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[Completo] Estados Unidos y su moral en bikini. Una nación que desde sus inicios se formó bajo la mendacidad y la expoliación

Ni siquiera son necesarias las mentiras; las aberraciones se hacen públicas con la mayor insolencia. No se guardan las formas:

John Bolton: "Como alguien que ha ayudado a planear golpes de Estado, no aquí, en otros lugares, se necesita mucho trabajo".

James Woolsey: "Probablemente [hemos intervenido en las elecciones de otros países], pero era para el bien del sistema, para evitar que comunistas tomaran el poder, por ejemplo en Europa en 1947, 48, 49, con los griegos y los italianos; [continuamos haciéndolo] sólo por una muy buena causa y siempre en el interés de la democracia".

Mike Pompeo: "Mentimos, engañamos y robamos. Teníamos hasta cursos de entrenamiento. Era como si tuviéramos todos los cursos de capacitación"

Estados Unidos, nación que desde sus inicios se formó bajo la mentira y el despojo de recursos foráneos...
Óleo que recrea el nacimiento de la bandera de EE. UU., con Washington sentado a la izquierda. En el detalle inferior, Luis de Unzaga

Adaptado a la "geopolítica" -palabra creada por los "expertos políticos" al servicio de la prensa oligárquica mundial que recoge la vileza cometida por los imperios (históricamente, amos y señores del universo) y el proxenetismo de la hegemonía y el expansionismo-, el refrán “árbol que nace torcido jamás su tronco endereza” significa que, lo que en su origen fue concebido para usurpar, saquear, destruir y guillotinar, jamás podrá exhibir bonanzas y virtudes.

"En caso de que el refrán se use en referencia a una persona, significa que quien no ha sido educado correctamente en su infancia no tendrá posibilidades de cambiar su personalidad, su forma de ser o sus defectos en el futuro", dice una página especializada en compartir conocimientos en todas las ramas del saber, que, para disipar dudas, concluye: "El significado de este refrán implica, en algún punto, que las características originales de algo o alguien determinarán inevitablemente su destino, es decir: lo que nace torcido morirá torcido". O, dado que la muerte podría tardar mucho en llegar, "lo que nace torcido" seguirá así hasta tanto se le dé fin a su existencia.

En 1776, específicamente el 4 de julio, trece colonias de América del Norte (establecidas por la metrópoli británica en el territorio enmarcado entre lo que hoy constituyen Canadá y México) se unieron y declararon su independencia de Gran Bretaña, dando lugar así a una nueva nación: Estados Unidos (a secas, constituida por Provincia de la Bahía de Massachusetts, Provincia de Nuevo Hampshire, Colonia de Rhode Island y las Plantaciones de Providence, Provincia de Connecticut, Provincia de Nueva York, Provincia de Pensilvania, Provincia de Nueva Jersey, Colonia de Delaware, Provincia de Maryland, Colonia de Virginia, Provincia de Carolina del Norte, Provincia de Carolina del Sur y Provincia de Georgia).

En la actualidad sabemos, gracias al hallazgo de los profesores malagueños Frank Cazorla, Rosa García Baena y José David Polo Rubio, autores de la biografía "El gobernador Luis de Unzaga", que Luis de Unzaga y Amézaga, militar de ascendencia vasca, fue precursor en el nacimiento de los EE. UU. y artífice del nombre que el país ostenta, usurpando, dicho nombre, lo que se había dado a conocer como “Nuevo Mundo” (América).

Detalle de la firma de Unzaga en la carta enviada a George Washington

Luis de Unzaga se embarcó a América durante la guerra que enfrentó a la flota de Gran Bretaña con el Imperio español (principalmente en aguas del Caribe, entre 1739 y 1748). "Durante la contienda, y los años posteriores, fue escalando en posiciones hasta ser elevado a comandante. Más tarde, sería nombrado gobernador de las provincias de Louisiana. Mantuvo línea directa con los máximos representantes de la corte española y el gobierno norteamericano, y cruzó correspondencia con los reyes Carlos III y Carlos IV y sus ministros, y, del otro lado, con el presidente George Washington".

En una de esas correspondencias entre Unzaga y Washington fue donde se gestó el nombre de Estados Unidos de América. «George Washington se dirige a su mano derecha, Joseph Reed, para comentarle los detalles de la "muy halagadora" carta que recibió de Unzaga:
He gives me the title of 'General de los Estados Unidos Americanos', which is a tolerable step towards declaring himself our ally in positive terms - (Me otorga el título de general de los Estados Unidos Americanos, un paso tolerable para declararse nuestro aliado en términos positivos).
A partir de ese momento, el nombre de 'los 13 estados' o 'los 13 estados unidos' -como se conocía a EE. UU. en la Declaración de Independencia- se convierte en Estados Unidos de América
», gracias a Luis de Unzaga y Amézaga, cuya adulación propiciaría la usurpación de lo que se dio a conocer como “Nuevo Mundo” (América), a la que pertenecemos todos [desde Tierra de Fuego hasta Barrow (Utqiagvik)].

No se ha hecho público, pero no es de dudar que algún guerrerista -de los que llegarían al poder en el transcurso de los cerca de 246 años de independencia (la mayoría cuenta con hojas "impecables" en el servicio militar o ha conquistado los corazones de los estadounidenses por sus "heroicas hazañas" en guerras que han protagonizado a 10 mil kilómetros de distancia "defendiendo su soberanía")- se haya planteado la posibilidad de que un mejor y más completo y grandilocuente nombre sería Estados Unidos del Mundo...
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En rojo, las primeras 13 colonias: Massachusetts, Nuevo Hampshire, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Pensilvania, Nueva Jersey, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia

La Declaración unánime de los trece Estados Unidos de América inició como sigue:
«Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.

«Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. (...) Cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, evidencia en designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de nuevas salvaguardas para su futura seguridad y su felicidad...».
Viéndola como parte de un todo, la declaración formulada por las trece colonias es digna, es hermosa; pero nació con el infortunio de que sólo es aplicable al país que usurpó el nombre de América. Ningún otro país, si no posee el poder militar para enfrentar a Estados Unidos "de América", ha podido disfrutar de ese derecho, pues, sin que parezca un dictamen absoluto, le ha resultado imposible la materialización del camino escogido para su autogobierno.

Por eso se da la sentencia de Thomas Jefferson -en 1786, tres años después que, mediante el Tratado de París de 1783, el Imperio británico reconociera la independencia de Estados Unidos-, uno de los padres fundadores de la nación y principal autor de la Declaración de Independencia: “Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Más cuidémonos (...) de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que estas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo”.

Como presidente, dio inicio a la primera guerra significativa en el exterior de los Estados Unidos: la Guerra de Trípoli (1801–1805), también conocida como Primera Guerra Berberisca, "una guerra naval entre los Estados Unidos y los estados del norte de África conocidos como los Estados Berberiscos" (básicamente los comprendidos entre el oeste de Egipto y el Atlántico: el independiente Sultanato de Marruecos y las tres Regencias de Argelia, Túnez y Trípoli, nominalmente pertenecientes al Imperio otomano). Suyas también son estas palabras, que retratan desde sus inicios los afanes hegemónicos de una nación que nació para subyugar: “Aunque nuestros actuales intereses nos restrinjan dentro de nuestros límites, es imposible dejar de prever lo que vendrá cuando nuestra rápida multiplicación se extienda más allá de dichos límites, hasta cubrir por entero el Continente del Norte, si no es que también el del Sur, con gente hablando el mismo idioma, gobernada en forma similar y con leyes similares...”.

Washington con Jefferson y Hamilton

Dueño de más de medio millar de esclavos, y preocupado por el efecto que pudiese generar la Revolución Haitiana en el orden esclavista reinante en su incipiente nación -desconociendo los acuerdos firmados por su país en 1789 con Toussaint Louverture-, Thomas Jefferson le otorgó su apoyo a la expedición militar organizada por Napoleón Bonaparte con vistas a restablecer la esclavitud en Saint-Domingue. Para lo que no movió un solo dedo -como presidente- fue para ayudar a poner fin al régimen de terror instaurado en Haití, "primero, por el general Charles Leclerc y, luego de su muerte, por el también general Jean-Baptiste Donatien de Vimeur", ambos franceses.

En 1788, otro de los padres fundadores, Alexander Hamilton, expresó: “Podemos esperar que dentro de poco tiempo nos convirtamos en los árbitros de Europa en América, pudiendo inclinar la balanza de las luchas europeas, en esta parte del mundo, de acuerdo con lo que dicten nuestros intereses...”. Cuando Francia y Gran Bretaña emprendieron la guerra -a principios de 1793-, Hamilton formuló lo que, en el decurso de los años, se haría práctica cotidiana en la política exterior estadounidense: la guerra comercial.

En 1791, en la que sería la “primera agresión directa contra América Latina y el Caribe”, el presidente George Washington apoyó financieramente a la administración colonial francesa sobre La Española, "sin lo cual la estructura burocrática-militar de la monarquía constitucional francesa surgida de la Revolución de 1789 no habría podido sostenerse durante los primeros meses de la revolución antiesclavista e independentista haitiana capitaneada, primero, por Vincent Ogé [fundador de la Sociedad de Colonos Americanos: había presionado para la igualdad de la gente de color y, ante la negativa de los diputados, lanzó una insurrección a finales de 1790. Entregado por los españoles, que poseían la parte oriental de la isla donde se escondía en ese momento, murió en 1791], y, a partir de 1793, por el célebre general negro Toussaint Louverture", quien haría pública su proclamación del 29 de agosto de 1793, presentándose como el líder de los negros:
"Hermanos y amigos. Soy Toussaint Louverture; quizás el conocimiento de mi nombre haya llegado hasta vosotros. He iniciado la venganza de mi raza. Quiero que la libertad y la igualdad reinen en Santo Domingo. Trabajo para que existan. Uníos, hermanos, y luchad conmigo por la misma causa. Arrancad de raíz conmigo el árbol de la esclavitud.

Vuestro muy humilde y muy obediente servidor, Toussaint Louverture, General de los ejércitos del rey, para el bien público.
" [La Revolución Haitiana, una de las más hermosas que recoge la historia universal, sirvió a Estados Unidos para el desarrollo de las primeras técnicas de infiltración y saboteo en asuntos internos de otra nación].
En los primeros cinco lustros de su fundación ya se veían las intenciones de sus fundadores:
el país debía ser considerado el nido desde el cual toda América, tanto la del Norte como la del Sur, habría de ser poblada; sólo temía que el dominio español sobre las otras naciones de América resultare demasiado débil para mantenerlas sujetas hasta que su población (la estadounidense) creciere lo suficiente para írselas arrebatando pedazo a pedazo; no podía dejar de prever lo que vendría cuando su rápida multiplicación se extendiera más allá de sus límites, hasta cubrir por entero el Continente Norte, si no es que también el Sur, con gente hablando el mismo idioma, gobernada en forma similar y con leyes similares...
Así como "América" inició la conversión del dócil y excelente trabajador africano en un monstruo, con las privaciones de derechos que su misma constitución otorga, así iniciaría la conversión de su clase política en un engendro que no conocería límites en lo concerniente a sus aspiraciones hegemónicas.
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Arriba, James Madison; abajo, John Adams a la izquierda y James Monroe a la derecha

John Adams (presidente de marzo de 1797 a marzo de 1801) no se quedaría atrás con uno de esos postulados hegemónicos con los que nació Estados Unidos. En 1804, fuera de la presidencia, expresaría semejante barbarie: “(...) La gente de Kentucky está llena de ansias de empresa y aunque no es pobre, siente la misma avidez de saqueo que dominó a los romanos en sus mejores tiempos. México centellea ante nuestros ojos. Lo único que esperamos es ser dueños del mundo”.

Por su parte, Jefferson, que gobernó de 1801 a 1809, no reconocería la independencia de Haití (1 de enero de 1804) -"primera república gobernada por esclavos y libertos negros y mestizos del mundo"-, algo que vendría a suceder en 1862, 58 años después. Por el contrario, Estados Unidos impondría un embargo económico contra el gobierno haitiano, presidido entonces por el general independentista Henri Christophe (conocido como Enrique I de Haití, quien durante su reinado se proclamaría “destructor de la tiranía, regenerador y benefactor de la nación haitiana, creador de sus instituciones morales, públicas y bélicas, primer monarca coronado del Nuevo Mundo”), convirtiéndose esta práctica en el arma predilecta para ahogar gobiernos desafectos a los intereses norteamericanos y estimular crisis políticas que dieran al traste con el orden constitucional.

El Secretario de Estado James Madison (que gobernaría de 1809 a 1817) se hizo eco de las palabras emitidas por el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, con las que dejaría constancia del desprecio hacia la gente de color (nada nuevo: esa oligarquía esclavista, enquistada en el corazón del poder hegemónico del incipiente imperio, consideraba al negro -transportado desde África amarrado con gruesas cadenas, sin comida y sin agua, bajo azote constante- una especie inferior, comparada sólo con las peores de las alimañas): “La existencia de un pueblo negro en armas, (…) es un espectáculo horrible para las naciones blancas”.

