Usamos cookies para brindar un mejor servicio. OK Más información

Patriotismo o complejo: la trampa del orgullo nacional...

En la República Dominicana, el orgullo nacional ha adoptado la forma de un fanatismo cotidiano. No basta con admirar a los deportistas locales: se espera que toda preferencia deportiva coincida con la mayoría. Quien simpatiza con un equipo de Grandes Ligas donde juegan dominicanos debe hacerlo, casi por obligación, en los mismos términos que dicta el consenso popular. El caso de Vladimir Guerrero Jr. y Teoscar Hernández lo evidencia...

Habíamos publicado en Instagram lo que sigue:
Debido a la indefinición de estatus, y por tanto al serio problema de identidad, pensaba que el chovinismo boricua era único. Pero acabo de percatarme que en la selva dominicana es peor. En el esplendor del salvajismo, resulta que los dominicanos son peores: no sólo van a los equipos de Grandes Ligas que tienen dominicanos; ahora exigen, al que simpatiza por un equipo que también tiene dominicanos, apoyar al que la mayoría considera suyo. Ir a los Dodgers, con Teoscar Hernández (iría a los Dodgers aunque sus jugadores fueran todos gringos, rusos o chinos), se convirtió en un sacrilegio. El chovinismo de la selva supera con creces el boricua. Por lo menos los boricuas tienen un motivo: necesitan de esa exaltación desmedida para encubrir su sumisión al coloniaje. Pero los dominicanos: los dominicanos apelan a ese recurso por el sentimiento de inferioridad que le ha inculcado el tigueraje, esa aberración que se ha apropiado de la sociedad…
Recibimos un mensaje de un amigo boricua que nos sugiere que ampliemos dicha publicación, y que la conviertamos en una versión más formal y estructurada, con un tono más analítico, disminuyendo la carga reflexiva y crítica. A continuación, ese intento de complacer dicha petición:

El espejismo del orgullo: chovinismo e identidad en Puerto Rico y República Dominicana.
Entre la inseguridad y la exaltación


Durante mucho tiempo se pensó que el chovinismo puertorriqueño era un fenómeno exclusivo del Caribe. La indefinición de su estatus político y la crisis de identidad derivada de la condición colonial parecían explicar esa exaltación constante de lo nacional. Sin embargo, la realidad dominicana muestra que ese impulso no solo se repite, sino que alcanza niveles más intensos y, paradójicamente, menos justificados.

Fanatismo disfrazado de patriotismo

En la República Dominicana, el orgullo nacional ha adoptado la forma de un fanatismo cotidiano. No basta con admirar a los deportistas locales: se espera que toda preferencia deportiva coincida con la mayoría. Quien simpatiza con un equipo de Grandes Ligas donde juegan dominicanos debe hacerlo, casi por obligación, en los mismos términos que dicta el consenso popular. El caso de Vladimir Guerrero Jr. y Teoscar Hernández lo evidencia. Seguir a los Dodgers —por afinidad o simple gusto— puede interpretarse como una falta de patriotismo. En algunos sectores, la preferencia personal se convierte en sospecha de deslealtad. Esa reacción revela un nacionalismo ansioso, que confunde identidad con obediencia.

Ese tipo de reacción ilustra un chovinismo que, en su celo, supera al que suele observarse en otros contextos del Caribe, principalmente en Puerto Rico, dado su irregular estatus, que mantiene a la gran mayoría de sus ciudadanos con una dualidad enfermiza que ha castrado la conciencia de un pueblo noble y excepcional.

Dos formas de orgullo

El chovinismo puertorriqueño, aunque excesivo, tiene una raíz comprensible: es un mecanismo de defensa frente a la subordinación política. La exaltación nacional funciona allí como una forma de afirmación simbólica ante la dependencia estructural. El puertorriqueño necesita recordarse a sí mismo quién es, precisamente porque su soberanía sigue siendo un tema inconcluso. En cambio, el caso dominicano responde a una inseguridad distinta. No proviene de una opresión externa, sino de una fractura interna. La cultura del tigueraje —mezcla de pillería, oportunismo y desconfianza hacia las normas— ha permeado todos los estratos sociales. Esa mentalidad ha creado una autoimagen marcada por la desconfianza, donde el orgullo nacional funciona como una máscara frente a un sentimiento de inferioridad no resuelto.

La debilidad institucional, la corrupción, el caos urbano, un pésimo sistema educativo que lanza a las calles criaturas disfuncionales, ciudadanos que irrespetan totalmente la vida en sociedad, una clase burguesa carente de conciencia, bancos que vulgarmente desvalijan a los ahorrantes y cobran por transacciones entre cuentas de una misma persona en la misma sucursal de una misma institución, etc.-, y la desigualdad estructural alimentan esa búsqueda de orgullo colectivo.

El nacionalismo se convierte en un refugio emocional frente al desorden. En lugar de construir cohesión a través de instituciones sólidas o valores compartidos, se eleva la identidad nacional como único punto de apoyo. Episodios recientes, como la indignación provocada por la aparición de la bandera canadiense junto al nombre de Vladimir Guerrero Jr. en una transmisión deportiva, son un síntoma de ese nacionalismo reactivo. Se defiende la bandera con fervor, pero se ignoran las causas que impiden que esa defensa se traduzca en progreso real. Vladimir Jr. es canadiense, porque nació en Quebec, Montreal, cuando su padre jugaba para los Expos.

Entre la identidad y el espejismo

El chovinismo dominicano no expresa una identidad fuerte, sino el intento de construirla sobre bases emocionales. Es un orgullo que nace del miedo a no ser suficiente. Pero el orgullo que necesita imponerse para afirmarse deja de ser convicción: se convierte en reflejo, en espejismo. Mientras República Dominicana continúe buscando en la exaltación desmedida lo que no logra en la construcción, su identidad seguirá siendo una promesa pendiente.

Ing. Nemen Hazim Bassa
Santo Domingo, República Dominicana
4 de noviembre de 2025