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Jamás cambiará EE. UU. su forma de escoger al presidente

Hillary Clinton todavía puede ser favorecida. Habría que “convencer”, por la vía y los métodos “que sean necesarios”, a por lo menos 38 compromisarios (22 si Trump “pierde” Michigan). De “esta forma” Hillary Clinton alcanzaría los 270 votos que el sistema de votación requiere para seleccionar al presidente de una nación desprovista de nombre real y que se hace llamar Estados Unidos

Las personas que están protestando en las calles norteamericanas por el resultado de las últimas elecciones no habían nacido o son las mismas cuyas edades no habían alcanzado los 15 años cuando George W. Busch salió electo presidente con 271 votos electorales contra 266 de Al Gore, quien había sido favorecido por 543,895 votos populares más de los que había obtenido el candidato del Partido Republicano.

En un país en el que la mayoría de sus ciudadanos sólo lee novelas policíacas, ficción, historias de amor, panfletos de auto superación y textos de cómo hacer fortuna, es de esperarse que una proporción muy alta de los que cuentan 30 años o menos no conozca a cabalidad el funcionamiento del sistema electoral ni haya asimilado los resultados de las elecciones del año 2000, y mucho menos de las que acontecieron en décadas anteriores. Estas son las personas que hoy objetan la elección de Donald Trump, aupadas por los esposos Clinton mediante arengas “encriptadas” o solapados mensajes encubiertos en los colores de sus vestimentas.

Pensar que el establishment, por la dimensión que las redes sociales dan a los nuevos acontecimientos, cambiará la manera de elegir a sus gobernantes es una utopía. Precisamente el éxito del poder pentagonista radica en ella: el sistema electoral está conformado de forma tal que, fuera de los designios de la hegemonía imperial, nadie, absolutamente nadie, pueda alcanzar la presidencia de la nación más poderosa del mundo. Son varias las razones en las que se sustenta tan extraordinario método, que no debe resultarle extraño a los dominicanos: el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) que fundó Juan Bosch usaba uno similar. El PLD era un partido de organismos, no de individuos, y esos organismos equivalían a los colegios electorales sobre los que descansa la grandeza de Estados Unidos. Por eso el PLD pasó a ser un partido único, un partido nuevo, el más extraordinario que ha conocido el universo de la mal llamada democracia representativa. Que sus líderes hayan desvirtuado su esencia y terminaran transformándolo en lo que es hoy, es otra cosa; aun así, desarrollaron la perversa habilidad de convertir tan valioso instrumento en una maquinaria electoral invencible que, por vía del poder que confiere el control del Estado, ha hecho de la dominicana una de las sociedades más deformadas.

La razón visible para la forma en que se selecciona al presidente estadounidense radica en el poder del Senado, integrado por dos miembros por cada estado sin importar la cantidad de habitantes. Para compensar este desbalance, las brillantes mentalidades al servicio del capital diseñaron un sistema, para la selección del mandatario, basado en colegios electorales cuyos votos son proporcionales al número de habitantes de los estados. California, que cuenta con 39 millones de habitantes, asigna 55 votos electorales, mientras que New Hampshire, con 1.4 millones, asigna sólo 4. Esos votos electorales ascienden a 538, número al que se arriba con la suma de los 435 miembros de la Cámara de Representantes, los 100 senadores (2 por cada estado) y tres votos que, aunque sin ser estado, se le conceden a Washington D.C. por mandato de la Enmienda 23 de la Constitución de Estados Unidos.

El número mínimo de votos electorales que se requiere para la selección del presidente es de 270. Intrínsecamente, tiene un enorme significado: resulta muy difícil que, en un certamen en el que compitan tres o más agrupaciones políticas, pueda alcanzarse. Ha sido establecido, dentro del proceso electoral, y casi con exclusividad, para la participación de dos partidos políticos: el Demócrata y el Republicano, concebidos para aparentar diferencias de forma, aunque no de propósito (mantener funcionando el engranaje pentagonista); ambos surgen de las mismas mentes brillantes (sin que dejen de ser perversas y malignas) que dieron forma a lo que, a partir de 1945, pasó a constituirse en el imperio más grande y poderoso que ha conocido la humanidad.