En 1812, Joel Poinsett, agente especial de Estados Unidos, se involucraría abiertamente en los asuntos internos de Chile, por lo que sería calificado por algunos historiadores como "uno de los primeros espías estadounidenses en América Latina". Durante el desempeño de su misión en Santiago, "Poinsett prontamente dejó de lado las reservas inherentes a su investidura oficial y se transformó en amigo y consejero de José Miguel Carrera, se inmiscuyó en las disputas partidarias internas e incluso olvidó su calidad de agente de un país neutral". Cuando el Libertador Bernardo O’Higgins fue nombrado presidente de la Junta Patriótica -que se oponía al gobierno de José Miguel Carrera [durante el largo período de la independencia chilena; su rivalidad con este, el otro líder de la Independencia, los llevaría a enfrentarse, en 1814, en el combate de Tres Acequias (cercanías del río Maipo, San Bernardo). No obstante, el espíritu patriota primaría de nuevo para que se unieran en el propósito de enfrentar la invasión de las fuerzas realistas]-, "Poinsett fue declarado persona no grata y tuvo que retornar a Estados Unidos".

Paralelamente, en la otra América, la del Sur, Simón Bolívar libraba una lucha colosal por la independencia de España de las naciones que iban a constituir la América Meridional. Su sueño: “ver formar en [esa] América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, sueño que preocupaba al poder hegemónico instalado en el gobierno norteamericano sin importar la parcela política a la que perteneciera la clase gobernante, que comenzaba a formarse como brazo ejecutor de la oligarquía, clase dominante que no ha perdido preponderancia en cerca de dos siglos y medio de vida "capitalista" que lleva la nación que vio la luz por vez primera usurpando el nombre que correspondía a todo el continente.

"A pesar de la brutalidad que acompañó esa reconquista y los métodos terroristas contra la población civil criolla empleados por las tropas españolas, el presidente James Madison le ofreció garantías a esa reaccionaria monarquía de que su gobierno mantendría una posición neutral frente a las luchas por la independencia que ya se desarrollaban en casi toda sus posesiones. En consecuencia, Madison dictó una Ley que prohibió involucrarse en ninguna empresa (ninguna empresa vinculada a las luchas por la independencia) contra España".

Ante la "neutralidad" del gobierno de Estados Unidos, Simón Bolívar requirió, y recibió, el apoyo del presidente haitiano, Alexandre Pétion, cuya única condición descansaba "en la emancipación de los esclavos en los territorios latinoamericanos que fueran liberados del dominio español". Bolívar pudo organizar desde Haití las dos expediciones militares con las que iniciaría la última etapa de la lucha por la independencia del norte de América del Sur. Pese al avance de la lucha contra el dominio español, el presidente estadounidense James Madison ratificó el Acta de Neutralidad que "prohibía la provisión de armamentos o la preparación de expediciones en apoyo a las fuerzas latinoamericanas" (mientras mantenía suelo y puertos abiertos al comercio con la cruel monarquía española).

En 1818 [James Monroe sustituiría a James Madison como presidente para los próximos dos períodos (4 de marzo de 1817 a 4 de marzo de 1825)], dos barcos norteamericanos (las goletas Tigre y Libertad) violaron deliberadamente el bloqueo establecido en el Río Orinoco por las fuerzas patrióticas comandadas por Simón Bolívar. Ambas naves fueron abordadas para ser inspeccionadas y, al revisarse, se encontraron y fueron confiscados víveres, armas y municiones (cargamento que iba destinado a las tropas realistas). Después de la detención, el gobierno de los Estados Unidos envió a Venezuela, "para superar el impasse", a John Baptist Irvine, quien recibiría del secretario de Estado, John Quincy Adams, las credenciales que lo asignaban como agente especial, así como las instrucciones para el desempeño de su misión. Irvine inició su trabajo con una carta a Bolívar solicitando la liberación de las naves "por ser solo buques mercantes, sin relación alguna con el contrabando de armas al enemigo realista". ¡Ah, las mentiras! ¡Son históricas!

Simón Bolívar, militar y político venezolano que lideró las campañas con las que seis naciones americanas (Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Bolivia) conquistaron su independencia. Fue una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana frente al Imperio español

Presentamos algunos fragmentos de las cartas con las que El Libertador respondería a las demandas de Irvine:
Los ciudadanos de los Estados Unidos, dueños de, recibirán las indemnizaciones que por el órgano de usted, piden por daño que recibieron en sus intereses, siempre que usted quede plenamente convencido de la justicia con que hemos apresado los dos buques en cuestión... [que] han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de Guayana y Angostura para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana, ¡la sangre de sus propios hermanos!” [29 de julio de 1818]. ¿Cómo se habrá sentido el arrogante y prepotente agente yanqui al leer de manos de Simón Bolívar (a quien la BBC de Londres declarara "el hombre más importante de la historia"), en alusión a la sangre derramada frente a las despiadadas tropas españolas, las palabras ¡la sangre de sus propios hermanos!?

Si las naciones neutrales hubiesen obligado a nuestros enemigos a respetar estrictamente el derecho público, y de gentes, nuestras ventajas habrían sido infinitas, y menos tendríamos que quejarnos de los neutros. Pero, ha sucedido lo contrario en el curso de la presente guerra… ¿No sería muy sensible que las leyes las practicase el débil y los abusos los practicase el fuerte?” [6 de agosto de 1818].

La imparcialidad que es la gran base de la neutralidad desaparece en el acto en que se socorra a una parte contra la voluntad bien expresada de la otra, que se opone justamente y que además no exige ser ella socorrida… Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiera procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa, que equivale a la muerte, contra los virtuosos ciudadanos que quisiesen proteger nuestra causa, la causa de la justicia y de la libertad, la causa de América” [20 de agosto de 1818].
Para el 7 de octubre de 1818 Bolívar, enfadado con el agente norteamericano, le refuta:
Parece que el intento de usted es forzarme a que alterne los insultos: No lo haré; pero sí protesto a usted, que no permitiré se ultraje ni desprecie al gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra populación y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
Y por último, ante una solapada amenaza de Irvine, le responde el 12 de octubre:
El valor y la habilidad, señor Agente, suplen con ventaja al número. ¡Infelices los hombres si estas virtudes morales no equilibrasen y aún superasen las físicas! El amo del reino más poblado sería bien pronto señor de toda la tierra. Por fortuna se ha visto con frecuencia a un puñado de hombres libres vencer a imperios poderosos”.
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En 1820, el vocero de la Cámara de Representantes de Estados Unidos (dirigente del Partido Republicano Nacionalista), Henry Clay, urgió el reconocimiento de los Estados latinoamericanos independizados de España con estas palabras: “Seamos real y verdaderamente americanos; coloquémonos a la cabeza de un nuevo Sistema Americano (...) del que seríamos el centro. Toda América obrará de acuerdo con nosotros (...) Podemos con toda seguridad confiar en el espíritu de nuestros comerciantes. Los metales preciosos están en América del Sur (...) Nuestra navegación reportará los beneficios del transporte y nuestro país recibirá los beneficios mercantiles”. ¿Significaban algún progreso en las relaciones con la los gobiernos que generó la Revolución Haitiana? Para nada; muchos congresistas se mantuvieron hostiles; lo que hubo en realidad fue un aparente cambio de actitud ante las nacientes naciones americanas, sin alteración alguna en el trato que Estados Unidos dispensó a la única nación de negros del continente (gobernada por negros, además).

El 2 de diciembre de 1823 James Monroe proclamaría la doctrina que lleva su nombre (ideada por John Quincy Adams, entonces secretario de Estado, gestor de un pacto con Inglaterra y Francia para evitar la independencia de Cuba y Puerto Rico del dominio español y quien sucedería a Monroe como presidente de los Estados Unidos). La misma fue presentada al Congreso de la nación en su sexto Discurso sobre el Estado de la Unión, y consistía en "considerar cualquier intervención europea en los destinos de los países americanos como un agravio directo a los Estados Unidos, que ameritaría una respuesta inmediata y contundente", en un momento histórico en que se escenificaban las luchas emancipadoras de numerosas colonias europeas. O sea, Estados Unidos asumía la determinación de enfrentarse al colonialismo y, nada más y nada menos que, al "imperialismo, sirviendo de garante a las nacientes repúblicas latinoamericanas".

En las consultas que antecedieron al discurso, el expresidente Thomas Jefferson manifestó: “Yo confieso, con toda sinceridad, que siempre consideré a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El control que con la Florida nos daría esa isla sobre el Golfo de México y los países del istmo contiguo [Centroamérica], así como [sobre] las tierras cuyas aguas desembocan en el Golfo, asegurarán completamente nuestra seguridad continental”. Paralelamente, el Secretario de Estado John Quincy Adams establecería que, "por su ubicación geográfica, Cuba y Puerto Rico constituían apéndices naturales de Estados Unidos". Debe asumirse pleno conocimiento de que la doctrina Monroe surgió en un momento en que Estados Unidos no contaba con poderío militar para sustentarla, como también que, con el transcurrir de los años, adquiriría relevante importancia "en la definición de las relaciones internacionales entre la nación norteamericana y el resto del continente, por lo que a menudo se considera como un anuncio del futuro imperialismo estadounidense".

En la frase “América para los americanos”, que repercutiría hasta nuestros días por su significado inicuo, coexistían "dos emociones o sentimientos opuestos (¡como el amor y el odio!)": por un lado, los intelectuales y políticos latinoamericanos sentían agradecimiento por el apoyo estadounidense en su lucha contra las potencias europeas, pero, por el otro, temían, "desde temprano, la injerencia que dicha resolución le otorgaba a los Estados Unidos en sus nacientes repúblicas".

James Monroe y John Quincy Adams, quinto y sexto presidentes de los Estados Unidos

Las consecuencias inmediatas del pronunciamiento de Monroe fueron muy pocas (aún Estados Unidos carecía del poderío militar para enfrentar a los colonizadores europeos). Ejemplos de su debilidad (o conveniencia) los encontramos en: la invasión británica a las Islas Malvinas, ocupadas por la fuerza desde 1833; la ocupación de la República Dominicana por España (entre 1861 y 1865); las dos intervenciones francesas en México (1838-1839 y 1862-1867); la ocupación británica de la Guyana en Venezuela, un largo acontecimiento que estuvo marcado por la componenda franco-británica-estadounidense justo cuando los norteamericanos propusieron "el escenario judicial internacional llamado Laudo Arbitral de París de 1899, un tribunal supuestamente imparcial para resolver el trazado limítrofe en disputa".

¿No han estado históricamente aliadas Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, las tres naciones que han asumido la hegemonía, el expansionismo y el imperialismo con carácter de exclusividad a partir del momento en que la humanidad dejó atrás el "oscurantismo"? ¿No existía un pacto con Inglaterra y Francia para evitar la independencia de Cuba y Puerto Rico? ¿Ha sido genuino el respaldo de Estados Unidos a la autodeterminación de las nuevas repúblicas? ¿Se puede creer en la neutralidad norteamericana en algún conflicto regional o universal cuando la historia que cuenta la humanidad ha demostrado que Estados Unidos vela sólo por sus intereses?

La doctrina ha tenido consecuencias; ha sido usada para justificar las numerosas intervenciones del gobierno de los EE. UU. en América Latina. "La idea de que América Latina es el patio trasero de los Estados Unidos se fundamenta en gran medida en la doctrina Monroe". ¿"América para los americanos" no significaría realmente "América para los estadounidenses"? Cuando la nación norteña del continente americano fue bautizada con el nombre de Estados Unidos de América, ¿no se estaba usurpando el nombre que corresponde por derecho a todas las naciones, desde Argentina y Chile hasta Canadá?
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John Quincy Adams y Andrew Jackson, sexto y séptimo presidentes de Estados Unidos

En 1824, fiel a las expresiones del Secretario de Estado John Quincy Adams -de que Cuba y Puerto Rico constituían apéndices naturales de Estados Unidos (por su ubicación geográfica)-, unidades de la marina de guerra estadounidense, "desconociendo a las autoridades españolas, esembarcaron varias veces en Cuba y Puerto Rico con el pretexto de destruir las bases de piratas enclavadas en esos territorios, así como de reparar insultos que habían inferido a oficiales y a la bandera estadounidenses". Un año después, bajo la presidencia de John Quincy Adams (1825-1829), unidades navales estadounidenses y británicas desembarcarían en Cuba "con el propósito de capturar navíos piratas".

La carrera de las intervenciones había iniciado para no detenerse jamás; de una u otra forma había que honrar los intereses de Estados Unidos, que, con sus barcos, introduciría de contrabando un cargamento de armas para respaldar a las tropas españolas que conspiraban contra la independencia de la Gran Colombia, integrada, a instancias del Libertador Simón Bolívar, por los actuales territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. La parcialización antibolivariana de la oligarquía norteamericana permitía que sus barcos se dedicaran a tan desaprensiva tarea, razón por la que Bolívar le comunicaría a Santander "recomiendo a usted que haga tener la mayor vigilancia sobre estos norteamericanos que frecuentan las costas; son capaces de vender a Colombia por un real". Las relaciones de la nación norteamericana con el Caribe y la América meridional iban adquiriendo sólidos matices colonialistas.

