo tanto, más baratos para cocinar; las consecuencias son mayores alteraciones a los ya de por sí deteriorados alimentos, lo cual ha vuelto nocivo el comer en la propia casa.

La realidad capitalista deja claro que más allá de la idea loable de mejorar el bienestar de la humanidad mediante el desarrollo de la investigación científica y médica, lo que importa son los intereses de la industria farmacéutica. No es casual que al iniciar el siglo XXI Wall Street apostara a la inversión en investigación científica para combatir el cáncer. Apostar a la investigación de nuevos medicamentos es una inversión segura, más aún cuando los resultados son sólo paliativos de los síntomas y no soluciones a las enfermedades que aquejan a la humanidad. Por esta razón los medicamentos se vuelven, en el capitalismo, objetos de consumo cotidiano, los médicos han desterrado de su vocabulario la palabra “curación” y la han sustituido por “tratamiento”, lo que lleva implícito la no-curación y el tratamiento permanente, en muchos casos por el resto de la vida del paciente. Esto implica la explotación comercial del padecimiento.

La medicina se torna una especie de religión y, como toda religión, depende en gran medida de la fe del creyente, que en este caso es el paciente. Alrededor de las enfermedades se construye una serie de mitos que distorsionan la realidad y que muchas veces no son sino simples mentiras. En innumerables ocasiones, a propósito de la medicina, la salud y las enfermedades, prevalece la deshonestidad que caracteriza al capitalista que busca vender mejor su mercancía sin respetar la ley del intercambio de equivalentes para obtener ventaja. La medicina y la práctica médica sometidas en su totalidad bajo el capital ya no sólo no pueden curar, sino que son las responsables directas de padecimientos degenerativos, pues promueven e impulsan el uso de medicaciones peligrosas y francamente agresivas para el enfermo.

Ante la crisis que ha generado la medicina y su incapacidad para atender verdaderamente las necesidades de la población mundial, grandes sectores han recurrido de modo creciente a una vertiente médica humanista que recoge tanto conocimientos ancestrales como las más recientes investigaciones sobre el cuidado de la salud. Dichos conocimientos están a favor de la vida no sólo en apariencia, sino de manera real, respetando al cuerpo humano como un todo orgánico y a su relación con la naturaleza. Se trata de las así llamadas medicinas alternativas, entre las cuales están la medicina tradicional, la herbolaria, la acupuntura y la homeopatía, entre otras. Para estos métodos de curación, la calidad de vida no es una mera estadística que expresa demagógicamente el gran desarrollo de la civilización que hemos logrado, sino que alude a las condiciones materiales reales en las que vivimos y que están detrás del tipo de enfermedades que padecemos o del grado de salud del que podemos gozar.

La medicina (las farmacéuticas) y la práctica médica no sólo no pueden curar; son responsables de padecimientos degenerativos, pues promueven e impulsan el uso de medicaciones peligrosas y agresivas para el enfermo...

El mundo globalizado del siglo xxi es el de la subordinación real del consumo bajo el capital, un mundo en el que cada vez más gente intenta modificar su dieta o busca alternativas médicas simplemente para salvar la vida y curarse alguna enfermedad. Cada vez más gente ve amenazadas las premisas de su existencia y sólo puede responder cuestionando las condiciones de existencia del modo de producción capitalista, tanto en el plano de la conciencia como en el de la práctica. Quienes desde la política busquen transformar revolucionariamente a la sociedad burguesa se topan cada vez más —desde los setenta del siglo xx— con la cuestión ecológica, pero también —in crescendo— con la imbricación del modo de producción con el SAC y en general con la subordinación real del consumo bajo el capital.

El objetivo es el lucro por medio de la venta de medicamentos; en esta situación hay responsabilidad de la mayoría de los médicos que unen síntomas, recogen datos, alimentan estadísticas y producen informes (casi siempre financiados por la industria), que luego se difunden en congresos patrocinados por esas mismas compañías. La medicina y la práctica médica, sometidas en su totalidad bajo el capital, ya no sólo no pueden curar, sino que son las responsables directas de padecimientos degenerativos, pues promueven e impulsan el uso de medicaciones peligrosas y francamente agresivas para el enfermo.

