III de IV.- Puerto Rico: por un estatus que difiera de la aberración actual
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El Centro Judicial de Carolina contaba con una oficina del Departamento de Hacienda que no pagaba local, agua, luz, teléfono ni seguridad. Para economizar, Alejandro García Padilla, gobernador y "líder" del Partido Popular Democrático para la época, la cerró. Si no había gastos, ¿cuáles pensaba economizar? Los únicos descansaban en el reducido personal, que con toda seguridad no fue cancelado. A partir de ese momento, para comprar los sellos que requieren los trámites legales, hay que usar unas máquinas que enriquecen a algún favorecido. Y lo peor no es eso; los sellos de 5 dólares cuestan 7; los de 1, 1.50 y los de 50 centavos, 50% más. Pero todavía no termina la desgracia: la máquina de los sellos de 5 dólares sólo acepta billetes de 1 y de 5; y otra máquina -de cambio- sólo da monedas: entrega, si se quiere cambiar un billete de 20 dólares, 80 monedas de 25 centavos, por lo que no se puede comprar el sello con el requerido billete de US$5.00 (mejor dicho, con los requeridos billetes que totalicen US$7.00). ¿Podrá este pueblo -obediente, tranquilo, permisivo y bueno- sacudirse del martirio al que ha sido sometido por los aprovechados de la colonia?
Continuar señalando irregularidades en épocas normales no hará que este escrito se vea revestido de mayor credibilidad. Las incorporadas describen con extrema claridad la angustia por la que están atravesando los puertorriqueños. Sí se hace mandatorio que denuncie las deficiencias mostradas en situaciones de crisis (destapadas por el huracán María en su paso asolador por la isla).
Que varios pueblos de América Latina ofrecieran ayuda a Puerto Rico y la condición colonial impidiera que se recibiera, y que Donald Trump, jefe de turno del imperio, insultara la dignidad de muchos -no de todos: abundan, como en todo lugar, las miserias humanas-, debe obligarnos a afanar una definición de estatus que contemple, exclusivamente, las dos opciones descolonizadoras: estadidad o independencia. El degradado y pernicioso sistema político que viene dándose Puerto Rico debe desaparecer por siempre de la faz de la tierra. Este país cuenta con extraordinarios recursos humanos y con sobrada vocación para superar grandes retos. Basta ya de humillaciones y subordinación.
Además de ignorar las ofertas de ayuda de República Dominicana y Cuba para levantar el sistema eléctrico, la persona que fungía como director de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), bajo tutela y encargo del gobernador, rechazó, de acuerdo a lo divulgado por una importante estación de radio especializada en noticias, la oferta para el envío de brigadas que le había hecho una organización que agrupa a los trabajadores de líneas eléctricas de las compañías que atienden la transmisión y distribución de energía en Estados Unidos. Sin embargo, otro importante medio -en este caso de noticias impresas- publicó, porque así lo expresaron las máximas autoridades de la agencia, que se necesitaban cerca de 2 mil nuevos trabajadores especializados y miles de millones de dólares para levantar el sistema eléctrico. No hay que ser erudito para saber por qué la negativa a aceptar las ofertas de brigadas y por qué la buena disposición para incrementar la nómina, que se ha visto reducida, como en las demás dependencias, por el retiro a destiempo de recursos humanos en edades productivas: modus vivendi y modus operandi que han llevado el país a la quiebra.
En las primeras dos semanas que siguieron al paso del destructivo fenómeno atmosférico no se vio funcionario alguno ni empleado de la compañía eléctrica circulando por las calles de Puerto Rico (haciendo lo que debían hacer y por lo que son sustancialmente remunerados). La iniciativa fue tomada por los ciudadanos comunes que, en el entorno en el que hacen vida como entes sociales, se hicieron cargo del corte y recogido de los árboles que habían sido abatidos, del acopio sistematizado de escombros y de la limpieza de sus zonas, en tanto el gobernador Roselló mantenía paralizado el país, embarcado en una agenda que perseguía complicarlo todo para exprimir al máximo la ayuda norteamericana, a la vez que asumía una infantil posición -ridícula y sin sentido por el carácter catastrófico de la situación- frente a Carmen Yulín Cruz, alcaldesa de San Juan, que se había mantenido desempeñando una encomiable labor de auxilio a sus munícipes. Con su desempeño, la alcaldesa enalteció el cargo que su predecesor había degradado.
Continuará...
Ing. Nemen Hazim Bassa
San Juan, Puerto Rico
27 de marzo de 2018