Comenzaba a aflorar la expansión y un ligero adelanto económico-industrial que propiciaba el desarrollo de una política exterior violenta en las regiones más próximas del continente. El Libertador Simón Bolívar anhelaba el entendimiento entre todos los países del continente, y, para honrar ese proyecto por el que tanto luchó, instaló en Panamá el Congreso Anfictiónico, al que Estados Unidos, contra la voluntad de Bolívar, enviaría una delegación. El Libertador buscaba la creación de una Confederación de Pueblos Iberoamericanos (desde México hasta Chile y Argentina), afianzar la independencia, la seguridad interna y la no intervención, establecer la igualdad jurídica entre todas las naciones, desarrollar las relaciones entre los Estados por medio de un Congreso plenipotenciario permanente y establecer una reforma social basada en la paz y la libertad. [La anfictionía, o liga anfictiónica, era una liga originalmente religiosa de tribus griegas (la más conocida era la délfica). Luego adquiriría el carácter de Confederación, y agruparía a las antiguas ciudades griegas para dilucidar asuntos comunes].

El Secretario de Estado en el gobierno de Quincy Adams, Henry Clay, había instruido a los integrantes de esa delegación para que se opusieran a cualquier resolución que propugnara por la creación de la Confederación y, sobre todo, para que obstaculizaran cualquier dictamen que respaldara los planes de los gobiernos de la Gran Colombia y de México de organizar -con el apoyo de los independentistas de esas islas- una expedición militar para liberar a Cuba y Puerto Rico del dominio colonial español (el bloqueo -dada la habitual oposición a la incorporación de Haití a la mencionada Confederación de Estados Latinoamericanos- no quedaría fuera de tan pérfidas instrucciones). Pero, en esta ocasión, la suerte no acompañaría los planes de Estados Unidos: "uno solo de los delegados estadounidenses llegó a Panamá, y lo hizo cuando el Congreso Anfictiónico había concluido; el otro había muerto en el camino".

El congreso se dio durante las conquistas independentistas en Hispanoamérica, "tras la liberación del Alto Perú (actual Bolivia) por parte del Libertador Simón Bolívar y del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre". Asistieron La Gran Colombia, México, Perú y la República Federal de Centro América; Gran Bretaña y Países Bajos enviaron observadores. Mientras tanto, ¿Qué hacía Estados Unidos? Apropiarse ilegalmente de Texas, aunque la conquista, gracias al empeño de las autoridades mexicanas, duraría poco; fomentar un clima de caos y anarquía en México [controlar al gobierno mexicano se había convertido en una obsesión (con fines muy bien estructurados)] con el fin de estimular una insurrección (que, aunque no duraría mucho, sería violentamente derrotada). México atravesaba por un período de inestabilidad política que serviría a los intereses de Estados Unidos facilitándole el avance en sus planes expansionistas.

La Gran Colombia, un Estado americano, creado por el Congreso de Angostura de 1819, que unió a Venezuela y a la Nueva Granada en una sola nación, a la que luego se adhirieron Panamá (1821), Quito y Guayaquil (1822)

Paralelamente, en Lima (Perú), con extrema cautela, Estados Unidos se daba a la abominable tarea de auspiciar una conspiración para quitarle la vida a Simón Bolívar. En la Gran Colombia, por medio de su representante en Bogotá -coronel William Henry Harrison-, emprendía esfuerzos para derrocar a las autoridades de ese país, por lo que el coronel Harrison sería declarado persona no grata (a su regreso a Washington, Harrison sería premiado; fue ascendido a general y luego electo presidente de los Estados Unidos, función que no pudo desempeñar más allá del primer mes debido a su repentina defunción). Fruto del complot, y mientras iba a Ecuador a sofocar una insurrección separatista, sería asesinado el lugarteniente de Simón Bolívar, Antonio José de Sucre.

Estados Unidos había convertido en política de Estado sus planes para frenar a Simón Bolívar y sus correligionarios; en la mayoría de ellos estuvieron involucrados secretarios de Estado y los propios presidentes de la nación. Los norteamericanos desarrollaron un peligroso sistema de inteligencia del que formaron parte representantes plenipotenciarios, cónsules, comerciantes, agentes negociadores, militares en funciones "específicas" en el exterior, etc., que se valían de la precaria condición de vida existente entre la población para reclutar delatores y confidentes que lograban infiltrar reuniones y actividades secretas en las que participaban los patriotas.

Venezuela y Ecuador se separarían de la República de Colombia, quedando finalmente disuelta la Gran Colombia para 1831; afloraban al mundo Ecuador, Venezuela y Nueva Granada (nombre que recibió la república formada por las provincias centrales de la Gran Colombia tras su disolución, y que mantuvo hasta 1858 cuando pasó a llamarse Confederación Granadina. Su territorio abarcaba los actuales países de Colombia y Panamá).

Florecía la actividad injerencista norteamericana y la Gran Colombia quedaba disgregada. Ante el hecho, el Libertador Simón Bolívar redacta su conocida carta de Guayaquil, dirigida al coronel Patricio Campbell, Encargado de Negocios de Gran Bretaña, en la que, con poco más de 5 décadas de establecido, Estados Unidos mostraba al mundo lo que sería capaz de hacer en aras de la libertad (palabra que para sus ciudadanos significa intereses propios y desgracia de los demás): "Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad".

Bolívar consideraba a Estados Unidos dispuesto a realizar cualquier cosa. Así lo expresaría en la carta que le enviara a Francisco de Paula Santander en 1826, de cuyo contenido habíamos mostrado el segmento donde le recomendaba "tener la mayor vigilancia sobre esos americanos que frecuentan las costas: son capaces de vender a Colombia por un real".
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Séptimo y octavo presidentes de Estados Unidos

Los mandatos de Andrew Jackson (1829-1833 y 1833-1837) se asentarían en la bitácora de los abusos creando aberrantes precedentes, aún habiendo conquistado para las clases más necesitadas ciertas libertades y un favorable ambiente de posibilidades. Belicoso y de temperamento volátil, se licenciaría en leyes, lo que le permitiría participar en la redacción de la Constitución de Tennessee. Como militar, "tras reunir un ejército de 50,000 hombres", recibió el encargo -durante el gobierno de James Madison- de combatir a los indios creeks, "los cuales se habían aliado con los ingleses con el objetivo de expulsar a los estadounidenses de sus tierras". Su odio hacia los nativos lo llevó a "cazarlos" como venados; «para él no eran personas, sino "perros salvajes", como solía afirmar». Alardeaba de haber conservado siempre "el cuchillo de escarpar a aquellos indios a los que había matado".

"Toda la nación Cherokee debería ser exterminada... y lo mejor sería acabar con las mujeres indias para que no se reprodujeran". Con este abominable mandamiento, honrado a cabalidad, y considerado héroe militar por el pueblo norteamericano (requisito indispensable para ganarse el favor del electorado hasta el día de hoy), llegaría al poder en 1829.

Luis Vernet, primer gobernador argentino de las islas Malvinas antes de la invasión y colonización por el Imperio británico, prohibiría, en agosto de 1829, "bajo apercibimiento de sanciones", la caza y la pesca en la isla Soledad (la de mayor superficie del archipiélago). A los capitanes de los barcos extranjeros, al llegar a puerto, "se les hacía entrega de una circular impresa con la prohibición, y también se les cobraba una tasa". ¿Quiénes serían los primeros violadores? Ingleses y estadounidenses. Tres pesqueros estadounidenses (Harriet, Breakwater y Superior) serían apresados por las autoridades argentinas en las islas y "acusados de contravenir dicha normativa". ¿Qué hizo el gobierno de Jackson? Tildar de piratería las ejecutorias llevadas a cabo por las autoridades argentinas, porque, para Estados Unidos, "es un derecho del pueblo estadounidense pescar donde le dé la gana". Para respaldar semejante ignominia, la corbeta estadounidense USS Lexington, comandada por Silas Duncan, recibiría la orden -si no se liberaba al pesquero Harriet y a su capitán (apresados por violar la disposición de Vernet)- de abordar las instalaciones argentinas en las islas Malvinas. Duncan, "amo y señor del mundo", violando todos los recursos de la diplomacia, instó a la "rendición inmediata de Vernet para que fuera enjuiciado como ladrón y pirata".

La corbeta Lexington arribó a Puerto Soledad el 28 de diciembre de 1831 y de inmediato desembarcó un grupo de soldados que destruyó el asentamiento, las fortificaciones y defensas de artillería, tomando prisioneros a la mayoría de sus ocupantes. El presidente Jackson exaltaría a Duncan por el curso que dio a sus acciones, mostrándole su satisfacción por "la prontitud, la firmeza y la eficiencia de sus medidas". Estados Unidos estaba dispuesto a reconocer la soberanía británica sobre las islas Malvinas a cambio del otorgamiento de derechos de libre pesca en las aguas inmediatas. "Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad". "Libertad, palabra que para los estadounidenses significa intereses propios y desgracia de los demás" [Estados Unidos y su moral en bikini. Una nación que desde sus inicios se formó bajo la mendacidad y la expoliación (V)].

Noveno y décimo presidentes de Estados Unidos

Como resultado de la colaboración de Estados Unidos, la armada británica se apoderaría ilegalmente de las islas Malvinas y las rebautizaría con el nombre de islas Falkland. En agosto de 1832 el Primer Ministro británico, Lord Palmerston, dio al contraalmirante Thomas Baker la orden de retomar el control de la corona sobre el archipiélago. El capitán John Onslow, comandante de la corbeta HMS Clio, llegaría el 20 de diciembre de 1832 al Puerto Egmont (Puerto de la Cruzada) y tomaría posesión formal. Días más tarde anclaría frente a Puerto Soledad y ordenaría arriar la bandera argentina con la siguiente orden:
"Debo informaros que he recibido órdenes de S.E. el Comandante en Jefe de las fuerzas navales de S.M.B., estacionadas en América del Sur, para hacer efectivo el derecho de soberanía de S.M.B. sobre las Islas Malvinas.

Siendo mi intención izar mañana el pabellón de la Gran Bretaña en el territorio, os pido tengáis a bien arriar el vuestro y retirar vuestras fuerzas con todos los objetos pertenecientes a vuestro gobierno.

Soy, Señor, vuestro humilde y muy obediente servidor.

J. Onslow A.S.E. el Comandante de las Fuerzas de Buenos Aires en Puerto Louis [Soledad]
"
¿“América para los americanos”? ¿Seguro? ¡América para los estadounidenses! Y, en su defecto, para sus eternos aliados: los británicos, aquellos a quienes combatieron para obtener su independencia. Si Estados Unidos no hubiese violado las disposiciones establecidas por el gobernador Luis Vernet, y no hubiese sido un derecho del pueblo estadounidense "pescar donde le diera la gana", ¿estarían hoy las islas Malvinas en manos de los imperialistas británicos? Estados Unidos posee "la virtud" de, donde mete la nariz, alterar el estado natural de las cosas, siempre que la adulteración le genere beneficios. Las acciones que emprende tienden a la apropiación de recursos, al despojo de territorios (para usufructo propio o de sus aliados) y a la subversión del orden para destronar gobiernos [sea que ideológicamente son contrarios, sea que el cambio le reporte riquezas, o sea que el resultado, en términos políticos, favorezca alguna estrategia imperialista (expansionista, anexionista...)].

"Entre 1832 y 1833 se tejió la anexión de territorios mexicanos": ingresa en Texas el ex gobernador de Tennessee, Samuel Houston, y Stephen Austin ("el Padre de Texas") se suma a la sublevación del general Antonio López de Santa Anna contra el gobierno mexicano, al que, ya como presidente, combatiría en la guerra que dio inicio en octubre de 1835 y culminaría en marzo de 1836 con la creación de la República de Texas. Con anterioridad, Estados Unidos había intentado, y fracasado, anexarse a Jamaica; fue su respuesta a la decisión del imperio británico "de abolir la esclavitud en todas sus posiciones coloniales en el Mar Caribe". Fracasó, además, en fundar, bajo su protectorado, una República Anseática (o Hanseática, nombre proveniente de Alemania que se confiere a una "federación comercial y defensiva de comunidades de comerciantes"); se había comprometido con la subversión del orden instaurado por el gobierno de Nueva Granada (Colombia y Panamá).


En 1835, en medio de la guerra civil que llevó a la desintegración de la Confederación Peruano-Boliviana, y con el pretexto de “proteger los intereses estadounidenses”, la Infantería de Marina ocupó zonas de Lima y del puerto El Callao. Para 1836 Texas proclamaba su independencia de México y solicitaba su anexión. Estados Unidos reconoció la independencia y, para 1845, apelando al “Destino Manifiesto”, Texas comenzaría a formar parte su territorio.

Estados Unidos entendía que estaba destinado a expandirse hacia los territorios no conquistados de América del Norte y sobre América del Sur. Tan descarada teoría, concebida durante el gobierno de James Monroe (inspirada en la ideología de John Quincy Adams y dada a conocer por el periodista John O´Sullivan en un artículo en el que "apoyaba que Texas pasase a formar parte de los Estados Unidos"), y sostenida hasta el día de hoy, «ha mantenido la convicción nacional de que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una "nación superior"».