La enajenación que el sujeto social ha sufrido del poder de curarse (es decir, que ya no tiene en sus manos la facultad de curarse porque le ha sido expropiada), se extiende también a los sujetos responsables de ejercer el dominio: los médicos (es decir, estos ya tampoco tienen la capacidad, que alguna vez tuvieron, de curar a nadie), quienes creen que en realidad el tipo de medicina que practican es la única manera de “salvar” la vida de la gente y por ello lo aplican en sus familias e incluso en su propio organismo.

El negocio médico farmacéutico ha encontrado jugosos espacios en las diversas fases de la vida de la mujer y en las funciones naturales femeninas, involucradas en la menstruación, el embarazo, el alumbramiento, la lactancia y la menopausia. Al crear confusión, desinformación, mitos y en algunos casos mentiras descaradas, la propaganda de la industria médico-farmacéutica favorece un ambiente de confusión en torno a asuntos relacionados con el cuerpo femenino y su salud. Resalta el intento del capital de tomar bajo su control los mecanismos naturales de la regulación femenina (el proceso hormonal).

Mientras más se afianza el SAC más profunda se vuelve la degeneración celular de los seres humanos, produciendo, con ello, enfermedades degenerativas. Este sistema no está hecho para la reposición celular natural de los seres humanos, sino que está distorsionado a favor de la reproducción ampliada de capital, que avanza y tritura en el camino los rincones salutíferos de la sociedad humana al imponerles las necesidades abstractas de reproducción del valor. A la multiplicación de diabetes, cáncer y obesidad se suma la de la esclerosis múltiple y el cáncer, muy probablemente provocados por el aspartame. Se profundiza así la crisis general del SAC en un sentido autodestructivo y degenerativo.

Como hemos visto, las enfermedades degenerativas son el producto histórico de diversas causas confluentes, cada una de las cuales presenta un grado diverso de crisis alimentaria. Así que si observamos de manera unitaria el fenómeno de las enfermedades degenerativas y el grado de crisis alimentaria que representan, tendríamos un cuadro de gran complejidad, en el que los diversos movimientos se encuentran escindidos entre sí, ignorantes de las repercusiones del problema en otros ámbitos que no sean de su competencia inmediata. La complejidad de esta crisis redunda en confusión. Es necesaria una conciencia clara que unifique los distintos movimientos parciales de respuesta a la crisis alimentaria —representada por las enfermedades degenerativas— en un solo movimiento más poderoso y eficiente que lleve a su vez a la crisis a una situación de resolución. Sin embargo, ello sólo puede lograrse mediante una lucha a largo plazo. Mientras tanto, las enfermedades degenerativas seguirán prosperando en medio de la inconsciencia casi generalizada. Con estas páginas queremos contribuir para que dicho plazo se acorte lo más posible.

De acuerdo a Carlos Marx, el capitalismo es inestable: produce auges y colapsos que terminarán destruyéndolo. Además, arruina la forma de vida de la clase media, que es su base social. Marx anticipó que habría un cambio en la forma en la que vivimos, y hace ya unas cuantos años que comenzamos a experimentarlo. El valor de una mercancía, para Marx, es el tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en ella; para obtener beneficios, los capitalistas compran la única mercancía capaz de producir valor: la fuerza de trabajo, y la compran muy por debajo de su valor. El capitalismo, que transforma todo lo que toca, tiende a destruir sus dos fuentes de riqueza: la naturaleza y los seres humanos, sentencia que Marx pronunciaría hace más de siglo y medio y que parece haberse escrito ahora, como parte consustancial de este extraordinario documento que hemos resumido para que pueda llegar a un público más amplio, poco acostumbrado a leer 350 páginas sin una sola imagen.

Autores: Jorge Veraza (coordinador), Ricardo Aldana, Karina Atayde, Andrés Barreda, Rolando Espinosa, Silvia Espinosa, Gonzalo Flores, Fabiola Lara, Juan Vicente Martínez, David Moreno, Luis Eduardo Pérez y Mónica Vázquez

Sinopsis: Nemen Hazim
San Juan, Puerto Rico
19 de junio de 2023