¿Cambiará la forma de elegir al presidente en Estados Unidos? ¡Jamás! Lo que produce frutos no se cambia, mucho menos cuando se ha estructurado tal poder económico y militar, que ha sabido proporcionar a sus súbditos el más alto nivel de protección, autoestima y calidad de vida al margen del conocimiento sociopolítico. Ciudadanos con avances tecnológicos al alcance de sus manos, con alimentación, alojamiento y servicios asegurados, incluyendo entretenimiento y diversión, jamás tendrán que acudir a la sabiduría y al entendimiento para transformar su sistema político. No es fortuito que Estados Unidos sea uno de los pocos países industrializados incapaces de darse gobiernos socialistas.

Cuando los candidatos más importantes son del sistema (de los Partidos Republicano y Demócrata), como sucedió en el año 2000 y acaba de suceder ahora, en el 2016, la situación parece tener solución ante los ojos del pueblo (George W. Bush le "ganó" a Al Gore habiendo este sacado 543 mil 895 votos populares más, de la misma forma que Donald Trump le gana a Hillary Clinton habiendo contabilizado esta, hasta el momento en que escribimos este artículo, 668 mil 483 votos populares por encima). En la eventualidad de que surgiera un tercer candidato con posibilidades reales, que lógicamente estaría en desacuerdo con el sistema, la nación más poderosa del mundo diseñó un proceso de selección que, de no alcanzarse el mínimo de compromisarios electorales, da poderes al Congreso para escoger al que considere "idóneo" para ocupar la jefatura del Estado.

Si Bernie Sanders, catalogado de socialista, hubiese optado por nominarse por una organización política diferente, y hubiera ganado con mayoría simple de votos electorales (asumamos 190 para Sanders -no los 270 requeridos-, 175 para Trump y 173 para Hillary Clinton), no sería la persona que el Congreso escogería para presidir la nación. Con toda seguridad la señora Clinton sería seleccionada, incluso por encima de Donald Trump, porque encarna todo lo que el establishment requiere para consustanciarse. El señor Trump también, aunque sin el “curriculum” que ella exhibe; sin “la experiencia imperial” que ella encarna. Además, el acaudalado empresario ha demostrado ser, al margen de su éxito económico, una persona que luce incapaz de articular las políticas necesarias para que el imperio prevalezca.

Surge una esperanza para la señora Clinton, sus “fieles seguidores” y, por qué no, para ese reducido grupo que controla y manipula la humanidad: la señora Clinton aún puede ser seleccionada presidente de Estados Unidos. No existe una disposición constitucional o una ley federal que requiera de los compromisarios votar según los resultados. La Suprema Corte no se ha pronunciado al respecto y la Constitución no contempla sanción por incumplimiento; ningún elector ha sido enjuiciado por no honrar el voto comprometido. Se ha hecho costumbre, buscando fidelidad a sus compromisos, que los electores sean escogidos por sus años de lealtad al partido y que ocupen posiciones de liderazgo.

Podría ser tarea titánica, de política al estilo de “House of Cards” y muchos millones de dólares, ya que la diferencia sería de 74 votos electorales [306 correspondientes a Donald Trump y 232 a Hillary Clinton, siempre que se mantenga la ventaja que el candidato del Partido Republicano exhibe, con el 96% de los votos computados al día 9, en el estado de Michigan (hoy se cumplen 5 días sin cambios en esos resultados; bastante raro, ¿no?)], por lo que habría que “convencer”, por la vía y los métodos “que sean necesarios”, a por lo menos 38 compromisarios (22 si Trump “pierde” Michigan). De “esta forma” Hillary Clinton alcanzaría los 270 votos que el sistema de votación requiere para seleccionar al presidente de una nación desprovista de nombre real y que se hace llamar Estados Unidos.

¿Qué sucederá el lunes 19 de diciembre (primer lunes después del segundo miércoles de diciembre del año electoral), día en el que los electores del Colegio Electoral se reúnen en sus respectivas capitales de estado para depositar sus votos? Esperemos…

Nemen Hazim
14 de noviembre de 2016
San Juan, Puerto Rico