«La imagen nacional que los Estados Unidos tienen de sí mismos, como protectores y defensores de la legalidad, la libertad y la democracia, se funda en la creencia de que poseen una superioridad moral (porque son el “pueblo elegido”). Esta suposición les ha permitido justificar su intromisión en los asuntos internos de otros pueblos (que no son “elegidos de Dios”) o de plano la violencia contra ellos». "Anexión", nombre con el que O'Sullivan publicó su artículo en la revista Democratic Review de Nueva York, decía: "El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino".

Por todas esas razones Eduardo Galeano expresaría: "Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación. Es América Latina, la región de las venas abiertas".
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James Polk y Zachary Taylor, undécimo y duodécimo presidentes de Estados Unidos

En 1836, y de manera discreta, la Casa Blanca, el general Edmund Pendleton Gaines (oficial del ejército de los EE. UU.) y sus tropas y un gran número de voluntarios de Nueva York, Pennsylvania y Nueva Orleans dieron su apoyo a las autoridades ilegítimas de Texas, "las que proclamaron su independencia de México y solicitaron la anexión a Estados Unidos". Al año siguiente, a pesar de la oposición del gobierno mexicano, «el Senado de Estados Unidos reconoció la independencia de Texas y destinó los fondos necesarios para acreditar una “representación diplomática” ante ese “país”, acto que fue inmediatamente ejecutado por el presidente Martin Van Buren (1837-1841)».

En 1842, de forma insólita, el Escuadrón del Pacífico de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, al mando del comodoro Thomas ap Catesby (T.C.C) Jones, ocupó temporalmente la ciudad mexicana de Monterrey, California ("Jones pensó erróneamente que la guerra había comenzado, y se apoderó del puerto durante un día antes de devolver el control a México"). Otro destacamento militar ocupó la ciudad de San Diego. «Ambos se retirarían al conocer que Estados Unidos “aún no le había declarado la guerra a México”».

En 1844, mientras se discutía en el Senado estadounidense la anexión de Texas, «el presidente John Tyler (1841-1845) envió tropas norteamericanas con la finalidad de "proteger dicho territoio" de las autoridades mexicanas». En 1845, sobre la base de los enunciados del «Destino Manifiesto –sistematizados por primera vez por el publicista estadounidense John L. Sullivan y según el cual la expansión estadounidense hacia el Sur de sus fronteras no sólo era algo inevitable sino que respondía a “un mandato divino”»— el presidente James Polk, que había relevado a Tyler para el período 1845-1849, y con el respaldo del Congreso, se anexó a Texas. Paralelamente, como se había hecho costumbre, "la Casa Blanca estimuló a los colonos estadounidenses de California para que organizaran una sublevación contra las autoridades mexicanas".

En 1846, tropas estadounidenses -al mando del general Zachary Taylor [«también conocido como Old, Rough and Ready ("Viejo, rudo y presto")»; duodécimo presidente de los Estados Unidos de "América" (1849 a 1850) y el segundo en morir en ejercicio de su mandato]- «provocaron, de manera premeditada, un combate con las fuerzas armadas mexicanas dispersas en el Río Bravo, acción que fue utilizada como pretexto por el presidente Polk, con el respaldo del Congreso, para iniciar una cruenta y desigual “guerra de rapiña” contra su vecino del Sur».

Mientras comenzaba la guerra, EE. UU. firmaba con el gobierno de Nueva Granada [república unitaria creada por las provincias centrales de la Gran Colombia tras su disolución en 1830; mantuvo ese nombre de 1831 hasta 1858 cuando pasó a llamarse Confederación Granadina (su territorio abarcaba los actuales países de Colombia y Panamá)] un tratado mediante el cual este país se comprometía a garantizar la libre circulación de ciudadanos y mercancías norteamericanas a través del istmo de Panamá. "A cambio, el gobierno de Estados Unidos le prometió a su contraparte respetar la soberanía colombiana sobre ese estratégico territorio latinoamericano".

William N. Cromwell, «verdadero cerebro de la separación y representante legal tanto de la 'Compañía Nueva del Canal' como de la 'Compañía de Ferrocarril de Panamá'»

¡Estados Unidos y sus mentiras! No podemos concluir esta entrega sin antes adelantar una corta historia de cómo Panamá se separa de Colombia y cobra vida el Canal de Panamá. En 1903, medio siglo después de la firma del tratado, Panamá le sería arrancada a Colombia por vía de una conspiración auspiciada por los propios Estados Unidos, la 'Compañía del Ferrocarril' y sectores de la burguesía panameña empeñados en la construcción del canal interoceánico (Pacífico y Atlántico). Muchos historiadores acreditan la separación de Panamá de Colombia a los representantes de esa 'Compañía del Ferrocarril', dirigida por el abogado neoyorkino William N. Cromwell, «verdadero cerebro de la separación y representante legal tanto de la 'Compañía Nueva del Canal' como de la 'Compañía de Ferrocarril de Panamá'».

El expansionismo de Estados Unidos, la maltrecha 'Compañía Nueva del Canal' [de capitales franceses, representada por Philippe Bunau-Varilla (ingeniero y soldado francés que con la ayuda de Cromwell tuvo una gran influencia en la decisión de los Estados Unidos de construir un canal sobre el istmo de Panamá)], el mismo Cromwell (la carta más importante de Washington), los agentes norteamericanos y panameños de la 'Compañía del Ferrocarril' y el vil presidente de la República de Colombia, José Manuel Marroquín [que había alcanzado el poder gracias a que su grupo político (conservador) derrocó al presidente Manuel Antonio Sanclemente mediante un golpe de Estado] fueron los actores principales en los eventos más importantes relacionados con la separación de Panamá de Colombia y la ejecución del proyecto interoceánico.

¿Qué motivó al abogado Cromwell y al ingeniero francés Bunau-Varilla a convencer al Senado norteamericano de la importancia de construir el canal en el istmo de Panamá? "Dada la incapacidad para terminar el canal, y ante la posibilidad de perder 250 millones de dólares en inversiones cuando expirara la concesión en 1904, la compañía francesa a cargo había contratado a Cromwell para convencer al gobierno norteamericano de comprarles sus propiedades". Este no se limitó al cabildeo para el que fue contratado, sino que inició un plan que denominó "americanización del canal", por el cual reuniría un grupo de notables empresarios de Wall Street «que sigilosamente comprarían las devaluadas acciones del "canal francés" y las revenderían a su gobierno. Mediante el acuerdo se segregaba una zona de 5 kilómetros a cada lado del canal, incluyendo ríos, lagos y los principales puertos, en la cual Norteamérica [Estados Unidos de "AMÉRICA"] tendría plena jurisdicción».
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La Batalla de Cerro Gordo: enfrentamiento librado en 1847 por los ejércitos de México y de los Estados Unidos durante la intervención gringa en suelo mexicano

El 13 de mayo de 1846, retomando el curso de los acontecimientos, pausado por la reseña que extemporáneamente hiciéramos acerca de Panamá y el canal, Estados Unidos de "América" decide declararle la guerra a México. Las fuerzas estadounidenses llegaron a la frontera mexicana comandadas por el general Stephen Watts Kearny, quien ocuparía Nuevo México y California. Los invasores triunfaron batalla tras batalla: la de Palo Alto, la de la Palma, la de Monterrey, y, aunque también lo hicieron en la de Angostura, en febrero de 1847, provocando el retiro del Ejército Mexicano, no es menos cierto que sufrieron la disolución del ejército de Zachary Taylor.

Ante los infructuosos esfuerzos del gobierno mexicano, los invasores decidieron continuar la guerra (característica que le acompañaría hasta nuestros días), y, el 18 de abril de 1847, bajo el mando del general Winfield Scott, el ejército estadounidense se enfrentó a las fuerzas mexicanas en Cerro Gordo, batalla de la que salieron doblegadas las tropas mexicanas, que no pudieron resistir los ataques y "permitieron el avance de los extranjeros hasta la Ciudad de México sin mayor resistencia". El 8 de agosto el General Scott llegó a la Ciudad de México con 14,000 soldados y, luego de una serie de enfrentamientos, la tomó. Tras el triunfo, se firmó, en febrero de 1848, el “Tratado de Guadalupe Hidalgo” con el que México, además de renunciar a cualquier reclamo sobre Texas (la frontera se establecería en el Río Bravo), tuvo que ceder los territorios que actualmente ocupan los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma.

1848 sería un año de grandes consolidaciones imperialistas: México sería despojado de 2,263,866 Km², más de la mitad de su territorio original. «Paralelamente, la Casa Blanca estimulaba las acciones de los sectores que querían separar al estado de Yucatán (estremecido por una potente sublevación indígena) de México y anexarlo a Estados Unidos. Ante la imposibilidad de lograr ese propósito y frente a las demandas de protección que habían presentado las temerosas autoridades yucatecas a Inglaterra y Francia, el presidente Polk proclamó un nuevo “corolario de la Doctrina Monroe”: Los Estados Unidos no admitirían (aunque así lo deseasen las autoridades de Yucatán) la transferencia de ese estratégico territorio a ninguna potencia europea».

Ese mismo año se escenificaban en Europa revoluciones que iniciarían lo que se conoce como "primavera de los pueblos". La crisis económica en Francia, consecuencia de las malas cosechas, influyó en los sectores industrial y financiero llevando al paro a muchos obreros. Les fueron negados derechos y libertades a importantes sectores de la sociedad francesa; "la monarquía de Luis Felipe de Orleans sólo satisfacía los intereses de la alta burguesía, en tanto que la pequeña burguesía como el proletariado quedaban política y económicamente desatendidos".

En Nápoles se implantó una monarquía constitucional que sustituyó al absolutismo; "en los Estados Pontificios la sublevación hizo huir al Papa y se constituyó una república; el reino de Lombardía-Véneto se sublevó contra los austríacos y en el reino del Piamonte se creó una monarquía constitucional que se convirtió en el motor de la unidad italiana".

En el Imperio Austríaco se desplomaba y huía Klemens von Metternich, ministro de Asuntos Exteriores y canciller (desde 1821), y Fernando I, emperador, se vio obligado, ante las reivindicaciones nacionalistas que contaron con aliados en Hungría y Chequia (partes del imperio), a aceptar la formación de una Asamblea Constituyente. En Alemania, la revolución también tuvo una marcada connotación nacionalista. Federico Guillermo IV de Prusia hubo de aceptar una Constitución de base censitaria ["El sufragio censitario supone que en unas elecciones sólo pueden votar quienes cumplen unos estrictos requisitos, normalmente de renta o estatus, dejando fuera del derecho a voto a una gran parte de la población"].

Aunque las revoluciones democráticas en Europa -de 1848- fracasaron, su experiencia influyó de cierta manera en la clase obrera del siglo XIX. Ese fracaso provocó un gran aumento en la emigración a los Estados Unidos, sobre todo de alemanes que se sintieron traicionados por el revés que sufrieron las reformas por las que habían luchado. Ese incremento en la acogida de Estados Unidos de aquellos europeos que salieron huyendo de sus respectivas naciones dio forma a la connotación que hoy exhibe el país de ser uno conformado por inmigrantes. Lógicamente, fue una inmigración de "seres superiores, de hombres blancos, puros, capaces, educados". Los negros no emigraban de África a Estados Unidos; eran llevados obligados, encadenados, para que, como esclavos, sirvieran a la oligarquía que ha detentado el poder desde el mismo embrión que encontró la nación en las primeras etapas de su desarrollo.

«En el contexto de los acuerdos de 1848 con Inglaterra y España (por medio de los cuales Estados Unidos le “compró” a esta última potencia el territorio de Oregón y estableció sus actuales fronteras con Canadá), y en medio de la necesidad de lograr un equilibrio político entre los sectores antiesclavistas del Norte y esclavistas del Sur de Estados Unidos, el presidente Zachary Taylor (1849-1850) publicó una proclama en la que calificó como “criminales en alto grado” a todos los que apoyaran las luchas por la independencia de Cuba frente al colonialismo español, incluidos aquellos que querían anexar esa isla a Estados Unidos».

Millard Fillmore y Franklin Pierce, décimo tercero y décimo cuarto presidentes de Estados Unidos

En 1851, el nuevo presidente de los Estados Unidos, Millard Fillmore, reiteró la proclama contra quienes pretendían liberar a Cuba del dominio español.

En 1852 y 1853 la Infantería de Marina desembarcaría en varias ocasiones en Buenos Aires para respaldar las promesas hechas por el general Justo José de Urquiza de liberar la navegación de los buques ingleses, franceses y estadounidenses por los ríos de la nación. [Urquiza fue gobernador de la Provincia de Entre Ríos, y ocuparía el cargo de director provisorio de la Confederación Argentina, teniendo a su cargo la responsabilidad de reglamentar quiénes podrían adentrarse en los ríos, lo que vendría a materializar a fines de agosto de 1852 con la disposición de que "la navegación de los ríos Paraná y Uruguay es permitida a todo buque mercante cualquiera sea su nacionalidad, procedencia y tonelaje" (permiso que hizo extensivo a los "buques de guerra de las naciones amigas")].

Siguiendo los enunciados del “Destino Manifiesto”, el filibustero estadounidense William Walker trató de apoderarse de nuevos territorios de México, pero fue derrotado. En correspondencia con esos actos, el nuevo presidente estadounidense Franklin Pierce (1853-1857) proclamaría que «las conquistas y la expansión eran compatibles con las instituciones de Estados Unidos e indicó que la adquisición de ciertas posesiones en el Hemisferio Occidental, que “aún no estaban bajo la bandera norteamericana, era sumamente importante para la seguridad nacional y quizá esencial (...) para la preservación del comercio y la paz del mundo”».

En 1854 Estados Unidos invadió Nicaragua con la argucia de “proteger la vida y los intereses de ciudadanos estadounidenses durante los disturbios políticos” que afectaban ese país; la compañía The Accesory Transit Company, perteneciente al empresario estadounidense Cornelius Vanderbilt, «apoyó “una revolución” contra el presidente nicaragüense Fruto Chamorro (1853-1855) e instaló un gobierno títere, encabezado por Francisco Castellón; pero este no pudo consolidarse. Para tratar de lograrlo, Vanderbilt, con el silencio cómplice de la Casa Blanca, comenzó a contratar mercenarios (filibusteros) en territorio estadounidense».

En 1855, William Walker -médico, abogado, periodista, político y mercenario estadounidense; el más reconocido de los filibusteros del siglo XIX-, entonces operario de los banqueros Morgan y Garrison, contratado por Vanderbilt, invadiría Nicaragua y se proclamaría presidente, disponiendo como primera medida el restablecimiento de la esclavitud.

En Paraguay, la marina estadounidense pretendió «obligar al gobierno nacionalista y popular de Carlos Antonio López (1844-1862) a abrir los ríos Paraná y Paraguay a la “libre navegación” de embarcaciones y mercancías norteamericanas; pero tuvo que retirarse ante la enérgica respuesta de las autoridades de ese país suramericano». Paralelamente, la Infantería de Marina de Estados Unidos desembarcó en Montevideo, Uruguay, "para proteger los intereses estadounidenses durante los conflictos civiles que enfrentaban a los partidos Blanco y Colorado".
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William Walker, facineroso estadounidense que usurpó la presidencia de Nicaragua (1856-1857) y llegó a ser reconocido como tal por Estados Unidos. Fue ejecutado en Honduras por un paredón de fusilamiento

Para 1856 el expansionismo y el intervencionismo de Estados Unidos adquirirían matices dramáticos. Mediante un tratado que se dio a conocer como Dallas-Clarendon, firmado el 17 de octubre, impuesto a los gobiernos del área con la característica típica que se cometen las transgresiones imperialistas, Estados Unidos e Inglaterra acordaron que esta desocuparía La Mosquitia (de Nicaragua) y las Islas de la Bahía (de Honduras) a cambio de que Washington reconociera al Imperio británico su posesión del Establecimiento de Belice (posteriormente Honduras Británica), que limitaría al norte con la provincia mexicana de Yucatán y al sur con el río Sarstún (de aproximadamente 111 km, cuya cuenca es compartida por Guatemala y Belice). Estados Unidos, además, pidió a Gran Bretaña "resolver su límite al oeste con Guatemala dentro de dos años".

El Imperio británico controlaba una gran extensión de la costa centroamericana, situación que alarmó a Estados Unidos despertando su interés en América Central. ¿Cuál sería la razón? Después que EE. UU. arrebató California a México, convirtiendo la nación en un extenso territorio que iba desde el Océano Atlántico al Océano Pacífico, entendió que necesitaba un enlace marítimo entre sus dos costas, lo que provocó una gran tensión con Gran Bretaña que estuvo a punto de ocasionar un conflicto bélico entre ambos países. Ese ambiente de guerra fue sorteado por el Tratado de Clayton-Bulwer de 1850, mismo con el que, de manera pacífica, fueron dilucidadas las diferencias.

Ese tratado se firmó el 19 de abril de 1850 por John Middleton Clayton, secretario de Estado (ministro de Asuntos Exteriores) de Estados Unidos, y su homónimo británico sir William Bulwer. «El Tratado supuso la renuncia a la construcción de un canal a lo largo del istmo de Panamá; en él se indicaba que ninguna nación podría “obtener o mantener ningún tipo de control exclusivo sobre dicho canal”, y que, a partir de entonces, aquellas zonas de Centroamérica que no estuvieran ocupadas por potencias europeas ya no podrían ser colonizadas».

"Así de sencillo, con una fachada legal y de dos plumadas, por convenir a sus intereses, los Estados Unidos e Inglaterra disponen de un territorio ajeno. ¿Qué hizo Guatemala ante semejante atropello a su dignidad como nación soberana? Nada ¿Protestó por la violación a la integridad de su territorio? No; el presidente de Guatemala, General Rafael Carrera, estaba muy ocupado organizando un ejército para enfrentar a Walker y expulsarlo del istmo centroamericano. Quizás, en vista que el presidente norteamericano Pierce –un fanático expansionista– terminaba su período presidencial, al gobierno de Guatemala le convenía esperar al próximo presidente para civilizadamente negociar..." ("ESTA TIERRA ES MÍA" - EL DRAMA DE BELICE © Evelyn Richardson Escobar-Vega de Tirado).

Derrotados los filibusteros (comandados por William Walker), el gobierno de James Buchanan (1857-1861) le impuso al presidente nicaragüense Tomás Martínez (1857-1867) el tratado Cass-Irrisarri por medio del cual «Estados Unidos aseguraba su “derecho de tránsito, sin costo alguno, por cualquier parte del territorio nicaragüense”». El mismo Buchanan, en 1959, «despachó veinte unidades navales y 2,500 hombres para forzar al gobierno nacionalista paraguayo a aceptar un tratado de libre navegación por los ríos Paraná y Paraguay. Ante esa presión, y atendiendo a “la mediación” del primer mandatario de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, "el presidente paraguayo Carlos Antonio López se vio obligado a firmar un tratado de amistad, comercio y navegación con Estados Unidos"».

James Buchanan y Abraham lincoln, décimo quinto y décimo sexto presidentes de Estados Unidos

En 1860, las fuerzas navales estadounidenses desembarcaron en Panamá «con la argucia de “proteger los intereses de su país”» (durante la guerra civil que se produjo cuando Tomás Cipriano de Mosquera se levantó en armas contra el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez -"primer presidente elegido por sufragio universal masculino, gracias al apoyo de la Iglesia", para gobernar "la Confederación Granadina, singular Estado regido por una Constitución federal, mientras que él y su partido, el conservador, deseaban un Estado centralista"), para impugnar las medidas que se habían tomado sobre el sistema electoral, que, según Mosquera, "iban en contra de los principios del federalismo".

En 1861 se posesiona en la Casa Blanca "el candidato del entonces renaciente Partido Republicano (fundado en 1954), Abraham Lincoln, representante de los intereses antiesclavistas del norte de Estados Unidos. Los esclavistas del sur (agrupados en la Confederación) iniciaron la Guerra de Secesión", conflicto bélico librado desde 1861 hasta 1865 que dio inicio cuando "las fuerzas de los Estados Confederados de América atacaron Fort Sumter en Carolina del Sur, poco después de que el presidente Lincoln asumiera su cargo". Los nacionalistas de la Unión se ratificaron leales a los preceptos de la Constitución y enfrentaron a los secesionistas de los Estados Confederados que, además de defender la esclavitud, entendían que era derecho expandirla a los nuevos territorios.

Con el apoyo del secretario de Estado William H. Seward (1861-1869), «una poderosa escuadra española, inglesa y francesa bloqueó el Puerto de Veracruz, México, para exigirle al gobierno de Benito Juárez (1858-1872) el pago de sus deudas. Acto seguido, con la “neutralidad estadounidense”, el nuevo Emperador francés Napoleón III (1852-1870) puso en marcha la ocupación militar del territorio mexicano».

Tal y como ocurrió en las luchas independentistas de la "América inferior", «demostrando el carácter farisaico de su “neutralidad”, el gobierno de los Estados Unidos se negó a vender armamentos a las fuerzas patrióticas mexicanas que –encabezadas por Benito Juárez— luchaban contra la monarquía del títere de Napoleón III, Maximiliano I de Habsburgo». Los franceses fueron autorizados a abastecerse en territorio estadounidense y sus tropas protegidas cuando pasaban por Panamá con el propósito de controlar los puertos mexicanos ubicados en el Océano Pacífico.
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Abraham Lincoln, considerado por un gran número de historiadores como el mejor presidente que ha tenido Estados Unidos

La secesión es la esencia misma de la anarquía, porque, si un Estado se separa, también puede separarse cualquier otro, hasta que no quede nada del gobierno ni de la nación”. Estas fueron las palabras de Abraham Lincoln cuando el 4 de marzo de 1861 tomó juramento como décimosexto presidente de EE. UU. Es cierto que le preocupaba la esclavitud, pero lo que más cargaba su cometido como gobernante era lo que aparentaba ser la inminente desintegración de los Estados Unidos si se permitía la continua secesión de territorios sureños. Siete de ellos, cuando inició su administración, se habían separado y fundado una nueva nación (Estados Confederados de América), mientras que otros estaban en proceso de hacerlo. “Lo más importante es demostrar que el gobierno del pueblo no es un absurdo. ¿Tiene derecho la minoría de romper el gobierno cuando le dé la gana? Si fracasamos, estaremos demostrando la incapacidad del pueblo de gobernarse a sí mismo”; ese sería su sentir acerca de la guerra civil.

Para Lincoln, Estados Unidos representaba "la última mejor esperanza en la tierra, y que por ello no podía esconderse en tiempos de conflicto y dejar que la historia evolucionara por sí sola", expresión que, para estar en consonancia con las aberraciones formuladas por mandatarios anteriores, se convertiría en una mancha que le acompañaría, no sólo hasta el día de su asesinato -la noche del 14 de abril de 1865 (Viernes Santo) mientras asistía, junto a su esposa (Mary Todd), al teatro Ford de Washington D.C. a presenciar una comedia musical del dramaturgo inglés Tom Taylor ("Our American Cousin")-, consumado por John Wilkes Booth, un "mediocre" actor de Maryland, residente en Virginia y simpatizante del Sur, sino, hasta nuestros días.

Nada tendrían que envidiar esas palabras a las de John Quincy Adams cuando alegó que Estados Unidos "debía arrebatar la Florida a España por el peligro que suponía para la seguridad americana la incapacidad española para hacer frente a sus colonias".

La versión del asesinato por parte de un "mediocre" se uniría a las que posteriormente serían utilizadas en una cadena de conjuras contra presidentes en funciones (que de una u otra manera rompían con los lineamientos del sector dominante): "loco", "fanático", etc. Todas harían de "solución" a la ruptura del "ejercicio permanente de la democracia", y descansarían en las armas de las que han dispuesto los estadounidenses desde los inicios de la nación y que al día de hoy "imposibilitan" su prohibición.

Como la democracia norteamericana ha sido "paradigma", y nunca la ha dislocado un golpe de Estado, la venta de armas, sin regulación alguna, tal y como se vende zapatos o harina, o algún otro bien indispensable para la vida del ser humano, y las teorías del asesinato al margen de toda conspiración, como las de "mediocre", "loco" o "fanático", se han encargado de sustituir la toma del poder de forma ilegal para desplazar a quien lo ostenta. La historia norteamericana reseña con mucha pomposidad que, en plena guerra civil, EE. UU. celebrara las elecciones de 1865 -de las que salió triunfante el propio Lincoln-, y lo hace para enaltecer su "ininterrumpida trayectoria democrática".

Abraham Lincoln, cuando aún era miembro de la Cámara de Representantes por el séptimo distrito de Illinois, criticó la guerra; no pudo permanecer callado cuando James Polk declaró que "sangre estadounidense había sido derramada en suelo estadounidense" y que, por lo tanto, "existía un estado de guerra" con México. "Muéstreme el lugar donde se derramó sangre estadounidense", retó Lincoln, quien consideró que el conflicto había comenzado "innecesaria e inconstitucionalmente ya que la primera batalla que Polk tomó como pretexto para declarar la guerra no se dio dentro de las fronteras de Estados Unidos".

Otra deshonra sobre quien muchos historiadores consideran el mejor presidente que ha tenido Estados Unidos sería la limpieza étnica de los pueblos indios; Lincoln organizó, en enero de 1864, la "Larga Caminata de los Navajos o Larga Caminata al Bosque Redondo": los navajos fueron obligados a caminar desde su tierra (hoy Arizona) hasta el este de Nuevo México ("entre agosto de 1864 y finales de 1866 se produjeron 53 marchas forzadas diferentes"). Fueron "obligados a caminar en condiciones inhumanas más de quinientos kilómetros sin alimento y sin agua, muriendo miles de ellos antes de llegar a su destino".

Sobre la esclavitud, aún fuera un abanderado de su abolición, Abraham Lincoln manifestó, con relación a la Guerra de Secesión, que su empeño descansaba en preservar la unidad del país. “Mi objetivo fundamental en este conflicto es salvar la Unión, y no salvar o destruir la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar un solo esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla liberando a todos los esclavos, lo haría; y si pudiera salvarla liberando a algunos y no a otros, también lo haría”. Obviando el señalamiento que alude su interés vital, sus propias palabras y, quizás, la privación de su segundo período de gobierno a causa del asesinato cometido "por un mediocre", Lincoln se convertiría, cuando se compara con otros gobernantes, en un faro de luz que emergía del sombrío panorama intervencionista y expansionista de los Estados Unidos.

Abraham Lincoln tuvo que enfrentar un país dividido: el sur esclavista frente al norte abolicionista. Su ejercicio aconteció bajo una guerra civil que enfrentó a los Estados Confederados de América [que se separarían de la Unión el 4 de febrero de 1861 e integrarían siete estados algodoneros del sur: Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas, a los que luego se unirían Virginia, Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee, y cuya capital sería, primero, Montgomery (Alabama), y luego, Richmond (Virginia)] contra los estados de la Unión (California, Connecticut, Delaware, Illinois, Indiana, Iowa, Kansas, Kentucky, Maine, Maryland, Massachusetts, Míchigan, Minnesota, Misuri, Nuevo Hampshire, Nueva Jersey, Nueva York, Ohio, Oregón, Pensilvania, Rhode Island, Vermont y Wisconsin, a los que se sumarían los nuevos estados de Nevada y Virginia Occidental y, después de comenzada la guerra, Tennessee y Luisiana). Colorado, Dakota, Nebraska, Nuevo México, Utah y Washington terminarían luchando del lado de la Unión.

Andrew Johnson, Ulysses S. Grant y Rutherford B. Hayes, décimo séptimo, décimo octavo y décimo noveno presidentes de Estados Unidos

Mientras se escenificaba la guerra, Lincoln tuvo que asegurarse de que los Estados Confederados no fueran reconocidos por ninguna otra nación. Con su magnicidio, la "alta sociedad" de Estados Unidos iniciaría una cuenta progresiva de presidentes asesinados en pleno ejercicio de sus deberes, que terminaría convirtiendo en práctica necesaria para sustituir los golpes de Estado y así "no interrumpir su endiosada democracia", que en forma alguna se aproxima a la de los países nórdicos, Suiza, e incluso la de su vecino Canadá.

"El demócrata moderado Andrew Johnson (1865-1869)", quien sustituyó a Abraham Lincoln (era su vicepresidente), procedió a endosar una nueva intervención de la Infantería de Marina en Panamá con el pretexto de “proteger las propiedades y vidas de ciudadanos estadounidenses residentes en ese territorio”, tal y como haría en Nicaragua en 1867 para “proteger los intereses estadounidenses durante uno de los tantos conflictos políticos entre liberales y conservadores” y en 1868 en Uruguay con la excusa de “proteger los residentes extranjeros y las aduanas”.

En 1870 Ulyses Grant -presidente de 1869 a 1877- emprendió acciones dirigidas a apoderarse de La Española. La parte dominicana padecía los embates de los gobiernos dictatoriales y corruptos de Buenaventura Báez, quien se había obstinado en anexar la recién fundada (y casi a seguidas restaurada) República Dominicana a los Estados Unidos, propuesta que Grant asumió con gran simpatía (aunque para incorporar toda la isla, no sólo la mayoritaria porción oriental). Báez convencería al presidente Grant de enviar barcos de guerra a su propio país y logró firmar un tratado de anexión que, luego de muchas gestiones, sería rechazado por el Senado norteamericano.

En 1873 la Infantería de Marina de los Estados Unidos desembarcaría dos veces más en Panamá con la misma justificación de “proteger sus intereses”. Pero sería en 1880 cuando EE. UU. mostraría su mayor descaro: oponerse a las gestiones de una compañía francesa para construir el Canal de Panamá y desconocer la soberanía del gobierno de los Estados Unidos de Colombia (estado federal que comprendía el territorio de las actuales repúblicas de Colombia y Panamá, que sucedió a la Confederación Granadina en 1861 proporcionándole al país un sistema político federalista y liberal). El presidente norteamericano, Rotherford B. Hayes (1877-1871), "arrogándose la divinidad que le había sido otorgada por Dios", proclamaría el “corolario Hayes a la Doctrina Monroe” que le "otorgaba a EE. UU. la autoridad para no consentir" que ninguna nación europea pudiese ejercer el dominio del canal debido a que esa vía interoceánica “era parte de la línea costera de Estados Unidos”.

Al mismo tiempo, la Casa Blanca amenazaba con declararle la guerra a México bajo la argucia de la incapacidad del presidente mexicano, general Porfirio Díaz (1877-1880), en frenar el cruce de "bandidos" por la frontera entre ambos países, artimaña de la que, en años posteriores, y en más de 20 ocasiones, se valdrían las tropas gringas para violar descaradamente el territorio de México.
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James Abram Garfield, vigésimo presidente de los Estados Unidos y segundo asesinado en el cargo por las armas que relegan los golpes de Estado. "Herido, Garfield permaneció acostado durante 70 días. Los médicos, con el pretexto de encontrar una de las balas, transformaron una herida de unos milímetros en una herida grave"

En 1881, durante la guerra que enfrentó a Bolivia y Perú con Chile, Estados Unidos, junto a sectores de la oligarquía peruana, intentó «establecer un protectorado estadounidense sobre Perú, como medio de “hacer prevalecer la Doctrina Monroe en toda Sudamérica”, y procuró apoderarse de los ricos yacimientos de guano y salitre ubicados en la zona en disputa». De igual forma, pretendió chantajear al gobierno de Ecuador para comprarle "todas o algunas de las islas Galápagos, ubicadas en el Océano Pacífico".

En el período comprendido entre 1882 y 1898, las intervenciones de Estados Unidos en México, Panamá, Guatemala, Haití, Argentina, Chile, República Dominicana, Nicaragua, Brasil, Cuba y Venezuela fueron constantes, siempre bajo los mismos pretextos que la historia se ha encargado de convertir en expresiones gastadas, insulsas, mentiras bajo las cuales se refugia para imponer lo que más conviene a sus propios intereses: "tránsito de bandidos por la frontera, libre circulación, carácter político de los movimientos integracionistas latinoamericanos, resguardar el patrimonio de sus ciudadanos, proteger a sus diplomáticos, preservar la vida y las propiedades de sus nacionales, derecho de compensación por daños a sus pertenencias, reciprocidad comercial, compra de armas..."; pero lo peor de todo es que esas fechorías las ha cometido, y sigue cometiendo, fuera de sus fronteras naturales, arrogándose un derecho de pertenencia sobre toda la América nuestra que, según sus fundadores, "le había sido otorgado por Dios".

Las imposiciones no faltaron durante ese período: creación de la "Unión Internacional de Estados Americanos (posteriormente denominada Unión Panamericana), cuya Secretaría Ejecutiva quedaría ubicada en Washington bajo la tutela del Departamento de Estado", entidad sobre la que José Martí expresaría: “Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder… (…) De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”.

Chester Alan Arthur (vigésimo primero); Stephen Grover Cleveland (vigésimo segundo y vigésimo cuarto); y Benjamin Harrison (vigésimo tercero) - presidentes de los Estados Unidos

Estados Unidos intentaría imponerle a los países de Latinoamérica la adopción de la equivalencia del oro y la plata, pero sus pretensiones serían derrotadas. Razón tuvo Martí al desnudar sus intenciones cuando habló acerca de "productos" invendibles y extensión de su ilegítimo régimen de sometimiento.

Aduciendo la Doctrina Monroe, exigió realizar un arbitraje internacional para dilucidar «los conflictos entre Gran Bretaña y Venezuela, alrededor de los límites entre este último país y la llamada “Guayana británica”», que le garantizó "su control sobre la desembocadura del río Orinoco y otorgó al Reino Unido 45,000 millas cuadradas de territorio venezolano".

Sin que lo supiera el Consejo de Gobierno y el victorioso Ejército Libertador cubano, "comenzó a preparar las condiciones políticas y militares con vistas a declararle la guerra a España y proceder a la anexión de los archipiélagos de Filipinas, Cuba y Puerto Rico". Con relación a Puerto Rico, se debían “emplear medios relativamente suaves”, pero lo pertinente a Cuba era ignominioso: EE. UU. propició un "sistemático exterminio de la población civil cubana y, en especial, de las fuerzas del Ejército Libertador", al que debía asignársele “las empresas peligrosas y desesperadas” en la lucha contra los colonizadores españoles.

Con tan ruin estrategia, "el gobierno estadounidense mantuvo un férreo bloqueo de medicinas y alimentos que, en lo fundamental, más que a las autoridades coloniales españolas, afectaba al pueblo cubano" (lo mismo que ha venido haciendo hasta ahora).

La explosión "accidental" del acorazado Maine dio inicio a la guerra hispano-estadounidense. Ese fue el pretexto al que acudió el naciente imperio para declararle la guerra a España y ocupar a Cuba. En pocos meses, España perdió sus últimas colonias; con el Tratado de París, firmaba su rendición y cedía a Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam a EE. UU., quien pasaría a convertirse en el dueño y señor del Caribe. "El Imperio español se disolvió y Washington comenzó su intervencionismo en el Caribe para convertirse en la gran potencia militar del siglo XX".

En 1900 Washington promulgó la Ley Foraker, que hacía de Puerto Rico su colonia. En 1901, en Cuba, después de desarmar al Ejército Libertador, "bajo el chantaje de mantener la ocupación militar, el presidente William McKinley impuso, como un apéndice a la Constitución de Cuba, la Enmienda Platt". En Panamá, en 1903, Theodore Roosevelt, sucesor de Mckinley (asesinado el 5 de septiembre de 1901), impidió el desembarco de tropas colombianas que buscaban restablecer su soberanía sobre el istmo, lo que facilitó a Estados Unidos negociar con la oligarquía panameña «un tratado por medio del cual Estados Unidos obtuvo el control absoluto sobre la llamada “Zona del Canal de Panamá”». Tal y como hiciera en Cuba, Estados Unidos incluyó cláusulas en la Constitución panameña, entre ellas el derecho a la intervención militar en los asuntos internos panameños y la veda al gobierno para solicitar préstamos a otros países sin la autorización previa del gobierno estadounidense.
William McKinley (tercer presidente asesinado, mientras iniciaba su segundo mandato, con las armas que sirven a Washington para "no interrumpir su larga y hermosa democracia"), Theodore Roosevelt y William Howard Taft: vigésimo quinto, vigésimo sexto y vigésimo séptimo presidentes de Estados Unidos

En 1904, Roosevelt modificó la política exterior mediante el postulado del «‘Gran Garrote’: EE. UU. desea que los Estados vecinos sean estables, ordenados y prósperos. Cualquier país cuyo pueblo se conduce debidamente puede contar con nuestra amistad sincera. Si una nación demuestra que sabe actuar con eficiencia razonable y con correcciones en cuestiones sociales y políticas, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no debe temer la interferencia de los Estados Unidos». El coralario justificaba la ocupación de los países latinoamericanos que no pudieran pagar las deudas contraídas con países europeos, para, de esa manera, "evitar una posible intervención de esos países" y «fortalecer la seguridad de "América"».

Entre 1905 y 1916, República Dominicana sufriría los embates de las intervenciones norteamericanas. La de 1916, que duraría hasta 1924, la llevó a cabo bajo el argumento de la "deuda externa", patraña que le sirvió para el ejercicio tiránico, la obtención de beneficios económicos y el aniquilamiento de un movimiento patriótico integrado por “gavilleros”, vocablo despectivo que se usó para degradar a los valientes dominicanos que se sublevaron contra los invasores yanquis.

En 1912, tropas de Estados Unidos se alinearon en la frontera con México y sus buques de guerra incursionaron en las costas mexicanas con el propósito de "presionar al gobierno de Francisco Madero para que abandonara los compromisos con la Revolución mexicana y las negociaciones con empresas privadas británicas y japonesas". Comenzaba a aplicarse la "diplomacia del dólar", modelo de política exterior de William Taft, sustituto de Roosevelt, que buscaba el dominio de EE. UU. sobre varios países de América Latina y Asia Central "por medio de la garantía que ofrecía su poder económico en créditos a largo plazo e inversiones". También impedía que inversionistas “extra continentales” pusieran en “peligro” los intereses de las empresas estadounidenses en su “esfera de influencia
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Woodrow Wilson, vigésimo octavo presidente de Estados Unidos

En 1914, Woodrow Wilson autorizaría una nueva ocupación de Haití con la finalidad de intimidar el gobierno de Davilmar Théodore para que resolviera las disputas con los monopolios estadounidenses; además, para exigirle "el control de la bahía Môle-Saint-Nicolas".

Théodore sería derrocado por "las presiones económicas y político-militares estadounidenses", lo que creó un estado de agitación que alcanzó su punto más álgido cuando el general Vilbrum Sam, que lo había sustituido, fue sacado por la fuerza de la Embajada francesa, donde se había refugiado, y ajusticiado en plena vía pública, siendo lanzado su cadáver sobre la verja de hierro de la legación y paseado por todos los barrios de Puerto Príncipe. Wilson ordenaría a las tropas yanquis que se apoderaran de la capital, alegando que "el Káiser alemán podría invadir Haití", infamia que, con el paso de los años, ha insuflado carácter a la formación mendaz de Estados Unidos.

La Primera Guerra Mundial había comenzado en julio de 1914, pero no sería hasta 1917 cuando Estados Unidos entraría a ella "para modificar su curso". “La Primera Guerra Mundial cambió el carácter de Estados Unidos para siempre”, dice Scott Berg, biógrafo de Woodrow Wilson; confirmó el liderazgo de la nación en asuntos internacionales. "En el país, amplió el tamaño y el alcance del gobierno". Con ese liderazgo, Wilson presionó a los gobiernos latinoamericanos con vistas a que "le declararan la guerra o rompieran sus vínculos con las llamadas Potencias Centrales y en particular con Alemania". En ese orden, mantuvo la ocupación de varios puertos mexicanos con el pretexto de “defenderlos de las incursiones de los submarinos alemanes”.

Desde su participación en la Primera Guerra Mundial, de la que Estados Unidos saldría convertido en un poderoso imperio, los desmanes cometidos contra otras naciones se multiplicarían, en ocasiones varias veces contra un mismo país, y por las mismas causas esgrimidas para, como dueño y señor del mundo, establecer por la fuerza "reglas de juego" favorables a sus mezquinos intereses. La excusa de “perseguir bandidos” sería la razón principal para sus intromisiones en México, país al que incluso le había despojado de más de la mitad de su territorio y al que excluiría de la Liga de Naciones, un organismo internacional creado el 28 de junio de 1919, mediante la firma del Tratado de Versalles -al finalizar la guerra-, para "establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales". ¿Cómo lo haría? Con una falaz enmienda propuesta por Woodrow Wilson que vinculaba a la Doctrina Monroe con el Derecho Internacional Público.

Warren G. Harding, Calvin Coolidge y Herbert Hoover: vigésimo noveno, trigésimo y trigésimo primer presidentes de Estados Unidos

Intervenciones de tropas militares de Estados Unidos en otras naciones de América entre 1920 y 1945 bajo los gobiernos de Woodrow Wilson, Warren G Harding, Calvin Coolidge, Herbert Hoover y Franklin D. Roosevelt:
- En Honduras, bajo la argucia de “mantener el orden y crear una zona neutral entre los contendientes que disputaban el poder político en ese país”.

- En Guatemala, con el pretexto de defender “la vida y los bienes de los ciudadanos estadounidenses”.

- En Panamá, ya asentados como amos de ese país, creado por ellos mismos, "para reprimir las manifestaciones populares contra el tercer gobierno del presidente Belisario Porras".

- En El Salvador, para apoderarse de las aduanas y respaldar el régimen de terror impuesto por el dictador Jorge Meléndez.

- En República Dominicana, para llevar al poder al general Horacio Vásquez, quien saldría electo presidente en unas elecciones que se celebraron bajo la supervisión de dichas tropas y ratificaría “todos los actos de la ocupación militar estadounidense”.

- En Nicaragua, "para controlar (una más de las atribuciones que insolentemente Estados Unidos se ha arrogado para violar soberanías) la situación", intervención que se haría bajo la excusa de la “debilidad de ese país para resistir las agresiones de los presuntos agentes del bolcheviquismo mexicano”. José María Moncada, “electo presidente constitucional” de Nicaragua -con la bendición de las botas yanquis-, «desplegó una política de tierra arrasada (incluido bombardeos aéreos) contra todos los sectores de la población civil que respaldaban alpequeño Ejército Loco encabezado por el General de Hombres Libres, Augusto César Sandino».

- En República Dominicana, para dar respaldo a Rafael Leónidas Trujillo -monstruo que parió la ocupación- en la ejecución de un golpe de Estado que lo llevaría al poder para dar inicio a una de las satrapías más sanguinarias y prolongadas de América.

- En El Salvador, para dar protección al dictador Maximiliano Hernández, "quien asesinaría 30,000 salvadoreños, muchos de ellos indígenas, como respuesta a la frustrada insurrección popular encabezada por Farabundo Martí".

- En Cuba, durante la época del período neocolonial, para apoyar a Fulgencio Batista (jefe del Ejército) a derrocar a Ramón Grau San Martín, quien encabezaba el Gobierno de los Cien Días, un gobierno provisional que implementó "medidas de carácter popular y antiimperialista que le ganaron un gran apoyo en el pueblo cubano". En su lugar, la Casa Blanca impuso al coronel Carlos Mendieta, bajo cuyo mandato se anuló la Enmienda Platt, pero, como "medida compensatoria", se firmó un tratado que le permite a Estados Unidos mantener indefinidamente la Base Naval de Guantánamo.

- De nuevo en Nicaragua, para dar respaldo al golpe de Estado (prerrogativa que le fue otorgada por Dios) perpetrado por Anastasio “Tacho” Somoza, su nuevo engendro que daría inicio a una de las “dictaduras dinásticas más terroríficas y odiadas de América Latina y el Caribe” (con Trujillo había iniciado la nueva escuela de formación de sátrapas).
Con la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lanzaría una proclama de no reconocimiento al traspaso «de ningún territorio del Hemisferio Occidentalde una potencia no americana a otra potencia no americana…”». Las acciones que había emprendido la Casa Blanca para "ocupar militarmente las posesiones coloniales holandesas (Aruba, Curazao, Surinam) y francesas (Martinica, Guadalupe y Cayena) en el mar Caribe" alcanzarían matices de "legalidad" con el panamericanismo que adquirían "algunos de los postulados de la Doctrina Monroe". De igual forma, «las fuerzas armadas estadounidenses ocuparon, “preventivamente”, las principales posesiones coloniales británicas en el Caribe...». Mientras, se ejecutaba en Panamá un nuevo golpe de Estado, ahora contra Arnulfo Arias, que sería sustituido por un monigote que de inmediato "aceptó la ampliación de las bases militares estadounidenses enclavadas en la Zona del Canal de Panamá".

Franklin D. Roosevelt, trigésimo segundo presidente de Estados Unidos

En 1942 se fundaría, bajo las exigencias estadounidenses, la Junta Interamericana de Defensa (integrada por los ejércitos del área), "que tan nefasto papel jugó en la historia posterior de América Latina y el Caribe". En 1944, en Argentina, la Marina de Guerra estadounidense bloqueó el puerto de Buenos Aires con el propósito de obligar al gobierno "a romper sus relaciones diplomáticas y a declararle la guerra a las potencias integrantes del Eje Berlín-Roma-Tokio".

Toda acción por parte de otro gobierno debía supeditarse a los intereses norteamericanos. Tal fue, y sigue siendo, el poder ejercido en toda América, que hasta el pensamiento crítico debía, y debe, ser condicionado al supremacismo yanqui.

La Segunda Guerra Mundial concluyó con las bombas atómicas lanzadas sobre dos ciudades de Japón en las que murieron, y siguen muriendo, miles de inocentes. La responsabilidad recayó sobre el genocida Harry Truman, vicepresidente que sustituyó a Franklin Delano Roosevelt, fallecido el 12 de abril de 1945 debido a una hemorragia cerebral. Con el poder adquirido por haberse constituido en el más grande imperio de la humanidad, «la Casa Blanca obtuvo el respaldo de los gobiernos de la región para que la entonces naciente Organización de Naciones Unidas (ONU) reconociera la vigencia de la Doctrina Monroe y delos acuerdos interamericanosque se adoptaran al amparo de la misma».
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Harry S. Truman, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson: trigésimo tercero, trigésimo cuarto, trigésimo quinto y trigésimo sexto presidentes de Estados Unidos

En Europa, la Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin con la entrada de las tropas soviéticas a Berlín. El 2 de mayo de 1945, el Ejército Rojo ocupó el Reichstag, edificio del gobierno alemán, e izó la bandera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en el tejado, culminando así una batalla de dos semanas en la capital de Alemania. El 9 de mayo, siete días después, las nazis capitularían ante la URSS, para quien el conflicto había alcanzado el carácter de Guerra Patria. Con las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos sobre Japón (6 de agosto en Hiroshima y 9 de agosto en Nagasaki), concluía la guerra en Asia. El 2 de septiembre los japoneses firmarían el Acta de Rendición ante Estados Unidos, y el 9 lo harían formalmente en China. Estados Unidos, el más poderoso imperio que ha conocido la humanidad, con la importante participación de sus tropas en Europa y el genocidio perpetrado en Japón con el arma más letal que el hombre había fabricado hasta ese momento, daría inicio a un período de intervenciones militares y golpes de Estado sin igual, y eso es mucho decir si se cuantifica lo que hasta este momento había hecho, primordialmente en América.

En 1946, EE. UU. dio todo su apoyo al golpe de Estado que en Bolivia derrocó el gobierno nacionalista de Gualberto Villarroel, quien había abolido la esclavitud instaurada por los españoles y hecho profundas reformas sociales, lo que "enojó" a los oligarcas -dueños de las empresas mineras- y, como era de esperarse, a la nación que se había convertido en policía del mundo, que se negó a reconocer el gobierno y se convirtió en la principal instigadora de su cruento asesinato, ejecutado el 21 de julio "por una turba fogoneada por los medios de difusión y la embajada" yanqui.

En 1947, Estados Unidos apoyó en Ecuador el golpe de Estado que derrocó al presidente José María Velasco Ibarra. Ese mismo año sería implementada la Doctrina Truman, cuya finalidad era detener la expansión del comunismo soviético; de ella saldría el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) «que sirvió como “modelo” a todos los pactos militares establecidos por los Estados Unidos en el resto del mundo». En 1948 se fundaría la Organización de Estados Americanos (OEA), otro de los instrumentos creados por Estados Unidos para aprobar sus desafueros, que se encargaría de validar "los golpes de Estado que instauraron en Perú la dictadura militar del coronel Manuel Odría y en Venezuela una Junta Militar". En 1950, en Puerto Rico, el gobernador Luis Muñoz Marín, bajo las órdenes de Truman, movilizaría la Guardia Nacional para reprimir el movimiento independentista. En Haití, el general Paul Magloire sería llevado al poder por otro golpe de Estado respaldado por la Casa Blanca.

La década de los años 50 (siglo XX) iniciaría "con el despliegue de asesores militares estadounidenses en la región, quienes ejercieron un nefasto papel en la conformación de los represivos Ejércitos de la mayoría de los países latinoamericanos". En Cuba, Estados Unidos respaldaría el golpe de Estado que derrocó a Carlos Prío Socarrás y llevó al poder a Fulgencio Batista, "quien de inmediato desató una sangrienta represión contra los sectores opuestos a su dictadura". En 1954, en Guatemala, el imperialismo yanqui propició una invasión que derrocó al gobierno nacionalista y democrático de Jacobo Arbenz, a la vez que en Paraguay y Brasil organizaba los golpes de Estado que derrocaron a Federico Chávez y Getulio Vargas, respectivamente. "Como consecuencia de esas acciones –con el apoyo de la Casa Blanca—, ocupó la presidencia de Paraguay el general Alfredo Stroessner, quien, hasta 1989, encabezaría uno de los regímenes terroristas más prolongados del Hemisferio Occidental". En 1955 sería Juan Domingo Perón, en Argentina, el mandatario derrocado por lel imperialismo.

En 1957, en Nicaragua, Luis Somoza Debayle sería santificado por la Casa Blanca, prolongando de esta manera la dinástica tiranía instaurada en 1936, mientras en Haití la bendición la recibiría François Duvalier (“Papa Doc”), quien daría inicio a "un régimen terrorista dinástico que se prolongaría hasta 1986". En 1959, después del triunfo de la Revolución Cubana, Washington planeó la realización de acciones terroristas "dirigidas al derrocamiento del gobierno revolucionario cubano, así como al asesinato de algunos de sus dirigentes". 1961 sería el año, bajo el gobierno de John F. Kennedy, en pleno apogeo de la Guerra Fría, de la invasión mercenaria en Playa Girón, evento que proporcionó a Estados Unidos su primera gran derrota (Fidel y Raúl Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos, de la mano del ejército revolucionario, fueron los artífices de ese primer fracaso gringo. El 16 de abril de 1961, "antes de irse a la defensa de la Patria en las arenas de Girón", proclamaría Fidel Castro el carácter socialista de la Revolución).

En 1962, la Casa Blanca participó en los golpes de Estado que se produjeron en Argentina y Perú. En 1963, sufrirían los estragos del garrote imperialista Ecuador, Guatemala, Honduras y República Dominicana (Juan Bosch, su presidente hasta el 25 de septiembre de 1963, fue depuesto y enviado al exilio). En Brasil, en 1964, sería derrocado, "con el descarado apoyo del Embajador norteamericano en Río de Janeiro, el gobierno nacionalista y democrático de Jôao Goulart". En 1965, en República Dominicana, militares constitucionalistas, con Francisco Alberto Caamaño Deñó a la cabeza, iniciaron una revolución armada por la vuelta a la Constitución de 1963 y el retorno de Bosch al Poder, lo que provocó la ira de Washington y el envío de 42 mil soldados equipados con modernas armas que poco sirvieron al imperio para arrodillar al bravo pueblo dominicano.

Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter y Ronald Reagan: trigésimo séptimo, trigésimo octavo, trigésimo noveno y cuadragésimo presidentes de Estados Unidos

En los próximos diez años, hasta 1975, Bolivia, Argentina, República Dominicana, Nicaragua, Uruguay, Chile y Perú sufrirían los ultrajes de la Casa Blanca, del Pentágono y de la CIA, ya sea bajo los acostumbrados golpes de Estado, la modalidad de elecciones amañadas o con el apoyo militar y financiero a dictadores sangrientos que sojuzgaban a sus pueblos. En 1976, con la anuencia de Washington, se instauró en Argentina una sanguinaria Junta Militar encabezada por el general Jorge Videla; estaba en marcha la Operación Cóndor, una campaña de represión política y terrorismo de Estado implementada por Estados Unidos que enlazaba las dictaduras militares de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay para eliminar dirigentes populares y revolucionarios. En 1977 sería El Salvador que sufriría un nuevo golpe de Estado auspiciado por la Embajada yanqui; la Junta Cívico-Militar impulsada por Estados Unidos asesinaría, en 1980, a tres monjas estadounidenses y a monseñor Arnulfo Romero, hechos que en lugar de conmocionar a la Casa Blanca la "estimularon a incrementar su ayuda económica y militar a El Salvador". Paralelamente, el imperialismo, bajo unas elecciones fraudulentas, asestaba un «virtual golpe de Estado al premier jamaicano Michael Manley».

En 1981, en medio de la eterna conspiración de Estados Unidos para derrocar gobiernos desafectos o apoyar férreas y sangrientas dictaduras de derecha, "pereció, en un extraño accidente aéreo, el líder del pueblo panameño, general Omar Torrijos". En 1983, Estados Unidos invadió Granada "poniendo fin a la segunda experiencia socialista en el Caribe desde la Revolución Cubana de 1959". Maurice Bishop, su primer ministro, había implementado programas de desarrollo social bajo una revolución "para el trabajo, la alimentación, la vivienda decente, los servicios de salud y un futuro brillante para hijos y nietos". Su acercamiento a Cuba enervaba a los dueños del mundo, que, después de invadir la isla y asesinar a 70 granadinos, procedieron a ejecutar a Bishop en el cuartel del Ejército en Fort Rupert. En 1986 se conocería la participación de la Casa Blanca en el tráfico de drogas y el contrabando de armas a Irán con la finalidad de financiar la Contra, una organización armada creada por los propios Estados Unidos para dar al traste con la Revolución sandinista. Ese hecho se daría a conocer como “escándalo Irán-contra”.

En diciembre de 1989, bajo las riendas de George H. W. Bush, exdirector de la CIA, Panamá sería invadida por EE. UU. so pretexto de sacar del poder al general Manuel Antonio Noriega, uno de los tantos monstruos creados por EE. UU. (había sido un estrecho colaborador de la CIA y muy posiblemente el autor del "accidente" que sufrió Omar Torrijos) que la propia agencia que dirigía Bush padre había acusado de espionaje en favor de la Revolución Cubana y de usar territorio panameño como puente para el tráfico de drogas hacia "América", nombre que la tiranía mundial usurparía a todas las naciones del continente.
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Bombardeo de Estados Unidos en la ciudad de Raqa, Siria

Con el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Estados Unidos iniciaría una especie de dictadura global que se extendería hasta mediados de la segunda década del siglo XXI, cuando dos nuevas fuerzas, tanto en el plano económico como en el militar, saldrían a la luz para dar comienzo a un equilibrio de poderes que, aunque necesario, envuelve cierto riesgo para la humanidad: Rusia, con renovados bríos después del descalabro soviético, y China, con la novedad del "socialismo capitalista", o "capitalismo socialista", harían frente a la hegemonía con la que el mundo venía siendo avasallado.

El control imperial impuesto por EE. UU. alcanzó niveles nunca antes vistos; Juan Bosch había definido esa etapa superior del imperialismo con el nombre de pentagonismo, "una máquina de guerra que necesita la guerra en la misma forma en que los seres vivos necesitan aire y alimento para no perecer", y requiere de conflagraciones -para promover negocios favorables a su industria armamentista - que el Pentágono, con el auxilio de la CIA, crea y fomenta, en la mayoría de los casos, sin el uso de tropas propias.

El pentagonismo persigue la riqueza involucrada en la industria de guerra, y lo hace sojuzgando a su propio pueblo y con la menor soldadesca posible, pero, de la misma forma en que se convirtió en la etapa más alta del imperialismo, era de esperarse el surgimiento de una fuerza antagónica que sólo podría ser alcanzada con la fusión de las históricas ideologías alternas y el desarrollo económico que proporciona el capitalismo desmesurado, fuerza antagónica de la que Rusia y China disfrutan hoy.

Ese poder excesivo llevó a Estados Unidos a destruir y desintegrar naciones, desestabilizar y cambiar regímenes y apropiarse de recursos foráneos en todo el mundo, no sólo en América, la que siempre ha considerado suya. En 1992, la tiranía mundial auspició en Perú el golpe de Estado llevado a cabo por Alberto Fujimori y las Fuerzas Armadas contra el Congreso; al mismo tiempo, invadía a Irak, con la finalidad de "liberar a Kuwait", que había sido ocupada por las tropas de Sadam Hussein, y a Somalia, con el propósito de "fortalecer la seguridad de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG)". En 1993, Macedonia sería invadida; a Haití le correspondería en 1994 (bajo el pretexto de defender la democracia), y a Bosnia-Herzegovina en 1995. En 1998, Irak sería bombardeado por enésima vez con el fin de destruir "objetivos militares" e industriales (alusión perversa a la fabricación de armas biológicas o químicas), mientras en Sudán se destruían "fábricas de drogas sospechosas de pertenecer a bin Laden". En 1999, le tocaría a Yugoslavia ser destruida y desmembrada; siete naciones saldrían de los sombríos bombardeos de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
George H. W. Bush, Bill Clinton y George W. Bush: cuadragésimo primero, cuadragésimo segundo y cuadragésimo tercer presidentes de Estados Unidos

En 2001, después del derribo de las Torres Gemelas y los daños ocasionados al Pentágono por aviones congestionados de pasajeros -secuestrados por los monstruos creados por el propio imperio y estrellados contra los centros de poder económico y militar-, Estados Unidos llevaría a cabo una serie de represalias que pondría en práctica con métodos extremistas similares a los usados por los mismos grupos terroristas que había creado y financiado para hacer el trabajo sucio en favor de sus intereses. Afganistán y Filipinas serían los primeros objetivos en esa agenda terrorista y vengativa contra el terrorismo. En 2002, EE. UU. participaría en el golpe de Estado del 11 de abril contra el presidente Hugo Chávez, del que saldría con el rabo entre las piernas con el retorno de Chávez al poder, dos días después, gracias a la voluntad y la determinación del pueblo venezolano, que se lanzó a las calles como un solo hombre para regresar a Chávez al Palacio de Miraflores.

En el año 2003, Irak sería invadido de nuevo, esta vez por tropas gringas que operaban bajo las órdenes de George W. Bush, hijo del que ejecutó la primera incursión, y profano que, como vil monigote, sirvió a las directrices del Pentágono. La mentira sería la base de sustentación de tal atrocidad, que ha dejado hasta hoy desolación, saqueo y cerca de 2 millones y medio de muertos, la gran mayoría, niños, mujeres y ancianos. Haití, en 2004, sería invadido de nuevo por Estados Unidos, ahora para expulsar del poder al presidente Jean-Bertrand Aristide, quien había sido secuestrado por un comando estadounidense de fuerzas especiales. Somalia sería nuevamente bombardeada en 2006 bajo la argucia de "destruir objetivos de Al-Qaeda". En 2008, Estados Unidos estimuló el fallido golpe de Estado contra Evo Morales, cuyo gobierno -democrático, popular y nacionalista-, mientras más se alejaba de la influencia yanqui, más se acercaba a los regímenes de Cuba y Venezuela, liderados por los más grandes prohombres que ha alumbrado América en más de un siglo. En 2009, Manuel Zelaya, presidente de Honduras, sería derrocado por otro golpe de Estado patrocinado por la CIA y el Pentágono. En 2010, de nuevo fallaría Estados Unidos en ejecutar otra de sus fechorías: sería en Ecuador, cuando participó en un intento fallido por derrocar a Rafael Correa.

«En una entrevista de Julian Assange al Presidente Correa, este expresó:Vea, como dice Evo Morales, el único país que puede estar seguro de que nunca va a tener golpes de Estado es EE. UU., porque no tiene Embajada estadounidense”»

Bombardeo en la ciudad de Sirte, Libia

En 2011, bajo el falso pretexto de establecer la democracia, Libia sería intervenida militarmente por Estados Unidos y demás interesados de la OTAN. El verdadero objetivo era tomar posesión de sus reservas de petróleo, privatizar la industria y transferirla a los históricos imperialistas. Con la invasión, Muamar el Gadafi, el presidente que había dado a Libia la mejor calidad de vida de toda África, sería cruelmente asesinado por las turbas pagadas por Estados Unidos. Paraguay, en 2012, sería el escenario del primer golpe parlamentario en la región, orquestado bajo la estampa de la persecución judicial. El presidente Fernando Lugo sería depuesto en un anómalo juicio político llevado a cabo por la oligarquía paraguaya y bendecido por EE. UU. Contra Cristina Fernández de Kirchner, en 2014, se daría otro intento fallido de golpe de Estado aupado por Estados Unidos. Ese 2014 sería el año en el que Barack Obama se encargaría de orquestar el golpe en Ucrania que tiene hoy a la humanidad al borde de una confrontación nuclear.

En 2016, se ejecutaría el segundo golpe parlamentario (aguijoneado por Washington), y Dilma Rousseff, presidente de Brasil, sería destituida. En 2018, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, sufriría un intento de magnicidio, elaborado por Estados Unidos, mientras participaba en una actividad con efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana. Desde 2013, el gobierno venezolano venía siendo acosado por los yanquis, que, a como diera lugar, buscaban deshacerse de quien, dando continuidad a la obra iniciada por Chávez, se negaba a desprenderse de los recursos naturales que posee Venezuela y son propiedad de todos los hijos de Bolívar. En 2019, con la santificación de la OEA, y las manos ensangrentadas del imperialismo yanqui, cae derrocado Evo Morales, presidente de Bolivia.
Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden: cuadragésimo cuarto, cuadragésimo quinto y cuadragésimo sexto presidentes de Estados Unidos

Los desmanes que comete Estados Unidos no interesan para nada a su pueblo, que desestima hasta los más insólitos reconocimientos de las felonías que cometen sus propios funcionarios. John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional, se jactó en televisión de ayudar a planear golpes de Estado en otros países ("Como alguien que ha ayudado a planear golpes de Estado, no aquí, en otros lugares, se necesita mucho trabajo"). James Woolsey, exdirector de la CIA, a quien se preguntó si Estados Unidos ha intervenido en las elecciones de otros países, respondió que "probablemente, pero era para el bien del sistema, para evitar que comunistas tomaran el poder, por ejemplo en Europa en 1947, 48, 49, con los griegos y los italianos". Al preguntarle si se continúa haciendo, respondió que “sólo por una muy buena causa y siempre en el interés de la democracia”. Mike Pompeo, exsecretario de Estado de EE. UU. y exdirector de la CIA, expresó, durante una entrevista, que cuando era director de la CIA "Mentimos, engañamos y robamos. Teníamos hasta cursos de entrenamiento. Era como si tuviéramos todos los cursos de capacitación"... ¡Y fue aplaudido delirantemente!

Ni siquiera son necesarias las mentiras; las aberraciones se hacen públicas con la mayor insolencia. No se guardan las formas. Cuando un imperio entra en esa etapa de prostitución, de no importarle nada, de que todo le da igual, es síntoma de que ha iniciado el camino de la decadencia; Rusia y China, las dos superpotencias que han revertido ideologías de antaño y han creado economías iguales o superiores a la norteamericana (en el mismo ámbito capitalista), están prácticamente en el nivel superior en que se encuentra el poderío militar yanqui. Y como están "prácticamente" igualándolo, "se hace necesaria una confrontación en los momentos actuales", y ahí radica el peligro: los millones de muertos serán muchos, incontables, pero saldrán de todos los rincones del planeta, no sólo de Asia, no sólo de Europa... saldrán también de "América", a la que, por arrogarse un nombre que no le corresponde, sí le "corresponderán" los muertos.
Ing. Nemen Hazim Bassa
San Juan, Puerto Rico
30 de julio de 2022